Rev. Ciencias Sociales 167: 67-82 / 2020 (I)

ISSN: 0482-5276

LA COOPERACIÓN INTELECTUAL: ALTERNATIVA DE RESISTENCIA PACÍFICA DE LA INTELECTUALIDAD LATINOAMERICANA Y CUBANA ENTRE 1919 Y 1945

THE INTELLECTUAL COOPERATION: ALTERNATIVE OF PEACEFUL RESISTANCE OF THE LATIN AMERICAN AND CUBAN INTELLECTUALITY BETWEEN 1919 AND 1945

Paul Sarmiento Blanco*
Leidiedis Góngora Cruz**

RESUMEN

El objetivo del presente trabajo es justipreciar la cooperación intelectual como una de las formas más genuinas de resistencia de la intelectualidad latinoamericana, cubana y mundial, frente a los peligros que emanaron los contextos bélicos entre 1919 y 1945. Este estudio se realiza a través de las ideas de diversos pensadores e intelectuales cubanos y latinoamericanos. Generalmente, los historiadores cubanos asumieron el papel que desempeñaron determinados sectores sociales frente a los conflictos bélicos, pero soslayaron significativos espacios y aportes de la intelectualidad cubana desde la perspectiva teórica e institucional en aquel contexto. De esta forma, la cooperación intelectual jugó un rol primordial como forma de resistencia ante el conflicto mundial.

PALABRAS CLAVE: COOPERACIÓN INTELECTUAL * INTERCAMBIO CULTURAL * COOPERACIÓN EDUCACIONAL * PENSAMIENTO * RELACIONES CULTURALES

ABSTRACT

The objective of the present work is to appraise the intellectual cooperation as one of the most genuine forms of resistance of the Cuban, Latin American and world intellectuality, towards the dangers that emanated from the warlike contexts that took place between the years of 1919 and 1945. This study is carried out based on the ideas of several Cuban and Latin American thinkers. The Cuban historians generally assumed the roles carried out by certain social sectors towards the warlike conflicts, however, important contributions made by the Cuban intellectuality were ignored from the theoretical and institutional perspective in that context. Therefore, the intellectual cooperation played a primordial role as a form of resistance in the face of a world conflict.

KEYWORDS: INTELLECTUAL COOPERATION * CULTURAL EXCHANGE * EDUCATIONAL COOPERATION * THOUGHT * CULTURAL RELATIONS

* Universidad de Holguín, Cuba.

psarmiento@uho.edu.cu

** Universidad de Holguín, Cuba.

lgongora@uho.edu.cu

INTRODUCCIÓN

La inspiración de este estudio partió de la necesidad de reevaluar el papel de la cooperación intelectual asumida por escritores, pensadores, historiadores, filósofos latinoamericanos y cubanos en el marco de los complejos contextos bélicos y posbélicos de la primera mitad del siglo xx, específicamente los referentes a las dos guerras mundiales. La cooperación intelectual como componente inherente a la colaboración internacional constituye una práctica de las relaciones internacionales. Esta jugó un rol primordial como forma de resistencia ante los conflictos bélicos en la tradición del pensamiento latinoamericano y cubano durante el periodo comprendido entre 1919 y 1945, es decir, en el contexto de las dos guerras mundiales.

Sin embargo, desde la historiografía cubana actual, este esfuerzo intelectual de los cubanos durante la República liberal burguesa no ha sido suficientemente estudiado. Los prejuicios ideológicos todavía persisten en nuestras investigaciones. Esto último no ha contribuido a poder apreciar con objetividad las contribuciones que en el plano cultural realizaron aquellos hombres y mujeres de nuestra intelectualidad.

No obstante, algunos investigadores cubanos han comenzado a aproximarse al tema. Suárez (2018) promovió la creación de la Cátedra de Estudios Juan Marinello, en el año que se conmemoraba el centenario del estallido de la Primera Guerra Mundial (pgm). Consideró necesario convocar a un encuentro que privilegiara los estudios de proyectos culturales en la primera mitad del siglo xx cubano, en especial, la proyección de la intelectualidad sobre la solución de conflictos sociales y bélicos desde la dimensión de la cooperación; sin embargo, desde la perspectiva histórica y teórica, la cooperación intelectual emergió y evolucionó conceptualmente desde la primera posguerra hasta la década del cuarenta, lo que se considera el despliegue de una primera generación de estudiosos y promotores del tema.

Paul Valery (1923) denominó la cooperación intelectual como “una creación de la indestructible Sociedad Internacional de los Espíritus” (p.25), fundada en el principio de la universalidad, pero respetando la diversidad y la originalidad de las culturas nacionales. Esta idea inicial del destacado intelectual francés daría paso a otras iniciativas conceptuales sobre el tópico.

Otro escritor francés, Henry Focillón (1923) asumiría la cooperación intelectual como una contestación de los sectores progresistas y humanistas frente a sectores sociales interesados en el fomento de las guerras. Según su opinión, la cooperación intelectual se presentaría ante la humanidad con un doble carácter, como estudio y acto para fundar la cooperación intelectual como una especie de praxis del espíritu, que estableciera vínculos sin los cuales los procesos de investigación cultural y educativa entre los países estuviera condenada a tardanzas o repeticiones. Para Focillón, los esfuerzos intelectuales no podrían pecar de monotonías, más bien consideraba que era imprescindible el orden del trabajo.

Estos intelectuales franceses esbozaron desde la primera posguerra, la necesidad de establecer relaciones culturales y prácticas entre ellos como sujetos del pensamiento universal. Estas posibilitarían una especie de colaboración instituida en esta esfera, para convertirla de este modo en una vía de resistencia y regulación de la humanidad y, al mismo tiempo, que sirviera de freno a las pretensiones guerreristas. Con estas tentativas de los intelectuales en aquella época, se aspiró a utilizar la conciencia universal como muralla frente a los ideales conservadores.

Desde América Latina, Walker Linares (1943) sistematizó las primeras ideas sobre la cooperación intelectual al considerarla como un proceso de acercamiento desinteresado de todas las culturas, sin distinción de nacionalidades. Del mismo modo afirmaría que los valores espirituales de la nación —sean artísticos, literarios o científicos— pertenecerían en común a toda la humanidad. Ese desinterés provenía de los penetrantes vestigios heredados del humanismo que se impregnó en las colectividades progresistas de América.

Según la opinión del intelectual chileno, la cooperación intelectual se podía interpretar como una suerte de internacional de los espíritus, creadora de un clima cultural indispensable para la comprensión de los pueblos. Por consiguiente, concibió como requisito esencial para establecer una paz duradera y estable, la necesidad de que los políticos contribuyeran con su esfuerzo y voluntad, pero primordialmente privilegió la adhesión de las inteligencias, considerando a estas últimas como el alma colectiva del pacifismo mundial para evitar una conflagración mundial.

No obstante, Walker Linares (1943) diseñó un itinerario que permitiría la conexión entre las mentalidades progresistas del continente, por lo cual, sugirió coordinar los diversos esfuerzos culturales que se realizarían en el seno de los países por medio de comisiones nacionales. Para ello, estas se apoyarían de sus organismos internacionales y establecerían la colaboración entre las culturas locales, siempre guiada por la finalidad generosa de promover la formación, lenta y difícil, del espíritu internacional, el bello ideal de toda cooperación intelectual.

Desde la perspectiva teórica actual, diversos autores han contribuido a reconocer la cooperación intelectual como una de las vías autóctonas para enfrentar los peligros bélicos basados en los presupuestos de la diplomacia cultural de los pueblos latinoamericanos. Una de las precursoras de estos estudios lo es Alexandra Pita (2010) en su obra Intelectuales y antiimperialismo: entre la teoría y la práctica, un extenso texto que valora el alcance y las limitaciones de intelectuales, movimientos revolucionarios radicales y otras fuerzas radicales en la América contemporánea. Esta autora privilegia estudios más concretos en su obra Pensar el antiimperialismo. Ensayos de Historia intelectual latinoamericana, 1900-1930, la cual:

Sirve para ilustrar la diversidad de interpretaciones expresadas por una serie de prolíficos intelectuales latinoamericanos de la época… en este volumen hemos reunido nueve trabajos sobre algunos de los más destacados ensayistas del primer tercio del siglo xx. Los escritos tienen el imperialismo como temática común, casi siempre en tono crítico, pero desde un arco amplio y diferenciado de enfoques ideológicos, estilísticos y analíticos (Pita, 2012, p. 4).

Por consiguiente, en este libro se evalúa el contenido de un variado grupo de textos y revistas de la época. Con esto revela la existencia de una serie de redes de intelectuales latinoamericanos que constituyeron una o varias generaciones superpuestas. Por tal motivo, la autora revela las características esenciales de las aportaciones de aquellas generaciones de intelectuales. Se considera que la investigadora dejó esbozadas ciertas expectaciones que surgieron al intentar utilizar el concepto de generación en la historia intelectual, con el propósito de avizorar la mixtura entre el alcance y las limitaciones que se generan al utilizar este tipo de categoría.

En tal sentido, desde la perspectiva de este ensayo, se asume el criterio de que diversas generaciones de intelectuales latinoamericanos y cubanos se enfocaron en una notable resistencia pacífica frente al poderío de las dos guerras mundiales, no importó la edad, la profesión, los criterios ideológicos o el denominador común, puesto que el énfasis en la cooperación intelectual los unió.

Por consiguiente, el presente estudio pretende apreciar desde la memoria histórica de diversos intelectuales latinoamericanos y cubanos la posición asumida por estos con respecto a la cooperación intelectual, como una de las vías más genuinas de resistencia, pacifismo y discursos de la diplomacia cultural, frente a los peligros que emanaron los conflictos bélicos entre 1918 y la década del cincuenta, específicamente en el contexto cubano.

METODOLOGÍA

La investigación de esta temática partió del interés por preponderar determinados hitos de la historia cultural cubana que no se encuentran todavía priorizados en las investigaciones históricas y filosóficas, en específico, el papel que jugaron los intelectuales con respecto a los dos grandes conflictos bélicos vividos por la humanidad y las soluciones que ofrecían desde sus posiciones en la política, la cultura y otras esferas de la vida social.

Los textos consultados fueron esencialmente publicaciones periódicas cubanas del periodo comprendido entre 1919 y 1946, sobre todo el Diario de La Marina y la Revista de La Habana. En sus páginas se encontraron discursos, ensayos, artículos y crónicas de varios intelectuales cubanos que abordaron sus preocupaciones por los conflictos internacionales y el modo pacífico que se podían evitar. Además, muchos de ellos ofrecieron una propuesta, en este caso desde la perspectiva cultural, que serviría de base para aplicar un tipo de cooperación internacional que acoplara los valores democráticos de intelectuales europeos, latinoamericanos y cubanos en especial.

Por otro lado, el tema de la cooperación intelectual desde Cuba anterior a 1959 no ha sido sistematizado por los actuales historiadores, filósofos y culturólogos. Asimismo, se examinaron algunos Boletines Mensuales de la Sociedad de Naciones y otros de la Comisión Chilena de Cooperación Intelectual. Llama la atención la forma en que se soslaya todavía entre los representantes del gremio cubano de las ciencias sociales y humanísticas esta porción del pensamiento nacional que cuajó en el contexto de las dos guerras mundiales.

El periodo seleccionado para la investigación partió desde 1919, año que Cuba se insertaría en la Sociedad de Naciones, organismo a través del cual se promovería la cooperación internacional, en este caso, desde la dimensión intelectual, en la cual varios intelectuales cubanos se van a destacar por su vocación, visión y papel que jugaron en la promoción de una alternativa pacifista. El ciclo cierra en 1945, el año en que culmina la Segunda Guerra Mundial porque se considera que a partir de aquí se inicia una nueva época que será reflejada en otra investigación que pretende abordar la inserción de Cuba en la unesco, en su primera década de existencia. Asimismo, a partir de ese año, por lo menos en la realidad política cubana comienza un viraje hacia posiciones de enfrentamiento por parte del poder político versus los intelectuales.

LA PRIMERA POSGUERRA: ESFUERZOS PRELIMINARES HACIA UNA PRAXIS AUTÓCTONA DE LA COOPERACIÓN INTELECTUAL

Como parte del contexto internacional en el cual se insertaron los intelectuales, durante la primera posguerra se emprendería un proceso de reorganización internacional, que no podía dejar a un lado los problemas de la cultura. El reajuste en el terreno de las ciencias, las letras, las artes y la enseñanza fue una de las empresas emprendidas por Ginebra —sede del organismo mundial que intentó preservar la paz— bajo la atmósfera de cooperación internacional propia de la época. De esta forma, bajo el mandato de la Sociedad de Naciones, brotó el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual de París (iici), considerado como el antecedente institucional de la unesco. Este representaría un punto de inflexión en la historia del internacionalismo científico e intelectual (Herrera, febrero de 2009).

El Instituto Internacional de Cooperación Intelectual durante muchos años constituyó el vehículo corriente de extensivos planes de pacificación indirecta del mundo. Así, en la primera reunión celebrada por la Sociedad de Naciones en noviembre de 1920, se contendió la necesidad de instaurar una cooperación intelectual junto a la actividad política de los Gobiernos. Fue el señor M. Hymans, representante de Bélgica en la Conferencia de la Paz, el primero que presentó la cooperación intelectual como un elemento importante de la obra de la Sociedad de Naciones. Otro de los ilustres intelectuales que pensaron la forma de impedir una guerra a través de la cultura fue el filósofo francés Henry Bergson.

En el mes de septiembre de 1921, se sancionó un informe de León Bourgeois, representante del gobierno francés, el cual abogó por la creación de una Comisión para el estudio de la cooperación intelectual y la educación como parte de las relaciones internacionales. Al debatirse este informe en el seno de la Asamblea de la Sociedad de Naciones, se decidió, cinco meses después, en enero de 1922, la instauración de una Comisión Internacional de Cooperación Intelectual (Valderrama, 3 de septiembre de 1994). Esta Comisión estuvo integrada por trece países, los cuales se reunieron en Ginebra (Suiza), por primera vez en agosto de 1922. Allí se eligió como Presidente al filósofo e intelectual Henri Bergson. El mandato de los integrantes era de cinco años renovables.

Con este organismo, la Sociedad de Naciones se dotó de una Comisión Internacional para la Cooperación Intelectual. Esta se reunía en el mes de julio de cada año. Una de las primeras acciones consistió en la renovación de los lazos entre los académicos y especialistas, los cuales habían sido rotos por la Primera Guerra Mundial (pgm). En 1924, se abrió una nueva era en la vida de la Comisión y en el decursar de la cooperación intelectual: el compromiso por parte de los franceses para establecer en París un Instituto para la cooperación intelectual, el cual iba a ser financiado por las autoridades galas (Valderrama, 3 de septiembre de 1994).

La Sociedad de Naciones —a la cual Cuba pertenecía desde su fundación— no podía prescindir de este tipo de cooperación para la realización de sus objetivos pacifistas. Sobre este particular, uno de los promotores de este tipo de colaboración, el eminente profesor estadounidense Gilbert Murray (1927), en la década del veinte, manifestaría que el destino de la Sociedad de Naciones dependería de la formación de una conciencia universal, que podría nacer siempre que los intelectuales, pensadores y escritores de todos los países mantuvieran vínculos sistemáticos y propagasen por todo el planeta, las ideas que promovieran el aseguramiento de la paz entre los pueblos.

Para Murray (1927), los intelectuales del mundo deberían agrupar sus energías para impedir un conflicto o por lo menos menguar sus daños, siempre funestos en la conciencia de las naciones. Por eso —decía Murraydesde los espacios públicos se hace necesario realizar un llamamiento universal para generar un auténtico pacifismo, capaz de sembrar el pensamiento antibelicista.

La fundación del Instituto Internacional de Cooperación Intelectual constituyó un modelo para la concreción de las ideas de Murray. Este fue inaugurado el 16 de enero de 1926 siendo Ministro de Instrucción Pública de Francia, el Sr. Daladier. Con la creación del Instituto, la Comisión Internacional de Cooperación Intelectual pasó a constituirse en el Consejo de Administración del nuevo Centro cuyo primer Director fue el Sr. Julien Luchaire. El Instituto poseía un personal permanente y mantuvo relaciones sistemáticas con un Comité de Letras y Artes, así como otro Comité de carácter consultivo para la educación, patrocinado por la Sociedad de Naciones.

Es loable destacar que dentro del contexto de la cooperación intelectual en las décadas del veinte y del treinta, el Instituto llevó adelante un apreciable esfuerzo contra los obstáculos que impedían una real interrelación entre los actores del progreso social y cultural. Muchos intelectuales que integraron el Instituto, se esforzaron por mejorar la convivencia entre los pueblos y los gobiernos de diferentes orientaciones políticas.

Las actividades del Instituto se extendieron a los siguientes sectores: Educación, Ciencias Sociales, Ciencias Exactas y Naturales, Cine, Bibliotecas y Archivos, las Letras y las Artes, Derechos de Invención y Derechos de Autor. Resulta necesario esclarecer que las diversas actividades en el campo educativo se perfilaron durante tres etapas: la primera de 1926 a 1930, en la cual se evaluaron los medios indispensables, la recepción de información y el establecimiento de relaciones entre los intelectuales.

En cuanto a la realidad cubana, a partir de 1925 se creó la Comisión Nacional de Cooperación Intelectual. Desde su establecimiento, la presidió Antonio Sánchez de Bustamante y Sirvén, eminente jurista, profesor y Juez del Tribunal Permanente de Justicia Internacional de la Haya.

La segunda etapa abarcó los años comprendidos entre 1930 y 1936. En esta, el Instituto se encargó de estudiar las vías para luchar contra el desempleo de los intelectuales y se ocupó de coordinar las enseñanzas medias en diversos países. Por otra parte, un tercer momento se materializa a partir de 1936. Los responsables del Instituto se interesaron por la educación de adultos, el papel de la radio y cine en la enseñanza rural, la enseñanza cívica y, especialmente, la enseñanza de la paz. Aquí cabe señalar que en 1932, se presentó ante la Asamblea General de la Sociedad de Naciones, un protocolo destinado a facilitar la circulación de películas con carácter educativo1.

En otra dimensión, resulta necesario destacar que para la enseñanza universitaria se gestó un Centro de Documentación que sirvió para agrupar sistemáticamente las crónicas universitarias del Boletín del Instituto. Varias naciones establecieron Centros Nacionales de Documentación Pedagógica. Este paso permitió fundar una especie de memoria colectiva sobre la historia de las ideas educativas y culturales dentro de los Programas de Estudio de los diferentes niveles de enseñanza, sobre todo en los países latinoamericanos como México, Argentina, Chile, Brasil y Cuba. En México, se organizaron expedientes de la época en que José Vasconcelos promovía la educación popular y visitaba las regiones más pobres del país para impulsar la educación.

Estos Centros de Documentación contribuyeron a salvaguardar parte de los patrimonios documentales de los países en la esfera educativa. De esta forma, el pensamiento cultural se nutría de las más profundas raíces de la historia y sus tradiciones. Por consiguiente, se comenzaron a atesorar las tesis defendidas por diferentes maestros y pedagogos, que, desde disimiles especialidades, introducían métodos experimentales para hacer más creativa la formación humanista de sus pueblos.

En Cuba, específicamente, el Centro de Documentación estuvo liderado por el ilustre profesor, historiador e intelectual Ramiro Guerra, quien, durante el controvertido gobierno del General Gerardo Machado y Morales (1925-1933), realizó ingentes esfuerzos para compilar toda la documentación en materia de métodos de enseñanza. En ese escenario, a pesar de los métodos dictatoriales empleados por Machado para intentar perpetuarse en el poder, Guerra promovió la enseñanza de la educación apoyada en valores pacifistas e invitó a lo mejor de la intelectualidad cubana a resguardar sus memorias en el Centro, así como enseñar con convicción patriótica los más altos valores del nacionalismo cubano.

En la arena internacional, el número de centros de documentación pedagógica aumentó hasta cuarenta en 1938. Del mismo modo, el Instituto privilegió las publicaciones periódicas de Educación como: “el Boletín de Relaciones Universitarias (de 1924 a 1926); el Boletín del Instituto —a partir de 1928— los Cursos de Vacaciones en Europa (de 1928 a 1929); Estudiantes en el Extranjero (a partir de 1931) y Bibliografía Pedagógica Internacional, publicación anual a partir de 1935” (Valderrama, 3 de septiembre de 1994, p. 6).

El Instituto se encargó de gestar para el bien de la cooperación intelectual variados centros y comités cuyos tópicos privilegiados se concentraron en la organización de la educación universitaria, las condiciones para admitir a los estudiantes en ese tipo de enseñanza, la equivalencia de los títulos y diplomas. Como iniciativa, se incentivaron los intercambios universitarios, los cursos de vacaciones en el viejo continente y un sanatorio universal sobre todo para los enfermos de tuberculosis. Como se puede observar, a pesar del entorno generado en la década del treinta, cuando el peligro del ascenso del fascismo se cernía sobre todo en Europa la intelectualidad progresista del continente americano se atinó en moldear una respuesta congruente con los valores universales de la democracia y la cultura. Otros asuntos de interés se promovieron como fueron la movilidad de la prensa estudiantil dentro de esos comités y la cooperación entre las enseñanzas de grado medio (Valderrama, 3 de septiembre de 1994).

Entre los intelectuales latinoamericanos y cubanos que se insertaron en la dimensión de la cooperación intelectual dentro de una corriente pacifista y cívica del pensamiento político en la región, se encuentra entre otros: el mencionado ensayista y diplomático chileno Francisco Walker Linares y los cubanos Jorge Mañach, José María Chacón y Calvo, y Cosme de la Torriente y Peraza, este último, alma de una corriente mediadora y pacífica dentro de la intelectualidad cubana.

En las décadas del veinte y del treinta, los intelectuales latinoamericanos y cubanos acudieron a la defensa de los valores democráticos, liberales y antinjerencista de forma general. La defensa por la lucha de Augusto César Sandino en Nicaragua frente a la injerencia norteamericana, la lucha cívica y jurídica por el desmontaje de la Enmienda Platt, unió los esfuerzos de variados intelectuales cubanos. Cientos de escritores apoyaron los derechos de la República Española en su lucha contra el fascismo, la participación de cubanos y latinoamericanos en las Brigadas Internacionalistas y el establecimiento de vínculos diplomáticos con la Unión Soviética durante la administración constitucional de Fulgencio Batista entre 1940 y 1944. Esa es parte de la realidad, pero se soslayan importantes aportes de la intelectualidad cubana desde la perspectiva teórica e institucional en aquel contexto.

En este periodo, Jorge Mañach y José María Chacón y Calvo promoverían la cooperación entre los intelectuales del mundo en la esencia de la vida internacional, sobre todo en las naciones pequeñas. Hacia 1938, Mañach afirmaría que la cultura, el civismo y el diálogo deberían interponerse a las armas, a las respuestas violentas. Por consiguiente, el intelectual cubano no era partidario del armamentismo, del mundo rodeado de cañones y aviones como símbolos amenazantes a la cultura europea. El destacado intelectual y político cubano estaría consciente que el peligro de una nueva conflagración internacional amenazaría la paz de la humanidad. Como un fiel representante del humanismo liberal cubano, Mañach confiaba en la esencia humana, promotora de búsquedas de alternativas pacíficas.

Como parte del pensamiento de esta generación, Mañach confiaba en el civilismo y en la armonía de las clases sociales; al tomar en cuenta que en el contexto cubano a finales de la década del treinta, los postulados democráticos y liberales condicionaron la conformación de una mentalidad pacifista y el esfuerzo de la colectividad humana por impedir un nuevo conflicto mundial. En esta etapa, Cuba se insertaría en un proceso de apertura democrática, de movilización popular en la cual participarían casi todas las fuerzas políticas de la sociedad.

LA INTELECTUALIDAD CUBANA EN EL LIDERAZGO DE LA COOPERACIÓN INTELECTUAL DURANTE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

La ocupación nazi de Francia a partir de junio de 1940, impidió la continuidad en el funcionamiento del Instituto y la cooperación intelectual perdió su sede. A partir de 1941, la República de Cuba jugó un rol decisivo en el reconocimiento del lugar de la cultura, la ciencia y la educación en el mundo para promover la paz internacional. Cosme de la Torriente y Peraza sería uno de los promotores de esa noble causa desde la dimensión diplomática cubana. Torriente y Peraza era de por sí uno de los políticos y diplomáticos cubanos más controvertidos en su accionar. De ideología liberal reformista, “adoptó posiciones polémicas en momentos cruciales de la formación y evolución de la república, como el crack bancario de 1921, la revolución de 1933, cuando apoyó la mediación de Welles, en el dialogo cívico de los años cincuenta” (Sarmiento, 2016, p. 3).

Sin embargo, no permaneció de espalda a los intereses nacionales, ni se le puede conceptuar como un abierto pro-norteamericano. Su militancia en el Partido Conservador desde 1907, su participación activa en la solución al crack bancario de 1921, sus pasos en la mediación contra Machado en 1933, su pertenencia al Gobierno de Mendieta entre 1934-1935, su empuje en el Diálogo Cívico de los cincuenta, fueron credenciales para gestarle una desafección ideológica que no merece.

Aunque en Cuba, en los últimos años se asistió a un revivir de intelectuales de renombre como Mañach, Gastón Baquero, Orestes Ferrara, José María Chacón y Calvo, Cosme de la Torriente y Peraza, sobre todo a partir del siglo xxi, se siguen soslayando sus importantes aportes al proceso cultural nacional y regional. En el caso del intelectual De la Torriente y Peraza, Primer Embajador de Cuba en los Estados Unidos (1923-1925), sigue siendo poco menos que un desterrado de la política y la diplomacia cubana. La mayor parte de su bibliografía, la cual sobrepasa fácilmente más de 200 títulos, permanece olvidada en los fondos raros y en las hemerotecas, fuera del alcance del lector no especializado (Álvarez, 2017).

Se pasa asiduamente por alto, su nacionalismo liberal raigal y sistemático, su vocación martiana, cespediana y, su admiración por Calixto García, convertida en una de las pasiones de su vida intelectual. Su lucha contra la corrupción desde el mambisado, su bregar por el adecentamiento de la administración pública, su pensamiento democrático-liberal, profundamente antidictatorial, su extraordinaria labor a favor del reconocimiento de la personalidad internacional de la República, su cívica y franca oposición a la dictadura de Gerardo Machado, su lucha jurídica por el rescate de la soberanía de la isla de Pinos, su gestión para lograr que Cuba ocupara un lugar cimero en las relaciones internacionales.

Pero además, se esquiva sistemáticamente su profunda visión sobre la democracia y las libertades políticas individuales, concepciones arraigadas en el pensamiento cubano desde Félix Varela hasta la actualidad. Sin ser filósofo, De la Torriente y Peraza abarcó con amplitud desde su etapa formativa en la gesta del 95, la aplicación de los preceptos más claros sobre la democracia y la libertad como fuentes de sostenibilidad de la institucionalidad democrática.

El más elemental historicismo y la propia dialéctica obligan a evaluar un sistema de ideas a partir de su propio contexto, desde sus referencias teóricas, y no desde presupuestos ajenos a este. Así, hasta hace relativamente poco, era norma traer a colación a Cosme de la Torriente y Peraza solo al hablar de pensamiento reaccionario o de derecha o pro-imperialista, sin tener en cuenta que por ser un político tan complejo es poco susceptible de ser enmarcado en una tendencia determinada, cuando estas, en realidad, responden no solo a las figuras, sino a las coyunturas.

De la Torriente y Peraza construyó un sistema de ideas desde el pensamiento liberal que no puede ser tirado a la deriva. Sus elaboraciones doctrinales tienen como centro el nacionalismo y la defensa de la personalidad internacional de la República. Adentrarse en el estudio de sus presupuestos sobre la cooperación intelectual como alternativa para la resistencia a los conflictos bélicos, constituye un gran desafío, sobre todo si se trata de una etapa en la cual jugó un papel crucial en la formación y consolidación del Estado Republicano Cubano.

Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), diferentes actores sociales y políticos cubanos y latinoamericanos adoptaron posiciones pacifistas y, a través de diferentes modos de lucha cívica y material, contribuyeron a la causa de los aliados. En el caso cubano, de la Torriente y Peraza, Jorge Mañach Robato y José María Chacón y Calvo, se convirtieron en destacados prototipos de estas posiciones, al partir de concepciones políticas e intelectuales sobre la cooperación.

En cuanto a de la Torriente y Peraza, la cooperación internacional —en su opinión— se convirtió en la plataforma de relaciones internacionales armónicas. Esta se sustentó en que la guerra tenía una especificidad, no estaría centrada en hombres ni en armas, sino en el desarrollo de la economía, sobre todo en la producción azucarera para las naciones aliadas en 1917-1918. De la Torriente y Peraza sugirió la moderación de los precios entre los países amigos durante la PGM. Resaltó la confianza que tenía en la calidad del suelo cubano y en su industria nacional como base de otro de tipo de cooperación más hacia el lado cultural (De la Torriente y Peraza, 1917).

LA HABANA, CAPITAL DE LA COOPERACIÓN INTELECTUAL EN EL MARCO DE LA LUCHA ANTIFASCISTA

Del 15 al 22 de noviembre de 1941 se celebró en La Habana, la Segunda Conferencia de las Comisiones Nacionales de la Cooperación Intelectual. En aquellas circunstancias, la Comisión Cubana dirigida por Sánchez de Bustamante, escogió al destacado jurisconsulto cubano Cosme de la Torriente y Peraza como Presidente del Comité Organizador. Como parte de su visión diplomática, y teniendo en cuenta la situación internacional en aquellos momentos, De la Torriente y Peraza invitó a los países miembros de la Oficina de Cooperación Intelectual (más otros países que todavía no eran miembros) para crear un espacio democrático en La Habana, en el cual concurrieran representantes de todas las tendencias políticas.

La Primera Conferencia Internacional se había celebrado en Santiago de Chile en 1939 y se había acordado celebrar en Cuba la Segunda. Como la humanidad atravesaba por el difícil momento de la Segunda Guerra Mundial y París había sido ocupada por los nazis, Cuba entraba a jugar un rol esencial en las relaciones internacionales, en específico, la cooperación intelectual en las artes, las ciencias y la educación.

La designación de Cuba como sede de esta Conferencia fue esencial —y no casual—debido al momento democrático que atravesaba la isla con el primer gobierno constitucional después de los tormentosos años treinta. Incluso, en la integración de la Delegación Cubana al cónclave se manifestó esa situación. Sobre esto, Cosme de la Torriente y Peraza enfatizaría que la parte cubana designó en su Delegación un grupo de intelectuales de todas las tendencias y representativos de las artes y las letras. Unánimemente, los miembros de esta, le concedieron el privilegio de ser su Presidente, al tener presente que Sánchez de Bustamante no podía en esos momentos asumir tal labor.

Resulta imprescindible elucidar que la Delegación cubana incluyó a comunistas, entre los cuales se encontraban intelectuales de alto nivel como Juan Marinello, invitado personalmente por de la Torriente y Peraza. No se debe menospreciar la capacidad institucional de Cuba y sus intelectuales al organizar un evento internacional de tal magnitud en aquellas circunstancias históricas.

De todas las conferencias internacionales que La Habana había organizado durante su existencia como capital de la República de Cuba, incluyendo la Sexta Conferencia Panamericana en 1928; la Segunda Conferencia Internacional de Comisiones Nacionales de Cooperación Intelectual fue primordial debido a que se debían estudiar las soluciones a muchos problemas de la humanidad —en específico— en materia de cooperación intelectual. Además, el cónclave se realizaría en el marco de un conflicto bélico y pondría a prueba la capacidad de respuesta intelectual cubana sobre la base del pacifismo.

Este asunto de la jerarquía de la conferencia intelectual de La Habana fue manejado por Cosme de la Torriente y Peraza desde la dimensión de la huella que debía causar en las mentalidades progresistas. En sus palabras inaugurales ante los delegados de los demás continentes, el destacado intelectual y diplomático cubano declaró que:

La terrible guerra que hoy devasta no solo al continente europeo sino también al africano y al asiático, podrá en cualquier momento extenderse a Nuestra América, y para evitar que así suceda y con esa extensión corran grave peligro de ser también destruidos nuestro sistema democrático de gobierno y nuestro derecho de hombres libres, debemos estrechar nuestras filas, ya que si la América es invadida y los enemigos no son vencidos, podemos volver a la situación de inferioridad política que sufrimos en el continente durante el periodo colonial que siguió a la conquista (De la Torriente y Peraza, julio de 1943, p. 122).

En la cita intelectual de La Habana se encontraron mentalidades universales de gran vuelo teórico como William E. Du Bois, James Stowell, Hans Kelsen, Henry Focillón, Max Henríquez Ureña, Francisco Walker Linares, Tomas Mann, Miguel de Osorio y Almeida, Alfonso Reyes, Paul Rivet, Jules Romains, Hay-ward Kenistón y los cubanos Jorge Mañach, Juan Marinello, Medardo Vitier, Herminio Portell Vilá, Mariano Brull, Ramón Vasconcelos, José María Chacón y Calvo, María Zambrano, Carlos de la Torre, Francisco Ichaso y Cosme de la Torriente y Peraza.

En el cónclave de la capital cubana se dieron cita 19 países de América, excepto El Salvador y Paraguay. Asistió además un observador del Dominio de Canadá y 10 representantes de Europa. Se aprobaron unas ochenta proposiciones que resumieron las distintas formas de resoluciones, acuerdos, recomendaciones, declaraciones y votos.

No hubo tema que no se discutiera y tratara primeramente en algunas de las tres Comisiones principales, a las que se sometieron todos los proyectos presentados, más las Comisiones de Iniciativa y de Coordinación; y aunque diariamente en la prensa de La Habana se publicaron las discusiones y los acuerdos de la Conferencia, la socialización efectiva se efectuó cuando se imprimió toda su documentación en forma de folletos. Por ejemplo, Mariano Brull —poeta y diplomático cubano— favoreció la divulgación de las “nobles ideas que desde La Habana alumbraron al mundo sobre una forma pacífica de evitar los conflictos entre las naciones” (Brull, 1943, p. 11).

Los debates teóricos fueron intensos y reflejaron el escenario internacional que vivía la humanidad en medio de la Segunda Guerra Mundial. No dejaron de cuestionarse los principios que sustentaban la cooperación intelectual en aquellas difíciles circunstancias. Así, Henry Focillón argumentaba desde Cuba que:

La obra de Cooperación Intelectual presenta un doble carácter. Es estudio y es acción. Esos dos aspectos en las tristes horas que vive hoy la humanidad, en su manera de manifestarse están estrechamente unidos. La masa de documentos, de información, de ideas que suscita y de las cuales es depositaria, no tiene otra finalidad que servir para fines concretos y prácticos (Focillón, 1941, p. 3).

La preocupación del intelectual francés se movía desde la concepción idealista de paliar los efectos de la guerra hasta el límite mismo de la salvaguardia del patrimonio documental; ideas que para él no debían quedarse en palabras ni en simples panfletos, debido a que los pueblos afectados por el conflicto necesitaban la acción.

Otro ilustre pensador, un gran hombre de América Latina, el doctor Miguel Ozorio de Almeida, eminente médico de Brasil, que al asistir a la Conferencia y a la Plática de La Habana, apuntaría en su discurso los orígenes de la cooperación internacional interamericana como parte de la evolución de la cultura intelectual de los países americanos. Afirmaba Ozorio de Almeida que los rasgos esenciales de la cultura latinoamericana hasta la década del treinta del siglo xx, según su opinión, se centraban en el estado de aislamiento en que habían vivido los países de la región entre sí, cuestión que resultaba contradictoria con respecto a la comunicación en que casi todos los países latinoamericanos tenían con Europa. Asimismo, el intelectual brasileño era partidario de potenciar a las instituciones culturales para que se desenvolvieran lo más rápido posible de acuerdo a sus recursos locales (Ozorio de Almeida, 1941).

La idea del eminente pensador brasileño era facilitar la comprensión que debían tener los diferentes sectores sociales sobre la posición política de los intelectuales en condiciones adversas como la guerra mundial. De esta forma, la comunicación intelectual jugaría un rol activo para movilizar los mejores y más nobles espíritus de colaboración entre los pensadores progresistas del momento.

Otro de los grandes artífices de la cooperación intelectual en aquellas circunstancias, el insigne Secretario de la Comisión Nacional de Chile, el doctor Francisco Walker Linares, consideraba —al presidir con exclusiva brillantez, inteligencia y habilidad los trabajos de la Primera Comisión de la Segunda Conferencia— que entre las actividades de la Organización Internacional de Cooperación Intelectual, jugarían un papel multiplicador por su novedosa originalidad, los “entretiens” o “pláticas”, formas especiales de reuniones culturales que se realizaban desde la década del veinte en diversas ciudades, con el fin de poner en contacto a intelectuales de distintas naciones (Walker, abril de 1941).

El iniciador de estas acciones, el Presidente del Comité de las Letras y de las Artes de la Sociedad de las Naciones, el eminente poeta francés Paul Valéry, había designado la palabra francesa entretien, vocablo que no podría traducirse con exactitud por su equivalente castellano de conversaciones, sino tal vez por el de pláticas. Esto le daría un sentido democrático a la real participación de los intelectuales que en muchas partes del mundo buscaban vías de enfrentamiento y oposición a los patrocinadores de las guerras.

Por otra parte, Walker Linares consideraba estas reuniones como espacios de debates trascendentales que coadyuvarían a fomentar la variedad de ideas en el discurso teórico de la época, pero que al mismo tiempo servirían de base para fomentar los canales de los valores democráticos. El chileno divulgaría que los entretiens consistía en una reunión de dos o tres días de un pequeño grupo de escritores, artistas o pensadores de naciones diferentes, nombrados de antemano, con ideologías y orientaciones políticas divergentes. En la reu-nión se intercambiaba ideas sobre un tema señalado con cierta anticipación. El tópico escogido debía ser de actualidad universal, de modo que pudiera interesar a una persona culta de cualquier país (Walker, abril de 1941).

Eran enriquecedores debates y meditaciones en alta voz, en los que no se procuraba demostrar tesis alguna. No primaban los esquemas ni los dogmas ni los criterios impuestos. En muy pocas oportunidades sus participantes llegarían a conclusiones definidas. Asimismo, en los entretiens se aprobaban solamente recomendaciones, reflejos de anhelos sociales y culturales. La forma de disertar era libre, al promover la imaginación para lograr una humanidad más justa y equitativa. De esta forma, los intelectuales expresarían expectativas, quimeras, pero a la vez dudas, temores, desalientos y pesimismos, ante las realidades que emanaban de los conflictos bélicos.

Con este intercambio intelectual se creó un preciado espacio de ideas, de conceptos y de puntos de vista. En los entretiens se conoció la opinión de los más altos exponentes de la cultura contemporánea internacional con relación a cuestiones vitales para la humanidad. Un espacio como este será siempre útil, pues solo la cultura magnánima y autónoma de todo procedimiento preestablecido, es la única cultura sincera (Pita, 2012, p. 5). Los entretiens evocaron en pleno siglo xx, los tiempos en que en la Atenas clásica brotaba de las conversaciones entre Sócrates y Platón una maravillosa filosofía que iba a asombrar al mundo.

Las concepciones de Walker Linares y Paul Valery fueron fiel reflejo, lúcidamente expuesto, de uno de los productos más atractivos de la organización de cooperación intelectual y, en la cual, las más anchas perspectivas se abrieron a la meditación sobre los problemas contemporáneos de la cultura en medio de un conflicto mundial. Estos intelectuales evocarían la cultura universal como medio de resistencia a la irracional guerra imperialista que afectaba a la humanidad.

Pero volviendo a la ii Conferencia de las Comisiones Nacionales de la Cooperación Intelectual de La Habana (1942), Cosme de la Torriente y Peraza puso en el orden del día la cuestión de la necesidad de enfocarse en el deber de los intelectuales en aquellos momentos:

Ni un solo día, durante varios meses, dejamos de ocuparnos de preparar todo lo relacionado con la reunión, dándonos cuenta de que dada la situación que atravesaba el mundo por razón de la guerra europea, la América debía aprovechar cualquier oportunidad que se ofreciera para juntarse y declarar su estrecha unión, a fin de poder afrontar la terrible situación que se nos viene encima. Yo, personalmente, jamás dudé de que para fines de año nos veríamos en guerra con Alemania, con Italia y con el Japón, aunque para entonces, dado el estado de la contienda, no tenía nadie motivos para pensar que la primera de estas naciones declararía la guerra a Rusia, invadiéndola. Propios y extraños no pueden desconocer, que la Conferencia tuvo el gran éxito de que toda América trabajara unida en los graves asuntos que se trataron en la reunión, sin dejar por eso de ocuparse de cuantas cuestiones afectaban principalmente a la Cooperación Internacional (De la Torriente y Peraza, 1942, p. 5).

De la Torriente y Peraza señalaría el derrotero de la cooperación entre los intelectuales de cualquier país y de cualquier tendencia ideológica. Abogaría por la unidad de criterios desde la fase organizativa de la Conferencia, no unidad ideológica, sino unidad de principios éticos. La guerra se había expandido por toda Europa. En aquellas circunstancias ya hasta la antigua urss había sido invadida por los nazis y el peligro era mayor.

Un hecho trascendental dentro de esta ii Conferencia fue la realización de una Plática Internacional —entretien— organizada por los intelectuales cubanos. La misma se efectuó entre el 23 y 26 de noviembre en el Hotel Nacional de Cuba y llevó como tema central América frente a la crisis actual. Participaron intelectuales europeos, latinoamericanos y estadounidenses. Todos aprobaron una serie de principios que debían cumplimentar en medio de un contexto de guerra y la búsqueda de una solución pacífica a los conflictos internacionales.

Entre los intelectuales latinoamericanos que participaron se destacan: Germán Arciniegas (Colombia); Pablo Abril (Perú); Alfonso Reyes, Samuel Ramos y Antonio Castro Leal (México); Miguel Osorio de Almeida y Ribeiro de Couto (Brasil); Julián Nogueira (Uruguay); Max Henríquez Ureña (República Dominicana); James T. Shotwell y William Borrein (Estados Unidos); Mariano Brull, Cosme de la Torriente y Peraza, Jorge Mañach, Luis Rodríguez Embil, Juan Marinello, José María Chacón y Calvo, y Luis Baralt (Cuba); Francisco Walker Linares (Chile).

Asimismo, entre las personalidades europeas concurrentes figuraron los señores: Jules Romains, escritor francés, ex Presidente del pen Club Internacional; Henri Focillón, profesor del Colegio de Francia; Ilenri Laugier, profesor de fisiología de la Sorbonne; el Conde Sforza, ex Ministro de Relaciones Exteriores de Italia, antifascista; Antonio Borgese, crítico italiano refugiado en los Estados Unidos; Hans Kelsen, jurista alemán anti nazi.

La Plática fue presidida, con gran acierto, por el escritor mexicano Alfonso Reyes. En esta no se realizaron propiamente conversaciones, “sino que se pronunciaron excelentes discursos, se expusieron puntos de vista interesantes y se mostraron los horizontes angustiosos que cernían sobre la humanidad” (De la Torriente y Peraza, 1942, p. 13).

Se contendió el problema del intelectual frente a la política, repudiándose el enquistamiento y quietismo político; asimismo, se sostuvo que no significa hacer política defender la vida misma de la inteligencia, y se reprobó toda idea de neutralidad. Walker Linares (1942) sobre este aspecto destacó que frente a la guerra era necesario que los intelectuales trabajasen con todos los medios a su alcance para defender los valores amenazados por regímenes totalitarios, que suprimen lo humano en el hombre.

Fue unánime el repudio a la ideología totalitaria. Era imprescindible cristalizar la denuncia a la obra de conquista emprendida por las potencias del Eje fascista y sus cómplices. Por consiguiente, la declaratoria de solidaridad entre los países americanos frente al peligro universal era imprescindible. En La Habana, se llamó al abandono del espíritu de aislamiento y de neutralidad. Asimismo, se expresaría el reconocimiento a todas las naciones que se han sacrificado o que han luchado contra el nazismo por una victoria de la democracia.

La Plática manifestó simpatía por todos los pueblos que luchaban contra la agresión fascista y se solidarizó con los perseguidos políticos por razones de raza, religión y credo filosófico. Los intelectuales reunidos en la Plática de La Habana, a través de un Manifiesto condenaron esta agresión y declararon la solidaridad como respuesta frente a este peligro universal. Asimismo, demandaron el cese de toda tendencia aislacionista y de neutralidad, y expresaron su reconocimiento a todas las naciones que se habían sacrificado para detener la invasión del fascismo.

Asimismo, el Manifiesto declaraba la obligación de todos los intelectuales del mundo a defender la libertad de los pueblos, los derechos del hombre y del ciudadano y los principios de justicia. De esta forma, se proclamaría que América tiene el deber de velar por el patrimonio común de la cultura amenazada.

Para Walker Linares (1942), la Conferencia de La Habana marcó un hito en la unidad del pensamiento intelectual mundial en torno a la búsqueda de la paz y la felicidad, pues su propósito esencial se cumplió al fijar posiciones objetivas y medibles entre los intelectuales de América. Para el escritor sudamericano, ante la cultura amenazada por el fascismo se tomaron medidas necesarias que coadyuvarían a mantener la praxis de la Cooperación Intelectual Internacional. Era una respuesta firme ante la ocupación de París por los alemanes. De esta manera, los resultados de la Conferencia fueron satisfactorios y justificaron plenamente la convocación de que la intelectualidad de América Latina develó una respuesta unánime al repudiar los sistemas de violencia y defender la libre expresión del pensamiento.

Acudía una vez más el notable pensador chileno al contexto de la cultura amenazada por la barbarie fascista. No dejaron de resaltar la condena a cualquier tipo de violencia que genera una guerra y que a la vez pudiera extender la contienda; así como, la inseparable petición de la libertad de pensamiento como base de toda cultura política.

EL FONDO DE AYUDA CUBANO AMERICANO DE SOCORRO A LOS ALIADOS

En el complejo escenario de la Segunda Guerra Mundial, los intelectuales cubanos y latinoamericanos asumieron otras formas de contribuir a la salvación de la humanidad. La visión futurista de estos no se redujo a la Conferencia de La Habana. Otras vías fueron promovidas como la creación del Fondo de Ayuda cubano americano de socorro a los aliados, el cual fue fundado en mayo de 1940 por destacados activistas del pacifismo cubano y estadounidense, que tuvo como propósito “auxiliar a las víctimas del fascismo totalitario que apagaban las vidas de los pueblos europeos” (De la Torriente y Peraza, diciembre de 1943, p.2).

Otro de sus creadores, José María Chacón y Calvo (1943), expuso que la idea no germinó por un criterio espontáneo, ni constituyó tampoco un impulso caritativo del grupo de personas que lo crearon, sino que fue resultado del estudio realizado por personas informadas de las terribles necesidades que la guerra producía en las naciones que se enfrentaban al bloque nazi. Además, se examinó la situación que presentaban otros países invadidos o conquistados por el hitlerismo.

Este noble gesto realizado por los intelectuales cubanos reveló el inmenso humanismo que permeó sus intenciones, aun perteneciendo a sectores sociales acomodados en medio de la estructura política de la sociedad republicana. La ayuda a los aliados desde esta dimensión se convirtió en una respuesta meritoria y cívica frente al peligro fascista. El Fondo constituyó una expresión de esbeltez e integración ciudadana cubana en un momento de guerra imperialista-fascista contra los pueblos de Europa, pero a la vez reflejó el momento de efímera lucidez que vivía la democracia cubana en los tiempos republicanos.

El esfuerzo fue acometido por varios sectores y clases sociales e implicó a la Cruz Roja cubana. En su llamado a la ciudadanía cubana para su colaboración, de la Torriente y Peraza exhortaba “al pueblo de Cuba a colaborar con el mismo y así contribuir a salvar la humanidad de un infierno. Nuestra labor debe dirigirse a intentar obstaculizar, a través de esta cooperación los efectos mutilantes de esta guerra” (De la Torriente y Peraza, 1950, p.9). De esa forma, se hacía de conocimiento la entrada de Cuba en la guerra al lado de los Estados Unidos, cuestión que provocó una gran polémica nacional. Independiente al debate establecido, el destacado diplomático cubano llamó a la creación de un Banco de Sangre que se utilizaría en beneficio de los heridos graves que llegaban a Cuba por causa de la guerra.

El fondo de asistencia a los aliados generó polémicas por las opiniones francamente cordiales hacia los Estados Unidos que promovieron Cosme de la Torriente y Peraza, y Emeterio Santovenia, en compañía de Jorge Mañach y José María Chacón y Calvo. Ellos dieron muestras de apoyo incondicional a la causa estadounidense frente al fascismo. Esto lo hicieron coincidir con una amplia campaña nacional que propiciaría el cumplimiento de los acuerdos de la Conferencia de La Habana sobre Comisiones Nacionales de Cooperación Intelectual. En diferentes publicaciones y diarios de la época, se publicarían las ideas propuestas por estos intelectuales. Chacón y Calvo desde la Secretaría de Cultura y Educación manifestó que:

Después de cuatro años de guerra no se pueden escatimar esfuerzo en ordenar la cultura en función de la paz. Los escritores y artistas latinoamericanos y cubanos debemos poner a funcionar el espíritu de la plática celebrada hace casi dos años. No se trata de emborronar papeles ni de firmar declaraciones, se trata de actuar. Y ya que no pudimos o no quisimos evitar la guerra, por lo menos canten por la paz y escriban en contra de las bombas (Chacón y Calvo, 1943, p. 2).

Este constituía un oasis de armonía en medio de las tempestades violentas de la sinfonía fascista. Esta experiencia pacifista pobremente referenciada en los trabajos historiográficos cubanos actuales, debe servir de modelo para los problemas contemporáneos. Si se considera el pensamiento de la Torriente y Peraza —en la década del cuarenta del siglo xx— a pesar de sus controvertidos criterios en favor de la deuda de gratitud con los Estados Unidos, la cual era políticamente imposible en aquellas circunstancias, se encontraron postulados políticos que se centraron en sus ideales cívicos, los cuales eran capaces de conmover la conciencia colectiva cubana contraria a cualquier acto de barbarie.

Incluso, los pensadores e intelectuales contemporáneos con de la Torriente y Peraza han coincidido en preponderar su lugar en la búsqueda pacífica de soluciones a conflictos internos e internacionales en los cuales se ha visto involucrado el espíritu de la República de Cuba. José María Chacón y Calvo expondría desde la integridad de su pensar:

¿Necesitamos decir que fue Torriente el líder ejemplar de la ii Conferencia de Intelectuales en La Habana durante 1942? ¿Necesitamos decir que fue Don Cosme el Presidente virtuoso del Fondo Cubano Americano de Socorro a los aliados? Hasta el mismo Winston Churchill, de visita en la capital de la República por estos días, ese símbolo de la resistencia democrática y de la victoria final de la gran democracia, el estadista universal, ha testimoniado en mensajes a nuestro ilustre internacionalista la sincera estimación que su concurso al frente del Fondo de Socorro, merecía de los gobiernos aliados (Chacón y Calvo, 1946, 4).

Chacón y Calvo reconocía los aportes de la Torriente y Peraza a la búsqueda de soluciones pacifistas en medio de graves conflictos. Entendía la beligerancia cubana desde la perspectiva humanista liberal para entrar en diálogo sistemático con otras corrientes liberales democráticas que concibieron al hombre como eje de la cooperación internacional.

CONCLUSIONES

Se puede afirmar que la intelectualidad cubana y latinoamericana jugó un papel crucial en la elaboración de un discurso alternativo pacifista en contextos bélicos entre 1919 y 1945. Para ello, se elaboraron una serie de propuestas y planes de acciones desde la cooperación internacional intelectual que coadyuvaron a esclarecer otras formas de contribución a la paz.

Desde las propuestas de Cosme de la Torriente y Peraza en el Senado cubano en el contexto de la Primera Guerra Mundial hasta la celebración en La Habana de la Segunda Conferencia sobre Comisiones Nacionales de Cooperación Intelectual, las mentalidades de la región no escatimaron esfuerzo en promover los ideales democráticos de respeto y promoción a las concepciones antiguerreristas. Las soluciones ofrecidas desde francas posiciones demócratas contribuyeron a buscar la unidad en el pensamiento de los intelectuales más progresistas, no solo de América Latina, sino también de Europa. Todos inculcaron un futuro sin guerras, y a pesar de estas, ofrecieron lo mejor de sí para el auxilio a las víctimas y sus familiares, noble gesto de la intelectualidad que debe ser referenciado en nuestros días.

A pesar de un contexto político y militar desfavorable al desarrollo de las ideas pacifistas entre 1919 y 1945, se gestó un sentimiento de cooperación desde la cultura y las ideas. Los intelectuales latinoamericanos y cubanos abrieron un camino sobre el cual, en la actualidad, todavía se debe transitar por los peligros de la guerra que sobre la región se cierne. Acudir a este encuentro del pasado reciente se torna imprescindible. La cooperación intelectual que en su día enarbolaron Mañach, Walker, Chacón y Calvo, De la Torriente y Peraza, entre otros, debe servir de referencia a la respuesta que necesitan las fuerzas que abogan por el belicismo.

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Fecha de ingreso: 25/02/2019

Fecha de aprobación: 09/01/2020


1 En el Boletín Mensual del 28 de diciembre de 1932 (Volumen xii, nro. 10, p. 417) se afirma que se orientaron algunas ideas para ofrecer facilidades en las Aduanas con el objetivo de eximir de todos los derechos aduaneros y de todos los demás derechos accesorios aplicados a la importación, al tránsito o a la exportación de las películas con carácter educativo. Se tuvieron en cuenta las opiniones de expertos del Instituto Internacional del Cinematógrafo Educativo. Lamentablemente, esta noble idea no se sistematizó en las otras reuniones anuales. Esto se evidencia al consultar los demás Boletines correspondientes a los años subsiguientes. Por ejemplo, en los Boletines mensuales de 1934, 1937 y el Boletín Mensual, Volumen xix, nro. 1, del año 1939, se soslayó por completo el tema.