Rev. Ciencias Sociales 162: 131-148 / 2018 (IV)

ISSN: 0482-5276

ARTÍCULOS

Hacia una definición de las Grassroots Economies para la investigación histórica: familia, redes de ayuda mutua, mercado laboral, microcrédito y estrategias de supervivencia de las economías de base1

Toward a definition of grassroots economies for historical research: family, mutual help networks, labor market, microcredit and livelihood strategies

Ronny J. Viales Hurtado*
Carlos Daniel Izquierdo**

Resumen

En este artículo se propone una definición de las grassroots economies (economías de base) para aproximarse a las estrategias que permiten comprender cómo sobreviven las personas pobres en diferentes períodos históricos. Más allá de la participación en el mercado, estas estrategias (re)producen desigualdades. En ese contexto, las redes de ayuda mutua en donde el papel desempeñado por las mujeres ha sido clave, han sido vitales para lograr la sobrevivencia.

Palabras clave: economía * trabajo * familia * pobreza * crédito

Abstract

This essay postulates a definition of “grassroots economies” as an attempt to understand how poor survive in differente historical moments. Beyond their role in the market, these strategies reproduce inequalities in order to livelihood. Mutual helps networks and specifically women actions have playes an important historical role to keep home economies and livelihood strategies.

Keywords: economy * work * family * poverty * credit

Introducción

Cuando Marco van Leeuwen estudió la lógica de la caridad en la Europa preindustrial, dejó claro que no se puede comprender la historia social y económica, conceptualizadas en sentido amplio, sin el estudio de la ayuda/asistencia a los pobres (poor relief). El problema de la pobreza lo es tanto para los pobres como para los ricos. Para los pobres, indica van Leeuwen, el problema básico es ¿cómo sobrevivir? Para las élites, el problema de fondo está representado por “los pobres”. De esta relación surge una interdependencia mutua, que es asimétrica en términos sociales, económicos, políticos y culturales (van Leeuwen, 1994).

En el sentido anterior, con una perspectiva de historia “desde abajo”, E. P. Thompson (1963) había planteado la existencia de una “economía moral”, concepto que posteriormente precisó como una “economía moral de la multitud” o “economía moral de los pobres” (Thompson, 1971), que ya había refrendado la idea de la agency de los pobres (Aguirre, 2010).

En este trabajo, se propone una definición de grassroots economies para la investigación histórica, a partir de un intento conceptual por definir cómo sobreviven las personas pobres, en el contexto de los determinantes estructurales de diversos estilos de crecimiento económico y de (des)desarrollo, que pueda servir de punto de inicio para el estudio de las estrategias de supervivencia de las economías de base en diferentes periodos históricos.

De esta manera, se privilegia el análisis relacional de dos factores contextuales: los contextos socioeconómicos e institucionales y de las disparidades regionales, así como de los mecanismos que permiten funcionar las economías de base, así como, sus lógicas diferenciadas, en función de los factores contextuales: la familia y las disparidades de género; las redes de ayuda mutua; el mercado laboral, el consumo y las desigualdades de género; el ahorro y el micro-crédito en la informalidad, lo que permite historiar las estrategias de
supervivencia.

¿Qué son las grassroots economies?

La definición de la noción de grassroots economies debe tener un carácter interdisciplinario. En el contexto de la globalización contemporánea, Susana Narotzky, al estudiar la crisis europea, propone un “giro antropológico” para abordar la problemática de la sobrevivencia en las economías capitalistas, que da cuenta de las grassroots economies. Para ella, lo importante es “…observar cómo la gente común, en las economías capitalistas, se apropia de los recursos y los distribuye, en la práctica cotidiana”2 (Narotzky, 2012, p.633).

En términos históricos, lo interesante es reconstruir la lógica socioeconómica que permite comprender las formas de sobrevivir en un contexto de marcos ideológicos, normas, valores e institucionalidad (Narotzky, 2012) más allá del sistema económico dominante y otorgando relevancia a las prácticas sumergidas (en las que intervienen otras lógicas), es decir informales, que también han contribuido a transformar los movimientos macroeconómicos y las predicciones (a lo que se añade su carácter dinámico en el tiempo) (Narotzky, 2004). No se puede perder de vista los aspectos morales (López, 1992) que inciden sobre los procesos de solidaridad que se pueden generar “desde abajo”.

La comprensión de las grassroots economies debe darse a partir de la conjunción de una serie de elementos contextuales relacionados, puesto que una historia “desde abajo” no debe perder de vista la vinculación con los contextos estructurales, de relaciones sociales, de poder, de dominación cultural. Para aprehender la vinculación, existen algunos ámbitos, mediaciones, que implican la relación entre los elementos anteriores: el orden social, el orden público, el mercado laboral, las migraciones, el peligro del contagio de enfermedades y la moral pública, según ha propuesto van Leeuwen (1994) a los que se pueden sumar otros más.

IMAGEN 1

La estrategia del poor relief vista “desde arriba”

Fuente: Elaboración propia a partir de van Leeuwen (1994).

Aquí es fundamental indicar que la ayuda/asistencia a los pobres, por lo general, históricamente ha sido una estrategia complementaria de supervivencia para ellos, de nivelación social, aunque para las élites se haya constituido en una estrategia de control social y de mitigación del conflicto, en función de estilos particulares de cohesión social. En el sentido anterior, este mecanismo cumplía funciones diversas, visto “desde arriba” (ver imagen 1).

Es a partir de estos condicionantes que se genera una relación de interdependencia, asimétrica, porque los pobres, si aceptan la poor relief, renuncian a las estrategias de supervivencia informales para aceptar formas de control social y a la vez, genera una posibilidad relativamente estable de ingreso, que se podía combinar con otras estrategias de supervivencia (van Leeuwen, 1994).

Es importante visibilizar estas estrategias, más allá de la estigmatización de los pobres y de la pobreza que se convirtió en un mecanismo de exclusión social “desde arriba”, para tratar de profundizar en la dinámica de la supervivencia “desde abajo”. Para comprender esta relación entre las élites y los de abajo, es importante estudiar el contexto socioeconómico e institucional del periodo en que se analizan las grassroots economies.

El contexto socioeconómico e institucional

La interdependencia mutua (van Leeuwen, 1994) asimétrica entre ricos y pobres se hace visible en el contexto social en que se ubica. B. S. Rowntree (1899) planteó el concepto de “pobreza relativa” a partir de su estudio sobre la ciudad de Londres, por medio del cual se puede poner en relación entre el ingreso de subsistencia y las políticas sociales que garantizan un ingreso mínimo (Paugam y Schultheis, 2005, edic. orig. francés 1998) que, antes de la intervención estatal, fue proporcionado por la caridad, la beneficencia y por el apoyo de la Iglesia (Viales, 2005).

Por lo tanto, las grassroots economies van a ser relativas en relación con el contexto socioeconómico en el cual se ubiquen, de allí que están constituidas por una combinación de estrategias que tienen una trayectoria histórica o que constituyen innovaciones como respuesta a los cambios en el contexto. Así, como plantean van Bavel y Rijpma (2016), en el contexto de la Europa preindustrial, donde había niveles de ingreso bajos, una desigualdad alta y precios volátiles en el mercado de alimentos, con lo que se exponía a muchas personas a la miseria y la hambruna. Varios tipos de asistencia formal y de gasto social incidieron e inciden hasta el presente, en la mitigación de estos problemas, donde las diferencias entre países pueden ubicarse en las trayectorias de largo plazo de factores como las diferencias geográficas, la urbanización, la religión y las características socio-organizacionales (van Bavel y Rijpma, 2016). En el contexto latinoamericano actual, las grassroots economies deben interactuar/reaccionar ante los nuevos esquemas de reducción de la pobreza que han tratado de desplazar las políticas sociales universales por medio de la provisión de transferencias monetarias (Lavinas, 2013) bajo esquemas de focalización (Martínez, 2008; Blofield y Martínez, 2014), con excepción del interregno posneoliberal que ahora marca signos de involución.

En el largo plazo, se construyó una matriz de exclusión socia, siguiendo a Thorp y Bergés, donde se privilegia:

…el modo en que ha evolucionado la estructura productiva y, con ella, las oportunidades de empleo y otros modos de acceso al flujo de ingresos, con todo lo que ello significa en términos de realización y construcción del capital humano. Esta situación se instaló y echó raíces, sobre todo, a través de dos características: por una parte, la naturaleza del crecimiento del sector moderno ha producido un aumento gradual de la ‘informalidad’ en el mercado de trabajo como estrategia de supervivencia y, por la otra, la producción agropecuaria destinada al mercado local ha sido ignorada, lo que llevó también a una profunda marginación del sector rural, en particular, y de la población rural, en general (2009, p. 19).

En términos institucionales, la poor relief implica la construcción de sistemas formales e informales, que podrían constituirse en una red, donde el sistema puede concebirse como una organización compuesta por instituciones que cumplen funciones concretas, mientras que la red asistencial estaría compuesta por el vínculo entre las diferentes instituciones (Viales, 2007). Los sistemas ponen de manifiesto las relaciones entre la asistencia privada y la pública. El análisis de esta institucionalidad permite comprender, además, de acuerdo con Carasa:

…cómo proyectan sus miedos e intereses los grupos dirigentes que las moldean, cómo se configuran a base de sus propios esquemas económicos, refuerzan con ello sus programas políticos, en ellas proyectan sobre el resto de la sociedad sus representaciones mentales, sus sistemas de comportamiento, los nuevos hábitos de trabajo y previsión, diseñan moldes de sumisión y dependencia, estrategias de control, mensajes de religiosidad y sociabilidad… (1992, p. 83).

Esto, a su vez, se debe ubicar en el contexto de las disparidades espaciales.

Las disparidades espaciales

Según Pablo González Casanova (2006), desde la perspectiva marxista, la relación rural-urbano-rur-urbano, implica la construcción social de relaciones del tipo centro-periferia, cuya base está constituida por políticas desde arriba a partir del colonialismo interno y de polos de desarrollo que segmentan, incluyen y excluyen la dinámica regional.

Las ciudades, como polos de desarrollo, han sido un espacio de concentración de todas las dimensiones de la vida social, una especie de laboratorio social donde se puede observar las disparidades entre riqueza y pobreza, así como, los resultados de la ayuda/asistencia a los pobres. Además, es el espacio donde se puede estudiar las grassroots economies, sus características estructurales, sus estrategias, sus prácticas y sus subjetividades (Green, 1995).

En el caso de América Latina y de América Central en particular, se debe recordar que las ciudades se asimilarían a agritowns, con vínculos muy fuertes con lo rural, de allí que también el ámbito rural constituye un lente para aproximarse a la problemática de la pobreza, de la ayuda/asistencia para los pobres y de las grassroots economies. El ámbito de lo formal va a ubicarse en el marco de los proyectos centralizadores/estatales, mientras que el ámbito de lo informal ha tenido que ver con los espacios comunales, familiares y del hogar. Asimismo, la formalidad va a estar mayormente consolidada en las ciudades en relación con el mundo rural (Viales, 2007). Seguidamente, se estudiará la aproximación a los mecanismos que permiten comprender la lógica diferenciada de las grassroots economies.

La familia y las disparidades de género

En las economías de base, la familia se constituye en una unidad cultural y socioeconómica de toma de decisiones. Las unidades intradomésticas-familiares son dinámicas, es decir, históricas, por lo que no se puede plantear su estudio a partir de ideas preconcebidas sobre su papel como unidad de producción. De acuerdo con el planteamiento de Bina Agarwal (1999), estas se deben concebir en estrecha vinculación con el contexto socioeconómico e institucional en que se ubican y establecen relaciones, básicamente el mercado, la comunidad y el Estado. Además, es importante dar seguimiento a los procesos de negociación que se dan al interior de las familias que, en el espacio rural tanto como en el urbano, pueden hacer posible la resolución de necesidades de supervivencia/subsistencia por medio de diferentes mecanismos que implican disparidades de género (Viales, 2007).

Para Montserrat Carbonell (1994), por ejemplo, las redes de parentela fueron una de las formas primordiales para “compensar la fragilidad del ciclo económico familiar” (p.313-314), específicamente cuando las mujeres salían de la Casa de Misericordia en el último tercio del siglo xviii y eran reclamadas por algún pariente o regresaban con sus progenitores.

IMAGEN 2

El papel de las familias en las grassroots economies a partir de los planteamientos de Agarwal

Preferencias e intereses diversos y capacidades diferentes para la
realización de estos

Toma de decisiones
sobre

En las esferas de

Producción

Trabajo

Consumo

Actores diversos

Distribución de recursos

Inversión

Disparidades de género en relación con distribución de recursos y tareas domésticas

Fuente: Elaboración propia a partir de Agarwal (1999).

Según Schmink (1984), la unidad familiar constituye un grupo de personas coresidentes, que comparten la mayor parte de los aspectos relacionados con el consumo y que recurren a una serie de recursos comunes para asegurarse su reproducción material, lo que se complementa con la necesidad de estudiar los diferentes tipos de familia y el papel de las mujeres “solas”, es decir, jefas de hogar, en diferentes épocas.

Las poblaciones pobres no deben considerarse como pasivas, sino que históricamente han empleado diversas estrategias en cuanto a su rol productivo en la sociedad. Para Daniel Rodríguez (1981), “es ser el lugar donde se da la reproducción cotidiana y generacional de los agentes (personas)” (p. 241-242), aunque también han existido otras instancias o niveles organizativos de reproducción cotidiana y generacional.

El papel de la unidad familiar ha sido señalado como clave, si bien las estrategias de sobrevivencia de los hogares no son singulares, homogéneas ni meramente económicas. Más bien puede haber una confluencia y/o simultaneidad de varias de estas, tanto individuales como familiares, con respecto a quienes han residido dentro de una unidad familiar (Carbonell, 2002), en respuesta a problemas micro: la enfermedad, la orfandad, la viudez; o macro: el desempleo, el subempleo, los accidentes, las guerras o las catástrofes.

Cada uno de los actores que conviven, tiene sus propias necesidades e intereses, lo cual incide en las estrategias empleadas como, por ejemplo, el recurso al crédito de una institución, la migración, la movilidad dentro del mercado laboral y el otorgamiento de diversas formas de ayudas. Además, tales estrategias han sido de tipo social y profesional entre familiares, unidades domésticas e individuos, incluyendo el capital social y cultural, pero los actores sociales históricamente se han enfrentado a un alcance limitado para la toma de decisiones (Fontaine y Schlumbohm, 2000). No todos sus miembros han pretendido la sobrevivencia biológica ni necesariamente han tenido una conciencia y estrategias racionales con respecto a las alternativas, las cuales a su vez no han sido históricamente numerosas (Murphy, 1998).

Pero sí se pueden rastrear estrategias de sobrevivencia. Según Daniel Rodríguez (1981), estas se encuentran condicionadas socialmente por el estilo de desarrollo vigente y por la pertenencia de clase de la familia o de los individuos que la componen. Sin embargo, puede haber otras instancias que condicionen estas estrategias, como la comunidad, decisiva en algunos casos (como en algunas zonas indígenas) para determinar los comportamientos de las familias y sus miembros. En coincidencia, Fontaine y Schlumbohm (2000) señalan que los tabúes culturales y políticos han incidido en las decisiones individuales, a la vez que no todos los miembros de las unidades familiares han tenido las mismas capacidades de iniciar todo tipo de actividades. A esto puede añadirse, la forma en que ha incidido el contexto que rodea a los actores, sin que se pretenda invisibilizar su papel como individuos.

Por ejemplo, Mariñez (1998) asevera que las estrategias de sobrevivencia empleadas en las colonias Malvinas y Santa Lucía, en Nuevo León, México, reprodujeron socialmente la pobreza de las familias, en vez de disminuirla, ya que la mayor parte de las mujeres no se involucraron en “hacer actividades económicas tendiente (sic) a resolver su situación de pobreza, impulsando así, junto con su marido, a los hijos a trabajar fuera del hogar” (p.117) e impidiendo que se potencien “recursos no convencionales con el fin, por una parte, de salir del estado de carencia económica y, por otra, de plantearse estrategias que permitan garantizar los derechos sociales establecidos en la Constitución Nacional” (p. 117).

Con probabilidad, dependiendo de la estrategia involucrada, podía haber más de una respuesta, si bien una problemática ha sido determinar cuándo los actores han estado concientes de las estrategias que están llevando a cabo. Natalie Zemon Davis (1977) enfatizó que la persecución de estas estrategias familiares no era algo natural ni inevitable (y, por lo tanto, universal).

En términos de las disparidades de género al interior de las familias, es importante indicar que estas tuvieron que desarrollar un aprendizaje a lo largo de varias generaciones, para afianzar la práctica de la sobrevivencia, al igual que una alta capacidad adaptativa de los hogares y de las economías individuales y familiares, máxime cuando en algunos sectores sociales ha existido difusa frontera entre la pobreza estructural y la coyuntural.

Los pobres estructurales han sido quienes se localizan en fases específicas del ciclo de empobrecimiento. Además, alguna situación imprevista (como la muerte repentina de un integrante de una familia pobre coyuntural) podía conducir a que estos pobres se convirtieran en estructurales (Carbonell, 1990 y 2002).

En este aprendizaje, el papel de las mujeres ha sido clave en varios sentidos: en la obtención de ingresos económicos, en las labores domésticas, en el cuidado de niños y personas mayores, así como en las redes de apoyo familiar y no familiar. Uno de los papeles más frecuentes ha sido la ayuda familiar, mediante la utilización social del parentesco, lo cual ha posibilitado la reproducción social y biológica de las familias (Vasconcelos, 2002).

En coincidencia con lo anterior, Carbonell (1994) ha indicado que las mujeres han jugado un papel clave en el mantenimiento de las redes de parentela, mientras que Raúl Eduardo López (1998) planteó que los lazos familiares —por encima de la amistad o la vecindad— han sido más frecuentes en las redes, si bien entre las mujeres también ha sido fundamental la afectividad, dada la necesidad de encontrar apoyo y comprensión. Más allá de las redes de parentela, se conforman redes de ayuda mutua, cuya función se analiza en el siguiente apartado.

Las redes de ayuda mutuA

Valdés y Acuña (1981) apuntan que se puede hablar de “estrategias de sobrevivencia” (p.236) como fenómeno social cuando un sector de la sociedad puede ver seriamente amenazada su reproducción material y biológica. Ante el deterioro o el empeoramiento de las condiciones de vida, se ponen en práctica, por parte del grupo familiar, una serie de conductas con el objetivo de “resistir”; no obstante, estas estrategias no necesariamente resultan exitosas. Larissa Lomnitz (1981) señala que estas redes trascienden el contexto familiar, siendo así inter e intrafamiliares y vecinales, pudiendo ser conductas intergrupales o movimientos sociales debido a su carácter espontáneo.

También es menester considerar el papel de las instituciones y los roles sociales, así como de las construcciones culturales, donde han existido procesos de inequidades, cooperación y conflictos, así como de una distribución inequitativa del poder, especialmente en términos de clase, etnia y género (Fontaine y Schlumbohm, 2000).

Como ha indicado Montserrat Carbonell (2002), el interés, la solidaridad y la reciprocidad no eran antagónicos, especialmente en lo relacionado con la incorporación de uno o varios parientes más o menos lejanos al hogar, es decir en condición de coresidencia, en contextos de movilidad residencial y dinamismo de los hogares. Como mecanismo de sobrevivencia, la coresidencia hacía que cumplieran funciones diversas en los hogares complejos. La coresidencia puede funcionar para tener un mayor nivel de autonomía con respecto a las instituciones financieras o de microcrédito; sobrellevar los gastos de alquiler o facilitar la inserción de un pariente al tejido urbano a través de un techo y de una red.

De esta forma, los hogares múltiples o plurinucleares fueron una importante alianza temporal, sin que por ello dejaran de practicarse una diversidad de estrategias individuales de forma paralela a las empleadas por quienes vivían bajo un mismo techo.

Asimismo, las mujeres tradicionalmente se han encargado de cubrir necesidades familiares y las deficiencias del sistema asistencial, con su papel activo en las redes informales de parentela, vecindad, compañerismo y amistad, o sea, participan de una importante tendencia hacia los ingresos no monetarios (López, 1998). Esto fue la base del surgimiento del familiarismo en España y en los países de Europa del Sur (Carbonell, Gálvez y Rodríguez, 2014) y en América Latina (incluido por los autores de este artículo).

Narotzky (2004) especifica que algunas madres han sido hábiles en la creación y la extensión de “una red de madres conocidas” (parientes, vecinas o amigas), la cual ha posibilitado el acceso a los servicios infantiles de información, guardería, ropa y dispositivos. Añade que las mujeres fueron quienes se encargaron directamente del control y la distribución de estos recursos, lo cual ha incluido la obtención de alimentos (crudos y cocinados) a través de sus parientes, demostrándose una vez más el papel central femenino en las redes. Como lo planteó López (1998) para el caso de Monterrey, también ha sido importante la afectividad en este tipo de redes.

Según Vasconcelos (2002), en su estudio sobre las redes de apoyo en Portugal, hay una verticalidad intergeneracional directa, la cual involucra a los padres y luego a los suegros. Estas ayudas pueden ser de tipo financiero, material, doméstico, de servicios, moral, y en el cuidado y la crianza. Son variables en cuanto a su frecuencia y al tipo de acciones: por ejemplo, algunas pueden ser de gran volumen, pero en una única ocasión (una festividad) y otras pueden ser cotidianas; donde participan una diversidad de actores conectados de múltiples formas, involucrando parientes de diversos grados, amigos, compañeros de trabajo, entre otros, pero la mayor parte de las veces la mujer, individualmente, es la responsable del apoyo, aunque también lo han hecho con su pareja. Según Narotzky (2004), esta ayuda recíproca “aparentemente no conlleva ningún valor de cambio pero está intensamente cargada de un intangible valor moral” (p.207), mientras que en las relaciones masculinas ha predominado la participación en los mercados laborales.

Pese al importante protagonismo femenino en las redes de ayuda, también un considerable volumen de familias ha carecido de redes de apoyo por diversos motivos, es decir, no han sido algo generalizado en todas las sociedades (Vasconcelos, 2002). Las expectativas en torno a la obtención de algún beneficio a través de estas redes se relacionan con múltiples factores, como “la cercanía emocional, la capacidad financiera, las aptitudes especiales y la proximidad espacial” (Narotzky, 2004, p.197), por lo que están en gran medida basadas en la confianza, la reciprocidad, la tradición, las transferencias y la desigualdad de manera informal. O sea, las relaciones de poder se han reproducido a nivel cotidiano, familiar, vecinal, local e informal.

Mariñez (1998) indica que la ausencia de redes de ayuda mutua también ha abarcado a los vecinos y amigos, en aspectos como el cuidado de los hijos, la construcción de la vivienda, préstamos, obtención de empleo y la provisión de la despensa, para el caso de las colonias Malvinas y Santa Lucía (Monterrey). Nuevamente, se corrobora que la principal vía de obtención de ayuda es la familia cercana, si bien no siempre ha sido generalizada, de allí:

(…) que las familias pobres de estas colonias aun no alcanzan un nivel de autodependencia que le permita potenciar recursos no convencionales con el fin, por una parte, de salir del estado de carencia económica y, por otra, de plantearse estrategias que permitan garantizar los derechos sociales establecidos en la Constitución Nacional. El hecho de que no hayan (sic) lazos fortalecidos de solidaridad, expresados en redes de ayuda mutua tanto a nivel de vecinos como de amigos, es un indicador que demuestra esta afirmación; segundo, no obstante el nivel de pobreza de estas comunidades, ellas poseen una dinámica familiar que no les permite desarrollar una estrategia de supervivencia, dado a la vinculación con la tradición nuclear de la familia (el hombre busca pan y la mujer proveedora de afecto) (Mariñez, 1998, p.117).

Más allá de la familia, la inserción laboral, las posibilidades de consumo y las disparidades de consumo que se presentan en la relación de esta tríada, permiten aproximarse a la dinámica de las economías de base.

El mercado laboral, el consumo y las disparidades de género

En las economías de base, el mercado laboral fue y es la principal fuente de ingresos para las unidades domésticas, por lo que otros ingresos han sido considerados como complementarios, ya sea porque su recurso es esporádico o coyuntural, como la interiorización de la ética del trabajo; porque el objetivo de la mayor parte de los programas y las políticas de bienestar se han enfocado tradicionalmente en su carácter complementario, de allí que las personas de forma individual y familiar, han sido las responsables de su propia situación.

Los Welfare Checks y Food Stamps tenían este propósito, siendo insuficientes para cubrir las necesidades de alimentación y renta, máxime durante una época de recorte de los gastos sociales. Paradójicamente, este ingreso, a su vez, puede obligar a sus beneficiarios a buscar trabajos en la economía informal ya que, si reportaban ingresos adicionales, hubieran tenido una disminución en sus subsidios, pero si hubieran intentado vivir únicamente con estos, hubieran terminado haciéndolo en las calles (Edin, Lein y Weinberg, 1998).

Por esto, algunas actividades femeninas pueden verse afectadas o poco incentivadas ante la disminución de los ingresos de la población cercana y han sido empleadas como soluciones o respuestas coyunturales ante la inestabilidad o la disminución de los ingresos, la escasez de ahorros y la ausencia de más miembros de la familia incorporados al mercado laboral (Chant, 1994).

Una interconexión puede darse entre, por un lado, los subsidios recibidos como ayudas y por otro, el tipo de inserción al mercado laboral. Los empleados temporales, debido a la necesidad de encargarse de cuidar a los miembros de sus familias, mostraron su satisfacción con respecto a sus trabajos, de allí el carácter transitorio de la dependencia hacia los subsidios sociales, así como el recurso a una amplia variedad de estrategias adicionales (Edin, Lein y Weinberg, 1998).

Por ejemplo, en la Barcelona del siglo xix, según Borderías (2004), la familia de la mujer (ascendente, descendente y parientes colaterales femeninos) y las redes de apoyo que aquella tenía, fueron cruciales para que las mujeres permanecieran en el mercado laboral formal, pese a que había niños que trabajaban para contribuir con los ingresos familiares. Es decir, el predominio de la familia extendida coadyuvó en la continuidad femenina en el mercado laboral en la colonia industrial de Sedó.

La incorporación de los hijos al mercado laboral también constituyó una estrategia para hacerle frente a la pobreza. Louise Tilly (1979) señaló que para las familias de Avesnes, los niños podían ser una solución a la pobreza, como ganadores de ingresos, siendo los ingresos producto de su trabajo, la vía más certera en algunos momentos del ciclo de vida familiar (en detrimento de su alfabetización). Sin embargo, debían pasar muchos años para que los niños pudieran engrosar las filas de trabajadores, y estos años podían ser sumamente difíciles para la economía familiar.

Esto facilitaba la entrada femenina en el mercado laboral, por un lado, a través de un salario, por otro lado, al asegurarse que los niños iban a recibir un entrenamiento y podían ser más proclives al ascenso social (Borderías y López, 2003). La adaptabilidad era primordial en caso de que no fuera posible incorporar a más miembros de la familia al mercado laboral y/o que los gastos familiares crecieran.

Por ejemplo, con la compulsión a la educación en Barcelona a principios del siglo xix, los gastos se incrementaron, a la vez que dejó de ser viable el envío de los descendientes a trabajar en sustitución de la mano de obra femenina. Como resultado, la coresidencia se volvió común para incrementar los ingresos de las parejas jóvenes, incrementándose la cantidad de hogares con familias extendidas (Borderías, 2004). Ahora bien, esta estrategia de incrementar la cantidad de habitantes en la unidad familiar también podía incluir a parientes no nucleares o a personas con quienes no tuvieran algún vínculo sanguíneo (Torrado, 1981).

El trabajo (asalariado y no asalariado) femenino ha estado subregistrado, desvalorizado y tradicionalmente ha sido poco reconocido, en algunos casos debido a que no siempre ha sido regular, por su informalidad y por su eventualidad (Ribeiro, 1998). Por ejemplo, a principios del siglo xx, muchas mujeres trabajaban en su hogar (principalmente como costureras) en Barcelona, pero estadísticamente estaban invisibilizadas y se ha considerado poco su impacto en sus dimensiones económica y demográfica en relación con el ciclo de vida familiar (Borderías y López, 2003).

El trabajo asalariado femenino más que complementario, ha sido indispensable en las estrategias salariales familiares y según Carbonell (1990) (con base en un balance sobre algunos estudios sobre las mujeres) ha tenido un papel clave en la economía familiar. Para la Barcelona de la segunda mitad del siglo xviii señala:

... en el sentido de que el trabajo de las mujeres era, en muchos casos, el más versátil, el que se adaptaba mejor a las economías de la improvisación, a la que recurría frecuentemente buena parte de la población. Era esta versatilidad lo que confería al trabajo de las mujeres un carácter determinante, en el momento de reorientar las estrategias de supervivencia de la economía familiar. Hilar, vender, ayudar en algún taller, el didage o el servicio doméstico podían ser utilizados indistintamente en diversos momentos por una misma mujer (p.126-127).

Borderías y López (2003) afirman que las estrategias más efectivas para asegurarse la sobrevivencia y la reproducción de los miembros de las unidades domésticas en Barcelona del siglo xix, no siempre se relacionaron con las actividades realizadas por un trabajador calificado y cabeza de familia. Para disminuir la vulnerabilidad ante una crisis o ante los vaivenes de los ciclos familiares, fue más efectivo contar con los ingresos de la esposa trabajadora (pese a ser bajos, al igual que la variedad de trabajos), así como tener descendientes jóvenes que se incorporaran laboralmente desde edades tempranas. En esto último, las mujeres fueron cruciales en que sus hijos recibieran un entrenamiento para sus trabajos.

Estos mecanismos de sobrevivencia pretendieron, por un lado, incrementar los ingresos de las unidades domésticas, pero también, el no tener que depender permanentemente de las instituciones de caridad y asistenciales, cuyas ayudas de por sí no eran suficientes para hacerle frente a la pobreza, como lo han señalado varias investigaciones históricas sobre la Edad Moderna (Fontaine y Schlumbohm, 2000).

Ha sido común el énfasis en los hogares (por encima de los individuos), como la unidad de análisis de los estudios de la desigualdad debido a que ahí ocurre gran parte del consumo y por el privilegio de la información estadística. Borderías, Pérez-Fuentes y Sarasúa (2014) indican que tradicionalmente en la familia se crean y reproducen simultáneamente las desigualdades económicas entre hombres y mujeres. Los estudios respectivos han cuestionado que la explotación se da más allá del mercado, por lo que dentro de las familias también han existido procesos de desigualdad, contraponiendo, por un lado, las familias (bajo la suposición de que en ellas han prevalecido el afecto y el altruismo), y por otro, el mercado (donde han predominado la utilidad y el interés individual).

Al respecto, Borderías, Pérez-Fuentes y Sarasúa (2014), señalan, con base en Christine Delphy (1982):

Vivir bajo el mismo techo no significa para los distintos miembros de la familia disfrutar del mismo nivel de vida, como tampoco los sirvientes comparten el mismo bienestar y los mismos niveles de consumo con la familia que los emplea. El hecho de que las familias sean unidades de consumo (gran parte del consumo de bienes y servicios tiene lugar dentro de la familia) no significa que sean unidades igualitarias de consumo. La corresidencia ni significa ni garantiza el acceso igualitario a los recursos familiares (p.107).

Estas autoras se refieren específicamente al acceso y al consumo desigual de los alimentos por parte de los hombres y las mujeres, en sus dimensiones materiales (cantidad, calidad y diversidad) y simbólicas (cuándo, dónde y cómo son ingeridos). Una de las principales premisas ha sido que, en comparación con las mujeres y con los niños, los hombres requerían de más alimentos y que estos debían ser superiores en cuanto a calidad, precio y contenido calórico, con el argumento de que eran los que más trabajaban, sus labores eran más duras y realizaban un mayor consumo energético (Borderías, Pérez-Fuentes y Sarasúa, 2014).

Según Narotzky (2004), las evidencias han apuntado a “(…) que el empleo es la principal herramienta de poder de los hombres en la familia respecto al acceso diferencial a la comida” (p.194). Asimismo, según esta autora, en las familias de madres solas, así como se ha dado un mayor consumo de bienes y servicios que no son de primera necesidad, también se han privilegiado los gustos de los hijos en la alimentación.

En cuanto al control y gestión de los alimentos, en relación con su distribución diferencial entre los miembros de hogar (Narotzky, 2004) diversos estudios han demostrado la importancia de considerar quién produce o adquiere los alimentos básicos y quién los cocina y distribuye. Los procesos de consumo terminal o hábitos de comida se han relacionado con los factores que inciden en las cantidades de alimentos consumidas. Los criterios culturales sobre la percepción de las necesidades nutricionales atribuidas a los diversos miembros del hogar, han considerado los gastos energéticos en el trabajo, en el período de embarazo y lactancia, la edad de crecimiento, la jubilación, “así como en la percepción de las estrategias de inversión humana para la continuidad del hogar a largo plazo” (Narotzky, 2004, p.190).

En el consumo diferenciado fuera del ámbito familiar se ponen de manifiesto patrones de desigualdad de género, puesto que algunos hombres se reservaban parte del ingreso de la familia para su consumo individual, inclusive en las familias más pobres. De este modo, el consumo masculino era aún mayor, principalmente en alimentos y bebidas alcohólicas, es decir, en aspectos relacionados con su propio placer y con la sociabilidad, contrario a lo sucedido con la mayor parte de las mujeres. Durante el siglo xix, ellas utilizaban ropas y calzado de menor calidad y precio, los discursos morales hegemónicos relacionaban la menor cantidad de gastos de las mujeres para sí mismas, con su prestigio moral y el ideal de esposa obrera sacrificada y de renuncia a sus necesidades propias en favor de las de su marido e hijos (Borderías, Pérez-Fuentes y Sarasúa, 2014).

La consecuencia de ello fue que “la lucha contra el alcoholismo se convirtió en un campo de intervención y domesticación de las clases trabajadoras” (Borderías, Pérez-Fuentes y Sarasúa, 2014). Desde el punto de vista de la mayor parte de los reformadores sociales, se dio por la irracionalidad de los sectores populares, lo cual conducía hacia un agravamiento de las condiciones de vida (cuando no hacia la pobreza), debido a la menor disponibilidad recursos para satisfacer las necesidades básicas.

Los recursos necesarios para el consumo familiar pueden ser en dinero (proveniente del empleo en el mercado laboral, transferido por instituciones sociales, obtenido a crédito, a través de la beneficencia, el empeño, el préstamo o el crédito) y en especie (no monetarios), incluyendo bienes (muebles, artefactos, vestido y alimentos), servicios (limpieza, cocina, planchado, costura, reparación y mantenimiento) e información. Más específicamente, los obtenidos a través del parentesco, las amistades y los vecinos, se centran en lo referente a vivienda, alimentación, cuidado de niños y personas mayores, vestuario y mantenimiento, y reparación del hogar (López, 1998; Narotzky, 2004).

Además del envío de miembros adicionales al mercado laboral y de la reducción del presupuesto para los gastos, la migración de uno o varios miembros de la unidad doméstica fue una de las medidas para hacerle frente al deterioro económico. Esto posibitó el envío de remesas a la familia en el país de origen, siendo para Itzigsohn (1995), una de las principales vías de las economías domésticas para la subsistencia o bien, para mejorar la situación socioeconómica.

El envío de los jefes de familia (hombres) u otros parientes, para la inserción en el mercado laboral en otros países, constituyó una estrategia efectiva en la medida que enviaran dinero a sus familias (Murphy, 1998). Nuevamente, las mujeres fueron importantes en la asistencia mutua al momento de migrar solas a las ciudades o de trabajar fuera del hogar, habiendo niños dependientes. Esto incluyó asistencia en las rutas migratorias y en el proceso de establecerse en las ciudades, así como el compartir las tareas domésticas (Carbonell, 2002).

Las remesas tienen otras consecuencias, tanto socioeconómicas como personales. Itzigsohn (1995) señala que quienes se encontraban en la mejor situación entre los pobres eran aquellos que recibían remesas e inclusive en algunos países esto posibilitó que fueran utilizadas con fines de acumulación. Asimismo, en algunos casos, la llegada de remesas permitió eludir trabajos no deseados a quienes encabezaban las familias e insertarse en el mercado laboral informal (con una disminución del desempleo), en lugar de asumir trabajos escasamente remunerados en el sector público o relacionados con el ensamblaje para la exportación. Los motivos fueron la independencia y los horarios más flexibles, pese a la mayor inestabilidad.

Pero es válido cuestionarse si el ahorro y el crédito existían como potenciadores del consumo en las economías de base.

El ahorro y el microcrédito en la informalidad

Las unidades domésticas, al igual que los mercados laborales, han estado en constante evolución y su naturaleza ha determinado las oportunidades de generar ingresos potenciales en las unidades domésticas que, a la vez, han tenido características demográficas distintas. Schmink (1984) señala que en las unidades domésticas con niños pequeños ha habido mayores presiones debido a que las generaciones más jóvenes aún no podían contribuir con los ingresos de la unidad familiar y, a su vez, parte del tiempo laboral femenino debía ser empleado en el cuido de los miembros dependientes.

Los salarios e ingresos tradicionalmente han sido insuficientes para la satisfacción de las necesidades de consumo de la unidad doméstica en el largo plazo. Por ello, las familias (y los individuos) se han visto obligados a emplear otras estrategias para la obtención de ingresos suplementarios. Según Schmink (1984), los hombres adultos, con base en Nancy Birdsall y William Paul McGreevey (1983), se han especializado en la generación de ingresos monetarios, mientras que las mujeres han recurrido a múltiples estrategias domésticas, como las labores (domésticas) no remuneradas, la generación de ingresos, la negociación del acceso a servicios colectivos y el establecimiento de redes extra-domésticas y relaciones patrón-cliente.

No obstante, Fontaine y Schlumbohm (2000) señalan que la historiografía sobre la pobreza ha indicado que quienes se encontraban en los márgenes de la subsistencia no tenían una sola ocupación, sino múltiples y que transitaban de una a otra por varios motivos, como el patrón de las estaciones, los períodos de bonanza y desdicha, y los ciclos de la vida. Esto significó la participación simultánea en actividades de mercado y la producción de subsistencia, trabajo fuera del hogar, comercio, crédito y servicios. La flexibilidad de los miembros de las unidades domésticas era crucial, algo denominado por Richard Wall (1986) como “adaptative family economy”, según Fontaine y Schlumbohm.

La práctica del ahorro, a partir de la diferencia entre los ingresos y los gastos, no significa necesariamente una acumulación de capital en aras de la obtención de intereses bancarios o de la inversión en determinados bienes y servicios. Por ejemplo, como indica López (1998), en una serie de encuestas realizadas a 970 hogares en las colonias Malvinas y Santa Lucía en 1995-1996, muchas amas de casa manifestaron ahorrar dinero, pero esta práctica era con el fin de emplearlo cuando no hubiera ingresos. Por ello, más que ahorrarlo, lo guardaban con fines de la subsistencia familiar, lo cual denota la inestabilidad de los ingresos y la incertidumbre ocasionada por ello. En dichas comunidades también existía una especie de ahorro común, denominado “tanda”, donde sus participantes contribuían mediante dinero a un fondo común.

La base de este sistema informal (no había un contrato formal que obligara a cumplir) era la confianza entre quienes participaban, ya sea parientes o amigos. La importancia de las tandas radicaba en el reforzamiento de la confianza entre sus integrantes, así como, la cooperación económica, si bien en ninguna de dichas comunidades la participación superó el 30% de las unidades domésticas. También tenían como objetivo el cumplimiento de algún gasto imprevisto o fuerte (como el mejoramiento o la ampliación de la vivienda), aunque esto no significó una reducción de la dependencia hacia los ingresos monetarios generados por el empleo formal e informal. Además, debe considerarse el gasto en bienes que no son de primera necesidad, pero cuyo uso podía ser reinterpretado según las necesidades familiares e individuales (Edin, Lein y Weinberg, 1998).

Por otra parte, Carbonell (2002) deja claro que acudir al crédito podía ser un recurso individual de alguno de los integrantes de la familia para la sobrevivencia. La práctica de empeñar bienes o prendas para solventar problemas financieros ha sido importante para las economías de base. Lo común era que se devolviera el préstamo y se recuperara la prenda como una forma de garantía y de previsión. Esto hizo posible el endeudamiento consecutivo, por lo que el tiempo y la precisión en el cumplimiento del plazo eran fundamentales en un contexto de ingresos individuales y familiares discontinuos y se disponía de pocos bienes, algunos de los cuales eran heredados.

Aunque era trascendental la precisión para evitar la pérdida de la prenda, muchas veces esto no era posible, ocasionando también pérdidas materiales y el empobrecimiento. En pocos casos el recurso al crédito operó como una vía para deshacerse de algunos bienes a bajo precio, por lo que la amortización de la deuda y la pérdida de algún bien no resultaba un fracaso. La falta de pago de un crédito podía traer un beneficio para quienes compraban en los comercios de segunda mano, lo cual traía un importante dinamismo a la economía informal.

Los vendedores en las calles eran esenciales para quienes tenían ingresos modestos, dándose una mutua dependencia entre estos y los compradores de mercaderías baratas. En la Europa del siglo xviii también hubo un dinamismo de los buhoneros y de quienes tenían a la venta productos nuevos y exóticos (frecuentemente a precios inferiores con respecto al comercio formal), tanto en las calles como en el domicilio (buhoneros). En el caso de los primeros, en algunos casos los límites entre la legalidad y el mercado negro eran fácilmente traspasados, al igual que entre la economía formal y la informal, lo cual significó que había ventajas en ambos sectores para estos colectivos, sin que por ello algunos estuvieran necesariamente exentos de las persecuciones y sanciones, por lo que la recepción por parte de la comunidad local era necesaria para así poder insertarse dentro de esta (Van den Heuvel, 2015).

En estas relaciones comerciales aparecen los mecanismos de las denominadas por Clifford Geertz (1978) como “economías de bazar”, donde privan la “clientelización”, es decir, la búsqueda de clientela estable, junto con la negociación (regateo) relacionada con el precio, la cantidad y la calidad, entre otros atributos. Adicionalmente, el sector informal ha tenido las ventajas de poseer una mayor flexibilidad en los horarios. Para las mujeres, la opción de combinar los deberes productivos y reproductivos, dependió del apoyo familiar aunque, en algunos casos, las madres debían dejar a sus hijos encerrados o permitir que anduvieran libremente por las calles mientras ellas laboraban (López, 1998).

Para las últimas décadas, los niveles de explotación de la fuerza de trabajo también podían ser otra característica a través de largas jornadas laborales, ausencia casi generalizada de seguridad social y por el carácter insuficiente de los ingresos, según Allen Cordero (1991). De acuerdo con este autor, siguiendo a Juan Pablo Pérez (1990), un importante rasgo de los sectores populares informales ha sido la competencia y la conflictividad, producto de las dificultades estructurales, así como la unión y la solidaridad cuando se buscan propósitos comunes (Cordero, 1991).

En la actualidad, van den Heuvel (2015) plantea que hay una coincidencia teórica para definir la “economía informal”. Señala:

Most authors now agree that the informal economy, or shadow economy, exists of (generally) small-scale economic activities, which (at least partly) escape regulation, taxation and observation. In modern developed economies, it typically includes activities such as domestic work, home-based work, waste picking, and street vending. Informal activities can be illegal in nature, for instance when unregulated traders sell their wares in the black market, but are not necessarily illicit and scholars increasingly stress the interconnectedness of formal and informal worlds through goods and people (…)3 (p.368).

Para el pasado reciente, Charles Tilly (2000) indicó que las actividades comerciales minoristas, por lo general, se han convertido en una especie de semi monopolio por parte de algún grupo inmigrante y a través del acaparamiento de oportunidades, si bien también se ha dado a nivel de otros nichos. En esta etapa, puede señalarse que se amplió la gama de bienes y servicios donde las mujeres eran las principales consumidoras y este consumo fue un indicador de diferenciación social. Ellas dedicaron (sin olvidar estas diferencias de clase), una mayor cantidad de tiempo y recursos en aspectos como la belleza y el cuidado personal (Rodríguez, 2015).

Conclusión: las estrategias de supervivencia de las economías de base (grassroots economies)

Cuando Rowntree (1901) puso en relación el “ciclo de la pobreza” con el “ciclo familiar”, a partir de su estudio de York en el siglo xix, dejó claro que existían etapas que aumentaban el riesgo de caer en situación de pobreza: en la infancia, en la edad adulta posterior al matrimonio y en el momento del nacimiento de los hijos y en la vejez. Así, puso en evidencia la necesidad de estudiar las economías familiares en contextos de pobreza, posibilidad analítica que ha permitido aproximarse a las “estrategias de sobrevivencia” en las grassroots economies.

Carbonell (1994) ha señalado que el concepto de “estrategias de sobrevivencia” se refiere al carácter dinámico y cambiante por parte de “la gente trabajadora (ocupados, semiocupados o desocupados (…)” (p.304), en cuanto a la supervivencia y a la previsión de diversas formas y alcances en el tiempo, a partir de mecanismos de diversa índole, que tuvieron un carácter de adaptabilidad según los cambios y se podían complementar entre sí, comprendiendo “(…) la emigración, el control del tamaño de la unidad familiar, la desintegración y creación de nuevas unidades domésticas, el recurso a la asistencia pública, la mendicidad, el recurso al pequeño crédito a cambio de prendas, la violencia o la delincuencia” (p. 304).

Es evidente que pueden existir más mecanismos que permitan comprender la lógica de las grassroots economies, como la violencia, la delincuencia, el robo, el delito, como han analizado varios historiadores e historiadoras sociales y culturales, estudiosos del control social (Marín, 2001; Marín y Gil, 2011), de allí que esta propuesta relacional (imagen 3) constituye un punto de partida para el estudio multi e interdisciplinario de las economías de base, con perspectiva de trayectoria, para aclarar la interdependencia asimétrica entre ricos y pobres, a partir del estudio de las estrategias de supervivencia “desde abajo”.

IMAGEN 3

LOS CONTEXTOS Y LOS MECANISMOS PARA EL ESTUDIO HISTÓRICO

DE LAS GRASSROOTS ECONOMIES

Fuente: Elaboración propia.

Es claro que las grassroots economies interactúan con las vulnerabilidades que les plantea el contexto socioeconómico, institucional y de disparidades espaciales, por lo que se comportan como economías de la improvisación, como planteó Hufton (1974), a partir de la creación de economías familiares diversas y adaptativas (Wall, 1990).

Pero investigaciones recientes, como la de Carbonell y Marfany (2017); o la de Adriana Sánchez sobre el problema de la “vagancia” en la Costa Rica del siglo xix (Sánchez, 2016), brindan nuevas posibilidades de análisis sobre la relación entre género, ciclo de vida y estrategias familiares entre los pobres que dejan en evidencia la complejidad relacional y el dinamismo de los factores que se mencionaron anteriormente.

Lo importante es considerar que el Estado, entre finales del siglo XVIII y la primera mitad del siglo xx, intervino de manera creciente en la poor relief, la atención del riesgo social, la discusión y aplicación de políticas sociales, la asistencia y la provisión de servicios sociales, pero que, como plantea Bernard Harris (2004), “más allá del Estado”, se ofrecieron servicios sociales importantes y complementarios: la familia, la autoayuda, la ayuda mutua, las redes de soporte, la caridad, la filantropía, mediadas por instituciones como el mercado o el voluntariado, “…constituyéndose así este entorno plural de acceso al bienestar que presenció el desarrollo del welfare state” (Carbonell, 2008, p.189), para consolidar “economías mixtas del bienestar” (Harris, 2004), que interactuaron con este y que sobrevivieron ante su crisis, por lo que se deben historiar.

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Fecha de ingreso: 18/11/2017

Fecha de aprobación: 13/08/2018


1 Este artículo es un resultado del proyecto B6188, “Pobreza, mercado laboral, economías familiares y redes de apoyo comunales y familiares en el cantón central de San José, 1970-1990”, desarrollado en el Centro de Investigaciones Históricas de América Central (cihac) de la Universidad de Costa Rica.

* Centro de Investigaciones Históricas de América Central (cihac), Posgrado en Historia, Universidad de Costa Rica, Costa Rica. ronny.viales@ucr.ac.cr

** Centro de Investigaciones Históricas de América Central (cihac), Universidad de Costa Rica, Costa Rica.

carlos.izquierdovazquez@ucr.ac.cr

2 Traducción libre.

3 “La mayoría de los autores están de acuerdo en que la economía informal, o la economía sumergida, generalmente existe en actividades económicas de pequeña escala que, al menos parcialmente, escapan a la regulación y a la fijación de impuestos. En las economías desarrolladas modernas, la economía informal incluye actividades tales como el trabajo doméstico, el trabajo a domicilio, la recolección de basura y las ventas callejeras. Las actividades informales pueden ser de naturaleza ilegal, por ejemplo cuando los comerciantes no regulados venden sus mercancías en el mercado negro, pero no son necesariamente ilícitas y los académicos enfatizan cada vez más la interconexión entre los mundos formal e informal a través de bienes y de personas” (traducción de los autores).