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Revista de Biología Tropical, ISSN: 2215-2075, Vol. 70: IX-XIII, January-December 2022 (Published Mar. 24, 2022)
Federico Valverde Bonilla (1949-2022).
In memoriam
Una de las tareas más difíciles e ingratas
en el quehacer académico, es escribir en memo-
ria de colegas que no sólo han contribuido con
nuestra disciplina, sino que además han dejado
huella imborrable a nivel personal. Esa acti-
vidad es dolorosa y no siempre se logra hacer
justicia a las contribuciones aportadas o de la
esencia y energía con que vivieron los compa-
ñeros a quienes intentamos evocar.
Este es el caso de Federico Valverde
Bonilla, amigo y compañero de la sección
de herpetología del Museo de Zoología de la
Universidad de Costa Rica, y podemos decir
con toda certeza que amigo y colaborador de
la Escuela de Biología. Fede, como cariño-
samente lo llamamos a él y a todos los Fede-
ricos, nos abandonó el 13 de enero debido a
enfermedad. Sabemos que hasta los últimos
momentos logró mantener ese espíritu jovial,
esa sonrisa que lo identificó durante toda su
vida, y el gran entusiasmo por la naturaleza que
siempre lo caracterizó.
Nacido el 23 de agosto de 1949 en Turrial-
ba (Cartago, Costa Rica), no es extraño que
Fede Valverde, Estación Biológica Cerro de la Muerte (Los Nímbulos), 2015. Foto Eberhard Meyer.
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desarrollara precozmente un interés por la
naturaleza y la pasión por el montañismo que le
acompañaría toda su vida. Turrialba era enton-
ces un pueblito rural pero en franco crecimien-
to, situado a medio camino en la ruta ferroviaria
entre el Valle Central y el Puerto de Limón.
Este pueblo rodeado de montañas y extensos
bosques, tuvo gran influencia durante la infan-
cia y adolescencia de Federico, principalmente
a partir del establecimiento y consolidación del
Centro Agronómico Tropical de Investigación
y Enseñanza (CATIE) y la efervescente agroin-
dustria cañera que se desarrollaba en las inme-
diaciones del pueblo. Estas actividades atraían
a agrónomos e ingenieros forestales al lugar,
los primeros profesionales con los que Fede
tuvo contactos. Como él mismo nos contaba,
cuando chiquillo eran habituales las caminatas
por las faldas del volcán homónimo y las orillas
del Río Reventazón, aunque también frecuenta-
ba cafetales y cañales de las grandes haciendas
que rodeaban su pueblo.
Federico estudió en la Universidad de
Costa Rica, donde sabemos ingresó en 1970.
Para el año siguiente ya había conseguido un
puesto y se mantuvo en régimen administrati-
vo ligado a esta institución hasta pensionarse
en 1999. Entre sus primeros trabajos en la
Universidad, Fede sirvió como asistente en el
Instituto Clodomiro Picado, un centro de inves-
tigación y producción de antivenenos adscrito
a la Facultad de Microbiología. Hilda Herrera,
quien en esa época trabajaba como secretaria
en el incipiente instituto lo recuerda con su bata
blanca apoyando labores entre el serpentario
y el laboratorio de producción. Su paso por el
Clodomiro fue corto, pero suficiente para mar-
car su huella entre los trabajadores de aquella
época que aún lo recuerdan.
Poco tiempo después, ingresó como per-
sonal de apoyo en la naciente colección de
herpetología, iniciada unos años antes con las
recolectas de los Dres. James Vial, Norman
Scott y Douglas C. Robinson. Este último,
entonces profesor del Departamento de Bio-
logía, fungía como curador de la colección y
supervisor de las labores de Federico. Para
1974, el departamento pasa a ser formalmente
la Escuela de Biología, una unidad de la Facul-
tad de Ciencias, por lo que Fede fue testigo
de esa transición. En 1977 ayuda a trasladar
la colección a la nueva ala del edifico de la
Escuela de Biología, donde ha permanecido el
Museo de Zoología desde entonces. Es en ese
espacio que empieza a consolidarse el Museo
de Zoología. Federico, junto a Roger Sáenz,
apoyaba tiempo parcial a la colección, lo que
permitía a Douglas y sus estudiantes enfocarse
en las recolectas. De esta manera, la colección
de herpetología crecía rápidamente.
Federico trabajó tiempo completo en el
Banco Central de Costa Rica, por lo que su
tiempo en el Museo debía compartirse con el
dedicado a “su trabajo real” y –por supuesto– al
de su familia. Por ello, solía vérsele tarde en el
Museo, lo que no impidió que se constituyera en
un baluarte para la formación de aquellos estu-
diantes interesados en herpetología, que para
ese entonces permanecíamos con Fede hasta
avanzada la noche rodeados de especímenes,
Fede Valverde. Aguabuena de Rincón de Osa. 1989.
Foto Eberhard Meyer.
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y asediándolo con preguntas sobre nuestras
dudas. Así mismo muchos herpetólogos de la
talla de David y Marvalee Wake, y Jay Savage,
visitaron la colección por aquella época y com-
partieron ese recinto con Fede.
Federico era un hombre sencillo, pero
sensible. Tenía buen conocimiento de cartogra-
fía, lo que le era de gran ayuda para registrar
correctamente las localidades de origen de los
especímenes a su cargo. Además, poseía gran
destreza para el dibujo, por lo que en ocasio-
nes se le solicitó que plasmara especímenes
para trabajos de taxonomía. Su veta de artista
plástico se combinaba con un creciente interés
por la fotografía, tanto científica como paisajís-
tica. Supo combinar este arte con su otra gran
pasión: la espeleología y el montañismo.
Es quizás en ese campo que Federico fue
más conocido. A lo largo de su vida, pero prin-
cipalmente durante de las décadas de 1980 y
1990, recorrió gran parte de las cordilleras del
país. Concentró sus esfuerzos y su pasión en
la Cordillera de Talamanca, que logró recorrer
longitudinalmente junto a un puñado de com-
pañeros de aventuras. El macizo del Cerro de
la Muerte, y el Cerro Chirripó, constituyeron
sus lugares favoritos. Acompañó a numero-
sas expediciones de estudiantes y científicos
que visitaron esos sitios, sirviéndoles de guía.
Además ayudó, apoyó y compitió en la organi-
zación de las primeras ediciones de la Carrera
de Montaña al Cerro Chirripó al inicio de la
década de 1990, cuando apenas un puñado
de valientes, la mayoría locales, se atrevía a
desafiar la montaña. Hoy día esta actividad
constituye uno de los más importantes eventos
deportivos del país y ha alcanzado renombre
internacional. El demandante esfuerzo físico
en esas correrías terminaría pasándole factura:
el desgaste de cadera y varias intervenciones
Curso de Anfibios, Aguabuena de Rincón de Osa, 1989. Izquierda a derecha: Fede Valverde, Gustavo Serrano, Douglas
Robinson, Luis Torre (Machín), Carlos Calvo, Silvia Lobo, José Hernández (Chepe), Emilio Castro, Eberhard Meyer,
Mahmood Sasa, Valeria Solano, Page Shoemaker, Rosa Sandoval, Luis Puertas, Javier López y Fede Bolaños. Foto
Eberhard Meyer.
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para aliviarlo fue –según sus palabras– un
precio bajo por lograr ver el amanecer desde
esas montañas.
Su interés por Talamanca le llevó a partici-
par de dos actividades que han contribuido con
el quehacer científico y educativo de ambientes
de alta montaña en el país. Primero, apoyó la
creación de la Estación Biológica Cuericí, que
protege un importante acervo del bosque nubo-
so que otrora dominara la región central de esa
cordillera. Y más adelante estableció la Esta-
ción Biológica Cerro de la Muerte, conocida
por muchos como Los Nímbulos, su propiedad
en el Cerro de la Muerte que protege al páramo
de ese cerro y es uno de sus puntos de acceso.
Desde su creación, en 1997, este lugar ha sido
visitado ininterrumpidamente por cursos de la
Escuela de Biología de la Universidad de Costa
Rica, así como de innumerables instituciones
nacionales y extranjeras, contribuyendo de esta
manera a la formación académica de profesio-
nales en ciencias biológicas y ambientales, y
sirviendo además como sitio para estudio de
muchos investigadores. Cabe enfatizar acá el
gran apoyo a la investigación que Fede siem-
pre estuvo dispuesto a proporcionar. Muchas
investigaciones, incluyendo tesis de estudiantes
con recursos limitados, nunca hubieran sido
posibles sin su colaboración.
En el campo personal, Federico fue un
gran amigo que supo transmitirnos su energía
por la vida. Como un hombre de familia, abría
sin contemplaciones las puertas de su casa y
estación a todos aquellos que así lo solicitaran.
En estos sitios, quienes los utilizamos con cur-
sos o como sitio de investigación, continuamos
disfrutando de la excelente cuchara que nos
deleitó durante toda su vida. En el tiempo que
compartimos, vimos crecer a su familia. Siem-
pre fue inspirador el orgullo con que hablaba
de sus hijos Federico José y Marlen Andrea,
ahora profesionales en EE. UU., y de su esposa,
Marlen Salazar.
Si bien Fede Valverde no dejó una vasta
producción científica, ni fue tutor formal de
estudiantes universitarios, sus aportes a la
Curso de Anfibios, Quebrada González, Parque Nacional Braulio Carrillo. 1989. Rafael Arias (Guardaparques), Fede
Valverde y Fede Bolaños. Foto Eberhard Meyer.
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formación académica y al quehacer de la Escue-
la de Biología de la Universidad de Costa Rica
y a la biología tropical son reconocidos por
quienes tuvimos la suerte de compartir con él.
Su apoyo a la única colección científica
de reptiles y anfibios del país, una de las más
importantes de toda la región mesoamerica-
na; su ayuda en el componente de campo o
giras de cursos y expediciones científicas; sus
esfuerzos por establecer sitios que faciliten
el acceso a investigadores y estudiantes que
hemos compartido su pasión e interés por la
alta montaña y los organismos que allí habi-
tan; hacen que sus contribuciones sean tan
importantes como las de académicos más con-
solidados. Su legado nos recuerda también que
el quehacer académico no está limitado a los
educadores, investigadores y estudiantes: un
silencioso contingente de personal de apoyo es
crucial para llevar a buen término la labor que
como docentes e investigadores realizamos. A
este crucial grupo pertenecía Federico.
Mahmood Sasa, Federico Bolaños y Gilbert Barrantes
Museo de Zoología, Centro de Investigaciones en Biodiversidad y Ecología Tropical
Universidad de Costa Rica
¡Gracias Fede por todos tus aportes!
¡Te extrañaremos!