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Revista de Biología Tropical, ISSN: 2215-2075 Vol. 69(2): 717-732, April-June 2021 (Published Jun. 21, 2021)
Los huracanes o ciclones tropicales son
masas de aire convectivo que pueden alcanzar
diámetros de hasta 600 km, con vientos oscila-
torios entre los 119 y los 300 km/h (Meléndez,
2015). Estos fenómenos se forman en las cuen-
cas del Atlántico norte y se desplazan hacia el
oeste, e impactan en la mayoría de los casos
contra el litoral sur de Estados Unidos y Méxi-
co, con tendencia en los últimos años a despla-
zarse hacia Centroamérica (Collins & Roache,
2017). Por esta razón se prevé un aumento en
la incidencia e intensidad de huracanes debido
al incremento en la temperatura de la superficie
marítima por el cambio climático global (Sobel
et al., 2016; Walsh et al., 2016; Wang, Liu, &
Foltz, 2017). Además, Allen, Tippett y Sobel
(2015); Collins et al. (2016); y Murakami et
al. (2017) indicaron que valores extremos en
temperatura, humedad y velocidad del viento
producidos por el fenómeno del niño contri-
buyen con la formación de tormentas tropica-
les y huracanes. Asimismo, estudios recientes
demuestran que estos cambios abruptos en
las condiciones climáticas son los principales
factores que influyen en la contracción de eco-
sistemas (Gabler et al., 2017; Feher et al., 2017;
Osland et al., 2017).
La temporada de huracanes 2015-2016
cerró la actividad en noviembre del 2016 con
el huracán Otto, históricamente fue de los
pocos huracanes que lograron desplazarse tan
al sur del continente y cruzar hasta las cuen-
cas del pacífico oriental, atravesó tierra en la
región fronteriza entre Costa Rica y Nicaragua
(Collins & Roache, 2017); convirtiéndose así
en el primer registro oficial de impacto directo
de un huracán en el territorio costarricense
(Brown, 2017). Sin embargo, Lizano y Fernán-
dez (1996) indicaron que es posible que este
hecho haya sucedido en el pasado, en el siglo
XIX. Además, se tienen registros de impacto
indirecto por los huracanes Kattie, Gilbert,
César y Mitch (Díaz, 2004).
En la zona norte de Costa Rica, el hura-
cán Otto causó grandes impactos en bosques
primarios y secundarios, con reducciones de
hasta el 30 % en los valores de área basal y del
35 % del número de individuos registrados por
hectárea, aunque los índices de diversidad no
presentaron diferencias significativas con los
valores medidos antes del evento (Araya-Oroz-
co, 2017). Se podría esperar que los principa-
les daños en estos bosques sean coincidentes
con otros casos de la región, como México y
Puerto Rico, donde las mayores perturbaciones
corresponden al vuelco, descope y quiebre de
individuos (Zimmerman et al., 1994; Navarro-
Martínez, Durán-García, & Martínez-Gonzá-
les, 2012). Algunos autores como Macamo,
Massuanganhe, Nicolau, Bandeira, y Adams
(2016) consideran que estos eventos pueden
crear condiciones extremas producto de la
caída de árboles dentro del bosque, los cua-
les son sustituidos por sus mismos rebrotes o
por regeneración de diferentes especies a lo
largo del tiempo.
Las perturbaciones naturales y antropogé-
nicas, como los huracanes y aprovechamientos
forestales, juegan un papel importante en los
cambios del entorno físico y la disponibilidad
de recursos, ya que modifican poblaciones bió-
ticas cruciales en el mantenimiento de procesos
ecológicos y evolutivos de alta complejidad
(Hogan, Zimmerman, Thompson, Nytch, &
Uriarte, 2016). En los bosques en general,
las tormentas y huracanes ocasionan cambios
agudos en estructura reflejados a largo plazo
(Long, Giri, Primavera, & Trivedi, 2016). Los
patrones de producción de flores y semillas se
ven fuertemente influenciados por las pertur-
baciones de los huracanes y las variaciones cli-
máticas locales producidos por las oscilaciones
globales que se generan a miles de kilómetros
de distancia (Chang-Yang, Sun, Tsai, Lu, &
Hsieh, 2015; Zimmerman, Hogan, Nytch, &
Bithorn, 2018). Estudios realizados por Fernan-
des, Rollinson, Kearney, Dietze y Fagherazzi
(2018) evidenciaron supresiones episódicas
en el crecimiento radial de los árboles hasta
por cuatro años después de pasado un evento
extremo de tormenta, luego de este período el
crecimiento comenzó a estabilizarse de nuevo.
El monitoreo de ecosistemas perturbados
se ha convertido en un desafío para la ciencia,
por lo que se han implementado técnicas de
muestreos ecológicos y de teledetección para