Universidad de Costa Rica - Sede de Occidente Revista Pensamiento Actual - Vol 22 - No. 38 2022 ISSN Impreso: 1409-0112 ISSN Electrónico 2215-3586

Período junio 2022 - noviembre 2022


Filosofía, Artes y Letras

037. - 056.

DOI 10.15517/PA.V22I38.51445 Víctor Hugo López Llanos 37


La sociedad de individuos y el discreto desencanto de la política en los tiempos líquidos


The society of individuals and the discreet disenchantment of politics in liquid times


Víctor Hugo López Llanos1

Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México. victor.hugo.170989@hotmail.com


Fecha de recepción: 01-04-2020 Fecha de aprobación: 08-05-2022


Resumen

El presente artículo tiene como propósito reflexionar sobre el proceso de individualización como forma de organización sociocultural y sus repercusiones en la esfera política. En primera instancia, se describe el fenómeno de la individualización y, posteriormente, se reflexiona acerca de los aspectos que inciden en el desencanto de la actividad política en los tiempos líquidos. Para guiar nuestra reflexión se utilizan las aportaciones teóricas de Zygmunt Bauman. Palabras clave: Bauman, individualización, política, desencanto, tiempos líquidos.

Abstract

This article aims to reflect on the process of individualization as a form of sociocultural organization and its re-percussions in the political sphere. In the first instance the phenomenon of individualization is described and later reflection is made on the aspects that affect the disenchantment of political activity in the liquid times. To guide our reflection, we use the theoretical contributions of Zygmunt Bauman.


Keywords: Bauman, individualization, politics, disenchantment, liquid times.


  1. Licenciado en Ciencia Política y Administración Urbana y maestro en Humanidades y Ciencias Sociales. Actualmente es

    columnista de la Revista Quehacer Político y coordina el seminario “El léxico de la política” en la UACM plantel Casa Libertad.


    1. Introducción


      El proceso de individualización2 se manifiesta en la actualidad como una forma ideológica de relación cuyo fundamento tiene su base en los valores del mercado, produciendo diversos cambios en las conductas de los individuos a través de sus roles y hábitos, expresados en la hedonización, el egoísmo, el consumismo exacerbado y en la creciente competencia para emprender nuevos espacios de desarrollo laboral y personal. Esta lógica de organización social origina diversas repercusiones en el ámbito de la política, ya que fragmenta su actividad, pero sobre todo limita y disminuye los quehaceres comunitarios y solidarios para el logro del bien común.


      En este sentido, el individualismo es, fundamentalmente, un sistema social histórico, producto de las diversas transformaciones que desde el nacimiento del capitalismo moderno industrial en Europa de Occidente impuso de manera paulatina una forma de organización en las diversas esferas políticas, culturales y económicas.


      Si bien es cierto que la individualización es una forma de expresión social que resguarda costumbres, conductas y valores morales que se manifiestan en el individuo como una forma de organización, constituye también la manera en cómo se relacionan políticamente, ya que se libera de sus tradiciones y afiliaciones políticas, que a su vez lo condiciona de diversas maneras.


      Ahora bien, el autore Ulrich Beck afirma:


      La individualización libera a la gente de los roles tradicionales, pero también la condiciona de muchas maneras. En primer lugar, los individuos se alejan de las clases

      basadas en el estatus. Las clases sociales se han destradicionalizado. Esto lo podemos ver en los cambios producidos en las estructuras familiares, en las condiciones de la vivienda, en las actividades, el ocio, en la distribución geográfica de las poblaciones, en la afiliación de sindicatos y la suscripción a sus clubes, en la manera de votar, etcétera. (Beck, 2003, p. 339)


      De esta manera, la forma de concebir la sociedad se materializará a través de formas ideológicas en la que los individuos admiten al ordenamiento social como un producto naturalizado, resultado de la imposición de las lógicas que establece el mercado trasladadas a cualquier ámbito de la vida pública y privada e impulsadas por los aparatos institucionales del Estado y los discursos hegemónicos de las diversas elites políticas y económicas nacionales y transnacionales, dirigidos a cosificar y distorsionar las realidades de los individuos.


      Bajo este contexto el presente artículo tiene como propósito reflexionar sobre el proceso de individualización como forma de organización social y sus repercusiones en la actividad política. En primera instancia, se describe el fenómeno de la individualización utilizando a diversos teóricos que permiten caracterizar este fenómeno social y, posteriormente, se reflexiona acerca de los aspectos que inciden en el desencanto del quehacer político desde las aportaciones de Zygmunt Bauman. Por último, se ofrece una conclusión que expone la necesidad de reinventar el sentido de la acción política a través de un nuevo pensamiento crítico que permita establecer nuevos derroteros en los tiempos líquidos.


  2. Cabe destacar que, para entender el desarrollo de la individualización con el proceso histórico de diferenciación social que caracteriza a la modernidad, este se expresa en un conjunto de creencias, prácticas y normas sociales que han sido propias de las sociedades capitalistas industrializadas. Este punto de partida, eminentemente sociológico, se distingue de las polémicas y reflexiones que contraponen al individuo con el proceso de individuación y de los diversos debates teórico-epistemológicos que posicionan al individuo como un método de ordenamiento a través de su vinculación y desarrollo con la estructura social, como el individualismo metodológico o la individuación que proponen la filosofía griega clásica.


  1. Apuntes sobre el proceso de individualización


    La desintegración de lo social y el desmoronamiento de las agencias de la acción colectiva suelen señalarse con gran ansiedad y justificarse como efecto colateral anticipado de la levedad y fluidez de un poder cada vez más móvil (…) Pero la desintegración social es tanto una afección como un resultado de la nueva técnica de poder, que emplea como principales instrumentos el descompromiso y el arte de la huida (…) la fragilidad, el derrumbe, la transitoriedad y la precariedad de los vínculos y redes humanos permiten que

    esos poderes puedan actuar


    Zygmunt Bauman, Modernidad Líquida


    En la sociedad de individuos como bien la denomina Ulrich Beck en la introducción de la obra Hijos de la Libertad, la positividad es un elemento característico de este tipo de sociedad, cuyo principal rasgo tiene como objetivo que la persona trabaje, rinda, desquite el tiempo en alguna labor que beneficie su productividad, sus ingresos y que permita de manera eficiente su sociabilidad. Esto permite que el individuo se sienta libre pero que no perciba el sentido de sometimiento y de opresión.


    Los trabajos que ofertan las empresas cada vez más poseen menos sometimiento del tipo amo-esclavo “en el que la lucha por el reconocimiento implicaba que el esclavo deseaba ser visto por el amo, y por eso se esforzaba buscando en el otro-amo” (Orozco, 2015, p. 171). Por eso hoy el individuo es amo y esclavo de sí mismo. El individuo se impone las tareas, las demandas excesivas, las metas inalcanzables: “La esperanza de ser reconocido se desvanece y en ocasiones ya no importa. Es como si hubiésemos introyectado al amo en cada uno de nosotros” (Orozco, 2015, p. 171). Por eso el individuo corre para ir al gimnasio, come velozmente, vuelve a su trabajo y durante años hace el mismo ritual;

    mientras que, por mucho tiempo no entabla charlas con nadie y su sentimiento y ánimo de soledad aumenta, emergiendo de este modo diversos trastornos depresivos como ansiedad, angustia y desolación: “el sujeto ya no sabe ya qué quiere, para qué quiere algo, tiene problemas de identidad de todo tipo” (Orozco, 2015, p.172).


    Por su parte, la sociedad individualizada requiere de competencia. En nuestros tiempos líquidos la competitividad mantiene al individuo a flote, es por ello que la colaboración y el trabajo en conjunto para perseguir bienes comunes se esquivan. Prevalece una especie de temor disperso que remite a alguien que lo sabe todo sobre uno. Cámaras que nos vigilan a todas horas del día, inspección de correos electrónicos, verificación de visitas de páginas web. Hoy nada es secreto, todo lo que rodea al individuo es público, los sentimientos, las relaciones, las emociones, los juicios, las opiniones, los comentarios sobre algún tipo de interés. El libre albedrío y la libertad de expresión parecieran que se encuentran en su máximo esplendor, y de hecho se permite siempre y cuando no transgreda o atente contra el estatus quo de la política, de las estructuras sociales o de la misma economía. La sociedad de los tiempos líquidos tiene como carácter determinante la irrelación.


    Esa es la positividad como negación del otro que nos niega. Velocidad, violencia, consumo, competencia, individualismo, hartazgo, silencio, pensamiento escaso, atención, desprecio por los pobres, guerra sin remisión, hambre (…) no importa lo original de cada quien. Importa lo que uno hace en la medida en que eso da puntos para ganar más dinero. Tampoco se estudia por gusto y amor a la vocación. El joven simplemente quiere mantener el promedio para no perder la beca. Nunca va a la oficina del profesor enamorado de una idea, peleando por una ideología. Quiere pasar con diez. Y a las autoridades les importa la excelencia, pero mediando horarios infames, exigenciales


    que enferman a estudiantes y profesores, con controles de todo tipo que apenas se dejan ver. Y eso en todas las escuelas, en todo el sistema. Hoy que todo se controla es cuando menos se educa. Y ahora que en las empresas hay capacitación los empleados viven enajenados y con temor. Esclavizados y ganando poco. Todos hacen lo mismo, todos padecen lo mismo. Todos indiferentes a todos. (Orozco, 2015, pp. 172-173)


    En la actualidad no hay enemigos comunes, hay desconocidos y extraños. La otredad significa enemistad, de esa forma todo se torna igual: “en el siglo XXI todos superan la idea del otro como agente patógeno” (Orozco, 2015, p. 174), pues la globalización, el triunfo liberal y los sistemas de interconexión matan las indiferencias donde hoy ya no se tolera, se ignora.


    Chul Han argumenta al respecto:


    La sociedad (…) se caracteriza por la desesperación de la otredad y la extrañeza. La otredad es la categoría fundamental de la inmunología. Cada reacción inmunológica es una reacción frente a la otredad. Pero en la actualidad, en lugar de esta, comparece la diferencia, que no produce ninguna reacción inmunitaria. (Han, 2012, p. 45)


    La muerte del otro entonces se convierte en un ser meramente diferente que no representa ninguna amenaza para las élites y para aquellos que mueven los hilos del mundo. El individuo para que no represente ningún peligro se neutraliza sin necesidad de aniquilarlo. Basta con disciplinarlo y especializarlo de forma radical, ubicarlo en procesos de asimilación e identificación. Así el indiferente querrá su celular, su coche, su pantalla de televisión. Se volverá parte de lo que Chul-Han llama sistema de rendimiento.

    En consecuencia, existe un exceso de positividad, el otro ya no me niega. Niega su negación asimilando parte de lo suyo y eliminando el resto, por lo que el individuo se vuelve egoísta, solitario, mudo, sin nada que decir, pero, que al mismo tiempo se transforma en un agente público de sus causas privadas. Todos repelemos a todos. Son los tiempos de la sociedad sin fines públicos, sino de encausas privadas, son los tiempos del fin de la verdadera comunicación. El fin del diálogo largo e interesado. El fin del compromiso erótico. El fin de la amistad. Es el fin de las relaciones estables. Y es el fin de conflictos internacionales que “nos quiten el sueño”, así estamos organizados. Afirma Chul Han a través de una cita de Baudrillard:


    Según la genealogía baudrillardesca de la enemistad, el enemigo aparece en la primera fase como un lobo. […] En la siguiente fase, el enemigo que opera en la clandestinidad y se combate por medios higiénicos. Después de una fase ulterior, la del escarabajo, el enemigo adopta por último una forma viral. […] La violencia viral parte de aquellas singularidades que se establecen en el sistema a modo de durmientes células terroristas y tratan de destruirlo. El terrorismo como figura principal de la violencia viral consiste, según Baudrillard, en una sublevación de lo singular frente a lo global. La enemistad, incluso de forma viral, sigue el esquema inmunológico. El virus enemigo que penetra en el sistema, que funciona como un sistema inmunitario y repele al intruso viral. La genealogía de la enemistad no coincide, sin embargo, con la genealogía de la violencia. La violencia de la positividad no presupone ninguna enemistad. Se despliega precisamente en una sociedad permisiva y pacífica. Debido a ello, es menos visible que la violencia viral. Habita el espacio libre de negatividad de lo idéntico, ahí no existe ninguna polarización entre amigo enemigo, entre el adentro y el afuera, o entre lo propio y lo extraño. (Han, 2015, p. 21-23).


    En este sentido, la violencia de la positividad que manifiesta nuestra sociedad actual, niega y desaparece cualquier forma de otredad. La vieja dicotomía de Carl Schmitt del amigo-enemigo queda arrebatada. No hay enemigo ni adentro, ni afuera de las fronteras imaginarias. La muerte de la otredad significa que en la sociedad de lo idéntico el enemigo se invisibiliza y lo hace igual convierte al extraño y al desconocido en similar; y aquel que queda afuera, que por lo regular son los grupos de inmigrantes, pobres, enfermos o subordinados, son ignorados, admitidos a medias y aceptados como una especie de carga a la que también se puede neutralizar sin problemas porque, o bien se asimila, o en su defecto se excluye. Esto representa un nuevo tipo de dominación:


    La dominación consiste en la presencia de condiciones institucionales que impiden a la gente participar en la determinación de sus acciones o de las condiciones de sus acciones. Las personas viven dentro de estructuras de dominación si otras personas o grupos pueden determinar sin relación de reciprocidad las condiciones de sus acciones, sea directamente o en virtud de las consecuencias estructurales de sus acciones. (Young, 1990, p. 68)


    En consecuencia, los individuos viven al borde del cansancio y todas las expresiones de lucha cansan, estresan o en el peor de los casos, se deja de creer en ella. La lucha por prevalecer culmina con el agotamiento. La gente a menudo dice: “ya se privatizó el petróleo, qué más da. Ya nada se puede hacer”, y si se intenta algo será inútil. Los muertos y las desapariciones ya no toman importancia, y dejan de tener grandes impresiones e indignaciones en la sociedad. Las desapariciones y las muertes se naturalizan y se concilian como una parte naturalizada de convivencia. Por lo que la maquinaria de la indiferencia, del cansancio y del egoísmo prevalece. Al respecto se afirma lo siguiente:

    Podemos dar muchos ejemplos, como el caso de quien se dice marxista pero trabaja como todos, inmanente al sistema de las ganancias, compra, vive de todo lujo, consume, presume, se queja de todo pero no ve a los otros, y termina siendo un grano más del conjunto, un sistema de trastorno de la personalidad como yo escindido que dice una cosa pero hace otra (y de ese tipo de positividad violenta estamos saturados: demagogos de la democracia que trabajan para minoristas; “comunicadores” que hablan pero no analizan nada o hablan de todo porque “saben todo” y nada dicen); millonarios que dicen ayudar a la sociedad pero pagan salarios de hambre; jefes que hablan de justicia y buen trato pero hacen lo que hacen todos los jefe cuando distribuyen cargas y prefieren a unos sobre otros repartiendo esas cargas de capricho (siendo ellos los jefes mismos- subordinados de ese trato respecto de sus jefes) (Orozco, 2015, p. 180).


    En ese sentido, en la sociedad de nuestros tiempos líquidos predomina una sobreabundancia de lo idénticos, creándose una especie de espejismo en donde al final el individuo se mantiene extenuado y trastornado en su personalidad y teniendo repercusiones importantes a nivel psicológico.


    Para aliviar el trastorno los individuos crean rituales de relajamiento corporal, espiritual mental; con el propósito de conservar una vida sana y mantener lazos comunes de felicidad. Por eso el individuo va a gimnasio, hace pesas, trota, asiste a clases de yoga, camina, escala, va al sauna a sudar, comen dietas apropiadas, se engalanan y de ahí vuelven al trabajo, a la escuela o a cualquier lugar donde ocupe su tiempo. El individuo moderno se exige a sí mismo para lograr todo lo posible hasta llegar aquello que le es imposible. Han menciona al respecto: “El hombre del rendimiento se encuentra en guerra consigo mismo y en medio de todos los que no logran sus propósitos (…) campea su depresión. Es la enfermedad de una sociedad positiva sumamente


    productiva” (2015, p. 85). De manera que tenemos a un sujeto libre que se obliga a sí mismo a rendir, pero que en su trama de libertad lo lleva al extremo cansancio que conduce al aburrimiento.


    Por lo tanto, el proceso de individualización de la sociedad exige un exceso, una seducción y ofrece diversos placeres. La cantidad de estímulos que afectan la vida de los individuos es impresionante. Hoy más que nunca se produce una cantidad sorprendente de música que es accesible a todo aquel que tenga las condiciones para acceder a ella a través del internet, páginas que brindan servicios de series televisión y catálogos de películas a la carta, videojuegos, entretenimiento en tercera dimensión, impresiones de miles de libros en forma de best seller. Además, se ofertan grandes cantidades de viajes guiados por el mundo en meses sin intereses; las empresas de la televisión de paga tienen mayor cobertura a un costo cada vez menor, donde el espectador puede tener a disposición 800 canales, aunque por lo regular la programación siempre se repite y existen planes de celular para mantenerse siempre conectado; unido a esto, hay también una gran cantidad de redes sociales donde se suben fotos, se cuentan historias, se expone el currículo para buscar un empleo, y se comentan experiencias, se hacen comentarios sobre algún tema en común, se seduce y se pretenden congeniar relaciones de amor o de amistad, se emplean conversaciones para que todo el mundo sepa públicamente todo y todos a la vez nada de nadie.


    Asimismo, el individuo se convierte en un ser multifacético, hacedor de diversas actividades que lo mantengan en rendimiento y movimiento constante, pues la velocidad con la que se experimenta exige que se convierta en un humano versátil. Por ejemplo: mientras el individuo escribe, a la par puede escuchar su música favorita, está pendiente de los correos electrónicos, piensa millones de cosas o actividades por hacer en diversas horas del día, puede atender una llamada telefónica y a la vez chatear con un amigo que se encuentra en el algún lugar del mundo. Puede estar en una conferencia y enviar mensajes

    al mismo tiempo, al final del día volver al gimnasio para relajarse y volver a recuperar las energías para comenzar un nuevo mañana.


    En la época líquida, la individualización de la sociedad recrea con el tiempo libre y el entretenimiento, pero a su vez, la velocidad para adaptarse a los tiempos que corren toma mayor relevancia. Es por ello que la especialización se convierte uno de los pilares fundamentales para sobrevivir. De ahí que no sea casualidad que hoy más que nunca aparezcan diversas formas de enseñanza e instituciones que eduquen al individuo. Por ejemplo, el paradigma de la complejidad en la educación en nuestros días es un tema de gran relevancia.


    El Paradigma de la Complejidad pretende unir, en un mismo espacio y tiempo, lógicas que se excluyen y al mismo tiempo se complementan, por ejemplo: lo local y lo nacional, el pasado y el presente, lo humano y lo ecológico, lo objetivo y lo subjetivo. Practicar la racionalidad dialógica significa entonces ir al encuentro de la comunicación entre aspectos que se revelan como contradictorios pero que confluyen mutuamente y representan una unidualidad. Es buscar la riqueza en las complementariedades y en los antagonismos. Lo que implica el reconocimiento del pluralismo, la diversidad y la relatividad, pero debe advertirse que no significa el falso consenso y la tolerancia sin reflexión crítica. (Salazar, 2003, p. 25)


    Por ende, se recibe una educación que no necesariamente involucre un esfuerzo en el pensamiento, la crítica o la reflexión sobre los aconteceres políticos, sociales y culturales, sino recibe métodos y herramientas que lo habiliten como un empresario de su vida, maximizando sus recursos y calculador de sus bienes y de sus relaciones. Esto hace suponer al individuo que es un ser superior, avanzado, civilizado, tecnificado, educado y libre. Paradójicamente, estas peculiaridades hacen del individuo un ser más atrasado y torpe. Lo rezaga en


    lugar de impulsarlo, lo aísla y lo atomiza. Esta es la esencia de la individualización y una característica fundamental de la sociedad en la actualidad. Hemos pasado de la preocupación por la buena vida a la ocupación por la sobrevivencia. Somos apenas sobrevivientes de un mundo hostil y veloz. Justo como lo subraya Hannah Arendt en la tesis central de su libro La Condición Humana, nuestra sociedad contemporánea, a pesar del desarrollo tecnológico y la abundancia infinita, significó la vuelta reinante del Animal Laborans. La victoria del Animal Laborans, según Arendt: “no habría sido completa si el proceso de secularización, la moderna perdida de la fe que inevitablemente originó la duda cartesiana, no hubiera desprovisto a la vida individual de su mortalidad” (Arendt, 2016, p. 344). En consecuencia: “La vida individual se hizo mortal de nuevo, tan mortal como lo había sido en la antigüedad, y el mundo fue menos estable, menos permanente, y por consiguiente menos digno de confianza” (Arendt, 2016, p. 344).


    Por otra parte, cuando finalmente nos alcanza el tiempo esquivamos las relaciones, se diluye la existencia del otro y la vida activa se vuelve contemplativa. Merleau-Ponty menciona al respecto: “durante el estado contemplativo, [el individuo] se sale en cierto modo de sí mismo y se sumergen en las cosas” (Ponty, 2013, p. 56). Eso lo condiciona al sufrir un proceso de desprendimiento con sus lazos sociales, ya que el individuo de nuestra época tiene muchas cosas que hacer, pero ha dejado de ver con cuidado.


    No reflexionan en lo que miran. No dejan que las cosas hablen. Deben llegar a las siete, ir a junta, ir a dar clase, atender a los alumnos, volver a prisa a otra clase, ver otros alumnos, ir a clase una vez más. Luego, a casa. ¿A qué hora se puede contemplar algo? Los individuos tardemodernos han perdido la capacidad contemplar. Ya no saben aburrirse correctamente. El aburrimiento no es negativo cuando se liga a la actitud contemplativa. (Orozco, 2015, p. 193)

    Esta forma líquida de sociedad tiene grandes repercusiones en el ámbito de lo político, en particular con la forma de hacer, pensar y organizarse políticamente. Esta incapacidad para pensar, escuchar, meditar y reflexionar sobre sus aconteceres que se desprenden de la actividad política tiene grandes repercusiones que se manifiestan constantemente en un desencanto paulatino por esta, pero que, paradójicamente, el individuo, a través de una aparente libertad, se le otorgan sus condiciones económicas por medio del acceso al consumo, la información y las diversas formas de seducción y entretenimiento. Lo anterior posibilita otras formas de asociación; sin embargo, en lo que respecta a la política, hoy más que nunca esta actividad vive sumergida en un desencanto constante. La política ha dejado de ser concebida como el espacio de la posibilidad para convertirse en el lugar de lo imposible. El individuo pide más libertad y menos política. Por eso, conviene preguntarnos y reflexionar sobre el sentido y el significado de la política en los tiempos que corren.

  2. El discreto desencanto de la política


    En una de las pancartas de consigna que se pudieron observar durante las marchas del movimiento de los indignados se podía leer la siguiente frase: “Menos política, más libertad”. Si bien dicho mensaje tenía como propósito criticar y poner en tela de juicio a un régimen partidista carente de legitimidad y de credibilidad, hoy en día, en diversas partes del mundo, la política considerada como aquella actividad y capacidad para hacer las cosas atraviesa por una crisis terminal severa.


    Cuestionarse por el sentido de la política desde los terrenos que nos arropan bajo los efectos de la globalización y la creciente individualización de la sociedad podría suponer una pregunta bastante ilusa y carente de toda significación. Esto se debe a que, en nuestra época política es considerada como una actividad egoísta, donde solo la ejercen quienes se encuentran en las altas esferas de la burocracia, los tecnócratas, los intelectuales que pertenecen a


    una aristocracia académica y cultural, pero, sobre todo, la realiza una élite muy selecta que mueve y domina los hilos de la economía nacional y mundial.


    En la actualidad, la actividad política vive en una realidad transparente que invisibiliza las actitudes y posicionamientos sobre ella, generando un divorcio constante entre quienes representan al poder político (la capacidad de hacer las cosas), la política (la capacidad de decidir lo que hay que hacer) y la sociedad en general (como el elemento mediador y articulador entre la política y el poder político). Pocas personas esperan la salvación desde las altas esferas; las promesas de los ministros y de diversos personajes políticos se reciben con incredulidad salpicada de ironía, peor aún, de mentira y de retórica romántica.


    Es por ello que la libertad es una condición que nos seduce y nos enamora constantemente, pero, paradójicamente, es disfrazada y maniatada por las élites, las cuales la transforman y como parte de un discurso democratizador. Sin embargo, este en la práctica, se expresa como aquella capacidad de incorporar una lógica consumista, de elecciones de vidas predeterminadas, depositada en el aislamiento y soledad de la individualidad pero con valores sociales orientados a la productividad y creación de mejores espacios de convivencia laborales y profesionales.


    La política de los Estados nacionales dejó de cumplir con sus cometidos de seguridad y protección social a través de sus instituciones tradicionales y los trasladó paulatinamente a la vida privada del individuo. En ese sentido, el individuo se convierte en su único salvador, promotor y perseguidor de su propio bienestar. La actividad política se cristaliza en un montón de esperanzas frustradas y pérdida de tiempo. De ahí que el individuo prefiere emplear y hacer cosas que faciliten su bienestar individual que cambiar su realidad a través de acciones colectivas.


    En cualquier caso, no sentimos la necesidad

    (una vez más, salvo algunas irritaciones

    ocasiones) de lanzarnos a la calle para reclamar y exigir más libertad o una libertad mejor de la que ya tenemos. Pero, por otra parte, tendemos a creer con igual firmeza que es poco lo que podemos cambiar –individualmente, en grupos o todos juntos-del decurso de los asuntos del mundo, o de la manera que son manejados; y también creemos que, si fuéramos capacidad de producir un cambio, sería fútil, e incluso poco razonable, reunirnos a pensar un mundo diferente y esforzarnos para hacerlo existir si creemos que podría ser mejor que el que ya existe. (Bauman, 1999, p. 9)


    También, la vieja política que se ejerció después de la Segunda Guerra Mundial y que se fue banalizando a lo largo de los años posteriores fue perdiendo sustancia y rigidez, debido a la carencia de poder frente a grupos de presión que pertenecen al conjunto económico. La política de nuestra época destaca por la pérdida de substancia de los viejos medios institucionales de seguridad y protección social; el poder y la política local caminan por separado y su divorcio afecta considerablemente a la sociedad.


    En la actualidad, el poder ha cambiado de lugar, ahora anda a sus anchas por las nuevas extensiones globales, libre de control, deambulando por terrenos menos estrepitosos, lo que lo convierte en un elemento poco rastreable, pero sus efectos se sienten en cada uno de los aún considerados Estados nacionales, por lo que la política es despojada de casi todo su poder y camina acéfala carente de dirección y propósito (Bauman, 1999).


    Debido a lo anterior, los individuos, por decreto y artífices de su destino, parecen estar abandonados y expuestos a la inseguridad y a la poca protección. Están condenados a perseguir sus propios recursos. Dicho caso genera que los sujetos, al verse orillados a subsistir, no tengan ninguna consideración por el otro. En ese sentido, el individuo se ve en la necesidad de competir, de transformarse eficazmente a través


    de una educación que no demerite tanto tiempo ni que establezca el mínimo esfuerzo de pensamiento y sensibilidad. Lo que importa es especializarse para adoptar nuevas herramientas y ser considerado por la oferta del trabajo; debe ser solidario para crear nuevos espacios de superación expresados en la materialidad y consumo de productos, además de tener la capacidad de auto dirigirse y mantener siempre las expectativas de progreso y desarrollo.


    Bajo este nuevo ambiente, el individuo vive sumergido en el fondo de una terrible realidad que debe afrontar; las tareas que le son encomendadas son tremendamente imponentes y pocas veces son solucionadas satisfactoriamente. Por lo tanto, estas condiciones originan diversas patologías sociales como la frustración y fracasos que se expresan en depresiones, suicidios, violencia, fatalismo y desesperación.


    En consecuencia, la política que prolifera en nuestros tiempos yace de la crisis de los medios y de los instrumentos de acción afectiva: “y su derivada: la enojosa, exasperante y degradante sensación de haber sido condenados a la soledad frente a los peligros compartidos” (Bauman, 2015,

    p. 81). De ahí que el individuo viva sumergido en una “sociedad de riesgo” (Beck, 2006), pues, por una parte, si bien observamos el desarrollo de sociedades multireligiosas, multiculturales, multiétnicas y la multiplicación de soberanías, también se puede ver la extensión progresiva del sector informal de la economía y la flexibilización del trabajo, la desregulación legal de grandes sectores de la economía, de los grupos de seguridad laboral como los sindicatos y la pérdida de legitimidad del Estado. Estos impactos implican que el individuo viva en una red de instituciones desactivadas por el Estado nación por lo que las repercusiones en el ámbito social toman mayor complejidad y, junto con ello, los problemas que aquejan a la sociedad crecen exponencialmente.


    En ese sentido, el riesgo no solo significa estar expuesto a los peligros de las transformaciones

    de la modernización que promueve el capitalismo globalizado, sino que también significa la previsión y control de las consecuencias futuras de la acción humana.


    Por ello, en la sociedad de individuos en los tiempos líquidos, la política se hace extremadamente importante, pero, contradictoriamente se deja al unísono y en la esquina del olvido, dado que los riesgos con los que se encuentra constantemente el individuo cada vez toman mayor importancia, y de esa forma, la necesidad de crear nuevos espacios de convivencia para pensar y luego accionar nuevos mecanismos que compensen no solo al individuo, sino a la toda la sociedad en general. Sin embargo, crear estos espacios es una cuestión sumamente conflictiva.


    Justo como argumenta Zygmunt Bauman en su más reciente obra en colaboración con el filósofo y dramaturgo lituano Leonidas Donskis, Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida:


    No hay escasez de salidas exploradoras, ni de intentos desesperados de encontrar nuevos instrumentos para la acción colectiva que en un escenario progresivamente globalizado resulten más eficientes que las herramientas políticas inventadas y puestas a punto en la era poswesfaliana de la creación de naciones, y que tendrán más posibilidades de llevar la voluntad popular a su cumplimiento de las que puede soñarse para los órganos ostensivamente soberanos del Estado, atrapados en su doble vinculo. (Bauman, 2015, p. 81)


    En este sentido, la idea de que el individuo “por primera vez en su historia” es realmente libre es debido a su creciente independencia y autonomía para dirigirse, así como para tomar diferentes decisiones que le parezcan las más adecuadas para manejar y conducir su vida y, por ello, su existencia en sociedad. Si la libertad ya ha sido


    conquistada, ¿cómo es posible que la capacidad humana de imaginar un mundo mejor y hacer algo para mejorarlo no haya formado parte de esa elocuente victoria que tanto presumen los ideólogos y simpatizantes de la democracia liberal?, ¿qué clase de libertad han conquistado los individuos sin tan solo sirve para desalentar la imaginación y para tolerar la impotencia de las personas libres en cuanto a temas que atañen a todas ellas?


    En nuestra caótica época, la libertad individual coincide con el incremento de la impotencia colectiva que se expresa fundamentalmente en la actividad política. Pues los puentes de la vida pública y privada del individuo nunca fueron construidos de forma homogénea y armoniosa, es decir, no existe una forma fácil u obvia para traducir las preocupaciones privadas en temas públicos, e, inversamente, de discernir en las preocupaciones privadas en temas de preocupación pública. Ya que en nuestra moderna sociedad líquida los puentes brillan por su ausencia y el arte de la política rara vez se práctica en público, pero que, paradójicamente, siempre se hace de forma cotidiana en el espacio público, pero no se lleva hacía sendas que tengan mayor impacto y relevancia. (Bauman, 1999, p. 82-83)


    El puente de lo público y lo privado se mantiene en esferas que tienen la facultad de explotar cuando se van elevando y de caerse. Por ende, se observa ausencia de mecanismos fuertes, transgresivos y permanentes, además de que los agravios privados y las demandas públicas no llegan a constituirse de forma contundente, debido, entre otras causas, a falta de condensación por parte de la colectividad. Unido a esto, el individuo se ocupa más por las cuestiones de interés privado que por las causas de interés social.


    Bajo estas circunstancias, la sociabilidad de los individuos flota como esferas en un terreno líquido que lo mantiene a la deriva, buscando en vano un

    terreno sólido donde anclar un objetivo visible y viable para todos.


    Al carecer de vías de canalización estables, nuestro deseo de asociación tiende a liberarse en explosiones aisladas… y de corta vida, como todas las explosiones. Suele ofrecérsele salida por medio de carnavales de compasión y caridad; a veces, a través de estallidos de hostilidad y agresión contra algún recién descubierto enemigo público (es decir, contra alguien a quien la mayoría del público puede reconocer como enemigo privado); en otras oportunidades, por medio de un acontecimiento que provoca en la mayoría el mismo sentimiento intenso que le permite sincronizar su júbilo, como cuando la selección nacional gana la Copa del Mundo, o como ocurrió en el caso de la trágica muerte de la princesa Diana. El problema de todas estas ocasiones es que se agotan rápidamente: una vez que retornamos a nuestras ocupaciones cotidianas, las cosas vuelven inalteradas, al mismo sitio donde estaban. Y cuando la deslumbrante llamarada de solidaridad se extingue, los solitarios se despiertan tanto solo como antes, en tanto mundo compartido, tan brillantemente iluminado por un momento atrás, parece aún más oscuro que antes. Y después de la descarga explosiva, queda poca energía para volver a encender las candilejas. (Bauman, 1999, p.11)


    Según Bauman, la posibilidad de cambiar el estado de las cosas reside principalmente en el ágora, un espacio que no es ni público, ni privado, sino más bien es público-privado. Es el “espacio en que los problemas privados se reúnen de manera significativa, es decir, no sólo para provocar placeres narcisistas […] sino para buscar palancas que, colectivamente aplicadas resulten suficientemente poderosas…” (Bauman, 1999, p. 11), cuyo propósito es elevar a los individuos de sus desdichas individuales a través de espacios donde pueda nacer


    la idea como el bien público, la sociedad justa, los valores comunales.


    No obstante, el problema es que, en nuestra época, en la sociedad de individuos poco ha quedado de los antiguos espacios privados públicos, los cuales, en su mayoría, se trasladaron hacia terrenos virtuales como el internet y las redes sociales. En ese sentido, el espacio público sufrió una especie de tecnificación y de tecnologización, por lo que las viejas ágoras de participación y sujetos políticos se las han apropiado y han sido sustituidos por los nuevos emprendedores del mercado y consumidores de productos a la carta que promueven la publicidad, la moda y el marketing. De manera que los individuos han sido reciclados en parques temáticos mientras poderosas fuerzas conspiran con la apatía política para negar el permiso de construcción de nuevas formas de hacer política.


    Corneluis Castoriadis en El Avance de la Insignificancia que corresponde al cuarto título de la serie Les carrefours du labyrinthele dice a Daniel Mermet: “los políticos son impotentes. […] Ya no tienen un programa. Su único objetivo es seguir en el poder”. (Castoriadis, 2005, p. 52). Por ende, en la actualidad, no hay una expresión clara de una doctrina e ideología política que tenga como proyecto una idea de funcionamiento social, político, ético y cultural. Ahora el quehacer político se reduce a una expresión individualizada del egoísmo, del narcisismo, del cinismo y del desarrollo de bienes que compensen a las élites políticas y económicas.


    Además, se propaga de forma masiva a través de diversos mensajes que se pueden apreciar claramente en los discursos políticos, notas periodísticas, comerciales en la televisión y en otros medios de comunicación caracterizados por la parafernalia de que no hay una forma de construir otro mundo posible. Para ello debemos estar bien preparados con el fin de afrontar los tiempos difíciles que nos arropan.

    En consecuencia, el liberalismo de hoy se reduce al simple credo de no hay alternativa. Si se desea descubrir el origen de la creciente apatía política, no es necesario buscar más allá o hacer un recorrido hacia el pasado, dado que la política actual promueve y premia el conformismo, y conformarse con nuestro estado de cosas y con nuestra realidad imperante es un asunto que no necesita de los otros, sino que uno puede hacerlo en soledad desde la comodidad del hogar, escuela o trabajo. Entonces, ¿para qué molestarnos si los políticos, de cualquier tendencia, no pueden prometernos nada, salvo más de lo mismo?


    La actividad política con apellido democrático se ocupa de desmontar los límites de la libertad de los ciudadanos, pero también los autolimita. En un primer momento concibe a los ciudadanos como libres para permitirles establecer, individual y colectivamente. Los límites son ilimitados. Cualquier intento de autolimitación es considerado el primer paso de un camino que conduce directamente al gulag o mejor dicho a la exclusión, como si no existiera otra opción más que la dictadura del mercado y del gobierno, como si no hubiera un espacio para los ciudadanos convertidos en sujetos políticos salvo para consumidores y productores de insumos mercantiles: “solo de esa forma son soportados por los mercados financiero y comercial” (Bauman, 1999, p. 12). De esa forma el Gobierno y las élites económicas promueven y cultivan una forma de organización social, cultural y política, donde se posibilita que el proceso de individualización cumpla con su cometido de atomizar al individuo en sociedad a través del egoísmo, la apatía, la indiferencia, la insensibilidad y la condición acrítica de sus situaciones y de su entorno. Vivimos en los tiempos de la acumulación de basura y más basura (Castoriadis, 2005), y en esta acumulación no debe existir límites, ya que son considerados como anatemas y ninguno sería tolerado. En consecuencia: “la aversión de la autolimitación, el conformismo generalizado y la consecuente insignificancia de la política tiene un precio. Un precio muy alto, en realidad. El precio se paga con la moneda de cambio


    en que suele pagarse el precio de la mala política: el sufrimiento humano”. (Bauman: 1999, p.11)


    De manera que las instituciones políticas que proliferan y se crean en la actualidad para ayudar a las personas en su lucha contra la inseguridad y la desprotección les ofrecen poco auxilio. El individuo se ve forzado a crear sus propios mecanismos de seguridad y protección encontrándolos precisamente en el mercado mismo. Es por ello que, en nuestra época, prefiere gastar sus energías en actividades emprendedoras, cumplir con una jornada de trabajo con actividades que se vean reflejadas en el bolsillo de las personas que le permitan mantenerse estable con una cierta certidumbre, antes de dedicarse a realizar actividades de beneficencia social y bien común por el simple gusto de hacerlo sin verse reflejado con algún salario o ayuda económica. Aquí se encuentra el núcleo fundamental de producción y reproducción del proceso de individualización de las sendas políticas.


    De acuerdo con Ulrich Beck, quien ha sido uno de los pensadores más presurosos en el análisis de la globalización y sus repercusiones en la vida pública, la individualización precisamente es un proceso que transforma institucionalmente las actitudes políticas de la sociedad. Lo anterior se debe a que las instituciones encargadas de mantener una cierta cohesión y regulación de lo social, al verse limitadas y desgastadas por la pérdida creciente de poder político debido a los fuertes y rápidos cambios que se originan con el proceso de globalización impulsadas por las élites económicas transnacionales se encuentran en el terreno de lo local y no pueden hacer gran cosa para brindar certezas y seguridades al individuo.


    Sin embargo, cuando en el escenario social emerge una cierta organización conjunta de actores y sujetos políticos para mitigar esas inseguridades y empezar a conquistar derechos que dignifican la vida de los individuos, casi todas estas acciones y medidas adoptadas por los involucrados tienden a dividirse, siembran suspicacia y terminan por

    separarse, acabando por volverse más solitarios,

    frustrados e aislados.


    Esta es una de las razones que explica la escasez de espacios públicos, tal como explica Bauman: “y el hecho de que los pocos que existen estén vacíos casi todo el tiempo condiciona su reducción e incluso su desaparición. Otra razón para que los espacios públicos tiendan a desaparecer es la flagrante carencia de importancia de todo lo que ocurre con ellos” (1999, p. 13).


    No obstante, además de que estos espacios públicos se encuentren desapareciendo paulatinamente en el terreno físico de la plaza o la calle, se están originando otros mecanismos de expresión sobre los asuntos políticos a partir de las redes sociales y grupos de Internet.


    Si bien estos “nuevos” espacios son criticados y algunas veces hasta banalizados por la elocuencia en sus formas de comunicación y sus propósitos de entretenimiento, muchos de los individuos de nuestra época consideran que son una buena herramienta para organizar movilizaciones, exponer sus críticas y juicios sobre la actividad política o para expresar diversos disgustos sobre la partidocracia, personajes políticos o coyunturas políticas.


    Lo anterior ha originado que la política clásica, por llamarlo de algún modo, asociada al poder de convertir los problemas privados en cuestiones públicas, posea el poder de interiorizar cuestiones públicas y transfórmalas en asuntos privados. En la actualidad, este mecanismo político está desfasado y pasado de moda, ya que en la política que predomina en nuestra sociedad moderna, por lo regular, los individuos abordan las cuestiones públicas que devienen de los problemas privados de las figuras públicas.


    De este modo, nos acercamos de suavemente a una fase la de la vida política en la que el principal rival de un partido político consolidado no será otro partido político de corte o ideología distinta, sino


    una organización no gubernamental influyente o un movimiento social (Bauman y Donskis, 2015).


    En ese sentido, vivimos habidos y con sed de poder que se manifiesta y se encuentra en una fuerza económica, y no en las viejas estructuras militares o instituciones políticas. El poder ahora se muestra en cuánto poder posees para acceder al consumo, al placer; el poder es un camino para lograr una vida material digna. Consumo, luego existo.


    Nos hemos acostumbrado a considerar al ser humano como una mera unidad estadística. No nos sorprende concebir a los seres humanos como fuerza de trabajo. El poder de compra de los seres humanos y la capacidad para consumir se han convertido en criterios cruciales para evaluar el grado de idoneidad de un país a la hora de ingresar en el club de poder, al que aplicamos varios títulos pomposos de organizaciones internacionales. La cuestión de su condición es una democracia es relevante solo cuando no se tiene poder y hay que controlarlo con palos políticos y retóricos. Si eres rico en petróleo o puedes consumir o invertir mucho, eso te absuelve de no respetar la política moderna y la sensibilidad moral o de no comprometerte con las libertades civiles y los derechos humanos. (Bauman; Donskis, 2015, p. 72)


    Los sufrimientos nacidos individualmente son muy semejantes con el otro, pues ambos comparten las crecientes deudas de sus impuestos y servicios, viven en la incertidumbre de la precariedad del trabajo o salarios mal retribuidos, comparten la confusión de las perspectivas vitales a largo plazo; todo este ambiente se reduce a la incertidumbre existencial: esa extraña mezcla de ignorancia e impotencia y una fuente inagotable de humillación y desosiego.


    No obstante, el verdadero poder de tomar decisiones e influir sobre el otro permanece a una distancia segura de la política, donde los individuos se ven

    limitados alcanzar y tener de nuevo en sus manos las direcciones de su vida social. El poder de la compra se deposita en la mente de los individuos y se convierte en una espumosa ideología que imposibilita a las personas pensar y proyectar escenarios posibles de convivencia. Como lo expresa Cornelius Castoriadis: “el problema de nuestra civilización es que dejó de interrogarse” (Castoriadis, 2000), y agregaría: dejó de aprender a pensar, y, en consecuencia, dejó de crear escenarios posibles de relación y cambio. Cambiamos la innovación por el pensamiento, la tecnología por la actividad política, el interés colectivo por el individual. Parafraseando a Bauman, los terrenos sólidos por las arenas movedizas.


    Ninguna sociedad que olvida el arte de plantear preguntas o que permite que esa condición caiga en desuso puede encontrar respuestas a los problemas que la aquejan. Sin embargo, cabe destacar que son en los claustros académicos, grupos de investigación e interesados sobre los temas que nos acechan quienes están en la búsqueda y reflexión constante por encontrar nuevos derroteros que nos den salida a los tiempos oscuros que nos abrazan en la actualidad. Así como artistas, cineastas, pintores, entre otros.


    De este modo, en el aire social que nos rodea y que respiramos a menudo en nuestra cotidianeidad, pareciera que aparentemente hemos conquistado esa endeble libertad que nos asfixia cuando no accedemos al círculo del consumo y al placer individual, donde es lo único por lo que vale la pena vivir. No así, para conseguir una verdadera libertad como condición y no como un acto aparente de consumo, hay que concebir que la libertad individual solo puede ser alcanzada y producida bajo el trabajo colectivo. La libertad, me atrevería a decir, solo puede ser conseguida y garantizada colectivamente.


    En ese sentido, la libertad se alcanza en la rebelión, justo como Albert Camus, en el Hombre Rebelde menciona: “¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero si se rehúsa, no renuncia: es también un hombre que dice que sí, desde su primer


    movimiento. Un esclavo, que recibió órdenes toda su vida, juzga de repente inaceptable una nueva orden” (Camus. 2018, p. 537).


    En el siglo XXI nos desplazamos hacia la privatización de los medios que aseguran y garantizan nuestra libertad individual, por lo que estamos cerca de sufrir un accidente que podría dejarnos sin ningún rastro de vida colectiva, donde constantemente se van expresando diversas patologías sociales siniestras y atroces en nuestros días. Por ejemplo: hay cada vez más pobreza extrema, marginación y exclusión, emergencia de grupos de narcotraficantes, delincuencia organizada, grupos de lavado de dinero, actos terroristas, resentimiento social y miedo latente y enfermedades que poco a poco se están manifestando en diversas partes del mundo. No obstante, todo este ambiente es maquillado por la seducción del consumo, el hedonismo, la ideología individualista, los mass media y el entretenimiento.


    La política no se mantiene apartada de la seducción. Quienes se encargan de hacer política hoy en día tienen muy en consideración la importancia de su imagen, la cual sirve para enviar un mensaje humanizado a la sociedad a quien gobierna, donde a menudo se presenta ante el pueblo con una simplicidad ostentosa, con “guayaberas”, jeans o “chamarras” tipo “cazadora”, reconoce humildemente sus límites, sus debilidades y mantiene un discurso solidario para apalear los males que aquejan a una nación en específico.


    Esta forma de política personalizada corresponde a la emergencia de esos nuevos valores que se han creado en la actualidad y que corresponden a una forma políticamente correcta como la cordialidad, la confidencia, la autenticidad, la personalidad, y valores que el individualismo-democrático ha generado en los últimos tiempos. No tener o expresar estos valores, aunado con una serie de requisitos fundamentales para tener una vida política exitosa, implica perder el tiempo.

    La seducción, hija del individualismo hedonista que genera los valores del mercado y que se radicaliza en la democracia, hace de la política un espectáculo, pervirtiendo a las democracias mismas, pues estas se llenan de intoxicación publicitaria y manipulación del electorado a través de la imagen, la apariencia y las ilusiones falsas.


    La política ha entrado en la era de lo espectacular, liquidando la conciencia rigorista e ideológica en aras de una curiosidad dispersada, captada por todo y nada. De ahí la importancia capital que revisten los mass media a los ojos de los políticos; o teniendo otro impacto que el vehiculizado por la información, la política se ve obligada a adoptar el estilo de la animación, debates personalizados, preguntas y respuestas, etc., lo único capaz de movilizar puntualmente la atención del electorado (Lipovetsky, 2003, p.39).


    Según Lipovetsky, la apatía de la política que se refleja en nuestros tiempos responde a la plétora de informaciones, a su velocidad de rotación, ya que, tan pronto se registra un acontecimiento político, este se olvida casi inmediatamente y es sustituido por otros espectáculos políticos de mayor envergadura. En ese sentido, se manifiesta una realidad paradójica, pues el exceso de información que reciben los individuos genera que estos no tengan capacidad de reacción, pero, sobre todo, que no tengan la capacidad de formularse una identidad política que se refleje en una movilización o grupo, y si nacen, con el tiempo se van consumiendo. De ahí que la política del individuo tiene como característica la condición de agotarse y desintegrarse a mayor velocidad.


    La indiferencia pura designa la apoteosis de lo temporal y del sincretismo individualista (…) En estas condiciones está claro que la indiferencia actual no recubre más que muy parcialmente lo que los marxistas llaman alienación, aunque se trate de una alienación ampliada. Esta, lo sabemos, es inseparable


    de las categorías de objeto, de mercancía, de alteridad, y en consecuencia del proceso de reificación, mientras que la apatía se extiende tanto más por cuanto concierne a sujetos informados y educados. La deserción, no la reificación: cuanto más es el sistema crea responsabilidades e informa, más abandono hay, es esa paradoja lo que impide asimilar alienación e indiferencia, aunque ésta se manifieste por el aburrimiento y la monotonía (Lipovetsky, 2003, p. 41).


    Bajo ese argumento, la indiferencia designa una nueva conciencia que se ve reflejada en la libertad aparente del individuo y que se expresa en los diversos valores que produce el proceso de individualización. La indiferencia de nuestros tiempos no significa pasividad, sino que el individuo adquiere su estado de espectador. El zoon politikon de nuestra época no es ni el decadente pesimista de Nietzsche ni el trabajador oprimido de Marx; es un espectador que se informa y opina desde sus fuentes de información que provienen de las redes sociales, el internet, blogs, periódicos o noticieros televisivos. Debido a esto la alienación que antes se encontraba en la mecanización del trabajo, ahora se encuentra en la vida libre del individuo y que se encuentra en diferentes partes de su vida cotidiana y privada.


    Este proceso detona que la actividad política se individualice a la par de la sociedad. Creándose un sistema de organización legitimado bajo un principio de aislamiento considerable, los ideales y valores de la sociedad son compartidos solo si el otro lo considera como respetable. De no ser así, el individuo genera todo tipo de estigmas, estereotipos y descalificaciones que denigran al ser humano. De ahí que no sea raro leer mensajes, tweets o estados de Facebook descalificando una movilización política, una corriente de pensamiento, un grupo activista homosexual, feminista o transgénero. La intolerancia de nuestra época se expresa en un maquillaje democrático bajo el estándar de lo que el individuo considera como la libertad de expresión. Por lo tanto, cuando lo social y lo político está

    abandonados, el deseo, el placer y la comunicación se convierten en los únicos valores que hay que conservar.


    De ahí que a menudo podamos observar el perseguimiento obsesivo de mantener un cuerpo sano y torneado, que seduzca y atraiga la adoración por el sexo libre y sin compromiso, el consumo exacerbado de mercancías tecnológicas, el uso de la moda como expresión corporal y la finitud por la ciencia en revistas de consulta que pueden adquirirse en puestos de periódicos para mantenerse informado. El individuo de nuestra época vive en la etapa del éxtasis de la liberación personal y todo aquel que atente contra ello debe ser excluido, ignorado, invisibilizado.


    Es por ello que la especialización y la solidaridad orientada a la producción que hoy se expresan en la creación de fuentes de trabajo no son realizados por el Estado, sino por el mismo individuo, la división social de labores y la monetización del dinero que hoy se manifiesta de forma radical como un elemento de socialización. Estos elementos que se fueron construyendo y se fueron trasladando gradualmente a la sociedad permiten la integración del individuo al campo del placer y del consumo, de la indiferencia y de la libertad de elección. El capitalismo hizo indiferentes a los hombres y mujeres como lo hizo con las cosas:


    Aquí no hay fracaso o resistencia al sistema, la apatía no es un defecto de socialización sino una nueva socialización flexible y

    <<económica>>, una descrispación necesaria para el funcionamiento del capitalismo moderno en tanto que sistema experimental acelerado y sistemático. Fundado en la combinación incesante de posibilidades inéditas, el capitalismo encuentra en la indiferencia una condición ideal para su experimentación, que puede cumplirse, así como un mínimo de resistencia (Lipovetsky, 2003, p. 43).


    ¿Por qué un sistema cuyo funcionamiento exige la indiferencia se esfuerza continuamente en hacer participar, en educar, en interesar? El sistema en el que vivimos reproduce de forma extendida los aparatos de sentido y de responsabilidad que logran producir un cierto compromiso que es carente justamente de compromiso. A menudo las élites, quienes sujetan los hilos de la economía y de la política, a través de los diferentes medios de comunicación, emiten mensajes que aparentan ser positivos para la nación y en particular para el individuo mismo: “pensad lo que queráis de la tele, pero enchufadla, votad por nosotros, pagad vuestras cotizaciones, obedeced la consigna de huelga, partidos y sindicatos no tienen más exigencia que esa «responsabilidad» indiferente” (Lipovetsky, 2003: 44).


    La indiferencia de nuestros tiempos se identifica con la escasez de motivación. El hombre no se aferra a nada, vive en la incertidumbre, no tienen certeza de su futuro ni de su presente, nada le sorprende y sus opiniones son tan cambiantes como su realidad misma.


    El abandono de roles e identidades homogéneas hace de nuestro tiempo un paisaje aleatorio, plural y complejo. Por lo tanto, lo político y lo existencial no pertenecen a esferas separadas, sino, al contrario, se convierten en una mezcla sin rumbo donde las fronteras se borran y las prioridades de redefinen.


    La libertad aparente con la que vivimos y nos relacionamos hoy en día ha extendido un desierto de extrañeza absoluta ante el otro. Deseamos, pero adolecemos estar solos. Así llegamos al final de este nuevo desierto, previamente atomizado y separado, en el que cada persona funge un agente activo de vida y de su rol en sociedad. El proceso de individualización impulsado por el sistema económico dominante, no contento con producir aislamiento de los individuos, engendra en su psique y en su conducta sed de deseo imposible, que una vez conseguido, resulta intolerable. Cada individuo exige y demanda estar solo, al tal grado de no soportarse

    a sí mismo, y, por ende, al otro. Es cuando este nuevo

    desierto no tiene ni principio ni final.


    Siguiendo a Bauman, este nuevo panorama se manifiesta de diversas formas en la vida social: de lo personal a lo relacional y luego a lo laboral.


    La situación ha cambiado ahora; el ingrediente fundamental del cambio es la nueva mentalidad de “a corto plazo” que vino a reemplazar a la de a “largo plazo”. Los matrimonios “hasta que la muerte nos separe” son ahora una rareza: los miembros de la pareja ya no esperan estar mucho tiempo en compañía del otro. Según el último cálculo, un joven americano con un nivel educativo moderado supone que cambiará de empleo al menos once veces durante su vida laboral; esa expectativa de “cambio de empleo” seguirá sin duda en aumento antes de que concluya la vida laboral de la generación actual. “Flexibilidad” es el lema del día, y cuando al mercado de trabajo significa el final del empleo “tal como lo conocemos” y el trabajo con contratos a corto plazo, contratos renovables o sin contrato, puestos sin seguridad incorporada, pero con la cláusula de “hasta nuevo aviso” (…) el trabajo se ha convertido en un deporte 2de clase alta” o de “alto rendimiento”, más allá de la incapacidad y del alcance práctico de la mayoría de los que buscan trabajo… La pequeña parte de la población que trabaja lo hace de manera muy intensa y eficaz, mientras que la otra parte se queda el margen porque no puede mantener el rápido ritmo de la producción y, podemos añadir, porque la manera en que se realiza el trabajo deja poco espacio, y cada vez menos para sus habilidades. La vida laboral está saturada de incertidumbre. (Bauman, 2001, p. 35)


    Esta modernidad sin referentes de relaciones sociales se define por la incertidumbre, donde la actividad política no se escapa de sus efectos. Esto


    porque, por un lado, el ambiente social obliga a los individuos a relacionarse con sus pares para no sentirse desamparados, pero, por otro lado, el escenario político nos impide ampararnos y situarnos en un terreno más digno con mayor estabilidad y protección. Todo esto ocurre en un contexto de competencia exacerbada que termina por fracturar todas las relaciones. Este derrotero dificulta el florecimiento de la solidaridad social, la búsqueda del bien común, lazos de amistad, fraternidad, amor y responsabilidad.


    En consecuencia, el sentido de la política debe tomar una nueva consideración; su comprensión, explicación y entendimiento en la sociedad actual demanda la necesidad de buscar una nueva definición de esta. La política, al encontrarse individualizada y en retirada, deja de definir los destinos de los individuos. Su poder se ve cada vez más limitada en la instauración de las instituciones deseables.

  3. Reflexiones finales


    Para tratar de redimensionar la política hacia el ámbito social, considero que debemos aportar una postura clínica y retomar diversas aportaciones que en el pasado fueron de gran importancia y explicaron desde su propia realidad la actividad política a través de categorías y consideraciones que en la actualidad pueden ser de gran utilidad, y así establecer propuestas de cambio. En palabras de Isaiah Berlin, no es posible concebir un escenario de cambio sin ideas.


    Es por ello que considero que, para significar el sentido de la política, es pertinente voltear de nueva la mirada hacia las aportaciones de Zygmunt Bauman. En especial, hacer uso de sus argumentos sobre la acción, la libertad y pluralidad en los derroteros líquidos. Considero que, a partir de estas categorías, es posible pensar la política desde los terrenos líquidos que promueven el proceso de individualización de la sociedad moderna actual. lo que nos permitirá plantear la necesidad de construir un nuevo pensamiento político crítico.

    Según Hannah Arendt, la misantropía, con respecto a la política y el ámbito de lo público, se ha convertido en una de las actitudes básicas del individuo moderno, que, de forma alineada, solo puede revelarse de forma privada y en la intimidad de los encuentros cara a cara. Sin embargo, en los tiempos líquidos, esa poca incapacidad por parte del individuo por revelarse y expresarse cara a cara es una condición que poco a poco se va definiendo en el tiempo y perdiendo en el espacio.


    Esto detona que la acción política, como dominio de experiencia de la libertad en cuanto a razón de ser de la política, tenga repercusiones considerables en la sociedad moderna, puesto que se trata de recuperar la experiencia de la libertad a partir de la esfera pública-política, instaurada y mantenida por las interacciones humanas a partir de la acción conjunta entre los individuos. No obstante, en la actualidad esta condición se encuentra lacerada por las diversas interconexiones que se dan a partir de uso exacerbado de la tecnología para comunicarse, el consumo y el interés privado que imposibilitan una sensibilidad latente por las cuestiones políticas y asuntos de intereses colectivos.


    La libertad de nuestros tiempos adquiere una condición pragmática que se ve maquillada y usurpada bajo los discursos capitalistas de las élites globales y como discursos populistas por parte de los políticos en acción, que utilizan su estandarte para ganar adeptos por parte de quienes los eligen y conservar el estatus quo político.


    Por su parte, las democracias liberales representativas restringen la libertad política al mínimo instante del voto. La actividad política, para el liberalismo, debe respetar las actividades privadas de los individuos o la libertad económica de los propietarios privados, dejando que hagan las reglas y las normas de sus prácticas:


    La palabra «democracia» ha tenido múltiples significados a lo largo de la historia. En un principio, surgió para referirse a un sistema


    en el que una asamblea colectiva, donde todos los votos tenían igual valor, tomaba las decisiones que afectarían a los ciudadanos. El término ha estado siempre tan cargado de connotaciones morales que tratar de escribir una historia ecuánime de la democracia es casi un contrasentido. La mayor parte de los estudiosos que quiere mantener una apariencia de neutralidad opta, pues, por evitar el término. Y aquellos que se atreven a formular generalizaciones acerca de la democracia tienen siempre unos intereses detrás. (Graeber, 2021, p. 16)


    En esa distinción liberal, la libertad es pensada en relación con la política, destinada exclusivamente al crecimiento y desarrollo económico privado, promoviendo una apatía política que se rige por el proceso de aislamiento de los ciudadanos y la masificación de los individuos, incrementado por el imperialismo económico y promotor de empleo de la violencia para la resolución de conflictos, la multiplicación de las minorías, etc. (Ribeiro, 2000).


    Vivimos inmersos en un mundo colapsado por su sistema político y del mundo en general. Dicho colapso significa la profunda disminución del vigor del ámbito público y humano, una ruptura en la plena pertenencia del hombre al hombre público, una caída visible de la fuerza del mundo, donde este último tiene que congregar a los individuos y distinguirlos uno de otros en cuanto seres que actúan y hablan.


    En las diversas democracias, la actividad política está obscurecida por la despolitización tecnocrática, en función de la burocratización del creciente empleo de la violencia por parte del Estado y por la creciente privatización del espacio público, transformándose en esfera social de intercambios económicos de una sociedad que reduce a los hombres a la función de trabajadores y consumidores.


    La actividad política, para el liberalismo, debe respetar las actividades privadas de los individuos o la libertad privada económica de los individuos

    privados, dejando que hagan sus reglas y las normas de sus prácticas. Por lo tanto, la libertad siempre debe estar separada de la acción política, porque esta tiene la función de garantizar seguridad, arbitrar los diversos conflictos que se desprenden de la sociedad. La verdadera libertad que proclaman las élites económicas y políticas se justifica en la no política, dado que es trasmitida y entendida como la capacidad de liberarse de este, y, por ende, de todo compromiso posible. Lo anterior se origina en que toda acción de esta índole está al servicio de las garantías que confieren al individuo la libertad económica y que se enuncian en el trabajo, la propiedad y la sobrevivencia.


    La vida política es una actividad que fue concebida como un elemento elevado en sí misma. Tanto Platón como Aristóteles pensaban que esta debería ser organizada de tal manera que la filosofía, el cuidado de la verdad y de las cosas eternas, fueran posibles. Sin embargo, fue con los autores modernos de corte contractualista que la política se transforma en fabricado artificialmente, es decir, que no es permanente en la realidad, sino que es producida entre las acciones de los diversos sujetos que la conforman con el único sentido de asegurar una existencia pacífica y prevenir la muerte violenta.


    Sin embargo, en los terrenos líquidos que predominan en nuestra época, la pluralidad juega un elemento fundamental en el quehacer de la actividad política, puesto que instaura en el ámbito público del mundo la experiencia de la acción y el ejercicio de la libertad, donde la pluralidad es condición mundana que exige del “hombre estar entre los hombres” (Ribeiro, 2000), de vivir y cohabitar un mundo de seres diferentes pero únicos entre iguales, haciendo del este un ser que actúa, habla, opina y enjuicia a través de su palabra:


    La acción sería un lujo innecesario, una caprichosa interferencia en las leyes generales de la conducta, si los hombres fueran de manera interminable repeticiones reproducibles del mismo modelo, cuya


    naturaleza o esencia fuera la misma para todos y tan predecible como la naturaleza o esencia de cualquier otra cosa. La pluralidad es la condición de la condición humana, y por tanto nadie es igual a cualquier otro que haya vivido, viva o vivirá. (Arendt, 2016, p.22)


    El diálogo es la única actividad que se da entre los hombres y mujeres, sin la mediación de las cosas naturales, por lo que la acción es la substancia intangible de las relaciones humanas. Por lo tanto, considero que uno de los actos fundamentales para emprender la búsqueda de la salida de las arenas movedizas que reinan en nuestro tiempo radica en el habla y en la acción.


    El habla y de la acción le permite al individuo distinguirse de la diferencia ante el otro; la pluralidad no equivale a alteridad como lo consideran muchos diversos intelectuales, sino que significa capacidad de asimilación; comprensión que se articulan a partir de ciertos procesos de cambio que se desprenden de la diversidad y de los interés comunes que cada sujeto político mantiene como afinidad permanente sobre los asuntos relacionados a sus derechos, inquietudes, afinidades e ideologías políticas.


    Es la acción y en el discurso es como los individuos se manifiestan y definen quienes son, mas no a través del acceso al consumo y la vida determinada que imposibilita el desarrollo de la plena libertad. De ahí que, el individuo no es plural por sus diferentes gustos, placeres y valores; es plural por su condición de hablar y de actuar. En ese sentido, la pluralidad deviene del pensamiento, del juicio y de la identidad, mientras que, en el proceso de individualización, atenta contra estas formas fenoménicas de racionalidad, sociabilidad y de ser-estar en el mundo. La individualización niega, borra y seduce, por lo que, para transgredirla, hay que interpelar, actuar, pensar y dialogar para aparecer en sociedad, y junto con ello, sensibilizar el sentido de comunidad y bienestar común.

    Mientras que en el proceso de individualización de la sociedad los individuos están condenados a trabajar para ellos mismos y disfrutar del ambiente artificial de las cosas materiales y pasionales sin nunca comprometerse a un lazo sólido de interacción, debido a la inexistencia de acción y palabra, esta forma de vida deja de ser una existencia humana, puesto que el individuo deja de crear lazos de supervivencia y de relación al ser sustituida por la lógica de la innovación y el consumo que establece la propia vida líquida.


    Actuar, desde esta perspectiva, significa comenzar algo, iniciar un proceso, tomar iniciativa, imprimir movimiento hacia algo. De este modo, el individuo es un ser creador por excelencia de su sociedad, de su forma de hacer política, de civilizarse, de pensar y concebir más allá de su órbita de posibilidades. Por lo tanto, la libertad no es solo el blanco de la acción política como en los tiempos de revolución y crisis latente, sino que en nuestra época se convierte en el principal motivo por el cual los individuos conviven políticamente organizados. Sin libertad la vida política como tal sería destituida y despojada de significado y pertinencia.


    Para ello, y para comenzar a salir de las arenas movedizas de la individualización, es pertinente volver a crear y, para crear, considero es necesario volver a pensar.


    En ese sentido, existe la necesidad de construir un nuevo pensamiento crítico que nos orille a formular nuevas formas de convivencia y, sobre todo, crear nuevos diversos mundos posibles. Hoy más que nunca el mundo de carácter líquido no súplica transformación, sino demanda a detenerlo por un instante para aprender a pensarlo para comprenderlo y explicarlo de forma adecuada, respondiendo a sus interrogantes y problemáticas que se desprenden de esta nueva realidad.


  4. Referencias bibliográficas

Arendt, H. (2016). La condición humana. Paidós. Bauman, Z. (1999). En busca de la política. Fondo de

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Bauman, Z. (2001). Modernidad líquida. México: Fondo de Cultura Económica.

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