Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. de Costa Rica XLV (1) (Enero-Abril) 2021: 39-64/ISSN: 2215-2636
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TESTIMONIO, DISCURSO HISTÓRICO Y MEMORIA EN LA
NARRATIVA DE JOSÉ LEÓN SÁNCHEZ
Testimony, historical discourse and memory in the narrative
of José León Sánchez
Dr. José Ángel Vargas Vargas
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RESUMEN
En este artículo se efectúa una aproximación crítica a la obra narrativa de José León Sánchez (1929), mediante el abordaje
de cómo este autor ha ido reescribiendo la realidad costarricense y latinoamericana, fundamentalmente con la incorporación
de formas testimoniales, del discurso histórico y la recuperación de la memoria como elementos conformadores de procesos
identitarios. Este análisis permite distinguir las tres principales etapas en el proceso creativo de José León Sánchez: una
primera que va desde sus primeras obras hasta La luna de hierba roja (1983); la segunda enmarcada en la exploración de
las posibilidades de la novela histórica en el ámbito latinoamericano con las obras Tenochtitlan (1986) y Campanas para
llamar al viento (1989), y la tercera, en la que aborda la biografía como género que explora la vida de personajes claves de
la vida cultural costarricense, como sucede en la novela Al florecer, las rosas madrugaron (2014). En las conclusiones, se
reflexiona sobre la necesidad de que la comunidad académica nacional preste mayor atención a la obra narrativa de José
León Sánchez y se concibe esta como un sistema relacional en el cual el narrador ejerce permanentemente una función
evaluativa sobre la diégesis y sobre los personajes, a fin de proponer mejores formas de convivencia humana y educación,
para lograr una verdadera transformación social.
Palabras clave: poder, literatura, historia, biografía, escritura
ABSTRACT
This article offers a critical approach to Jose Leon Sanchez’s narrative work by addressing the author’s manner of rewriting
Costa Rican and Latin American reality, fundamentally in terms of testimonial forms, historical discourse and the recovery
of memory as constitutive elements of identitarian processes. This analysis also distinguishes three main stages in Jose Leon
Sanchez’s writing process: a first stage that ranges from his early works to La Luna de Hierba Roja (1983); a second one
framed within the exploration of the possibilities of the historical novel in Latin American context with works such as
Tenochtitlan (1986) and Campanas para Llamar al Viento (1989) and, lastly, a third stage where biography as a genre
explores the life of key characters in Costa Rican cultural life, as it takes place in the novel Al florecer, las rosas madrugaron
(2014). To conclude, this article reflects upon the national academic community’s need to direct a greater attention to Jose
Leon Sanchez’s narrative work, deemed as a relational system where the narrator permanently exerts an evaluative function
over the diegesis and characters of his work with the purpose of reaching better forms of human convivence and education
to reach true social transformation.
Key Words: power, literature, history, biography, writing
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Universidad de Costa Rica. Profesor catedrático. San José, Costa Rica. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-
8095-7763 Correo electrónico: jose.vargasvargas@ucr.ac.cr
DOI: 10.15517/RK.V45I1.46239
Recepción: 16/10/2019. Aceptación: 11/2/2020.
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1. Introducción
Hace unos meses tuve la suerte de localizar la correspondencia que José León Sánchez estableció
entre 1960 y 1965, justo al inicio de su carrera literaria, con don Efraín Rojas Rojas, director de la
Biblioteca Carlos Monge Alfaro de la Universidad de Costa Rica. Por una parte, José León le
manifestaba su gratitud por haberle dado en la biblioteca espacio para sus libros, por recomendarlos
para su lectura y por ayudarle mediante la donación de varias publicaciones a ir colmando su sed de
aprender y contribuir con su propósito de colaborar con la educación de los presidiarios de la Colonia
Penal de San Lucas. Por el otro, don Efraín acusaba recibo de las cartas enviadas por José León y le
remitía publicaciones como la Revista de la Universidad, la Revista de Ciencias Sociales, Historia
de la literatura costarricense, Educación en Lengua Materna, Juan Santamaría, Proclamas y
mensajes de la Batalla de Rivas, El tesoro de la isla del Coco, La Solidaridad humana, Hacia una
cultura superior, y le expresaba su disposición para colaborar con él en su proyecto de crear una
biblioteca en el Centro Penal de San Lucas, del cual José León se había encargado.
En la carta que José León le remite el 10 de abril de 1965, le comunica a don Efraín su profunda
gratitud por disponer de los libros, los cuales en un acto maravilloso han llegado a sus manos:
“Salieron en carro, fueron al tren, atravesaron el mar, y al final llegaron hasta mis manos” (Rodríguez,
1995). En esta misma carta, le relata a don Efraín su gran anhelo por la cultura, por hacer incluso con
manos esclavas un centro de cultura, para bien de la humanidad.
En la carta del 22 de febrero de 1960, José León le externa con franqueza su deseo de mejorar su
escritura y sus esperanzas de cambiar su vida. La escritura le ha servido para comunicar su realidad,
mirándose en el futuro con la frente en alto y con sus libros en el brazo. Reconoce que a pesar de la
fantasía presente en los libros, estos siempre van a representar un fragmento de la realidad. Le ilusiona
pensar que quienes deseen conocer más sobre su vida y sobre los presos lleguen a estudiar sus libros
(Rodríguez, 1995).
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De esta manera, nacía así en él una ilusión de superar las paupérrimas condiciones en que había
transcurrido su vida, de trazar nuevos caminos, de cultivarse, de navegar en los ríos de la palabra, de
no morir en el mundo de la marginalidad. La vida empezaba a mostrarle alguna generosidad y debido
a su firme convicción de ser un hombre que no se entrega a la desgracia, inició su travesía por el
mundo de la ficción.
Estos eran tiempos en los que José León Sánchez no ocupaba ningún lugar relevante en la
literatura costarricense. Este autor nace en 1929, sin que se disponga del día exacto, en uno de esos
pueblos que parecen no formar parte de la geografía y de la dinámica económica nacional, sin
aspiraciones y arropado solamente por la orfandad. Él era hijo de una prostituta y sin la certeza de
saber quién era su padre. Es muy probable que durante su niñez no se imaginara ser escritor y mucho
menos llegar a convertirse en uno de los representantes más destacados de las letras nacionales y
latinoamericanas. No experimentó ni la grandeza de sus antepasados ni la riqueza material. El azar y
la desgracia fueron sus más íntimos compañeros.
León Sánchez aprendió a leer y escribir en el presidio de San Lucas, donde había sido enviado
para que cumpliera una condena por haber cometido un supuesto crimen y por el robo de las joyas de
la Basílica de Nuestra Señora de los Ángeles. Inspirado en este ambiente y en su infancia y juventud,
escribe sus poemas y sus primeras narraciones como “Una guitarra para José de Jesús” (1959), “La
niña que vino de la luna” (1962), “El poeta, el niño y el río” (1962), “Cuando ataca el tiburón” y La
isla de los hombres solos (1967).
Abelardo Bonilla en su conocida Historia de la literatura costarricense fue quien refirió a los
primeros textos publicados por él, señalando las circunstancias trágicas de su vida desde su niñez y
destacando que su obra muestra una “evidente y vigorosa vocación literaria” (Bonilla, 1984, p. 330),
con lo cual parecía anunciar el trayecto de un gran escritor en las letras costarricenses, a pesar de que
no abordó de manera específica los rasgos retóricos y estilísticos del proceso creativo de José León
Sánchez en ese momento.
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En esta ocasión, se realiza una aproximación a varios textos de este autor, tomando como hilo
conductor la manera en que ha ido refigurando la realidad costarricense y latinoamericana, con la
incorporación de formas testimoniales, del discurso histórico y la recuperación de la memoria como
un elemento conformador de los procesos identitarios. Para ello, se toma como fundamento una
concepción de la literatura como sistema relacional (de códigos y valores) según lo ha expuesto Terry
Eagleton en su conocido libro El acontecimiento de la literatura. Para este último autor, la literatura
posee una dimensión moral, referida al universo de los significados, los valores y las cualidades
humanas (Eagleton, 2013, p. 87), más allá del sentido deontológico del deber señalado por los teóricos
postkantianos. Esto implica que, como complemento de los aspectos formales y retóricos, siempre la
literatura conduce a una valoración de la vida y de la condición humana en sus más variadas
expresiones.
Asimismo, se toman en consideración los planteamientos de Gerard Genette sobre la función
ideológica del narrador, la cual consiste en la constante evaluación que realiza el narrador respecto
de los acontecimientos y personajes de la diégesis (Genette, citado por Garrido Domínguez 2008, p.
120). Esta función también puede ser entendida como función de interpretación y, además de ejercerla
el narrador, puede ser delegada a un personaje, quien se encarga de comentar y valorar el universo
narrado.
2. Escribir desde la vida, escribir la vida
Terry Eagleton ha subrayado en sus ensayos teóricos el valor relacional que tiene la escritura
literaria, y llega a preguntarse: “¿Cómo podría haber literatura sin cierta indagación sobre el valor y
significado de la vida humana?” (Eagleton, 2013, p. 100). Esta pregunta permite cuestionarse sobre
la relación existente entre las obras y los autores, o al menos a observar aquellas imágenes de la
realidad que un sujeto de la enunciación ha creado a partir de su experiencia particular.
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Aunado a lo anterior, es pertinente considerar que, a lo largo de la historia, la literatura, en
diferente medida, ha cumplido la función de “testimoniar” la realidad, de hacerla creíble en un
determinado espacio cultural. Ello evidentemente produce un efecto verosímil, pues aproxima la
ficción a la realidad, a hechos y personas concretas, estableciendo relaciones de semejanza entre estas
dimensiones.
Ahora bien, el testimonio aparece asociado a los sujetos de la enunciación mediante la referencia
al pasado en un ejercicio de memoria declarada y el empleo de pruebas documentadas. Testimoniar,
para Paul Ricoeur, implica varias operaciones, entre las que sobresalen: a) la descripción de escenas
vividas por los personajes en un relato, b) una estructura dialogal en la que el testigo cuenta a alguien
lo que le ha sucedido y solicita ser creído, c) la existencia de terceros que pueden fungir como testigos
para resolver controversias, d) la incorporación de una dimensión suplementaria para reforzar la
credibilidad de lo narrado, y e) asegurar la fiabilidad del vínculo social para garantizar el valor del
testimonio como institución. De manera sintética, Ricoeur (2010) indica:
La especificidad del testimonio consiste en que la aserción de realidad es inseparable de su
acoplamiento con la autogestión del sujeto que atestigua. De este acoplamiento procede la
fórmula tipo del testimonio: yo estaba allí. Lo que se atesta es, indivisamente, la realidad de
la cosa pasada y la presencia del narrador en los lugares del hecho. Y es el testigo el que,
primeramente, se declara tal. Se nombra a mismo. Un deíctico triple marca la
autodesignación: la primera persona del singular, el tiempo pasado del verbo y la mención
del allí respecto del aquí. Este carácter autorreferencial es subrayado a veces por ciertos
enunciados introductorios que equivalen a un prólogo. Estas clases de aserciones unen y
relacionan el testimonio puntual con toda la historia de una vida (pp. 213-214).
Este carácter testimonial de las primeras obras de José León Sánchez se produce a nivel
textual por el empleo de la primera persona como una forma de comunicar directamente las vivencias
y aspiraciones del personaje, y se complementa con una referencialidad histórica y geográfica muy
concreta, en la que la vida del propio autor y el presidio se constituyen en dos de los principales
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realemas generadores de la ficción. Son un núcleo a partir del cual se despliega un mundo en imagen
que posibilita un acercamiento crítico a tópicos centrales de la vida nacional, tales como la familia,
la educación, la pobreza, el trabajo, el poder y la justicia. Además, cohesionan los textos y generan la
impresión de objetividad respecto de los hechos que se cuentan.
Esta enunciación de la vida donde se genera una sensación de máxima cercanía entre el sujeto
de la enunciación y la escritura no es exclusiva de sus obras narrativas, ya que el autor también la
logra en su libro Poemas, en el cual refiriéndose al presidio de San Lucas el yo lírico expresa: “Es
aquí el campomalo/ de la Isla de los Hombres Solos,/ adonde ni siquiera llegan/los recuerdos,/ donde
nunca reventó una rosa,/ ni se escuchó el llanto,/ ni el eco de las oraciones” (Sánchez, 1962).
Este libro posee, también, un tono sentimental y amoroso en el que el yo lírico, en su
condición de reo, le expresa al lírico su necesidad de ser guiado en medio de la oscuridad que lo
invade, en su condición de ser solo un número en la miseria: “Ya no te oigo!/ Es que te has ido?/ Mis
palabras te han hecho mal?/ Deja que yo te quiera!/ Sólo te pido/ que mañana/ camines delante de mí/
para guiarme/ en la noche/ de mi ser” (Sánchez, 1962, p. 11).
En estos poemas también testimonia la condición de presidiario en la relación espacial
adentro y afuera: “Allá afuera/ dicen que en los caminos/ rueda la esperanza./ Yo/ que soy un poco
más/ que una piedra/ y menos que un animal,/ un canto de esperanza,/ un solo canto, no
tengo”(Sánchez, 1962, p. 9).
En sus primeros relatos aparecen rasgos de una escritura testimonial. En “Una guitarra para
José de Jesús” (1959), el narrador relata el trato del Negro Smith con José de Jesús quien, hastiado
del mundo del presidio, le compra la guitarra para destruirla golpeándola contra los parales de hierro
de su cama. Este acto evidencia la necesidad de paz en su espíritu, aunque la guitarra era símbolo de
paz para la mayoría. A pesar de que la intencionalidad del narrador es acercarnos a la vida de José de
Jesús desde la visión externa y objetivante, este texto proporciona una primera aproximación a un
tipo de escritura que revela las vivencias del personaje: En actitud triunfante José de Jesús exclama:
“—Al fin me vas a dejar en paz, guitarra de los diablos” (Sánchez, 2012, p. 31).
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En el cuento “La niña que vino de la luna” (1962), nuevamente José León Sánchez recurre a
las formas escriturales del testimonio para crear un cuadro verosímil de la historia personal de la
Micha. Con una narración en la que alterna la tercera persona con la primera y una referencialidad
geográfica bien marcada, el narrador describe cómo es la vida en la montaña, en San Carlos, y cómo
se vive en Alajuela, particularmente en el Hospital donde es llevada la protagonista. En un mundo de
precariedad, comportamientos machistas y falta de educación, el narrador enciende una dura crítica
social y cede la palabra a la Micha para que en su ingenuidad, dirigiéndose a la luna, al viento o al
río, exponga sus fantasías y el abuso de que ha sido objeto:
Me marcho con Eusebio porque él me ha prometido no pegarme nunca y tener para mí una
cama linda y suave como las del Hospital de Alajuela. También quiere que duerma con él en
esa cama. Bueno, está bien, siempre que en la noche, cuando yo esté dormida, no ponga su
boca contra mi boca porque me darían ganas de vomitar (Sánchez, 2012, p. 15).
En La isla de los hombres solos, Jacinto cuenta con dolor su propia experiencia como reo en
el presidio de San Lucas y la historia de haber sido acusado inocentemente de matar a María Reina y
a la hija de esta. Esta acusación tiene que enfrentarla de su propia familia, la cual sin conocer la verdad
de que había sido un accidente el que provocó que se las llevara el río y las desapareciera, lo recrimina
violentamente. En esta novela, al igual que en otros textos, el tono testimonial deviene de la narración
en primera persona, donde Jacinto se presenta directamente, dando a entender que alguien lo está
entrevistando o escuchando. Aunque afirma no conocer de libros, se dispone desde un principio a
contar lo que ha vivido, sus tristezas y a recordar el aislamiento que le produce el mar. Trasciende la
primera persona singular y narra desde un nosotros en su afán de darle un carácter colectivo a la vida
de todos los presidiarios:
Y nosotros metidos en esta isla donde además de los hombres solamente existe la tierra con
sal, y piedras, tantas como para hacer bueno lo que es un camino maluco en mi pueblo y a
todos los pueblos de mi provincia. Es la historia de los hombres que hemos pasado muchos
años llenos de soledad (Sánchez, 2016, p. 19).
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La isla de los hombres solos, además de relatar la tortura a la que son sometidos los
presidiarios, es el testimonio de la encrucijada del ser humano ante el poder y el ultraje ejercido por
quienes lo ostentan de manera arbitraria y descarada. Esta es justamente la situación inicial de Jacinto,
quien se enamora de María Reina cuando esta es una niña y tiene que tragarse los abusos por parte
del Señor Autoridad, quien se la roba, la viola y la devuelve después embarazada. La vergüenza que
ella siente es indescriptible e innombrable y solo reacciona acurrucándose en el pecho de Jacinto y
apretándole su mano. Por su parte, Jacinto siente que la mano de ella es “caliente como un gallito de
frijoles recién sacados del comal y suave como el plumaje de un pollo de a mes”(Sánchez, 2016, p.
34). Le dolía que María Reina había perdido sus risas y se sentía “manchada, desesperada y
humillada”. Esta impotencia ante el poder que se observa con el tema amoroso cobra vida en todas
las otras relaciones de poder que se establecen en el trayecto de la obra.
El testimonio individual de Jacinto, al que nombraron Monstruo cuando ingresó al Penal, se
transforma en un testimonio colectivo cuando se narran todas las vejaciones de que son objeto los
presidiarios, quienes solo tienen dos caminos: callar o morir. Las condiciones en que viven son
deplorables, apretujados en los calabozos, prácticamente desnudos, hediondos:
Distinguíamos el día de la noche al abrirse una rejilla dos veces al día, por donde nos pasaban
un poco de frijoles duros y una tortilla más una botella de agua. Nuestro cuerpo abotagado
por el calor casi no llamaba al hambre. Pero la sed era espantosa (Sánchez, 2016, p. 59).
Camilo José Cela ha reconocido que La isla de los hombres solos ha sido una de las novelas
que más le han impactado en su vida, refiriéndose fundamentalmente a la crueldad cometida en el
presidio donde José León Sánchez descontaba su condena:
Dos paralelismos tétricos y asombrosos hermanan dos de los libros que más me han
impresionado a lo largo de mi vida. La lucha de Phoolan Devi, en su libro publicado en Nueva
Delhi, 1995, y La isla de los hombres solos, del escritor mesoamericano José León Sánchez.
Las autoridades de Madhya Pradesh vedaron a la primera hasta el permiso para pisar la tierra
donde nació; al segundo, el hombre aviesamente convertido en lobo despiadado, durante
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muchos años le fueron negados los diez minutos de sol a los que tenían derecho según la ley...
(Cela, citado en Marcos Escritores de Costa Rica, 2017).
En la misma dirección de lo expuesto por Cela, Beck y Birky, refiriéndose a varias de las
obras de JoLeón Sánchez, destacan su capacidad de interpelar la conciencia del lector y su vínculo
con las condiciones sociales y humanas que le han dado su origen. Afirman, además, que los textos
de este autor testimonian las deplorables condiciones humanas en que viven los sectores marginales
de la sociedad:
His narratives always focus on degraded human conditions in marginal sectors of our society.
He uses forms and techniques that are not highly refined and artistic perfection, but which
are skillfully directed toward the reader´s conscience. José León´s aim is to force the reader
to feel himself an accomplice in the humiliation, ignorance, misery, and degradation which
victimize the characters who parade through his Works (Beck y Birky, 1975, p. 9).
Los textos hasta ahora analizados mantienen ese carácter testimonial y una referencia
desdoblada a la vida del autor. Sin embargo, se mencionarán dos obras que discursivamente generan
esa ilusión de testimonio, pero ya desvinculadas de la referencia a José León Sánchez: La colina del
buey (Picahueso) y Los gavilanes vuelan hacia el sur. La primera narra con un marcado realismo la
historia del protagonista desde niño hasta la edad de 72 años. Es una novela donde el personaje va
errante de un sitio a otro, en busca de aventuras o trabajo.
En esta obra, el autor aborda la historia nacional del siglo veinte con las diferentes
transformaciones que ha tenido la sociedad. Revela las condiciones limitadas en que vive la población
costarricense, describe el modo de vida de lugares como San Ramón, la situación sanitaria y educativa
de San José, la pobreza de quienes deben emigrar de sus lugares de origen a otras zonas en busca de
opciones laborales. Algunos de esos temas claves en la historia costarricense son la compañía
bananera, el cultivo del café y de la cabuya, la deforestación, la búsqueda de oro y la explotación
minera, en general. Estas situaciones son narradas de la mano de Manuel Miranda Miranda, quien
relata en primera persona su propia historia, de ahí el objetivo del autor de convertirlas en un
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testimonio del personaje: “Tengo 72 años de edad. Me llamo Manuel Miranda Miranda, alias
Picahueso. He sido borracho, peleador y enamorado. Pero honrado y muy macho” (Sánchez, 1972, p.
206).
Junto a estas temáticas, la obra también se adentra en las costumbres costarricenses desde
principios del siglo veinte, en el valor de la familia y la religiosidad, pero también hay ltiples
referencias a la alimentación, la fabricación clandestina de licor y la brujería. Por otra parte, la pobreza
y origen humilde del protagonista, así como la necesidad de un ascenso social son dos marcas que
permiten asociarla con el género de la picaresca. Además, el tono humorístico e irónico la vincula
más específicamente con la tradición de la picaresca costarricense, entre la que destacan obras como
A ras del suelo de Luisa González, El huerfanillo de Jericó de Manuel Argüello Mora, Rosalía de
Moisés Vincenzi y, evidentemente, Marcos Ramírez de Carlos Luis Fallas.
Los gavilanes vuelan hacia el sur (1981) es una novela de formación y, como tal, encarna el
afán de testimoniar el proceso vivido por Carlos, el protagonista, quien se forma junto a su familia,
principalmente su madre. Ella funge como la guía, como lo ha apuntado Bonilla (1981) al afirmar
que:
Es su madre la figura de más fuerza en la novela la que se convierte en su modelo, su guía
y su estrella, la que lo acompaña a través del dolor, la enfermedad y la muerte, siempre llena
de fortaleza, ternura y prudencia (p. 11).
Esta intención de contar con fidelidad lo ocurrido se logra por medio de la narración en
primera persona, lo que permite al lector darle un completo seguimiento al periplo que realiza Carlos
desde el Jorco a San José, para pasar luego al Sanatorio Durán, a Tierra Blanca, a la zona sur del país
y a Guanacaste, para trasladarse luego a México y a Estados Unidos. La novela denuncia los
problemas sociales existentes en Costa Rica, enfatizando aquellos relacionados con la educación y la
explotación de los trabajadores, pero simultáneamente se encarga de recuperar el sistema de valores
de la sociedad costarricense, en el que sobresale la solidaridad, la colaboración, la preocupación por
el otro y la religiosidad. Es una obra que genera la sensación de que el protagonista vive cada uno de
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los acontecimientos y está ahí presente, como le sucedió con la Compañía Bananera cuando se
enfermó y por no poder trabajar no le pagaban; ante esta situación decide dejar de trabajar en ella:
Y sin decir más cerré la puerta de cedazo de un porrazo y dejé la infame Compañía para siempre.
Llegué a mi cuarto. Recogí la ropa que tenía, metí dos camisas y unos pañuelos. Me fui hasta el
centro y compré una pulsera de oro con un corazón grabado que decía “María Eugenia” y que era
un regalo para mi novia. Compré otro regalo para mamá, saqué el tiquete de avión y esa misma
tarde estaba en San José, bien lejos de esa Compañía que acumulaba millones con la tragedia y
la miseria del pueblo costarricense (Sánchez, 1981, p. 123).
Llegados a este punto, se indica que en una primera y muy amplia etapa la narrativa de José León
Sánchez ha gravitado en la necesidad de testimoniar y denunciar las duras condiciones en las que
viven los sujetos marginados en Costa Rica. Así lo han señalado historiadores de la literatura como
Virginia Sandoval y Abelardo Bonilla, quienes, sin referirse a los valores literarios, se han inclinado
por concederle un valor documental a sus obras subrayando que constituyen un testimonio de los
bajos fondos sociales (Sandoval, 1978, p. 35).
3. Subversión del discurso histórico tradicional
Este proyecto de escritura de José León Sánchez, en una primera etapa, ha navegado por las aguas
del testimonio, por los recovecos de la vida desde una perspectiva documental, ha incorporado el
humor y las formas de la picaresca, y se ha aproximado a la historia costarricense desde la experiencia
de quienes han experimentado en carne propia la injusticia y explotación, ejercida desde la
institucionalidad costarricense y de quienes ostentan el poder, sean nacionales o representantes de
intereses foráneos. De ahí el cuestionamiento al sistema judicial, la explotación minera en Abangares
y San Ramón, la explotación bananera en la zona sur y, en general, las relaciones de opresión
generadas en el área metropolitana y en el mundo urbano. Obras como La colina del buey y Los
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gavilanes vuelan hacia el sur ofrecen una multiplicidad de posibilidades de abordaje de la realidad
histórica que todavía esperan una mayor atención por parte de la crítica literaria nacional e
internacional.
En la década de los ochenta esta línea de escritura parece llegar a un momento límite en la vida
literaria del autor, quien empieza a incursionar en otros ámbitos que comprenden temas de una
dimensión más latinoamericana y continental. La novela La luna de la hierba roja (1984) constituye
el principal antecedente de esta nueva escritura que busca un asedio a la historia oficial,
fundamentándose en las diferentes formas de enunciación que le provee el discurso histórico y en una
nueva sensibilidad en torno a la historia.
Margarita Rojas y Flora Ovares en su libro 100 años de literatura costarricense efectúan una
referencia parcial a la narrativa de José León Sánchez, donde afirman que en algunas de sus novelas
este autor se ha encargado de reelaborar la temática histórica nacional y en otras ocasiones trasciende
las fronteras nacionales. Agregan que a nivel retórico logra crear un universo novelesco con
personajes y acontecimientos presentados de manera grotesca (1995, pp. 186-187).
De acuerdo con esta afirmación, en La luna de la hierba roja José León se adentra en la realidad
costarricense y a partir de un enfoque irónico y sarcástico logra representar la presencia indígena
como el principal eje estructurador de la novela, en la que incluso hay un firme posicionamiento de
los indígenas, quienes no se conciben como orillarricenses, sino como seres libres de los estereotipos
que le han sido asignados desde el ámbito una cultura letrada:
Nosotros no somos como la gente del ejército. Nosotros no somos orillarricenses. Tampoco
somos cargadores de mulas ni bebedores de ron. Somos indios, estamos aquí y somos hermanos
de todas las cosas de la montaña y no hay secreto que desde hace mil lunas no hayamos aprendido
(Sánchez, 1984, p. 355).
La obra denuncia las aberraciones del poder y revalora el mundo indígena a partir de dos
macrosecuencias: la entrada de maíz contaminado a Orillarrica y la construcción de la Represa de El
Arenal. El primer hecho se explica por la corrupción de las autoridades de Puntarroca (Puntarenas) y
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del presidente de Orillarrica (Costa Rica), quienes permiten que ese maíz sea utilizado para el
consumo humano, lo que les produce serias enfermedades a niños y a la población en general. Es tal
la corrupción que el Gobierno interviene para que las noticias no aparezcan en los medios de
comunicación, a los que metafóricamente representan un periódico denominado La Nación.
En cuanto a la construcción de la represa de El Arenal, esta es vista de manera crítica, ya que
ocasiona grandes daños a los indígenas. Los impulsores alegan razones económicas y ambientales,
pero se olvidan de que están afectando los valores más íntimos de las culturas indígenas, su
cosmovisión, religiosidad y formas de subsistencia. La obra, además de la denuncia que realiza, se
remonta al siglo diecinueve, con el fin de recuperar ese mundo cultural indígena y, principalmente,
el maíz como alimento sagrado. Ase nota desde los espacios liminares de la novela, principalmente
con el epígrafe tomado de la obra capital de Miguel Ángel Asturias, Hombres de maíz, en el cual se
recuperan los valores asociados al maíz como alimento mítico y sagrado del pueblo: “Viejos, niños,
hombres y mujeres se volvían hormigas después de la cosecha para acarrear el maíz; hormigas,
hormigas, hormigas, hormigas” (Sánchez, 1984, p. 3).
Es en la década de los ochenta cuando se produce en América Latina un fuerte
cuestionamiento sobre la historia y la historicidad representada en la ficción, principalmente respecto
de lo que la novela tradicional había planteado. Surge así una gran producción narrativa considerada
como nueva novela histórica, encargada de revisar, con una concepción dinámica del género, las
transformaciones sociohistóricas y culturales experimentadas en Latinoamérica. Para Magdalena
Perkowska (2008):
Las nuevas novelas históricas se apartan del modelo clásico mediante significativas y
numerosas innovaciones temáticas y formales, adoptando una posición crítica y de resistencia
frente a la Historia como discurso legitimador del poder, proponen relecturas, revisiones y
reescrituras del pasado histórico y del discurso que lo construye (pp. 32-33).
Si ya en La luna de la hierba roja el autor había incursionado en este nuevo tipo de escritura,
es con sus novelas Tenochtitlan (1986) y Campanas para llamar al viento (1989) donde propone una
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visión diferente de la historia de la conquista y colonización, acudiendo a aquellos recursos retóricos,
como el humor y el sarcasmo, que mejor le permiten modelar su proyecto de escritura.
En su libro La nueva novela histórica de América Latina 1979-1992, Seymour Menton
califica a Campanas para llamar al viento y Tenochtitlan como novelas históricas, tanto por la
temática que abordan como por el modo en que lo hacen (Menton, 1993, pp. 24-25). La novela
Tenochtitlan. La última batalla de los aztecas (1986) representa claramente una forma de desmitificar
la historia de la conquista y trasciende la historia antropológica concediéndole a los hechos
dimensiones complejas, pues ya no se trata de ver la historia desde la perspectiva de los héroes o de
los “grandes hombres”, sino desde los procesos vividos por la colectividad, por aquellos grupos que
se encuentran excluidos del poder pero que luchan por mantener sus marcas de identidad, como es el
caso de los aztecas.
La novela al mismo tiempo que exalta la organización social y militar de los aztecas, los
grandes avances en la educación y la ciencia, desnuda el salvajismo de los españoles conquistadores
y ficcionaliza el esfuerzo desesperado de los aztecas por librar Tenochtitlan del poder sediento,
codicioso e injustificado de los españoles. Esta obra también se distingue por configurar los
personajes con gran profundidad psicológica y cultural, ubicándolos en el contexto cultural específico
y asociándolos con determinados ejes axiológicos que contraponen a los aztecas y a los españoles.
En esta obra el lector se enfrenta a una nueva dimensión de la historia, no entendida como un
fenómeno natural sino como una serie de procesos que afectan la sensibilidad social (Vargas, 1990).
Ya no se trata únicamente de representar el poder mítico o heroico, sino de ficcionalizar las
aspiraciones de todo un pueblo, tal como sucede con la gran batalla épica que realizan los aztecas,
incluyendo el papel determinante de las mujeres, a fin de enfrentar el avasallamiento de los españoles.
La novela construye, de igual forma, una visión paródica de los héroes españoles, representados en
la figura del conquistador Hernán Cortés, enviado por la Corona española a nuevas tierras en busca
de poder y riqueza material, así como para expandir el evangelio, la religión católica, con todas sus
contradicciones y paradojas. Véase como es descrito Cortés en los siguientes fragmentos:
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1. Nuestros pintores han dejado la imagen de ese aderezo. Un rostro de carnes enjutas. La
cara más redonda que larga, tez pálida, cenicienta, escasa de barbas como nuestra gente
mexica (Sánchez, 1986, p. 60).
2. Eso es lo que se merece ese enano, esa mitad de hombre, el perro repetía Matla. ¡El
apestoso, el hediondo, el que no se baña nunca! (Sánchez, 1986, p. 272).
3. El capitán Hernán Cortés es hombre malo y cobarde, pero él es el que da las órdenes que
todos debemos cumplir. Si al final de un largo camino logramos vencer a los aztecas, todo
esto quedará como la sal que está en la orilla de los mares (Sánchez, 1986, p. 162).
4. Hernán Cortés vino solo. Solo, con la vergüenza del hombre que huye. Solo, con su
corazón. Solo, con el puno de valientes que decían sí, siempre sí (Sánchez, 1986, p. 337).
Estas valoraciones ideológicas sobre el personaje Hernán Cortés son ampliadas también hacia
la Iglesia católica y a los españoles en general, quienes se muestran siempre ambiciosos por
apoderarse de todo el oro que les fuera posible. Pero el autor, contrario a este mensaje que deja sobre
los españoles, aboga por valorar y enaltecer las civilizaciones aztecas, marcando una diferencia
enorme entre ambos grupos. La gran ciudad de Tenochtitlan y otras ciudades importantes son
bellamente detalladas, asimismo sus costumbres, su ideal de ciudadano, la cuestión espiritual, los
dioses y los sacrificios para ellos, incluso sus métodos de combate son alejados del español y vistos
desde una postura positiva.
También el narrador deja un claro mensaje: Tenochtitlan no ha muerto, ella no podrá morir
por seres tan ruines como los españoles, porque estos no tienen valor alguno, el ser humano
imperfecto en todas sus formas es ejemplificado en el español; no así en el indígena. Hay un sentido
nostálgico y un desdén por lo que vivieron las sociedades antiguas. Lo que pudo haber sido y no fue
como sociedad.
En relación con la novela Campanas para llamar al viento, esta expone las contradicciones
del proceso de colonización del territorio de la Baja California, México. Para ello toma como núcleo
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generador la vida de Fray Junípero Serra, misionero perteneciente a la Orden Franciscana, quien llegó
a México en 1749, decidido a colaborar con el proceso de evangelización y conversión de los
indígenas a la fe cristiana. La novela expone tanto la crudeza de la explotación a la que fue sometida
la población indígena y el trauma que le ocasionó, así como la frustración y fracaso de Fray Junípero
al no cristalizar su misión. Lo hace desde una perspectiva poética (Vargas, 2006, p. 38) en la que se
genera una tensión entre ambos grupos y, al mismo tiempo, un entrecruzamiento entre la ficción, la
historia y la realidad.
El personaje Fernando Nopoloó representa al pueblo indígena, que clama por venganza y por
recuperar su identidad. Fue en algún momento de su vida allegado a Fray Junípero, pero cuando su
rostro se atrofió a causa de la viruela, fue discriminado y poco a poco pudo apreciar la verdadera cara
de la Iglesia como institución de poder y la intención de sus integrantes por cumplir con mandatos de
la alta jerarquía del Rey, más que de los estrictamente divinos.
Por medio de este personaje, el autor deja explícita su intención de provocar al lector para
que asuma una posición respecto de los asesinatos y vejaciones experimentadas por la población que
ha vivido apegada a la vida, a la tierra y a los frutos que ella proporciona:
Allá a los indios no les interesa la historia de Dios, sino la milpa, que la historia propia de la
gente. Y me vine tras de la huella de Fray Junípero porque entendí que levantar la voz, dar la
vida, luchar en favor de un solo indio es lo mismo que luchar y hacerlo en favor de toda la
humanidad (Sánchez, 1989, pp. 425-426).
Con respecto a la voz española, se le puede acuñar el título de “oscura”, pues es el ente opresor
y expansionista; está regida por las ansias de poder, la opresión y la matanza de los indígenas, como
si se tratara de animales. La voz indígena es siempre la que denuncia, la que intenta sobrevivir en
medio del caos. Por otra parte, los mismos españoles interpretan cómo son percibidos:
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De nosotros dicen que olemos mal, apestamos y de ael uso de los perfumes y aguas de olor.
Han enseñado que los hombres blancos llevamos colas de madera bajo nuestras vestiduras y
hacemos guisados con infantes. Y agregan que somos los españoles el pueblo menos práctico
de la tierra puesto que no practicamos lo que solemos predicar (Sánchez, 1989, p. 179).
Los indígenas eran obligados a trabajar en las condiciones más degradantes: les quemaban
sus ranchos, debían ser obedientes y servir a sus amos. Era la orden del Rey Carlos III. Sin embargo,
al final de la novela se muestra metafóricamente el triste resultado de ese proceso, el fracaso del poder
de los españoles y de la Iglesia:
Las campanas del Rey desde San Francisco de Asís hasta Santa Cruz de Querétaro, a
México…
-Guaycuraá, Cochimil, Pericueé…
Tres nombres con sabor a viento… el padre Salvatierra calculó que todo el territorio a su
vista podía contener unos setenta mil indios… y después de que Fray Junípero abandonó la
tierra, si acaso cuarenta mil…
-¿Qué se hicieron, hermano Palou? ¿qué se hicieron?
-¡Fue como llamar al viento!
-No me hagáis llorar, hermano (Sánchez, 1989, p. 502).
Este nuevo enfoque, en el que la verdad sobre la historia adquiere una dimensión filosófica,
es similar al que realizan otros autores de la nueva novela histórica latinoamericana y se logra, según
Magdalena Perkowska, mediante el empleo de varias técnicas y recursos narrativos como la
intertextualidad, el humor, la parodia y la ironía, los cuales apuntan hacia la construcción de
significaciones ambiguas y plurales. Es en definitiva un posicionamiento en relación con el lenguaje,
el cual opera como el principal medio para replantear la historia:
En esta rebeldía ante el lenguaje, estructuras y visiones heredadas del pasado se sitúa el
germen de la nueva novela histórica que también se rebelará contra un legado ya arcaico: el
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de la historia y su discurso y el de la novela histórica tradicional (Perkowska, 2008, p. 24).
En síntesis, la narrativa de José León Sánchez participa de un proceso de renovación y
exploración de las posibilidades escriturales que ofrece la realidad, lo cual le permite configurar una
visión más compleja, ambigua y heterogéna de los procesos históricos en América Latina.
4. El poder (reivindicativo) de la memoria
La memoria como concepto genérico aparece asociada al recuerdo, a la mnế , y este a su
vez se vincula a una imagen, la cual se constituye en una especie de representación de ese recuerdo,
según haya sido percibido por el sujeto de la enunciación. De acuerdo con Ricoeur (2010, p. 77), la
actualización del recuerdo tiende a vivir en una imagen, la que no siempre guardará una pureza por
las mediaciones temporales y la actitud de ese sujeto ante el pasado.
Ricoeur también afirma que la memoria es el “guardián de la última dialéctica constitutiva
de la paseidad del pasado (Ricoeur, 2010, p. 648), lo cual apunta a una relación dinámica que se
presenta entre los hechos correspondientes al “ya no”, a lo terminado y abolido y las significaciones
derivadas del “sido”, de los elementos originales que resultan indestructibles y se colocan en la vida
de los sujetos al punto que les condicionan y determinan su vida.
El rescate de la memoria en la obra de José León Sánchez adquiere dimensiones muy
particulares en las que se muestran las valoraciones del narrador en algunos casos y del autor en otros,
respecto de diferentes temas. Va desde los hechos particulares vividos por ciertos personajes
articulados a la historia local y nacional hasta hechos de trascendental importancia en la historia
latinoamericana. Evidentemente, como la ha apuntado Ricoeur, estos hechos aparecen representados
en ciertas imágenes y se encuentran mediados por el cómo han sido percibidos.
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En el cuento “Una guitarra para José de Jesús”, a modo de paratexto inicial se presenta la
intencionalidad del autor de recuperar la memoria, con el propósito de contar la deshumanización que
los reos vivieron en el presidio de San Lucas y resaltar las muy pocas ocasiones en que alguien de
buena voluntad les tendía la mano:
Eran los años en que yo no tenía canas en la cabeza. Recuerdo que fuera de la bartolina el
agua caía y caía, desmenuzada por el molino del viento-lluvia. Desde entonces algunas cosas
han cambiado. Solamente mi corazón no cambia y sigue tejiendo y tejiendo sobre los
recuerdos.
De tanto en tanto alguna persona buena nos tiende la mano. Alguna vez las dos manos juntas
como un rescate a nuestra condición de presidiarios.
He deseado narrar los tiempos que ya se han ido, para que ustedes se enteren cómo éramos
los reos en Costa Rica cuando se nos solía contar como se cuentan las piedras de un camino.
Noviembre de 1959
Presidio de San Lucas (Sánchez, 2012, p. 17).
En “La niña que vino de la luna”, el autor también acude a la memoria para generar conciencia
sobre el pasado y exteriorizar su intención por mejorar las condiciones de vida del ser humano, por
buscar una auténtica educación, que cambie las condiciones de vida del entorno, principalmente del
mundo rural y de la montaña. Alo plantea en la Carta de Navidad del año 1962, que sirve como
epígrafe del cuento:
Señor,
esta es la historia de mi hermana
que se marchó con un hombre cuando tenía once años.
Mi hermana era madre de una niña
que se fue con un hombre
al cumplir nueve años.
Mi sobrina tiene una
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niña que…
¡Señor, Señor,
en nuestro pueblo hace falta una escuela,
una escuela, una escuela!
Carta de Navidad, 1962 (Sánchez, 2012, p. 1).
En el cuento “El poeta, el niño y el río”, el autor en la dedicatoria que le hace al poeta Rogelio
Sotela expresa que desea lanzar al agua tanto los recuerdos malos como los buenos y llama la atención
al afirmar que aún en situaciones extrañas y adversas, el pasado siempre tiene algo bueno e
inexplicable. Lo logra por medio de una referencia intertextual al Diario de Ana Frank, donde ella
como reclusa por el simple hecho de tener un apellido judío, señala que al fin y al cabo la vida es
buena y en ella se puede encontrar belleza. La memoria del pasado le produce añoranza al autor:
Hoy, al añorar el ayer que se me ha ido, es grato dedicar este cuento a la memoria del poeta
costarricense don Rogelio Sotela. Era un hombre que tenía fuego en el alma. Es lo que
distingue al genio del simple y al simple del simplón (Sánchez, 2012, p. 33).
Esta referencia paratextual se coloca a nivel de la narración propiamente dicha, en la voz de
Chepito, quien líricamente se refiere a don Rogelio, como un sabio y poeta de quien recibió grandes
enseñanzas para la vida:
Bueno, que don Rogelio, seguro por eso era que…Pero él era sabio como una sentencia
oriental.Era bueno como un puñito de berros de los que crecen en la orilla del río.Para todas
las cosas tenía un corazón de padre o de hermano y no sabía odiar. Era un poeta, sí, un
poeta.Un día, cuando yo estaba pescando, llegó de repente y se sentó a mi lado. Tendré que
ir pronto para San José, me siento enfermo, Chepito, muy enfermo. Le pasé el anzuelo de
repuesto con una carnada tan gorda como una vaca y larga cual un tren. Él tiró la cuerda a la
pocilla en mitad del río donde la corriente hacía un remolino dulce como un canasto de coger
café (Sánchez, 2012, pp. 61-62).
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La memoria no solo es vista como un recuerdo sino como una forma de reivindicación de los
valores ancestrales y de un determinado tiempo, como sucede en Tenochtitlan, donde el narrador,
quien es un anciano indígena, se convierte en un medio para buscar la recuperación de la memoria,
del pasado, como patrimonio que se sobrepone a la cultura española. Además, el epígrafe de esta
novela cumple la función de aportar a la semiosis del texto exaltando la grandeza del mundo azteca
y actualizando un viejo designio de los aztecas de 1281: “Se realizará entonces el agüero que significa
que nadie en el mundo podrá destruir jamás la gloria, la honra y la fama de México” (Sánchez, 1986,
p. 3).
5. Explorar el alma humana: novelista y biógrafo
José León Sánchez ha transitado por varios caminos y modalidades enunciativas, las que le
han permitido un asedio a la historia costarricense y latinoamericana, a como una particular
identificación con quienes han vivido las más negras experiencias, y n en estas condiciones han
sabido encender su luz propia. Sucede con los personajes de sus primeras obras: niñas y niños
marginales, presidiarios, mujeres. Ocurre también con los personajes de sus novelas históricas que
pretenden reivindicar el mundo indígena negando la oficialidad de una historia pervertida que solo
ha cantado las glorias de los usurpadores de la grandeza cultural aborigen.
Este camino lo culmina con su última novela Al florecer las rosas madrugaron (título que ya
estaba sugerido en la novela La luna de la hierba roja), en donde José León Sánchez entrega a los
lectores un texto que navega entre la historia y la biografía. En ella, el autor tiene el propósito de
revalorar el mundo indígena, enaltecer el papel de la mujer en la historia y el poder del arte y de la
música. Todo ello lo consigue mediante un juego, una tensión, entre el personaje real Isabel Vargas
Lizano y Natyeli, la protagonista de la novela. Este juego se manifiesta en el nivel para`textual, en la
“carta” que Chavela Vargas le escribe al autor:
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Estoy enterada de que tu editor Cristóbal Pera de la Editorial Random House Mondadori de
México recibió tu novela
Existen infidencias que no debes contar hasta que me lleve la pelona. Son terribles. Te pido
que no las publiques todavía. Si lo haces, mi madre ¡Serías un hijo de la gran chingada!
No me llames Isabel. Llámame Natyeli que es un hermoso nombre zapoteco que significa Yo
te amo (Sánchez, 2014, p. 10).
La novela deconstruye la vida de Natyeli desde sus años infantiles en San Joaquín de Flores
hasta la condecoración que recibe por parte del Rey y de la Reina de España cuando se presenta en
Madrid y el Rey la condecora:
El Rey abre la caja con gran solemnidad y de adentro saca una cruz de oro incrustada en
diamantes. El Rey de España dijo lo que dijo y además:
Doña Natyeli Vargas Lizano, a nombre del pueblo español, yo, Carlos de España, me place
nombraros Señora Embajador del Arte y la Hermandad Mexicana.
Os nombro merecedora de la Gran Cruz de Isabel La Católica y que en este acto os entrego”
(Sánchez, 2014, p. 409).
Desde los primeros capítulos el narrador establece una relación entre Natyeli y el mundo
indígena. La asocia directamente con San Joaquín de Flores con el fin de recuperar los valores
indígenas y, al mismo tiempo, denunciar con preocupación la pérdida de la herencia indígena como
un hecho cultural lamentable:
Los sacerdotes se encargaron de borrar a látigo, sangre y odio todo lo que fue el recuerdo de
los habitantes primitivos. En el caso de San Joaquín de Flores, los de herencia náhuatl, que
llegaron de la Gran Nicoya y que ellos estigmatizaron como los hijos de los hijos de los hijos
del diablo (Sánchez, 2014, p. 30).
Con esos rasgos y ese temple Natyeli inicia su trayecto vital, experimentando una infancia
enfermiza y desgraciada, incluso se le consideraba una niña tullida; vive todo tipo de carencias y en
su juventud y edad adulta sufre el alcoholismo. Pero su alma de artista y su fortaleza humana la
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convierten en una de las cantantes más reconocidas y famosas de Latinoamérica y del mundo español.
José León Sánchez narra con tal detalle y precisión la vida de “Chavela Vargas”, lo cual al lector le
produce la sensación que está frente a un texto que se apega a la verdad, a la realidad cotidiana y a
cada uno de los hechos y vicisitudes que ella enfrentó. No obstante, él también cede a la imaginación
y logra con fundamento en lo vivido por esta cantante, crear imaginariamente una metáfora de la vida
desgraciada y triunfante de esos seres que siempre se resisten a caer ante las adversidades y se
impulsan con mayor energía a desarrollar su talento y capacidad artística.
6. Para concluir: La literatura como redención
Cynthia Ozick en su libro Metáfora y memoria defiende la literatura como discurso forjador de
una humanidad más libre y redentora. Ella existe para, en medio de la lucha y el sufrimiento, ofrecer
una esperanza al ser humano, darle la posibilidad de descifrar el mundo y de sorprenderlo
permanentemente. Indica Ozick (2016):
Bajo esta firme luz reveladora podemos hacer distinciones; podemos ver que una cosa no es
intercambiable por otra, que no todo es lo mismo, que el Holocausto es diferente, y vaya si lo
es, de una mazorca de maíz. Así llegamos, al fin, al pulso y a la meta de la literatura: rechazar
el borrón de lo “universal”, distinguir una vida de otra; iluminar la diversidad; encender la
menor partícula de un ser para mostrar que es concretamente individual, diferente de cualquier
otro; narrar, en toda la maravilla de su singularidad, la santidad intrínseca de la partícula más
pequeña. La literatura ese el reconocimiento de lo particular. Para eso necesita el halo (p. 56).
Este trayecto por la escritura de José León Sánchez evidencia el temple y el talento de escritor
que había en aquel niño de infancia amarga y de condición enfermiza. Asimismo, revela el
extraordinario recorrido realizado desde sus transgresiones tempranas en el Hospicio de Huérfanos,
su condena a cadena perpetua por el robo de las joyas de la Virgen de los Ángeles, su miserable vida
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en el presidio de San Lucas, sus aventuras y atrevimientos, su fuga del presidio sorteando el mar
sabiendo que llegaría a una tierra donde sería presa de nuevo. Además, muestra un incesante proceso
de búsqueda y de expresión de sus sentimientos, experiencias y capacidad imaginativa; una
exploración de nuevos mundos, un incursionar en las problemáticas históricas y en el alma humana,
ficcionalizando los más diversos tipos humanos sin ninguna distinción de condición social,
económica o cultural.
Así, su obra constituye una gran metáfora de la historia costarricense y latinoamericana, de
su historia personal y de la historia personal de otros. Pero no se trata de una metáfora en pleno sentido
imaginativo, sino una metáfora anclada a la realidad y considerada como fundamento de futuro, de
un futuro promisorio. Es una metáfora que deriva de la memoria, de un pasado que ha sido entendido
de un modo específico y sirve de base proyectar nuevos tiempos. Así lo afirma Ozick (2016):
La metáfora también es sacerdotisa de la interpretación, pero el objeto de su interpretación es
la memoria. La memoria está obligada a presionar con fuerza el lenguaje y la narración; habita
el lenguaje en su manifestación más concreta. Al igual que la chocante extensión de lo
desconocido que penetra en nuestro ser más íntimo, más sensible, más privado, la metáfora
es la enemiga de la abstracción (pp. 82-83).
De acuerdo con Ozick, se entiende la escritura de José León Sánchez como una gran metáfora
de la existencia, como una asociación de metáforas surgidas de la historia costarricense y
latinoamericana, pero sobre todo de la concreta historia personal que lo ha transportado desde los
espacios de mayor vulnerabilidad hasta la grandeza de ser hoy un escritor referente de la literatura
costarricense.
No cabe duda de que su escritura lo ha salvado, lo ha devuelto como un artista pleno, con una
condición y experiencia únicas para seguir creyendo en la fantasía y en el poder transformador del
verbo. Ella constituye un llamado a construir un camino, a superar las desgracias que a lo largo de la
historia han acompañado al ser humano. Es una exhortación a derrotar todo obstáculo, a trascender
ese mundo de exclusión, ubicado a la izquierda del sol donde no se asoma el más sutil rayo de luz.
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La entereza de sus personajes, el no doblegarse ante lo adverso, ante las paradojas del mundo legan
una literatura profundamente humana, en la que como lo afirma el narrador del cuento “La mina de
los cuarenta leones”, aludiendo a la vida de Villalobos y su mujer: Cada hombre o mujer tiene
derecho por lo menos una vez en su vida a ser dueño de una estrella” (Sánchez, 2012, p. 200).
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