InterSedes, Revista electrónica de las sedes regionales de la Universidad de Costa Rica,
ISSN 2215-2458, Vol XXI, Número 44, Agosto – Diciembre, 2020.
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BIOPOLÍTICA Y ESCASEZ ALIMENTARIA EN LAS PLANTACIONES BANANERAS:
EL CASO DE MAMITA YUNAI, DE CARLOS LUIS FALLAS, BANANOS, DE EMILIO
QUINTANA, Y PRISIÓN VERDE, DE RAMÓN AMAYA
BIOPOLITICS AND FOOD SHORTAGES IN BANANA PLANTATIONS: THE CASE
OF MAMITA YUNAI,CARLOS LUIS FALLAS, BANANOS, EMILIO QUINTANA
, AND
PRISIÓN VERDE BY RAMÓN AMAYA
Dorde Cuvardic-García
1
Rubén Martínez-Barbáchano
2
Recibido: 03.06.19
Aprobado: 23.11.19
DOI: 10.15517/isucr.v21i44.43924
“Cuando veo fincas enfermas, me acuerdo de nosotros, los
campeños; me parece que allí estamos retratados en cuerpo entero,
porque aquí, compañero, todos estamos enfermos, unos de sigatoka
y otros de ‘mata muerta’, paludismo y tisis. Algunos curarán, si se
largan a tiempo, otros: ¡ya lo el hoyo! ¿Me ve uste? Soy un
cadáver. Antes era un hombre macizo, como uste. Ahora, míreme,
apenas tengo fuerzas para levantar la escopeta’ y regar.” (Ramón
Amaya Amador, Prisión verde, 1974: 7).
Resumen
Existen diversas modalidades de escasez alimentaria. Una de ellas procede de las condiciones de
explotación laboral de los trabajadores en las plantaciones bananeras. Esta situación se representa
en Mamita Yunai, Bananos y Prisión verde. El control de los cuerpos de los trabajadores
perteneciente al ámbito de la biopolítica, desde Foucault- se expresa, entre otras prácticas de la
empresa transnacional capitalista, a través del monopolio de la distribución y consumo de los
alimentos los trabajadores. El sometimiento o la rebelión hacia estas prácticas de control de la
alimentación son dos posibilidades que se le ofrecen a los peones bananeros.
1
Profesor, Universidad de Costa Rica, San Pedro, San José, Costa Rica. Email: Dorde.Cuvardic@ucr.ac.cr
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Profesor Universidad de Costa Rica, San Pedro, San José, Costa Rica Email: ruben.martinezbarbachano@ucr.ac.cr
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2
Palabras clave
Novela bananera; novela costarricense; novela nicaragüense; novela hondureña; escasez
alimentaria; biopolítica.
Abstract
There are different modalities of food shortage. One of them derives from the conditions of labor
explotations of workers in banana plantations. This situation is represented in Mamita Yunai,
Bananos, and Prisión verde. The control over the bodies of the workers—following Foucault’s
concept of biopoliticsis expressed, among other practices of the capitalist transnational
corporation, through the monopoly of the distribution and consumption of food. The submission to
or rebellion against these practices of food control are the two possibilities that banana plantation
workers have at their disposal.
Key words
Banana Plantation Novel; Costa Rican Novel; Nicaraguan Novel; Honduran Novel; Food Shortage;
Biopolitics.
Introducción
La escasez alimentaria cuenta con una gran tradición en la ficción literaria. Pero, ¿qué
podemos entender por esta situación, prolongada en el tiempo, estructuramente hablando, y cómo
podemos distinguirla del hambre? Involucra un acceso limitado a los alimentos y, como
consecuencia, provoca desequilibrios alimenticios, desnutrición y hambre en el individuo y en la
colectividad social. Como vemos, es un concepto que cuenta con implicaciones somáticas, sociales
y económicas. La escasez alimentaria se produce cuando se limita la cantidad y la diversidad de
los alimentos que ingiere el ser humano, por diversos motivos (bélicos, económicos, políticos, etc.).
Este tema, junto con el hambre, comienza a ser trabajado por la crítica literaria como objeto
principal de atención. Así, compilaciones sobre las relaciones entre la literatura y la comida
incorporan el tema del hambre, como ocurre con las contribuciones que aportan Rodríguez Herrera
(2013) y Pascual Soler (2013) en Comidas bastardas. Gastronomía, tradición e identidad en
América Latina, editada por Ángeles Mateo del Pino y Nieves Pascual Soler.
Si indagamos un poco, podemos ofrecer una tipología de las representaciones literarias de
la escasez alimentaria estructurada a partir de la situación que la origina. En primer lugar, podemos
identificar la escasez motivada por una situación bélica. En Gerona (1874), una de las novelas de
la primera serie de los Episodios nacionales, de Benito Pérez Galdós, los personajes se enfrentan
al hambre que ocasiona el asedio a esta ciudad catalana durante la Guerra de la Independencia
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contra las tropas napoleónicas. En esta
oportunidad, se produce una escasez alimentaria
provocada por el sitio del ejército francés, de la que
no se salvan aquellos individuos que cuentan con
los medios económicos suficientes como para
sufragar los exorbitantes precios que alcanzan los
escasos víveres, objeto de estaperlo. Otro motivo
de escasez alimentaria proviene de las situaciones
de postguerra, cuando los paises todavía no han
‘normalizado’ o regularizado el proceso de
producción y distribución del consumo cotidiano
de los alimentos. Innumerables relatos ofrecen el
trasiego de las cartillas de racionamiento en estos
periodos,
inmediatamente posteriores a las guerras.
En algunas escenas de La Colmena (1951), de
Camilo José Cela, por ejemplo, queda tematizada la escasez alimentaria que sufre España después
de la Guerra Civil (1942), cuando el resto de Europa se encuentra inmersa en la II Guerra Mundial.
En tercer lugar, también podemos hablar de la escasez alimentaria que, en tiempos de paz, sufren
aquellas personas y familias que disfrutaron en el pasado de bienestar económico y que, en el
presente, viven bajo restricciones en el presupuesto familiar. Es lo que ocurre en la novelística de
Benito Pérez Galdós en diversas ocasiones, como en La fontana de oro (1870), con las limitaciones
que sufren las hermanas Porreño. Otro ejemplo, en la novelística de Galdós, en numerosas
oportunidades, lo tenemos en los cesantes y sus familias, cuyas restricciones presupuestarias se
evidencian, en primera instancia, en los alimentos que tienen que llevarse día tras día a la boca. El
ejemplo más conocido del cesante nos lo ofrece la novela Miau (1888). Se encuentra motivada esta
escasez por el declive económico de unas familias nobiliarias, burguesas o pequeño burguesas que,
antes que perder su status social, prefieren aparentar y gastar en lujos, limitando su alimentación.
En cuarto lugar, los largos viajes por mar o por tierra también provocaban la escasez alimentaria y
la consiguiente aparición de enfermedades, y así se relataba en numerosos relatos de viajes y
novelas de aventuras, géneros discursivos del ideario imperialista. Recordemos el escorbuto que
Afiche promocional de la novela Mamita
Yunai en el Semanario Trabajo (1941). En:
https://
commons.wikimedia.org/wiki/File:Fallas_-
Mamita_Yunai_-Trabajo,_1941.jpg
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sufrían muchos marineros, motivado por la ausencia de Vitamina C durante las largas travesías.
Por último, la escasez alimentaria puede estar motivada por la pobreza, en personajes como
obreros, chicos de la calle o pícaros, cuya deficiente entrada de ingresos económicos les impide
acceder a los alimentos.
La escasez alimentaria es un tema recurrente del subgénero de la novela bananera
latinoamericana, así como de otras modalidades de novela del realismo social del subcontinente
(novela minera, por ejemplo). En el caso particular de la novela bananera, se da la siguiente
situación paradójica: mientras la empresa transnacional comercializa el monocultivo
(principalmente, frutas), con el que alimenta a una parte importante del mundo occidental a precios
más o menos asequibles, los empleados que trabajan en su cosecha sufren de desnutrición, al recibir
una alimentación monótona y desbalanceada: cuando surge el sistema de plantación, el cultivo de
alimentos de primera necesidad en las pequeñas fincas de propiedad privada es sustituido por
monocultivos dedicados a la exportación. Además, si nos enfocamos en el ámbito del consumo,
los trabajadores sufren la comercialización de productos caros de primera necesidad -muchos de
ellos, alimentos- en los comisariatos locales.
La imagen de América como tierra tropical exuberante y fértil domesticada por el proceso
civilizatorio -a través del establecimiento de monocultivos que insertan a la región en la economía
global- encuentra su máxima mistificación en los sombreros de frutas de la actriz Carmen Miranda,
actualización del clásico cuerno de la abundancia. El discurso eurocéntrico patriarcal asocia a la
mujer no occidental con la comida. Ambas mujer y comida- son consideradas como objeto de
disfrute y consumo. De esta manera, la Otredad humana no occidental queda asociada, en el
discurso imperialista, al mundo vegetal. En el publicitario, como vemos en numerosos afiches de
productos como el chocolate o las frutas, el mestizo o el negro es el sujeto que ofrece la abundancia
tropical al resto del mundo: es el sujeto que la cosecha o sirve. La mistificación del enorme
sombrero de bananos que sostiene sin ningún problema Carmen Miranda sobre su cabeza contrasta
con la realidad de los racimos de bananos que cargan sobre sus espaldas los trabajadores de las
bananeras a duras penas, momento que recoge el conocido dibujo promocional, de carácter
documental, de la novela Mamita Yunai (1941), de Carlos Luis Fallas, publicado en el semanario
Trabajo (1941), motivo iconográfico que también aparece en la ilustración de la portada de la
Editorial Platina, en la edición de 1956. Estos obreros de la plantación son los tamemes de la
economía capitalista transnacional.
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Si existe un género narrativo que traspase las fronteras nacionales en la literatura
latinoamericana del siglo XX, este será el de la novela bananera, que denuncia un sistema de
explotación sistemática del ecosistema y del ser humano establecido alrededor de las costas de
Centroamérica y de las islas del Mar Caribe. Una de las denuncias de esta modalidad de novela
latinoamericana es, precisamente, el hambre y la escasez alimentaria que sufren los trabajadores.
La gastronomía y el arte culinario, presentes en los textos literarios que tematizan los banquetes de
la burguesía, quedan sustituidos por la crisis alimentaria sufrida permanentemente por los sectores
subalternos de la sociedad, los trabajadores de la bananera.
La novela bananera, cuya orientación pragmática es la denuncia, ha proliferado en aquellos
países en los que estuvo consolidada la plantación de este producto. La dimensión transnacional
del modelo productivo del monocultivo se materializó, desde un punto de vista geográfico, en una
suerte de imperio económico dominado por la United Fruit Company- que abarcó desde las costas
de Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá en el Caribe hasta sectores del Pacífico salvadoreño
y guatemalteco, y para el caso insular, Santo Domingo, Jamaica e islas de las Antillas menores.
Como consecuencia de su intencionalidad didáctica y propagandística, estas novelas, en
una manifestación más de homología o adecuación entre la forma y el contenido -lo que en la
poética clásica se conocía como decoro estilístico- emplean la estética del realismo social. Si se
pretende denunciar un estado de cosas, una problemática política y económica, se parte del
supuesto de que el texto tiene una génesis, un anclaje, en la realidad social.
Para profundizar el tema de la escasez alimentaria, me concentraré en este artículo en tres
novelas centroamericanas: Mamita Yunai (1941), del costarricense Carlos Luis Fallas, Bananos.
La vida de los peones de la yunai (1942), del nicaragüense Emilio Quintana, y Prisión verde
(1950), del hondureño Ramón Amaya Amador
3
. Se trata de una escasez ocasionada por la
explotación laboral y las paupérrimas condiciones salariales del sistema productivo
agroexportador.
3
¿Qué novelas pertenecen al género de la novela bananera? Según Grinberg y Mackenbach (2006: 161-176), además
de la novela de Carlos Luis Fallas, han sido tradicionalmente consideradas como novelas bananeras Sangre en el
trópico (1930) del nicaragüense Hernán Robleto, Bananos y hombres (1931) de Carmen Lyra, Bananos. La vida de
los peones de la yunai (1942), de Emilio Quintana, Prisión verde (1950) y Destacamento Rojo (1967), del hondureño
Ramón Amaya Amador, Viento fuerte (1950), El papa verde (1954) y Los ojos de los enterrados (1960), trilogía de
Miguel Ángel Asturias, Barro (1951), de Paca Navas de Miralda, Flor de Banana (1970), de Joaquín Beleño y Trópico
(1971), de Marcos Carias Reyes.
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La hipótesis que planteo en este artículo es que las empresas agroexportadoras, con la
connivencia del Estado, ejercen parte del control sobre sus trabajadores a través de la
administración de los alimentos que pueden comprar, preparar y/o ingerir. Mediante el concepto
de biopolítica, Michel Foucault (2009) se refiere al control social ejercido sobre el cuerpo de los
individuos, más allá del manifestado por la ideología mediante la persuasión, sobre la conciencia
del sujeto social. Diego Soto (2015: 176) sintetiza las implicaciones semánticas de este término al
precisar que la vida, desde este enfoque, “es un objeto particular sobre el cual se aplica un poder
político que enfrenta la vida, la transforma, la limita, la administra, decide sobre sus horizontes de
posibilidad”.
Más adelante expone ejemplos de las áreas de acción en las que interviene la biopolítica:
“Se ocupa de fenómenos como la natalidad, la mortalidad, la tasa de reproducción, la fecundidad,
la endemia […], las diversas incapacidades biológicas, los efectos del medio ambiente-territorio
sobre la salud y la producción; las tasas de criminalidad, desempleo y empleo, y patrones de
consumo.” (Soto, 2015: 185-6). Son formas de biopolítica y biopoder la medicina, al intervenir
sobre el cuerpo del enfermo, y la industria del entretenimiento, mediante una serie de dispositivos
ambientales y tecnológicos orientados a disciplinar el cuerpo del espectador. Pero también lo es,
en el ámbito productivo, el control ejercido sobre el cuerpo de los trabajadores, en particular, el
ejercido sobre los ‘linieros’ (‘campeños’, en el caso hondureño) por las empresas bananeras a la
hora de decidir qué alimentos deben consumir, en particular al controlar los comisariatos y los
comedores de los obreros agrícolas. El poder disciplinario de la empresa transnacional -en
connivencia con el Estado- se ejerce mediante dispositivos de control alimentario que inciden
directamente sobre el cuerpo del trabajador. Asumo en este artículo que no sólo el Gobierno es un
actor biopolítico, sino también las empresas transnacionales agroexportadoras, que en ciertos
momentos de la historia latinoamericana ha llegado a sustituir a los gobiernos. Biopolítica y
geopolítica, en consecuencia, son dos prácticas de ejercicio del poder de las compañías bananeras
sobre los ciudadanos de los Estados Centroamericanos. Las rutas comerciales y las redes de
transporte, ferrocarril y telégrafo, propiedad de esta compañía, se desplegaban en el territorio de
los estados caribeños donde emprendía sus operaciones. A través de todos estos dispositivos de la
modernidad tecnológica controlaba la vida cotidiana de los centroamericanos.
Las empresas transnacionales agroexportadoras se encargan de administrar la escasez
alimentaria en sus enclaves, de la misma manera que los gobiernos organizan la escasez
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alimentaria, mediante cupones y cartillas de racionamiento, en periodos bélicos y post-bélicos.
Situaciones somáticas como el cuerpo extenuado o el cuerpo deshidratado proceden, en última
instancia, de las decisiones económicas, financieras y laborales tomadas por la United Fruit
Company al incentivar largas horas de trabajo, en condiciones climáticas adversas y alimentarias
deplorables.
Ahora bien, el obrero bananero también cuenta con agentividad y puede reaccionar contra
este control, contra este biopoder, por medio de protestas, huelgas, paros, etc. De hecho, ¿cuántos
motines o revoluciones no se han producido, tanto en la realidad histórica como en las
representaciones ficcionales literarias y cinematográficas, por la escasez alimentaria o por las
políticas comerciales restrictivas impuestas a los alimentos? Recordemos el motín de la película El
acorazado Potemkin (1925), de Sergei Eisenstein, motivado por el mal estado de la carne en un
navío de la marina zarista. ‘El pueblo quiere pan’ suele ser el grito de protesta inicial de estas
revueltas populares.
La escasez alimentaria en Bananos, Mamita Yunai y Prisión Verde
Las alusiones a la comida del trabajador de la zona bananera son más comunes en la segunda
parte de Mamita Yunai (1941) que en la primera, que relata un caso de fraude electoral en la zona
atlántica. Se refieren a las deplorables condiciones alimentarias que los trabajadores de la bananera
sufren en el marco de los controles laborales ejercidos por la compañía. La regulación del horario
de las comidas es uno de estos controles: “A las cuatro de la mañana debía estar la burra lista para
todos; a las doce, el almuerzo; a las seis, la cena.” (en cursiva en el original) (131)
4
. ¿En qué
consiste la burra? En un plato de avena que era la extra que acostumbraba el cabo, el montón de
arroz y de frijoles revueltos y tostados que llamábamos ‘gallo pinto’ y los bananos sancochados.”
(131). Es, como se puede ver, una comida que carece de proteínas de origen animal. La denuncia
de la novela bananera se expresa, entre otros focos de atención, por el registro testimonial y
documental de la alimentación de los linieros en el mundo histórico centroamericano de la primera
mitad del siglo XX.
4
A partir de este momento, toda cita de la novela procede de la siguiente edición: Carlos Luis Fallas, Mamita Yunai,
San José, Costa Rica, Editorial Costa Rica, 2013 [1941].
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También se describe esta regulación temporal de las comidas en Prisión verde (1942), del
hondureño Ramón Amaya Amador. Los ‘linieros’ almuerzan a las 11 de la mañana, hora,
asimismo, de descanso de las actividades laborales realizadas en la mañana: “los muchachos
almuerceros repartían los alimentos a los hombres, quienes, ya con los platos y huacales en las
manos sucias, buscaban las escasas sombras de los bananales.” (94)
5
. Distribuyen la comida
muchachos demasiado jóvenes para desempeñarse en el extenuante trabajo de la recogida de los
racimos. Los horarios de las comidas forman parte de las prácticas de regulación del tiempo
laboral. Se desayuna antes de ir al bananal, se almuerza durante la pausa laboral y se cena al
terminar el día de trabajo. Recordando que la medición y la racionalización del tiempo es uno de
los principales instrumentos de la modernidad económica y cultural, la regulación temporal del
trabajo, del ocio y de las comidas forma parte, a su vez, del biopoder ejercido sobre el cuerpo del
trabajador. Además, en Prisión verde, de Amaya Amador cuando los bananales de Culuco se
silenciaban, aumentaba la actividad en los barracones, “cuyas cocinas humosas se transformaron
en un hervidero de mujeres.” (59). Se estructura una división de la organización laboral desde el
género: el trabajo en los bananales es masculino; en las cocinas, femenino.
La escasez y la desnutrición alimentaria de los trabajadores se combina, en aparente
paradoja, con su consumo abusivo de bebidas alcohólicas -promovido por la empresa bananera-,
que a su vez succiona el escaso salario de los trabajadores. En estos términos, motivo clásico de la
novela bananera (es decir, situación prototípica) es la borrachera de los trabajadores. Desnutrición
y alcoholismo son dos de las consecuencias, entre otras, sufridas por el cuerpo del trabajador, como
se expone en Prisión verde, de Amaya Amador: “En la noche, la campeñería estaba convulsa; los
vendedores de guaro hacían buen negocio. (…) El fuerte y terrible brebaje provocaba, en sus
desnutridos cuerpos, un verdadero desastre; perdían la razón y, de sus huraños temperamentos,
saltaba una agresividad inusitada que, muchas veces, concluía en hechos sangrientos.” (161). El
alcoholismo esclaviza al obrero agrícola en el rculo vicioso de trabajar por un salario que le
permita comprar guaro y, además, contribuye a desactivar las redes sindicales. El capitalismo
transcional, práctica canibal, emprende prácticas -ejercidas en el ámbito de la biopolítica- de
consumición del cuerpo del trabajador. Marx (1976: 253) ya planteó en el capítulo VIII de El
5
A partir de este momento, toda cita de la novela procede de la siguiente edición: Ramón Amaya Amador, Prisión
verde. (Pról. de Longino Becerra), Tegucigalpa: Editorial Ramón Amaya-Amador, 1974 (1950).
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capital la imagen del ‘capital’ como un vampiro que succiona el trabajo del obrero para obtener
plusvalía.
Por contraste, las bebidas alcohólicas no están asociadas en la gerencia de las compañías
bananeras a la escasez y el alcoholismo, sino a la opulencia, la distinción y el prestigio. En Prisión
verde, refrescos (coca-cola) (34) y bebidas alcohólicas (whisky-and-soda) (34 y 36) son
consumidos por los altos mandos de la empresa sin menoscabo de su alimentación. Por lo demás,
las bebidas alcohólicas y la comida forman parte de las dádivas otorgadas por la Compañía Frutera
a los propietarios que pretenden convencer para que vendan sus tierras a la transnacional, en lo que
podríamos ver una actualización de las engañosas prácticas colonialistas de ‘comprar’ la tierra de
las culturas originarias mediante la venta de artículos occidentales de escaso o nulo valor (tierras
por collares). El narrador de Prisión Verde, en estilo indirecto libre, accede a la inocente
complacencia con la que dos terratenientes locales interpretan el supuesto trato dadivoso que
reciben de empresa: “Para ellos, terratenientes del Valle, la Compañía no negaba nada en absoluto:
carros expresos, pases de cortesía en los trenes, almuerzos, finos licores, atenciones a granel.” (la
cursiva es añadida) (29). Detrás de la cortesía del regalo, del don, de la deferencia, la cortesía y del
trato equitativo se esconde la compra abusiva de la tierra a los propietarios locales.
La compañía bananera planifica un manejo estratégico del acceso a la comida y a la bebida:
convertidas en un don o regalía, forma parte de la compra de tierras -a bajos precios- a los
terratenientes locales; transformadas en un bien escaso, contribuyen a la consumición del cuerpo
del trabajador, cuya muerte permitirá reponer el puesto laboral con otros ‘linieros’ que tengan las
fuerzas suficientes para enfrentar las extenuantes jornadas. Así se plantea en una de las tantas
intervenciones ‘adoctrinadoras’ del narrador de Prisión verde digresiones comunes en la novela
bananera-, al ver en los trabajadores de las bananeras “hombres y mujeres que van vendiendo por
un par de monedas la energía de sus cuerpos y de sus vidas, en una constante lucha sin cuartel para
obtener el pan negro y duro de cada día, bajo el signo verde y oro del banano.” (60).
La escasez alimentaria conlleva, en la preparación de las distintas comidas, la utilización
de los mismos ingredientes y la preparación de los mismos platos: la dieta del trabajador es
monótona. En Prisión verde, la cocinera Plácida le lleve a Luján, “en un plato de loza Made in
USA, frijoles, arroz y bananos sancochados. Además, un jarro de café negro, humeante.” (en
negrilla en el original) (67). Es decir, le sirve la famosa burra, ya mencionada previamente.
Exactamente estos son los ingredientes que comen los ‘linieros’ en Mamita Yunai, de Carlos Luis
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Fallas. En la segunda parte de esta última novela, el narrador, Sibaja, retrata desde una
intencionalidad irónica esta situación de escasez alimentaria. Según este personaje, la única
diferencia que separa el almuerzo que le sirven a su peonada y a las demás es la sopa: “La Pastora
nos servía en el almuerzo un poquito de sopa, frijoles, arroz y banano. Las otras peonadas se
conformaban con banano, frijoles y arroz, y con arroz, frijoles y bananos.” (136). Pero fijémonos
en la comida de las demás peonadas. En la última frase se elabora un quiasmo, conocida figura de
permutación o posición. En el quiasmo, recordemos, la posición de los términos de la primera parte
o periodo de la oración se invierte, especularmente, en la segunda parte del enunciado. En el
presente caso, la enumeración de la composición del almuerzo de las demás peonadas se ordena
desde una estructura quiasmática, lectura en la que coincide Muñoz Solano (2010: 80): se trata de
una enumeración donde se destaca la invariabilidad de la comidsa en un marco de escasez, ya que
la única ‘variedad’ radica o consiste en la posibilidad que tiene el narrador -y ya no el trabajador-
de cambiar el orden de los términos (de los ingredientes).
La simulación de la variedad de los alimentos ofrecidos a las peonadas se produce mediante
la alteración del orden en el que se enumeran a la instancia lectora los ingredientes que forman
parte de su almuerzo. En mi caso, asimismo, resalto el uso irónico de este quiamo por parte del
narrador. La metátesis o alteración del orden- de los términos incorporados en la enumeración de
los productos, encaminada a ofrecer una disposición quiasmática de los términos- produce una
ilusoria proliferación de ingredientes: ‘se conformaban con banano, frijoles y arroz, y con arroz,
frijoles y bananos’. Siempre se sirve lo mismo, por más que unas veces sean ‘frijoles, arroz y
banano’; otras, ‘banano, frijoles y arroz’ o, por último, ‘arroz, frijoles y banano’. La aparente
proliferación o abundancia lingüística alude irónicamente, desde el principio de la contradicción,
a la pobreza del referente alimenticio.
La comida de los trabajadores negros difiere de la ingerida por los trabajadores y los
capataces. El narrador la describe desde la alteridad, pero siempre se caracteriza por la escasez.
En Mamita Yunai se resume, desde la temporalidad iterativa (cotidiana, día tras día), la
alimentación de los trabajadores afrocaribeños: “Llevaban al trabajo su miserable comida en un
tarro: ñame, yuca, ñampí y bananos, todo arreglado con aceite de coco; algunas veces arroz y
‘calalú’, un planta moradita que se cría en el monte y que solo ellos saben cocinar y comer.” (152).
A primera vista, parece una comida que ofrece una mayor variedad en sus ingredientes. Forma
parte del encuadre de la alteridad empleado por el narrador el hecho de que preste atención al ‘modo
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de preparación y de ingestión’ de los alimentos por parte de los trabajadores afrocaribeños. En el
caso de la población afroantillana, el modo de ingestión de la comida preparada, según el narrador,
está caracterizado por la ausencia de protocolo o decoro, conducta esta última que, implícitamente,
caracterizaría al resto de los trabajadores de la bananera: “Si hacía sol, encendían un fogón para
calentarla; si llovía a cantaros, se la tragaban fría, tapándose con una hoja de banano para que no
se les llenara de agua el tarro. Comían a puños, limpiando el fondo del tarro con sus rudos dedazos,
y después bajaban la comida con un cabo de caña” (152).
En esta última novela, para enfrentar la monotonía de la comida y la escasez de los
comisariatos, Sibaja y su grupo de peones capturan regularmente peces de río mediante el empleo
de dinamita, procedimiento que destruye el medio ambiente. A diferencia de la comida ofrecida
por la bananera, la aportada por la naturaleza se caracteriza por la abundancia, que Sibaja enumera
desde la amplificación lingüística. Ve en los peces una comida suculenta, valor expresado mediante
el detalle y la demora complaciente con que los describe. Esta es una evidencia que nos permite
inferir que, para este personaje, constituyen un objeto de deseo de primer orden. La vividez de la
descripción alude, por defecto, al hambre y a la necesidad de saciar este último con proteínas que
brillan por su ausencia en la alimentación cotidiana del ‘liniero’:
“Con los bobos iban los tepemechines, medianos y lambuzos, de escamas menuditas y
grisáceas; las escasísimas guabinas, punteadas hacia la cola y cabezonas, con cerdas
gruesas en el ancho hocico y una bolsa blancuzca y pegada en la barriga; y los
roncadores, lisos y plateados. Y allá de vez en cuando un róbalo, de carne tan delicada
que no lo podíamos dejar para otro día ni en salmuera, y que era uno de los pejes más
bien criados que encontrábamos en el río.” (en cursiva en el original) (137-138).
Por otra parte, el peón bananero gasta parte importante de su salario en la adquisición o
compra de comida en el comisariato o en pagar la comida preparada por las cocineras y cocineros.
Así, en Bananos, de Emilio Quintana, el narrador precisa que después de pagar su comida, le
quedan al peón cuatro pesos diarios (30). Se consume rápidamente el salario en una alimentación
deficiente que consume, a su vez, el cuerpo del trabajador. Contratistas, intermediarios y capataces
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imponen su voluntad, entre otras medidas, regulando qué, cuándo y a qué precio comen los
trabajadores. Controlan los comisariatos (la distribución de los alimentos) y los comedores
colectivos (la preparación y la ingestión de las comidas):Ganábamos seis colones por día y se
gastaban dos en comida. Pero aquella cataplasma de arroz sin gota de manteca y aquellos frijoles
fritos en ‘su propia sangre’, obligaban al comensal a gastar algo más en "extras" de café negro con
pan y agua de azúcar. Era un sistema impuesto por la compañía.” (41).
Detonante del conflicto social en la novela bananera y como mecanismo de desarticulación
del sentimiento de comunidad entre los trabajadores- es el reparto de los alimentos. Durante el
reparto, la monotonía de la comida y el uso de ingredientes podridos provoca las protestas de los
trabajadores, de manera similar a los reclamos de los marinos del ejército zarista en la ya
mencionada película El acorazado Potemkin (1925), de Sergei Eisenstein, donde el capitán del
barco, en actitud cínica, niega que la carne esté llena de gusanos. Una primera protesta sobre la
mala calidad de la comida ofrecida a los peones en la novela bananera procede de Mamita Yunai:
-¡Qué comida la que da ese chancho! comentó Calero, echándose un puñado de arroz a la boca
y refiriéndose a Azuola-. ¡Así quién no si’hace’e plata! Una pelota di’arroz y frijoles, cuatro
bananos y un tuquillo’e dulce negro y revenío.” (en cursiva en el original) (172). Otra protesta de
los peones contra la mala calidad de la comida que les proporciona la compañía procede de
Bananos, de Emilio Quintana:
“Al medio día el almuerzo nos llegaba al lugar de trabajo. Y al repartir la comida
siempre se registraban pleitos porque el cocinero, un invertido sinvergüenza, tenía
preferencias para algunos peones de la cuadrilla. Para resguardarse de los enojados, el
cocinero confiaba en su ayudante, un mozalbete vigoroso y gruñón. También contaba
con el apoyo del contratista. De ahí que el cocinero se tornara insolente. Una vez,
después de estar comiendo frijoles hediondos en varios tiempos, uno de los trabajadores
rechazó el plato, protestando:
-Estos frijoles están podridos.
Inmediatamente saltó el cocinero:
- ¡Jesús, mijito! (¿Querés jamón con huevos?)
-No es para tanto: quiero comida aseada.
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-Pues pa que saliste al monte... te hubieras metío en un nicho en tu casa y
estarías bien tranquilo. Yo aquí pongo lo que me dan.
-No te dan frijoles podridos.
-Jesús, papa, pero se pudren en el caldero. Además, ya conoces el camino. Yo
en cuanto venga el jefe le vó a decir que le estas espantando a la gente, pa que te corte
el rabo.” (43)
6
.
De nuevo tenemos un caso de ironía, como ya vimos en Mamita Yunai. En el primer caso, la
escasez es disfrazada de abundancia. En el presente caso, la ironía proviene del cocinero: considera
que el ‘liniero’ tiene exageradas pretensiones culinarias, alejadas de lo que debería esperar recibir
el trabajador de parte de los cocineros de la compañía. De ahí su comentario irónico (un ‘invertido’
que tenía preferencias por algunos peones, según la perspectiva homofóbica del narrador,
recordando que, desde el patriarcado, la cocina es un trabajo feminizado): -¡Jesús, mijito! (¿Querés
jamón con huevos?)’. El cocinero plantea su respuesta irónica como si accediera a sus
reivindicaciones, como si asumiera su error y aceptara la posibilidad de ofrecer, a cambio, como
reparo, comida de mejor calidad. El ‘liniero’, en realidad, protesta ante una situación de escasez
alimentaria que niega el derecho del trabajador a recibir una comida digna. En este caso, el
‘invertido’ es el intermediario de los intereses de la empresa transnacional. La protesta que el
trabajador exprese ante las deplorables condiciones higiénicas y alimentarias es interpretada por
estos mandos medios (capataces, jefes de cocina) como signo de disidencia política (de rebelión).
En la novela bananera, la desnutrición y la insalubridad terminan, en muchos casos, en la
muerte, provocada, más que todo, por enfermedades infecciosas de origen gástrico. Declara el
narrador de Bananos, de Quintana, que la muerte [e]s el debido cobro de las amebas, después que
el infeliz se ha engullido de malas comidas y ha bebido el agua sucia de los criques.” (en cursiva
en el original) (Quintana, 1985: 35). Asimismo, en los comedores domina la suciedad y la
insalubridad, como en los barracones de Culuco, en Prisión verde: “sobre las mesas destartaladas
y mugrientas, hacían festines las moscas, bichos asquerosos y prolíficos para cuya destrucción no
había suficiente insecticida.” (55). La ausencia de higiene, combinada con una alimentación exigua,
termina por convertir al trabajador en un sujeto enfermo y, finalmente, en un cadáver, en el marco
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A partir de este momento, toda cita de la novela procede de la siguiente edición: Emilio Quintana, Bananos, Managua,
Nueva Nicaragua, 1985 [1942].
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de prácticas de exterminio del trabajador, rápidamente reemplazable por un sistema capitalista que
‘engulle’ cuerpos para expulsar mercancías.
Conclusiones
La novela bananera denuncia una de las aparentes paradojas del capitalismo, situación que,
en realidad, constituye un ejemplo de mala fe de carácter sistemático y global: las bananeras
abastecen Occidente con un alimento, el banano, mientras dejan a los trabajadores de este cultivo
en una permanente crisis alimentaria. La economía de la escasez, impuesta por las compañías
bananeras, promueve la destrucción de los lazos solidarios entre los trabajadores: se destruye el
cuerpo físico y el cuerpo social, los lazos solidarios, comunitarios, sindicales. La plusvalía
capitalista favorece la miseria del trabajador, quien consume casi todo su salario en alimentos de
subsistencia. La empresa bananera consume todo el salario del trabajador: el peón bananero queda
sujeto a los precios ofrecidos en los comisariatos oficiales. Consecuencia de la escasez alimentaria,
la desnutrición es una de las más importantes denuncias, en su función testimonial, de la novela
bananera. Pero la alimentaria no es la única escasez imperante en esta modalidad de novela
latinoamericana. Consecuencia de la escasez de vivienda es el hacinamiento, la ausencia de
privacidad y las peleas entre trabajadores; consecuencia de la ausencia de higiene, las
enfermedades. El cuerpo consumido y aniquilado, hasta quedar convertido en cadáver, es el punto
final del sufrimiento producido por los tres tipos de escasez: la alimentaria, la higiénica y la
sanitaria. Un sistema económicamente perverso, enfermo, producirá cuerpos desechables y
rápidamente intercambiables. El epígrafe que encabeza La prisión verde, al inicio del presente
artículo, pretende sintetizar este proceso, la explotación del trabajador.
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