Cuadernos Inter.c.a.mbio sobre Centroamérica y el Caribe

Vol. 17, No. 2, Julio-Diciembre, 2020

La reconfiguración de las relaciones amorosas. 1968 (México)

Página abierta (artículos científicos) (sección arbitrada)

La reconfiguración de las relaciones amorosas. 1968 (México)

The Reconfiguration of Love Relationships. 1968 (Mexico)

A reconfiguração das relações amorosas. 1968 (México)

Gloria A. Tirado Villegas *
Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades Alfonso Vélez Pliego, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), Puebla, México

La reconfiguración de las relaciones amorosas. 1968 (México)

Cuadernos Inter.c.a.mbio sobre Centroamérica y el Caribe, vol. 17, núm. 2, 2020

Universidad de Costa Rica

Recepción: 20 Abril 2020

Aprobación: 17 Julio 2020

Resumen: Este artículo explora las relaciones amorosas de estudiantes mujeres que participaron en el movimiento estudiantil de 1968 en México y que reconfiguraron su prototipo de amor. Si la revolución sexual se vivió en la década de los sesenta del siglo pasado, en este texto interrogamos cómo se interiorizó en las jóvenes. ¿Su participación en el movimiento estudiantil las llevó a reconfigurar conceptos, incluido el de amor? El análisis de este proceso se apoya en entrevistas, testimonios y reflexiones de autoras feministas de esa época. Esto nos permite mostrar la diversidad de prácticas y formas de pensar que se debatían entonces y las decisiones que algunas jóvenes tomaron en la elección de pareja, sin generalizaciones ni estereotipos; es decir, entender las relaciones de género y la reconstrucción de relaciones de amistad, de amor, de lucha, de entrega, como algunas lo recuerdan, que se construyeron en aquellos 140 días de huelga en las instituciones de educación media y superior de México.

Palabras clave: Estudiantes, movimiento de 1968, amor, relaciones de género, matrimonio.

Abstract: This article explores the love relationships of female students who participated in the student movement of 1968 and changed their prototype of love. This text asks how the students internalized the sexual revolution in the sixties of the last century. Did their participation in the student movement make them to rethink concepts like “love”? The analysis of this process it is supported by interviews, testimonies and reflections of some feminist authors of that time. This allows us to show the diversity of practices and ways of thinking in that time and the decisions that some young women made when choosing their partners, without generalizations and stereotypes, in other words, to understand gender relations and the reconstruction of the bonds of friendship, love, struggle, dedication, as some of them remember, that were built on those 140 days of strike in the high schools and colleges in Mexico.

Keywords: Students, 1968 movement, love, gender relations, marriage.

Resumo: Neste artigo, são exploradas as relações amorosas de mulheres estudantes que participaram do movimento estudantil de 1968 no México e que reconfiguraram seu protótipo de amor. Considerando a revolução sexual vivida na década de sessenta do século passado, através deste texto interrogamos de que maneira a mesma interiorizou-se nas jovens. A participação delas no movimento estudantil as levou a reconfigurar conceitos, incluindo o de amor? A análise deste processo está apoiada em entrevistas, depoimentos e reflexões de autoras feministas dessa época. Isto nos permite mostrar a diversidade de práticas e formas de pensar que eram debatidas nessa época e as decisões que algumas jovens tomaram na escolha de parceiros, sem generalizações nem estereótipos; ou seja, entender as relações de gênero e a reconstrução de relações de amizade, de amor, de luta, de entrega –como algumas relembram– que se construíram naqueles 140 dias de greve nas instituições de ensino médio e superior do México.

Palavras-chave: Estudantes, movimento de 1968, amor, relações de gênero, casamento.

Introducción



Amor de Verano Mi amor de verano, mi primer amor, Amor de estudiante ya se terminó. Vendrán otros veranos, Vendrán otros amores, Pero siempre en mi ser vivirá Mi amor de verano, Mi primer amor...

Fuente: Enrique Rosas, (1968).

Amor de estudiante” es el título de una canción que interpretó Roberto Jordán, la cual se popularizó en 1968 en México. La canción es muy sencilla, es una balada que evoca las relaciones amorosas entre los y las estudiantes que establecían relaciones idílicas entre los géneros. Este tipo de música forma parte de la ruptura generacional, el escucharla rememora esa época. En el argot estudiantil, los noviazgos se consideraban como “de manita sudada”, es decir, solo se tomaban de la mano al caminar y no había mayor actividad sexual. Si bien se habla de la revolución sexual, que surgió en esa década y que repercutió en el 68, podemos interrogarnos: ¿cómo se interiorizó esta en las jóvenes de ese tiempo? El planteamiento central es la reconfiguración del amor, así como las libertades que vivieron. Los testimonios que apoyan este texto muestran las vivencias de las participantes en el movimiento estudiantil de 1968, tanto de estudiantes poblanas como de la Ciudad de México, por las que tomaron decisiones personales que cruzaron con sus relaciones amorosas.

En la práctica, la participación de mujeres en el movimiento estudiantil las llevó a establecer algunas rupturas con la familia, con el otro género y con otras estudiantes a quienes les decían fresas por no participar. Esas pequeñas rebeldías, como vestir minifalda, calzar huaraches, fumar, no usar sostén, las explican algunas estudiantes que entonces formaron parejas con quienes se decían “compañero” o “compañera” para ejercer su sexualidad. Algunas de ellas se conflictuaron con su familia, con sus valores; la mayoría provenía de escuelas católicas y femeninas y se atrevieron a romper con el orden patriarcal tradicional; hubo jóvenes que se unieron libremente a su pareja, sin matrimonio civil o religioso.

Este artículo se apoya en entrevistas; se consultaron testimonios publicados, así como reflexiones de autoras feministas de esa época que analizan el contexto. Se intenta construir un cuadro de las relaciones de amistad, de amor, de lucha, de entrega; aunque parece obvio, se enfatiza en que la mayoría de las jóvenes vivían en la Ciudad de México y que su participación en aquel verano fue crucial. ¿Cómo lo recuerdan algunas y cómo su participación en el movimiento estudiantil modificó su comportamiento? Desde luego, este texto no pretende generalizar ni estereotipar, pues aborda un pequeño sector de universitarias y de politécnicas; algunas provenían de escuelas femeninas y católicas, otras de escuelas oficiales y la mayoría creció en familias tradicionales. El objetivo es comprender la complejidad de ese proceso en el que se abrieron ventanas a pensamientos diferentes, por eso se recupera una variedad de voces.

Para su desarrollo este trabajo se ha dividido en tres subtemas: en “Por los paisajes del movimiento estudiantil” se describe la participación de las mujeres en el ambiente juvenil del 68; “Prohibido prohibir” alude a las ideas que llegaban a las jóvenes y con las que algunas nutrieron su pensamiento; por último, “El amor en tiempos del 68” se apoya en entrevistas y testimonios de las jóvenes sobre cómo interiorizaron sus ideas sobre el amor.

Por los paisajes del movimiento estudiantil

La abundante historiografía sobre el movimiento estudiantil de 1968 refiere durante los primeros 30 años, de ocurrido el 2 de octubre, los antecedentes históricos y sociales del movimiento; quiénes fueron los culpables de la matanza en Tlatelolco; los abusos del poder y la represión; la participación de grupos paramilitares; las experiencias de la cárcel de los presos políticos y algunas experiencias de representantes al Consejo Nacional de Huelga (CNH). En esa historiografía las estudiantes, y en general las mujeres, parecían haber estado ausentes. Poco después, los estudios de género comenzaron a develar la participación de las mujeres, a quienes había que buscar con otras categorías de análisis, no la de líderes, aunque las había. Hubo pocas presas. Testimonios de la cárcel. De la libertad y el encierro apareció publicado tres décadas después del movimiento (Avendaño, 1998); es el testimonio de Roberta Avendaño, conocida como la Tita, quien terminó su carrera de Derecho en la prisión de Santa Marta Acatitla, fue detenida a inicios de 1969. Su texto contribuye a comprender la atmósfera en la cárcel, las condiciones de la vida cotidiana en ella, las diferencias de género, incluso las pocas visitas que tenían, a diferencia de los presos. Su libro es un testimonio profundo, detallado, publicado un año antes de su fallecimiento, el 9 de agosto de 1999.

Cierto es que se han publicado entrevistas en libros y periódicos, pero son escasas. Una de las más entrevistadas ha sido Ana Ignacia Rodríguez Márquez, la Nacha, quien publicó Cartas de Libertad con motivo de los 50 años del 68 (Rodríguez, 2018). En cada conmemoración surgen más libros sobre este movimiento, cada vez con otras experiencias; más allá de los presos o de los integrantes del CNH, también se han escrito muchas tesis de licenciatura y posgrado. Lo interesante es que la mayoría de autoras abordan sus experiencias en el movimiento, las pintas, el volanteo, el uso contestatario de las bombas molotov, la represión en sí, la búsqueda de sus compañeros, amigos, novios, salvo Nacha, quien difunde el intercambio epistolar que desde la cárcel mantuvo con sus grandes amigos, con su defensor y con un “amor clandestino”, dice ella. Sus cartas, firmadas con seudónimos, nos permiten asomarnos a un trasfondo de la sexualidad y de la represión.

Con motivo de los 50 años del 68 también apareció publicado Ellas. Las mujeres del 68 (Cato, 2019), con testimonios de 18 mujeres que estuvieron presentes en aquel año, no necesariamente el 2 de octubre, cuya memoria gira fundamentalmente en cómo vivieron el movimiento. Una narrativa excelentemente lograda, intercalada con los comentarios de la autora, nos llevan de la mano a los escenarios en que ellas anduvieron: calles, lugares, facultades, aulas, barrios, música, amigos, novios. Aunque hay cierta intimidad en algunos relatos, centran su atención en la represión o en sus padres, como Olivia Revueltas (hija de José Revueltas, preso en 1968). Su lectura es conmovedora en muchos momentos, la mayoría de las testimoniantes no habían sido entrevistadas, salvo Ana Ignacia Rodríguez en cuyo relato y en un esfuerzo de memoria puntual describe dos detenciones anteriores y su aprehensión para llevarla a la cárcel en 1969.

En conversatorios a los que asistí en el 2018 algunas exintegrantes del CNH destacaron el contexto familiar que prevalecía entonces, qué deseaban hacer ellas, las tensiones con sus padres y, sobre todo, las diferencias en el trato que había con sus hermanos, cuando en casa ellas debían realizar una serie de actividades domésticas. Asombra el ingenio que tenían para deshacerse de aquellos pruritos y asistir a las manifestaciones. Una interrogante surge entonces: ¿por qué ellas hablan más de lo privado y desde ahí pasan a lo público? Para ellas el movimiento significó también retar al mundo. Con el fin de entender esa aparente otra mirada deben comprenderse esas diferencias que para la mayoría desaparecieron en el transcurso de la huelga. Es ahí donde encuentro lo significativo de este proceso de uso de libertad, cuando ellas se dan cuenta de que pueden hablar, escribir un discurso y dirigir una asamblea (Tirado, 2012, pp. 147-170). Los testimonios que algunas de ellas han escrito lo confirman.

Esto lleva a insistir en que las memorias son diferentes, diversas, cada una le da un significado. Ahí podemos entender la diversidad y riqueza de experiencias. Como ejemplo extraigo unos renglones del texto de Guadalupe Gladys López Hernández sobre las prohibiciones en casa y fuera de ella:

Del mismo modo, estaba prohibido hablar de sensualidad, sexualidad, masturbación, etcétera, así como del concepto orgasmo, que era totalmente desconocido. Ni los amigos ni la familia, y menos los medios de comunicación, se atrevían a tratar estos temas, no [teníamos] derecho a mencionarlos porque nos exponíamos a una llamada de atención o a un castigo y aparte de acudir obligadamente a la Iglesia todos los domingos había que “confesar todos los pecados” y cumplir la penitencia (López Hernández, 2013, p. 22).

La cita anterior muestra lo que la mayoría de las jóvenes vivía, la influencia de la Iglesia católica en la familia. Es ahí donde surgen fisuras que constituyen otra forma de interpretar las relaciones de pareja, cuestionan los matrimonios tradicionales. Darles voz a varias estudiantes y construir un discurso polifónico es alentador, aunque imposible de verter en un artículo. Se puede presumir que esa generación creció con muchos tabúes, sobre todo en la sexualidad y en su relación con el otro género, pero se van a reconfigurar en las prácticas cotidianas y a enfrentarse con otras lecturas.

Otro ejemplo parece útil para insistir en esos tabúes. En 1968, Margarita Reyes Valdez estudiaba la preparatoria en la Ciudad de México, ella recuerda:

Era muy cotidiano y absurdo que difícilmente las madres nos prepararan para el cambio de niña a mujer, casi siempre eran las hermanas mayores las que nos preparaban cuando íbamos a empezar a menstruar. Nadie nos decía nada, nada. Mucho menos podías hablar de tus relaciones amorosas (Reyes Valdez, en Tirado, 2016, p. 536).

Su comentario coincide con lo escrito por Guadalupe Gladys.

¿Qué ocurrió durante los 140 días de huelga en las principales instituciones de educación superior de la ciudad de México? Reducirlo a los momentos de represión es truncar las grandes manifestaciones políticas y culturales que se expresaron. Si algo caracterizó al 68 fue la protesta en todas sus gamas; la contracultura jugó su papel y las jóvenes aprehendieron que todo era posible en lo aparentemente imposible.

Los testimonios aluden a la igualdad entre géneros, a la democracia dentro de las aulas y en las calles. Al respecto, las historiadoras anglosajonas Lessie Frazier y Deborah Cohen sostienen: “Hasta ahora, la ‘historia’ del movimiento se ha conformado principalmente a través de los recuerdos de un pequeño sector de sus participantes, quienes han sido objeto de mucha difusión: las personalidades del cnh” (Frazier y Cohen, 2001, pp. 105-111). Estas historiadoras abrieron líneas de investigación, entrevistaron a hombres y mujeres, no necesariamente delegados al CNH. En “No sólo cocinábamos… Historia inédita de la otra mitad del 68” se plantearon nuevas preguntas para desarrollar sus líneas de trabajo y las respuestas sugieren un ambiente, una atmósfera familiar. En esta publicación, 60 entrevistadas refieren que aunque hubo una división sexual del trabajo en el movimiento, basada en los roles de género, ellas hicieron mucho más que eso, pero que el discurso hegemónico sobre el 68 ha surgido desde la prisión, desde la represión. Cito una frase: “Si querías participar, primero necesitabas salir de la puerta de la casa de tu padre” (Frazier y Cohen, 1993, pp. 103-106). Esta observación testifica cómo las reacciones de sus familias impactaron enormemente la manera en que las estudiantes vivían el movimiento. Muchas familias se sintieron amenazadas por las actividades de sus hijas, es decir, por el colapso del sistema patriarcal.

Traigo a colación uno de mis trabajos de investigación en el que entrevisté a varias estudiantes que vivieron el 68, algunas en Puebla y otras más estudiaban en la Ciudad de México y poco después llegaron a trabajar en la Universidad Autónoma de Puebla (UAP)1. En el proyecto “La participación de las mujeres y el 68. Puebla”, se entrevistó a 30 participantes. En el 2004 se publicaron los resultados con el título La otra historia. Voces de mujeres del 68, Puebla (Tirado, 2004). Requería escarbar en sus recuerdos: ¿qué eran ellas antes, durante y después del movimiento? Las preguntas recuperaron sus experiencias. Desde luego, partí de la categoría activistas y no de líderes, es decir, mujeres que participaran en los comités de lucha. La investigación me permitió reconstruir con una polifonía de voces lo que esas jóvenes experimentaron al tomar la palabra, al salir a las calles, pero debí partir de lo que ellas eran antes del movimiento: jóvenes universitarias con conocimientos rudimentarios de la cultura política estudiantil; prácticamente no tenían experiencias porque las organizaciones estudiantiles eran mayoritariamente masculinas. El 68 fue un gran momento de conectividad social, de conocer al pueblo, de aprender de él, de pedir apoyo, de hablar y perifonear, a veces a escondidas de sus padres y en otras influyendo en ellos para modificar su forma de entender el sistema. Esa conexión con la realidad del país las cambió a ellas; además tuvieron la oportunidad de conocer a estudiantes de otras instituciones, hombres y mujeres; el intercambio de ideas enriqueció su percepción.

Por eso no es extraño que lo más prohibido fuera, a partir de sus experiencias, lo que debían buscar y alcanzar: la libertad más allá de lo que las instituciones permitían, incluida la familia. La reconfiguración del amor fue posible porque el amor es una construcción cultural; no solo hablamos de sexualidad sino de otras formas de amar. Los prototipos y estereotipos de novios o galanes también se modificaron.

Otro elemento más del contexto internacional se agrega al prisma cultural que iban formando con sus ideas: las feministas, líderes como Ángela Davis, Rossana Rosanda, imágenes de mujeres emergían en el orbe; había muchas figuras que admirar, no solo al Che Guevara, que era el ícono del estudiantado.

“Prohibido prohibir”

Es indispensable partir de aquel contexto internacional, del mayo francés, del que provenía el lema “Prohibido prohibir”, según Humbelina Loyden analiza:

Las ideas libertarias “sesentayocheras” en Francia estuvieron imbuidas de psicoanálisis, de ese psicoanálisis que los medios masivos de comunicación se encargaron de difundir y que propagaron fundamentalmente las ideas marcusianas y reichianas. Se hizo famoso el slogan: "Prohibido prohibir". Suprimir la represión sexual para que el deseo aflorara en su estado puro. La revolución social no se daría sin la revolución sexual y la revolución sexual implicaba necesariamente la revolución social. Para ello se señalaba a la familia, ese núcleo básico y primario de la sociedad, como el lugar de la reproducción de un sistema jerárquico y sobre todo represivo. La familia, se decía, es necesaria al sistema capitalista para su mayor eficacia (Loyden, 1991, p. 9).

Sin embargo, ese lema lo hicieron suyo varios y varias jóvenes y adquirió distintos significados al volverse una forma de retar al mundo, de crítica social. No podemos soslayar el impacto que tuvo en México y en las jóvenes del 68. “Prohibido prohibir” se escribió en pintas y mantas porque se convirtió en un símbolo de retar al status quo. Se ha insistido en la revolución sexual que hubo entonces, no solo por lo que se ha dicho de lo ocurrido en Francia sino porque los hippies asumieron esa libertad al vivir en comunas donde prevalecía el “amor y paz”.

Un nuevo fantasma recorría el mundo, el feminismo internacional influiría en nuestro país: la celebración por la obtención del voto en Nueva York, imágenes de lucha femenina. La autoconcienciación produjo separatismo entre las feministas, pero cierto es que el feminismo trajo aparejada una explosión del saber que afectaría prácticamente a todas las disciplinas. Entre tantos textos que se leían estaba El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, que había salido a la luz en 1949, casi dos décadas atrás, y circulaba profusamente entonces. Diversas ideas y símbolos llegaban al país y en las estudiantes brotaban inquietudes por conocer lo que se vivía en otras partes del mundo; en Rusia, en China, por ejemplo, su revolución cultural era un gran atractivo para las y los jóvenes y no se diga en Cuba.

Entre las vertientes del feminismo había serias diferencias; por ejemplo, la feminista Juliet Mitchell en La condición de la mujer criticaba la acción política propagada por los hippies aunque tuviera efectos liberadores muy importantes. Un principio crucial de la liberación femenina decía: “en ocasiones ha resultado contraproducente, una forma sumamente perjudicial. Dentro de la ideología de la sociedad capitalista, la mujer ha sido el 'depósito principal' de las emociones” (Mitchell, 1974, p. 43) Su reflexión iba más allá:

Aquí, al igual que en todos los movimientos radicales en que han tenido una participación inicial, la mujer ha encontrado su inspiración a la vez que su desolación. Al principio el derecho de los negros parecía transcender la discriminación sexual: los estudiantes eran hombres y mujeres: las comunas Hippies concedían a la mujer el papel nuevo y glorioso de emocionalidad y creatividad […]. Pero la discriminación es un concepto profundo, y la opresión es mayor que la suma total de todos estos atributos radicales” (Mitchell, 1974, p. 44).

Estas profundas reflexiones no siempre llegaban a las jóvenes. ¿Cómo interiorizaron estas distintas ideas cuando en los círculos de estudio a los que eran invitadas se enteraban del marxismo o, mejor dicho, desempolvaban el marxismo? Pocas eran invitadas a militar en los partidos de izquierda; en esa época la militancia se volvía cerrada, había que esconderse, vivir clandestinamente hasta donde era posible. ¿Qué eran las universidades en nuestro país, cuántas mujeres estudiaban educación superior? Juliet Mitchell escribió: “Las muchachas constituyen desde menos de un cuarto a más de la tercera parte del alumnado universitario. La cifra norteamericana es excepcional. En ningún otro país constituyen más del veintiséis por ciento” (Mitchell, 1974, p. 46). En efecto, en la Universidad Nacional Autónoma de México el alumnado femenino era el 22.5 % y en la Universidad Autónoma de Puebla apenas el 17 %. Estas cifras muestran el predominio masculino en las instituciones de educación superior.

En ese ambiente era complejo que al inicio las estudiantes se formaran una opinión. A los varones lo que menos les interesaba era abordar temas que les parecían privados, individuales y pequeñoburgueses, como los tildaban los comunistas. Franca Basaglia, una teórica feminista, escribió un texto en 1968 que hablaba de la incomodidad que causó señalar el problema de la exclusión femenina, y de que el movimiento de liberación de la mujer no tenía credibilidad en la izquierda porque no se lograba encuadrarlo en la lucha de clases. Yo agregaría –como hasta ahora– que situándonos en ese contexto muy pocas jóvenes hablaron de estos temas y de su sexualidad. El punto crucial de la lucha de la liberación de la mujer comienza cuando ella exige una existencia como sujeto histórico social:

Hablar hoy de la esclavitud o de la subordinación histórica de la mujer parece obvio. Nadie –ni siquiera los antifeministas más encendidos– osa sostener que esta esclavitud y esta subordinación no hayan existido: sólo le dan otro nombre, la llaman dulzura, femineidad, propensión natural a la dedicación y al sacrificio, debilidad, necesidad de protección y tutela, incapacidad natural para administrarse (Basaglia, 1987, p. 14)2.

Basaglia describía lo que otros autores consideran como violencia simbólica. Por otra parte, la sociedad se desarrollaba en esas dicotomías, entre lo que era propio de las estudiantes, de las jóvenes, y la liberación de la mujer, de lo cual se hablaba en los pasillos de las instituciones, cuando las prácticas políticas, el mitin, la manifestación y la represión les abrían los ojos ante esos amores románticos con los que alguna vez soñaron.

La riqueza de ideas llegaba de afuera también. La Revolución cubana marcó a esa generación, si bien la Revolución rusa tuvo sus efectos por la cercanía en el tiempo tenían presente la cubana, así como la lucha de los Panteras Negras, de los chicanos, de los existencialistas, etcétera. Guadalupe Gladys López refiere que en algún momento llegaron chicanos a la Preparatoria Popular3, querían conocer cómo habían implementado los programas de estudio; conocieron a Ángela Davis también y en algún momento quisieron poner una exposición sobre la lucha pacífica de Mahatma Gandhi y fueron a la embajada de la India, donde consiguieron distintos materiales (López Hernández, 2013, pp. 57-58). Esta información testimonial evidencia la constante ebullición de otros saberes y, por tanto, de nuevos liderazgos femeninos.

En los testimonios no hay muchas referencias a la música preferida de las jóvenes, entre ellas estaba Janis Lyn Joplin, cantante que protestaba contra la guerra de Vietnam, y tenía seguidoras y canciones que hicieron suyas como la interpretada por Massiel de “Rosas en el Mar”, las canciones de Joan Manuel Serrat, y todo lo que se conoció como música de protesta. La música latinoamericana a través de Violeta Parra, Mercedes Sosa, los Folkloristas, por mencionar algunas, como de la mexicana Judith Reyes. Y ya escuchar a los Beatles era una protesta ante las críticas que los mayores sostenían contra este grupo de rock.

Lo antes expuesto amplía lo que a veces conocemos en algunos textos que han marcado la historiografía del 68; son los testimonios los que ayudan a conocer nuevas formas de interacción en el transcurso de aquel año.

El amor en tiempos del 68

La historiadora Martha Eva Rocha ha definido muy bien el proceso de transformación de los comportamientos amorosos que se dio en ciertos sectores sociales en este periodo por la rebeldía juvenil, especialmente en los universitarios de clase media. Los jóvenes querían cambiar el mundo y vivir de una manera inédita: “En la década de los sesenta se desarrolló un movimiento importante a escala internacional de toma de conciencia de la juventud, de asumir su papel, de querer ser protagonistas y no simplemente ejecutores de políticas que marcaban los adultos” (Rocha, 2004, p. 196). Aunque se refiere a la década de los sesenta es obvio que la toma de decisiones se acentuó en 1968.

No deben soslayarse las diferencias entre ellas y ellos, por eso se aplica la categoría de género, aunque este artículo centra su atención en las estudiantes. Lo planteado por Ana Lau cuando habla de la historia de las mujeres ayuda a precisarlo:

Los estudios de las mujeres han incorporado una riqueza polisémica que hizo necesaria otra mirada que revalorara la experiencia de la vida privada y de la cotidianeidad y alcanzara un estatus investigativo. Se concede en ella mayor relevancia a la cultura y a la libertad de acción de los sujetos (Lau, 2015, p. 22).

Así, retomando las diferencias de género, la construcción imaginaria de la sexualidad es distinta: para los varones se da a través de sus experiencias sexuales con mujeres, y para la vida de las mujeres será definida a través del amor, como enfatiza Marcela Lagarde:

La sexualidad masculina permite además a cada hombre valorizarse a través de sus experiencias sexuales, no importa que éstas sean dañinas para las mujeres: la autoestima masculina aumenta mediante los éxitos sexuales. Los hombres se empoderan sexualmente frente a las mujeres previamente cosificadas, se empoderan mediante la apropiación sexual de las mujeres y se empoderan también a través de sus experiencias sexuales: triple configuración del poderío sexual de los hombres en el orden genérico patriarcal. A esta triple definición se añade la derivada de la competencia sexual entre los hombres como pares que redunda también en empoderamiento personal y colectivo para ellos (Lagarde, 2005, pp. 60-61).

No puede afirmarse que en todas las estudiantes hubo el mismo pivote emocional porque las circunstancias tuvieron sus efectos. Vayamos a escuchar lo que algunas entrevistadas mantenían claro en su memoria, ello nos permite entrar a su intimidad y entender las variadas formas de pensar y actuar.

Margarita Reyes comenta algo que era común entonces: fue en los pasillos y durante el movimiento donde más pudieron conversar de “lo privado”. A raíz del accidente que tuvo su novio, estudiante de la Vocacional 7 del Instituto Politécnico Nacional, al explotarle una bomba molotov, decidió unirse a él. Su testimonio es el de una joven de 17 años, valiente y comprometida:

En el 68 a mi compañero le explotó un petardo, no sé qué fue porque yo no estuve, el chiste es que perdió las manos y un ojo […]. La primera vez que fui a verlo al hospital tenía miedo de entrar porque sabía que tenía que darle valor y tenía miedo de ser débil, pero me sorprendió mucho escucharlo cuando él me dijo: “Mira, ya no tengo manos, pero mientras mi cerebro funcione creo que puedo hacer muchas cosas”. Entonces sí, me dije: “De alguna manera yo voy a ser tus manos y voy a ser tus ojos”, y fue como decidí ingresar al partido [Comunista]. No tenía miedo, pero volví a empezar a tener cierto temor cuando nació mi primer hijo, precisamente porque decía: “Híjole, no le vaya pasar algo a él” (Reyes, en Tirado, 2016, pp. 544-545).

Como los espacios públicos estaban restringidos para las mujeres, el movimiento estudiantil se vuelve una forma liberalizadora; las prácticas estudiantiles transforman su identidad. Al mismo tiempo que se daban pequeñas rebeldías, las estudiantes tomaban conciencia de lo que ocurría a su alrededor. Los espacios públicos estaban masculinizados hasta antes del movimiento, incluso hablar en público era una práctica mayoritariamente masculina. Aunque algunas sostienen que eso no pasaba en la Facultad de Ciencias de la UNAM, ni en la Facultad de Filosofía y Letras. Pero señalemos la diferencia en la formación política, muchos de los dirigentes se foguearon participando en concursos de oratoria, así afianzaban su liderazgo. Por cierto, solo una mujer participaba en la oratoria, la famosa Tita, aunque muchas estudiantes estudiaban declamación y participaban en los espacios escolares. La Tita era egresada de la Escuela Normal, había participado en el movimiento magisterial de Othón Salazar en 1958 y fue una de las estudiantes que intervino en varios mitines. Con motivo de su fallecimiento sus compañeros la describieron así:

En la memoria de sus compañeros del movimiento estudiantil de 1968 se borra la fecha en que Roberta Avendaño Martínez, La Tita, se fue a radicar a Colima, pero no su rostro ensanchado por la infaltable sonrisa, su voz ronca y claridosa, a veces jocosa y otras satírica y, mucho menos, la mujer entrona para los madrazos, la que no se amedrentaba ante nada, aquella que encabezaba las brigadas, los mítines y las denuncias; esa que también conciliaba entre todas las corrientes al interior del Consejo Nacional de Huelga (Ibarra, 1999, párr. 1)4.

Patricia de los Ríos, quien participó activamente y muy politizada, pues provenía de una familia de izquierda, rememora lo que ellas avanzaron, cuando se detiene a reflexionar en la manifestación del 13 de septiembre y dice:

Se sentía que los tiempos eran otros. Y aunque todavía se podía acusar de machines (y sin duda lo eran) a los líderes del 68, ya había comenzado la revolución sexual en México. Las mujeres empezaban a tomar la píldora y ya eran dueñas de su propio cuerpo. Era una sensación deliciosa en una sociedad tan conservadora y tan pacata como la sociedad mexicana (Ríos de los, en Cato, 2019, p. 13).

En el conversatorio “Brigadistas politécnicos, 1967-1971”, en el que participaron Myrthokleia González (Vocacional Wilfrido Massieu)5 y Alicia Sánchez (Vocacional 7), con Sergio del Río (Vocacional 1), las dos mujeres mencionaron detalladamente cómo era el ambiente familiar y cómo se incorporaron al movimiento; su visión del espacio privado y del público es más íntima6. Myrthokleia González Guardado, quien fue delegada al CNH en 1968, en su testimonio expresó que ella desde 1962 ingresó al Partido Revolucionario Institucional (PRI) porque quería estudiar oratoria. Fungió como maestra de ceremonias el 2 de octubre en Tlatelolco (González Guardado, en Ortega, 2013, pp. 124-130). En otro texto se describe así: “era una chava tímida, introvertida, que a partir del 68, al meterme al movimiento –fui representante del CNH de la Escuela Técnica Industrial del Politécnico– mi vida cambió totalmente de ser y de pensar” (González Guardado, en Ascencio, 2018, p. 101). Como ella, muchas más lograron hablar en público con la práctica. Más aún, se colocaron como líderes en su escuela.

Ellas ponderan lo que significó el movimiento en su actuar; algunas involucraron a sus padres y, por supuesto, a sus madres, la mayoría de ellas amas de casa, quienes les ayudaron en muchos sentidos. Adriana Corona, representante al CNH por la Preparatoria 6 de la UNAM, confirma lo que era ser mujer en el 68: “La sociedad de aquella época era una sociedad muy rígida para hombres y mujeres, pero especialmente para las mujeres. El 68 es parte de un proceso que seguramente se inició antes, que pasó por 1968 donde fue muy fuerte y que siguió posteriormente”. Prosigue en páginas adelante y al hablar de algunos padres y madres que se involucraron. “[…] yo era representante de la Prepa 6 en el CNH; nos la vivíamos en la casa de una de las compañeras, su mamá jalaba con nosotros para todos lados, estábamos siempre en esa casa y la señora, que era viuda, jugó un papel importante” (Corona, en Ascencio, 2018, pp. 59 y 61).

Rosa María Avilés Nájera, alumna de preparatoria de la Universidad Autónoma de Puebla y en 1969 estudiante de Física, comentó el significado liberador que el 68 tuvo:

No sólo fue la participación política sino fue quitarnos el sostén, ponernos las faldas cortas, los huaraches, usar la mezclilla, que no estaba de moda ni se vendía en el Palacio de Hierro. Para mí el 68 fue importante, significó un rompimiento, fue luchar contra el autoritarismo. Fue esa generación que en todo el mundo marcó, no sólo por los movimientos políticos sino por lo cultural; cuando lanzaron la píldora anticonceptiva fue todo un movimiento cultural (Avilés, en Tirado, 2004, p. 312).

En efecto, la píldora anticonceptiva marcó a esa generación. Aunque la píldora salió al mercado desde 1955 se habló más de ella durante 1968. El papa Paulo VI insistía una y otra vez en su encíclica, emitida a mediados de 1968, coincidentemente dos días antes del inicio del movimiento estudiantil en México.

Precisamente el Papa Paulo VI habló contra la píldora anticonceptiva y todos los otros medios empleados para el control de la natalidad a los 500 millones de católicos en el mundo, encíclica que es la séptima en el reinado de cinco años del papa, lleva el título de “Humanae Vitae” (de la vida humana). Tiene fecha del 20 de julio de 1968, día de fiesta de San Jaime, el Grande, y fue dada a conocer por monseñor Ferdinando Lambruschini, miembro de la Comisión papal sobre el Control de la Natalidad, y el principal ideólogo del Vaticano (La Voz de Puebla, 29 de julio de 1968, p. 1).

En Puebla, por ejemplo, el arzobispo monseñor Octaviano Márquez y Toriz mantenía una posición de extrema derecha; en sus homilías atacaba el comunismo y se refería a lo que sucedía en las universidades del país y más aún en la de Puebla.

Los acontecimientos mundiales generaron también otras ideas; se aprendió de otras experiencias, convivieron con mujeres de ideologías distintas y ampliaron su mundo. Más aún cuando las estudiantes, tanto de la Universidad Autónoma de Puebla como de otras instituciones, tuvieron contacto con universitarias y politécnicas de la Ciudad de México; con integrantes de la Unión Nacional de Mujeres; con mujeres que habían viajado a otros países y cuyas experiencias alentaban a las jóvenes que veían en ellas a sus dirigentes. Otro elemento más que influyó fue el contacto con mujeres que pensaran con mayor libertad, con figuras femeninas, con líderes de opinión, con docentes, con militantes de partidos políticos. En resumen, hasta cierto punto se rompieron barreras etáreas y de género, la comunicación jugó su papel.

Hay quienes les cuestionan si entonces habían comprendido el concepto de feminismo o si leyeron a Simone Beauvoir. Los testimonios de otras participantes afirman que sí hubo lecturas que influyeron en ellas. La lucha de liberación de la mujer marcó a esta generación. En México y en Puebla se habló de “liberación femenina” o “liberación de la mujer”. ¿Qué significado le dieron las jóvenes, qué entendían ellas por liberación? María de Jesús León Zermeño, que estudiaba el primer año de Medicina, entendía sobre todo la liberación como ser independiente, realizadas en su profesión:

Ya desde 1965 empecé a hablar de liberación femenina, aunque no recuerdo exactamente de dónde me llegó esta información o la influencia. Me molestaba que las mujeres fueran maltratadas, que sufrieran la pobreza, me cuestionaba que la mujer debiera obedecer al hombre. Además siempre busqué mi independencia económica, ya te dije que a los 18 años me hacía mis propios vestidos... Asistía a los círculos de estudio [en 68], en donde la lectura de El capital no faltaba, ya estaba embarazada y si bien no salía tan mal parada al participar, tampoco era brillante, no tenía estudios de Economía (León Zermeño, en Tirado, 2004, p. 108).

Coincide con la opinión de Rosa María Barrientos Granda, estudiante de Historia, quien era delegada al Consejo Nacional de Huelga, Sección Puebla; ella desde chica consideró que debería ser independiente, seguir estudiando:

Siempre pensé que debería trabajar, seguir estudiando, no deseaba que alguien se hiciera cargo de mí: nunca pensé en casarme para que alguien me mantuviera, mucho menos vivir a través de él. Durante mucho tiempo compartí la idea de vivir con mi pareja sin necesidad de un papel, más tarde lo hice siguiendo los consejos de mi papá, que era abogado, insistía “piensa en tus hijos”, accedí y me casé por lo civil (Barrientos, en Tirado, 2016, p. 110).

Edith Durana Calva, filósofa, quien cursaba secundaria en 1968, y después llegaría a una escuela preparatoria de la UAP, considera que el movimiento hippie permeó la sociedad:

El movimiento hippie generó una crítica al status quo. Luego fue el feminismo… hayamos leído o no las mujeres, hallamos participado o no en un movimiento feminista. Porque en esas actitudes contestatarias, además estaban viviendo su sexualidad de otra manera distinta a la que vivieron sus padres. Eso sí permeó. Yo crecí en un ambiente muy liberal, tengo una abuela que lee mucho, ella podía hacer otras cosas que las señoras comunes no hacían. Ella trabaja, tiene un negocio propio; ella trabaja bastante, pero también lee, fuma. Por eso desde la secundaria para mí una mujer es tan inteligente como un hombre. Esa era mi perspectiva (Durana Calva, en Tirado, 2004, p. 111).

Con base en estos testimonios podemos considerar que la liberación femenina la relacionaban con independencia económica, con ejercer la profesión, con tomar decisiones propias. Quienes escriben cincuenta años después dimensionan lo ocurrido en el 68:

Las mujeres empezaron a hablar en público, a asumir la igualdad junto a sus compañeros, a dejar de hacer comida, a cuidar niños solamente. Las familias nunca volvieron a ser las mismas. Cambiaron la concepción de las relaciones de pareja, y la sexualidad se liberó. La esfera privada de las relaciones intergénero se convirtió en un campo de debate público. ¡Horror!, aún hoy estas acciones siguen causando pústulas y comezones en las conciencias más conservadoras (Esparza González, en Rodríguez, 2018, p. 30).

Las reflexiones son importantes, pero ¿qué pensaban ellas en esos años; qué pasaba por su mente para tomar decisiones?

La sexualidad. La píldora anticonceptiva

La sexualidad se afirmaba como vía para la reproducción de la familia, así que el discurso de la Iglesia católica en las familias era insistente y lograba su influencia. Según las palabras de la feminista Lourdes Arizpe:

Las mujeres no podíamos tener otra vocación que la de tener hijos y, por tanto, todo el esquema de educación para la mujer se constituía en torno al control de su sexualidad y de su fecundidad. Se fracturó esta sociedad monolítica en 1968 con el movimiento estudiantil, en el que por primera vez las jóvenes levantamos el rostro.

En México, el 68 nos había provocado una reacción exacerbada de rebeldía y, en muchas, de compromiso político con los marginados. Pero nos arrastraban también las atormentadas ambigüedades de la revolución sexual, que, como se ha dicho, mucho ocurría más en la retórica que en la práctica. Lo que sí puede constatarse es que había tomado forma de pronto una masa crítica de mujeres universitarias vinculadas con movimientos feministas en otras partes del mundo, dispuestas a participar en serio en la vida pública mexicana (Arizpe, 2002, pp. 64-65).

Fueron mujeres de las zonas urbanas las que se transformaron más rápidamente, quienes abordaron temas tabúes, cuestionaron la religión, el matrimonio, el sexo, la libertad. Más aún las estudiantes, que en el movimiento abrazaban otras ideas y resignificaban su rol al convertirse en compañeras de lucha y compañeras de vida. El concepto “compañera” adquirió un profundo significado: valor, arrojo, calidad moral, entrega a las causas de los desposeídos. Este concepto no fue exclusivo de México; en revistas como Claudia Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre daban a conocer que conformaban una pareja que se había apoyado en un pacto (Cosse, 2010, p. 130). También influyó mucho conocer a otras parejas revolucionarias, como las de quienes participaron en la Revolución cubana. Eran los íconos, se escuchaba el término compañera y no necesariamente el camarada, utilizado en el Partido Comunista. “Compañera” implicaba un tratamiento más cercano, de confianza.

Sin embargo, el ambiente tradicional en la mayoría de las jóvenes, tanto de las que participaron como en las que no participaron en la huelga, era conservador. Guadalupe Granados Galindo, por ejemplo, ingresó al Colegio Letras Españolas de la UAP en 1967 pero durante la huelga tuvo que regresar a Orizaba, su ciudad natal; volvió a Puebla en 1969, cuando se levantó la huelga y reinició sus clases para presentar exámenes. No podía esconder su embarazo, bastante avanzado, y enfrentó críticas de compañeras y maestros por asistir así, aunque se había casado con su pareja. Recibió críticas, maltratos y hasta marginación. (Granados Galindo, en Tirado, 2004, p. 118). En este caso vemos una doble ruptura: estudiar embarazada y enfrentar a sus compañeras y a sus profesores. Guadalupe no se dio por vencida, por fortuna siempre contó con el apoyo de su abuela, quien se distinguió por ser una mujer preparada y liberal.

También es importante conocer la transgresión de algunas mujeres que vieron de otra forma el amor, del idealizado a la realidad. Es el caso de Minerva Glockner Rossainz, egresada del Colegio de Psicología en la UAP. En 1968 estaba casada, madre de un hijo, vivía en el Distrito Federal y acompañaba a su hermana Julieta a la cárcel a visitar a su esposo. Ella explica cómo cambió su forma de ver a su pareja:

Antes del 68 el hombre con el que me casé me encantaba; era muy guapo, muy trajeadito, me gustaba presumirlo; aunque estudiaba Ingeniería creo que nunca terminó la carrera. Después dejó de interesarme, me parecía medio pendejito, lo comparaba con los intelectuales que conocí. Los primeros que me gustaban eran mis maestros, me encantaban, casi todos, y por supuesto los que había conocido en la cárcel; me gustaba Mario René Solórzano, guerrillero guatemalteco, pero después me enteré que una compañera de trabajo y amiga mía estaba embarazada de él y me olvidé del asunto. Mario René era muy guapo. / Después valoré que fueran inteligentes, con ingenio, con capacidad, sobre todo que tuvieran sentido social (Glockner, en Tirado, 2016, p. 337).

Minerva se casó muy joven y pronto se divorció. No era fácil ser divorciada, pero a ella no le importaba, estaba más interesada en lo que se vivía en los movimientos sociales. Tenía años de radicar fuera de Puebla; cada domingo acompañaba a su hermana a la cárcel de Lecumberri. El esposo de Julieta, Carlos Martín del Campo, había sido aprehendido. Pocos años después Julieta se convertiría en guerrillera.

La reconfiguración del concepto novio igualmente fue cambiando: muchas chicas acompañaban a sus hermanos, hermanas, o por cuenta propia iban los domingos a la cárcel de Lecumberri. Los jóvenes y adultos presos se volvieron foco de atracción. Es el caso de Guadalupe Gladys López Hernández, que se relacionó con Pablo Alvarado Barrera, a quien conoció en 1967. La historia inmediata de este encuentro se remite a que su hermano, junto con un grupo de integrantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria Estudiantil (MIRE), estallaron una bomba en la embajada de Bolivia como protesta por el asesinato del Che Guevara. Aprehenden a su hermano y, como era menor de edad, lo ingresan al Consejo Tutelar para Menores, de donde días después sale. Los demás participantes del atentado, Enrique Condés Lara, Fabio Erazo Barbosa, Gerardo Peláez, Jefferson Tafelov y Justino Juárez, no corrieron con la misma suerte y los llevan a Lecumberri. De 1967 a 1971 Guadalupe Gladys asistía cada domingo de visita a Lecumberri; ahí conoce a Pablo Alvarado Barrera, guerrillero, por quien pronto se sintió atraída. Ella tenía 16 años y él 23. A Pablo lo asesinan el 4 de diciembre de 1971 en Lecumberri. Las consecuencias de este amor las viviría después al ser acusada de guerrillera sin haberlo sido (López Hernández, 2013, pp. 104-106).

Enamorarse en la cárcel fue común en otras estudiantes. En 1968 Rosa Blanca Roveglia Moctezuma Álvarez tenía 17 años; recuerda muy bien a su tía Manuela Álvarez, madre de Raúl Álvarez Garín, a quien acompañaba cuando iba a visitarlo a la cárcel. Raúl era una figura importante, había sido detenido el 2 de octubre en la Plaza de Tlatelolco. A veces iba también con María Fernanda Campa, la esposa de Raúl. Ahí conoció a Enrique Condés Lara, preso desde 1967:

En noviembre empiezo a ir a la cárcel de Lecumberri, a la Crujía C, una de las dos crujías exclusivas para la gente del 68, la C y la M. En la M estaban todos los presos políticos anteriores al 68. Raúl empezó a presentarme a todo mundo; con quienes más se llevaba. Con quienes más me involucré fueron Gilberto Guevara Niebla, con Luis González de Alba, Salvador Martínez de la Roca. Los veía como héroes. Yo tenía dieciocho años y ellos como veintitantos. Los veía mucho más grandes que yo, muy valientes.

Ahí conozco a Enrique Condés. Desde el primer día que nos vimos hubo una atracción y a partir de ahí empiezo a ir nuevamente a la cárcel cada ocho días. Me hice novia de él al mes a pesar de que tenía al novio con el que duré unos años. Terminé con mi novio para iniciar la relación con Enrique y todavía me echo dos años de noviazgo con él en la cárcel, porque sale hasta 73 (Roveglia Moctezuma, en Tirado, 2016, pp. 554-556).

El amor romántico, el que habían leído en novelas y se escuchaba en la música, se dirigía hacia otros varones, militantes y presos, a quienes veían como héroes, valientes. Rosa Roveglia se casó con Enrique Condés cuando salió de la cárcel y se trasladó a la Universidad Autónoma de Puebla, con él llegaría.

Ana Ignacia Rodríguez, quien estaba presa en Santa Martha Acatitla, dice que buscaba algo que la “pudiera liberar aunque fuera mental y espiritualmente”:

En medio de tantas acechanzas, por razones del destino, en esa época me encontré con el ayudante del psiquiatra de la prisión. Ignacio Vigueras era amigo mío, y comencé a sentir que tenía chance de una convivencia más personal. Él estaba haciendo su servicio social, y yo ilusoriamente pensé en poder tener una relación sexual consensuada, pues en medio de tanta represión, aislada, sin derecho a vida conyugal, un pequeño respiro me haría sentir viva. Pero pronto la triste realidad me dejó ver que el joven se encontraba totalmente vigilado y aunque también quería estar conmigo nunca se llegó a arriesgar (Rodríguez, 2018, p. 92).

Ana Ignacia Rodríguez y Roberta Avendaño fueron aprehendidas el 2 de enero de 1969, no fueron las únicas, eran ellas dos estudiantes de Derecho7. Roberta además era delegada al cnh. Ambas fueron sentenciadas a 16 años de prisión por ocho delitos comunes, Ana Ignacia Rodríguez salió el 24 de diciembre de 1970 y La Tita un mes después. Otro caso fue el de Guadalupe Gladys López Hernández, detenida en 1971 y sometida a torturas una y otra vez. Después de varios días de tenerla en una casa de seguridad la trasladaron a la Cárcel de Mujeres, donde permaneció presa tres años. Su experiencia fue dura, contrastante con lo aprendido en el movimiento, como estudiante de la Preparatoria Popular Mártires de Tlatelolco, en la que ella expresó la libertad que tenía.

Conclusiones

La narrativa de los testimonios expresan aquellas experiencias culturales y contraculturales que aprendieron en las lecturas, en el trato con jóvenes, hombres y mujeres, y que trazaron sus vidas, así como en los comités de huelga y de lucha. Más allá de la represión y persecución de la que se ha estudiado mucho, ellas enriquecen el conocimiento sobre las múltiples vivencias durante ese año.

Como aquí se ha expuesto, los 140 días de huelga del movimiento estudiantil despertaron en las jóvenes diversas inquietudes, transformaron sus ideas y generaron otras formas de relaciones de género. La mayoría de ellas provenía de familias tradicionales, muchas fueron educadas en la religión católica, las menos en la religión evangélica, para esa generación el casamiento tenía la finalidad de formar una familia, más aún cuando sus novios estaban por finalizar la carrera profesional. Las prácticas cotidianas en el movimiento de huelga las volvió irreverentes y desafiaron los cánones tradicionales, a tal grado que algunas se quedaban a dormir en el edificio de la institución donde estudiaban. El amor idílico pasó a ser el de una compañera y un compañero que rompían con la exigencia del casamiento para tener relaciones sexuales; se unieron sin más, en unión libre. Algunas que estaban casadas rompieron su matrimonio porque su ideal masculino se modificó. Poco a poco las lecturas, y el contacto con mujeres militantes de izquierda, las llevaba a reconfigurar sus relaciones amistosas y amorosas.

Las experiencias son múltiples, diversas, pero hay cambios que experimentó esta generación de mujeres que, si bien crecieron con la idealización del casamiento, cuestionaban esa familia tradicional. La moral social se flexibilizó y fueron las jóvenes quienes dieron pasos adelante. Los relatos reflejan que no podían hablar de ciertos temas relacionados con la sexualidad, como lo confirma Margarita Reyes, ni asistir a estudiar estando embarazada como recuerda Guadalupe Granados; la primera estudiaba en la ciudad de México y la segunda en Puebla, en la UAP, ello muestra un ambiente con restricciones, lo que refrendan quienes han escrito sus testimonios también y se recuperan en este texto.

Aquí se han mostrado diversas elecciones de algunas estudiantes, las que se relacionaron con compañeros, otras con militantes de izquierda y otras más con presos políticos. Las diversas circunstancias que vivieron, las lecturas, las vivencias, las hicieron tomar decisiones significativas en su vida, y aunque contadas estuvieron presas en la cárcel de Santa Martha Acatitla (ciudad de México), cuando salieron Roberta Avendaño, la Tita, e Ignacia Rodríguez, la Nacha, formaron pareja con guerrilleros.

Finalmente se muestra cómo esta generación marcada por esa rebeldía estudiantil generó una reconfiguración de sus relaciones amorosas y rompió con las ideas tradicionales.

Referencias

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Notas

1 Fue auspiciado como Proyecto VIEP-BUAP en el Programa Institucional de Fomento al Desarrollo de la Investigación y a la Formación de Jóvenes Investigadores, 2001-2002. Se continuó entrevistando a otras participantes, con otros proyectos, hasta llegar a 87. En el 2016 salieron publicadas 67 entrevistas completas (Tirado, 2016).
2 El texto de Franca Basaglia se publicó en 1968, en una revista con el título de Confesión equivocada, varios años después lo tradujo Dora Kanoussi, quien agregó unos comentarios al texto y lo publicó en 1983; en 1985 hubo una edición corregida y aumentada y posteriormente otra 1987.
3 Se refiere a la Preparatoria Popular Mártires de Tlatelolco de la UNAM, en Ciudad de México.
4Fallece la Tita, activista del movimiento de 68”, en https://www.jornada.com.mx/1999/08/10/fallecio.html
5 Las Vocacionales son del Instituto Politécnico Nacional, son equivalentes a Preparatoria, solo que cada vocacional está dirigida a determinada especialidad de carrera superior.
6 Conversatorio en el marco del Congreso Internacional “A 50 años del 68: Utopía en movimiento”, organizado por el Seminario Nacional de Movimientos Estudiantiles (SENAMEST)-UNAM-FES Aragón, en el Centro Cultural Tlatelolco, 29 al 31 de agosto de 2018.
7 A Nacha la policía secreta la secuestra en su departamento y a la Tita en la escuela primaria donde daba clases. Cuando ellas llegaron, había 8 presas políticas entre ellas Adelita Castillejos (abogada), fue detenida el 19 de septiembre en Ciudad Universitaria, Rina Lazo (pintora), salió en diciembre de 1968.

Notas de autor

* Mexicana. Doctora en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México, México. Profesora e investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades Alfonso Vélez Pliego de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), Puebla, México. Correo electrónico: gtiradovillegas@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0002-8840-0847
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