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Intelectuales que inventan héroes: las memorias públicas sobre Rodrigo Carazo Odio en Costa Rica (1969-2009)

Intellectuals Inventing Heroes: Public Memoirs About Rodrigo Carazo Odio in Costa Rica (1969-2009)

Mag. Randall Chaves Zamora
Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica

Intelectuales que inventan héroes: las memorias públicas sobre Rodrigo Carazo Odio en Costa Rica (1969-2009)

Revista Humanidades, vol. 13, núm. 1, e52693, 2023

Universidad de Costa Rica

Recepción: 16 Agosto 2022

Aprobación: 16 Septiembre 2022

Resumen: El expresidente Rodrigo Carazo Odio (1978-1982) fue uno de los políticos más controversiales de la historia costarricense durante la Guerra Fría. Su período de gobierno, atravesado por ideas de corte neoliberal, una aguda crisis económica, afrentas contra los organismos financieros internacionales y la Revolución sandinista, dejó una de las huellas más impopulares en la segunda mitad del siglo XX. Años después de su mandato, el propio Carazo a través de sus memorias, y un grupo de intelectuales, por medio de estudios y reconocimientos académicos, buscaron incidir en la memoria política del país, que hacía referencias negativas a ese período de gobierno. Ese esfuerzo, finalmente configuró una visión apologética y heroica del expresidente, que se popularizó entre algunos intelectuales costarricenses. A través de las memorias públicas y los discursos políticos de Carazo, así como de investigaciones y biografías sobre él, este artículo disecciona la invención intelectual sobre el expresidente, para demostrar la existencia de una narrativa específica con la que este líder fue recordado, que resalta algunos atributos y olvida aquellos que podrían explicar una coyuntura crítica del pasado de Costa Rica.

Palabras clave: historia, memoria, intelectuales, Costa Rica.

Abstract: Former president Rodrigo Carazo Odio (1978-1982) was one of the most controversial politicians in Costa Rican history during the Cold War. His presidency, which was marked by neoliberal ideas, an acute economic crisis, clashes with international financial organizations and the Sandinista Revolution, left some of the most unpopular marks on the second half of the twentieth century. Years after his mandate ended, Carazo himself, through memoirs, and a group of intellectuals, through academic studies on Carazo and by recognizing him with awards, sought to change the political memory of the country, which made negative references to his presidency. This effort finally shaped a praising and heroic vision of the former president, becoming popular among some Costa Rican intellectuals. This article dissects the intellectual invention of the former president, by examining Carazo's public memories and political speeches, as well as through research and biographies of him, in order to demonstrate the existence of a specific narrative with which this political leader was remembered, highlighting some attributes and forgetting those that could explain a critical juncture in Costa Ricas past.

Keywords: history, memory, intellectuals, Costa Rica.

1. Introducción

El 7 de marzo de 1996, la Universidad Nacional (UNA), elevó al expresidente de Costa Rica, Rodrigo Carazo Odio, hasta el más alto honor académico, al conferirle un Doctorado Honoris Causa. Entre las motivaciones que justificaban la distinción, el Consejo Universitario destacó el contexto en que Carazo había gobernado, caracterizado por una crisis económica, conflictos bélicos en toda Centroamérica y la intervención de los Estados Unidos. En aquel momento, un texto leído en la ceremonia oficial exaltó algunos “valores” del homenajeado, tales como “su honradez incuestionable, su amor a la academia, su patriotismo, su probada dignidad, su honestidad política, su inclaudicable lucha en pro de la defensa de la soberanía nacional, su latinoamericanismo, su ejemplar vida pública y reconocidas virtudes personales” (Universidad Nacional, 1996, p. 12).

Aunque no todos los criterios que mencionó el Consejo Universitario coinciden con los atestados que distinguen a una persona con el máximo galardón que otorga una institución universitaria, el reconocimiento tenía una clara intensión y esta no era únicamente académica, sino que buscaba tener incidencia en las memorias públicas costarricenses sobre el período 1978-1982, cuando Carazo ejerció como presidente del país. Según el acuerdo del órgano universitario, era momento de reconocer a Carazo, pues, “han pasado los años y con las aguas tranquilas, la serenidad ha traído consigo un veredicto justo de la difícil misión que acometiera con entereza ejemplar, el expresidente Rodrigo Carazo” (p. 10). Más adelante y con la misma intensión de “hacer justicia” histórica, el texto lamentó que las virtudes de Carazo no tuvieran el “debido reconocimiento en su oportunidad” y que, debido a una “vorágine de acontecimientos”, hasta aquel momento su obra no había sido “objetivamente valorada”. Así, el acuerdo del Consejo Universitario de la Universidad Nacional (1996) destacó:

No es sino hasta ahora, a casi catorce años del término de su administración, que muchos costarricenses podemos tener un panorama comprensible de la nobleza de su misión y de las consecuencias que su actuación tuvo en pro de la soberanía nacional. Pocos se percataron de lo que estaba en juego, pocos entendían la batalla que don Rodrigo estaba conduciendo, pocos (además) estaban dispuestos a enrolarse en las filas de ese pequeño ejército. Nos corresponde ahora agradecerle sus logros, y manifestar nuestra satisfacción por haber tenido un Presidente del que nos podemos sentir orgullosos como costarricenses y latinoamericanos (p. 11)

De ese acuerdo, fue relevante que el Consejo Universitario aceptara impopularidad de Carazo durante su gobierno y tras él, que generó repercusiones en la memoria sobre esos cuatro años, atravesados por una aguda crisis económica que se recrudeció durante los últimos dos años de mandato. En el texto, Carazo aparece como el justiciero solitario e incomprendido que había defendido la soberanía costarricense e inventaba a una ciudadanía ingrata, incapaz de leer con agradecimiento, satisfacción y orgullo un gobierno caracterizado por la crisis y el encarecimiento de la vida. Por ello, con el Doctorado Honoris Causa, un grupo de intelectuales buscaban hacerle justicia a un expresidente que, con la distancia de los años, no les parecía haber desempeñado el papel negativo que se le había asignado popularmente. Al recibir la distinción, Carazo leyó un discurso breve, en el que se dedicó a mencionar los desafíos del mundo frente al siglo XXI e insistió en la excepcionalidad costarricense mediante los puntos más relevantes de la identidad nacional, entre los que se encontraba la vocación pacífica que distinguía al país del resto de Centroamérica. Así, al valorar su gobierno y al país en crisis que gobernó, Carazo utilizó un vocabulario político cargado con el peso contextual e ideológico de la Guerra Fría:

Cuando nos golpeó la “crisis” que no era otra cosa que el inicio de un gran proceso mundial de cambio, los fundamentalistas negaron que Costa Rica había logrado superar etapas que sufrían otras naciones hermanas, taparon como han podido el beneficio que significa vivir en paz y se empeñaron en derrotar nuestra fe en nosotros mismos. En vez de reconocer que el modelo de la sociedad costarricense era uno que había logrado separarse de la tradición de miseria y militarismo imperantes en otras naciones del Continente, sin tener que someterse al cántico del extremismo de izquierda, nos repitieron los neoliberales, hasta convencer a muchos, que el modelo costarricense se había agotado y que por ello nos debíamos someter[nos] al mandato foráneo… El modelo alternativo que nos separa de los extremos, a pesar de las lesiones sufridas, de los embates constantes y de la pasión egoísta de los extremistas liberales, se resiste a desaparecer. Los fundamentalistas se empeñan en desprestigiarlo. Quieren abaratar el precio de instituciones que están ávidos por adquirir… Crece día a día el número de ciudadanos que se convence de que si hay privilegios o corrupción, estos son los adversarios que debemos derrotar y no el modelo costarricense que fue capaz de conservar a nuestro país en paz a lo largo de la Guerra Fría que tanta guerra caliente produjo en Centroamérica (Universidad Nacional, 1996, pp. 17-18).

De las palabras de Carazo, escritas a una década y media de su gobierno, no solo es sorprendente el entrecomillado con que enunció una crisis que efectivamente golpeó al país durante su administración. También lo es su propia lectura del pasado reciente, inspirada por los agitados años de la Guerra Fría: en ese contexto, los dirigentes políticos de un país centroamericano como Costa Rica podían interpretar las coyunturas críticas que afectaban las dinámicas locales como resultado de condicionantes externas, a menudo determinadas por los Estados Unidos y en las que ideas como la soberanía, el localismo y la excepcionalidad de Costa Rica fueron altamente exitosas para algunos. Esto explica su insistencia en el éxito del “modelo costarricense” y la postura que él tomó contra el neoliberalismo, a pesar de que, como se verá más adelante, este fue un proceso ideológico inaugurado por él. No obstante, de todo lo anterior, lo más relevante es la invención que hizo la intelectualidad de la UNA y el mismo Carazo de su papel histórico, al imaginar su gobierno como un momento heroico y de afrentas por la soberanía nacional en el período más ardiente de la Guerra Fría centroamericana, que impactó profundamente a la pequeña Costa Rica.

En este mismo sentido, es relevante constatar que, salvo pocas excepciones, de muy reciente publicación y que han empezado a cuestionar esta versión (Díaz Arias, 2021; Marchena Sanabria, 2022a y 2022b), la mayor cantidad de evaluaciones hechas para valorar el papel de Carazo en la política costarricense, han resultado en “memorias del elogio” (Allier Montaño, 2009). En palabras de Elizabeh Jelin (2002), se trata de estudios y “memorias militantes” que enuncian emprendedores de una memoria específica (Jelin, 2002, pp. 48-49); o asumen la forma de ensayos afectivos, que al tomar como base fundamental el recuerdo del propio Carazo y sus discursos, y al no someter las fuentes a un balance crítico, santificaron la narrativa del expresidente, de sus seguidores y amigos sobre el pasado nacional. Al validar esa memoria individual, construyen y consolidan una imagen heroica del expresidente, cuyos marcos de cuestionamiento son limitados.

Frente a esto, es preciso cuestionar, ¿qué motivos sustentan este recuerdo?, ¿qué contextos del pasado costarricense había protagonizado Carazo para que su huella permaneciera en la memoria al finalizar el siglo XX?, ¿por qué sostenía un prestigio desmedido entre algunos sectores de la sociedad?, ¿quiénes, además del grupo de intelectuales universitarios, siguieron valorándolo positivamente con el paso de los años?, ¿por qué Carazo fue merecedor de distinciones académicas en las que era representado como un personaje “latinoamericano”?, ¿qué implicaciones tenían las distinciones en la nueva memoria sobre Carazo y por qué era galardonado a pesar de ser el presidente más impopular en muchos años a causa de sus acciones ante la crisis?

Con el propósito de responder a estas preguntas, este artículo se divide en tres partes que abarcan, en primer lugar, la década previa a que Carazo ganara las elecciones presidenciales de 1978, y los principales desafíos a los que se enfrentó después de asumir el poder, para explicar su trayectoria política y las razones por las cuáles, acumulaba la simpatía de un sector de la sociedad que lo llevó a la silla presidencial. En segunda instancia, el texto analiza la intensa labor que el mismo Carazo inició tras su período de gobierno en 1982, para comprender sus propias valoraciones del contexto y las razones por las cuales dedicó tanta energía a forjar una explicación propia de sus cuatro años en el poder. La tercera parte muestra la decisiva invención de Carazo como un héroe defensor de la soberanía nacional de Costa Rica, que es construida a pesar de la poca popularidad del expresidente y que culmina de manera definitiva luego de su muerte, cuando el personaje construido en las memorias nacionales es sacralizado y colocado en un plano mítico.

Para lo anterior, este artículo echa mano de una amplia documentación ya estudiada por historiadores e historiadoras, de otras notas todavía no examinadas, que circularon en la prensa nacional e internacional, así como de una voluminosa cantidad de discursos, estudios y detalladas memorias escritas por Carazo y publicadas desde la década de 1980. Al estudiar evocaciones del pasado que no pertenecen a los espacios privados del recuerdo (Houdek y Phillips, 2017), este texto es un estudio histórico, que explica las memorias públicas sobre el expresidente y que se centra en el recuerdo que construyeron algunos intelectuales de un momento clave de la Guerra Fría costarricense.

2. Soberanía y neoliberalismo (1969-1978)

La tarde en que el expresidente de Costa Rica recibió el Doctorado Honoris Causa que le otorgó la UNA, él y el público escucharon las imprecisiones históricas sobre su propia trayectoria política, que enunció un grupo de connotados intelectuales como justificante de la distinción. Según el Consejo Universitario, un reconocimiento como este era permitido por el Estatuto Orgánico de la UNA para aquellas personas que habían contribuido a “la creación de una sociedad más solidaria, próspera, justa y libre”, tal y como anotaron que lo demostraba la vida del expresidente, pues:

Antes de ejercer la Presidencia de la República, desde el Instituto Nacional de Vivienda y Urbanismo y la Asamblea Legislativa, principalmente, el pueblo costarricense fue reconocimiento al funcionario ejemplar que sería honrado a través de las urnas electorales. Las virtudes que demostrara desde su asiento presidencial, ya se le conocían desde hacía mucho tiempo. La defensa de los principios socialdemócratas que al lado de don José Figueres expresara tan bien, tuvieron un punto álgido en su oposición al contrato-ley con la compañía minera norteamericana ALCOA, mientras era diputado del Partido Liberación Nacional. Acompañado por un grupo muy pequeño de diputados, se irguió como el líder indiscutible en defensa de la dignidad nacional. Los compañeros de lucha estaban, no en la mayoría parlamentaria, sino en la comunidad nacional, en ese pueblo que tan bien representa (Universidad Nacional, 1996, pp. 11-12).

Las imprecisiones sobre la trayectoria política de Carazo, pronunciadas en el discurso, eran parte de un olvido que borró de su pasado los conflictos que en algún momento le enfrentaron a José Figueres Ferrer, el líder histórico más relevante de la Costa Rica del siglo XX (Díaz Arias, 2022), y cuya muerte había sucedido seis años antes de la condecoración universitaria. Como parte de esas imprecisiones, fue ignorada la profunda escisión que el mismo Carazo provocó en las filas del Partido Liberación Nacional (PLN), y que lo separaron para siempre de él, luego de que buscara, de manera frustrada, ser candidato a la presidencia del país por el PLN en 1969 y fracasara en una convención interna que prefirió a Figueres. Según el mismo Carazo lo relata en sus memorias, ese mismo acontecimiento, cuya pretensión era “democratizar” los procesos internos del PLN y “renovar” sus liderazgos, lo apartaron del partido y de Figueres, y más tarde, lo motivaron a ser candidato a la presidencia con una coalición conocida como Unificación Nacional, con la que efectivamente ganó los comicios de 1978 (Carazo Odio, 1989, pp. 131-164). Así, el discurso pronunciado era equívoco, también, al omitir que Figueres fue el mayor impulsor del contrato minero que allí se mencionó y que, para entonces, Carazo era un diputado independiente de la Asamblea Legislativa a raíz de sus enfrentamientos con el caudillo liberacionista, con su partido y con quienes impulsaban las actividades mineras en Costa Rica.

En lo que sí acertó el texto fue en resaltar el liderazgo desempeñado por el entonces diputado en las protestas contra la transnacional Aluminum Company of America (Alcoa). En este punto, además, que se encuentran los orígenes del heroísmo con el que ese grupo de intelectuales inventó la figura de Carazo. Los hechos que daban sustento a ese imaginario ciertamente habían sido llamativos: entre marzo y abril de 1970, un grupo inéditamente grande de estudiantes universitarios encabezó protestas multitudinarias contra la empresa minera de capital estadounidense y aquel contexto de movilizaciones se convirtió en el mito fundacional del movimiento estudiantil de Costa Rica (Chaves Zamora, 2021).

Así, cuando la juventud contra Alcoa buscó apoyo en políticos del país, encontraron en Carazo la personalidad legislativa más prominente, y ese apoyo llevó las voces universitarias hasta el interior del congreso y hasta los medios de prensa de todo el país. Carazo, por su parte, conocía muy de cerca el medio estudiantil y la protesta que encabezaba por aquellos días. En su propia casa, su hijo, Mario, habló constantemente del tema, por ser uno de los representantes estudiantiles más destacados en la oposición a la transnacional (Decretada la huelga…, 1968; El Consejo Universitario da…, 1968). Inclusive, la evidencia de aquellos días muestra que Carazo ofreció un nuevo vocabulario político a la juventud.

Días después de reunirse con él, los líderes estudiantiles hablaban de quienes impulsaban las actividades de Alcoa en Costa Rica, tal y como lo hacía Carazo en el plenario, al calificarlos como “vendepatrias”. En esos días de abril de 1970, él mismo había exhortado a la juventud a manifestarse “por todos los medios” en contra de la empresa y sus aliados en el país, por lo que, según la prensa, el agitador más importante de la gente joven había sido Carazo (Dijeron diputados ante estudiantes…, 1970, p. 1). Adicionalmente, cuando la juventud se manifestó en masa a las afueras de la Asamblea Legislativa, Carazo no solamente se unió a quienes protestaban, sino que ofreció discursos que, según los recuerdos de aquella juventud, les hizo pensar que su protesta tenía impacto, por recibir la atención de un diputado (Archivo Universitario Rafael Obregón Loría, 1989).

Las muchas y muy conocidas fotografías de las protestas contra Alcoa muestran a una sobresaliente cantidad de gente joven. Muchachos, principalmente hombres y de la UCR, pero también, estudiantes de todas las secundarias del Valle Central, que protestaban en las abarrotadas calles de San José. Esto es parte de la memoria que originó un momento recordado alegóricamente por el movimiento estudiantil de esos días y por las generaciones juveniles de las décadas posteriores. Para inmortalizar este momento, un icónico grupo de fotografías circuló de forma masiva y gratuita en un folleto que la Comisión Costarricense Pro-Democracia y Libertad (1971) de la Federación de Estudiantes Universitarios de Costa Rica (FEUCR) intituló, Una Jornada Patriótica: 24 de abril de 1970.

Como bien lo ha analizado el historiador Kevin Coleman (2015) en su estudio sobre las fotografías del movimiento obrero hondureño, imágenes de este tipo evidencian que las personas retratadas eran conscientes de su trascendencia histórica. Ellas habían adquirido poder, y por ello fueron documentadas fotográficamente. En el caso de Costa Rica como en el de Honduras, quienes protestaban sabían que “hacían historia”. Conocían el rol de la cámara y del fotógrafo en la documentación de ese momento que protagonizaban: eran sujetos políticos activos y un colectivo que tomaba el espacio público para convertir la calle en una tribuna. Esto lo evidenciaban al ver hacia la cámara y al levantar sus mensajes escritos en pancartas sobre la multitud, con la certeza de que el documento creado en ese instante sería proyectado hacia el futuro. Conscientes de ello, imprimieron las fotografías más relevantes, las hicieron circular masivamente en todo el campus universitario y se encargaron de que algunos ejemplares fueran resguardados en las bibliotecas universitarias.

Según las memorias de esa generación, el folleto causó conmoción en la UCR. En él, la juventud pudo ver por primera vez fotografías inéditas de sí misma y de sus acciones del año anterior. El folleto fue impreso como primera conmemoración de las acciones del 24 de abril y su contenido gráfico evidenciaba la violencia policial, la muchedumbre juvenil y la multitud que se movilizó junto a la comunidad estudiantil. En una de las imágenes, el fotógrafo ofreció un primer plano de Carazo, vestido con saco y corbata. Su brillante peinado por el sol del mediodía contrasta con su rostro, que ve hacia la fachada de la Asamblea Legislativa. A sus espaldas una multitud de jóvenes estudiantes: todos hombres. Uno de ellos, sostiene en sus manos una gran pancarta que pide un “contrato nuevo” con Alcoa, como lo hacía el mismo Carazo a sus colegas diputados, y ante los estudiantes en las calles. Otros, con mayor interés en el futuro y con plena consciencia del rol que tendrían en el porvenir, anotaron que la negociación hipotecaba el futuro de los hijos que esa generación tendría.

Rodrigo Carazo Odio en las protestas contra Alcoa (Comisión Costarricense Pro-Democracia y Libertad, 1971, p. 6)
Figura 1.
Rodrigo Carazo Odio en las protestas contra Alcoa (Comisión Costarricense Pro-Democracia y Libertad, 1971, p. 6)

En la fotografía de la Figura 1, Carazo proyecta su mirada hacia adelante en una protesta de personas jóvenes. Consciente de su papel en ese momento histórico, se ubica ante la juventud y posa intencionalmente como el líder imaginado de aquella movilización; representa simbólicamente el futuro y sintetiza las propias memorias heroicas que más tarde él escribirá sobre ese momento. Aunque algunos jóvenes miran hacia el punto que ve Carazo, la mayor cantidad de muchachos en este documento deciden ver hacia el lente del fotógrafo, y con ello, parecen poner su mirada en el rostro del diputado, como también lo harían en el futuro sus propios recuerdos de ese momento. Esas memorias fueron evocadas años y décadas más tarde, cuando algunos miembros de esta generación ya eran parte de la intelectualidad y la opinión pública del país, pero al rememorar aquellos días como los más significantes de su época juvenil, encontraron en Carazo una fuente de inspiración política, que obscureció sus propias acciones e inventó un héroe que no era joven, como quienes protestaron contra Alcoa.

En concordancia con el documento fotográfico, los periódicos que reportaron las protestas de 1970 relataron que, mientras el diputado defendía su postura contra Alcoa en el plenario, debía detenerse constantemente para no ser opacado por los aplausos, la euforia y simpatía de la juventud (Contrato de ALCOA, 1970). La prensa lo ubicó como el diputado más ovacionado de aquel contexto y como el encargado de agitar a la juventud (Quieren llevar 50 mil personas…, 1970). Dos décadas más tarde, las memorias juveniles de quienes lideraron el movimiento estudiantil en 1970, insistirían en que Carazo fue quien ofreció “relevancia” e impulsó las voces juveniles; quien encausó sus ideas por la senda del “patriotismo” (Archivo Universitario Rafael Obregón Loría, 1990) y elevó sus voces hasta los lugares más sobresalientes de la política costarricense, al calificar a aquellas acciones como una “formidable protesta juvenil”, y como un movimiento “hermoso”, dedicado a la “protección del futuro” (Carazo Odio, 1970, p. 2).

Como punto máximo de este imaginario sobre Carazo, en 1995, cuando algunos jóvenes de las protestas contra Alcoa ya se habían convertido en diputados, ofrecieron un homenaje en la Asamblea Legislativa para Carazo y los otros diez colegas suyos que, al igual que él, votaron en oposición a las actividades mineras. Esta acción simbólica fue calificada entonces por un conocido intelectual de esa generación como una “rectificación histórica”, por quienes fueron jóvenes en 1970 (Archivo Nacional de Costa Rica, 1995), a pesar de que un reconocimiento como este, le aseguró el triunfo simbólico en el futuro a Carazo y sus colegas, opacó y redujo notablemente la acción de las juventudes movilizadas en el pasado (Archivo de la Asamblea Legislativa de Costa Rica, 1995).

Si bien, las protestas referidas nunca dejaron de ser significadas por su componente juvenil, y son un hito para el movimiento estudiantil del país, lo cierto es que cuando se hace referencia a este acontecimiento, la figura de Carazo es de obligatoria mención en las memorias públicas. Por ello, la invención de un hombre heroico y amigo de la juventud, enfrentado al poder político y al gran capital económico de los Estados Unidos, tiene su punto máximo de invención después de las protestas contra Alcoa. Para entonces, cuando las memorias fueron construidas y cuando Carazo fue condecorado por aquello que le había generado ataques en el pasado, muchos jóvenes que vivieron esos días ya se habían convertido en profesores de las universidades públicas, decanos, académicos, intelectuales y políticos del país. En este punto, las acciones de Carazo en contra de Alcoa empezaron a ser interpretadas como una defensa a la soberanía del país.

Asimismo, la sentencia soberana es cuestionable. Al analizar la propia trayectoria de Carazo, esta fue una tremenda imprecisión histórica, pero muy difundida por intelectuales y por él. El vocabulario de defensa de la soberanía nacional, utilizado por Carazo en el contexto de las protestas contra Alcoa, fue reinventado décadas más tarde por él mismo y por intelectuales que valoraron su labor en el gobierno. Al capitalizar un lenguaje como este, Carazo echó mano del ideario nacionalista que los comunistas utilizaban en Costa Rica desde la primera mitad del siglo XX (Díaz Arias, 2006), pero que, en el marco de la Guerra Fría, frente a los discursos anticoloniales provenientes de muchos países del Tercer Mundo (Iriye, 2013), encontró más resonancia en el ámbito intelectual y universitario.

La elasticidad de un concepto político como el de soberanía hizo a Carazo capaz de mantenerse lejos de un vocabulario más radical, y los estudios recientes permiten comprender que el atributo referido a esa soberanía es ambiguo, pues borra acontecimientos que vendrían luego, y le generarían un impacto negativo al Estado del bienestar costarricense, cuya vida empezó a apagarse progresivamente durante el gobierno de Carazo. En su disección del neoliberalismo costarricense, David Díaz Arias (2019) presenta una sólida investigación que permite rastrear sus orígenes ideológicos desde la campaña presidencial de Carazo, en 1977-1978. Díaz debate una errada y tradicional idea, que insiste en que esta doctrina de políticas económicas y sociales aterrizó en el país hacia el ocaso de la década de 1980.

Por el contrario, el historiador afirma que los antecedentes locales de esta ideología están enraizados en la década de 1940 y que, aunque ya era más visible hacia 1966, durante el gobierno de José Joaquín Trejos Fernández, su irrupción definitiva como “ideología y proyecto político, económico y social”, sucedió durante la campaña electoral conquistada por Carazo, cuando estos postulados ideológicos le funcionaron al candidato para criticar el modelo de Estado que había caracterizado a la Costa Rica de las últimas décadas, con un aparato estatal de grandes proporciones y un fuerte componente de protección a las familias e individuos. A partir de ese momento, Carazo se armó de un vocabulario opuesto a la socialdemocracia, para criticar los últimos gobiernos del PLN, cuyas políticas económicas, si bien hicieron crecer el gasto público y el endeudamiento del país, también habían hecho más grande al Estado empresario y creado una sólida asistencia para los sectores marginalizados de la economía costarricense, como las mujeres y las personas más pobres (Díaz Arias, 2021).

En la campaña que empezó en 1977, el caracismo trató de ganar la simpatía del empresariado, de la mano con el vocabulario neoliberal, que como lo explican sus teóricos más relevantes (Harvey, 2007; Plant, 2010), busca la reducción del Estado mediante la implementación de políticas económicas, que privilegian los intereses de las corporaciones privadas, y esta ideología se convierte en un modelo estatal, gubernamental, político y económico.

Consecuentemente, como parte de la campaña presidencial de Carazo, fueron comunes sus críticas contra el gasto estatal, calificado como despilfarro y corrupción. Con esta crítica, Carazo abonó el terreno para sembrar la semilla neoliberal en su propio programa de gobierno. Entre otras cualidades expuestas por Díaz Arias (2021), allí, el candidato era proyectado como un intelectual que se encargaría de simplificar el aparato estatal, de reformar o eliminar algunas instituciones públicas, proporcionar eficiencia de los servicios públicos y de otorgar mayor confianza a la libertad de empresa. La visión que allí imperaba era que el Estado solamente tendría que intervenir en casos excepcionales como la producción de riqueza, que era necesario abolir los monopolios institucionales y reducir las cargas tributarias, como lo proponen los gobiernos y políticos neoliberales en la Costa Rica del siglo XXI (Molina Jiménez y Díaz Arias, 2021a). Así, esa investigación evidencia que, el proyecto de Estado que imaginó Carazo en su programa de gobierno estableció un binomio de lo público como ineficiente y lo privado como lo contrario. En síntesis, Carazo imaginó su proyecto como neoliberal y al liberacionista en la socialdemocracia, de la que él buscó distanciarse (pp. 26-33).

Según Díaz Arias (2021), el triunfo más relevante de esta campaña fue crear “una relación entre socialdemocracia, corrupción y un Estado agotado y burocrático”. En las palabras de Carazo citadas por el historiador, el proyecto pretendía “poner fin a esta triste y oscura noche de la historia nacional” que había protagonizado el PLN durante las últimas décadas al fortalecer el Estado socialdemócrata. Con ello, ese mismo Estado también fue asimilado con un tipo de “socialismo” y esto buscaba sacar provecho de la polarización ideológica de la Guerra Fría que imperaba en el escenario costarricense y transnacional de esos años (pp. 26-33). Frente a un escenario como este, ¿por qué no imperó el calificativo neoliberal en la imaginación política intelectual sobre el pasado caracista, sino uno que apelaba a la soberanía y por tanto, al nacionalismo? ¿Qué hacía que las memorias recordaran con mayor arraigo este mote noble y nacionalista? ¿Qué sucedió luego de una campaña política en que el neoliberalismo se ancló en el vocabulario político del nuevo presidente para que solamente la valoración soberana se preservara en el tiempo?

3. Crisis, guerra y paz (1979-1982)

Recientes investigaciones ofrecen ideas para responder preguntas como estas y concuerdan en que el vocabulario político del expresidente se asimiló al canon neoliberal desde el ocaso de la década de 1970. En su estudio sobre el gobierno de Carazo, el historiador Jorge Marchena Sanabria (2022a; 2022b) asegura que, “el gobierno de Carazo Odio se concentró en una defensa retórica de la soberanía y el orgullo nacional”, pero la evidencia empírica evidencia que ese gobierno “estaba comprometido con el ajuste estructural”; así, aunque el gobierno se declaraba socialdemócrata, lo cierto es que caminaba con soltura por la senda del capitalismo y las ideologías neoliberales en boga (p. 35). En este aspecto, aunque Carazo insistió verbalmente en la preservación de la democracia y la soberanía, ante las exigencias del Fondo Monetario Internacional (FMI), las acciones se distanciaron mucho de las ideas.

Según la evidencia, el gobierno no le ofreció atención a la crisis económica, que se incrementó a inicios de la década de 1980. Más bien, la consideró como una problemática foránea. Adicionalmente, a pesar de que creó una narrativa opuesta al FMI, muchas de las reformas exigidas ya eran corriente gubernamental, de amplio apoyo por él y su gobierno. Asimismo, junto a la narrativa oficial contra el FMI, el gobierno buscó buenas relaciones y un acuerdo mutuamente conveniente, y mientras reiteraba las ideas sobre el sostenimiento de la “dignidad nacional” y contra las presiones internacionales, se mostró como un gobierno que tomaba las medidas necesarias “para encarrilar al país en la vía de la modernización y el libre mercado”, como solicitaba el FMI. Tales medidas se materializaron en acciones como la reducción de importaciones, del déficit público y el aumento de la recaudación fiscal. Por su parte, los atrasos y dificultades en estos temas eran endosados al Poder Legislativo y con ello, se libraba al Ejecutivo de su responsabilidad ante la crisis (Marchena Sanabria, 2022a, pp. 45-50; 2022b).

El vocabulario heroico subrayado en las propias memorias de Carazo y que hace énfasis en su defensa de la soberanía nacional, también estableció una narrativa contextual de mucha relevancia para la Guerra Fría: al oponerse, al menos de forma verbal, a una institución como el FMI, las ideas del gobierno parecían orientarse a una línea de oposición contra los Estados Unidos. Además, como lo habían hecho los mismos liberacionistas después de la Guerra Civil de 1948 (Díaz Arias, 2015), Carazo inventó la idea de que su período de gobierno establecía un antes y un después en la historia del país, pero ahora la ruptura era con un desgaste económico y un sector público coludido, que, según él, dejaba el PLN tras sus períodos de gobierno, conocidos por una “supeditación a todo lo que emanaba de los Estados Unidos” (Carazo Odio, 1989, p. 252).

En sus memorias, Carazo se presentó como una nueva etapa de las relaciones internacionales, que abandonaba, según su narrativa, la excesiva y desmesurada camaradería con que los políticos liberacionistas representaban al país, para hacerlo con “dignidad”; además de su alineación a un bando de la Guerra Fría, las relaciones se habían caracterizado por el financiamiento de campañas del PLN por parte del régimen de Anastasio Somoza Debayle en Nicaragua, del general Omar Torrijos Herrera en Panamá y del presidente mexicano José López Portillo, del Partido Revolucionario Institucional (PRI) (Carazo Odio, 1989, pp. 243-246).

La crítica contra el PLN y la oposición discursiva al FMI funcionó en dos vías: mientras que lograba trasladar la responsabilidad de la crisis de 1980-1982 al manejo económico y al sector público de los gobiernos anteriores del PLN, también presentó la crisis como una coyuntura derivada de su defensa de la dignidad y la soberanía nacional. De tal manera, Carazo no era un héroe que se sacrificó en solitario, sino que, producto de sus “dignas” acciones, sacrificó la economía del país y de la sociedad, aunque en esa inmolación sucediera lo inevitable: la pérdida de la estabilidad económica de la década anterior, y una inédita crisis económica, a cambio de darle la espalda a las imposiciones estadounidenses (Carazo Odio, 1981). Siguiendo a Enzo Traverso (2019), el fracaso que significó la crisis económica y lo que vendría más adelante, harían de Carazo un personaje perfecto para encajar dentro de la “cultura de la derrota” con las que se elaboraron las figuras heroicas antiestadounidenses y de izquierdas durante la Guerra Fría, cargadas de melancolía y expectativas no concretadas.

Junto a la crisis, el gobierno de Carazo estuvo atravesado por coyunturas críticas para la región centroamericana. Por eso, años más tarde, sus acciones serían valoradas positivamente por sectores progresistas o de la izquierda costarricense, que ya simpatizaban con aquel político, aliado de una juventud rebelde en 1970. Después del gobierno, estas personas, incorporadas en las universidades públicas, conformarían la intelectualidad y la opinión del país. Así, uno de los momentos críticos para Centroamérica, que también despertó la simpatía de este sector de la sociedad, fue la Revolución sandinista, cuyas implicaciones para Costa Rica eran evidentes e irremediables, debido su posición geográfica, pero también, eran de orden histórico y coyuntural, por la trayectoria de oposición de Carazo contra Somoza.

Cuando el expresidente reconstruyó su recuerdo sobre ese conflicto armado en sus memorias, insinuó que el PLN era responsable de la situación política nicaragüense: denunció la estrecha relación de Somoza con el PLN y aseguró que “el dictador” era personalmente influyente entre los miembros del Partido. En sus memorias, Carazo dedica una amplia extensión al conflicto nicaragüense y allí asegura que las acciones del gobierno de Costa Rica ante Nicaragua cambiaron a partir de 1978, cuando inició su mandato. La ruptura, según él, fue significativa, pues los gobiernos previos habían sido complacientes con Somoza. Por el contrario, él decía priorizar en “mantener la paz, el respeto a nuestra soberanía”, buscaba garantizar que los costarricenses no se convirtieran en “víctimas de la guerra en Nicaragua”, e insistía: “yo no sería jamás un instrumento del régimen somocista” (Carazo Odio, 1989, p. 263).

Según Carazo, organismos internacionales y relaciones diplomáticas fueron necesarias en aquel momento para el mantenimiento de la paz costarricense, pero la medida más controversial de ese momento fue su solicitud de armas a Venezuela y Panamá, valoradas por él mismo como “equipos para los defensores de nuestra soberanía”. Estos “equipos” eran ametralladoras y fusiles para combatir las intromisiones al territorio costarricense desde la frontera norte. Igual de controversial fue el envío de helicópteros militares, que se apostaron en los aeropuertos costarricenses para responder a una posible invasión del territorio, y que eran valorados por el expresidente como acciones de “solidaridad”, pero que le generaron detractores al gobierno. Al constatar esto, Carazo dividió a la población costarricense entre aquellas personas que lo apoyaban y quienes no, y con un vocabulario propio de la Guerra Fría, pensó: “si el gobierno de Costa Rica busca ayuda legal para la Guardia Civil en países hermanos, ellos llaman a esto ‘tráfico de armas’, si la ayuda viene de los Estados Unidos, lo distinguen como ‘asistencia militar’” (Carazo Odio, 1989, p. 289).

Las acciones de Carazo contra Somoza fueron diversas, pero en términos generales, se caracterizaron por negociaciones con la Organización de Estados Americanos (OEA) y con los gobiernos de América Central y México. En sus memorias, Carazo se recuerda como un expresidente dedicado por completo a esta empresa, y constantemente reitera su empeño y éxito al “derribar al dictador”. Es por ello que en su relato sobre julio de 1979, menciona muy poco sobre las acciones del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que terminaron con la dinastía de los Somoza, y atribuye la “evacuación” del dictador hacia los Estados Unidos a sus acciones diplomáticas, que en junio de 1979 habían alcanzado el punto cúspide, evidente en la firma de una resolución por parte de todos los cancilleres en la OEA, de un texto que solicitó “el reemplazo inmediato y definitivo del régimen somocista” (Carazo Odio, 1989, p. 313).

En el ocaso de la década de 1980, cuando el gobierno de Carazo empezó a ser bien recordado en los ambientes intelectuales del país, una tesis de Licenciatura en Ciencias Políticas estudió las acciones del gobierno. Según el texto, las encuestas de opinión hechas en julio de 1979 afirmaban que un 52 % de la población aprobaba las acciones de Carazo ante el conflicto en Nicaragua (Esquivel Alfaro y Obladía González, 1989). No obstante, esta no fue una opinión generalizada y cambiaría conforme el contexto costarricense se enfrentó a otros escenarios, como las acusaciones por tráfico de armas. Según Carazo:

haberse enfrentado a la dinastía somocista no podía pasar sin pena para nosotros, los protagonistas. Era fundamental para muchos ‘bajarle el piso’ a quienes habíamos tenido la suerte histórica de estar cerca de los acontecimientos que culminaron con los sucesos de julio de 1979 (Carazo Odio, 1989, p. 335).

Además de presentarse como protagonista de un escenario histórico en contra de Somoza, y de recalcar las buenas opiniones sobre su gestión, el expresidente nuevamente denunció al Poder Legislativo. En 1981, los diputados habían creado una comisión especial en la que Carazo fue investigado por tráfico de armas y de recibir treinta millones de dólares por parte de los sandinistas a cambio de utilizar el territorio costarricense para planear sus acciones durante el último período de la Revolución sandinista. Aunque años más tarde, todo lo anterior fue calificado como una “calumnia”, la comisión decidió “reprender al Presidente de la República por ‘asumir una cuota de poder’ que no le correspondía” y esto generó opiniones adversas en la prensa y en la opinión (Carazo Odio, 1989, pp. 335-336). En vista de que el país estaba a meses del inicio de la campaña en que el liberacionista Luis Alberto Monge Álvarez (1982-1986) le sucedería, el expresidente acusó a los diputados por convertir sus aspiraciones por devolverle la paz a Nicaragua, en un conflicto político, con pretensiones electorales (Carazo Odio, 1982b).

El último aspecto notable en las memorias del expresidente sobre su gobierno radica justamente en el concepto de la paz. Desde el inicio de su gobierno, en setiembre de 1978, al pronunciar su primer discurso como presidente en la XXXIII Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York, Carazo posicionó la paz como un pilar de su postura ante Nicaragua. Valiéndose de esa idea, planteó una iniciativa material que tenía la intensión de proyectar su período de gobierno en el futuro, pero con implicaciones nulas para el país vecino (Carazo Odio, 1978). En el discurso, que más tarde sería incluido en su voluminoso tomo de memorias (Carazo Odio, 1989, pp. 353-360), propuso la creación de la Universidad para la Paz en Costa Rica, como mecanismo pedagógico a cargo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que efectivamente fue inaugurada en 1980, y en la que el mismo Carazo trabajó como profesor y primer rector.

Consciente del significado transnacional que esta institución universitaria tendría en el porvenir, Carazo la inauguró y la presentó como una conquista destacada de su mandato. En 1982, cuando finalizó su período presidencial, él mismo preparó un libro sobre sus años de gobierno, que, de manera presuntuosa, tituló: Acción para la Historia. Allí, él imaginó a la Universidad para la Paz como “uno de los logros más significativos y trascendentales de nuestra administración” y como “la viva representación no solamente de las convicciones de un pueblo como parte esencial de su identidad, sino de la transmisión de esas convicciones a todas las naciones” (Carazo Odio, 1982a, pp. 12 y 121). Al rescatar este aspecto dentro de sus más apreciables conquistas políticas, Carazo evidenció que la paz no solamente era parte de su proyecto político y de sus expectativas para el futuro, sino que su institucionalización era deseable para trascender como líder en el futuro. Una disección de la idea que Carazo tenía sobre la paz, sin embargo, evidencia un imaginario tradicional, muy estereotipado y aferrado a valoraciones teleológicas sobre la cultura y los “valores” costarricenses. Según él, Costa Rica era

Un país de gente sencilla y buena que ama la paz y que lucha por la paz, porque los hombres preferimos a veces que se nos humille antes que violentar los derechos de los demás… A nuestro país jamás lo podrán convencer con ideas que priven al hombre de libertad, democracia y paz. Jamás podrán someter a Costa Rica los que con tesis de extremismo estimen que por la violencia y las armas lograrán el sometimiento de la Patria. Cada uno que tenga la posibilidad de residir en este país se convence de que si Costa Rica sigue como va, podrá permanecer en paz… (Carazo Odio, 1982a, p. 11).

Al considerar la paz como una característica inherente e inmutable de la cultura nacional, el vocabulario de Carazo la presentó como un elemento sin contenido histórico y localista, por lo que es relevante su ambigua apropiación de este concepto: por un lado, lo colocó en un lugar sin contenido político, adherido al temperamento costarricense e incapaz de transformarse, pero por otro, la institucionalizó y la presentó como un producto de exportación transnacional, por medio de una universidad, cuya creación efectivamente constituyó una base relevante para la reconstrucción de su imagen como líder de las políticas internacionales de paz, tras su período de gobierno.

Las valoraciones de Carazo sobre su período de gobierno no quedaron almacenadas solamente en las páginas de sus memorias. Muy pronto, un grupo de intelectuales, que se engrosó durante la década de 1980, se encargó de sacralizar la versión del expresidente, ampliamente difundida en documentos oficiales. En 1983, la UNA organizó un seminario convocado bajo el título de “La administración Carazo: un año después”. Producto de la actividad, Francisco Rojas Aravena escribió uno de los primeros análisis sobre las políticas económicas de Carazo durante su período de gobierno. Rojas, quien a partir del 2013 se convertiría en el rector de la Universidad para la Paz, publicó el estudio en Foro Económico, la prestigiosa revista de El Colegio de México, fundada en 1960 por el reconocido intelectual mexicano Daniel Cosío Villegas.

En el artículo, Rojas Aravena (1983) elaboró un planteamiento apegado a la visión caracista sobre las políticas económicas del gobierno: las presentó determinadas por los Estados Unidos, por las fluctuaciones de la economía internacional y por la disminución de los consensos internos, a causa del cambio discursivo que emprendió Carazo y que, según él, contrariaba un “discurso hegemónico”. Al fin, el autor consagró a Carazo al calificar su gobierno como “progresista” y presentarlo como el encargado de “completar la mundialización” de la política internacional costarricense, debido a las relaciones diplomáticas con más de noventa “Estados de distintos tipos de regímenes sociales, políticos e ideológicos” (pp. 212-232).

Un seminario como el convocado por la UNA es sobresaliente. Como lo demuestran los estudios sobre la intelectualidad de la década de 1980, preocupada por pensar el futuro de un país en crisis (Molina Jiménez, 2018), estas iniciativas fueron excepcionales durante la segunda mitad del siglo XX. Además, salvo las actividades emprendidas por intelectuales y políticos para analizar críticamente de políticas neoliberales del siglo XXI (Molina Jiménez y Díaz Arias, 2021a), las convocatorias para la valoración de los gobiernos son poco frecuentes en las universidades públicas del país. Es por ello que el seminario y la visión de Rojas, ilustran la temprana intención intelectual de recuperar a Carazo como un líder meritorio y enfrentado a un contexto histórico altamente hostil y cambiante. Pero al pensar en un líder político “determinado” por el escenario internacional y por la presión de las élites liberacionistas, estas lecturas se encargaron de fabricar a un líder político incuestionable y atado de manos ante un panorama más poderoso que él y con ello, a un actor político vaciado de agencia y sin responsabilidad histórica.

De lo estudiado por Rojas Aravena (1983) también es destacable su referencia a la política internacional y las relaciones diplomáticas durante el período 1978-1982. Este fue un punto insistente en las memorias, informes y discursos de Carazo. En su visión, él se presenta como un presidente plural y repite en muchos de sus textos el ser un político “no alineado ni con los no alineados” (Carazo Odio, 1982a, p. 53; 1982b, p. 8; 1989, p. 243), con el objetivo colocarse como un líder neutral, que no se identificaba con ningún polo ideológico de la Guerra Fría y que abría las fronteras comerciales de Costa Rica a países alineados al capitalismo y a las economías soviéticas. Sin embargo, en esas memorias también es evidente el fuerte apego del lenguaje de Carazo con las políticas y valores de los Estados Unidos. Aunque su discurso se inspiró públicamente en el concepto de la soberanía y aunque tuvo una visión crítica de la política exterior estadounidense, él también demostró simpatía a ese país mediante una relación estrecha y displicente con el presidente Jimmy Carter (1977-1981) y un vocabulario profundamente anticomunista.

La efectividad del vocabulario antiestadounidense y las ideas contrarias a ese país ya eran bien conocidas en Costa Rica y no fue Carazo el primero en ponerlas en práctica. Al hacerlo, el expresidente más bien trató de apropiarse de una vieja forma de hacer política inaugurada por Figueres desde la década de 1950, que había sido exitosa en el medio costarricense, y que había despertado la sospecha de los Estados Unidos, de que en Costa Rica había un gobernante comunista (Bowman, 2000), aunque los nuevos estudios más bien insisten en que Figueres fue un político convencido de que el lugar de América Latina debía de ser uno cercano a los Estados Unidos (Díaz Arias, 2022). Además, la apertura de la política comercial costarricense durante la Guerra Fría tampoco fue original de Carazo, porque el proceso había iniciado en los albores de la década de 1970, cuando el mismo Figueres restableció las relaciones diplomáticas y normalizó los vínculos comerciales con la Unión Soviética (Molina Vargas, 2008; Rojas Aravena, 1986).

El vocabulario anticomunista de Carazo tampoco fue novedoso; más bien, estaba colmado de ideas existentes en la política costarricense desde la década de 1940, que eran utilizadas para anular a rivales políticos y que se basaba en identificar al comunismo como un “agente internacional” (Fumero Vargas, 1997). Pero al no poder señalar a sus rivales liberacionistas con esta etiqueta, el anticomunismo le funcionó a Carazo para encontrar los culpables de las crisis económicas y políticas del país.

Para ello se basó en las huelgas bananeras de 1979. En las valoraciones sobre su propia administración, Carazo afirmó que esas movilizaciones habían sido capitalizadas por la izquierda para sus fines, y que “las pérdidas sufridas por la economía nacional, por la continuación de las huelgas bananeras irresponsables e irracionales fueron cuantiosas”. Además, agregó: “no podemos tolerar que haya costarricenses que, inspirados en consignas o ideologías, se entreguen a la destrucción de la economía… es un crimen proceder así en esta hora” (Carazo Odio, 1982a, p. 49). Asimismo, Carazo pensó en su gobierno como el que sufrió “los peores aumentos de los precios de los combustibles en toda la historia de la humanidad”, criminalizó a los comunistas y negó la existencia del “comunismo a la tica”, al valorarlo como parte de una “conspiración” internacional que aspiraba a “infiltrarse” en gremios, partidos políticos, en la prensa y la educación. Según él,

mientras los costarricenses trabajan y luchan por el bienestar propio y de Costa Rica, los delincuentes amenazan a nuestra sociedad y el país se ve obligado a luchar contra el peor de los males de nuestro tiempo, el comunismo internacional, que conspira contra la paz social, contra la economía y contra nuestra vida republicana… hay, sin embargo, una diferencia fundamental entre delincuentes y comunistas: al menos los delincuentes se ponen, desde el principio, fuera de la ley, contra la ley. Los comunistas pretenden, sin embargo, valerse de la ley, de nuestras libertades… para lograr sus objetivos de acabar con nuestra democracia… Olvídense los costarricenses por todo lo que ocurre, de la vieja expresión “comunismo a la tica”, con lo cual se ha querido engañar a nuestro pueblo que, por su bondad, ha tenido la tendencia a minimizar ciertos actos de los comunistas. Esa expresión de “comunismo a la tica” sirvió para que algunos servidores del comunismo internacional se quisieran vestir con algo parecido a una piel de oveja; para que algunos comunistas de la vieja guardia abrieran campo en el panorama político nacional y en la mente de algunos ingenuos… los comunistas están infiltrados en los sindicatos, en los gremios, la radio, la prensa, la televisión y los partidos políticos… La realidad es que Costa Rica estorba a los comunistas… su forma de hablar, sus argumentos y toda la evidencia que surge de sus palabras y de sus actos, nos demuestra que sus intenciones son las de servir a la Unión Soviética y buscar que todos los países democráticos caigan bajo el imperialismo soviético (Carazo Odio, 1982a, pp. 50-52).

Además de recurrir a una caracterización de la sociedad costarricense basada en la ingenuidad política, Carazo antagonizó al país con el comunismo por no tener violencia ni lucha de clases y por ser un lugar pacífico y amante de la libertad. Como lo demuestra una copiosa cantidad de estudios sobre la Guerra Fría cultural, este último concepto ya había sido capitalizado por los Estados Unidos durante ese período y alrededor de la libertad no solamente se creó un imaginario opuesto a la Unión Soviética, sino que funcionó para exportar el estilo de vida estadounidense hasta América Latina, y para crear la idea de que la libertad y la democracia eran valores eminentemente estadounidenses (Iber, 2015; Calandra, 2011).

Si bien, la criminalización de sus enemigos políticos y sus ideas conspirativas no contribuyeron a fortalecer acciones de paz, este elemento también ha sido interpretado por los estudios que analizan a Carazo como otra expresión de la soberanía nacional. En estos estudios es notoria la mínima crítica a las acciones e ideas de Carazo y al utilizar sus memorias como fuentes primarias incuestionables, se encargan de validar académicamente las visiones caracistas y presentarlas como postulados interpretativos de la política nacional.

Un intelectual que se sumó a esa tarea fue Carlos Abarca Vázquez. Historiador y conocido militante comunista, en 1995 Abarca publicó una biografía sobre Carazo, que imprimió la Editorial de la UNA con el título: Rodrigo Carazo y la utopía de la dignidad. Aunque este es un texto escrito por un historiador profesional, en él no hay crítica de las principales evidencias empíricas del pasado, que fueron los textos publicados hasta ese momento por Carazo. Todo esto resultó en la validación de un historiador y de una editorial pública, de aquellas ideas tremendamente repetitivas sobre la gestión presidencial de Carazo, que él mismo se había encargado de difundir.

Las ideas de Abarca Vázquez (1995) recuperan la figura de Carazo y hacen referencia a la defensa de la soberanía nacional; exaltan la oposición a los Estados Unidos, su enfrentamiento a las élites nacionales e internacionales y recuerdan los factores externos que “obstaculizaron” su gobierno. Junto a esto, el autor afirma que la “estatura” de Carazo es comparable con la de otros expresidentes del país como Alfredo González Flores, Ricardo Jiménez Oreamuno, Rafael Ángel Calderón Guardia y Teodoro Picado Michalski. Finalmente, de manera confusa y ambigua, el historiador ubicó al gobierno de Carazo en el “neoliberalismo político”, por ser defensor del Estado empresario, pero lo imaginó como un puente hacia otro tipo de Estado que vendría más tarde, “subordinado al mercado” y conservador. Así, en el libro, el expresidente fue nombrado como un “protagonista” del pasado, con el ideal máximo y utópico de la “dignidad”, que demostró con acciones como la mediación en conflictos destacados de la Guerra Fría como la Revolución sandinista, y por colocar el concepto de la paz en medio de las discusiones internacionales (pp. 143-149).

Aunque este punto requiere una investigación detallada, los estudios disponibles para el caso de América Latina evidencian que este concepto tiene una trayectoria histórica mucho más larga, polarizada y global, en el contexto de la Guerra Fría cultural latinoamericana (Petra, 2013). Al inicio de este período, el concepto de la paz fue capitalizado por los comunistas, por lo que todo apunta a que el intento de Carazo por monopolizar la idea e institucionalizarla mediante una universidad financiada por una institución alineada con los Estados Unidos como la ONU (Sayward, 2013), respondió a una estrategia de la misma Guerra Fría, en la que un político asumió la tarea de vaciar la paz de su contenido soviético, e identificarlo, a través de una institución intelectual como la Universidad para la Paz, con los ideales y fines estadounidenses de la Guerra Fría.

En su investigación sobre el uso de este concepto durante las décadas de 1970 y 1990, Leonardo Astorga Sánchez (2021) describe el significado que tuvo la paz en el vocabulario de Carazo y de sus dos sucesores. El objetivo de este trabajo no es confrontar la visión oficial del expresidente, aunque con ello es evidente el amplio alcance de esta figura dentro de los medios intelectuales que lo gestaron como figura heroica, e incluso en las nuevas generaciones de personas dedicadas al estudio del pasado. En esa publicación, como pretendía Carazo en sus discursos, el concepto de la paz no es ubicado en un contexto histórico de ideologías enfrentadas. Más bien, se expone como parte de un proyecto político antiliberacionista y como un horizonte de expectativas, que finalmente se insertó en el imaginario nacionalista del país y que antagonizó a Costa Rica de una Centroamérica que todavía no discutía la paz, y que se encontraba en medio de conflictos armados.

En este sentido, se valora allí la paz en las mismas dimensiones que lo hacía el expresidente, y no dentro de la disputa imperial que significó crear una institución educativa auspiciada por la ONU, cuyo proyecto pedagógico estaba basado en internacionalizar una visión anticomunista de la paz. Así, aunque Carazo y su concepción de la paz no aparecen allí explicados dentro de los marcos analíticos que ofrece la nueva historiografía de la Guerra Fría, el trabajo ofrece luces para hacerlo, porque evidencia la tremenda insistencia del expresidente por presentar este concepto como un potencial proyecto educativo inspirado en el anticomunismo, tal y como buscaban hacerlo las instituciones más relevantes de la Guerra Fría cultural, patrocinadas por los Estados Unidos, con el fin era “vacunar al mundo contra el contagio del comunismo” y de ganar la lealtad de los intelectuales mediante la filantropía cultural (Saunders, 2001, pp. 13-14), que se extendió por toda América Latina.

4. Impopular y héroe (1982-2009)

Junto a la crisis económica, el apoyo a los sandinistas y sus enfrentamientos a las políticas de los Estados Unidos, el gobierno de Carazo finalizó como uno de los más impopulares de la segunda mitad del siglo XX. Aunque es bien conocido que no prosperaron judicialmente, las investigaciones por tráfico de armas generaron un efecto mediático impactante, que terminó por crear una imagen de Carazo y su administración caracterizada por la corrupción. Óscar Aguilar Bulgarelli (2018), un intelectual, político e historiador costarricense, interesado en sacralizar una figura heroica y martirizada de Carazo mediante un estudio que carece de la crítica a la evidencia empírica, menciona en un texto suyo, publicado en el 2018, que “don Rodrigo” y su administración “fueron denigrados casi sin límite”. Según él, la gestión fue calificada como un “desastre nacional” y muy pronto, los sondeos de opinión mostraron una desaprobación generalizada de su gobierno (p. 390).

La visión de Aguilar Bulgarelli (2018) es la que podría tener un amigo del expresidente y más partidista y menos historiográfica. Inmediatamente después del gobierno de Carazo, él fue electo diputado por el partido del expresidente y enfrentó las críticas al gobierno anterior desde la compleja trinchera legislativa. No por ello, su libro deja de ser una apología, en la que desde su título nombra a Carazo como “el último presidente” de Costa Rica, y más tarde, en sus últimas líneas y cuando quien leyó, ha configurado una imagen heroica y victimizada del expresidente, aclara que este fue el último que no se “arrodilló” a la inversión extranjera (p. 443).

Pero la información que aporta el ensayo de Aguilar es relevante. Si la impopularidad que enfrentó Carazo no es una opinión hiperbólica, esto permite comprender sus motivaciones por difundir de manera pertinaz una visión propia sobre su período de gobierno. Esto fue evidente de manera particular durante la década de 1980: en ese contexto, el primer documento publicado por Carazo fue dado a conocer mientras era presidente y contenía su correspondencia a la Asamblea Legislativa que, según él, de ser atendida, hubiera detenido la crisis económica. Más tarde, se encargaría de publicar sus informes, discursos y explicaciones de ellos mismos, así como las orientaciones e inspiración ideológica de su gobierno en textos como Acción para la Historia.

El esfuerzo más significativo por presentar su visión se concentró en sus memorias, intituladas Carazo: tiempo y marcha, que fueron publicadas en 1989 por Editorial de la Universidad Estatal a Distancia (UNED) y reimpresas por la misma Editorial en el 2012. La primera edición del grueso volumen fue publicado en pasta dura; la portada muestra a Carazo en lo que parece ser un discurso enérgico y bajo él, su autógrafo. En el interior, el retrato presidencial de Carazo inaugura más de seiscientas páginas de contenido, que más tarde fueron la base de los estudios apologéticos sobre él. Uno de ellos, que se intituló Rodrigo Carazo: con la dignidad en las venas, fue publicado por Mario Castillo Méndez (2002) y está escrito con la intención expresa de decir “la verdad”, de “dignificar” y hacerle justifica a su mandato.

La cantidad de páginas escritas y la pretensión de Carazo y sus seguidores por decir “la verdad” sobre su gestión no sería suficiente. Según una idea muy popular en el país, el “macho” Carazo, como se le dice en Costa Rica a las personas de rostro y cabello claro, había ganado las elecciones por ser un candidato físicamente atractivo, de “sonrisa luminosa” y por su buen trato hacia juventud (Barrionuevo, 2011). Con los años, se configuró un imaginario machista y con un criterio de autoridad, que insistía en que Carazo había ganado las elecciones por el “voto femenino”, y que insinuaba que su triunfo también era deficitario de la inmadurez juvenil (Arce Vargas, 2009).

Además de culpabilizar y anular el criterio político de las mujeres y las juventudes, esta es una idea incompleta, porque ignora la unión de fuerzas políticas que hicieron falta para que la coalición Unificación Nacional obtuviera el triunfo en las elecciones, pero evidencia representaciones aversivas y muy impopulares hacia ese gobierno. El lenguaje de Carazo, que insistía en “ir delante del pueblo”, “dar la cara”, “poner el cuerpo” o ser el capitán que salva a un barco del naufragio, junto a su representación como un “hombre de familia”, apegado a los valores cristianos y “buen esposo”, fortaleció una imagen masculina y capaz de exaltar el nacionalismo, aspectos esenciales para ganar votos, para la representación política de ese momento y para funcionar como una figura heroica en el porvenir (Díaz Arias, 2019; Marchena Sanabria, 2022a; 2022b; Aguilar Bulgarelli, 2018).

A pesar de estas ideas, lo cierto es que, durante su gobierno y después de él, el rastro que quedó en la memoria fue el encarecimiento de los precios, producto de la crisis económica. Contrario a la popularidad de años anteriores y las visiones intelectuales que vendrían, luego del gobierno de Carazo, las personas elaboraron un juego de palabras que mezclaba el apellido de Carazo con la expresión caro, en referencia al elevado costo de la vida de esos años. Esto resultaba, de forma humorística, en lo caracísimo que fue la Costa Rica durante la crisis y después de ella: la única crisis de la historia nacional personificada y bautizada con el nombre de su presidente de turno. Un año después de finalizado su gobierno, el mismo Carazo reconocía, en una cadena de televisión nacional, que las políticas económicas de su gobierno le habían generado “enemigos” en todo el país (Rojas Aravena, 1983, p. 212), y las expresiones culturales que surgieron para recordar aquellos días ilustran este hecho.

La distancia entre esta narrativa y las ideas políticas que germinaron en la década posterior al gobierno de Carazo es tremenda y en ella quedó evidenciada la brecha entre la opinión intelectual que circuló con los años, con la vivencia de quienes experimentaron la crisis desde los lugares desiguales que dejó consigo la crisis y el nuevo tipo de Estado, inaugurado por las reformas de Carazo y cuyas consecuencias se profundizaron con los años. Las investigaciones, producidas por los intelectuales, sin embargo, han pasado esto por alto y como se sabe, las nuevas generaciones tampoco están al margen de ello.

Hace algunos años, José Daniel Rodríguez Arrieta (2017) publicó una reflexión sobre la visión caracista del Estado. El estudio de Arrieta fue partidario de que Carazo fue el “último mandatario” del Estado del bienestar costarricense o de la “segunda república”, en referencia a la Costa Rica posterior a la Guerra Civil de 1948. Así, y sin el interés de interpretarlos críticamente, el texto reproduce muchos de los textos e ideas del expresidente y asegura que él asumió la tarea de “dignificar la política” costarricense. Al enunciar afirmaciones como estas, el análisis ignora la afrenta neoliberal iniciada por Carazo y asegura que, según su visión, “la empresa pública” era un “componente crucial de un Estado” (pp. 89-123), pero como se sabe, el vocabulario de Carazo enunció todo lo contrario. Como también se sabe, las ideas apologéticas y vaciadas de elementos que posibiliten una lectura crítica de este personaje del pasado tienen una trayectoria que antecede por mucho a estos estudios.

Antes de ser publicadas, estas halagüeñas biografías tuvieron antecedentes que confirman el interés intelectual por legitimar las bondades del gobierno de Carazo. Estas iniciativas fueron primordialmente institucionales y lideradas por las universidades públicas del país. Ocurrieron en el ocaso de la década de 1990 y en los albores de la siguiente, y tomaron la forma de reconocimientos públicos como el Doctorado Honoris Causa de la UNA. Más tarde, en mayo de 1998, el Consejo Universitario de la Universidad de Costa Rica (UCR) acordó otorgarle el Premio Rodrigo Facio Brenes, uno de los máximos galardones de esa casa de estudios y que tiene el objetivo de reconocer la totalidad de la obra política, social y económica de personalidades destacables del país (Universidad de Costa Rica, 1998, p. 12).

A la ceremonia de premiación asistieron autoridades universitarias y figuras destacadas de la intelectualidad costarricense durante la segunda mitad del siglo XX. En su discurso de bienvenida, Luis Estrada Navas, director del Consejo Universitario, aseguró que el premio buscaba ofrecer un “reconocimiento a su intensa trayectoria política, que lo convierte en una de las figuras más destacadas y polémicas de las últimas décadas” (Universidad de Costa Rica, 1998, p. 9). Al puntualizar, Navas utilizó ideas popularizadas por el homenajeado y a las que más tarde volvería como parte de su discurso de premiación, al insistir:

A don Rodrigo le correspondió conducir los destinos del país en una época sumamente difícil. Allí se perfiló en todas sus dimensiones, se mostró como defensor, sin la más mínima claudicación, de nuestra soberanía. Y, su búsqueda permanente de la paz, lo mantiene tan activo y comprometido en la actualidad… (Universidad de Costa Rica, 1998, pp. 7-9).

En su propia intervención, Carazo recordó la Costa Rica de su infancia, para evidenciar el cambio y los avances alcanzados por el Estado en materia social y de educación pública. El expresidente fue enfático al pensar en la paz lograda por Costa Rica, que la diferenciaba de los países vecinos y recurrió a datos del Banco Mundial, que afirmaban que para 1996, Costa Rica se había recuperado completamente de aquella crisis que caracterizó su mandato; dijo, además, que, para entonces, la pobreza había alcanzado mínimos históricos y que la democracia y la paz eran las claves del desarrollo costarricense.

Ideas como estas fueron tan difundidas por el expresidente que, en el año 2003, cuando recibió un nuevo Doctorado Honoris Causa de otra universidad pública del país, el Instituto Tecnológico de Costa Rica (ITCR), la declaración oficial no solamente recordó que Carazo había fundado la Universidad para la Paz, sino que producto de ello, se había convertido en un “promotor de la paz mundial”, con intervenciones en conflictos transnacionales y parte de comités globales que le hacían merecedor de distinciones similares y de otros premios en una veintena de universidades en América, África, Asia y Europa (Instituto Tecnológico de Costa Rica, 2003).

Si bien, esta fue una base relevante para la invención de Carazo, la construcción y la sacralización definitiva de su heroísmo no se dio en ese contexto de reconocimientos intelectuales de las universidades. El contexto más relevante para ello fue la vinculación del expresidente en la lucha contra el Tratado de Libre Comercio (TLC) de Costa Rica con los Estados Unidos. En ese contexto, con una edad avanzada, Carazo se involucró de lleno en la campaña política que antecedió al referéndum celebrado en octubre del 2007, que resultó en un empate técnico, con una diferencia menor a cincuenta mil votos a favor de la firma.

Junto a una amplísima base social que se extendió por todo el país, la izquierda costarricense, el movimiento estudiantil y la intelectualidad de las cuatro universidades públicas se manifestaron durante largas jornadas de protestas en contra del TLC. En ese contexto, una de las figuras más conocidas y apreciadas fue justamente la de Carazo, quien nuevamente puso en práctica sus conocidos argumentos de defensa de la soberanía nacional y en contra de los Estados Unidos. En esto coinciden las investigaciones sobre el movimiento opuesto a la firma del TLC por parte del gobierno de Costa Rica (Raventós Vorst, 2018), pero también las biografías (Aguilar Bulgarelli, 2018), que recuperan a Carazo como el único expresidente que se unió a este movimiento.

Al unirse a esa coyuntura de protesta, Carazo fortaleció la imagen que él mismo había construido años atrás, como un expresidente opuesto a los Estados Unidos y al PLN, que además de ser el partido oficialista de ese momento, lideraba la campaña a favor del acuerdo comercial. Así, aunque muchas de las ideas del Carazo del siglo XXI fueron contradictorias con las que en algún momento pronunció como presidente del país, las investigaciones disponibles evidencian que desde la década de 1990, él mismo hizo críticas contra las políticas neoliberales, ahora lideradas por el PLN, del que Carazo fue crítico desde su renuncia (Díaz Arias, 2021). De esta forma, todo parece indicar que la ambigüedad ideológica de Carazo le permitía adaptarse a cada contexto y oponerse, sin importar sus convicciones, al PLN, con el que quiso frustradamente ser presidente.

Sin embargo, fue su liderazgo contra el TLC, a pocos años de su muerte, el momento más destacado para su invención ante un importante sector de la sociedad como un personaje heroico de la política nacional, e inclusive, como un personaje alineado a la izquierda del espectro político. En el lanzamiento de la campaña contra el TLC, ante cientos de personas, Carazo ofreció un discurso y en él, ajustó sus visiones del pasado con las necesidades políticas del presente, para sentenciar:

Por dinero se ha vendido el honor, se ha entregado la patria. Debemos todos cerrar el puño para evitar la impunidad y abrir bien los ojos para que nada quede oculto. ¡NO AL TLC! Es urgente esa reivindicación rechazando todas las fórmulas políticas que con sus prácticas negativas le causan tanto daño a Costa Rica. El rechazo está en nuestra voluntad. En la voluntad de todos ustedes, de todos nosotros. ¡NO AL TLC! ¡A USA, América digámosle que queremos ser sus amigos, pero que jamás aceptaremos ser su propiedad! ¡NO AL TLC! (Canal 15, 2007, 05:46-07:25).

Como se puede ver en el vídeo que almacena el discurso, a ese evento asistían figuras destacadas de la izquierda costarricense como José Merino del Río, la entonces, dirigente estudiantil, Eva Carazo Vargas, el folclorista Dionisio Cabal Antillón, entre otros. Así, como sucedió con otras figuras controvertidas de la política costarricense durante el siglo XX, como el escritor costarricense Calos Luis Fallas Sibaja (Castillo Rodríguez, 2019), el último momento de sacralización de Carazo como figura heroica fue su fallecimiento. A tan solo dos años de distancia del referéndum, la muerte de Carazo en el 2009 generó notas luctuosas dentro y fuera del país, donde nuevamente se rescataron sus atributos políticos, sus acciones como gobernante y el vocabulario inventado desde la década de 1970, a través de frases características del heroísmo masculino del siglo XX como “¡Yo doy el cuerpo!” (Arce Vargas, 2009).

En términos generales, las notas necrológicas hicieron una síntesis de la vida política de Carazo, en las que se destacó su postura crítica al PLN, su papel como diputado un controversial, la crisis económica, su oposición al FMI, sus acciones ante el conflicto nicaragüense, la creación del partido que lo llevó a la presidencia y de la Universidad para la Paz, su ideal pacifista y su vinculación en las recientes protestas que habían evidenciado la polarización política del país. Junto a las protestas contra Alcoa, de las que sobresalía el recuerdo de Carazo como un diputado rebelde y que apoyó a la juventud movilizada en 1970, las notas luctuosas funcionaron para recordar ideas como la soberanía que acaparó el discurso del expresidente en la década de 1980 o sus últimas acciones contra el TLC, que permitían valorarlo como un líder opuesto a los Estados Unidos durante toda su carrera, y con ello, capaz de movilizar a un sector específico de la población, principalmente agrupado en círculos intelectuales y académicos (Calderón, 2009; Costa Rica decreta tres días de duelo…, 2009; Fallece el ex presidente…, 2009a; 2009b; 2009c; 2009d; Falleció el ex presidente…, 2009a; 2009b; Muere ex Presidente…, 2009; Muere Rodrigo Carazo…, 2009; Rojas Arias, 2009).

Solamente una contramemoria circuló en esos días. Publicada en el blog del economista Jorge Jiménez Bustamante (2009), su visión, excepcionalmente aguda, confrontó la lectura descontextualizada y vaciada de contenido político que se hacía del gobierno de Carazo con motivo de su muerte, y aseguró que,

en realidad él encabezó una coalición reaccionaria, que quiso gobernar en detrimento del pueblo y de los proyectos de construcción de la economía nacional… El Gobierno encabezado por R. Carazo estaba plagado de dirigentes de corte neoliberal… Si luego se arrepintieron y se arrimaron al movimiento popular que se opuso al TLC, eso no los libera de su responsabilidad histórica… la responsabilidad de sus errores fue pasada de la derecha a la izquierda. La habilidad de los periodistas hizo que la derecha se librara de la responsabilidad histórica del gobierno 1978-1982, y se la trasladara a la izquierda… Pero, seriamente, el neoliberalismo, siempre enemigo del pueblo, no puede negar su responsabilidad en la política económica de ese gobierno (Jiménez Bustamante, 2009, párrs. 12-17).

A pesar de esta contramemoria, recuerdos como estos no fueron comunes. Por el contrario, los obituarios más originales e imaginativos fueron publicados por intelectuales, académicos de las universidades públicas, políticos, amigos y admiradores del expresidente. Estas notas tenían un rol destacado al recuperar a Carazo como un “líder carismático” (Rodrigo Carazo…, 2009), “valeroso” y como una víctima de la política (Madrigal, 2009). Como en años anteriores, Carazo fue recordado como un sujeto sin agencia, a causa de una coyuntura que le impidió detener el desastre económico (Recuerdos de tiempos…, 2009). En ese momento también se inventaron atributos como una “superioridad moral” de la que gozaba el expresidente y con ello, la historia se distorsionó reiterativamente (Castro Cedeño, 2009): Carazo fue personificado como un líder “transgresor contra las órdenes del imperio del norte” y la nota más aventurada lo comparó con el presidente chileno Salvador Allende Gossens (1970-1973), cuyo gobierno acabó con su muerte, luego de un golpe de Estado que apoyó el gobierno de los Estados Unidos (Castillo Arias, 2009).

El único reportaje fúnebre sobre la muerte del expresidente fue impreso en el periódico Al Día. Allí, el diario reunió la opinión de políticos e intelectuales costarricenses, que en el pasado tuvieron opiniones diversas sobre el gobierno de Carazo. El historiador Aguilar fue uno de ellos, y desde entonces, afirmó que en aquel momento estaba representada “la muerte del último presidente de Costa Rica que realmente defendió al país y que fue mal juzgado, echándole la culpa de una crisis económica que afectó a todo el mundo” (Carvajal et al., 2009, p. 3). Los periodistas de la nota también entrevistaron al presidente Óscar Arias Sánchez (2006-2010), a Laura Chinchilla Miranda, quien para entonces era candidata a la presidencia por el PLN y que el año siguiente ganaría las elecciones para el período 2010-2014. Otros entrevistados fueron los diputados Otto Guevara Guth, Ottón Solís Fallas e intelectuales costarricenses como Constantino Urcuyo Fournier y Alberto Cañas Escalante. Lejos de confrontar las opiniones sobre el líder o su gobierno, el reportaje funcionó para la invención de nuevas cualidades del expresidente ahora fallecido, entre las que destacaron ser una “persona luchadora”, “defensor de sus ideas”, “patriota”, “impecable”, “valiente”, “trabajador”, “controversial”, un “hombre de familia” y finalmente, “un hombre creyente”, aspecto reiterado por los periodistas, quienes decidieron destinar una tercera parte del contenido al “espíritu religioso” del fallecido expresidente (Carvajal et al., 2009).

Desde su fallecimiento, la sacralización institucional más significativa de la figura de Carazo sucedió en el 2011, cuando la UCR creó la Cátedra Rodrigo Carazo Odio. Dedicada a “cultivar” el pensamiento crítico sobre la universidad, la realidad nacional y el futuro de Costa Rica “a partir del pensamiento político del expresidente”, la dependencia universitaria aborda temas como la defensa de la soberanía, el desarrollo, la naturaleza, las culturas de paz, “el Estado social de derecho” y la “defensa de la institucionalidad” (Universidad de Costa Rica, 2011). Así, en esta Cátedra con el nombre del expresidente, como en otros espacios intelectuales, la figura de Carazo asume un papel cuyas raíces ciertamente están en el pasado, aunque se omitan de esas raíces las confrontaciones de las memorias, que brotan según la coyuntura. Pero cada vez que hay alarmas económicas o los indicadores anuncian que una crisis económica se avecina, los medios vuelven a 1980 e imprimen el rostro del presidente de ese momento.

En el 2018, en medio de una discusión sobre la reforma fiscal promovida por el gobierno de Carlos Alvarado Quesada (2018-2022), el diario La Nación utilizó la crisis de 1980 para influenciar en la opinión pública a favor de esas políticas económicas, regresivas y de corte neoliberal. Como lo advirtieron intelectuales y políticos detractores de estas reformas, el paquete fiscal resultaría lesivo para las mayorías y para las personas trabajadoras; sería tributariamente injusto con los sectores más empobrecidos del país y establecería amnistías para evasores fiscales poderosos, como ese periódico (Molina Jiménez y Díaz Arias, 2021a). En este contexto, el pasado caracista evidenció tener un potencial mítico, pues debido a la amplitud de su significante, la figura del expresidente asumió el contenido que se le quisiera endosar (Barthes, 1991).

Así, el rotativo fue capaz de ser adaptarlo a una coyuntura del presente y moldeó al personaje histórico a su antojo. Al actuar así, La Nación utilizó un lenguaje impactante, echó mano de una visión distorsionada del pasado y de los datos del presente, para advertir que, “de no aprobarse la reforma fiscal” Costa Rica estaría frente a “uno de los pasajes más traumáticos en la historia de Costa Rica: la debacle financiera que arrodilló al país durante el gobierno de Rodrigo Carazo” (Jiménez, 2018, párr. 1). En ello se evidenció una memoria confrontada y la dimensión del personaje mítico, que funciona para algunos como amenaza y advertencia cargada con el antídoto de no “volver al pasado” y para otros, como el recuerdo selectivo y nostálgico de un héroe que abandona el traje de la crisis y del neoliberalismo y se reviste de paz y soberanía.

5. Conclusiones

El primer curso que matriculé en la Escuela de Historia de la UCR era una revisión del pasado costarricense desde la época colonial hasta los albores del siglo XXI. Ahora jubilada, la persona que me dio el curso y con quien sentí empatía desde la primera clase, nos dijo que “Rodrigo Carazo fue el mejor presidente que tuvo Costa Rica”, porque se había opuesto al FMI y había defendido la soberanía del país ante los intereses estadounidenses. Puesto al lado del recuerdo de mis familiares de más edad, que insistían en que desde la década de 1980, en el país todo se había puesto caracísimo, mi interpretación histórica fue tremendamente confusa, aunque me generaba más simpatía, eso sí, la lectura antiimperialista de quien me daba las primeras lecciones de mi vida universitaria.

Con el paso de los años, comprendí que, como en muchos episodios del pasado costarricense, había en este una memoria confrontada, cuyo eco público era una construcción eminentemente intelectual, que circulaba en lugares como las universidades públicas. Recordé la subjetividad de las memorias y el disenso que las caracteriza, en las que no existen cronologías y donde la historia oficial no siempre echa raíces. Así, mientras el país estaba en una crisis económica, algunas personas pudieron significar aquello como el castigo a un país antiimperialista, aunque las personas mayores de mi familia, compuesta por amas de casa y trabajadores no calificados, tenían un escenario complejo, que no era valorado con el lenguaje de la Guerra Fría, sino con el de la vida cotidiana.

Las ideas relacionadas con la socialdemocracia, la defensa de la dignidad y la soberanía nacional, acaparan en algunos el recuerdo sobre Carazo y eso ciertamente está anclado en el contexto de negociaciones con el FMI, que precedieron al contexto de crisis económica. Pero lo cierto es que este vocabulario generó más arraigo en las memorias de quienes recuerdan los pasados políticos del expresidente desde las trincheras del conocimiento. Al cimentarse en el discurso nacionalista de Costa Rica, el ideario soberano y pacífico encontró arraigo en un segmento de la población, principalmente identificado con reivindicaciones anticoloniales, en boga durante esos años de la Guerra Fría. A eso, se sumaron las acciones del Carazo de años atrás, que ya habían generado un recuerdo afectivo entre quienes lo recordaban como el diputado que apoyó a la juventud durante 1970 y que se había enfrentado a sus colegas y la prensa, en oposición al movimiento estudiantil. Por tanto, no resulta extraño que sea la generación de Alcoa o las personas identificadas con ese contexto universitario, la más insistentes en valorar a Carazo como un héroe.

Así, las visiones apologéticas de los intelectuales fabricaron una imagen heroica de Carazo, quien se convirtió en un político en confrontación internacional para defender la soberanía del país. De estas visiones apologéticas sobresalen características muy destacables: además de la generación de Alcoa, los apologistas más insistentes de Carazo fueron personas identificadas con la izquierda. Además, en algunos casos, como en el de Aguilar Bulgarelli (2018), estos apologistas eran personas cuyos afectos primaron, pues como él mismo lo destaca en su texto, sostuvo con Carazo una relación de amistad, que le permitió tener acceso a documentos y fotografías inéditas. Otro aspecto destacado es que el mismo Carazo participó de la invención de su propio recuerdo, y tomó los ejemplos de otros héroes de la política nacional que surgieron en la década de 1940 y a quienes él había conocido, tales como el mismo Figueres, Rafael Ángel Calderón Guardia o el comunista Manuel Mora Valverde.

Sin embargo, las visiones apologéticas solo han sido cuestionadas muy recientemente por investigaciones históricas que preocupan expresamente por los orígenes del neoliberalismo en Costa Rica, y esas investigaciones coinciden que el germen ideológico de esta doctrina puede rastrearse desde la reprobación emprendida por Carazo en su campaña política al modelo de Estado del bienestar que caracterizó al país hasta su administración (Díaz Arias, 2021; Marchena Sanabria, 2022a; 2022b). Al imaginar el Estado de las últimas décadas como una maquinaria liberacionista para ganar las elecciones, Carazo decidió reformarlo, sin atender que esa reforma daría pie a políticas neoliberales, que debilitarían el tipo de Estado que caracterizaba a Costa Rica desde las reformas sociales de la década de 1940. En este sentido, la afrenta electoral contra el PLN, más que la convicción intelectual e ideológica de Carazo con el neoliberalismo, introdujo una concepción del Estado que marcó un punto de ruptura en la historia costarricense.

Distantes contextualmente, visiones apologéticas como estas, sin embargo, no son novedosas en la cultura intelectual costarricense contemporánea. A partir de las investigaciones recientes sobre la construcción de la figura caudillista de Figueres, se infiere que el mismo comportamiento ambiguo de Figueres ante problemáticas políticas locales y ante el contexto internacional fue copiado por Carazo, y estas ambigüedades tenían el objetivo de adaptar sus ideas y las memorias a un contexto verdaderamente complejo, caracterizado por la batalla ideológica de la Guerra Fría (Díaz Arias, 2022).

Por otro lado, la insistencia de un grupo de intelectuales vinculados a instituciones del Estado y universidades públicas, también se ha encargado de inventar personalidades controvertidas del pasado como Juan Rafael Mora Porras. A través de sus propias plataformas académicas y sus vínculos políticos (Gómez Murillo, 2021), un grupo de intelectuales fanáticos por Mora se han encargado de difundir una imagen divina de este personaje, vaciada de contenido político y alejada del basto conocimiento historiográfico producido sobre él, que lo analiza como un sujeto histórico, con intereses económicos y políticos alejados de la figura heroica que fabricaron sus seguidores (Molina Jiménez y Díaz Arias, 2021b).

Al advertir esta dinámica, el historiador Víctor Hugo Acuña Ortega (2014) ha llegado al punto de afirmar la existencia de una “moramanía” (p. 96) entre quienes “emprenden” este recuerdo. Así, mientras los moristas han inventado un culto para rendir tributo a su expresidente del siglo XIX, las personas vinculadas al recuerdo apologético de Carazo también rescatan una visión específica del pasado, que excluye el contexto histórico, anula el futuro y no confronta las memorias de un momento crítico de la Guerra Fría y de la política y la economía nacional, cuyos resultados no fueron gratos para un amplio sector de la sociedad. Se recuerdan entonces conceptos sin contenido político como el de la paz y soberanía, pero se excluyen otros, como los que apuntan al significado de la crisis y del neoliberalismo.

Por tanto, el consenso de algunos intelectuales a la hora de inventar a Carazo como un héroe, se materializó en reconocimientos inéditos y sistemáticos por parte de la institucionalidad universitaria del país, que justificaban las acciones del expresidente, se reconciliaban con él y con su imagen pretérita e impopular, al afirmar que buscaban “hacerle justicia”. En este sentido, el paso del tiempo y las memorias apuntan a que Carazo triunfó simbólicamente en el porvenir y sus conquistas más significativas fueron en el terreno de la memoria, que lo recuerdan como “el mejor presidente” o que simplemente son capaces de excluir el contexto histórico, anular el futuro y fabricar la figura heroica de un Carazo que, como consecuencia del devenir, se convirtió en “el último presidente”, aunque las investigaciones demuestren que fue uno de los primeros presidentes de la Costa Rica neoliberal.

Agradecimientos

Este artículo es un resultado del Proyecto de Investigación C0195 “La larga Guerra Fría en Costa Rica: estado, populismo socialdemócrata, representaciones y comunismo internacional, 1934-1978”, financiado por la Vicerrectoría de Investigación de la Universidad de Costa Rica y adscrito al Centro de Investigaciones Históricas de América Central (CIHAC) de la misma Universidad.

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