Desde los estudios étnicos, culturales, de género y ambientales

Ser lesbiana marxista-leninista en la Ciudad de México entre 1978 y 1987: el complejo quehacer activista de Yan María Castro

Be Marxist-Leninist Lesbian in Mexico City Between 1978-1987: The Complex Activism of Yan María Castro

Mag. Jan Kasnik
Université Paris 8, Saint-Denis, París , Francia

Ser lesbiana marxista-leninista en la Ciudad de México entre 1978 y 1987: el complejo quehacer activista de Yan María Castro

Revista Humanidades, vol. 13, núm. 1, e52623, 2023

Universidad de Costa Rica

Recepción: 06 Julio 2022

Aprobación: 31 Agosto 2022

Resumen: El presente artículo tiene como objetivo reconstruir la memoria histórica del activismo lésbico de Yan María Castro en la Ciudad de México, para comprender el papel social y estratégico de la ideología marxista-leninista en las organizaciones militantes lideradas por ella entre 1978 a 1987. Adoptando una perspectiva de género y partiendo del análisis de ocho fuentes históricas, se trata de demostrar que el activismo de Castro se inserta en una sociedad basada en un sistema de género profundamente desigual y hegemónico, opresivo hacia las mujeres y las identidades sexuales no heterosexuales. Con ello, se muestra que el discurso marxista-leninista se utilizaba como una herramienta estratégica de lucha social, sin una adhesión política real de las militantes a estos ideales. Asimismo, se reflexiona críticamente sobre las pretensiones homogeneizadoras de Castro como lideresa única del activismo lésbico mexicano. Finalmente, se lleva a cabo una observación acerca de los retos metodológicos que esta investigación histórica tuvo que enfrentar.

Palabras clave: marxismo, feminismo, México, movimiento político.

Abstract: The goal of this article is to rebuild the historical memory of lesbian activism of Yan María Castro in Mexico City, in order to understand the social and strategic role of the Marxist-Leninist ideology for the militant organizations led by her between 1978-1987. Adopting a gender perspective and parting from the analysis of eight historical documents, the goal is to show that the activism of Castro is inserted in a society that is based upon a profoundly unequal and hegemonic gender system, oppressive towards women and non-heterosexual sexual identities. Thus, we show that the Marxist-Leninist discourse was used as a strategic tool for social mobilization, without a real politic adhesion to such ideals. Moreover, a critical reflection is held about the homogenizing pretensions of Castro as the unique leader of the Mexican lesbian activism. The final part of this paper is dedicated to an observation about the methodological challenges that this historical research had to overcome.

Keywords: Marxism, feminism, Mexico, political movement.

Introducción

Este artículo se centra en el estudio del activismo de Yan María Castro y de los grupos lésbicos marxistas-leninistas en la Ciudad de México que ella lideró. Para empezar, recordemos que Yan María Yayólotl Castro es una activista y artista lésbica y feminista mexicana. Nació en 1952 en la Ciudad de México, estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México -UNAM- y vivió algunos años en Francia, al regresar a México cofunda los grupos activistas Lesbos, Oikabeth y el seminario marxista leninista feminista de lesbianas. Frente a la escasez de las fuentes para documentar el quehacer activista lésbico mexicano, Castro fundó y ha resguardado el Archivo Histórico del Movimiento de Lesbianas Feministas en México, el cual contiene más de 9000 documentos de tal forma que se trata del archivo más importante del activismo lésbico en el país.

El periodo analizado empieza el 2 de octubre de 1978, fecha correspondiente a la marcha conmemorativa de la Revolución cubana, donde se visibilizaron por primera vez lesbianas y homosexuales en la Ciudad de México, y termina el 17 de octubre de 1987, día en que finalizó el I Encuentro de Lesbianas Feministas de Latinoamérica y el Caribe, organizado en Morelos, el cual precedió al IV Encuentro de Feministas de América Latina y del Caribe en Taxco y fue destacado por el proyecto de ponencia de Yan María Castro y Alma Oceguera.

La rama marxista-leninista de los grupos lésbico-feministas ha sido relativamente poco estudiada por las y los historiadores. En varias investigaciones acerca del movimiento lésbico-gay en México, estas agrupaciones de izquierda están mencionadas de una manera marginal. Por ejemplo, en la investigación de Diez (2011) se menciona solamente a Oikabeth como una entre las muchas organizaciones militantes gays y lésbicas, omitiendo así las demás agrupaciones lideradas por Yan María Castro, tales como Lesbos o el Seminario Marxista Leninista Feminista de Lesbianas. En otros casos, por ejemplo, en los trabajos de Hinojosa (1999) y Mogrovejo (2000), si bien se menciona a los grupos marxista-leninistas y se presentan algunos elementos importantes para la comprensión de su funcionamiento, así como el contexto histórico de estos, no se trata de estudios enfocados específicamente en las agrupaciones marxista-leninistas, sino más bien en las articulaciones entre estas luchas lésbicas y el feminismo. Los trabajos de Grinnell (2013; 2014) son de los pocos que se centran realmente en el estudio de estas agrupaciones marxista-leninistas. La autora explora, entre otros temas, la importancia de la expresión artística en la propaganda de las organizaciones encabezadas por Castro, así como la relevancia del contexto nacional e internacional para analizar las dinámicas de funcionamiento de estos grupos.

La presente investigación se inserta en esta línea de análisis iniciada por Grinnell, reflexionando en particular sobre el papel de la ideología marxista-leninista para algunas organizaciones lésbico-feministas en la Ciudad de México. Más allá del ámbito político, se trata de llevar a cabo un análisis sobre los vínculos entre el uso de la ideología marxista-leninista y el género. Esta relación entre el marxismo y el feminismo ha sido muy compleja desde sus principios, como señala la expresión del “matrimonio infeliz” (Hartman, 1987). La reflexión parte de una sorpresa al identificar una presencia muy marcada de los elementos discursivos marxistas y leninistas en el discurso de Yan María Castro y Alma Oceguera a finales de los años 1980. De hecho, puede parecer sorprendente que, en 1987, en una época de profundas crisis económicas y sociales en la mayoría de los países soviéticos y comunistas, todavía siguieran tan presentes las ideas revolucionarias, en particular, la doctrina leninista. Por lo tanto, la argumentación se articula en torno a tres preguntas de investigación. Primero, ¿en qué circunstancias políticas, sociales y de género el discurso marxista-leninista tuvo tanta importancia entre algunas activistas lésbico-feministas? Segundo, ¿cuál es el peso de Castro en el activismo lésbico-feminista? Finalmente, a partir de esta indagación histórica, ¿cuáles son los retos metodológicos de reconstruir las memorias de las colectivas feministas?

De esta manera, se busca demostrar que la ideología política arraigada en el marxismo y el leninismo fue utilizada por Castro como una herramienta estratégica, con la finalidad de posicionarse frente a una triple marginalización de las militantes lesbianas basada en el género: desde dentro de las organizaciones feministas, pasando por los movimientos de diversidad sexual hasta las organizaciones políticas y sindicales de izquierda. Además, se trataba de una estrategia puesta en práctica en un contexto de una fuerte represión política contra la disidencia por parte del régimen priista. Este discurso marxista-leninista sirvió entonces a la vez para legitimar la lucha lésbica y mantener cierta disciplina y coherencia interna de las organizaciones encabezadas por Castro frente a los conflictos internos del país y al contexto difícil de los años ochenta.

En aquella década, se registró un fuerte declive en la movilización de las activistas lesbianas debido a la crisis económica, así como a la pandemia del sida que marcó una ruptura con los movimientos homosexuales. Finalmente, el presente estudio reflexiona sobre la construcción de la memoria de estas agrupaciones desde una investigación histórica y las maneras de enfrentar los sesgos derivados del hecho de que la mayoría de las fuentes disponibles de la época hayan sido conservadas por Yan María Castro quien es, al mismo tiempo, una de las voces principales del legado del activismo lésbico-feminista en México y la protagonista de los acontecimientos históricos cuya memoria se pretende reconstruir. La investigación se basa en un análisis histórico de ocho fuentes de la época, accesibles en línea desde la plataforma M68. Este análisis documental se ha completado con la perspectiva de trabajos de corte más teórico con el fin de compensar el enfoque de las fuentes conservadas por Castro.

A continuación, primero se presentan los elementos centrales del discurso marxista-leninista propulsados por Castro. Después, se analizan las razones detrás del uso de la ideología marxista-leninista en algunas organizaciones lésbicas desde una perspectiva de género. En tercer lugar, se reflexiona sobre el peso de la línea ideológica de Yan María Castro dentro de estas organizaciones para apreciar la importancia del militantismo lésbico marxista-leninista en la Ciudad de México. Finalmente, se lleva a cabo una observación metodológica acerca de los retos que se deben enfrentar a la hora de realizar una investigación sobre la historia del activismo lésbico-feminista en México.

1. La línea ideológica marxista-leninista de Yan María Castro

1.1. Los elementos centrales del discurso marxista-leninista

Antes de analizar las razones que permiten explicar el uso de la ideología marxista- leninista para articular la lucha lesbiana, es imprescindible dejar claro para los fines de este artículo qué se considera como ideología y qué se entiende exactamente por su contenido marxista-leninista. La definición de ideología resulta necesaria, ya que esta ha sido utilizada de manera muy amplia, lo cual puede comprometer la utilidad analítica del concepto (Bourdieu y Eagleton, 1994). No se pretende entrar en una discusión teórica acerca de los diferentes significados del concepto. Por tanto, para efectos de este escrito, se aborda la ideología de una manera bastante acotada, a saber, en su faceta discursiva, pero también lo suficientemente amplia para considerarla como un conjunto definido de normas y valores sociales (Abercrombie et al., 1994) que un grupo busca transmitir a la comunidad.

Más allá de un concepto meramente político, Castro y Oceguera concebían la ideología marxista-leninista como inherentemente arraigada en su realidad cotidiana. Desde el principio de su proyecto de ponencia para el I Encuentro Internacional de Lesbianas de América Latina y del Caribe, se posicionan como pertenecientes a la clase trabajadora y como activistas políticas revolucionarias:

[La producción de la ponencia] se realizó con muchas dificultades ya que no contábamos con el tiempo ni el espacio necesarios para hacerlo, por razones de trabajo y por las actividades políticas con las que nos encontrábamos comprometidas: congresos sindicales, mítines contra la intervención norteamericana en Centroamérica, encuentros de mujeres trabajadoras, marchas contra la imposición de la planta nuclear y la lucha contra el heterosexismo en nuestros partidos de izquierda. (Castro y Oceguera, 1987, p. 5)

De este pasaje, se desprende una fuerte identificación con la clase trabajadora, con el contexto político internacional de la Guerra Fría, pero también con la lucha contra las exclusiones basadas en la identidad de género de las mujeres y de las lesbianas en particular. Ambas ponentes legitiman su discurso como una contribución a la ciencia marxista. Lo hacen en un contexto marcado por el “pensamiento heterosexual” (Wittig, 2006) que priva de la palabra a todos los sujetos que no corresponden al hombre heterosexual, bajo pretextos de que tales discursos carecen de fundamentos teóricos y científicos suficientes para ser escuchados. Las autoras insisten, desde el principio del texto de la ponencia, en explicar el fuerte vínculo entre el lesbianismo revolucionario y las luchas de las mujeres y del proletariado, lo cual corresponde a una conceptualización claramente inspirada por los pensamientos marxistas y leninistas. Retoman el famoso eslogan de Carlos Marx: ¡Proletarios de todos los países, uníos!, modificándolo para pasar un mensaje a las activistas lesbianas, no solamente en México, sino en el mundo entero: “¡Lesbianas proletarias del mundo, uníos!” (Castro y Oceguera, 1987, p. 5).

Ambas ponentes buscan legitimar la lucha lésbica como un asunto primordialmente político. Explican que, en el sistema de producción capitalista, todo pensamiento, toda creación o acción individual o colectiva es un acto político. De ello se desprende que la sexualidad también se tiene que analizar en su dimensión política, ya que “a pesar de que el sexo sea físicamente los órganos de placer, secreción y reproducción, es ante todo una manifestación y relación social y no una manifestación y relación genital” (Castro y Oceguera, 1987, p. 6). Precisamente, según esta visión, la sexualidad está controlada por los intereses políticos del poder. En el sistema capitalista, las mujeres son componentes indispensables del sistema de producción, puesto que dan vida a quienes forman parte de la clase trabajadora explotada, manteniéndoles, a su vez, para que puedan seguir produciendo la plusvalía en las fábricas al día siguiente. En estas líneas, se nota la influencia del pensamiento de algunas feministas francesas pertenecientes al materialismo, como Guillaumin (2005), quienes denunciaban justamente la opresión específica de la clase de las mujeres, víctimas de una apropiación completa de sus cuerpos y de sus personas por parte de la clase de los hombres.

Así, con el propósito de controlar la producción y el enriquecimiento capitalista se subordina a las mujeres. Una argumentación muy similar se puede observar en otras fuentes de la época, como en la convocatoria a la 3° Marcha del Orgullo Homosexual del 27 de junio de 1981, la cual explica que la libertad sexual va de la mano con una libertad política efectiva. En este sentido, se retoma la idea de que las mujeres están recluidas a la esfera doméstica para dar vida y alimentar a la fuerza productiva explotada que es masculina. Por ello, “por razones económicas y políticas” para dominar la producción y la acumulación capitalista de la riqueza es que la sociedad “controla, dirige, define, reprime, suprime e impone ciertos tipos de sexualidad” (Castro y Oceguera, 1987, p. 7), censurando la sexualidad de las mujeres que no corresponden a este esquema productivo heterosexual. De la misma forma que Guillaumin (2005), las ponentes insisten en la necesidad de incluir a las mujeres en la lucha obrera, mostrando a la vez su punto común con los proletarios −el hecho de ser explotadas por el sistema capitalista− y la particularidad de su explotación, marcada por una apropiación total y completa.

Por lo tanto, las ponentes retoman la argumentación marxista sobre la explotación de la clase trabajadora, visibilizando explícitamente a las lesbianas como víctimas del sistema capitalista. De este modo, pretenden insertarse en un discurso marxista-leninista, muy de actualidad en su época, para visibilizar y legitimar su propia lucha y, a la vez, explicar cuáles son las especificidades de su dominación determinada por el hecho de ser mujeres lesbianas.

1.2. Un pensamiento ligado al contexto mexicano represivo de los años ocheta

Es necesario tomar en cuenta el contexto histórico desde el cual están hablando las ponentes, puesto que ellas buscan transmitir su mensaje militante en una época caracterizada por una fuerte represión de la sexualidad lésbica por parte de la sociedad mexicana, tanto civil como estatal. Según Castro y Oceguera, esto se debe a que las mujeres lesbianas son quienes más perturban el sistema capitalista, ya que no tienen hijos1 y, por lo tanto, no contribuyen al crecimiento económico ni a la acumulación capitalista. De ahí se desprende igualmente un fuerte vínculo de la lucha lésbica con la de todas las mujeres, pero también las de la clase trabajadora, lo cual se traduce, a su vez, en una proximidad con las organizaciones sindicalistas y partidistas de izquierda.

Esta proximidad se explica por la posición estructural similar de estos grupos de población dentro del sistema de producción capitalista. El punto de convergencia entre estos diferentes colectivos de la sociedad mexicana es que sus luchas buscan precisamente el cambio total del sistema capitalista represivo, sin lo cual las lesbianas –de la misma forma que todos los grupos oprimidos– no podrán acceder a una vida libre. La opresión por parte del régimen priista se vivía en la vida cotidiana y estaba generalizada, embarcando a las lesbianas y los gays activistas, a las mujeres, al estudiantado y a quienes formaban parte de las organizaciones de izquierda. Todas las personas que pertenecían a estos sectores de la población vivían diariamente las razias policiales o las amenazas con publicar documentos confidenciales. A pesar de gestos políticos del presidente Luis Echeverría, quien buscaba posicionar a México como un país pionero en cuanto a los derechos de las mujeres2, la opresión estaba muy presente, lo cual se confirmó con la primera matanza ocurrida en Tlatelolco en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre de 1968, cuya masacre dejó un horrible saldo de entre trescientas y cuatrocientas personas muertas. La lucha contra la represión es de suma importancia para todas las organizaciones militantes del movimiento lésbico-gay en la medida en que el activismo lésbico ha sido fuertemente reprimido durante el periodo de finales de los años setenta y la década de los ochenta, cuando ya había empezado la transición hacia la democracia tras una larga hegemonía priista.

Hablando del contexto, también es importante entender las circunstancias históricas dentro de las cuales se inserta la ponencia. La década de 1980 ha sido una época durante la cual el activismo lésbico mexicano ganó una visibilidad que nunca había tenido. A finales de aquella década, se llevó a cabo el Primer Encuentro Lésbico Latinoamericano, un evento inimaginable en el contexto de los años setenta3. En toda la región latinoamericana, los y las militantes lésbicas, homosexuales y feministas asistían a estos congresos. Aquí reivindicaban la legitimidad de sus discursos, el derecho al placer sexual independiente de una penetración por parte de un hombre, la lucha contra los discursos sobre las mujeres frígidas, provenientes del psicoanálisis, y el ideal de una complementariedad heteronormada de los órganos sexuales, propulsada por la sexología (Trebisacce, 2015).

Sin embargo, esta también fue una década marcada por una fuerte desmovilización debido a la crisis de la deuda, cuando muchas lesbianas y gays tuvieron que volver a entrar al clóset (Hinojosa, 1999, pp. 177-189). Hay aquí un paralelo interesante con lo que plantea Hartman (1987) sobre la evolución del activismo feminista de izquierda en Estados Unidos. Este dejó de ganar visibilidad con los problemas económicos marcados por una fuerte inflación. Fue entonces cuando los discursos provenientes de la izquierda se centraron en la categoría del proletariado, marginando las particularidades de las mujeres.

En México, durante una fuerte crisis económica que se desató en los años ochenta, muchas personas jóvenes regresaron a vivir con sus familias, lo cual implicó la necesidad de esconder –o, por lo menos, no vivir libremente– su sexualidad. Esto les impedía a su vez que siguieran con la militancia a favor de sus derechos sexuales. Además, en los ochenta se hicieron visibles las tensiones entre las diferentes tendencias ideológicas de las organizaciones lésbicas mexicanas (Careaga, 2011).

En resumen, con su ponencia, Castro y Oceguera afirmaron una clara proximidad entre las luchas lésbico-feministas y las proletarias. Por lo tanto, esta ponencia se puede entender como una justificación de la legitimidad de las organizaciones lésbicas revolucionarias. Pero ¿cómo explicar el uso de estos discursos, más allá de su contenido ideológico? A continuación, se analizarán estas razones detrás del uso de la ideología marxista-leninista como una herramienta de movilización desde una perspectiva de género.

2. El porqué de ser lesbianas marxista-leninistas en México en las décadas de 1970 y 1980

La pertinencia de los argumentos marxista-leninistas en los discursos de las formaciones activistas lideradas por Yan María Castro no reside en su dimensión estrictamente política, sino que tiene que ver con el género, como se explica a continuación.

2.1. Luchar contra la lesbofobia feminista

Una primera explicación reside en el uso de la ideología marxista-leninista como una herramienta estratégica con la finalidad de posicionarse y de ganar visibilidad en el ambiente activista y político mexicano, enfrentando una triple marginalización de las activistas lésbicas, basada en su identidad de género. Estas exclusiones no son propias del contexto mexicano de la década de 1980. De hecho, la argumentación del lesbianismo político que se presenta y analiza a continuación proviene de las ideas socialistas del siglo XIX y del feminismo radical estadounidense de los años setenta. De la misma manera, la triple exclusión se tiene que insertar en un marco más amplio del feminismo socialista global. Por ejemplo, algunos grupos feministas estadounidenses, tales como LavenderMenace (“La amenaza violeta” en español), fueron fundados precisamente para protestar contra las exclusiones de las militantes lesbianas por parte de las organizaciones feministas.

Una perspectiva analítica de género permite comprender que las activistas lesbianas han sido excluidas y marginadas por las organizaciones militantes feministas en una época (1970-1980) represiva hacia las lesbianas y los gays. Yan María Castro se dio cuenta de esta marginalización de las lesbianas tras haber regresado de su estancia en Francia:

En la Coalición, me di cuenta de que las demandas por las que se luchaba eran necesarias y justas, pero que respondían a las necesidades de las mujeres heterosexuales; no había demandas lesbianas. Solo Cristina había comentado que era lesbiana, de manera muy privada a otras de las compañeras de la Coalición. Cuando me abrí como lesbiana en coalición, al principio se sacaron de onda, me daban una palmadita y me decían: ‘De todas maneras te apreciamos, está bien que seas eso, aquí respetamos a todas las mujeres, pero quizá no convenga que lo digas al exterior’. Después de Europa, era muy difícil para mí volver al clóset. (Mogrovejo, 2000, p. 76)

La principal razón de esta exclusión consistía en el miedo que tenían las militantes feministas heterosexuales de ser rechazadas por la sociedad mexicana muy heteronormada y de perder la legitimidad que difícilmente estaban adquiriendo, al reconocer públicamente la presencia de activistas lesbianas en sus organizaciones. Así, Castro explica que “cuando les dijimos que queríamos ingresar a la Coalición de Mujeres, nos dijeron de manera muy diplomática que no era conveniente, que podría ser muy peligroso porque el pueblo de México no estaba acostumbrado a ese tipo de cosas, que eso era la experiencia europea” (Mogrovejo, 2000, p. 78). En tal contexto, que caracterizaba también a otros países latinoamericanos como Argentina, el feminismo se consideraba como una lucha más completa, por la transformación de una sociedad patriarcal y heteronormada, mientras que la lucha lésbica era vista por algunas solo como una reivindicación de un reconocimiento positivo y explícito de la sexualidad lésbica (Trebisacce, 2015).

Esta actitud de rechazo hacia las activistas lesbianas no era nada nuevo en México a finales de los años 70. De hecho, Hinojosa (1999) explicó que la palabra lesbiana apareció por la primera vez en los medios de comunicación mexicanos en la ocasión de la Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer. En el marco de este acontecimiento, se publicó en el Excelsior del 24 de julio de 1975 un artículo cuyo título era “Defendían las chicas de Estados Unidos el homosexualismo”. De dicho título, se desprende claramente la impresión según la cual ser lesbiana es una invención estadounidense que ciertas activistas desean importar a México. Hinojosa dejó claro que el artículo describía el desarrollo de las discusiones acerca del lesbianismo de las mujeres, insistiendo en un rechazo marcado de una gran parte de las activistas feministas heterosexuales presentes en la conferencia. Esta hostilidad también tenía que ver con el tabú que existe en nuestras sociedades acerca de la posibilidad de que dos mujeres tengan relaciones sexuales (Freedman, 2002).

La sociedad mexicana de los años 70 y 80 se caracterizaba por un orden heteronormado y jerarquizado, atravesado por relaciones de dominación no solamente entre los hombres (superiores) y las mujeres (inferiores), sino también entre lo heterosexual (superior) y lo lésbico/homosexual (inferior). Retomando a Connell (2015), el género “depende del momento histórico y se carga de sentido políticamente. La vida diaria es un ámbito de la política de género, no una forma de evadirlo” (p. 15). El género tiene entonces un contenido inherentemente político e históricamente situado. En tal sistema jerarquizado, las lesbianas enfrentaban una doble marginación: como mujeres (inferiores a los hombres) y como lesbianas (inferiores a las mujeres heterosexuales y a la lucha feminista).

En aquel contexto, las militantes lesbianas podían formar parte de los colectivos feministas, pero solamente si no salían públicamente del clóset. Esta opresión simbólica, progresivamente interiorizada por la mayoría de las integrantes del movimiento lésbico mexicano, ha sido también al origen de una de las principales dificultades de la primera organización lésbica, Lesbos, fundada por Yan María Castro en 1977. La principal razón detrás de la disolución de esta organización, y de la fundación del grupo Oikabeth por Castro, reside en esta tensión entre ser un grupo de reflexión de mujeres lésbicas en anonimato, y sin una ambición de asumirse lesbianas públicamente –entre otras razones, estaban el miedo de perder su trabajo o de ser perseguidas por el régimen de alguna otra manera–, así como la visión de Castro de una lucha pública, revolucionaria y abiertamente lesbiana, cuya finalidad era transformar la sociedad capitalista, machista y heteronormada. De esta lucha de poder, basada en las jerarquías de género, surgió la necesidad de tener una lucha propia, creando un nuevo sector activista fuertemente influenciado por la experiencia europea de Castro. Así, la activista explica las razones de su ruptura con Lesbos después de la marcha del 26 de julio de 1978:

Al día siguiente de esta marcha salieron muchos artículos en los periódicos, fue un escándalo nacional: ‘A unos putos no les daba vergüenza decir lo que eran y, además, en una marcha de apoyo a Cuba’. Eran puros homosexuales. Luz María y yo nos contactamos rapidísimo con el FHAR. Entonces les dijimos [a las militantes de Lesbos] ‘ya salieron los homosexuales, nadie los ha matado, ni linchado así que vamos a salir nosotras’ y nos dijeron ‘no salimos, rompemos con ustedes y si quieren sálganse del grupo’. Éramos como quince, y sólo cuatro o cinco que planteábamos la salida del Clóset. Como se negaron a salir a la luz pública, rompimos con Lesbos. (Mogrovejo, 2000, p. 81)

Las lesbianas enfrentaban una “feminidad hegemónica” -parafraseando a la masculinidad hegemónica de Connell (2015)- según la cual la mujer es heterosexual, destinada a ser esposa y madre de familia. En una época donde las mujeres heterosexuales luchaban para su emancipación de los hombres, muchas de ellas mostraban reticencia ante un cuestionamiento lésbico del patriarcado heterosexual. En este sentido, es clave recordar que ser feminista no necesariamente es equivalente a luchar contra la jerarquización heterosexual de la sociedad. Estas lógicas de dominación no se limitaban a los grupos feministas heteronormados como se demostrará a continuación.

2.2. La misoginia de las organizaciones militantes gays y mixtas

En segundo lugar, la dominación jerárquica de género (Connell, 2015) que excluía y marginaba a las lesbianas estaba presente también en las organizaciones activistas del movimiento lésbico-gay. Cuando este empezó a organizarse formalmente en México, se fundó una primera organización, el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR). Este movimiento ha sido integrado sobre todo por hombres, pero también por algunas mujeres, entre quienes se encuentra Yan María Castro. En un esfuerzo conjunto, las y los militantes de este colectivo organizaron la primera marcha donde se visibilizaron lesbianas y homosexuales, la cual tuvo lugar en la Ciudad de México el 26 de julio de 1978. Esta marcha se llevó a cabo en gran parte para expresar públicamente el rechazo de la represión que muchos grupos activistas sufrían por parte del régimen, así como para afirmar la solidaridad con la Revolución cubana.

La solidaridad con las luchas contra los regímenes autoritarios en América Latina ha sido una parte muy importante del activismo lésbico encabezado por Castro. Sin embargo, es importante comprender que, en el contexto de marginación de las lesbianas en un sistema opresivo de las relaciones de género, las ideas revolucionarias iban mucho más allá de su dimensión política y tenían una finalidad muy concreta: mejorar la realidad social cotidiana de las lesbianas en el México de las décadas de 1970 y 1980. Se trataba de posicionarse simbólica y estratégicamente para reforzar la legitimidad de la lucha lésbica revolucionaria.

Para ello, las activistas pretendían insertar su lucha dentro de un panorama de levantamiento contra el sistema capitalista opresivo en el contexto de la Guerra Fría y del autoritarismo de los gobiernos de derecha en la mayoría de los países latinoamericanos. De allí que ya no resulta tan sorprendente la permanencia del discurso marxista-leninista en los años ochenta. Si bien en el escenario europeo o estadounidense, esa retórica en fechas tan tardías como finales de los ochenta podría parecer anacrónica, en Latinoamérica la situación era muy distinta. En la región, paradójicamente, la progresiva liberalización contribuyó a reforzar la potencia de las doctrinas comunistas y marxistas con el fortalecimiento de los movimientos populares y los frentes socialistas.

Por lo tanto, quizá con la excepción del componente leninista, el discurso de las organizaciones de Castro no tiene por qué verse muy peculiar. De hecho, el maoísmo-guevarismo, el trotskismo y la socialdemocracia eran los discursos más dominantes en el socialismo mexicano y latinoamericano (Semo, 2003). De esta manera, las revolucionarias lideradas por Castro, marginadas en una sociedad heteronormada, han querido insertarse en los marcos interpretativos sociopolíticos dominantes de su tiempo para buscar reconocimiento y revertir los patrones de dominación machista y heterosexual. Se puede ver que su compromiso con la revolución iba más allá de lo político, dado que han expresado su apoyo a las revoluciones cubana y salvadoreña, pero sin participar activamente en las actividades guerrilleras (Grinnell, 2014).

Póster de 1980 “Lesbianismo y revolución”, hecho por el Seminario Marxista Leninista Feminista de Lesbianas.
Imagen 1
Póster de 1980 “Lesbianismo y revolución”, hecho por el Seminario Marxista Leninista Feminista de Lesbianas.

Este póster (véase imagen 1) ayuda también a comprender mejor la importancia del respaldo expresado a los movimientos revolucionarios por las activistas lésbicas marxista-leninistas. Se trata de un póster en el que se convoca a la movilización para la marcha del orgullo del 28 de junio de 1980, hecho por una de las organizaciones revolucionarias encabezadas por Castro. En este se percibe claramente un estrecho vínculo entre el lesbianismo y la revolución, simbolizado por un dibujo de una mujer revolucionaria cubana (Grinnell, 2014). Además, se puede identificar una voluntad explícita de vincularse con la clase trabajadora a través de la siguiente consigna: “Somos obreras, madres, empleadas, profesionistas, campesinas…”, así como con las feministas heterosexuales: “somos mujeres que hemos elegido una vida propia” con la finalidad de “romper el aislamiento”.

El aislamiento que evoca el póster no es generalizable a todas las organizaciones del movimiento lésbico-gay; en México, también existían organizaciones mixtas, como el grupo Lambda, donde las mujeres disponían de espacios exclusivos de discusión no accesibles a los hombres (Mogrovejo, 2000). Sin embargo, el peso de esta organización no se compara con el del FHAR. La misoginia de los movimientos gays, así como la marginalización de las lesbianas en los medios de comunicación, dieron lugar a una ruptura de Yan María Castro con estas organizaciones, la cual se materializó con creaciones de nuevos grupos militantes integrados exclusivamente por mujeres lesbianas e independientes con respecto a las organizaciones gays. Para superar la dominación de género, la lucha social de Castro se adaptó al contexto político imperante de la época, respaldando las luchas revolucionarias de izquierda.

2.3. La lesbofobia de las organizaciones políticas y sindicales de izquierda

En tercer lugar, aunque las organizaciones de izquierda compartían con el movimiento lésbico-gay la situación de ser víctimas de la represión autoritaria por parte del PRI –hecho por el cual se convirtieron, dentro de una sociedad marcada por relaciones de género jerarquizadas, en posibles aliados de la lucha contra la múltiple opresión–, la aproximación entre ambas vertientes del activismo político y social no estuvo exenta de tensiones.

De hecho, la homosexualidad de las y los militantes no ha sido aceptada por toda la izquierda ni tampoco vista sin ninguna complicación, lo cual se nota al examinar la prensa de la época. De esta forma, algunos militantes del Partido Comunista Mexicano (PCM) se expresaban de la siguiente manera acerca de la integración de la lucha homosexual –invisibilizando así completamente a las lesbianas– en un comentario sobre la marcha de la Revolución cubana donde participaron militantes lésbicas y gays.

Estamos llegando a tiempos de Sodoma y Gomorra. …Los miembros de ese novedoso como estrafalario partido de homosexuales se han reunido y han celebrado mítines en plena ciudad de México, para protestar contra la persecución policíaca a que se les ha sometido. ...Pueden pertenecer a cualquier partido sin hacer notorias sus malas costumbres. Se trata de sujetos desviados pero que, por lo menos, ocultan sus debilidades y hacen su forma íntima en forma por lo demás discreta o escandalosa, pero guardando la línea del partido político al que pertenecen. (Álvarez, 1978, p.1)

En este pasaje, se nota una doble marginación. Por un lado, se demoniza lo homosexual como una conducta que vendría a subvertir el orden hegemónico de la sociedad mexicana heteronormada. Por otro lado, se invisibiliza a las lesbianas dentro del movimiento lésbico-gay. Es imposible generalizar esta hostilidad entre todos los partidos de izquierda. Por ejemplo, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), de orientación ideológica trotskista, ha reconocido la presencia militante activa de lesbianas y gays en sus rangos. Sin embargo, en el caso del Partido Comunista Mexicano, esta integración ha sido mucho más lenta y complicada, como lo demuestran las fuentes históricas.

Estas complicaciones ilustran muy bien el “infeliz matrimonio” (Hartman, 1987) entre el marxismo y el feminismo. Si “el seminario Marxista Leninista Feminista de Lesbianas surgió, en 1984, como círculo de estudio integrado por lesbianas para investigar la relación… entre la lucha de la clase trabajadora y la lucha de las mujeres” (Castro, 1984), es debido a que esta relación no tuvo, desde sus principios, nada automático. En la plena década de los años 80, las feministas de izquierda como Guillaumin (2005) y Hartman (1987) denunciaban la marginación de la lucha feminista por sus compañeros hombres, quienes la percibían a menudo como algo insignificante frente a las dificultades reales y sustanciales del proletariado.

Por lo tanto, las organizaciones lésbicas lideradas por Castro tuvieron que posicionarse entre “el socialismo patriarcal”, el “socialismo feminista” y el “feminismo reaccionario” (Castro, 1984). Así fue como decidieron afiliarse al feminismo socialista en busca de atenuar las tensiones imperantes entre el marxismo y el feminismo y para lograr, a su vez, “un socialismo sin sexismo”.

Esta ambigüedad de los líderes de izquierda con respecto a los colectivos feministas y lésbico-gay también se ilustra con los movimientos revolucionarios latinoamericanos. Por ejemplo, algunos de los líderes políticos y sociales revolucionarios –como Salvador Allende en Chile o Fidel Castro en Cuba– actuaron abiertamente en contra de los homosexuales. Como nos explica Carlos Monsiváis (2004), Salvador Allende afirmó lo siguiente: “A mí me pueden acusar de todo, menos de maricón.” En cuanto a Fidel Castro, este creó campos de concentración para los homosexuales en los cuales ellos se tenían que “reeducar”.

Por lo tanto, es necesario problematizar la vinculación de las organizaciones lésbicas revolucionarias con la izquierda y la revolución socialista, puesto que en algunos aspectos se trataba de regímenes muy opresivos para las lesbianas y los homosexuales. Para retomar las ideas de Guillaumin (2005), es posible decir que los pensamientos sexistas y antifeministas estaban presentes, en la década de los 80, en todas las corrientes políticas, desde la derecha hasta la izquierda “más roja”.

Es necesario aprehender la vinculación con la revolución socialista sin idealizarla y mucho más allá de su dimensión política institucionalizada. Asimismo, se necesita estudiarla como una herramienta estratégica para articular las reivindicaciones revolucionarias con una lucha por la igualdad de reconocimiento de las lesbianas, en una sociedad atravesada por profundas desigualdades de género que marginaban a las lesbianas, impidiéndoles tener una vida sexual-afectiva libre y existir como sujetos de derechos.

Ese razonamiento se puede ilustrar particularmente bien al examinar las acciones de las organizaciones marxista-leninistas lideradas por Castro. Si bien la dimensión ideológica era muy importante en todas sus organizaciones, estas no se relacionaban directamente con los partidos políticos, guardando así su distancia crítica frente al posible peligro de la absorción de su lucha por el razonamiento marxista. Se trataba más bien de adecuar su lucha a los ideales revolucionarios expresados por las doctrinas del marxismo y del leninismo para dar una mayor legitimidad a sus reivindicaciones, reconociendo y protegiendo, al mismo tiempo, el carácter particular de sus posturas.

En resumen, el discurso marxista-leninista en las organizaciones lésbico-feministas encabezadas por Castro permitía a las activistas luchar contra una triple exclusión y marginación, basada en un sistema de género opresivo, para insertarse en el emergente paisaje militante mexicano y para brindar una mayor legitimidad a su lucha. La relación del movimiento liderado por Castro con las organizaciones de izquierda no estuvo exenta de tensiones y contradicciones, las cuales atravesaron el complejo nexo entre el pensamiento marxista y el feminismo (Hartman, 1987). Sin embargo, estos argumentos también servían para mantener una cierta disciplina frente a problemas internos de las organizaciones en el difícil contexto de la década de los ochenta.

3. Mantener disciplina y coherencia frente a problemas internos en la difícil década de los años ochenta

De hecho, el uso del discurso marxista-leninista por parte de Yan María Castro servía para mantener una cierta disciplina y coherencia de sus organizaciones frente a las tensiones internas, así como de cara al difícil contexto político y social de los años 80, década marcada por la pandemia del sida, la cual llevó a una clara ruptura con los movimientos homosexuales, a la crisis de la deuda y la represión policial creciente.

Así, para los grupos como Oikabeth, la ideología jugaba un papel integrador central, como lo explica el siguiente testimonio de una de las militantes de esta organización acerca de las lecturas obligatorias para todas las integrantes de varias de los colectivos progresivamente encabezados por Castro. En cuanto a Oikabeth I: “Los cinco libros básicos eran: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, de Engels; El segundo sexo, de Simone de Beauvoir; Política sexual de Kate Millet; La respuesta sexual Humana, de Master y Johnson; El capital de Marx” (Mogrovejo, 2000, p. 83).

Este discurso les servía a la vez como una herramienta estratégica para superar la marginalización sistemática de género en las interacciones con el exterior, pero también para disciplinar a las militantes, quienes empezaban a ver en las organizaciones no solamente espacios de lucha política, sino también de sociabilidad, de ligue, de consumo de alcohol y drogas:

Ahí eran momentos para cooptar. Había mucho intercambio sexual y eso dificultaba avanzar. Había épocas en que llegaban muchas mujeres buscando una relación, un acostón, una pareja. Había épocas en que el hostigamiento era muy fuerte, aún entre nosotras. Ali decía que era un nido para conseguir ligue. Las reuniones de OIKABETH eran el ligue, para el lucimiento, para conseguir a la chava. La chava nueva era la chava codiciada, y si era bonita era más. (Mogrovejo, 2000, p. 87)

Para reaccionar a esta evolución, Castro seguía insistiendo sobre la importancia de las convicciones ideológicas revolucionarias:

Pensábamos conquistar lo político... y liberar todo el pueblo trabajador: obreros, políticos, indígenas. Mientras Luz María y yo impulsábamos al grupo a participar en guardias nocturnas en las huelgas, participar en marchas obreras y campesinas, en las asambleas sindicales, el grupo empezó a reventarse, a hacer fiestas y desmadre. (Mogrovejo, 2000, p. 87)

Por ello, se puede decir que a Castro no le interesaba convertir a sus compañeras de lucha en líderes políticas, sino más bien mantener una cohesión de sus organizaciones alrededor de esta doctrina que, según ella, las unía. En un contexto social difícil, la activista sabía que era poco probable lograr sus metas sin una unidad interna. Si las lesbianas en México se tenían que enfrentar a una marginación sistemática por parte de las feministas, de los militantes gays, de la prensa y de una gran parte de las organizaciones de izquierda, también enfrentaban una opresión mucho más violenta por parte del régimen priista. En una época donde el régimen no dudaba en enviar agentes secretos para infiltrar las organizaciones lésbicas, Castro se refugiaba en el marxismo-leninismo para reafirmar la legitimidad de la lucha:

Tuvo agentes lesbianas y homosexuales que metieron las drogas para destruir el movimiento, para quitarle su carácter político porque el movimiento se estaba convirtiendo en un movimiento muy fuerte en contra de las drogas no por moralismo, sino porque sabía que eso era para destruir el movimiento. (Mogrovejo, 2000, p. 87)

Dicho de otra manera, el poder político que representaba los intereses de género masculinos y heterosexuales veía en el activismo de Castro una real tentativa de subversión del orden heteronormado establecido. Por lo tanto, sus colectivos militantes se convirtieron en blancos del régimen en la guerra sucia, y se intentó desacreditarlos por todas las vías posibles. En este contexto, caracterizado por una configuración de género como un sistema atravesado por luchas constantes de poder (Connell, 2015), parece convincente la voluntad de dotar la organización de una fuerte y sólida base ideológica para que no quedara ninguna duda sobre sus objetivos, sobre su razón de ser.

Sin embargo, la corta duración del funcionamiento de la mayoría de las organizaciones lideradas por Castro puede hacer pensar que no todas las militantes compartían su lectura de la ideología marxista-leninista tan marcada y explícita. Por eso, en la siguiente sección, se analizará el peso de las posiciones ideológicas de Castro dentro de estas organizaciones revolucionarias.

4. La unidad de fachada: una posición dudosa de Yan María Castro como líder incontestable de las organizaciones lésbicas marxista-leninistas en la Ciudad de México de los años ochenta

Para compensar el sesgo de las fuentes que fueron, en su mayoría, conservadas y presentadas por la propia Yan María Castro, resulta necesario contrastar sus relatos con testimonios de otras activistas. En este sentido, se parte de la investigación de Mogrovejo (2000), la cual permite deconstruir la aparente homogeneidad y unidad del liderazgo de Yan María Castro. Siguiendo a Castells (2012), se necesita reconocer la pluralidad de las movilizaciones sociales para estudiarlas. El autor explica que se precisa sacar a las personas quienes forman parte de un movimiento social de la “multitud indiferenciada” que acompaña al “típico héroe” –en este caso, Yan María Castro–, ya que “las prácticas que permiten… el cambio de las instituciones y, en última instancia, de la estructura social, las realizan los individuos: personas de carne y hueso” (pp. 29-30).

Como lo reconoció abiertamente Castro en su entrevista con Mogrovejo (2000), “como yo era socialista, dijimos que [Oikabeth] era un grupo socialista, aunque a todo el mundo le valía” (p. 80). Así, si bien las organizaciones se definían como socialistas, lo cual se notaba en sus acciones –“participar en guardias nocturnas, en las huelgas, participar en marchas obreras y campesinas, en las asambleas sindicales” (Castro, 1984, p. 87)– en realidad no había dentro de ellas una adhesión ideológica real por parte de todas las militantes. Estas recurrían al marxismo-leninismo para legitimar su identidad sexual y de género en un contexto de alta marginación. El marxismo-leninismo permitía dotarlas de una unidad externa que no necesariamente se traducía en una homogeneidad interna.

Muchas no se atrevían expresar abiertamente su oposición. Sin embargo, hubo quienes sí lo hicieron, como Patria Jiménez, quien desaprobaba la gestión de Castro, percibida como autoritaria. Este enfrentamiento dio lugar a la salida de Castro de Oikabeth y a la fundación del grupo de Lesbianas Socialistas. Si bien las ideas de Yan María Castro han contribuido ciertamente a darle forma al activismo lésbico en México –ya que, en sus organizaciones, se dieron discusiones clave acerca de la necesidad de salir del clóset, y también otras acerca del papel de la ideología para la legitimidad externa del movimiento– tampoco se puede romantizar su papel ni sobrestimar su peso.

En efecto, es necesario reconocer más bien que no todas las militantes se adherían a los ideales marxista-leninistas, formulados y propulsados por Yan María Castro. Esto permite, a su vez, poner en tela de juicio la imagen de una posición hegemónica de Castro dentro del campo del activismo lésbico revolucionario como el “típico líder”. A través de testimonios de integrantes de las organizaciones encabezadas por Castro, tales como Oikabeth, se desprende claramente un disenso importante dentro de la militancia del colectivo acerca del papel del grupo: “De las diferencias con Yan [Castro], esencialmente que se nos pidiera que fuéramos lesbianas puras 100% a toda prueba, impermeables a todo, porque todas vivimos procesos diferentes dependiendo de las personas” (Mogrovejo, 2000, p. 86).

A continuación, se llevará a cabo una reflexión acerca de los retos a los cuales nos enfrentamos quienes llevamos a cabo investigaciones históricas con la finalidad de reconstruir memorias individuales y colectivas.

5. A manera de conclusión: los retos de la reconstrucción histórica de una memoria activista

Para concluir, se demostró en este artículo que la ideología marxista-leninista ha sido usada por algunas agrupaciones lésbico-feministas, que se denominaron revolucionarias en este artículo, para hacer frente a una triple exclusión y marginación de las activistas lesbianas en un sistema social de género disparejo y atravesado por incesantes luchas de poder. Se trataba de ganar más legitimidad social con el objetivo supremo de justificar su lucha y también para mantener una cierta disciplina y orden al interior de las organizaciones en un contexto bastante complicado dentro de la década perdida de los 80.

Asimismo, los usos de esta ideología no implicaban necesariamente la adhesión verdadera e incondicional de todas las militantes a estos ideales. De hecho, varios testimonios apuntan más bien a que, a diferencia de la versión relatada por Yan María Castro, muchas militantes preferían guardar una unidad de fachada, o confrontar a Castro directamente, como ocurrió en el caso de Patria Jiménez. La rigidez de Castro en cuanto al uso de la ideología marxista-leninista puede ser interpretada como una de las causas detrás de la poca estabilidad y duración de sus organizaciones.

Para terminar, es importante reflexionar sobre los retos que se deben enfrentar en investigaciones históricas con una perspectiva de género. En tales investigaciones, las fuentes de la época son piezas clave, ya que a través de ellas se da una aproximación a las vivencias de las personas, a eventos y periodos de interés. Sin embargo, retomando a Cvetkovich (2018), la noción del archivo histórico adquiere un sentido muy distinto. Al tratar de reconstruir la memoria de las militantes lesbianas en Estados Unidos, la autora tuvo que pasar por una propuesta metodológica disruptiva para construir un archivo del sufrimiento, integrado por fuentes tan diversas como testimonios, entrevistas, discursos, espectáculos, etc.

En esta investigación, también se tuvo que enfrentar el problema de la escasez de las fuentes. Además, dado que la investigación se llevó a cabo en pleno confinamiento causado por la pandemia del Sars-CoV-2, todos los archivos físicos estaban cerrados, por ende, con muy pocas posibilidades de acceso presencial. Por ello, se vio la necesidad de buscar las fuentes en línea, lo cual se consiguió esencialmente gracias a la plataforma digital M68, desde la cual accedimos gratuitamente a varias fuentes de la época.

Para llevar a cabo el presente estudio, se interrogaron los sesgos de cada una de las fuentes. Por ejemplo, en el caso del artículo escrito por Álvarez (1978), no se puede tomar acríticamente su afirmación sobre “lo homosexual”, puesto que, además de marginar la lucha homosexual, invisibiliza completamente su componente lésbico. Por ello, reconstruir una memoria del militantismo lésbico requiere un esfuerzo sistemático de situar las fuentes en su contexto, teniendo en cuenta que, frecuentemente, su finalidad era borrar por completo de la memoria colectiva y del discurso social las identidades sexo-genéricas que no encajaban con el ideal hegemónico del macho heterosexual y de la mujer pasiva madre de familia. Para superar este tipo de sesgos, quienes investigamos debemos hacer dialogar las fuentes entre ellas y completar su comprensión con trabajos de investigación ya disponibles y sensibles a la perspectiva de género.

En el caso del presente estudio, se empezó situando el tema dentro de un contexto mexicano e internacional, es decir, dentro de un panorama más amplio de estudios sobre las izquierdas en México y en Latinoamérica en las décadas de los 70 y 80. Después, se revisaron algunas referencias teóricas de investigaciones acerca del movimiento lésbico-gay en México para identificar los nichos dentro de los cuales se iba a insertar la contribución del presente estudio.

Siguiendo a Castells (2012), también se trató de limitar el sesgo de ver al activismo lésbico marxista-leninista en México como un asunto monopolizado por Yan María Castro. Para limitar el sesgo importante de las fuentes históricas –resguardadas y presentadas por la misma persona sobre quien se quería investigar– se pasó por una triangulación sistemática de las fuentes de la época con investigaciones históricas y testimonios. Esta fue la única opción metodológica viable encontrada, teniendo en cuenta el contexto pandémico que no solamente imposibilitó la consultación presencial de los archivos, sino también la realización de entrevistas, por ejemplo.

Para llevar a cabo este estudio, también fue necesario un posicionamiento reflexivo como investigador con respecto al tema de análisis. De hecho, no es lo mismo investigar sobre el activismo lésbico siendo mujer heterosexual, mujer lesbiana involucrada en las organizaciones activistas o siendo –como en este caso– hombre gay. Además, a lo largo de la investigación hay un esfuerzo para no reproducir marginaciones que sufrieron las militantes lesbianas dentro de varias organizaciones lésbico-gays en México, pero también para no reproducir visiones esencializadoras de la misma Yan María Castro, quien menospreció, en algunos de sus discursos, las maternidades lésbicas. Para ello, se consultaron tanto referencias clásicas, como las de Guillaumin (2005), pero también unas más recientes y provenientes de otros países latinoamericanos (Trebisacce, 2015) con miras a hacerlas dialogar con el análisis realizado de las fuentes históricas.

Es importante hacer una última precisión. El objetivo de este trabajo no es criticar sin fundamento la contribución de Yan María Castro al activismo lésbico mexicano. Se trata más bien de reconocer el posicionamiento de Castro como una “guardiana de la verdad”, en el sentido de Pollak y Heinich (2006). De la misma manera, Castro es incontestablemente una figura clave del activismo lésbico mexicano y, por tanto, es justo y necesario que su palabra tenga mucho que decir en la construcción de la memoria histórica del movimiento para transmitirla a las generaciones futuras. Sin embargo, sus contribuciones se deben analizar críticamente si lo que se quiere es reconstruir una memoria histórica incluyente; una de las motivaciones mayores de los estudios de género es precisamente mostrar la heterogeneidad y la pluralidad de las “categorías analíticas cómodas” (Castells, 2012, p. 29), como lo es el activismo lésbico marxista-leninista. Seguirla construyendo será sin duda un gran reto para las futuras investigaciones.

Agradecimientos

Quisiera agradecer con mucho cariño a la Dra. Gabriela Cano y al Dr. Saúl Espino, quienes me han guiado a lo largo de todo el proceso de esta investigación y quienes siempre me han apoyado.

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Notas

1 Es importante tomar en cuenta que estos pensamientos se formularon en los años ochenta, cuando todavía no se desarrollaban las diferentes técnicas de reproducción asistida, ni tampoco se contemplaba la posibilidad de que las parejas de lesbianas pudieran adoptar. Sin embargo, la visión que tiene Castro de las maternidades lésbica es esencialista. Incluso antes de que existieran tecnologías reproductivas o legislación que permitiera la adopción, las mujeres lesbianas ya tenían hijas e hijos, dado que muchas venían de relaciones sexoafectivas con varones.
2 Esta voluntad se tradujo particularmente en la elección de la Ciudad de México como la sede de la Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer en 1975, coincidiendo con el Año Internacional de la Mujer, cuya organización estuvo a cargo de la ONU. Es importante resaltar el rechazo sistemático de este evento por casi todas las feministas mexicanas, quienes vieron en él una búsqueda de legitimidad y popularidad de un régimen político autoritario y represivo.
3 Ciertas autoras como Hinojosa (1999) subrayan que la organización del encuentro estuvo muy marcada por tensiones y desacuerdos internos, los cuales impidieron finalmente a Castro y Oceguera que presentaran la ponencia. Sin embargo, más allá de las dificultades organizativas, el encuentro fue un considerable avance en cuanto al reconocimiento de la legitimidad del activismo lésbico en el contexto mexicano y latinoamericano.
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