Universidad de Costa Rica, Posgrado en Gerontología, Anales en Gerontología

Número 12, Año 2020/ 65-88  ISSN: 2215-4647

ENVEJECIMIENTOS Y CONSTRUCCIONES DE GÉNERO DESDE LAS RELACIONES FAMILIARES EN EL CURSO DE VIDA

AGING AND GENDER CONSTRUCTIONS FROM FAMILY RELATIONSHIPS IN THE LIFE COURSE

Angélica María Razo-González1, Evelyn Hernández-Calderón2,

Martha Patricia López-González3

RESUMEN

El género responde a biografías que permiten observar su identidad y determinar relaciones familiares y roles aprendidos en distintas cohortes y condiciones vitales. Hombres y mujeres envejecientes afrontan situaciones, generan sentido vital y transmiten su visión. Objetivo analizar la construcción de los roles de género desde las relaciones familiares, en el curso de vida y su repercusión en el envejecimiento. Metodología cualitativa fenomenológica-hermenéutica, con entrevistas semiestructuradas. Análisis de cómo los hombres visualizan roles femeninos y masculinos, asimismo de cómo mujeres perciben roles femeninos y masculinos. Resultados los roles definidos y trasmitidos en la niñez cambian en el curso vital, más por vivencias y vejez que por cambio ideológico. Construir una familia es relevante para ambos sexos, con diferencias de género. Conclusión la familia como entramado multifactorial construye roles de género; las expectativas de madres y padres son transmitidas con influencia del contexto y elementos biográficos. Los hombres adultos mayores consideran importante la familia como elemento de acompañamiento y atención, mientras las mujeres adultas mayores destacan su importancia emocional más que instrumental.

PALABRAS CLAVE: Género, Envejecimiento, Curso de vida, Familia.

ABSTRACT

Gender responds to biographies that allow us to observe their identity and determine family relationships and roles learned in different cohorts and vital conditions. Older men and women face situations, generate vital sense, and convey their vision. The purpose of this research was to analyze the construction of gender roles from family relationships during life and their impact on aging. A qualitative phenomenological-hermeneutical methodology and semi-structured interviews were used to analyze how do men visualize feminine and masculine roles and how do women perceive female and male roles. The results showed that the roles defined and transmitted in childhood change along the life course, mostly for experiences and growing old than for ideological change. Building a family is relevant for both sexes, with gender differences. In conclusion, the family builds gender roles as a multifactorial framework; the expectations of mothers and fathers are transmitted with influence of the context and biographical elements. Older men consider the family important as accompany and attention elements, while older women emphasize the emotional importance of the family rather than their instrumental importance.

KEY WORDS: Gender, Aging, Life course, Family.

Introducción

La construcción del género, tanto en hombres como en mujeres, responde a historias y biografías que permiten analizar cómo tal configuración influye en la percepción de la identidad de género, a partir del enfoque teórico-metodológico del curso de vida con perspectiva de género. Esto problematiza las relaciones familiares y los roles aprendidos en distintos cohortes y condiciones vitales, que hombres y mujeres envejecientes van afrontando, según las situaciones críticas vitales, el modo en que generan sentido de vida y transmiten su visión a las siguientes generaciones.

Los roles de género desde las relaciones familiares en el curso de vida y envejecimiento son constructos que remiten a procesos histórico-sociales, que sitúan a los sujetos en planos cambiantes y multidimensionales, lo que implica un análisis multidisciplinario con enfoque abierto, que considere cuestiones fundamentales como:

Es así como explorar, desde el enfoque del curso de vida con perspectiva de género y de datos nacidos de las vivencias personales que den cuenta de sus trayectorias, transiciones y puntos de quiebre turning point (Blanco, 2011), enriquece de manera sustancial la respuesta a preguntas como ¿de qué depende la trasmisión de los roles de género en el curso de la vida? ¿Cómo se construyen los roles género a partir de las relaciones familiares? ¿Qué factores del curso de vida intervienen para que los roles de género repercutan o no en el envejecimiento? Preguntas que son el punto focal de la presente investigación. Para conocer lo anterior, el objetivo de este estudio es analizar la construcción de roles de género a partir de las relaciones familiares a lo largo del curso de vida y su repercusión en el envejecimiento, mediante un nivel clasificatorio y enfoque cualitativo con métodos fenomenológico y hermenéutico, utilizando entrevistas semiestructuradas como técnica de obtención de información.

Roles de género

Las personas crecen, se desarrollan y envejecen inmersos en las construcciones asignadas al género, dentro de la cultura y época que les tocó vivir. Es así como los roles de género hacen referencia a los conceptos sociales de las funciones, comportamientos, actividades y atributos que cada sociedad considera apropiados para los hombres y las mujeres (Organización Mundial de la Salud [OMS], 2015).

Desde su surgimiento como unidad de análisis el género ha tenido diferentes conceptualizaciones, por ejemplo, para Butler (1990) el género es el resultado de un proceso mediante el cual las personas reciben significados culturales, pero también los modifican, lo que da cuenta de la transmisión cultural de dichos roles. Por ello, Hierro (1996) lo considera como una identidad social que “confiere una jerarquía de valores; un concepto de lo que es el trabajo; una manera de ser, una manera de responder a los estímulos; una forma de actuar y de aspirar a determinada cosa y nada más” (p. 41). Por su parte, Lamas (2000) lo definió como el conjunto de prácticas, creencias, representaciones y prescripciones sociales que surgen entre los integrantes de un grupo humano en función de una simbolización de la diferencia anatómica entre hombres y mujeres.

En este sentido, el enfoque de género es un instrumento indispensable para “dar a luces sobre las diferentes formas de construcción identitaria de mujeres y hombres, sus maneras particulares de actuar, percibir, entender, sentir, hablar e interactuar, además de los diferentes vínculos que se establecen entre ellos” (Inda, 2016, p. 39).

Es indispensable tener en mente que el género está determinado por el tiempo, la época y el grupo social; es decir, es aprendido y, por lo tanto, los atributos de valoración para lo masculino y femenino pueden modificarse tanto desde los procesos histórico-culturales como desde la maduración a lo largo de la vida de hombres y mujeres. “En consecuencia género no es sinónimo de “mujer”, sino que incluye a ambos sexos y utilizar el enfoque de género como categoría de análisis y herramienta de intervención requiere tomar en cuenta siempre a ambos sexos y su relación con el fenómeno a estudiar” (Razo-González, 2012, p. 39).

Por otro lado, es un hecho que llegar a la vejez es una experiencia individual, que tanto hombres como mujeres perciben de manera diferente. Las razones son muchas, existen diferencias anatomo-fisiológicas, psico-emocionales o socioculturales que van marcando las maneras particulares en que ambos afrontan esta etapa y es resultado de un proceso que se desarrolla durante todo el curso de la vida, por ello es necesario conocer y reconocer las circunstancias de esta vivencia. Si bien, estas explicaciones pueden dar cuenta puntual de las diferencias entre la experiencia de envejecer en mujeres y hombres, poco se sabe de cómo es este proceso cultural y de transcurso vital. De cómo es valorada la vida según las circunstancias de género, puesto que “el género y el envejecimiento están estrechamente conectados en la vida social, de modo que cada uno sólo puede entenderse por completo en relación con el otro” (Ginn y Arber, 1996, p. 17).

Por ejemplo, en el caso de las mujeres, la vejez se convierte en una extensión de su juventud y su edad adulta, además, depende en gran parte de las diferencias de género que marca la sociedad y la cultura donde ha transcurrido su vida. Según Doris Ingrish, en las mujeres los roles de género se enmarcan “de acuerdo con sus funciones sucesivas tradicionales de virgen, objeto de deseo sexual, y <buena madre>”, (1996, p.71) aunque la mayoría de los estudios que afirman lo anterior se han llevado a cabo con mujeres de menos de 60 años, y son pocos los estudios en donde las mujeres envejecientes son escuchadas desde una posición central en cuanto a sus visiones de “envejecer en femenino”.

A diferencia de las mujeres, los hombres, quienes envejecen en el mismo contexto sociocultural, introyectan otras perspectivas de la vida, vistas desde la masculinidad. Y, a pesar de que en los últimos 20 años esta creencia en el ejercicio de los roles de género ha cambiado sustancialmente para las nuevas cohortes generacionales, para los adultos mayores nacidos en las décadas de los 30 a los 50, los llamados baby boomers, estos valores fueron cimiento de su identidad de género y, por lo tanto, siguen siendo parte de los principios adquiridos socialmente que guían su actuar (Razo-González, Díaz-Castillo y Morales-Rossell, 2019). Para los hombres de esta cohorte generacional el ser hombre es ser “el fuerte” y “el proveedor”, por lo que envejecer puede ser símbolo de prestigio y experiencia, cuando se sigue siendo un buen proveedor, o de humillación ante la enfermedad y la fragilidad (Díaz-Castillo, González-Escobar, González-Arratia y Montero-López, 2018). Los estudios más recientes advierten diversos grados de malestar que se presentan en los varones viejos ya que esta etapa vital pareciera entrar en contradicción con las exigentes demandas acerca de este rol de género (Iacub, 2014, p. 356).

Es importante tener en cuenta que las vivencias personales, las transiciones vitales y los procesos de socialización no son las únicas influencias en la construcción de las identidades y los roles de género, también hay que considerar en el análisis del enfoque de género los efectos de los procesos histórico-culturales que cada cohorte generacional enfrenta. Por ello la propuesta de este trabajo parte de un doble observatorio para el análisis de la construcción del género en la vejez. Por un lado, el enfoque de género y, por otro, el enfoque del curso de la vida. Todo ello a partir de la base de las relaciones familiares y sociales más cercanas a las personas.

Curso de vida y la significación del género

Uno de los principales cuestionamientos al abordar la perspectiva de género es qué significa ser hombre o mujer, y es en las relaciones familiares donde se brindan algunos elementos sustanciales para responderlo, a partir de lo que se espera de unos y otros, de lo permitido y no permitido, de las asignaciones sociales, de la edad, etcétera.

Los roles de género cambian como todos los otros roles con el curso de vida, pero forman parte de los pocos que se experimentan a lo largo del tiempo. Definen no solo lo que los sujetos son y sienten, sino el modo en que se relacionan con los otros y le dan sentido a sus experiencias y trayectorias vitales.

El curso de vida permite abordar historias y biografías tanto de manera individual como en el entramado de relaciones que ocurren como parte del desarrollo humano, “estudiando las vidas a lo largo de periodos sustanciales de tiempo se incrementa el potencial del interjuego entre cambio social y desarrollo individual” (Elder, 2006, p.11). En esta investigación se hace referencia al envejecimiento y a la construcción de roles de género desde de las relaciones familiares, correspondientes al espacio individual y aquellas transformaciones que competen al ámbito social. Ambas son consideradas a partir de elementos como la trayectoria de vida y los periodos de transición, los momentos críticos por los cambios y la significatividad de estos en la vida, así como la interconexión de estas interrelaciones e influencias.

Considerando que el envejecimiento y la construcción del género dependen, en buena medida, del sentido que se les otorga y de las funciones o actividades que cada uno desempeña, las relaciones familiares son el contexto primario en que el ser mujer u hombre cobran sentido por la asignación de roles, pero también por la repetición y transmisión de prácticas que van modificándose de acuerdo con la edad y época en que cada uno se desarrolla. Todo esto moldea tanto los roles de género como la forma de relacionarse y ocupar un lugar en el entramado familiar.

Relaciones familiares y trasmisión de género

La familia es la unidad básica de desarrollo y experiencia, de realización y fracaso. Es también la unidad básica de la enfermedad y la salud (Ackerman, 1994). La mayoría de nosotros nacemos y nos desarrollamos en el seno de una familia. El proceso de la vida en familia es complejo e involucra múltiples factores que modifican su conformación, estructura y dinámica. De ahí la existencia de diversos componentes alusivos a sus características y funciones, de las que se desprenden diferentes formas de explicar los factores implicados en las relaciones familiares (García, Rivera, Díaz, y Reyes, 2015). Así, la familia es un sistema dinámico, vivo que se encuentra en constante transformación a través del tiempo (García-Méndez, Méndez-Sánchez, Rivera-Aragón, y Peñaloza-Gómez, 2017, p. 21). De acuerdo con Minuchin (2009), “la familia cambiará a medida que cambie la sociedad. Probablemente en forma complementaria, la sociedad desarrollará estructuras extrafamiliares para adaptarse a las nuevas corrientes de pensamiento y a las nuevas realidades sociales y económicas” (p. 81).

Las relaciones en la familia tienen rasgos únicos; son íntimas, continuas, variadas y complejas, se dan en situaciones directas. Existen diversas formas de relacionarse e interactuar en una familia, entre las que destacan las relaciones conyugales, las relaciones entre padres, madres, hijos e hijas y las relaciones entre hermanas y hermanos. También se generan dentro de la familia los procesos de socialización, es decir, los niños y las niñas en las relaciones con sus madres y padres se van formando y educando y, a través de ellas y ellos, aprenden lo que es ser hombre y lo que es ser mujer. Esta transmisión de valores, normas y patrones de interacción se da intra e intergeneracionalmente.

La relación familiar se desarrolla dentro del contexto de una cultura donde se establecen un sistema de premisas que gobiernan sentimientos e ideas, donde se estipula la jerarquía de las relaciones interpersonales, el tipo de roles que se asumirán y las reglas de interacción de las personas en estos roles. Estas características hacen de dichas pautas una guía que norma la vida familiar e intervienen en el desarrollo de la personalidad y en la percepción de lo masculino y lo femenino (Díaz-Loving, 1999, citado en García et al., 2015).

Rocha-Sánchez y Díaz-Loving (2005) señalan que el proceso de identificarse como hombre o como mujer y desarrollar su rol de género implica la internalización de normas y reglas que culturalmente se establecen. Por ejemplo, en relación con los hombres y mujeres, hace 50 años el nacimiento de una niña era una tragicomedia, representaba, en muchas ocasiones, conceder una dote y en el aspecto moral se vinculaba con la virginidad de la mujer, por lo que si esta tenía relaciones sexuales previas al matrimonio deshonraba a la familia.

Otro aspecto que resaltar es la diferencia en la educación de los géneros, desde la infancia la mujer va desarrollando una identidad centrada en el bienestar de las otras personas. La visión de la mujer se vincula a las actividades afectivas encaminadas al cuidado de hijas e hijos, del hogar y la pareja; es decir, se enfatiza la capacidad maternal. En el varón el proceso consistía en alejarlo de lo femenino, desde los juegos y juguetes hasta las características comportamentales y de personalidad. Se promovía la temeridad, la agresividad, la brusquedad. Durante la adolescencia, entre más mujeres “conquistara” más reflejaba su hombría. La virilidad del varón era medida por la potencia sexual y el tamaño del pene, en realidad de la capacidad de ser fértil y de su actividad es proveer.

Para Walters, Carter, Papp y Silverstein (1991) las mujeres son formadas con la expectativa de que su principal meta en la vida es cuidar de otras personas, por lo que sus vidas se centran en actividades que conducen al engrandecimiento y no a ellas. El sentido que tienen de sí mismas está profundamente fincado en afiliaciones y relaciones personales que requieren el desarrollo de capacidades y cualidades de afectuosidad, expresividad emocional y empatía. Estos atributos las preparan para los roles que cumplen en las familias como las encargadas de confortar, pacificar y facilitar y como las que intermedian en los conflictos de los demás y se amoldan a los intereses familiares.

A diferencia de las mujeres, el sentido de sí mismo que tienen los hombres se basa primordialmente en el logro y no en las relaciones personales. Por consiguiente, el hecho de dar no forma parte de su autoimagen, como en el caso de las mujeres. En lugar de ello la autoimagen de los varones se conecta con las circunstancias de hacer. Aunque a los hombres les interesa ser maridos y padres, su definición de la masculinidad proviene predominantemente de sus roles fuera de la familia y de sus posiciones de liderazgo. El éxito en el mundo del trabajo a menudo exige reprimir sentimientos personales, aprender a dominar la pasión o la debilidad y desarrollar una conducta controlada, prevenida y calculada (Walters et al., 1991). Esto implica que el sentido de ser hombre se forma de elementos más objetivos, aquello que puede ser medible y verificable en lo manifiesto, que se despliega de manera explícita y evidente. La hombría es algo que debe mostrarse, mientras que el sentido de ser mujer consiste mayoritariamente en elementos subjetivos, porque depende más del ser con el otro y, por ende, de la valoración que de tales relaciones se genera, como si lo femenino fuese algo que hay que resguardar y mantener velado en espera de reconocimiento.

Existen una serie de cambios en la visión estereotipada de hombres y mujeres en función de las etapas de desarrollo y de la identidad de género. Entre los 20 y 50 años las personas llevan a cabo roles estereotipados, cercanas a los 50 años y en adelante, hombres y mujeres enfrentan un reajuste sexual. A medida que tienen mayor edad existe un decremento del grado de estereotipamiento. Fernández (1998) señala que los hombres tienden a presentar una visión más estereotipada que las mujeres, porque el estereotipo masculino es mucho más rígido y la presión social hacia los varones es más fuerte que hacia las mujeres (citado en Rocha-Sánchez y Díaz-Loving, 2005).

Con el paso del tiempo, el machismo mexicano ha declinado fuertemente en los últimos 35 años. Las mujeres se han liberado del mandato cultural más que los hombres, “casi con doble intensidad cayeron las premisas histórico-socioculturales que tienen que ver con la autoridad del hombre sobre la mujer” (Díaz-Guerrero, 2017, p.94). No obstante, esto no refleja relaciones de equidad y libres de violencia de género, por lo que ese declive en porcentaje del machismo no representa necesariamente un declive en la intensidad de quienes aún lo ejercen. Por ello, es fundamental analizar la construcción del género a partir de los roles aprendidos y enseñados en el contexto familiar en los trayectos de vida.

Metodología

El método hermenéutico permitió hacer una aproximación interpretativa del contexto de los sujetos y desde ahí analizar la construcción de roles de género. Mientras que el fenomenológico posibilitó el estudio de la experiencia vital en tanto generación de significados vividos y experimentados a lo largo de la trayectoria de vida, articulados por un enfoque de curso de vida con perspectiva de género. Esto implicó que nos situáramos en el paradigma humanista, ya que lo que se resalta son las acciones sociales entendidas como actos y conductas humanas a las que los sujetos otorgan un sentido y significado de orden subjetivo y las cuales brindan soporte a sus experiencias de vida. Estas experiencias se interpretan considerando un marco de referencia que analizamos como curso de vida, en particular dentro del contexto familiar. La intelección de los sentidos es justo el eje trasversal y articulador en la metodología, pues lo que se busca es la comprensión de los sentidos que conforman los roles de género en el contexto familiar durante (historicidad) y el curso de vida que llevan a diversas formas de envejecer (procesos de significación de la experiencia).

El enfoque de curso de vida es considerado tanto en el aspecto teórico como metodológico para analizar los vínculos entre las historias de vida individuales, el contexto familiar y los cambios sociales. Lo anterior, para construir a partir de ello significados de los roles de género en el proceso de envejecimiento.

Instrumento

La principal técnica de obtención de datos consistió en entrevistas a informantes clave, con estas entrevistas se buscaba “entender el mundo desde la perspectiva del entrevistado y desmenuzar los significados de sus experiencias” (Álvarez-Gayou, 2014, p. 09). Estas entrevistas fueron semiestructuradas, es decir tienen algunas secuencias de temas y algunas preguntas sugeridas, que permiten abordar las biografías con un enfoque de curso de vida. Se investigó “…cómo un acontecimiento familiar, económico de otro tipo que enfrenta un individuo modificará la probabilidad de que se produzcan otros eventos en su existencia” Courgeau y Leliévre, (2001) citado en Blanco, (2011, p.15).

En primer lugar, con el objeto de ubicar el contexto cultural de las personas participantes se les solicitaron una serie de datos básicos, como sexo, edad, estado civil, escolaridad, religión, lugar de nacimiento y personas con las que vive. Posteriormente, se utilizó un guion de entrevista que, a través de las preguntas “disparo”, exploraba cuatro áreas importantes: cultura, género, curso vital y sentido de vida. Estas áreas posteriormente fueron armonizadas con las tres categorías de análisis propuestas por el enfoque de curso de la vida.

Las categorías cultura y género fueron entendidas como el conjunto de significados culturales, aprendidos a través de los valores familiares y la educación escolar y religiosa, que se fueron aplicando y trasmitiendo a las siguientes generaciones. Esta concepción armoniza con la categoría de análisis de la trayectoria propuesta por el enfoque del curso de vida. El interés principal se centró en cómo esta trayectoria “abarca la línea de vida y carrera a lo largo de toda la vida” (Blanco, 2011, p. 12). Por lo tanto, se tomaron en cuenta los aprendizajes que formaron la identidad de género y la introyección de los roles que corresponden a los significados de ser “hombre” o “mujer” dentro del contexto sociohistórico en el que los sujetos crecieron y cómo permanecen o se modifican hasta la vejez. Para ello las preguntas detonadoras fueron ¿considera que la educación en hombres y mujeres debe ser diferente?, ¿cómo fue su educación en ámbito escolar y religioso?, ¿con la edad ha cambiado su opinión con respecto a lo que aprendió sobre lo que corresponde a ser mujer u hombre? Para usted, ¿qué es lo más importante de ser hombre o mujer? De acuerdo con lo trasmitido por sus padres ¿qué significa ser hombre y/o mujer?, ¿cree usted que las tareas y actividades que se asignan a hombres y mujeres son diferentes?, ¿qué diferencias considera que existen entre un hombre adulto mayor y una mujer adulta mayor?, ¿considera que ser mujer o hombre ha influido en su manera de envejecer?

La categoría curso vital se pensó desde el punto de vista de la psicología social, puesto que se considera que las teorías del curso vital tienen un componente evolutivo que trata de explicar el desarrollo humano en función del contexto social y cultural del desarrollo en donde se inserta el sujeto. Las preguntas pertenecientes a esta área se analizaron a través de la categoría transición del enfoque del curso de vida. En ella se da cuenta de cómo los caminos o las transiciones “en los cambios de estado, posición o situación” relacionadas con la edad y las etapas importantes previsibles durante el desarrollo psicosocial, van dando forma a las percepciones y conceptualizaciones individuales de lo que hombres y mujeres hacen para enfrentar las situaciones vitales concretas. En este sentido las preguntas giraban en torno a los aprendizajes sobre las cosas importantes de ser hombre o mujer a través de su tiempo de vida, basado en sus experiencias y en las enseñanzas familiares. A saber, ¿qué cosas son importantes para un hombre o una mujer?, ¿las cosas han cambiado con el tiempo (antes cuando era joven y ahora en la adultez mayor) ?, ¿considera que hombres y mujeres pueden desarrollar las mismas actividades?, ¿quién enfrenta mayores retos y dificultades en la vida, hombres o mujeres?, ¿por qué? y ¿cómo describiría esta etapa de su vida siendo hombre o mujer?

La categoría sentido de vida, de acuerdo con la teoría, aparece con mayor nitidez durante las crisis, es decir, las situaciones límite que les han hecho tomar decisiones y posturas vitales importantes que han marcado lo que ahora son (Rodríguez, 2011). Esta categoría se puede bien armonizar, para enriquecer su análisis, con los puntos de quiebre turning point identificados para en enfoque del curso vital, puesto que significan “un cambio que implica discontinuidad en una o más de las trayectorias vitales” (Blanco, 2011). En especial, se buscaba cómo estos puntos de quiebre han influido en la percepción de los roles y la identidad de género. Las preguntas sugeridas fueron ¿cuáles serían los eventos más importantes de su vida? ¿En particular, alguno de estos eventos cambió su vida? Relatar cómo fue la experiencia, ¿lo enfrentó solo o sola? Consultar por el papel de la familia, los amigos, la comunidad, las instituciones y dejar claro ¿en qué o quién se apoyó?, ¿cómo lo enfrentó?, ¿considera que salió adelante?, ¿qué tuvo que hacer?, ¿cómo se sintió con lo hecho?, ¿qué siente al respecto de sus decisiones? Ahora, ¿qué piensa de la situación?, ¿lo haría todo igual?, ¿por qué considera que marcó su vida? Sin esa situación, ¿qué hubiese sido diferente? En cuanto a esta situación que vivió, ¿cree que algo hubiese sido diferente sobre ser hombre o mujer?

Participantes y sus referentes biográficos

Se realizaron en total 6 entrevistas a personas adultas mayores. Es importante aclarar que los referentes biográficos no son considerados aquí como datos aislados sino como elementos constitutivos de cursos de vida y posibilidades para crear sentidos de vida a partir de puntos de quiebre. Los participantes están integrados por personas adultas mayores, tres hombres y tres mujeres, lo que permite analizar las distintas visiones de un género y otro, así como las articulaciones y bifurcaciones en los cursos de vida, de acuerdo con la historia personal. Sus edades fluctuaron entre 65 y 79 años, lo que brinda un panorama histórico-social común que da sentido a hablar de cohortes generacionales, en este caso, pertenecientes a los denominados baby boomers, quienes nacieron en una época de altas tasas de natalidad e incremento en la esperanza de vida. Al mismo tiempo, los 6 participantes conviven con nuevas generaciones, que en algunos casos incluso están a su cargo. El estado civil de los tres hombres es casado y de las mujeres dos viudas y una casada, lo cual representa distintos puntos de quiebre y redes de apoyo diferenciadas según las condiciones de vida. La escolaridad se encuentra entre quinto grado de escuela básica (coincide con las personas de mayor edad) y tercero de secundaria o carrera técnica. El nivel educativo resulta sustancial en las formas de experimentar el envejecer, según las formas y posibilidades para generar recursos, no solo económicos sino también sociales. Todas las personas que participaron son de religión católica. Los tres hombres son originarios de la Ciudad de México, mientras que de las mujeres una de la Ciudad de México y las otras dos de estados del interior del país (Puebla y Guanajuato). Todos viven con sus familiares (cónyuges o hijos e hijas), otorgando una función fundamental a la familia en la construcción de sentido de vida, de roles de género y de redes de apoyo. Algunos presentan situaciones particulares de salud, por ejemplo, una de las participantes padece epilepsia.

Resultados

Para el análisis se dividió la percepción y vivencia de los roles de género, de acuerdo con el sexo de los participantes. De tal forma, se pudo observar cómo tanto hombres como mujeres visualizan los roles femeninos y los masculinos, a partir de sus propias vivencias. Partiendo de lo expresado por Rocha-Sánchez y Díaz-Loving (2005), sobre la internalización de normas y reglas que culturalmente se establecen y se expresan en el discurso cotidiano.

A partir del análisis de las entrevistas, resulta interesante que las concepciones de los roles de género responden a un proceso continuo de conformación, pero marcado por el curso de los años. Es como si cada periodo de edad preparara a los sujetos para asumir el rol de género de su siguiente etapa de vida. Sin embargo, tal rol se mantiene más o menos estable para las mujeres al conformar una familia, mientras que para los hombres se modifica de manera sustancial al llegar a la vejez. Las transiciones de la edad se experimentan conforme a lo social y culturalmente establecido como “propio de la edad” y son más o menos estables en el caso de las mujeres, a partir de la conformación de sus propias familias. No obstante, en el caso de los hombres sufren una considerable modificación tanto al momento de conformar una familia como al momento de envejecer.

Roles femeninos pensados desde los hombres

Lo primero que resalta en los participantes hombres es que describen, dentro de su proceso de socialización, haber crecido con una asignación de los roles femeninos desde la óptica de una sociedad patriarcal. Los hombres identifican que las mujeres deben cumplir funciones que socialmente se les han asignado como propias y en especial en el ámbito familiar y del hogar. Tales funciones no cesan al envejecer, caso contrario a lo que ocurre con los hombres que será analizado más adelante. Algunos ejemplos de esto se evidencian en las siguientes frases:

“Ya ves que antes la mujer en su casa”.
“…porque nosotros los hombres somos más rudos para hacer los trabajos ¿no?, y una mujer pues se dedica más al hogar, exceptuando que muchas de ella si invaden el trabajo de los hombres”.
“Porque son la parte delicada de la vida, de todos, es la que tiene toda la carga, todo, ya que uno nada más se concreta a trabajar, ella debe de distribuirse a cualquier lugar, para desempeñar muchas funciones dentro del hogar”.

Es así como la casa es el ámbito de la mujer, el lugar donde ella tiene el mando. La mujer conoce el ámbito del hogar porque lo ha hecho más y “lo hace mejor”. Pero también la mujer es considerada como elemento guía en lo que respecta a valores y moral de la familia, es quien organiza en gran medida los roles que se esperan de cada persona, quien mayormente potencia el interjuego entre el desarrollo individual y el intercambio social, a través del curso de vida (Elder, 2006). Tal como se aprecia en estos fragmentos:

“En mi vida fui yo siempre el que mandaba, bueno entre comillas, aquí en la casa jamás, pero en la calle sí, y yo siento que así es en todos, mandarán en la calle pero en su casa no”.
“… en el hogar, aunque yo por mucho que haga no me comparo a la actividad que tiene [ella] ¡jamás! ¡no!, porque ella tiene muchos años de estar como quien dice laborando en el hogar”.
Incluso se observa en un participante la expresión irónica al decir “mujer, algo que le dicen el sexo débil” y en el fondo pensar que es más fuerte y que “la mujer ha luchado mucho”, puesto que el machismo es “el obstáculo más grande que enfrenta la mujer”.

Otro estereotipo manejado por los hombres y asumido socialmente, es que la mujer es más inteligente y, cuando no es así, se le puede someter. Como se evidencia en el siguiente fragmento:

“Si te toca una mujer mandona de amplio criterio, de cerebro grande y que estudie, pues lógico que va a ser más que tú, pero si te toca una señora de pueblo, tú la vas a mandar”.

Hay un reconocimiento velado de que la mujer puede ejercer cierto tipo de autoridad sobre el hombre, sobre todo en temas familiares. Esto, siempre y cuando no sea por la fuerza, sino basado en capacidades y características destacables, como cualidades emocionales y cognitivas. Sin embargo, mucha de la diferencia en la concepción de los roles parte de la “fuerza física del hombre”, sobre todo para explicar las diferencias en el área laboral. Esto se refleja a continuación:

“Aunque están peleando su igualdad, pero es difícil, es muy difícil que, que sea, quizás en la intelectual hasta son superiores a uno, eso sí, pero en fuerza y destreza física no, no creo”.
“en lo laboral pues…nada más por la fuerza del hombre, pero inteligentemente están igual de capacitados”.
“una mujer tiene que estar este… precisamente intelectualmente desarrollarse más mucho mejor que uno ¿no?, uno de hombre, los hombres somos un poco se puede decir más arrebatados… entonces ahí es en donde ustedes tienen que ser un poquito más este… pus más intelectual en ese aspecto ¿no? de que ustedes van más, más adelante en ese ese y nosotros no”.
Roles masculinos pensados desde los hombres

En concordancia con el pensamiento de Walters et al. (1991), se constató que las características del rol masculino son la responsabilidad y obligación de trabajar. Estar al pendiente de la familia hasta el final de su etapa “productiva”; es decir, a diferencia de la mujer, el hombre considera que su rol se modifica con su envejecimiento. Se llega a considerar que envejecen con mayor prontitud que la mujer “quienes pueden seguir cumpliendo con sus cargas de trabajo”. También, señala que

“cumplir con tus obligaciones, ser buen padre, ser responsable, buen esposo, buen hermano, buen amigo”,
“ser más responsable de… de la familia, de los hijos y después la descendencia”,
“ser consciente de lo que es la familia ¿no?, estar este… siendo responsable estar, estar ora sí que al pie del cañón hasta que donde nos alcance el, el tiempo…”.

El matrimonio puede ser visto como una forma de sentar cabeza y la familia como el impulso para corregir el rumbo: “Porque yo era bien vago…Borracho, mujeriego, hasta que la conocí. Una u otra. Me quedé con una, me quedé con ella”.

El padre como el que juzga y corrige, “el ogro” para los hijos, pintado por la madre. Como se aprecia a continuación:

“Fue la que los sacó adelante “No, es que el niño se portó mal” “¡Pégale!” “Dale fuerte” “Dale, dale, dale, no pierdas el tino” Me decía a mí ¿no? No pues, ¡El ogro era yo! Ella era la buena y ¡La que me hacía ser el ogro era ella! … Si, los acusaba conmigo, pero ella era la que les daba sus caminitos para que se educaran”.

La vejez y la enfermedad percibida como debilitamiento físico que lo coloca en una posición diferente con la mujer y la familia, como en estos fragmentos:

“fíjate que ya ves que dicen “el hombre envejece más pronto que la mujer” y eso que la mujer ya ves que tienen infartos y todo eso, y el hombre envejece primero que la mujer”.
“…los tengo yo que este que estar observando y si puedo les puedo dar un consejo y si no pus mejor me quedo callado dicen, decía una tía mía, calladito te ves más bonito y no te metas porque sales, sales este… (risa nerviosa), sales sobrando y no te van a hacer caso…uno de hombre se le va acabando la cuerda”.
“Cuando eras tú el hombre de la casa, tú aportabas todo, ahora en este caso en la situación en la que yo me encuentro [enfermo], es al lado contrario, la que me aporta un poco es mi esposa”.

La trasmisión de los hábitos por parte del ejemplo de los padres se puede dar en dos direcciones: se aprende de lo bueno y se sigue o se aprende de lo malo para no repetir el error. Todo esto envuelto en creencias basadas en una cultura patriarcal. El padre bueno enseña la cualidad de trabajo, el compromiso y el respeto; el padre malo abandona y es irresponsable. Existe además un incipiente reconocimiento de que el machismo es un reto por vencer para dejar que la mujer sea: “es muy importante que el hombre se libere del machismo para que la mujer llegue a superarse”.

Para los hombres los puntos críticos que modifican sus roles de género en la familia, sobre todo, ocurren de la mano con la vejez, pues es cuando ve debilitada su fuerza física y se relaciona también con algunas enfermedades que se presentan. Esto disminuye su autonomía e independencia y hace que encuentren en la familia un apoyo.

Roles femeninos pensados desde las mujeres

Los roles femeninos pensados desde las propias mujeres destacan la capacidad de ser en función de lo que pueden dar y ofrecer a las otras personas. No en un sentido instrumental, si no, por ejemplo, en el desempeño de ser madres y esposas. Esto corrobora las afirmaciones de Walters, et al (1991) sobre que las expectativas con las que son formadas las mujeres tienen como meta principal el cuidar de otras personas. La maternidad es un símbolo gozoso, “algo que los hombres no pueden hacer”. La trasmisión de los roles de género se introyecta a través del contacto materno o con una figura femenina que ocupe el lugar de la madre.

A pesar de comenzar un pensamiento más “empoderado”, al final prevalece el estereotipo de la mujer femenina “afable” y el “hombre que impone”. El trabajo femenino es más bien percibido como algo que la mujer realiza por necesidad “para salir adelante con sus hijos”, algo que brinda independencia económica y en la toma de decisiones; pero que implica sacrificar elementos de atención al rol principal que es el de madre.

En el curso vital son las hijas y los hijos quienes impulsan un cambio de vida y en los roles, que ocurren más por necesidades que presentan las distintas circunstancias de vida, que por convicción e iniciativa propia.

El proceso de envejecimiento, acentuado con los cambios de la vejez y las enfermedades, son otro punto de quiebre en la vida; pero, a diferencia de los hombres, esta no influye en su identidad de género ni en sus roles. Las redes sociales primarias que se generan entre mujeres son un punto importante para enfrentar las situaciones vitales.

Roles masculinos pensados desde las mujeres

En general, en las mujeres entrevistadas se perciben críticas y hacen comentarios irónicos hacia el machismo “pues que según como se creen muy hombres”. Asimismo, acerca de cómo ellos si pueden abandonar a la responsabilidad de la familia; sin embargo, hay “sometimiento” a las normas aprendidas y establecidas desde la infancia. La cultura patriarcal introyectada tiene todavía mucho peso. Se ve a la figura masculina como un compañero de vida, como un apoyo muy valorado que, paradójicamente, implica un mayor trabajo para las mujeres porque deben atenderlos en el hogar. El hombre se percibe como más “flojito” para ayudar en el ámbito de la casa y menos preocupado por su estado de salud. Además, el hombre puede abandonar la responsabilidad de la casa o seguir “una doble vida”, sin ser cuestionado por otros hombres, aunque sean los hijos varones.

Las mujeres tienden a asumir su envejecimiento como un proceso de continuidad en el desempeño de sus funciones y la consolidación dentro de la familia, mientras que asumen que el rol de género de los hombres se modifica acrecentando la carga de trabajo y atención que deben brindarles al llegar la vejez.

Conclusiones

La familia es un entramado multifactorial donde se construyen los roles de género. Las expectativas de las figuras materna y paterna hacia hijos e hijas son transmitidas con elementos de influencia del contexto social. Aunque, también, con aquello de orden biográfico, donde los ejemplos y enseñanzas recibidas son fundamentales para significar lo que es ser hombre o mujer y las expectativas en torno a ello en el proceso de envejecimiento. Las trayectorias de vida muestran cómo los cambios económicos, sociales, culturales y biológicos, van transformando la perspectiva acerca de lo que significa ser hombre o mujer en distintos momentos de la vida, pero no a modo de eventos sino como entramados diacrónicos que se significan unos a otros en procesos de cursos de vidas.

En buena medida lo que se espera en la vejez y el modo en que se dimensiona esta, corresponde no solo a lo aprendido en el trayecto de vida, sino también en lo transmitido y enseñado de manera particular dentro de la familia. Esto porque construir una familia es relevante tanto para la mujer como para el hombre, aunque con diferencias sustanciales. Por un lado, los hombres consideran importante la familia como elemento de acompañamiento y atención en la vejez, mientras las mujeres destacan su importancia como acompañamiento más de orden emocional que instrumental.

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Artículo recibido: 17 diciembre, 2019

Artículo aprobado: 06 noviembre, 2020

1 .

Doctora en educación, Universidad del Desarrollo Empresarial y Pedagógico. Docente, Universidad Estatal del Valle de Ecatepec. México. E-mail: anrago63@hotmail.com

2 .

Doctora en Pedagogía, Universidad Nacional Autónoma de México. Docente, Universidad Estatal del Valle de Ecatepec. México. E-mail: evelynsociologi@hotmail.com

3 .

Maestría en Terapia Familiar, Instituto de la Familia. Doctorante en Familia, Cencalli. Docente Universidad Estatal del Valle de Ecatepec. México. E-mail: martha2119@yahoo.com