Reseñas

 

Emilia Pardo Bazán. Los misterios de Selva. José María Paz Gago (Ed.). Santiago de Compostela: Ézaro Ediciones, 2021, 236 páginas

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Jorge Chen Sham

Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica

jorgechsh@yahoo.com

https://orcid.org/0000-0001-9692-4598

 

 

DOI: https://doi.org/10.15517/rfl.v50i1.58072

 

 

En la historia literaria y en el ámbito filológico, hay que celebrar cuando un investigador hace una nueva propuesta que viene a completar la bibliografía activa de un escritor y nos ofrece una novedad editorial, la cual viene a incidir en los datos sobre la evolución de los géneros y el desarrollo de un escritor. Eso es lo que acaba de realizar el profesor José María Paz Gago, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidade da Coruña. Su hallazgo ha de sorprender a más de un profesor y crítico literario, porque no solo modifica nuestra historia literaria en lengua española, sino también su repercusión trasciende la nuestra y repercute en la literatura occidental, porque de esta edición, Emilia Pardo Bazán surge como la primera autora del género policial o detectives en Occidente.

Efectivamente, la británica Agatha Christie (1890-1976) tiene a su haber ser conocida como la primera escritora de la novela policial o detectives con El misterioso caso de Styles (1920); en plena Primera Guerra Mundial en la que estaba alistada como enfermera, escribe y publica esta novela, inaugurando el clásico serial con su detective Hercules Poirot; ahora bien, recordemos que su primer gran impacto fue Asesinato en el Orient Express del año 1934. Sirvan estos breves datos para aquilatar lo que significa esta novela que da a conocer Paz Gago y que permite reescribir la historia del género y la impronta de Emilia Pardo Bazán (1851-1921) en los orígenes de lo que es actualmente, con la ciencia ficción, la irrupción de lo fantástico y la narrativa de la verdad, una de las grandes tendencias de la narrativa; hablamos por supuesto, de la novela de detectives o policial.

Ya en 1911, Emilia Pardo Bazán publicó “La gota de sangre”, en la serie Los contemporáneos, número 128 del 9 de junio de 1911; se trataba de un relato largo que, emulando el modelo de Conan Doyle, presenta un detective muy peculiar. Su nombre era Ignacio Selva y resuelve un crimen que quieren imputarle, con lo cual descubre sus talentos para el oficio. Ya este solo hecho modificaba la historia literaria del género y hacía entrar a la autora gallega en sus catálogos. Tal dato era del conocimiento de muy pocos. Ahora bien, entre los años 1912 y 1913, Pardo Bazán trabaja en la redacción de otros casos en los que el recién estrenado detective Selva continuaba sus aventuras para resolver ahora robos de joyas y de obras de arte. Ella misma dejó dos mecanografiados que encerraban versiones distintas de la novela que escribía.  Aquí es donde entra José María Paz Gago y su trabajo filológico. Él no encontró los mecanografiados, pero sí que se interesó por trabajar con ellos y editarlos, previo a un contraste y fundición. De esta manera, con el título de Los misterios de Selva, Paz Gago reunió “La gota de sangre” (pp. 19-85) y la integró a lo que él denominó como una “edición reconstructiva” (p. 12) de los dos manuscritos revisados y refundidos por él; le proporcionó el título de “Selva” (pp. 87-236).

Con esta edición, Paz Gago cumple con el sueño de todo filólogo y de un profesor que se especializa en un determinado autor y en el caso que nos compete lo es doble, porque en su intento editorial y filológico aparecen Los misterios de Selva como una novela de detectives y Emilia Pardo Bazán como la primera novelista que aborda el género. Por la novedad que representa, la edición que Paz Gago realiza en Ézaro Ediciones contiene solamente un breve “Prólogo” (pp. 7-15), mientras las notas se reducen a un mínimo para la comprensión del texto. Desde mi punto de vista, su edición en una editorial regional y para el amplio público no hubiera permitido un aparato crítico más voluminoso, al tiempo que se trata de una edición reconstructiva; destaca además al final del prólogo y, en forma de captatio benevelontiae, que “los espacios en blanco, los vacíos del texto, los [debe] completa[r] el lector, como ocurre siempre en el proceso de lectura” (p. 15).

Tales consideraciones me parecen muy sugestivas y van de la mano con el género de lo policial, en donde el detective, y aquí, el investigador literario también, debe reconstruir, seguir las huellas y los indicios que el cuerpo deja, ponderar las coartadas y las motivaciones para resolver finalmente. El fruto de su trabajo, para Paz Gago, es el libro que el lector lee seducido por el caso misterioso que ha producido Pardo Bazán en sus mecanografiados sin terminar y reconstruimos a la vez con nuestra lectura del libro. Excitante es la pesquisa a la que debemos acometernos, con la sugestiva propuesta que Ignacio Selva nos traza en sus aventuras. Y el primer lector que es seducido y que se deja arrastrar por su caso es Paz Gago, para que “los misterios” ronden nuestros sueños de curioso investigador que descubre nuevas facetas en su vida con la apropiación del mundo y su mirada curiosa.

Todo empieza en Ignacio Selva reconociendo su carácter neurasténico y empleándose en lo que le aconseja el doctor, si no le interesa viajar físicamente para ocupar su existencia, “explore almas. No hay vida humana sin misterio” (p. 21). En “La gota de sangre”, Pardo Bazán propone el relato como periplo de iniciación y conocimiento de los seres humanos, así los “misterios” son, como en el canon policial, aquello que necesita de la perspicacia e inteligencia del detective para comprenderse y explicarse, a causa de su propensión a la “investigación psicológica” (p. 21). Pero lo es además desde un punto de vista personal, porque el relato en primera persona adquiere toda la dimensión de esclarecer el sentido de una vida ordinaria y propulsarlo hacia la aventura. Sin embargo, “Selva”, la parte que reconstruye Paz Gago, principia con un narrador en tercera persona que, en tanto caminante urbano, va por la Calle de Alcalá y, en la muchedumbre, aquel lo ausculta apuntando a la posibilidad de tristeza debido a unos males que reconocemos en él, “si tuviésemos los nervios de punta” (p. 89). La continuidad del detective se asegura aquí, con la indicación de que es un “hombre falto de todo estímulo en la vida” (p. 89), con lo cual se asegura la conexión entre las dos partes, mientras que el juego de los narradores otorga, a esta propuesta de reunión de textos, un contrapunto y un ensamblaje por parte del editor que no desmerece para nada a la Pardo Bazán.