Literatura
Reflections
on the Socialization and Historicity of Female Childhood based on Costa Rican
Tales between 1920 and 1940
Jorge Rafael Sanabria León
Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica
jorge.sanabria@ucr.ac.cr
https://orcid.org/0000-0002-2530-5770
Gabriela Campos Aguirre
Clínica
PsiquisMed, San José, Costa Rica
aguirregabrielle@gmail.com
https://orcid.org/0000-0003-0930-0889
Marjorie Chaves Alvarado
Ministerio
de Hacienda, San José, Costa Rica
chavesam@gmail.com
https://orcid.org/0000-0001-9581-2826
Wendy María Rodríguez Vargas
Profesional
independiente, San Carlos, Costa Rica
wen.mrv@gmail.com
https://orcid.org/0000-0002-3928-9820
Esther Vanessa Soto Delgado
Ministerio
de Educación Pública, San José, Costa Rica
vanessasoto62@hotmail.com
https://orcid.org/0009-0007-5125-9038
Joseph Daniel Gambia Borbón
Profesional
independiente, San José, Costa Rica
josethgb@gmail.com
https://orcid.org/0009-0008-3790-2426
Marianela Fernández Gamboa
Hospital
Rafel Ángel Calderón Guardia, San José, Costa Rica
fdzgam@gmail.com
https://orcid.org/0000-0001-7413-1757
DOI: https://doi.org/10.15517/rfl.v50i1.57300
Recepción: 11-01-23
Aprobación: 09-03-23
RESUMEN
Los modelos de socialización de la
niñez narrados en cuentos costarricenses del siglo XX posibilitan mostrar
patrones culturales de socialización y su historicidad. La reflexión se orienta
hacia la interrogante sobre cómo representa la narrativa costarricense nociones
de niñez y modelos de socialización de la niñez en cuentos costarricenses de
las primeras décadas del siglo XX. Con base en el análisis desde la
Hermenéutica Profunda, se identificaron patrones de socialización, sobre todo
de la niñez femenina, como recurso para intensificar el dramatismo de procesos
sociales en boga durante la época que cubren. Los hallazgos se contrastan con
premisas teóricas derivadas de estudios que tratan la historicidad de la niñez
y los procesos socioculturales subyacentes. Los resultados develan una niñez
ajena a procesos protagónicos en sus entornos de interacción sujeta a un
control vertical ejercido por figuras de autoridad. Se tienden a sobrevalorar
características deseables como la sumisión y la obediencia infantil y sobresale
la carencia de la caracterización de un lugar social de la niñez con identidad
propia. La noción de niñez es una metonimia que representa la calamidad y la
decadencia, sin un auténtico cuestionamiento de su lugar sociofamiliar.
Palabras clave: niñez;
socialización; análisis literario; hermenéutica profunda; representación
cultural.
ABSTRACT
The models of childhood
socialization narrated in Costa Rican tales of the 20th century make it
possible to depict cultural patterns of socialization and their historicity.
The reflection is oriented on the question of how the Costa Rican narrative
represents notions of childhood and models of childhood socialization, in Costa
Rican tales of the 20th century. The analysis from the in-depth Hermeneutics
identified patterns of socialization, especially of female childhood, as a
resource to intensify the drama of social processes in vogue during the time
they cover. The findings are contrasted with theoretical premises derived from
studies dealing with the historicity of childhood and the underlying
sociocultural processes. The results reveal a childhood alien to leading
processes in their interaction environments; subject to vertical control
exercised by authority figures. Desirable characteristics such as child
submission and obedience tend to be overestimated, and the lack of
characterization of a social place in childhood with its own identity stands
out. The notion of childhood is a metonymy that represents calamity and
decadence, without a genuine questioning of its socio-familiar place.
Keywords: childhood;
socialization; literary analysis; in-depth Hermeneutic; cultural
representation.
1. Introducción
Hacia finales del siglo XIX, se
inicia el proceso de modernización y crecimiento de las ciudades en Costa Rica,
cuando el Estado experimentaba un gran auge resultante de las exportaciones de
café. A raíz de esto, surge una clase social acomodada que introducía en su
modo de vida costumbres y estilos de vida característicos de otros países,
especialmente europeos. Se da el auge de una élite muy poderosa, tanto de
políticos como de intelectuales, llamada El Olimpo (Quesada, 2010). Esta élite
se preocupa por comenzar a gestar una literatura nacional, la cual no escapa de
plasmar la dependencia económica y cultural de la oligarquía cafetalera hacia
el continente europeo. Además, se resaltaba el fuerte deseo de consolidar una
cultura nacional diferente. Es evidente también cierta ambigüedad a la hora de
representar lo que corresponde al ser costarricense, al hacerlo tomando en
cuenta tanto a la clase alta como a la popular. Se busca la constitución de la
identidad nacional, en una ambivalencia hacia lo extranjero, una
atracción-temor, situación de la que no escapa la literatura y se ve reflejada
en diversas obras de distintas plumas (Rojas y Ovares, 1995; Quesada, 2010;
Camacho-Guzmán, 2021). A principios del siglo XX, entran en disputa los
enfoques nacionalistas y los modernistas. Los nacionalistas abogaban por
concentrar sus escritos en la realidad de ese momento en el país, con temas
como el hombre dueño y señor, la virtud de la mujer, el enriquecimiento del
campesino pobre y sumiso que se convertirá en
gamonal, la familia y sus valores morales y religiosos. Los modernistas
acentuaban la libre creación, pues el arte era una mera estetización
de la realidad y no su reflejo realista. Los afectados fueron estos últimos,
pues se deslegitimaron sus obras (como no costarricenses), cuando eran
fantasiosas o presentaban un lenguaje no popular (Rojas y Ovares, 1995;
Camacho-Guzmán, 2021).
El inicio del siglo XX significó
para gran parte de la población costarricense pobreza y desempleo, debido a
factores externos como la Revolución Mexicana (1910-1920), la Revolución Rusa
(1917) y dos guerras mundiales que vinieron a afectar la economía. Los
capitalistas trataron de dinamizar la economía y se generó un nuevo grupo
social constituido por artesanos, trabajadores asalariados y empleados del
comercio quienes recibían sueldos muy bajos y pésimas condiciones laborales.
Hacia 1920, aparecen luchas contra el Estado y los patronos, para adquirir
derechos laborales.
En aquel momento histórico, la
generación literaria de principios del siglo XX, o Generación del Repertorio
Americano, coincidió con las primeras crisis del régimen liberal y del
capitalismo agrario. La escritura se dedica a mostrar los conflictos sociales,
la distancia entre los discursos de los altos jerarcas y la realidad del pueblo, experimentada por grupos
menos protegidos y más vulnerables. Se perfilan temas relacionados con la
pobreza, el dolor, el desamparo de la niñez y las mujeres, junto al ideal de
una realidad armónica y espiritual (Rojas y Ovares, 1995; Camacho-Guzmán,
2021). Fue una generación preocupada en su escritura por comprender el miedo
que surgía y se polemizaba en medio de dos guerras mundiales (Camacho-Guzmán,
2021), entre cuyos ejes centrales se encontraba la representación de colectivos
divergentes de la discursividad o narrativa
oficiales, acentuando la subjetividad. El Repertorio Americano refleja
el surgimiento en la posguerra de una élite intelectual que propicia el
proyecto “católico”, pero con una diversidad de voces. Su núcleo confrontaba el
“hispanoamericanismo” con el “panamericanismo”, según se incluyera o no a los
Estados Unidos, pero siempre con el afán común de la unidad de los pueblos, que
desató controversias sobre cómo leer la historia de América Latina, la
conquista y la influencia europeizante y la modernista de Estados Unidos.
Prevalecía en su escritura una visión algo mesiánica de una “élite salvífica”.
Un aspecto destacado es la vulnerabilidad de diversos grupos sociales en
América Latina y su diversidad cultural (Solís-Avendaño y González-Ortega,
1998; Camacho-Guzmán, 2021).
Los escritores de esta época tratan
de forma diferente los mismos temas que El Olimpo, con nuevos matices o
sentidos. El Olimpo presentaba al campesino de forma folclórica, estereotipado
y pintoresco, mientras que en el Repertorio aparece la plebe como un grupo
urbano marginado, solitario y triste. Son personas en busca de trabajo,
ancianos mendigos, mujeres desvalidas, niños solitarios y desamparados, cuya
pobreza, inocencia, marginalidad o desamparo los enfrenta a la brutalidad del
mundo ajeno a sus necesidades (Quesada, 2010). Los escritores muestran las
situaciones difíciles en sus personajes, tales como tragedia, injusticia y
marginalidad, sus problemas sociales y sus sentimientos, distantes de la
realidad idealizada (Rojas y Ovares, 1995; Camacho-Guzmán, 2021).
Entre 1920 y 1930, Costa Rica
enfrenta cambios drásticos en su economía, por la Primera y Segunda Guerra
Mundial (Quesada, 2010). Las protestas persiguen derechos laborales y de salud,
que culminan con la Guerra de 1948. Estos sucesos se recogen en el movimiento
literario “El paso de la montaña a la costa” (Rojas y Ovares, 1995), cuando el
Valle Central deja de ser protagónico y la prosa se interesa por las costas y
las selvas, ampliando la variedad étnica de
los personajes (indios, negros, cholos y chinos). En la década de 1930, los
ensayos debaten sobre las problemáticas sociales, tanto como los orígenes y la
identidad nacional. La raza y el paisaje surgen como aspectos del ser
costarricense y las temáticas se desligan de características individuales, para
abordar, por ejemplo, la naturaleza y el conflicto ecológico (Quesada, 2010;
Solís-Avendaño y González-Ortega, 1998).
Los textos cargados de denuncia
social y política se refieren a las clases trabajadoras en la ciudad y en las
bananeras. También aparecen otros puntos de interés, como la figura femenina,
relacionada con el placer, en contraposición con la realidad de las luchas
feministas por la obtención de derechos y del voto. Otras narrativas destacan
el antagonismo entre la vida y la muerte, o la familia como un grupo exento de
valores morales (Rojas y Ovares, 1995), o las contradicciones del modelo
emergente de sociedad (Camacho-Guzmán, 2021). Entre 1940 y 1948 (Quesada,
2010), el Estado costarricense cambia al modelo de sustitución de importaciones
y surge la tendencia a unificar el sistema educativo. La literatura, de la mano
del contexto social, seguiría modificando sus propuestas (Rojas y Ovares, 1995;
Camacho-Guzmán, 2021).
2. Sobre el estudio
La ficción es un componente de la
realidad y los relatos son un vehículo para crear conciencia social, entender y
transmitir vivencias (Duncan et al., 1995). El presente estudio es una
reelaboración enfocada en la puntualización de la niñez femenina, una
actualización teórica y una profundización analítica del tema decantado del
Seminario de Graduación de Campos et al. (2012) que abordó los modelos de
socialización entre niñez y adultez, representados en cuentos costarricenses
del siglo XX. Se concentra en las primeras tres décadas del siglo XX que ponen
especial énfasis en la niñez femenina, pues fue un período de redefinición del
concepto de nación, de intelectualidad y subjetividad que condujo, entre otras,
a una narrativa sobre la niñez, particularmente femenina, que recoge y refleja
partes sustantivas de los debates de la época y los procesos societales en que estaban inscritos y que fueron
conducentes de la construcción identitaria.
Desde las narraciones prehispánicas,
pasando por las leyendas de tradición oral y llegando al inicio de la narrativa
en América Latina, los cuentos han jugado un papel como recopiladores de
tradiciones y experiencias, de visiones realistas y de visiones fantásticas de
la realidad (Hahn, 1998).
Acerca de la noción costarricense
sobre niñez de hace un siglo, Víquez-Jiménez (2018) establece que ya la
convivencia trascendía el hogar, extendiéndose a la comunidad. Esta ampliación
territorial permitía desde entonces la exposición a la interacción con diversas
figuras adultas y con pares. Era una forma de introducirse en la
familiarización con los oficios y el camino hacia el abandono escolar, con el
ingreso precoz al mundo laboral. Asimismo, ya las diferencias sociales se
expresaban a partir de los contextos de vida, como lo muestra su análisis
fotográfico, y la doctrina de la situación irregular hacía su aparición con la
institucionalización de la niñez “en abandono”.
Desde la visión de sociedad e
infancia, Díaz (2012) somete a revisión histórica este binomio y la obra que
edita de varias autorías muestra cómo en la primera década del siglo pasado
surge y llega a predominar la visión de la filantropía, sobre todo como
iniciativa adjudicada a las mujeres, en medio del contraste entre una población
creciente, una producción agrícola pujante (pero endeble) y la diseminación de
enfermedades endémicas, en el contexto bélico mundial. El segmento social más
afectado resulta ser el de la infancia, sobre todo en sus primeros años. El
discurso político y el debate social se disparan desde la visión religiosa y la
de la ciencia, que se expresa en el contraste de resignación por la mortalidad
versus atención en salud, en medio del cual la maternidad es el nicho de la
confrontación. De ahí que, desde la caridad y la maternidad, la política de Estado
se traduzca en el programa “La gota de Leche”, como forma primaria de
asistencialismo, y en el primer asilo para la niñez en desamparo. A la postre,
se llegaría a la fundación del Patronato Nacional de la Infancia, como epítome
de la entonces aceptada situación irregular en la niñez. Primero apareció en la
capital y luego se extendió a algunas provincias, pero siempre con su
irrenunciable énfasis en la lactancia como clave del éxito. En esta misma
época, se inicia la sistematización de la exaltación del patriotismo en el
incipiente sistema escolar, con las celebraciones de las fechas y gestas
nacionales. Desde entonces inicia la creación de una memoria histórica según la
versión del Estado emergente y se instituye la fiesta escolar para recrearla ya
con cierta pompa. Aparecen así las primeras menciones, promesas y propaganda
politiquera sobre el tema de la salud, asociadas a la institucionalización de
los primeros rituales de conmemoración patria en la escuela. La infancia
empieza a verse, desde el discurso científico, asociada a enfermedades
endémicas, como la poliomielitis, con la subsecuente institucionalización y
aislamiento como respuesta, que inicia la idea de “incapacidad” y la asignación
de la responsabilidad a la crianza, sobre todo materna, con la visión lastimera
de la compasión como supuesta clave de su manejo y rehabilitación. Es también
la época en que la condición social de pobreza se asocia forzosamente con el
trabajo infantil, como legitimación de la situación irregular en las clases
sociales que la padecen. En medio de la desprotección, la desigualdad y hasta
la orfandad, el culto al trabajo desde la niñez se instaura como edificante y
como la respuesta social. La vulnerabilidad social, la visión caritativa, la
institucionalización y la singularización de la irregularidad en la infancia y
en la familia (sobre todo la madre), se constituyen en el modelo ideológico que
sostiene la nación de patria, sociedad y Estado.
3. Historicidad del concepto de
niñez
“El siglo de la niñez” (Cunningham, 2021) remite al enunciado de la feminista Ellen
Ken para la centuria de 1900, con énfasis en los derechos y la moral. Además de
la crítica al rol tradicional de la mujer y la maternidad, apostaba por una
crianza renovadora de las cicatrices que las guerras, el capitalismo y el
cristianismo a ultranza habían provocado. Se iniciaba una nueva comprensión de
la niñez, basada en la psicología y la educación, sobre todo desde la ruptura
generada por Freud de la idea de la inocencia infantil. Esta nueva visión obligó
a ver a la niñez en su diversidad, en confrontación con condiciones de vida muy
disímiles y, a menudo, desventajosas. La parentalidad
se tambaleó y enfrentó al riesgo del colapso. Las políticas públicas incluyeron
la infancia y el desarrollo en sus agendas. Hacia final del siglo XX, la niñez
idílica se desvanece, junto con el establecimiento de la exposición mediática
infantil y la síntesis de la disparidad psicosocial en el desarrollo.
La historia de la infancia se ha
escrito desde registros artísticos, noticiosos y legales que reflejan diversas
concepciones y visiones, debido a la carencia de registros históricos (DeMause, 1994). La decodificación de las coordenadas
simbólicas conduce a la comprensión de los procesos de significación que
subyacen a las nociones de niñez y su lugar cultural. Estas coordenadas están
inscritas en una narrativa que involucra la participación de personajes
infantiles en contextos sociales (Cunningham, 2021).
Sobre el estado de la niñez y la
adolescencia en el contexto sociohistórico y
cultural, Juárez et al. (2003) destacan que la noción cambió durante la
Revolución Industrial, cuando aparece una diferenciación de la niñez como grupo
etario. Cunningham (2021) añade que desde entonces se
habla de “las edades de la vida”, recogidas en la literatura que, a lo largo de
los siglos, ha abordado la niñez mostrándose en sus cambios sociohistóricos,
tanto en la que es sobre la niñez como para la niñez.
En el siglo XX, los psicólogos de la
educación y del desarrollo conciben la niñez como una etapa del desarrollo
humano y proveen las condiciones epistemológicas para el surgimiento de los
discursos sobre estadios etarios con necesidades y demandas específicas, pero
aún inmersos en un entorno dominado por adultos (Juárez et al.,2003), tanto que
sus textos y contextos son apropiados por la adultez en la visión cultural
sobre la niñez (Sosenski, 2016). La vida
contemporánea es la consolidación de una sociedad de mayor globalidad, de
interacciones impersonales y figuras y discursos de autoridad difusos. Los
cambios suscitados sobre la socialización de la niñez se reflejan en el ejemplo
de “la niñez monstruosa” en Frankenstein de Mary Shelley (Ayelén-Bayerque, 2021), con ideas como el niño Prometeo, la
exposición de la orfandad y la visión adulta de una naturaleza intimidante
sobre la infancia.
Esta posición la comparte Soto-Maffioli (2014) en su múltiple utilización como metáfora en
diversos ámbitos sociopolíticos, cuyas imágenes van desde la divinidad hasta la
pornografía (Ramírez-Alvarado, 2005).
Ariès (1962) dirige su atención hacia una
representación social de la infancia, hacia el lugar ocupado en el imaginario
colectivo. El concepto de infancia no existía antes del siglo XVII. Diversas sociedades han sacrificado aspectos de
la niñez en procura del bien común (Jenks, 1996),
pues cualquier transgresión en el comportamiento infantil pondría en riesgo la
esencia de la colectividad. La niñez, como etapa, permite conocer actitudes
privadas, políticas públicas y aspectos de la sociedad y de la forma en que se
ha desarrollado. Es una construcción social que revela que el entendimiento de
la infancia y sus significados varían considerablemente de una cultura a otra,
pero también cambian dentro de la historia en cada cultura. La experiencia
infantil ha variado a lo largo del tiempo, aunque casi siempre vista como carente de
responsabilidad, con derecho a la protección y a la formación, pero no a la
autonomía. Desde la Declaración de los Derechos de la Niñez, una particular
visión de la infancia continúa como “la infancia correcta”. En las ideas
contemporáneas sobre la infancia, se notan cuatro temas durante los últimos
tres siglos: a) niños y niñas son separados como diferentes, según el cálculo
de la edad; b) se considera que tienen una forma de ser especial, dada
naturalmente; c) son inocentes; y d) son vulnerables y dependientes. La niñez
ha tenido históricamente un carácter teleológico, para mostrar el desarrollo de
las diferentes sociedades, en aspectos como el trabajo, la explotación o el
abuso infantil, debido a que el cambio en el trato a grupos vulnerables como la
mujer, los esclavos y la niñez se utiliza como parámetro de civilización y
progreso de la sociedad. La infancia es una
convención social y no solo un estado natural. Además, es un fenómeno
transitorio por el que se atraviesa para llegar a la consecución del destino
definitivo, la vida racional adulta. Jaramillo (2007) menciona que hasta en el
siglo XX es cuando se da la categoría de “niñez como sujeto social de derecho”.
Asimismo, Cox (1996) identifica
patrones de socialización infantil en diferentes etapas de la historia, pese a
la carencia de registros históricos precisos, y reconoce que los poemas y otras
expresiones artísticas reflejan el significado cultural de la vida diaria,
analizable desde el discurso que muestra el contenido ideológico y cultural que
las moldeó. Por otro lado, Zornado (2001) analiza
cuentos infantiles, historias acerca de la infancia y textos relacionados con
pautas tradicionales de formación, para determinar parámetros culturales,
sociales e históricos que han influido en la crianza. Las manifestaciones
literarias se refieren a la ideología inconsciente de la época en que fueron
creadas y posibilitan una historia cultural amplia para explicar el fenómeno de
la violencia social y el abuso del poder hacia la niñez. En sus tramas surgen
aspectos ideológicos asociados a la violencia y la crueldad adultas hacia la
niñez, siempre por su propio bien. La voluntad infantil debe ser quebrantada y
es tarea adulta reformarla y orientarla, la niñez ideal es siempre manejable,
obediente y discreta, cualidades para el éxito. El trabajo, el orden, la
limpieza y principalmente la obediencia constituyen los elementos salvadores
para la niñez “mal portada”.
Para Stearns
(2006), la relación entre infantes y progenitores se fue perfilando según las
exigencias laborales y los mandatos sociales de cada cultura. Con el
capitalismo globalizado, la niñez es sujeto de consumo y se le asignan nuevas
tareas. No obstante, para algunas sociedades modernas, el trabajo infantil es
aún la norma, mientras otras lo han considerado deplorable. Pese a las
variaciones históricas, niñas y niños deben prepararse constantemente para la
adultez y adquirir roles de género.
Jenks (1996) llama post-Ilustración a la
concepción de la niñez del siglo XVIII, que la traslada al centro del
escenario, con énfasis en las políticas públicas y un lugar principal en la
familia, al ser definida en su presencia social. Este nuevo estatus implica que
se la ve como depositaria de herencias y atributos que se pierden en la
adultez. Establece una nueva forma de control social. La niñez moderna se ha
convertido en el foco de innumerables proyectos para protegerla del peligro
físico, sexual y moral (Flores-Montero, 1997), asegurando su desarrollo
“normal”, para promover activamente la capacidad de atributos como la
inteligencia, la educabilidad y la estabilidad emocional, que responden a la
Edad Moderna y sus demandas. El discurso occidental sobre la niñez será igual en
todas las disciplinas, con variaciones según el contexto.
Jenks (1996) utiliza los términos
“dionisíaco” y “apolíneo” como contrastes para la infancia. Las visiones giran
en torno al control social y a cómo la sociedad lo ejerce. Su mejor vehículo
será el sistema de “castigo”, para doblegar al niño dionisiaco o para estimular
por medio de la institucionalización (que igualmente se convierte en castigo) a
la niñez apolínea. La “niñez dionisia” presupone un mal inicial o corrupción,
que no debe caer en malas compañías, establecer malos hábitos o estar ocioso,
ya que se desatará una fuerza demoníaca, potencialmente destructiva tanto para
sí mismo como para la sociedad. La “niñez apolínea” corresponde a una visión
occidental sobre un ente angelical, inocente, sin mancha y con una bondad
natural, cuestiones que la sociedad intenta mantener y han motivado la
proliferación de la educación para su estímulo. Hacia finales de la modernidad,
la visión tradicional de infancia se desdibuja ante la consideración de que
niños y niñas son capaces de actos violentos
y delictivos. Cuando suceden, se busca excluir a quienes los cometen,
otorgándoles denominaciones que los alejen de la concepción tradicional de
infancia: “pequeños demonios”, “con cerebro de adulto”, “con el demonio
adentro”.
Para Cox (1996), en el siglo XX la
niñez y la educación se asociaron y cobraron importancia. Ahora, los niños y
niñas son participantes y pertenecientes a la sociedad, algo incomprensible
para generaciones anteriores, con derechos sociales independientes a los
parentales. Es deber del Estado garantizar su cumplimiento. La familia ha sido
un soporte de las nociones tradicionales de niñez, pero, en los últimos
tiempos, ha declinado debido a las reconfiguraciones de la familia
“tradicional”. Aparece una niñez en crisis, pues los progenitores pierden
control sobre su progenie, y en la infancia se está inmerso en un mundo que
demanda precocidad y que juega con la idea de niñez a su antojo. La niñez ya no
es protegida, sino preparada para la dura y sofisticada existencia adulta. La niñez se vio también afectada por los
cambios en el núcleo familiar en el siglo XX; el aumento de los divorcios y la
formación de familias complejas la llevó a enfrentarse a las debilidades
parentales y a ver la figura adulta desde otra perspectiva. Ante la ausencia de
alguno de los progenitores, las niñas y los niños se vieron obligados a tomar
un rol adulto.
Zornado (2001) afirma que muchas
producciones infantiles invitan a niños y niñas a identificarse con las ideas
adultas y constituyen propaganda adulta para confirmar la relación jerárquica.
Las jerarquías de superioridad e inferioridad están siempre implícitas entre
progenitores y progenie, de modo que se justifica el poder y la violencia bajo
la mampara del amor. La ideología dominante hace referencia a las relaciones
entre niñez y adultez que se reproducen a nivel cultural. Así, ricos y pobres,
fuertes y débiles, poderosos y marginados comparten y participan de la
ideología dominante a través de mecanismos instaurados desde la infancia.
Independientemente de raza, género o clase social, las personas están inmersas
en un engranaje social que se estructura a partir de la “pedagogía adulta”,
caracterizada por el miedo reprimido, la tristeza, la ira y el imperativo
adulto de hacerse sentir necesario ante la niñez. Progenitores y maestros
suelen recompensar a los niños y a las niñas cuando se comportan según las
pautas sociales, finalizan sus tareas u obtienen buenas calificaciones, de
manera que la infancia se ve constantemente necesitada de obtener
reconocimientos externos. Cuando se falla en las expectativas adultas, se
expone a la vergüenza, la culpa y la humillación, una lección de sometimiento y
sumisión.
En las grandes civilizaciones (Stearns, 2006), la propagación de las religiones aportó
variaciones a la concepción de niñez, y mostraron interés por proteger a la
niñez, reconociéndola como criaturas de Dios y parte de la comunidad religiosa
desde su nacimiento, lo cual traería implicaciones importantes sobre la
conducta infantil, con énfasis en la obediencia. El cristianismo promovió que
se escribieran decretos en contra de los infanticidios y la venta de niños.
Además, con el fin de aumentar los lazos entre los infantes y sus madres, se
disuadía el uso de nodrizas. Hacia los siglos XIX y XX en Estados Unidos y
Europa Occidental, ocurren relevantes transformaciones sociales, como la
disminución del trabajo infantil a cambio de mayor carga académica y la
creación de políticas sanitarias que redujeron los índices de mortalidad.
La educación se convirtió en una
preocupación parental y, además, un factor que retrasaba la llegada de la
adultez. Se educa en función de la figura adulta que llegaría a ser (Stearns, 2006). No obstante, se mantendría por décadas una
doble labor para muchos niños y niñas, el asistir a la escuela y trabajar. En
épocas recientes, la planificación familiar ha dado un giro a los índices de
natalidad infantil y a la cantidad de miembros en las familias.
Fragoso (2007) reflexiona sobre la
valorización de la niñez según la clase social. Hasta el siglo XIX se empieza a
tomar en cuenta el acceso a la educación, alimentación y cuidados, los cuales
son promovidos universalmente como derechos universales. Rojas (2001) propone
que la niñez se transformó en una víctima inocente durante los siglos XIX y XX,
no solo de un sistema social, sino sobre todo de su condición de subordinación
frente a los adultos. A partir de los años sesenta, en Europa y Estados Unidos
se evidenció la preocupación intelectual por la infancia, al mismo tiempo que
se observó el agotamiento de una etapa que había confiado en el papel humanizador y socializador del cuidado de la niñez. El
descubrimiento de la infancia se confirma por el interés hacia las formas de
juego infantil y porque se les dieron nombres nuevos como bambino,
chaval o chiquillo. Los adultos se distraen con las travesuras infantiles y
empleando un vocabulario aniñado. Se inicia una separación de la familia con la
sociedad, excluyéndose al ámbito privado. Así la familia moderna se aísla de la
sociedad y se transforma en una pequeña organización compleja y jerarquizada
dirigida por el padre de la familia (Ariès, 1962).
4. Metodología de análisis
El análisis de la literatura aborda
las fantasías primordiales, las cuales refieren a aspectos constitutivos del
ser humano. En la literatura se movilizan aspectos en el sujeto (espejo de la
colectividad), porque el contenido latente de estas representaciones estéticas
es una condensación cultural. Las
irritaciones (resonancias subjetivas) que la obra provoca estarán relacionadas
con contradicciones percibidas por la persona expectante (Sanabria, 2007).
El sentido latente del texto es
conceptuado conforme a la simbología presentativa y
abordado desde una comprensión de escenas que se proyectan alrededor de la
praxis vital cubierta por el “velo lingüístico”. La narración combina
acontecimientos que trascienden el tiempo y el espacio. La narración crea
imágenes. La comprensión escénica recoge imágenes llevadas a la luz del día
como “ramificaciones” o indicios del plano latente de la representación simbólica.
La “atención flotante” advierte formas simbólicas presentativas
en el plano estético de los derivados de la estructura latente de sentido. El
drama escénico lo revela al polemizar sobre los
símbolos presentativos. Las irritaciones acceden a la
dramaturgia que revela patrones de socialización. Estas irritaciones se
convierten en preguntas que dirigen la indagación sobre los temas de interés
representados en el texto, sobre los rasgos de los personajes y las
interacciones que protagonizan en sus escenarios, así como los valores, normas
u orientaciones hacia la acción que recrean. Es análisis de la cultura
(Sanabria, 2007), que transcurre por medio de 1) determinar la pauta que
establecen los personajes literarios sobre la noción de niñez, y 2) el posible
cambio histórico en los modelos de socialización infantil.
Con base en Rojas y Ovares (1995) y
Quesada (2010), se analizaron las diferentes corrientes literarias del siglo
XX, seleccionando obras que pertenecen al género del cuento, de acuerdo con los diferentes movimientos
literarios y con un protagonismo central de figuras infantiles. Estos criterios
han sido corroborados basándose en Camacho-Guzmán (2021) y Hahn (1998), así
como en González-Ortega (2011) y Solís-Avendaño y González-Ortega (1998).
Este artículo se concentra en las
primeras tres décadas del siglo XX, que ponen especial énfasis en la niñez
femenina, debido a los factores desencadenantes de la noción moderna de Nación,
Estado y subjetividad que se gesta en este período en Costa Rica, a partir de
una selección de cuentos que se muestra en la Tabla 1.
Tabla 1.
Cuentos
seleccionados
Año |
Cuento |
Autor |
1917 |
En el fango |
Rómulo Tovar |
1918 |
Zorrillos de agua |
Joaquín García Monge |
1918 |
El silbato de plata |
Carlos Gagini |
1920 |
La Negra y la Rubia |
Carmen Lyra |
1923 |
Los niños sin mamá |
María Leal De Noguera |
1929 |
Juan Pipiolo |
Jenaro Cardona |
1931 |
Niños |
María Isabel Carvajal |
1937 |
La huella |
Aníbal Reni |
5. Procedimiento
El sentido latente del texto se
aborda desde una comprensión de escenas que pivotan alrededor de la praxis
vital. La comprensión escénica en la literatura toma las imágenes como
“ramificaciones” o indicios del plano latente de la representación simbólica, para
decantar las formas simbólicas en el plano poético de los derivados de la
estructura latente de sentido en el drama de la representación escénica, hacia
la revelación del nexo que polemiza los símbolos presentativos
culturales (Sanabria, 2007).
Las irritaciones levantan el “velo
lingüístico”, decodifican la dramaturgia que muestra esquemas sobre cómo y por
qué determinados contenidos se mantienen latentes. Estas irritaciones se
convierten en preguntas sobre los temas de interés representados en el texto,
sobre los rasgos de los personajes y las interacciones que protagonizan en sus
escenarios, así como los valores, normas u orientaciones hacia la acción que
recrean. La Hermenéutica Profunda Psicoanalítica traslada el método
psicoanalítico al análisis de la cultura. Las irritaciones que los textos
provocan en el equipo de análisis llevan a pesquisar modelos de socialización
presentes en los relatos escogidos, convirtiéndose en ejes de la discusión
sobre la niñez y los patrones de socialización representados, tomando en cuenta
escenarios, contexto geográfico, social y económico, rasgos de los personajes y
sus interacciones, en la decantación de los modelos de socialización (Sanabria,
2007), por medio de un procesamiento en grupo a partir de:
●
Reseña
individual de las asociaciones libres provocadas por las lecturas,
especialmente identificando las irritaciones.
●
Confrontación
crítica al interior del grupo.
●
Identificación
de las principales figuras literarias que remiten a modelos de socialización.
●
Sistematización
de resultados y decantación del sentido latente.
●
Criterios
estructurados para garantizar la credibilidad: sentido manifiesto, composición
literaria, encadenamiento escénico, estructura del lenguaje, categorías
analíticas.
El entrecruzamiento de las
posiciones individuales, grupales y su necesario análisis conjunto, permite
decantar elementos claves, que, aunque surgidos de la relación texto-lectura
desde las subjetividades en el grupo de investigación, salta hacia la reflexión
crítica y la objetivación del debate, con su
doble articulación con la teoría de base y la generación de una propuesta
crítico-analítica sobre el tema.
König (2004) resume los pasos así: 1) el
texto es un drama con personajes que interactúan; 2) los bosquejos de vida no
reconocidos son palpables a través de una reacción permeable del lector; 3) los
participantes en el análisis dirigen su atención a las ideas derivadas de la
asociación libre que el texto evoca subjetivamente; 4) las secuencias de
interacciones provocan “irritaciones” que permiten acceder al nivel latente de
significado; 5) la experiencia de lectura permeable conduce a diversas
perspectivas en el grupo analizador; 6) el corpus de ideas relacionadas con las
escenas contribuyen al debate central; 7) el corpus se desarrolla hasta una
posible generalización para captar patrones de interacción; 8) el proceso
hermenéutico condensa el tema escénico central, ahora analíticamente
comprensible; 9) la interpretación busca la sustentación teórica.
5.1 Análisis: encargos femeninos desde la niñez
(1920-1930)
Las escenas narrativas que se
exponen en los siguientes gráficos recogen algunas de las temáticas narrativas
recurrentes en los cuentos de estas tres décadas iniciales del siglo XX. Son
componentes de un sistema semiológico que ilustra cómo se decantan en una época
determinada elementos simbólicos para relatar, dialogar y apelar a dimensiones societales, como el papel de la infancia y las actitudes,
creencias o estereotipos con los cuales se le representa y se actúa. Son
elementos simbólicos que, traducidos en actos del habla, son visibles en las
narraciones de los cuentos y reflejan posibles visiones de mundo circulantes,
sobre todo en los procesos de socialización en la religión, la familia y la educación.
En el Gráfico 1, rasgos físicos y
psicológicos preludian la subjetividad femenina como aspiración social de la
época. Belleza, pero sin aspavientos, discreción (virtud) en el espacio social,
religiosidad (sobre todo alrededor de la figura de la Virgen María),
sensibilidad, maternidad y familia.
El Gráfico 2 destaca las metonimias
alrededor de la niñez, sobre todo femenina, como vulnerabilidad, desamparo y
objeto de caridad o lástima. El dramatismo de las desventajas sociales se
resalta en la condición infantil carente de protección.
En el Gráfico 3, llaman la atención
las alusiones animalescas, la ominosa sociedad se pone de relieve en las
narraciones de la niñez, mostrada también como crianzas severas y el peso que
representaba la niñez para sus progenitores, sobre todo la madre.
Las escenas protagonizadas por la
niñez reflejan una vivencia de calamidades difíciles de enfrentar y sobrevivir,
un sistema de valores severo y una escasa disposición a reconocer el lugar de
la niñez como agente social. Las parentalidades y la
crianza no son objeto de revisión crítica, sino que se asumen como trágicos
destinos insoslayables.
Más que reivindicar la niñez y los
dilemas que enfrentaba, sobre todo para las niñas con su exposición a una mayor
vulnerabilidad, las escenas subrayan en la narración la esfera macrosocial, la ideología, la imaginería sobre sobrevivir a
toda costa y contra cualquier adversidad, más por una conciencia moral
subjetiva, un empeño denodado y un sacrificio personal, que porque las
condiciones objetivas lo vehiculicen en lugar de obstaculizarlo. Aunque el
sufrimiento humano y las condiciones adversas durante la niñez se tematizan con
frecuencia, se aíslan de sus procesos psicosociales que los generan y
reproducen. La tintura crítica en los relatos apenas si subraya la desigualdad
y la injustica como penurias, pero no se asoma a los procesos gestores el
infortunio más que con una mirada de lástima y conmiseración que apela a los
sentimientos y no a la reflexión.
Gráfico 1.
Encargos
femeninos desde la temprana infancia
En los cuentos destaca la noción de
niñez bajo una estética occidentalista, casi siempre
desde la mirada masculina dominante, que, además, impone una segregación del
espacio público y privado para la feminidad en ciernes y una diferenciación
drástica con la masculinidad hegemónica. La sumisión a la figura adulta y la
exaltación de valores religiosos se constituyen en pautas del comportamiento y,
por ende, de la identidad. La responsabilidad doméstica y valores como la
“obediencia”, antes que el juego, denotan la superposición del mundo adulto
sobre el infantil. Asimismo, en estas décadas, en su afán de proximidad a la
realidad social, la narrativa retrata la propiciación de una rivalidad
femenina, tanto como una niñez femenina en mayor vulnerabilidad. Se muestran
imágenes contrapuestas entre el esteticismo ante la mirada social y la
domesticidad en el rol familiaridad, siempre bajo la subordinación a la
adultez. La mirada pública y potencialmente censuradora sobre la niñez femenina
es una advertencia, pues, aunque se resalta una estética femenina infantil, el
engalanamiento se arriesga, expuesto como banalidad, a la censura social, como
se ilustra en la mendicidad. Bondad y sensiblería son esperables en la
identidad femenina incipiente, junto a la admonición a resaltar la discreción y
asumir una pose de cierta mojigatería ante las actitudes sociales, como es
responder con amabilidad ente los contrastes étnicos.
Gráfico 2.
La niñez
como recurso para intensificar el dramatismo
El realismo retrata el desamparo, la
fragilidad y el sufrimiento humano desde la primera infancia. Se representa el
abandono de la niñez por parte de la familia y el Estado. Las imágenes más
desgarradoras recaen sobre personajes femeninos, tanto como el asumir la
responsabilidad de la prole ante la ausencia de la responsabilidad adulta.
Compasión y caridad son presentados como valores orientadores que guían a la
sociedad ante la situación de vulneración de la condición infantil. Esta
actitud de conmiseración se articula entre distintas clases sociales como
respuesta ante la desigualdad. Las escenas apelan a la compasión, la lástima y
la caridad. La rudeza de la realidad social recae sobre el segmento más
vulnerable, la niñez, que describe un presente y presagia un futuro de
calamidades. El ambiente es desolador y, aparte de la apelación al
sentimentalismo durante la lectura, no se propone una contextualización de las
condiciones de vida desfavorables que se representan, sobre todo cuando están
atravesadas por las desigualdades de género y el cautiverio femenino de
afrontar la búsqueda de alternativas para el abandono.
Gráfico 3.
Metonimias
de la niñez
La crianza y sus implicaciones o
responsabilidades, los lazos socioafectivos y su
edificación en el vínculo con figuras adultas, están ausentes. Solo se
transmiten los vicios y el destino manifiesto de la decadencia desde temprana
edad. La subordinación de la niñez y la figura de la imposición versus el
castigo desde el mundo adulto caracterizan la naturalización de la indefensión
infantil, sobre todo femenina. La resignación se sugiere como la estrategia de
supervivencia más probable. La exposición al riesgo durante la infancia es un
motivo frecuente, que se muestra como un destino inefable, cruel y doloroso.
Las subjetividades adultas en decadencia están condenadas a reproducir en su
fratria vicios y malestares. La desolación de las familias y sus miembros,
sobre todo la niñez presente, está en medio de un remolino de adversidades casi
imposible de sortear. Sobre todo, las niñas protagonizan a personajes que
inducen a una mayor conmoción, sin acentuarse que el agravamiento de la escena
representada es por su condición de género. Nadie aparece al rescate. El relato
no se aproxima a la contextualización o génesis de la adversidad, sino que la
denuncia en un vacío social e histórico.
En síntesis, la niñez entra en
disputa en la literatura de esta época de transformaciones significativas en el
modelo de sociedad costarricense. Es un foco de denuncia. Sobre la niñez
femenina recaen mandatos específicos. El binomio de belleza versus prudencia en
la presentación pública está ligado a la advertencia sobre un mayor riesgo y
condena sociales para las niñas protagonistas, que escenifican las imágenes y
escenas más dramáticas, solo por su condición femenina, sobre la cual también
recae el encargo de sustituirse a la crianza y la protección adulta.
Se tiende a homogenizar el discurso
alrededor de la niñez como etapa vital por derecho propio, pero no ajena a las
contradicciones sociales. En el telón de fondo, se vislumbran la educación y la
salud, sobre todo como carencias infantiles, y la familia como pilar de su
sustento y fortaleza, pero, a menudo, inalcanzables sin que se problematice
sobre el porqué. La infancia se lee en clave adulta. En el lugar donde estaría
la inocencia, está el sufrimiento; en el de la educación o salud, el trabajo y
la amenaza de muerte. La denuncia de una niñez en crisis, más que una crítica
al modelo social es una advocación a los sentimientos de lástima y caridad. La
religión asoma siempre, con la idea de piedad y resignación, sobre todo para
los personajes femeninos, así como aspiración a la pureza espiritual pese a la
desventura.
Las representaciones de la niñez
femenina se mueven en un espectro simbólico que oscila entre los dictados de
una estética femenina precoz y una imagen de sumisión ante la figura adulta y
la sociedad, con énfasis en el fomento de una virtud teñida de religiosidad. Es
una niñez sin voz y cuyo protagonismo se deriva de mandatos adulto-céntricos.
No se escucha una voz infantil, sino una lectura adulta de sus vivencias,
distante, incorpórea, y que, aunque no es indiferente, no logra la proximidad
para una identificación con sus protagonistas que lleve a la indignación y, por
tanto, a la protesta contra la vulneración de derechos. Los personajes
infantiles están sujetos a un control vertical ejercido desde arquetipos
culturales, en especial los relacionados con la identidad femenina. Como afirma
Zornado (2001), las figuras de autoridad ejecutan
mecanismos de dominación y propagación ideológica para la niñez que perpetúan
la organización social. Jenks (1996) refuerza esta
idea al afirmar que la niñez, salvo pocas excepciones, ha sido relegada a un
espacio conceptual y declarada apolítica. Ariès
(1962) coincide al determinar el control adulto legitimado por medio de
instancias como la familia y la escuela.
Por esta razón, se muestra una
tendencia a sobrevalorar características como la obediencia infantil. Según Zornado (2001), los adultos utilizan diferentes estrategias
para mantener sus mecanismos de dominación; como parte de la propaganda de los
mayores existen una serie de producciones culturales que legitiman el control
social por medio del temor al rechazo y la culpa que se genera a partir de la
desobediencia. La tradición judeocristiana ha favorecido dicha propaganda
ideológica por medio de textos e interpretaciones bíblicas que pregonan la
subordinación incondicional para la obtención de recompensas por parte de las
figuras de autoridad. En estos relatos, aparecen el sufrimiento terrenal y la
resignación ante la adversidad, así como la compasión y la caridad, como únicas
alternativas. A la niñez, objeto de una pretendida denuncia social, no se le
anticipa una esperanza o reivindicación.
Asimismo, Stearns
(2006) complementa esta postura al aducir que históricamente la religión se ha
constituido un ente legitimador de la obediencia infantil hacia los padres y
otras figuras de autoridad; los argumentos religiosos se basan en la formación
de ciudadanos capaces de sostener el orden social.
Se delinea una diferenciación de la niñez como etapa de la vida, aunque con
terminologías admonitorias sobre deberes y prohibiciones, así como con una
asignación de roles que no distingue entre infancia, adolescencia y edad
adulta, lo cual se enmarca en la realidad de una nación sin una
institucionalidad ni legislación basadas en derechos de la niñez
(González-Ortega, 2011). Esta “doctrina de la situación irregular”
(Prieto-Cruz, 2012) fue común en Costa Rica hasta entrado el siglo XX.
Del mismo modo, la niñez representa
calamidad y sufrimiento, aunque en una dimensión más social que la enmarca y en
diferentes acepciones. Son voces de dolor que recrudecen las situaciones que
viven. Más que su humanidad, pareciera resaltar su carácter ominoso (Chaves,
2016). Al respecto, Jenks (1996) afirma que la
infancia ha sido representada teleológicamente y se ha utilizado de forma
sistemática como parámetro para determinar la evolución social a través de los
grupos más vulnerables. En el contexto nacional, la llegada de la Generación
del Repertorio Americano mostró un particular interés en descubrir las
vivencias de individuos marginados y expuestos a situaciones adversas. El
principio del siglo XX muestra una transición en el espacio literario del país,
cuando se comienza un enfoque hacia los conflictos sociales y las situaciones
vividas por grupos menos protegidos, como denuncia social (Brenes, 2007 y
2010), entre los cuales se encuentra la niñez. Esto respalda la aparición en
las obras de temas cómo el desamparo, el hambre, la marginalización, la
desintegración familiar, la enfermedad y la pobreza, ya que son parte de los
aspectos de la sociedad que se querían reflejar y poner en evidencia. La niñez,
sobre todo la femenina, más que una por y para sí misma, se ofrece como fuente
de imágenes para ilustrar esta denuncia. Sin embargo, es una denuncia
lastimera, sentimentaloide, ahistórica
y acrítica de las condiciones de una niñez en desventaja social que en ningún
momento considera la condición ni las desigualdades de género.
A inicios del siglo XX, se aprecia
la niñez a partir de su contribución al ámbito familiar, así como los
desarraigos que sufre y las calamidades que le acarrea. Stearns
(2006) argumenta que cuando un infante tenía edad suficiente para valerse por
sí mismo se volvía más importante para la familia, ya que ayudaría a sobrellevar
las condiciones de vida; a partir de un modelo agrícola, era beneficioso tener
muchos hijos, pues se valoraban en función del aporte de mano de obra. Los
varones fueron más apreciados que las niñas según su productividad, debido a
que las niñas eran consideradas débiles. Los niños eran socializados para
llevar funciones de proveedor, mientras que las niñas lo eran para desempeñarse
en el ámbito hogareño y privado. La infancia, más que una reivindicación social
por sí misma, es una mera metáfora de la crisis y el sufrimiento generalizado.
Indefensión, vulneración, y
resignación recogen los componentes centrales de una semiosfera
que concibe a la niñez, sobre todo femenina, dentro de un destino manifiesto de
decadencia y sufrimiento postulado con sensiblería, pero sin protesta
explícita, por la visión adulta. Una niñez que surge y se alberga en el
desamparo, se expone a reproducir los factores de riesgo y a una fatalidad
irreversible. Es una representación que intenta sensibilizar, pero sin una textualidad que ubique la historicidad de su origen y la
génesis de su desventura, ni mucho menos reclame sus derechos en una denuncia
decidida.
6. Conclusiones
Las nociones de niñez varían a
través del tiempo y de acuerdo con cambios culturales, políticos y económicos.
Las representaciones de la infancia responden a la forma en que se organiza la
sociedad; el rol de la niñez dentro del engranaje social se transforma
continuamente y cambia de una coyuntura a otra. No existe una única concepción
de niñez; diversos discursos sobre la infancia coexisten en un momento
determinado. Las políticas estatales y educativas, la clase social y el género
configuran percepciones diversas y alternantes. La religión no solo permea la
cosmovisión de las personas, sino también favorece el desarrollo de importantes
centros de interacción.
En los cuentos fue posible
determinar que las percepciones apolínea y dionisiaca coexisten en los
escenarios de los cuentos. En el protagonismo de los cuentos, sus personajes
remiten a maldad o bondad cuasi innatas, a partir de aseveraciones adultas,
impregnadas por el saber religioso, sin alusión siquiera a un enraizamiento
sicosocial e histórico de los conflictos.
La interiorización de roles de
género constituye un componente socializador principal: instruir a partir de
convencionalidades y arquetipos, sobre todo en el caso de la niñez femenina.
Durante las primeras décadas del siglo XX, existía un proyecto de vida infantil
diferenciado por género: las niñas en el hogar, en la vida privada; los varones
en la vida pública. La belleza femenina infantil en esta época permaneció
asociada a rasgos europeos. El protagonismo de una niña en los cuentos estuvo
ligado a este estereotipo y al binomio sumisión versus censura social.
Las figuras infantiles, en general,
son utilizadas como recurso literario para intensificar el dramatismo
narrativo, logrando así que el lector tenga una mayor identificación con las vivencias
relatadas y propiciando la internalización del discurso de la obra, el cual, a
la postre, apenas si logra apelar a la lástima y no a la indignación.
La generación a la que pertenecen
las plumas que escribieron estos cuentos se inscribe en el movimiento que formó
parte del Repertorio Americano. En su
estudio sobre esta serie de publicaciones, Solís-Avendaño y González-Ortega
(1998) resaltan la conciencia trágica y el colapso de los valores espirituales
como nodos de la narrativa. La decadencia y la falta de ideales sobresalen en
sus preocupaciones en cuanto a la sociedad y la individualidad. Para
afrontarlo, recurren a la tragedia en la narración, como el asidero para
promover una disciplina del espíritu. Los sentimientos de carencia, orfandad y
soledad atraviesan no solo sus biografías, sino también sus obras. Sus figuras
literarias protagónicas tienen que ver con la dignificación de los débiles,
pero por medio de la idealización de las actitudes subjetivas para
identificarse con compasión hacia los desventurados. Es una suerte de tibia
criticidad ante el momento histórico y una tenue denuncia de la indefensión,
que apenas rasca la superficie del conflicto social.
En sus luchas contra la indefensión
y el desamparo, no logran resolver el dilema de si alinearse hacia las visiones
colonialistas de la superioridad del espíritu, muchas incluso de carácter
autoritario, o la reivindicación de la propia identidad histórica en
surgimiento desde antes de la independencia. Aparece, entonces, la irresoluble
paradoja de que, pese a haber nacido y tener que vivir en la desventaja social,
el sujeto debe promover su propia fortaleza del espíritu. Ternura y piedad
versus disciplina, especialmente en la educación. La niñez, la femenina en
particular, es un recurso metonímico que nuclea la semiosfera
de la tragedia social a denunciar para mostrar dilemas con los que esta
generación literaria se confrontó e intentó plasmar en sus narrativas. La niñez
apolínea deviene siempre dionisíaca, como una trayectoria ineludible y trágica,
expuesta a la exhibición de la situación irregular y a la censura social. En el
momento en que retrata la niñez, para mostrar la cosmovisión social sometida a
escrutinio, la invisibiliza en sus subjetividades.
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