Literatura

Reflexiones sobre la socialización e historicidad de la niñez femenina con base en cuentos costarricenses entre 1920 y 1940

 

Reflections on the Socialization and Historicity of Female Childhood based on Costa Rican Tales between 1920 and 1940

 


Jorge Rafael Sanabria León

Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica

jorge.sanabria@ucr.ac.cr

https://orcid.org/0000-0002-2530-5770

 

Gabriela Campos Aguirre

Clínica PsiquisMed, San José, Costa Rica

aguirregabrielle@gmail.com

https://orcid.org/0000-0003-0930-0889

 

Marjorie Chaves Alvarado

Ministerio de Hacienda, San José, Costa Rica

chavesam@gmail.com

https://orcid.org/0000-0001-9581-2826

 

Wendy María Rodríguez Vargas

Profesional independiente, San Carlos, Costa Rica

wen.mrv@gmail.com

https://orcid.org/0000-0002-3928-9820

 

Esther Vanessa Soto Delgado

Ministerio de Educación Pública, San José, Costa Rica

vanessasoto62@hotmail.com

https://orcid.org/0009-0007-5125-9038

 

Joseph Daniel Gambia Borbón

Profesional independiente, San José, Costa Rica

josethgb@gmail.com

https://orcid.org/0009-0008-3790-2426

 

Marianela Fernández Gamboa

Hospital Rafel Ángel Calderón Guardia, San José, Costa Rica

fdzgam@gmail.com

https://orcid.org/0000-0001-7413-1757



DOI: https://doi.org/10.15517/rfl.v50i1.57300

Recepción: 11-01-23

Aprobación: 09-03-23

 

RESUMEN

Los modelos de socialización de la niñez narrados en cuentos costarricenses del siglo XX posibilitan mostrar patrones culturales de socialización y su historicidad. La reflexión se orienta hacia la interrogante sobre cómo representa la narrativa costarricense nociones de niñez y modelos de socialización de la niñez en cuentos costarricenses de las primeras décadas del siglo XX. Con base en el análisis desde la Hermenéutica Profunda, se identificaron patrones de socialización, sobre todo de la niñez femenina, como recurso para intensificar el dramatismo de procesos sociales en boga durante la época que cubren. Los hallazgos se contrastan con premisas teóricas derivadas de estudios que tratan la historicidad de la niñez y los procesos socioculturales subyacentes. Los resultados develan una niñez ajena a procesos protagónicos en sus entornos de interacción sujeta a un control vertical ejercido por figuras de autoridad. Se tienden a sobrevalorar características deseables como la sumisión y la obediencia infantil y sobresale la carencia de la caracterización de un lugar social de la niñez con identidad propia. La noción de niñez es una metonimia que representa la calamidad y la decadencia, sin un auténtico cuestionamiento de su lugar sociofamiliar.

Palabras clave: niñez; socialización; análisis literario; hermenéutica profunda; representación cultural.

 

ABSTRACT

The models of childhood socialization narrated in Costa Rican tales of the 20th century make it possible to depict cultural patterns of socialization and their historicity. The reflection is oriented on the question of how the Costa Rican narrative represents notions of childhood and models of childhood socialization, in Costa Rican tales of the 20th century. The analysis from the in-depth Hermeneutics identified patterns of socialization, especially of female childhood, as a resource to intensify the drama of social processes in vogue during the time they cover. The findings are contrasted with theoretical premises derived from studies dealing with the historicity of childhood and the underlying sociocultural processes. The results reveal a childhood alien to leading processes in their interaction environments; subject to vertical control exercised by authority figures. Desirable characteristics such as child submission and obedience tend to be overestimated, and the lack of characterization of a social place in childhood with its own identity stands out. The notion of childhood is a metonymy that represents calamity and decadence, without a genuine questioning of its socio-familiar place.

Keywords: childhood; socialization; literary analysis; in-depth Hermeneutic; cultural representation.

 

 

 

1. Introducción

 

Hacia finales del siglo XIX, se inicia el proceso de modernización y crecimiento de las ciudades en Costa Rica, cuando el Estado experimentaba un gran auge resultante de las exportaciones de café. A raíz de esto, surge una clase social acomodada que introducía en su modo de vida costumbres y estilos de vida característicos de otros países, especialmente europeos. Se da el auge de una élite muy poderosa, tanto de políticos como de intelectuales, llamada El Olimpo (Quesada, 2010). Esta élite se preocupa por comenzar a gestar una literatura nacional, la cual no escapa de plasmar la dependencia económica y cultural de la oligarquía cafetalera hacia el continente europeo. Además, se resaltaba el fuerte deseo de consolidar una cultura nacional diferente. Es evidente también cierta ambigüedad a la hora de representar lo que corresponde al ser costarricense, al hacerlo tomando en cuenta tanto a la clase alta como a la popular. Se busca la constitución de la identidad nacional, en una ambivalencia hacia lo extranjero, una atracción-temor, situación de la que no escapa la literatura y se ve reflejada en diversas obras de distintas plumas (Rojas y Ovares, 1995; Quesada, 2010; Camacho-Guzmán, 2021). A principios del siglo XX, entran en disputa los enfoques nacionalistas y los modernistas. Los nacionalistas abogaban por concentrar sus escritos en la realidad de ese momento en el país, con temas como el hombre dueño y señor, la virtud de la mujer, el enriquecimiento del campesino pobre y sumiso que se convertirá en gamonal, la familia y sus valores morales y religiosos. Los modernistas acentuaban la libre creación, pues el arte era una mera estetización de la realidad y no su reflejo realista. Los afectados fueron estos últimos, pues se deslegitimaron sus obras (como no costarricenses), cuando eran fantasiosas o presentaban un lenguaje no popular (Rojas y Ovares, 1995; Camacho-Guzmán, 2021).

El inicio del siglo XX significó para gran parte de la población costarricense pobreza y desempleo, debido a factores externos como la Revolución Mexicana (1910-1920), la Revolución Rusa (1917) y dos guerras mundiales que vinieron a afectar la economía. Los capitalistas trataron de dinamizar la economía y se generó un nuevo grupo social constituido por artesanos, trabajadores asalariados y empleados del comercio quienes recibían sueldos muy bajos y pésimas condiciones laborales. Hacia 1920, aparecen luchas contra el Estado y los patronos, para adquirir derechos laborales.

En aquel momento histórico, la generación literaria de principios del siglo XX, o Generación del Repertorio Americano, coincidió con las primeras crisis del régimen liberal y del capitalismo agrario. La escritura se dedica a mostrar los conflictos sociales, la distancia entre los discursos de los altos jerarcas y la realidad del pueblo, experimentada por grupos menos protegidos y más vulnerables. Se perfilan temas relacionados con la pobreza, el dolor, el desamparo de la niñez y las mujeres, junto al ideal de una realidad armónica y espiritual (Rojas y Ovares, 1995; Camacho-Guzmán, 2021). Fue una generación preocupada en su escritura por comprender el miedo que surgía y se polemizaba en medio de dos guerras mundiales (Camacho-Guzmán, 2021), entre cuyos ejes centrales se encontraba la representación de colectivos divergentes de la discursividad o narrativa oficiales, acentuando la subjetividad. El Repertorio Americano refleja el surgimiento en la posguerra de una élite intelectual que propicia el proyecto “católico”, pero con una diversidad de voces. Su núcleo confrontaba el “hispanoamericanismo” con el “panamericanismo”, según se incluyera o no a los Estados Unidos, pero siempre con el afán común de la unidad de los pueblos, que desató controversias sobre cómo leer la historia de América Latina, la conquista y la influencia europeizante y la modernista de Estados Unidos. Prevalecía en su escritura una visión algo mesiánica de una “élite salvífica”. Un aspecto destacado es la vulnerabilidad de diversos grupos sociales en América Latina y su diversidad cultural (Solís-Avendaño y González-Ortega, 1998; Camacho-Guzmán, 2021).

Los escritores de esta época tratan de forma diferente los mismos temas que El Olimpo, con nuevos matices o sentidos. El Olimpo presentaba al campesino de forma folclórica, estereotipado y pintoresco, mientras que en el Repertorio aparece la plebe como un grupo urbano marginado, solitario y triste. Son personas en busca de trabajo, ancianos mendigos, mujeres desvalidas, niños solitarios y desamparados, cuya pobreza, inocencia, marginalidad o desamparo los enfrenta a la brutalidad del mundo ajeno a sus necesidades (Quesada, 2010). Los escritores muestran las situaciones difíciles en sus personajes, tales como tragedia, injusticia y marginalidad, sus problemas sociales y sus sentimientos, distantes de la realidad idealizada (Rojas y Ovares, 1995; Camacho-Guzmán, 2021).

Entre 1920 y 1930, Costa Rica enfrenta cambios drásticos en su economía, por la Primera y Segunda Guerra Mundial (Quesada, 2010). Las protestas persiguen derechos laborales y de salud, que culminan con la Guerra de 1948. Estos sucesos se recogen en el movimiento literario “El paso de la montaña a la costa” (Rojas y Ovares, 1995), cuando el Valle Central deja de ser protagónico y la prosa se interesa por las costas y las selvas, ampliando la variedad étnica de los personajes (indios, negros, cholos y chinos). En la década de 1930, los ensayos debaten sobre las problemáticas sociales, tanto como los orígenes y la identidad nacional. La raza y el paisaje surgen como aspectos del ser costarricense y las temáticas se desligan de características individuales, para abordar, por ejemplo, la naturaleza y el conflicto ecológico (Quesada, 2010; Solís-Avendaño y González-Ortega, 1998).

Los textos cargados de denuncia social y política se refieren a las clases trabajadoras en la ciudad y en las bananeras. También aparecen otros puntos de interés, como la figura femenina, relacionada con el placer, en contraposición con la realidad de las luchas feministas por la obtención de derechos y del voto. Otras narrativas destacan el antagonismo entre la vida y la muerte, o la familia como un grupo exento de valores morales (Rojas y Ovares, 1995), o las contradicciones del modelo emergente de sociedad (Camacho-Guzmán, 2021). Entre 1940 y 1948 (Quesada, 2010), el Estado costarricense cambia al modelo de sustitución de importaciones y surge la tendencia a unificar el sistema educativo. La literatura, de la mano del contexto social, seguiría modificando sus propuestas (Rojas y Ovares, 1995; Camacho-Guzmán, 2021).

 

2. Sobre el estudio

 

La ficción es un componente de la realidad y los relatos son un vehículo para crear conciencia social, entender y transmitir vivencias (Duncan et al., 1995). El presente estudio es una reelaboración enfocada en la puntualización de la niñez femenina, una actualización teórica y una profundización analítica del tema decantado del Seminario de Graduación de Campos et al. (2012) que abordó los modelos de socialización entre niñez y adultez, representados en cuentos costarricenses del siglo XX. Se concentra en las primeras tres décadas del siglo XX que ponen especial énfasis en la niñez femenina, pues fue un período de redefinición del concepto de nación, de intelectualidad y subjetividad que condujo, entre otras, a una narrativa sobre la niñez, particularmente femenina, que recoge y refleja partes sustantivas de los debates de la época y los procesos societales en que estaban inscritos y que fueron conducentes de la construcción identitaria.

Desde las narraciones prehispánicas, pasando por las leyendas de tradición oral y llegando al inicio de la narrativa en América Latina, los cuentos han jugado un papel como recopiladores de tradiciones y experiencias, de visiones realistas y de visiones fantásticas de la realidad (Hahn, 1998).

Acerca de la noción costarricense sobre niñez de hace un siglo, Víquez-Jiménez (2018) establece que ya la convivencia trascendía el hogar, extendiéndose a la comunidad. Esta ampliación territorial permitía desde entonces la exposición a la interacción con diversas figuras adultas y con pares. Era una forma de introducirse en la familiarización con los oficios y el camino hacia el abandono escolar, con el ingreso precoz al mundo laboral. Asimismo, ya las diferencias sociales se expresaban a partir de los contextos de vida, como lo muestra su análisis fotográfico, y la doctrina de la situación irregular hacía su aparición con la institucionalización de la niñez “en abandono”.

Desde la visión de sociedad e infancia, Díaz (2012) somete a revisión histórica este binomio y la obra que edita de varias autorías muestra cómo en la primera década del siglo pasado surge y llega a predominar la visión de la filantropía, sobre todo como iniciativa adjudicada a las mujeres, en medio del contraste entre una población creciente, una producción agrícola pujante (pero endeble) y la diseminación de enfermedades endémicas, en el contexto bélico mundial. El segmento social más afectado resulta ser el de la infancia, sobre todo en sus primeros años. El discurso político y el debate social se disparan desde la visión religiosa y la de la ciencia, que se expresa en el contraste de resignación por la mortalidad versus atención en salud, en medio del cual la maternidad es el nicho de la confrontación. De ahí que, desde la caridad y la maternidad, la política de Estado se traduzca en el programa “La gota de Leche”, como forma primaria de asistencialismo, y en el primer asilo para la niñez en desamparo. A la postre, se llegaría a la fundación del Patronato Nacional de la Infancia, como epítome de la entonces aceptada situación irregular en la niñez. Primero apareció en la capital y luego se extendió a algunas provincias, pero siempre con su irrenunciable énfasis en la lactancia como clave del éxito. En esta misma época, se inicia la sistematización de la exaltación del patriotismo en el incipiente sistema escolar, con las celebraciones de las fechas y gestas nacionales. Desde entonces inicia la creación de una memoria histórica según la versión del Estado emergente y se instituye la fiesta escolar para recrearla ya con cierta pompa. Aparecen así las primeras menciones, promesas y propaganda politiquera sobre el tema de la salud, asociadas a la institucionalización de los primeros rituales de conmemoración patria en la escuela. La infancia empieza a verse, desde el discurso científico, asociada a enfermedades endémicas, como la poliomielitis, con la subsecuente institucionalización y aislamiento como respuesta, que inicia la idea de “incapacidad” y la asignación de la responsabilidad a la crianza, sobre todo materna, con la visión lastimera de la compasión como supuesta clave de su manejo y rehabilitación. Es también la época en que la condición social de pobreza se asocia forzosamente con el trabajo infantil, como legitimación de la situación irregular en las clases sociales que la padecen. En medio de la desprotección, la desigualdad y hasta la orfandad, el culto al trabajo desde la niñez se instaura como edificante y como la respuesta social. La vulnerabilidad social, la visión caritativa, la institucionalización y la singularización de la irregularidad en la infancia y en la familia (sobre todo la madre), se constituyen en el modelo ideológico que sostiene la nación de patria, sociedad y Estado.

 

3. Historicidad del concepto de niñez

 

“El siglo de la niñez” (Cunningham, 2021) remite al enunciado de la feminista Ellen Ken para la centuria de 1900, con énfasis en los derechos y la moral. Además de la crítica al rol tradicional de la mujer y la maternidad, apostaba por una crianza renovadora de las cicatrices que las guerras, el capitalismo y el cristianismo a ultranza habían provocado. Se iniciaba una nueva comprensión de la niñez, basada en la psicología y la educación, sobre todo desde la ruptura generada por Freud de la idea de la inocencia infantil. Esta nueva visión obligó a ver a la niñez en su diversidad, en confrontación con condiciones de vida muy disímiles y, a menudo, desventajosas. La parentalidad se tambaleó y enfrentó al riesgo del colapso. Las políticas públicas incluyeron la infancia y el desarrollo en sus agendas. Hacia final del siglo XX, la niñez idílica se desvanece, junto con el establecimiento de la exposición mediática infantil y la síntesis de la disparidad psicosocial en el desarrollo.

La historia de la infancia se ha escrito desde registros artísticos, noticiosos y legales que reflejan diversas concepciones y visiones, debido a la carencia de registros históricos (DeMause, 1994). La decodificación de las coordenadas simbólicas conduce a la comprensión de los procesos de significación que subyacen a las nociones de niñez y su lugar cultural. Estas coordenadas están inscritas en una narrativa que involucra la participación de personajes infantiles en contextos sociales (Cunningham, 2021).

Sobre el estado de la niñez y la adolescencia en el contexto sociohistórico y cultural, Juárez et al. (2003) destacan que la noción cambió durante la Revolución Industrial, cuando aparece una diferenciación de la niñez como grupo etario. Cunningham (2021) añade que desde entonces se habla de “las edades de la vida”, recogidas en la literatura que, a lo largo de los siglos, ha abordado la niñez mostrándose en sus cambios sociohistóricos, tanto en la que es sobre la niñez como para la niñez.

En el siglo XX, los psicólogos de la educación y del desarrollo conciben la niñez como una etapa del desarrollo humano y proveen las condiciones epistemológicas para el surgimiento de los discursos sobre estadios etarios con necesidades y demandas específicas, pero aún inmersos en un entorno dominado por adultos (Juárez et al.,2003), tanto que sus textos y contextos son apropiados por la adultez en la visión cultural sobre la niñez (Sosenski, 2016). La vida contemporánea es la consolidación de una sociedad de mayor globalidad, de interacciones impersonales y figuras y discursos de autoridad difusos. Los cambios suscitados sobre la socialización de la niñez se reflejan en el ejemplo de “la niñez monstruosa” en Frankenstein de Mary Shelley (Ayelén-Bayerque, 2021), con ideas como el niño Prometeo, la exposición de la orfandad y la visión adulta de una naturaleza intimidante sobre la infancia.

Esta posición la comparte Soto-Maffioli (2014) en su múltiple utilización como metáfora en diversos ámbitos sociopolíticos, cuyas imágenes van desde la divinidad hasta la pornografía (Ramírez-Alvarado, 2005).

Ariès (1962) dirige su atención hacia una representación social de la infancia, hacia el lugar ocupado en el imaginario colectivo. El concepto de infancia no existía antes del siglo XVII. Diversas sociedades han sacrificado aspectos de la niñez en procura del bien común (Jenks, 1996), pues cualquier transgresión en el comportamiento infantil pondría en riesgo la esencia de la colectividad. La niñez, como etapa, permite conocer actitudes privadas, políticas públicas y aspectos de la sociedad y de la forma en que se ha desarrollado. Es una construcción social que revela que el entendimiento de la infancia y sus significados varían considerablemente de una cultura a otra, pero también cambian dentro de la historia en cada cultura. La experiencia infantil ha variado a lo largo del tiempo, aunque casi siempre vista como carente de responsabilidad, con derecho a la protección y a la formación, pero no a la autonomía. Desde la Declaración de los Derechos de la Niñez, una particular visión de la infancia continúa como “la infancia correcta”. En las ideas contemporáneas sobre la infancia, se notan cuatro temas durante los últimos tres siglos: a) niños y niñas son separados como diferentes, según el cálculo de la edad; b) se considera que tienen una forma de ser especial, dada naturalmente; c) son inocentes; y d) son vulnerables y dependientes. La niñez ha tenido históricamente un carácter teleológico, para mostrar el desarrollo de las diferentes sociedades, en aspectos como el trabajo, la explotación o el abuso infantil, debido a que el cambio en el trato a grupos vulnerables como la mujer, los esclavos y la niñez se utiliza como parámetro de civilización y progreso de la sociedad. La infancia es una convención social y no solo un estado natural. Además, es un fenómeno transitorio por el que se atraviesa para llegar a la consecución del destino definitivo, la vida racional adulta. Jaramillo (2007) menciona que hasta en el siglo XX es cuando se da la categoría de “niñez como sujeto social                    de derecho”.

Asimismo, Cox (1996) identifica patrones de socialización infantil en diferentes etapas de la historia, pese a la carencia de registros históricos precisos, y reconoce que los poemas y otras expresiones artísticas reflejan el significado cultural de la vida diaria, analizable desde el discurso que muestra el contenido ideológico y cultural que las moldeó. Por otro lado, Zornado (2001) analiza cuentos infantiles, historias acerca de la infancia y textos relacionados con pautas tradicionales de formación, para determinar parámetros culturales, sociales e históricos que han influido en la crianza. Las manifestaciones literarias se refieren a la ideología inconsciente de la época en que fueron creadas y posibilitan una historia cultural amplia para explicar el fenómeno de la violencia social y el abuso del poder hacia la niñez. En sus tramas surgen aspectos ideológicos asociados a la violencia y la crueldad adultas hacia la niñez, siempre por su propio bien. La voluntad infantil debe ser quebrantada y es tarea adulta reformarla y orientarla, la niñez ideal es siempre manejable, obediente y discreta, cualidades para el éxito. El trabajo, el orden, la limpieza y principalmente la obediencia constituyen los elementos salvadores para la niñez “mal portada”.

Para Stearns (2006), la relación entre infantes y progenitores se fue perfilando según las exigencias laborales y los mandatos sociales de cada cultura. Con el capitalismo globalizado, la niñez es sujeto de consumo y se le asignan nuevas tareas. No obstante, para algunas sociedades modernas, el trabajo infantil es aún la norma, mientras otras lo han considerado deplorable. Pese a las variaciones históricas, niñas y niños deben prepararse constantemente para la adultez y adquirir roles de género.

Jenks (1996) llama post-Ilustración a la concepción de la niñez del siglo XVIII, que la traslada al centro del escenario, con énfasis en las políticas públicas y un lugar principal en la familia, al ser definida en su presencia social. Este nuevo estatus implica que se la ve como depositaria de herencias y atributos que se pierden en la adultez. Establece una nueva forma de control social. La niñez moderna se ha convertido en el foco de innumerables proyectos para protegerla del peligro físico, sexual y moral (Flores-Montero, 1997), asegurando su desarrollo “normal”, para promover activamente la capacidad de atributos como la inteligencia, la educabilidad y la estabilidad emocional, que responden a la Edad Moderna y sus demandas. El discurso occidental sobre la niñez será igual en todas las disciplinas, con variaciones según el contexto.

Jenks (1996) utiliza los términos “dionisíaco” y “apolíneo” como contrastes para la infancia. Las visiones giran en torno al control social y a cómo la sociedad lo ejerce. Su mejor vehículo será el sistema de “castigo”, para doblegar al niño dionisiaco o para estimular por medio de la institucionalización (que igualmente se convierte en castigo) a la niñez apolínea. La “niñez dionisia” presupone un mal inicial o corrupción, que no debe caer en malas compañías, establecer malos hábitos o estar ocioso, ya que se desatará una fuerza demoníaca, potencialmente destructiva tanto para sí mismo como para la sociedad. La “niñez apolínea” corresponde a una visión occidental sobre un ente angelical, inocente, sin mancha y con una bondad natural, cuestiones que la sociedad intenta mantener y han motivado la proliferación de la educación para su estímulo. Hacia finales de la modernidad, la visión tradicional de infancia se desdibuja ante la consideración de que niños y niñas son capaces de actos violentos y delictivos. Cuando suceden, se busca excluir a quienes los cometen, otorgándoles denominaciones que los alejen de la concepción tradicional de infancia: “pequeños demonios”, “con cerebro de adulto”, “con el demonio adentro”.

Para Cox (1996), en el siglo XX la niñez y la educación se asociaron y cobraron importancia. Ahora, los niños y niñas son participantes y pertenecientes a la sociedad, algo incomprensible para generaciones anteriores, con derechos sociales independientes a los parentales. Es deber del Estado garantizar su cumplimiento. La familia ha sido un soporte de las nociones tradicionales de niñez, pero, en los últimos tiempos, ha declinado debido a las reconfiguraciones de la familia “tradicional”. Aparece una niñez en crisis, pues los progenitores pierden control sobre su progenie, y en la infancia se está inmerso en un mundo que demanda precocidad y que juega con la idea de niñez a su antojo. La niñez ya no es protegida, sino preparada para la dura y sofisticada existencia adulta. La niñez se vio también afectada por los cambios en el núcleo familiar en el siglo XX; el aumento de los divorcios y la formación de familias complejas la llevó a enfrentarse a las debilidades parentales y a ver la figura adulta desde otra perspectiva. Ante la ausencia de alguno de los progenitores, las niñas y los niños se vieron obligados a tomar un rol adulto.

Zornado (2001) afirma que muchas producciones infantiles invitan a niños y niñas a identificarse con las ideas adultas y constituyen propaganda adulta para confirmar la relación jerárquica. Las jerarquías de superioridad e inferioridad están siempre implícitas entre progenitores y progenie, de modo que se justifica el poder y la violencia bajo la mampara del amor. La ideología dominante hace referencia a las relaciones entre niñez y adultez que se reproducen a nivel cultural. Así, ricos y pobres, fuertes y débiles, poderosos y marginados comparten y participan de la ideología dominante a través de mecanismos instaurados desde la infancia. Independientemente de raza, género o clase social, las personas están inmersas en un engranaje social que se estructura a partir de la “pedagogía adulta”, caracterizada por el miedo reprimido, la tristeza, la ira y el imperativo adulto de hacerse sentir necesario ante la niñez. Progenitores y maestros suelen recompensar a los niños y a las niñas cuando se comportan según las pautas sociales, finalizan sus tareas u obtienen buenas calificaciones, de manera que la infancia se ve constantemente necesitada de obtener reconocimientos externos. Cuando se falla en las expectativas adultas, se expone a la vergüenza, la culpa y la humillación, una lección de sometimiento y sumisión.

En las grandes civilizaciones (Stearns, 2006), la propagación de las religiones aportó variaciones a la concepción de niñez, y mostraron interés por proteger a la niñez, reconociéndola como criaturas de Dios y parte de la comunidad religiosa desde su nacimiento, lo cual traería implicaciones importantes sobre la conducta infantil, con énfasis en la obediencia. El cristianismo promovió que se escribieran decretos en contra de los infanticidios y la venta de niños. Además, con el fin de aumentar los lazos entre los infantes y sus madres, se disuadía el uso de nodrizas. Hacia los siglos XIX y XX en Estados Unidos y Europa Occidental, ocurren relevantes transformaciones sociales, como la disminución del trabajo infantil a cambio de mayor carga académica y la creación de políticas sanitarias que redujeron los índices de mortalidad.

La educación se convirtió en una preocupación parental y, además, un factor que retrasaba la llegada de la adultez. Se educa en función de la figura adulta que llegaría a ser (Stearns, 2006). No obstante, se mantendría por décadas una doble labor para muchos niños y niñas, el asistir a la escuela y trabajar. En épocas recientes, la planificación familiar ha dado un giro a los índices de natalidad infantil y a la cantidad de miembros en las familias.

Fragoso (2007) reflexiona sobre la valorización de la niñez según la clase social. Hasta el siglo XIX se empieza a tomar en cuenta el acceso a la educación, alimentación y cuidados, los cuales son promovidos universalmente como derechos universales. Rojas (2001) propone que la niñez se transformó en una víctima inocente durante los siglos XIX y XX, no solo de un sistema social, sino sobre todo de su condición de subordinación frente a los adultos. A partir de los años sesenta, en Europa y Estados Unidos se evidenció la preocupación intelectual por la infancia, al mismo tiempo que se observó el agotamiento de una etapa que había confiado en el papel humanizador y socializador del cuidado de la niñez. El descubrimiento de la infancia se confirma por el interés hacia las formas de juego infantil y porque se les dieron nombres nuevos como bambino, chaval o chiquillo. Los adultos se distraen con las travesuras infantiles y empleando un vocabulario aniñado. Se inicia una separación de la familia con la sociedad, excluyéndose al ámbito privado. Así la familia moderna se aísla de la sociedad y se transforma en una pequeña organización compleja y jerarquizada dirigida por el padre de la familia (Ariès, 1962).

 

4. Metodología de análisis

 

El análisis de la literatura aborda las fantasías primordiales, las cuales refieren a aspectos constitutivos del ser humano. En la literatura se movilizan aspectos en el sujeto (espejo de la colectividad), porque el contenido latente de estas representaciones estéticas es una condensación cultural. Las irritaciones (resonancias subjetivas) que la obra provoca estarán relacionadas con contradicciones percibidas por la persona expectante (Sanabria, 2007).

El sentido latente del texto es conceptuado conforme a la simbología presentativa y abordado desde una comprensión de escenas que se proyectan alrededor de la praxis vital cubierta por el “velo lingüístico”. La narración combina acontecimientos que trascienden el tiempo y el espacio. La narración crea imágenes. La comprensión escénica recoge imágenes llevadas a la luz del día como “ramificaciones” o indicios del plano latente de la representación simbólica. La “atención flotante” advierte formas simbólicas presentativas en el plano estético de los derivados de la estructura latente de sentido. El drama escénico lo revela al polemizar sobre los símbolos presentativos. Las irritaciones acceden a la dramaturgia que revela patrones de socialización. Estas irritaciones se convierten en preguntas que dirigen la indagación sobre los temas de interés representados en el texto, sobre los rasgos de los personajes y las interacciones que protagonizan en sus escenarios, así como los valores, normas u orientaciones hacia la acción que recrean. Es análisis de la cultura (Sanabria, 2007), que transcurre por medio de 1) determinar la pauta que establecen los personajes literarios sobre la noción de niñez, y 2) el posible cambio histórico en los modelos de socialización infantil.

Con base en Rojas y Ovares (1995) y Quesada (2010), se analizaron las diferentes corrientes literarias del siglo XX, seleccionando obras que pertenecen al género del cuento, de acuerdo con los diferentes movimientos literarios y con un protagonismo central de figuras infantiles. Estos criterios han sido corroborados basándose en Camacho-Guzmán (2021) y Hahn (1998), así como en González-Ortega (2011) y Solís-Avendaño y González-Ortega (1998).

Este artículo se concentra en las primeras tres décadas del siglo XX, que ponen especial énfasis en la niñez femenina, debido a los factores desencadenantes de la noción moderna de Nación, Estado y subjetividad que se gesta en este período en Costa Rica, a partir de una selección de cuentos que se muestra en la Tabla 1.

 

Tabla 1.

Cuentos seleccionados

 

Año

Cuento

Autor

1917

En el fango

Rómulo Tovar

1918

Zorrillos de agua

Joaquín García Monge

1918

El silbato de plata

Carlos Gagini

1920

La Negra y la Rubia

Carmen Lyra

1923

Los niños sin mamá

María Leal De Noguera

1929

Juan Pipiolo

Jenaro Cardona

1931

Niños

María Isabel Carvajal

1937

La huella

Aníbal Reni

5. Procedimiento

 

El sentido latente del texto se aborda desde una comprensión de escenas que pivotan alrededor de la praxis vital. La comprensión escénica en la literatura toma las imágenes como “ramificaciones” o indicios del plano latente de la representación simbólica, para decantar las formas simbólicas en el plano poético de los derivados de la estructura latente de sentido en el drama de la representación escénica, hacia la revelación del nexo que polemiza los símbolos presentativos culturales (Sanabria, 2007).

Las irritaciones levantan el “velo lingüístico”, decodifican la dramaturgia que muestra esquemas sobre cómo y por qué determinados contenidos se mantienen latentes. Estas irritaciones se convierten en preguntas sobre los temas de interés representados en el texto, sobre los rasgos de los personajes y las interacciones que protagonizan en sus escenarios, así como los valores, normas u orientaciones hacia la acción que recrean. La Hermenéutica Profunda Psicoanalítica traslada el método psicoanalítico al análisis de la cultura. Las irritaciones que los textos provocan en el equipo de análisis llevan a pesquisar modelos de socialización presentes en los relatos escogidos, convirtiéndose en ejes de la discusión sobre la niñez y los patrones de socialización representados, tomando en cuenta escenarios, contexto geográfico, social y económico, rasgos de los personajes y sus interacciones, en la decantación de los modelos de socialización (Sanabria, 2007), por medio de un procesamiento en grupo a partir de:

       Reseña individual de las asociaciones libres provocadas por las lecturas, especialmente identificando las irritaciones.

       Confrontación crítica al interior del grupo.

       Consolidación analítica.

       Identificación de las principales figuras literarias que remiten a modelos de socialización.

       Sistematización de resultados y decantación del sentido latente.

       Criterios estructurados para garantizar la credibilidad: sentido manifiesto, composición literaria, encadenamiento escénico, estructura del lenguaje, categorías analíticas.

El entrecruzamiento de las posiciones individuales, grupales y su necesario análisis conjunto, permite decantar elementos claves, que, aunque surgidos de la relación texto-lectura desde las subjetividades en el grupo de investigación, salta hacia la reflexión crítica y la objetivación del debate, con su doble articulación con la teoría de base y la generación de una propuesta crítico-analítica sobre el tema.

König (2004) resume los pasos así: 1) el texto es un drama con personajes que interactúan; 2) los bosquejos de vida no reconocidos son palpables a través de una reacción permeable del lector; 3) los participantes en el análisis dirigen su atención a las ideas derivadas de la asociación libre que el texto evoca subjetivamente; 4) las secuencias de interacciones provocan “irritaciones” que permiten acceder al nivel latente de significado; 5) la experiencia de lectura permeable conduce a diversas perspectivas en el grupo analizador; 6) el corpus de ideas relacionadas con las escenas contribuyen al debate central; 7) el corpus se desarrolla hasta una posible generalización para captar patrones de interacción; 8) el proceso hermenéutico condensa el tema escénico central, ahora analíticamente comprensible; 9) la interpretación busca la sustentación teórica.

 

 

 

5.1 Análisis: encargos femeninos desde la niñez (1920-1930)

Las escenas narrativas que se exponen en los siguientes gráficos recogen algunas de las temáticas narrativas recurrentes en los cuentos de estas tres décadas iniciales del siglo XX. Son componentes de un sistema semiológico que ilustra cómo se decantan en una época determinada elementos simbólicos para relatar, dialogar y apelar a dimensiones societales, como el papel de la infancia y las actitudes, creencias o estereotipos con los cuales se le representa y se actúa. Son elementos simbólicos que, traducidos en actos del habla, son visibles en las narraciones de los cuentos y reflejan posibles visiones de mundo circulantes, sobre todo en los procesos de socialización en la religión, la familia y la educación.

En el Gráfico 1, rasgos físicos y psicológicos preludian la subjetividad femenina como aspiración social de la época. Belleza, pero sin aspavientos, discreción (virtud) en el espacio social, religiosidad (sobre todo alrededor de la figura de la Virgen María), sensibilidad, maternidad y familia. 

El Gráfico 2 destaca las metonimias alrededor de la niñez, sobre todo femenina, como vulnerabilidad, desamparo y objeto de caridad o lástima. El dramatismo de las desventajas sociales se resalta en la condición infantil carente de protección.

En el Gráfico 3, llaman la atención las alusiones animalescas, la ominosa sociedad se pone de relieve en las narraciones de la niñez, mostrada también como crianzas severas y el peso que representaba la niñez para sus progenitores, sobre todo la madre.

Las escenas protagonizadas por la niñez reflejan una vivencia de calamidades difíciles de enfrentar y sobrevivir, un sistema de valores severo y una escasa disposición a reconocer el lugar de la niñez como agente social. Las parentalidades y la crianza no son objeto de revisión crítica, sino que se asumen como trágicos destinos insoslayables.

Más que reivindicar la niñez y los dilemas que enfrentaba, sobre todo para las niñas con su exposición a una mayor vulnerabilidad, las escenas subrayan en la narración la esfera macrosocial, la ideología, la imaginería sobre sobrevivir a toda costa y contra cualquier adversidad, más por una conciencia moral subjetiva, un empeño denodado y un sacrificio personal, que porque las condiciones objetivas lo vehiculicen en lugar de obstaculizarlo. Aunque el sufrimiento humano y las condiciones adversas durante la niñez se tematizan con frecuencia, se aíslan de sus procesos psicosociales que los generan y reproducen. La tintura crítica en los relatos apenas si subraya la desigualdad y la injustica como penurias, pero no se asoma a los procesos gestores el infortunio más que con una mirada de lástima y conmiseración que apela a los sentimientos y no a la reflexión.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Gráfico 1.

Encargos femeninos desde la temprana infancia

 

 

En los cuentos destaca la noción de niñez bajo una estética occidentalista, casi siempre desde la mirada masculina dominante, que, además, impone una segregación del espacio público y privado para la feminidad en ciernes y una diferenciación drástica con la masculinidad hegemónica. La sumisión a la figura adulta y la exaltación de valores religiosos se constituyen en pautas del comportamiento y, por ende, de la identidad. La responsabilidad doméstica y valores como la “obediencia”, antes que el juego, denotan la superposición del mundo adulto sobre el infantil. Asimismo, en estas décadas, en su afán de proximidad a la realidad social, la narrativa retrata la propiciación de una rivalidad femenina, tanto como una niñez femenina en mayor vulnerabilidad. Se muestran imágenes contrapuestas entre el esteticismo ante la mirada social y la domesticidad en el rol familiaridad, siempre bajo la subordinación a la adultez. La mirada pública y potencialmente censuradora sobre la niñez femenina es una advertencia, pues, aunque se resalta una estética femenina infantil, el engalanamiento se arriesga, expuesto como banalidad, a la censura social, como se ilustra en la mendicidad. Bondad y sensiblería son esperables en la identidad femenina incipiente, junto a la admonición a resaltar la discreción y asumir una pose de cierta mojigatería ante las actitudes sociales, como es responder con amabilidad ente los contrastes étnicos.

 

Gráfico 2.

La niñez como recurso para intensificar el dramatismo

El realismo retrata el desamparo, la fragilidad y el sufrimiento humano desde la primera infancia. Se representa el abandono de la niñez por parte de la familia y el Estado. Las imágenes más desgarradoras recaen sobre personajes femeninos, tanto como el asumir la responsabilidad de la prole ante la ausencia de la responsabilidad adulta. Compasión y caridad son presentados como valores orientadores que guían a la sociedad ante la situación de vulneración de la condición infantil. Esta actitud de conmiseración se articula entre distintas clases sociales como respuesta ante la desigualdad. Las escenas apelan a la compasión, la lástima y la caridad. La rudeza de la realidad social recae sobre el segmento más vulnerable, la niñez, que describe un presente y presagia un futuro de calamidades. El ambiente es desolador y, aparte de la apelación al sentimentalismo durante la lectura, no se propone una contextualización de las condiciones de vida desfavorables que se representan, sobre todo cuando están atravesadas por las desigualdades de género y el cautiverio femenino de afrontar la búsqueda de alternativas para el abandono.

 

Gráfico 3.

Metonimias de la niñez

 

 

La crianza y sus implicaciones o responsabilidades, los lazos socioafectivos y su edificación en el vínculo con figuras adultas, están ausentes. Solo se transmiten los vicios y el destino manifiesto de la decadencia desde temprana edad. La subordinación de la niñez y la figura de la imposición versus el castigo desde el mundo adulto caracterizan la naturalización de la indefensión infantil, sobre todo femenina. La resignación se sugiere como la estrategia de supervivencia más probable. La exposición al riesgo durante la infancia es un motivo frecuente, que se muestra como un destino inefable, cruel y doloroso. Las subjetividades adultas en decadencia están condenadas a reproducir en su fratria vicios y malestares. La desolación de las familias y sus miembros, sobre todo la niñez presente, está en medio de un remolino de adversidades casi imposible de sortear. Sobre todo, las niñas protagonizan a personajes que inducen a una mayor conmoción, sin acentuarse que el agravamiento de la escena representada es por su condición de género. Nadie aparece al rescate. El relato no se aproxima a la contextualización o génesis de la adversidad, sino que la denuncia en un vacío social e histórico.

En síntesis, la niñez entra en disputa en la literatura de esta época de transformaciones significativas en el modelo de sociedad costarricense. Es un foco de denuncia. Sobre la niñez femenina recaen mandatos específicos. El binomio de belleza versus prudencia en la presentación pública está ligado a la advertencia sobre un mayor riesgo y condena sociales para las niñas protagonistas, que escenifican las imágenes y escenas más dramáticas, solo por su condición femenina, sobre la cual también recae el encargo de sustituirse a la crianza y la protección adulta.

Se tiende a homogenizar el discurso alrededor de la niñez como etapa vital por derecho propio, pero no ajena a las contradicciones sociales. En el telón de fondo, se vislumbran la educación y la salud, sobre todo como carencias infantiles, y la familia como pilar de su sustento y fortaleza, pero, a menudo, inalcanzables sin que se problematice sobre el porqué. La infancia se lee en clave adulta. En el lugar donde estaría la inocencia, está el sufrimiento; en el de la educación o salud, el trabajo y la amenaza de muerte. La denuncia de una niñez en crisis, más que una crítica al modelo social es una advocación a los sentimientos de lástima y caridad. La religión asoma siempre, con la idea de piedad y resignación, sobre todo para los personajes femeninos, así como aspiración a la pureza espiritual pese a la desventura.

Las representaciones de la niñez femenina se mueven en un espectro simbólico que oscila entre los dictados de una estética femenina precoz y una imagen de sumisión ante la figura adulta y la sociedad, con énfasis en el fomento de una virtud teñida de religiosidad. Es una niñez sin voz y cuyo protagonismo se deriva de mandatos adulto-céntricos. No se escucha una voz infantil, sino una lectura adulta de sus vivencias, distante, incorpórea, y que, aunque no es indiferente, no logra la proximidad para una identificación con sus protagonistas que lleve a la indignación y, por tanto, a la protesta contra la vulneración de derechos. Los personajes infantiles están sujetos a un control vertical ejercido desde arquetipos culturales, en especial los relacionados con la identidad femenina. Como afirma Zornado (2001), las figuras de autoridad ejecutan mecanismos de dominación y propagación ideológica para la niñez que perpetúan la organización social. Jenks (1996) refuerza esta idea al afirmar que la niñez, salvo pocas excepciones, ha sido relegada a un espacio conceptual y declarada apolítica. Ariès (1962) coincide al determinar el control adulto legitimado por medio de instancias como la familia                        y la escuela.

Por esta razón, se muestra una tendencia a sobrevalorar características como la obediencia infantil. Según Zornado (2001), los adultos utilizan diferentes estrategias para mantener sus mecanismos de dominación; como parte de la propaganda de los mayores existen una serie de producciones culturales que legitiman el control social por medio del temor al rechazo y la culpa que se genera a partir de la desobediencia. La tradición judeocristiana ha favorecido dicha propaganda ideológica por medio de textos e interpretaciones bíblicas que pregonan la subordinación incondicional para la obtención de recompensas por parte de las figuras de autoridad. En estos relatos, aparecen el sufrimiento terrenal y la resignación ante la adversidad, así como la compasión y la caridad, como únicas alternativas. A la niñez, objeto de una pretendida denuncia social, no se le anticipa una esperanza o reivindicación.

Asimismo, Stearns (2006) complementa esta postura al aducir que históricamente la religión se ha constituido un ente legitimador de la obediencia infantil hacia los padres y otras figuras de autoridad; los argumentos religiosos se basan en la formación de ciudadanos capaces de sostener el orden social. Se delinea una diferenciación de la niñez como etapa de la vida, aunque con terminologías admonitorias sobre deberes y prohibiciones, así como con una asignación de roles que no distingue entre infancia, adolescencia y edad adulta, lo cual se enmarca en la realidad de una nación sin una institucionalidad ni legislación basadas en derechos de la niñez (González-Ortega, 2011). Esta “doctrina de la situación irregular” (Prieto-Cruz, 2012) fue común en Costa Rica hasta entrado el    siglo XX.

Del mismo modo, la niñez representa calamidad y sufrimiento, aunque en una dimensión más social que la enmarca y en diferentes acepciones. Son voces de dolor que recrudecen las situaciones que viven. Más que su humanidad, pareciera resaltar su carácter ominoso (Chaves, 2016). Al respecto, Jenks (1996) afirma que la infancia ha sido representada teleológicamente y se ha utilizado de forma sistemática como parámetro para determinar la evolución social a través de los grupos más vulnerables. En el contexto nacional, la llegada de la Generación del Repertorio Americano mostró un particular interés en descubrir las vivencias de individuos marginados y expuestos a situaciones adversas. El principio del siglo XX muestra una transición en el espacio literario del país, cuando se comienza un enfoque hacia los conflictos sociales y las situaciones vividas por grupos menos protegidos, como denuncia social (Brenes, 2007 y 2010), entre los cuales se encuentra la niñez. Esto respalda la aparición en las obras de temas cómo el desamparo, el hambre, la marginalización, la desintegración familiar, la enfermedad y la pobreza, ya que son parte de los aspectos de la sociedad que se querían reflejar y poner en evidencia. La niñez, sobre todo la femenina, más que una por y para sí misma, se ofrece como fuente de imágenes para ilustrar esta denuncia. Sin embargo, es una denuncia lastimera, sentimentaloide, ahistórica y acrítica de las condiciones de una niñez en desventaja social que en ningún momento considera la condición ni las desigualdades de género.

A inicios del siglo XX, se aprecia la niñez a partir de su contribución al ámbito familiar, así como los desarraigos que sufre y las calamidades que le acarrea. Stearns (2006) argumenta que cuando un infante tenía edad suficiente para valerse por sí mismo se volvía más importante para la familia, ya que ayudaría a sobrellevar las condiciones de vida; a partir de un modelo agrícola, era beneficioso tener muchos hijos, pues se valoraban en función del aporte de mano de obra. Los varones fueron más apreciados que las niñas según su productividad, debido a que las niñas eran consideradas débiles. Los niños eran socializados para llevar funciones de proveedor, mientras que las niñas lo eran para desempeñarse en el ámbito hogareño y privado. La infancia, más que una reivindicación social por sí misma, es una mera metáfora de la crisis y el sufrimiento generalizado.

Indefensión, vulneración, y resignación recogen los componentes centrales de una semiosfera que concibe a la niñez, sobre todo femenina, dentro de un destino manifiesto de decadencia y sufrimiento postulado con sensiblería, pero sin protesta explícita, por la visión adulta. Una niñez que surge y se alberga en el desamparo, se expone a reproducir los factores de riesgo y a una fatalidad irreversible. Es una representación que intenta sensibilizar, pero sin una textualidad que ubique la historicidad de su origen y la génesis de su desventura, ni mucho menos reclame sus derechos en una denuncia decidida.

 

6. Conclusiones

 

Las nociones de niñez varían a través del tiempo y de acuerdo con cambios culturales, políticos y económicos. Las representaciones de la infancia responden a la forma en que se organiza la sociedad; el rol de la niñez dentro del engranaje social se transforma continuamente y cambia de una coyuntura a otra. No existe una única concepción de niñez; diversos discursos sobre la infancia coexisten en un momento determinado. Las políticas estatales y educativas, la clase social y el género configuran percepciones diversas y alternantes. La religión no solo permea la cosmovisión de las personas, sino también favorece el desarrollo de importantes centros de interacción.

En los cuentos fue posible determinar que las percepciones apolínea y dionisiaca coexisten en los escenarios de los cuentos. En el protagonismo de los cuentos, sus personajes remiten a maldad o bondad cuasi innatas, a partir de aseveraciones adultas, impregnadas por el saber religioso, sin alusión siquiera a un enraizamiento sicosocial e histórico de los conflictos.

La interiorización de roles de género constituye un componente socializador principal: instruir a partir de convencionalidades y arquetipos, sobre todo en el caso de la niñez femenina. Durante las primeras décadas del siglo XX, existía un proyecto de vida infantil diferenciado por género: las niñas en el hogar, en la vida privada; los varones en la vida pública. La belleza femenina infantil en esta época permaneció asociada a rasgos europeos. El protagonismo de una niña en los cuentos estuvo ligado a este estereotipo y al binomio sumisión versus censura social.

Las figuras infantiles, en general, son utilizadas como recurso literario para intensificar el dramatismo narrativo, logrando así que el lector tenga una mayor identificación con las vivencias relatadas y propiciando la internalización del discurso de la obra, el cual, a la postre, apenas si logra apelar a la lástima y no a la indignación.

La generación a la que pertenecen las plumas que escribieron estos cuentos se inscribe en el movimiento que formó parte del Repertorio Americano. En su estudio sobre esta serie de publicaciones, Solís-Avendaño y González-Ortega (1998) resaltan la conciencia trágica y el colapso de los valores espirituales como nodos de la narrativa. La decadencia y la falta de ideales sobresalen en sus preocupaciones en cuanto a la sociedad y la individualidad. Para afrontarlo, recurren a la tragedia en la narración, como el asidero para promover una disciplina del espíritu. Los sentimientos de carencia, orfandad y soledad atraviesan no solo sus biografías, sino también sus obras. Sus figuras literarias protagónicas tienen que ver con la dignificación de los débiles, pero por medio de la idealización de las actitudes subjetivas para identificarse con compasión hacia los desventurados. Es una suerte de tibia criticidad ante el momento histórico y una tenue denuncia de la indefensión, que apenas rasca la superficie del conflicto social.

En sus luchas contra la indefensión y el desamparo, no logran resolver el dilema de si alinearse hacia las visiones colonialistas de la superioridad del espíritu, muchas incluso de carácter autoritario, o la reivindicación de la propia identidad histórica en surgimiento desde antes de la independencia. Aparece, entonces, la irresoluble paradoja de que, pese a haber nacido y tener que vivir en la desventaja social, el sujeto debe promover su propia fortaleza del espíritu. Ternura y piedad versus disciplina, especialmente en la educación. La niñez, la femenina en particular, es un recurso metonímico que nuclea la semiosfera de la tragedia social a denunciar para mostrar dilemas con los que esta generación literaria se confrontó e intentó plasmar en sus narrativas. La niñez apolínea deviene siempre dionisíaca, como una trayectoria ineludible y trágica, expuesta a la exhibición de la situación irregular y a la censura social. En el momento en que retrata la niñez, para mostrar la cosmovisión social sometida a escrutinio, la invisibiliza en sus subjetividades.

 

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