III.
SECCIÓN DE CÁTEDRAS

CÁTEDRA DE ESTUDIOS

SOBRE RELIGIONES


Luis Diego Cascante

Tomás de Aquino. Su época y su legado filosófico

Resumen: Este artículo hace un recorrido por la época que le tocó vivir a Tomás de Aquino y cómo esta dejó una huella en su trayectoria filosófica. Asimismo, enfatiza la filosofía del ser como legado del Aquinate.

Palabras clave: Orden de los Predicadores. Aristóteles. Universidad de París. Filosofía del ser. Averroes. Avicena

Abstract: This paper takes a tour of the time that Thomas Aquinas lived and how it left a mark on his philosophical career. It also emphasizes the philosophy of being as Aquinate’s legacy.

Keywords: Order of Preachers. Aristotle. University of París. Philosophy of being. Averroes. Avicena


Introito. Tomás de Aquino (1225-1274) sigue siendo uno de los eximios representantes de la filosofía de Occidente. Su diálogo permanente con la tradición filosófica griega, latina y árabe muestra el camino inquiriente y procesual que exige la filosofía. Y su filosofía del ser recoge el acervo medieval a manera de una síntesis.

Maitines. La Orden de los Predicadores. El movimiento de los Predicadores impactará por su trabada organización y vocación nuevas, que caerá a pelo para responder a las necesidades de una época nueva. En palabras de Mandonnet: “Les prêcheurs, avec une vocation et une organisation nouvelles, répondirent aux besoins d’un âge nouveau» (Mandonnet, 1938, II, p. 83). Domingo de Guzmán (1170-1221) y Francisco de Asís (1181-1226) hicieron una gran revolución intra eclesial sin causar fracturas ni heridas y, a la vez, respondieron a las necesidades.

El fervor que une a las órdenes mendicantes, su espíritu comprometido con las verdades cristianas, la renovación del estado interior religioso, donde se da una efervescencia social, cultural, espiritual, llevará las verdades profesadas a una especie de satisfacción y equilibrio. Los monasterios pasarían de los valles solitarios a los centros de las grandes ciudades. Era esperable que estas órdenes, en especial la orden dominicana, captase la atención del joven Tomás y lo llevase a escaparse del castillo donde fue recluido por sus hermanos de sangre para finalmente asumir los votos mendicantes de los Predicadores.

Domingo de Guzmán escogería aquellos lugares cercanos a las universidades para fundar sus recintos, lo cual hizo experimentar y consagrar el convento y al Colegio de Santiago la confianza de la la cristiandad en un renacimiento intelectual en curso: “Albert le Grand et Thomas d’ Aquin” (Chenu, 1974, p. 36), con quienes el pasado podría enraizarse a través de un equilibrio orgánico entre la vida contemplativa y la disponibilidad en el espíritu científico.

La Orden fue, entonces, el motivo que mueve a Alberto Magno (1193/1206-1280) y a Tomás de Aquino a remover las estructuras habidas y a plantear, mediante una relectura de filósofos paganos y de pensadores de la Gran Iglesia, una posible respuesta a los problemas de su tiempo.

Alberto Magno, el gran sabio de Occidente, permitió esa visión científica y filosófica en la Orden, lo que la introduce en el movimiento universitario y en el desarrollo cultural en curso. Sin embargo, “Institution et doctrine sont désormais solidaires: dès le début de son enseignement, Thomas d’ Aquin est porté par grâce de l’ Ordre, qui se reconnaît en lui” (Chenu, 1974, p. 38), institución y doctrina son, en adelante, solidarias: desde el comienzo de su enseñanza, Tomás de Aquino estuvo inclinado por el carisma de la Orden.

Laudes. El descubrimiento de Aristóteles. Es probable que, entre 1248 y 1252, Tomás de Aquino, en Colonia (Manser, 1947, p. 6) y siendo discípulo de Alberto Magno, sea cuando conozca en profundidad a Aristóteles y a Dionisio el Areopagita. No obstante, al llegar a París en 1252, se encuentra con que hay una lectura oficiosa de Ovidio, Virgilio, Pièrre de Blois, entre otros. Gracias a Tomás, en esa ciudad, se empezó a estudiar a Aristóteles, ya que “La crue de l’aristotélisme, épisode sensationnel de la découverte de l’Antiquité, commande matĕriellement et spirituellement l’oeuvre de saint Thomas” (Chenu, 1974, p. 28).

Se creía que Aristóteles era el maestro en lógica por excelencia y, a partir de él, se empezaban a hacer interpretaciones, aunque lamentablemente esta práctica duró poco debido a las graves herejías a que llevó. Un digno ejemplo fueron Averroes (1126-1198) y Avicena (980-1037) que, muchas veces, fueron tomados como base de múltiples interpretaciones. Incluso “Aristote commence à être appelé le philosophe par excellence” (Chenu, 1974, p. 29).

Ahora bien, en 1250, Alberto Magno comienza a hacer comentarios al estilo de glosas como lo había hecho Averroes. Tomás de Aquino también lo hará, pero comentando al mismo autor, Aristóteles, al pie de la letra. Sin embargo, esta labor se tornaba a ratos imposible debido a que no se contaba solamente con las obras traducidas. Vale recordar que Tomás solamente conoció dos lenguas: el napolitano y el latín, lo que imposibilitaba consultar las obras del Filósofo en lengua original. Pero, en 1263, el Papa Urbano IV reúne en la Corte Pontificia a Tomás de Aquino y a Guillermo de Moerbeke (Garrigou-Lagrange, 1946, p. 16), este último también dominico y conocedor filológicamente extraordinario. Este dúo hará del primero un comentador que pasará a la historia como el mayor exegeta del Filósofo a partir de las fieles traducciones hechas por Moerbeke.

Como consecuencia, nacerá, entre otras, una nueva física, una ciencia del hombre, la naturaleza autónoma encajada en este Universo, que incluye un realismo ontológico y epistemológico. La misma idea de ciencia (saber) está ligada al conocimiento de los objetos.

Con el aristotelismo y la misma confianza en la inteligibilidad del mundo, se afirmará un racionalismo conceptual que será el instrumento básico de la lógica de las primeras generaciones de universitarios parisinos.

Esta actividad investigativa parecía que se complicaba: se relee y modifica el pensamiento aristotélico con tal de que sirva de fundamento de muchos de los principios (verdades) cristianos, lo cual llevará a un agustiniano como Buenaventura de Bagnoregio (1221-1274) a reaccionar en contra de Tomás de Aquino y de Sigerio de Brabante. Aún así, Tomás de Aquino hará una síntesis de Aristóteles, de Agustín y de otros, pero teniendo presente que hay que examinarlo todo y quedarse con lo bueno (véase Tes 5, 21).

A partir de lo anterior, Tomás dará el fundamento filosófico a su reflexión teológica y, de este modo, heredará en el terreno filosófico la llamada Philosophia perennis (humanismo cristiano hoy) como base para hacer teología.

Nona. La Universidad de París. Sin lugar a dudas, la fundación de las universidades fue un punto central de la época. Las élites intelectuales aprovecharon las universidades. La posibilidad de pensar con un conocimiento fundamentado, además de ser enseñado por los grandes maestros del momento, fue visto como la gran oportunidad para que, tras la investigación, el conocimiento empezase a expresarse con mayor libertad en un espíritu innovador en la mayoría de las ramas del conocimiento.

Las universidades tuvieron su origen a partir de las escuelas obispales, al lado de los templos (diocesanos), mas fue en los monasterios en donde se crearon. Había una Facultad de Artes, en la que se enseñaba lógica (dialéctica), gramática y retórica, el denominado trivium. También astronomía, aritmética, geometría y música, el llamado quadrivium. Una vez que el alumno aprendía esos saberes podía pasar a alguna de las otras tres facultades: Medicina, Jurisprudencia y Teología, esta última era la más grande. Las universidades estaban regentadas por un clero intelectual, digno representante de las verdades de fe.

En 1252, Alberto Magno pedirá a la Orden de los Predicadores que envíe al Tomás a París para que se doctore en Teología. Estando en París, en medio de lo convulso del ambiente y entre 1252 y 1256, Tomás será recibido entre los maestros de París (Chenu, 1974, p. 17). La universidad era una corporación intelectual de la ciudad y, además, el cuerpo de la Gran Iglesia, en donde se respiraban los derechos y libertades, según la autoridad de la colectividad creyente a la que servía. Las nuevas órdenes mendicantes circundan la idea de promover la evolución social y de la comunidad eclesial. Así, la Orden de los Predicadores y la Orden de los Frailes Menores Franciscanos serían los artesanos del nuevo régimen de enseñanza, en donde la Gran Iglesia toma la iniciativa de los procesos y progresos. El envío de Tomás a París respondió al mandato de la Orden y de la misma jerarquía eclesial de contribuir a un movimiento a favor de la sociedad de su tiempo, y la obra de Tomás será el andamiaje intelectual.

Es harto evidente que Tomás no estaba solo en la empresa académica. También estaban Alberto Magno y Buenaventura, hablando de fe y doctrina, determinando las cuestiones disputadas y la autorización de las soluciones. Como prueba, los doctores de la época dieron una solidez pasmosa y una estructura a toda prueba a la reflexión teológica, bien ejemplificada en la Suma teológica de Tomás. Veamos.

El método de la época, implementado también por Tomás no da espacio a error en la argumentación. Primero divide todo el asunto en el mayor número de partes posibles, esto es, los temas en cuestiones, las cuestiones en artículos, para que no se escape detalle. Inmediatamente, indica la tesis y pone los argumentos que existen a favor y los que existen en contra. Después expone su propia opinión en el cuerpo del artículo, argumentando en forma de silogismos, para que no se cuele error alguno. Luego refuta una por una las opiniones contrarias. Finalmente, da su solución al asunto.

La Facultad de Teología, en la Universidad de París, fue organizada por Tomás en octubre de 1272, después de que Carlos I invitase a los maestros y estudiantes parisinos a participar en la restauración en materia de educación de la Universidad de Bolonia. Indudablemente, Tomás de Aquino brilló en la Universidad de París por sus obras y, en estas, por la síntesis de prácticamente todo el conocimiento (teológico y filosófico) de esa época. Con Tomás y los otros maestros, la Universidad de París adquirió el título de la nueva Atenas, en donde se enseñó alta cultura. En palabras de Alberto Magno: civitas philosophorum.

Vísperas. El ente (el ser). Para el Aquinate, afirmar el ente (el ser concreto) es fruto de la aceptación por el pensamiento de lo que las cosas son y atestiguan por sí mismas. Toda la metafísica tomista descansa en la afirmación de que el ente (ser) es el primer conocido. La “decisión de situar el acto de ser en el corazón de lo real como un acto que trasciende todo concepto” -y que tampoco designa un género- (Gilson) es lo que caracteriza al tomismo. La primera evidencia es que las cosas son: esta plenitud interior de lo real captado por el intelecto se funda en el silencio que brota de las cosas, ese fondo de generalidad que permite reconocerlas siendo realmente. Es dejar hablar por sí mismas a las cosas y dejarse llevar por lo que ellas son (véase Rassam, 1980, p. 40). Todas las presencias particulares son sostenidas por el ser.

Así pues, la metafísica no se reduce a parlotear sobre el ser, sino que se condensa en un acto de silencio a través del cual el intelecto acoge la trascendencia de lo real. Tomás asume una actitud receptiva, de humildad ontológica, desde su finitud, la cual no reduce el ser a un concepto. No se trata de silogismos, sino de prestar atención al ser cuando se le solicita la atención al intelecto. Si se subordinara lo real a lo lógico se estaría ante una petición de principio. El acto de ser tomado a nivel de los seres concretos no es subsistente, sino inherente (Quaest. Disp. De potentia, q. 7, a. 2, ad 7). De esta manera, el primado radical de la existencia sobre la esencia revela la primacía del ser que se muestra como acto de existir. “Ser es ejercer el acto de existir” (Rassam, 1980, p. 43). Y todo acto es una perfección. “Nihil est bonum nisi ens” (Contra los gentiles, II, 41). Este sería el objeto del conocimiento metafísico: alcanzar con el intelecto lo que las cosas dicen por el mismo hecho de ser.

La filosofía de Tomás convirtió la teorización sobre el ente en una teorización sobre el ser (Stein, 1996, p. 22) sumamente robusta, gracias a la claridad con que el Aquinate dilucida la cuestión esencial de toda la sustancia individual es un ser (=la analogía del ser) en cuanto existe (Contra los gentiles, II, 25). La existencia misma solamente existe en el ser concreto. Este es el misterio del ser: envuelve todo lo que es (ente=sustancia), sugiere una presencia íntima y trascendente del ser. Si nada hay más verdadero que el ser, si solamente lo que es verdaderamente puede ser conocido, y si verdad y ser se identifican, entonces solamente el ser verdadero puede ser objeto de nuestro deseo, por ende es bueno, y lo bueno, en tanto realidad verdadera, necesariamente es bueno (Sum. Theol., I, q. 5, a. 2, ad 4). Siendo el ser el primer conocido, es la condición de toda inteligibilidad, ya que lo que no es, no puede ser conocido, mientras que el ser es un hecho irrefutable para Tomás.

El realismo es vivido y ejercido antes de ser reconocido y proclamado. Vivido porque el entendimiento solamente puede conocer existiendo ella como tal y, por tanto, ejercido, en la medida que ser y pensar resultan consustanciales para el ser humano. No obstante, las múltiples sustancias, el ser es uno.

Completas. Esencia y acto de ser (existencia).
La esencia de una cosa es aquello que una cosa es y lo que se expresa por su definición (Sum. Theol. I, 3, 3). La naturaleza es lo mismo que la esencia, pero se distingue de ella con distinción de razón, en cuanto con ese nombre se designa la esencia en orden a la operación (real, no conceptual).

Solamente la esencia de Dios es absolutamente simple, infinita e increada. Todas las demás esencias son creadas, finitas (contingentes) y compuestas de alguna manera (acto y potencia, materia y forma, etc.) (Suma contra los gentiles, II, 54). En los seres espirituales, como los ángeles, la forma es su esencia. Pero, en los seres corpóreos, compuestos de materia y forma, la materia es el principio potencial y, la forma, el actual, que determina la materia dándole el acto formal, con el cual la esencia queda constituida en especie y completa en el orden quiditativo. Por ende, la esencia queda completa, cerrada y terminada con la unión de esos dos principios esenciales y extrínsecos, que son la materia y la forma.

La existencia es el acto de los actos y la perfección de las perfecciones (Quaest. Disp. De potentia, q. 7, a. 2, ad 9). Nada puede ser añadido al acto de existir, de lo contrario no sería la perfección de las perfecciones. Esta no puede ser determinada por otra cosa como sí lo es la potencia, la cual lo está por el acto, sino como un acto limitado por una potencia. La existencia es lo que hay más perfecto porque ella juega el papel de acto en relación a todas las realidades. No tiene actualidad sino en la medida que existe. La existencia es la actualidad de todo lo que es real y de las propias formas (Sum. Theol., I, 4, 1, ad 3). Esta está en relación de lo que es recibido a lo que recibe. Cuando se habla de hombre en cuanto a la existencia, o de cualquier otra criatura, el acto de existir es tomado como un principio formal y como lo que es recibido, y no como aquello a lo que se agrega la existencia. Entre la esencia y la existencia hay una relación de causalidad recíproca, “pero no hay orden de anterioridad o posterioridad” (Rassam, 1980, p. 85). La esencia y la existencia no solamente son relativas la una a la otra, sino simultáneas (Quaest. Disp. De potentia, q.3, a. 1, ad 7; q. 3, a. 5, ad 2).

Quaestio disputata. El mundo árabe y el problema de la existencia. El mundo árabe, que tuvo como hijos a Averroes y a Avicena (véase Zeraoui, 2018, pp. 125-153), va a plantear una serie de objeciones en torno al tema filosófico de la existencia, desde las criaturas hasta Dios.

Averroes sostuvo que la existencia es un accidente, es un accidente accesorio, pues todo lo que existe es el resultado de una conjunción de partes, como la unión de la materia y la forma o debido a la unión de los elementos del mundo; el universo es fruto de esta conjunción. Y esta conjunción se debe al dador de la existencia (Averroes, Tahâfut al-Tahâfut, I, q. 1). Tal es el caso de que la posibilidad en el paciente necesite de un determinante externo, aunque no resulte evidente el determinante en sí, pues solamente el determinante externo puede generar el tránsito de la no acción al acto, así como el geómetra pasa de ser lego a técnico en geometría. Se trata de un esencialismo. Por ende, la unidad y la existencia se agregan a la esencia para conformar en ente gracias al poder de la divinidad. Sed contra, si la existencia es algo accesorio, los seres creados estarían condenados a perderse en la esencia divina e, indudablemente, esto contradeciría la finalidad propia de todos los seres, tanto racionales como brutos.

Avicena, por su parte, fue un creyente musulmán de buena fe, pero sin ritualismos (Cruz, 1992, p. 252). Mantuvo la idea de que las esencias son puras y en ninguna esencia influye la existencia, con lo cual defiende la univocidad en el ser de Dios y las entidades de las criaturas, por lo que escudriñar los atributos divinos no tiene sentido. Si se recurre a la analogía del ser, simplemente se cae en comparaciones odiosas, pues entre Dios y las criaturas hay un abismo. Después de la Inteligencia Primera, hay una pluralidad de Inteligencias, como consecuencia de los actos contemplativos. La Inteligencia Primera contempla su Principio, resultando exigitivo su carácter de Principio. La Inteligencia Segunda procede de la primera contemplación y, de esta, viene el Alma Motriz del Primer Cielo que ha de proceder de la dimensión inferior de la Inteligencia Primera hasta llegar la doble jerarquía de la Diez Inteligencias Querubínicas y de las almas celestes. (véase Yassine, 2018). Sed contra, si existieran existencias puras, los entes estarían desencializados. En consecuencia, el Ser primero no tiene quididad, ya que lo que posee quididad es causado. Al desexistencializar los entes, estos pierden algo capital como lo es la existencia, la cual viene a ser fin, una de las participaciones más perfectas de los entes mundanos.

La evidencia y demostración de la existencia de Dios no serían un problema, frente a la reducción del problema de la existencia a la esencia (esencialidad), pues se asume, en el caso de los filósofos árabes, al mismo Dios como aquello que no es más que un efecto causado por Él (Gilson, 1985, p. 85). Para Tomás, el conocimiento de Dios será, a lo sumo, un efecto de Dios, o dicho en otras palabras, la imagen de Él plasmada en el entendimiento humano, aún así será necesaria una demostración para inferir que Dios existe. Los argumentos agustinianos, por un lado, sostenían que Dios es inmediatamente cognoscible como lo es la luz por la vista, o que Dios es más interior al alma que el alma misma, solo que, en contraposición, los únicos seres directamente accesibles a nuestros conocimientos son los sensibles (compuestos de materia y forma). Luego es necesaria la demostración. En el caso de san Anselmo, en la misma línea argumentativa agustiniana, aceptando que existe un ser superior del cual no se puede concebir mayor, se concluirá que existe, pero con el agravante que se afirma su existencia solamente en virtud de la suposición inicial, por lo que no se puede comprender que Dios existe y concebir simultáneamente que no existe. En resumen, la idea de una existencia no es, de ningún modo, correlativa a una existencia. Una existencia se constata o se refiere, no se deduce.

De igual modo, el argumento planteado por Alejandro de Hales y Buenaventura sobre la existencia de Dios es débil. No se puede pensar que Dios no existe. Dicha argumentación es débil en dos sentidos. Primero porque supone que por Dios se entiende un término que todo ser humano alcanza intelectualmente a designar como un ser tal, que no puede ser no pensado como algo mayor que Él. Segundo porque del hecho mismo de concebir (definición) lo que significa la palabra Dios no se desprende necesariamente la existencia real.

Se concluye que Tomás está de acuerdo con sus adversarios respecto de la conclusión de que Dios existe, pero no con la manera de justificarla. La dificultad tiene que ver con un problema de orden metafísico. Si se parte de la esencia para llegar a la existencia, se debe buscar en la noción de Dios las pruebas de su existencia; caso contrario, si se infiere la esencia de la existencia, entonces las pruebas de la existencia de Dios funcionan para construir la noción de su esencia. En el caso del Aquinate, la segunda opción es la optada por él.

Naturalmente, la visión de la esencia divina no está concedida a los seres humanos, por lo que este conocimiento, que es evidente en sí mismo, no lo será. No queda otro recurso aquí, en la Tierra, sino ascender a Dios por medio del pensamiento y partiendo del conocimiento sensible que se tiene por sus efectos. Se trata, desde las existencias dadas en la experiencia, de ir a la existencia inferida de su causa (Dios).

Finis Africae. Si bien es cierto en el tomismo hay una búsqueda de equilibrio entre el conocimiento supremo de la teología y la autonomía de la filosofía, la revelación cristiana afirma el carácter sobrenatural de las verdades. Este optimismo epistemológico, llevado simultáneamente a uno metafísico, deja las verdades en manos de la fe.

Quizás el tomismo pueda aportar un rayo de luz, como el mismo Aquinate lo afirmó a lo largo de su vida, que el verdadero pensar se caracteriza no por asumir ninguna tesis sin que antes no haya sido sometida a una profunda revisión crítica. El carácter perpetuamente inquiriente de la filosofía, es decir, el proceso perenne del filosofar, ha de ser la filosofía perenne.

Como se observa, esta relectura del tomismo más bien defiende la actitud dialogante de Tomás de Aquino tanto con el pensamiento árabe como con el hebreo (Maimónides, aunque no haya sido tratado en este artículo). Audacia para buscar la verdad, libertad para afrontar los problemas nuevos y la honradez intelectual son los distintivos del modo de hacer filosofía del Aquinate. El carácter abierto y problematizador hacen del tomismo un instrumento sincero y respetuoso, pero que impone asimismo crítica y creatividad a los proyectos intelectuales a fin de que el ser humano tenga vida y, ojalá, en abundancia (Maritain, 1978, p. 653).

No obstante la manía de sus seguidores de hacer de sus obras palabras escritas en piedra (dogmatizadas), Tomás careció totalmente de pomposidad y de aquel sentido de importancia personal que suele corromper a la gente menor.

En fin, el ente/el ser no es sino un jardín de ontologías a partir de las cuales los humanos de muchas épocas han creado un conjunto de símbolos, y sobre los cuales se ponen de acuerdo. Algunos de estos conceptos permiten hablar de causas y de efectos en el Universo, y de las reglas que se han derivado de estos conceptos. Que la claridad sea la cortesía del filósofo quizás sea lo único intelectualmente esperable, como fue ingentemente claro el esfuerzo de Tomás de Aquino.

Referencias

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Chenu, M.D. (1974). Introduction à l’ étude de Saint Thomas d’ Aquin. Institut d’Études Médiévales. Librairie Philosophique J. Vrin.

Cruz Hernández, M. (1992). “El problema de la “auténtica” filosofía de Avicena y su idea del “destino del hombre.” En Revista de Filosofía, 3era. época, vol. V, núm. 8, pp. 235-256.

Garrigou-Lagrange, R. (1946). La síntesis tomista. Ediciones Desclée, De Brouwer.

Gilson, E. (1985). El tomismo. EUNSA.

Mandonnet, P. (1938). Saint Dominique. Desclée de Brouwer.

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Maritain, J. (1978). Distinguir para unir o los grados del saber. Club de Lectores.

Rassam, J. (1980). Introducción al pensamiento de santo Tomás de Aquino. Rialp.

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Tomás de Aquino. (2010). Suma contra los gentiles. Porrúa. (Traducción y notas del jesuita Carlos Ignacio González.)

Yassine Bendriss, Ernest. (2018). Breve historia de la Filosofía Islámica. Almuzara.

Zeraoui, Zidane. (2015). “Las raíces de la Filosofía Islámica.” En Humanitas, Filosofía, núm. 42, pp. 125-153.

Luis Diego Cascante (luisdiegocascante@gmail.com). Licenciado en Filosofía (Escuela de Filosofía, Universidad de Costa Rica). Docente en la Escuela de Filosofía de la Universidad de Costa Rica. Encargado de la Cátedra de Estudios sobre Religiones (Universidad de Costa Rica). Áreas de interés: filosofía de la religión, filosofía patrística, filosofía medieval y la investigación histórica desde la exégesis no confesional del Nuevo Testamento. Miembro del consejo editorial de la Revista Centroamericana de Filosofía Azur. Autor de una treintena de artículos en revistas especializadas. Autor de varios libros, entre ellos, Voluntad de realidad. El realismo radical (2003), Balance y perspectivas de la filosofía de X. Zubiri (coautor, 2004, Granada, España), Hacia una ética liberadora (de nuevas formas de realidad) (2004), Manifiesto hedonista (2007), Breviario amoroso (2007), Historia, ética y ciencia. El impulso crítico de la filosofía de Zubiri (coautor, 2007, Granada, España), El otro Jesús (2011), Un papa latinoamericano, discusiones (coautor, 2016) y La lucha armada de Jesús. Historia de un judío (2017).

Recibido: 1 de abril, 2022.

Aprobado: 8 de abril, 2022.


Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, LXI (161), Setiembre - Diciembre 2022 / ISSN: 0034-8252 / EISSN: 2215-5589