Angelo Narváez León

El oficio de la escritura.
Eleanor Marx y las tensiones inaugurales del Nachlass marxiano

Resumen: En este artículo analizaremos el contexto narrativo e histórico en el cual surgieron las primeras escenas del Nachlass marxiano en las que estuvo involucrada directa e indirectamente Eleanor Marx. Para esto, primero circunscribiremos el problema de la escritura y composición del Nachlass para, segundo, describir brevemente el trabajo específico de Eleanor. Finalmente, y a modo de exposición de este trabajo editorial, presentaremos la traducción de dos prólogos a la obra póstuma de Marx inéditos en castellano.

Palabras clave: Karl Marx, Nachlass, crítica, edición, Eleanor Marx

Abstract: In this article we’ll analyze the narrative and historical context in which appeared the first scenes of the Marxian Nachlass where Eleanor Marx was directly and indirectly involved. For this, first we’ll circumscribe the problem of the writing and compositions of the Nachlass for, secondly, briefly describe the specific work of Eleanor. Finally, and as en exposition of that editorial work, we’ll present a translation of two Prologues to Marx’s posthumous work, previously unpublished in Spanish.

Keywords: Karl Marx, Nachlass, Critique, Edition, Eleanor Marx

1. Nachlass, qué Nachlass

«C’est la guerre…. lo que ha decidido hacer con el Nachlass; en una palabra, querida, es una guerra y hay que lucharla»

—Eleanor Marx a Laura Lafargue

24 de diciembre, 1894

La historia del Nachlass marxiano ha estado signada por circunstancias políticas, ideológicas y editoriales en tres siglos diferentes. Desde la edición de los tomos II y III de El capital, las primeras traducciones europeas al ruso y al francés, y las reediciones del tomo I, hasta las publicaciones proyectadas por la MEGA², la idea de obras ha tenido diferentes puntos de inflexión que distan por mucho de agotar la compleja historia editorial de publicaciones, manuscritos y correspondencias que, durante una parte importante del siglo XX, contó con el apoyo de universidades, centros de investigación, institutos, bibliotecas, archivos, partidos políticos y aparatos estatales (Musto, 2020; Heinrich, 2018; Sperl, 2016; Sperl, 2005; Kuczynski, 2002). Para el marxismo del siglo XX, especialmente para su expresión occidental (Losurdo, 2017), el vínculo inherente entre teoría y práctica se tradujo además en una disputa por el orden expositivo y el sentido de las obras que podría, a escala, compararse con el quiebre epistemológico e institucional entre católicos y protestantes (Langewiesche, 2013). O, dicho de otro modo, los debates sobre la Dasrtellung del amplio recorrido de la crítica marxiana no solo se han enfocado en la coherencia y consistencia de las categorías, sino también en la validez y representatividad de las hipótesis de Marx en diferentes tiempos históricos posibles. Con cada ampliación del Nachlass surgieron nuevas trayectorias, algunas con especial fuerza como los trabajos sobre las formaciones económicas precapitalistas (Marx, 1971), los estudios etnográficos y etnológicos (Marx, 1998a) o la historia latinoamericana y las revoluciones mediterráneas (Marx, 1998b). Las correspondencias con las intelectualidades rusas (Marx, 1981) e italianas (Marx, 1964), dieron forma a una especialización que decantó también en análisis de la recepción temprana de la obra de Marx en los movimientos políticos de la periferia del capitalismo (Monguió, 1975), o en los primeros vínculos con el incipiente marxismo centroamericano (Cerdas-Cruz, 1993) y sudamericano (Tarcus, 2007). Así, la imagen de Marx como lector de su tiempo tendió a trasmitirse a su vez al marxismo como lectura de Marx y de otros tiempos históricos paralelos. Esas escenas sin embargo, que en general delimitaron los márgenes de la historia del marxismo y la marxología, no agotan las materialidades posibles de la escritura marxiana (Narváez, 2021).

Con cada ampliación del Nachlass, la discusión en el espacio público marxista se enfrentaba a una cierta dualidad que transitaba entre incluir a Marx en un campo ya existente, o situarlo en una posición analítica inaugural. En gran medida la inclusión de Marx en la historia de la sociología podría leerse como el caso paradigmático de la primera posición en tensión, y la hipótesis althusseriana sobre la inauguración de la teoría crítica marxiana podría leerse como el caso paradigmático de la segunda. Paradójicamente, en el primer caso la inclusión de Marx en la historia de la sociología, e incluso de la antropología, se tradujo en un anverso inesperado que excluyó la crítica marxiana de la economía política de la historia de la economía. La respuesta del marxismo, en general, fue que no estaba ni debía necesariamente estarlo porque la misma noción marxiana de Kritik trascendía los límites de la representación disciplinar que la economía tenía del capital; esa defensa, sin embargo, situaba (sin pretenderlo) a la crítica marxiana en el plano de la filosofía clásica como un ejercicio de producción de abstracciones universales representativas de los procesos concretos: incluso si Marx tenía algo que decirle al siglo XXI, ya no podía ser desde la crítica de la economía política del siglo XIX, sino como una impugnación de los procesos de abstracción del capital, de la dominación o de la socialización del mundo del capital. Especialmente desde la distancia anti-hegeliana el problema era mucho más grave, porque si el marxismo inauguraba una ciencia o una forma representacional, más se acercaba –invertida o no– a la tentación de la lógica hegeliana.

Si bien ambos puntos de tensión son más complejos que lo que acabamos de decir –asumiendo la limitación de un resumen insuficiente–, su diferencia permite introducir una tercera clave de lectura de la noción de manuscrito implícita en el Nachlass marxiano, y en cualquier Nachlass podríamos agregar. Como filósofo, economista, Hegelianer o Kritiker, lo que aparece en juego también, como dirá Blanchot (1971) desde una materialidad diferente, es la «jeu insensé de écrire» (p. 117) donde se implica la cientificidad del discurso de Marx y su dimensión política se vinculen inherentemente con su actitud como «écrivain de pensée». «El texto», decía Blanchot (1971), «es una práctica significante, privilegiada por la semiología porque el trabajo por el cual se produce el encuentro del sujeto y el lenguaje es allí ejemplar: es la función del texto teatralizar en cierto modo este trabajo» (p. 3) y, en ese sentido,

el texto es productividad. Esto no quiere decir que sea el producto de una obra (como puede exigir la técnica de la narración y el dominio del estilo), sino que es el teatro mismo de una producción donde el productor del texto y su lector se encuentran: el texto trabaja en todo momento y de cualquier lado que se lo mire; incluso ya escrito (fijo), no deja de funcionar, manteniendo un proceso de producción. (p. 4)

Una teatralización que exige decisiones, y un escenario donde representarse ante un público que ya no tiene una relación de exclusividad con el texto. O, lo que es lo mismo, un momento de la escritura donde el Nachlass, paradójicamente, ya no es patrimonio del marxismo sino del vínculo escritor-lector. Pensemos como ejemplo, solo por ahora, El capital y la complejidad de su escritura.

Marx donó en 1872 una copia de la primera edición alemana de El capital al Museo Británico (C.120.b.1 ǀǀ DH53/6), y el mismo año comenzó a donar los primeros avances facsimilares de la traducción francesa de Joseph Roy (C.120.g.2 ǀǀ DH53/7). En esta última, por ejemplo, Marx corrigió con letra manuscrita algunos errores de traducción e imprenta: así, en la columna izquierda de la página 24 dice, «Dans la première forme: 20 mètres de drap = 1 habit», que Marx modificó por «20 mètres de toile» («Ellen Leinwand», en alemán); o, en la página 16, «Ensuite nous avons vu que dès que le travail productif s’exprime dans la valeur, tous les caractères qui le distinguaient des valeurs d’usage disparaissent». Una diferencia importante entre el texto como producto y productividad, es que en el primer caso hay un desprendimiento y una distancia, e incluso una entrega, pero en la segunda surge una suerte de Wiederholungszwang a veces incluso desde los márgenes. La lectura comparativa de Wheen (2015) entre la Chef-d’ɶuvre inconnu y El capital es sugerente en este sentido, no solo por la evidente transferencia entre el maître Frenhofer y Marx, sino por la necesidad de la compulsión de repetición más allá del autor inmediato, que se configura con las experiencias de Poussin y Parbus, y con las del marxismo occidental, respectivamente. La relación entre el objeto «economía política» y la forma, la «crítica de…», tiene siempre un desfase narrativo o un más allá de la exposición lógica que recae en última instancia en la escritura. Catherine Lescault para Frenhofer, el capital para Marx, avanzan más rápido de lo que la coherencia y la consistencia del argumento puedo representar y, como proyección de la escritura, ese es precisamente el trabajo posterior de Engels con la cuarta edición alemana preparada a partir de las observaciones de Marx. El capital, como la chef-d’ɶuvre, no se agota en el texto o en una de las versiones, sino que transita entre diversos expresiones narrativas propias de la escritura en tensión.

Por supuesto que la atención en un Marx escritor-productor no niega ni resta validez a la discusión sobre la consistencia o representatividad de la crítica, a su valor o incluso a su utilidad para algún presente posible; pero sí acentúa la discusión sobre el quién plural de la escritura, transformando el ejercicio de lire Le Capital a la vez en un ensayo narrativo. En ese sentido, antes de las transformaciones institucionales del Nachlass, o al menos de manera paralela, el grade zéro de su escritura se inscribe en el espacio público como una tensión entre los valores simbólicos y literales de las categorías desde la perspectiva de un orden específico de historia conceptual que, en el caso de Marx, transita entre el ateísmo, el panteísmo y el republicanismo como medios literarios de su expresión (Narváez, 2022a). Esa historia material, o écrire Le Capital, ha sido delimitada en los estudios especializados en parte por las traducciones y resúmenes, y en mucho menor medida por el registro editorial. Incluso en este tercer registro material, la imagen y el lugar de Otto Meißner en Hamburgo han corrido con ventaja en detrimento de Maurice Lachâtre en París, de Nikolaj Petrovič Poljakov en San Petersburgo y de Charles H. Kerr en Chicago, que aún hoy representan un papel menor o secundario en el theatrum marxista. Los trabajos de Gaudin (2014), Uroeva (1974), Antonova (1979; 1985), Farr (2018) y Ruff (2020), son indispensables en este sentido.

Además de ejemplificar la relación de Marx con la escritura, la publicación y el lugar de la obra en el espacio público, la importancia de estas observaciones tiene algunas aristas que nos interesan en este contexto sobre el lugar del escritor-productor en la obra. La una carta a Danielson del 29 de febrero de 1872, donde Marx sostiene que él mismo tradujo muchos pasajes de El capital, y defiende el valor científico de la traducción, también sostiene que una de las finalidades de ese trabajo y su inmersión en él es que conformara la fuente primaria de las traducciones posteriores al «inglés y otras lenguas romances» (MECW 44, p. 327). La pregunta que este problema abre es por qué destacar algunos aspectos de la escritura de Marx y relativizar otros, cuando sería quizás más provecho leer Das Kapital y Le Capital como dos escrituras autónomas de una misma narrativa. La lectura subsume a la escritura también, por ejemplo, cuando el problema del fetichismo de la mercancía se transforma en la clave hermenéutica-política o en el concepto gravitacional de la crítica marxista de la economía política, aun considerando que Marx no parece darle ninguna importancia para la consistencia y coherencia de las traducciones francesa y rusa en exactamente el mismo momento en que redactaba las modificaciones e inclusiones para la segunda edición alemana de 1874. En este caso en particular, leer una u otra escritura tiene consecuencias para la pretensión de la propia lectura.

Las trayectorias editoriales inauguradas por Engels, Kautsky, Riazánov, el Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú o la misma MEGA², fueron conformando posiciones tanto analíticas como políticas que depuraron a su manera el carácter público y la escritura del Nachlass marxiano. En ese escenario, la figura Engels ha transitado entre una suerte de pseudo-Pedro fundador y un pseudo-Judas herético y traicionero de la palabra revelada (Jacob, 2020; Lucas et al, 2020; Illner, 2020; Veraza, 2020). En un horizonte tan teológico como invisibilizado, una parte más que relevante de los debates editoriales y políticos han puesto sus esfuerzos en distinguir el horizonte marxiano crítico original/originario, de las tradiciones marxistas posteriores y secundarias. Sin embargo, una de las preguntas fundamentales sobre el Nachlass marxiano, es si habría sido si quiera posible sin el marxismo occidental, clásico, restricto y supuestamente conservador del siglo XX. Incluso si se insistiera en signar al marxismo occidental como un mal asociado a la vulgarización pedagógica de la crítica marxiana de la economía política, ese mal no podría ser otra cosa que un mal necesario o una mediación evanescente (Jameson, 1973) del Nachlass realmente existente, de sus puntos difusos y ambiguos de entrada y de salida.

Por supuesto, no se trata aquí de las validez y representatividad de las críticas de Lenin a la vulgarización del marxismo (Lenin, 1974), un problema que cae en realidad dentro de los márgenes del leninismo antes que del marxismo, sino de la popularización de la crítica marxiana de la economía política que recorre un largo camino desde las negociaciones de traducción de El capital al francés (Gaudin, 2019; Lefebvre, 2014; Caher, 2011) , hasta las divulgaciones de Gabriel Deville, Johann Most, Otto Weydemeyer, Carlo Cafiero y Ferndinand Domela Nieuwenhuis. La distancia de Marx con los resúmenes, especialmente con los de Most y Cafiero, no radicó en la noción misma de resumen, sino en la calidad de la escritura. Es difícil saber si fue lo último que escribió, pero sí es posible asumir con algunos matices que sí fue lo último que envió a imprenta: en el To-Day de abril de 1883, Marx publicó la primera parte de un resumen de la crítica de la economía política, que tituló simplemente «Capital», con una advertencia final de continuación en los números siguientes. Las entregas posteriores a la muerte de Marx estuvieron a cargo de John Broadhouse, pseudónimo de Henry Hyndman, dirigente de la Social Democratic Federation, que tradujo Das Kapital como Capital: A Criticism of Political Economy. En este caso, por supuesto, la discontinuidad entre la escritura y su proyección posterior es evidente considerando las severas críticas de Marx a los plagios y usos que Hyndman hizo de El capital para la redacción de England for All (Flaherty, 2020, p. 22; Jousse, 2011). Sin embargo, que los puntos de entrada y de salida sean difusos, no significa que no existan.

Mucho antes, Engels había escrito una serie de reseñas del primer tomo para: Die Zukunft (núm. 254, 30 oct. 1867), Rheinische Zeitung (12 oct. 1867), Elberfelder Zeitung (núm. 302, 2 nov. 1867), Düsseldorfer Zeitung (núm. 316, 17 nov. 1867), Beobachter (núm. 303, 27 dic. 1867), Staats-Anzeiger für Württemburg (núm. 306, 27 dic. 1867), Neue Badische Landeszeitung (núm. 20, 21 ene. 1868) y Demokratisches Wochenblatt (núm. 12-13, 21 y 28 mar. 1868), todas en abierta concurrencia con Marx, a pesar de las distancias en algunos aspectos referidos especialmente a la reducción del valor a lo lógica D-M-D’ (Fabiunke, 1986). El extenso resumen para el Fortnightly Review, con la firma de Samuel Moore (Falk y Zschaler, 2016), fue además el corolario de un esfuerzo de divulgación en el que Marx trabajó directamente también publicando fragmentos del prólogo del primer tomo en: Zukunft (núm. 205, 4 sept. 1867), Beobachter (núm. 210, 7 sept. 1867), Vorbote (núm. 9-10, sept.nov. 1867) y en Demokratisches Wochenblatt (4 y 7 de ene. 1868). Paralelamente, George Eccarius tradujo el mismo prólogo al inglés para el Bee-Hive Newspaper (núm. 38, 7 sept. 1867), y Paul y Laura Lafargue lo tradujeron al francés para el Courrier français (núm. 106, 1 oct. 1867) y el Liberté de Bélgica (núm. 15, 13 oct. 1867). Al igual que con el francés, Marx trabajó directamente en el proyecto de la primera traducción al inglés que comenzó Charles Keller, y que inauguró el largo recorrido de traducciones fallidas donde incluso George Harney, el representante más visible del cartismo –no precisamente un movimiento muy estimado por Marx–, se ofreció a publicar una traducción suya en Nueva York. En este sentido, el inicio y término (si lo tuvo) del marxismo occidental está en casi todo registro más allá de Engels y, a momentos, muy cerca del mismo Marx también. El mito, como contraparte de sí mismo, tiene en sí mismo al culpable y al salvador, y desde esa perspectiva no se puede reparar o volver lo suficiente al hecho simple de que la escritura y uso político de «Ce qu’il y a de certain, c’est que moi he ne sius pas marxiste» y de «Tout ce que je sais, c’est que je ne suis pas marxiste», se los debemos a Engels (MEW ٣٥, p. ٣٨٦; ٣٧, p. ٤٣٥). La dimensión fundamental de esta escena es doble, tanto porque la clave de una parte importante de la heterodoxia marxista contemporánea depende explícitamente del reconocimiento de una fuente usualmente ortodoxa y, porque como en toda comunidad simbólica, la palabra revelada no fue originariamente escrita sino dicha y revelada, y solo luego escrita y transmitida. Como ya lo habían notado a principios del siglo XX Freud y Mauss desde veredas diferentes, el problema no es que el marxismo se funde en esa dimensión teológica-simbólico-totémica, sino que pretenda desconocerlo.

De manera más directa que indirecta, estas primeras aproximaciones públicas a la crítica marxiana conforman los márgenes y parámetros de su primera popularización que, por supuesto, no tiene ningún sentido disociar de las propias pretensiones de Marx. Insistir en una diferencia tajante y estructural entre una rigurosidad científica heterodoxa marxiana de una parte, y una popularización marxista ortodoxa engelsiana de la crítica (marxiana) de otra, tiene entre muchas otras, al menos, tres consecuencias que parece razonable precisar: i) si bien no estamos hablando aquí de la influencia que ejerciera Engels en Marx en diferentes momentos (y no solo inicialmente con los Umrisse zu einer Kritik der Nationalökonomie), la diferencia entre dos maneras de pensar la crítica de la economía política implica desconocer la complicidad de Marx con la popularización de la crítica y, además, desatender la confianza que depositó en la disputa por el espacio y el debate público; ii) además, desconocer deliberadamente o por omisión esa complicidad de escrituras y la disputa por el espacio público, supone en segunda instancia desatender los procesos concretos de la primera popularización de la crítica marxiana; y, por último, iii) esa disociación tajante entre la crítica marxiana y el hipotético marxismo de Engels como paradigma, implica en términos lógicos y, contraituitivamente (al menos para el propio imaginario marxista), una hipóstasis de la crítica, relegando la posible heterogeneidad de la crítica a los peores rincones de la trascendencia cientificista a priori del Diamat/Hismat del siglo XX: o, dicho de otro modo, asumiendo que las diversas materialidades que convergen en un texto o una obra no suceden por sí mismas, la escritura o el mismo Nachlass marxiano como productividad nos sitúa en una dimensión irreductible a cualquier forma de unilateralismo hermenéutico (ortodoxo o heterodoxo). Inversamente, situarse del lado contrario de ese unilateralismo hermenéutico no traduce al Nachlass en un significante vacío o relativista, sino que lo devuelve al lugar de la escritura, donde convergen en tensión la resistencia del texto a la arbitrariedad y la creatividad de la lectura.

Es en esta última tensión, entre texto y creatividad, entre producción y productividad, y entre ensayo y equivocación, donde nos importa particularmente situar los prólogos que Eleanor Marx escribió a fines del siglo XIX para sus ediciones de las primeras obras póstumas de Marx.

2. El Nachlass de Eleanor Marx

Los textos de Eleanor Marx son en general desconocidos en castellano e, incluso, ni siquiera en inglés existe alguna edición más o menos sistemática de sus libros, artículos, traducciones e intervenciones públicas. Contra el imaginario de la sistematicidad del marxismo occidental, la puerta de entrada a la producción teórica de Eleanor Marx, y a su importancia para los movimientos políticos ingleses de fines del siglo XIX, ha estado en general de parte de biografías que surgieron muy por fuera de los márgenes del marxismo y la marxología (Weissweiler, 2018; Holmes, 2014; Weissweiler, 2002; Stokes, 2002; Worobjowa y Senelnikowa, 1984; Zimmermann, 1984; Kapp, 1972; Tsuzuki, 1967). El trabajo de Ted Crawford para la plataforma digital marxist.org es en este sentido muy importante como introducción a su obra, aunque la reciente traducción brasilera presentada como Obra completa (2021) exagera con demasiada prontitud la extensión y alcance de la selección. Basta decir que una parte importante de la correspondencia está hoy a disposición del público en formato manuscrito, pero sin transcribir ni editar, en el International Institute of Social History de Ámsterdam (IISH: ARCH01811). Los materiales fueron entregados recién en 1994 producto de un intercambio con el Archivo Estatal Ruso de Historia Socio-Política (RGASPI), donde se encuentra una parte mayoritaria de los antiguos archivos del Instituto Marx-Engels-Lenin del Partido Comunista de la Unión Soviética. Otra parte de los documentos, dispersos y sin sistematizar, se encuentran en el la Colección del British Museum de Londres, y en algunas Universidades de Inglaterra y Estados Unidos. Estas dos primeras limitaciones no solo sugieren, sino que explicitan la falta de interés que particularmente tuvo el PCUS en la edición de sus documentos, considerando indirectamente solo los que permitieron la edición de Reminicenses of Karl Marx que Editorial Progreso publicó en inglés en los años cincuenta. Otra limitación importante está en que muchos de sus trabajos como interprete, traductora y redactora de informes para los Congresos Internacionales de Zúrich, Bruselas, Londres, etc., se publicaron en los informes de manera anónimas sin registros paralelos. De su trabajo como columnista, solo las publicaciones en Justice, Time y The Commonweal tienen hoy alguna visibilidad, pero sus trabajos en Worksman’s Times, People’s Press, Tinsley o Le Socialiste son muy escasos de manera directa. Incluso su trabajo en el Arbeiterinnen-Zeitung. Sozialdemokratisches Organ für Frauen und Mädchen, editado en diferentes momentos por Viktoria Kofler, Maria Krasa y Anna Boschek, es desatendido (en general) por las historias oficiales del Frauenbewegung y la socialdemocracia austro-alemana. Solo en este órgano Eleanor publicó: «Brief aus England» (2. Jg., núm. 6, 17 mar. 1893), «Frauengewerkvereine in England» (1. Jg., núm. 17, 2 sept. 1892), «Wie sollen wir organisieren?» (1. Jg., núm. 3, 5. Feb. 1892), «Zur Arbeiterinnenbewegung in England» (1. Jg., núm. 5, 4 mar.; núm. 6, 18 mar.; y, núm. 10, 20 may. 1892). Esta suerte de ostracismo no es exclusiva del Frauenbewegung cercano al marxismo o la socialdemocracia de comienzos del siglo XX. Tanto en la Colección «Frauen in Bewegung 1848-1938» de la Österrreische Natinoalbibliothek, como en la Verein für Geschichte der ArbeiterInnenbewegung, también en Austria, la producción periodística de Eleanor no está dentro de los documentos sistematizados (aunque, por supuesto, podrían estar entre los archivos sin sistematizar). Sin embargo, como sugieren las biografías de Kapp y Holmes, en gran medida la dispersión de los materiales se debería a la desprolijidad con la que los socialistas ingleses organizaron sus documentos durante sus sucesivos quiebres y reconformaciones. De esa trayectoria sí hay un registro algo más acabado de las publicaciones en los órganos alemanes que, en su mayoría, corresponden a traducciones de textos previamente publicados en inglés: «Die Arbeiterbewegung in Amerika», en Die neue Zeit: Revue des geistigen und öffentlichen Lebens 5(6), 241-246; 5(7), 307-313; 5(8), 355-362, 1887; y, en la misma revista, «Shelley als Sozialist» 6(12), 540-550, 1888; «Die Kuhjungen» 7(1), 35-39, 1889; «Die Wahlen in Großbritannien» 2(45), 596-603, 1892; «Shelley und der Sozialismus» 2(45), 581-588; 2(46), 609-618, 1892; y, «Der böse Maitag» 2(30), 122-128; 2(31), 156-160,1894; además de «Friedrich Engels» en el Sozialistische Monatsschrift 10, del 30 de noviembre de 1890. Por supuesto, estas menciones no tienen una pretensión de sistematicidad, que excede por mucho las pretensiones de este trabajo, pero sí permite demarcar introductoriamente la magnitud de la visibilidad/invisibilidad de la producción escrita de Eleanor Marx. Por otra parte, el trabajo «invisible» que realizó personalmente para Frederick Furnivall está bien referido, pero escasamente documentado. Eleanor trabajó para Furnivall como ayudante de investigación personal y traductora tanto para el New Oxford Doctionary como para la Early English Text Society y la New Shakespeare Society. Si bien formó parte de la Shelley y de la Browning Society, no hay registros, ni siquiera indirectos, de los trabajos que podría haber realizado para Furnivall ahí. Específicamente en relación a Shakespeare, por ejemplo, Marx le escribió a Wilhelm Freund el 21 de enero de 1887,

«mi hija le envía sus mejores saludos a su esposa y a usted. Entre otras cosas, ha sido culpable de una traducción de Das epische Element in Shakespeare del profesor Delius, publicada por la Shakespeare Society local de la que es miembro; una traducción que además le ha valido los mayores elogios de señor Delius. Me ha pedido que le pregunte el nombre del profesor suabo anti-Shakespeare y el título de su libro del que nos habló en Karlsbad. El matador de la Shakespeare Society aquí, el Sr. Furnivall, está decidido a no renunciar al goce de esa obra». (MECW 45, 192)

El libro anti-Shakespeare, Shakespearestudien (2 Aufl. Stuttgart, 1874), fue escrito por Gustav Rümelin, un antiguo representante de la Asamblea Nacional de Frankfurt. El 25 de agosto, Marx le escribió directamente a Delius,

«estimado profesor Delius: mi hija Eleanor, que está conmigo aquí disfrutando de las termas, tuvo el privilegio de traducir al inglés, para la London Shakespeare Society, uno de sus artículos sobre el elemento épico de Shakespeare, y le gustaría mucho conocerlo en persona. Si le resulta conveniente señalar un día y una hora en que podamos encontrarnos, me complacerá presentarle a mi hija. Soy, señor, su más obediente servidor, Karl Marx». (MECW 45, 273)

En enero de 1877, Jenny Marx (von Westphalen) le escribía a Sorge,

«como miembro de la Shakespeare Society, tradujo un folleto del profesor Delius de Bonn sobre el elemento épico de Shakespeare para completa satisfacción de todos los interesados, y el mismo profesor Delius le escribió una carta muy halagadora en la que se felicitaba a sí mismo y a la Sociedad por la nueva relación con tal compañera de trabajo» (MECW 45, 446).

Si Eleanor conoció a Delius es algo que no podemos afirmar con seguridad, porque el entramado biográfico con su propia escritura está hoy en realidad en pena construcción, a pesar de que el vínculo directo con el Nachlass de Marx está un poco mejor documentado (MEGA² 30). Ahora, siendo ese el foco aquí, volvamos a Marx.

La dispersión y la falta de sistematización a momentos complica algunas referencias directas que adquirieron trayectorias propias en el siglo XX: por ejemplo, la edición de la carta de Marx a su padre, se publicó con una breve introducción de Eleanor y con la aprobación de Laura, como «Ein Brief des jungen Marx» (DNZ 1/1, 1897-98); a esa publicación la antecedieron «Briefe und Schriften von Karl Marx» (NZ 14/1, 1895/96), y «Wie Lujo Brentano zitirt» (NZ 1/9, 1895). Textos como «Karl Marx – Lose Blätter», en el Österreichischer Arbeiter-Kalendar für das Jahr 1895, y los antecedentes entregados en diferentes momentos a Wilhelm Liebknecht, Karl Kautsky o Franz Mehring para las elaboraciones de sus propias biografías de Marx exceden en general los márgenes del Nachlass, aunque contribuyeron a precisar la imagen histórica de un trabajo que Laura continuaría por su parte a comienzos del siglo XX a solicitud de John Spargo en Nueva York (Rudich, 1985), para The Marx He Knew (1909) y Karl Marx: His Life and Thought (1910).

En una nota de 1883 para Die Sozialdemokrat, «Zum Tode von Karl Marx», Engels decía que la última «instrucción de Marx» fue que «solo su hija menor, Eleanor, y yo, fuéramos sus albaceas literarios» (MEW 19, 349). Sin embargo, fue especialmente después de la muerte de Engels en 1895, que Eleanor tuvo acceso al Nachlass que le correspondía por disposición del testamento, siempre que por Nachlass se entendiera todo lo que escribió Marx individualmente, y lo que Marx y Engels escribieran juntos. Todos los demás materiales pasaron a los Freyberger-Liebknecht (primera esposa de Wilhelm Liebknecht), y al Sozialdemokratisches Partei Detuschlands. En una carta de 1894, en plena agonía de Engels, Eleanor le escribió a Laura:

«te puedo asegurar, querida Laura, que no he exagerado en ningún punto y que las cosas son muy graves. De hecho, me temo que apenas hay dudas de que todos los papeles, si no están ya en posesión de los Freynerger, lo estarán muy pronto. Tengo que hacerte notar un hecho muy importante relacionado con esto, porque probablemente se te haya pasado por alto en el Vorwärts. Yo no me había dado cuenta hasta que Bernstein nos habló de ello. El asunto al que me refiero es a la afirmación de que no va a haber un cuarto tomo de El capital. Hasta ahora, el General nos había dicho muchas veces (no solamente a Edward y a mí sino a los Bernstein, Mendelson, etc.) que el cuarto tomo le iba a suponer comparativamente mucho menos trabajo, porque estaba en un estado mucho más completo que el tercero, etc. ¡De hecho, Karl Kautsky, cuando estuvo en Londres, copió una buena parte de él! Ahora se nos dice de repente, mediante un anuncio público y no en una comunicación privada a ti y a mí, que somos, después de todo, a quienes más concierne, que los datos son insuficientes y que Engels no va a publicarlo. Por supuesto, estamos convencidos de que Freyberger ha convencido al General de que no se encuentra lo bastante bien como para hacerlo; los manuscritos pasarán a manos de los Freyberger y ellos, en cuanto albaceas literarios, lo sacarán más tarde, a menos que demos ciertos pasos y lo hagamos cuanto antes (…) mi sugerencia es que tú y yo nos quedemos a solas con el General (tendrías que traerle aquí para garantizarlo) y que hablemos honradamente sobre los manuscritos, diciéndole que deseamos saber y que tenemos derecho a saber qué ha decidido con respecto a todos los papeles del Moro y que no confiamos en los Freyberger» (Marx Longuet, 1982, p. 253).

Como es bien sabido, en una de las aristas con mayor relevancia simbólica desde nuestra perspectiva, Kautsky finalmente publicó el cuarto tomo de El capital entre 1905 y 1910 como Theorien über den Mehrwert (Viertels Band des ‘Kapitals’), aunque –paradójicamente– el marxismo tendió rápidamente a desconocer la continuidad de la edición de Kautsky con los tres volúmenes precedentes, concediéndole solo a Engels la potestad simbólica de ejercer juicios de valor sobre la configuración póstuma del Nachlass. La posición del marxismo en este punto es en general ambigua, no solo porque el mismo Engels desconoció deliberadamente la función que Marx pretendía que cumpliera la versión francesa del Capital, e insistió en la representatividad exclusiva de la primera versión alemana, sino que cuando fue Kautsky quien continuó esa misma decisión, se desconoció a la vez la posición de Engels que confió en Kautsky la edición del Nachlass.

Tras la muerte de Marx, Eleanor le escribió a Laura, «tenemos que ocuparnos del resto de los papeles (manuscritos), correspondencia de la Internacional, etc. No sé cómo me las voy a apañar. Tengo que dedicarle por completo varios días a la semana»; papales entre los que encontraban, por supuestos, los manuscritos de El capital:

«imagino que Engels te habrá dicho que tenemos al menos 500 páginas del segundo tomo, probablemente esté completo (. …) Acabo de escribir a Meissner para que saque la tercera edición del primer tomo lo antes posible y después nos pondremos con el segundo tomo Más allá de eso no puedo, aún, decirte nada más» (Marx Longuet, 1982, p. 157).

Casi una década después, ese «más allá» tomaba forma: «una buena noticia (me alegro de tener alguna), es que el General está trabajando en el tomo III y que le enviará a Meissner una buena parte inmediatamente después de Navidad, no sería seguro enviarlo en medio del tráfico navideño» (Marx Longuet, 1982, p. 246), y además, había que continuar la traducción al inglés:

«estos últimos días, entre empaquetar y el traslado, y terminar las tareas de El capital, al menos por mi parte he tenido una cantidad de trabajo terrible. He hecho una lista de “libros y autores” citados (una petición de Moore y Edward) que me ha llevado mucho tiempo componer correctamente” (Marx Longuet, 1982, p. 193).

La función de Edward como traductor y revisor, que tradicionalmente la marxología ha mantenido en su posición con escasa distancia crítica, fue en gran parte realizada por Eleanor, Engels y Lafargue, que trabajaron de manera paralela para cumplir con los plazos acordados para la edición y publicación. Pero, si de una parte el Nachlass avanzaba hacia nuevas traducciones, también era necesario sostener las anteriores:

«¡gloria a Dios en las alturas! ¡He encontrado el contrato de Lachâtre! Creí que estaría en una caja que me dio Moro (una de su padre) que contenía unas pocas cartas y cosas sueltas de Lupus, las cartas de Darwin y Spencer, etc., y en la que yo había metido después las cartas que llegaron cuando murió Moro (. …) ¿Crees que podrías ocuparte del asunto en Francia o nos comunicamos con Lachâtre de manera oficial a través de Crosse? Si puedes hacerlo tú, mucho mejor. Entonces te mandaría el original del contrato (. …) Moore me aconsejo que le consultara a Crosse sobre todos los asuntos del Moro, incluyendo la traducción francesa de El capital» (Marx Longuet, 1982, p. 276).

Más allá del Capital, el Nachlass excedía la crítica de la economía política e implicaba cuidados y resguardos propios de la escritura. Si, de una parte, Eleanor insistía en que

«no tengo ni que decirte que tomaré todas las precauciones para evitar que nuestro buen General sepa cualquier cosa que pueda herirle» en las cartas de Marx; de otra, continuaba «voy a separar todas las cartas privadas. Solo nos interesan a nosotras y podemos revisarlas en cualquier momento».

Sin embargo, esa misma idea de familiaridad cerrada entraba con conflicto con la proyección del Nachlass, y tras la muerte de Engels, Eleanor le propuso a Laura publicar una solicitud abierta al público, principalmente europeo y norteamericano, que finalmente apareció de la siguiente manera:

«¿podríamos hacer una petición en sus páginas dirigida a todas las personas que pudieran tener alguna correspondencia o algún otro documento de Karl Marx que fueran tan amables de remitírnoslos a una de nosotras? Deseamos reunir una colección lo más completa posible de las cartas de nuestro padre con la intención de publicarlas. Por supuesto, cualquier carta o documento que nos envíen serán tratados con sumo cuidado, y si los remitentes así lo desean, se los devolveremos en cuando los hayamos copiado. Cumpliremos cualquier instrucción que los dueños y remitentes de las cartas nos hagan llegar en relación a la omisión de cualquier pasaje que no deseen ver publicado» (Marx Longuet, 1982, p. 278).

Ese gesto inicial es, posiblemente, el de mayor importancia para la configuración del Nachlass como escritura precisamente porque, incluso con omisiones deliberadas, la correspondencia de Marx no fue escrita como obra pública. La transcripción, el cuidado, la anotación y la edición transforman esa dimensión manuscrita en escritura más allá de las pretensiones singulares de los autores o destinatarios, y en ese conflicto donde aparece la dimensión privada en el espacio público, la escritura de Marx –y cualquier escritura– deja de ser un producto para transformarse en productividad. Lo mismo puede decirse, por supuesto, con el trabajo editorial posterior del Nachlass en general.

Especialmente en relación a los textos históricos y políticos de Marx, Eleanor editó cinco libros durante los últimos años de su vida: Revolution and Counter – Revolution or Germany in 1848; The Eastern question. A reprint of letters written 1853–1856 dealing with events of the Crimean war; Value, price, and profit. Addressed to working men; y, Secret diplomatic history of the eighteenth century y The story of the life of Lord Palmerston. Entre estos, Revolution y contrarrevolución fue el primer proyecto editorial del Nachlass en el que se involucró Eleanor tras la muerte de Marx, y ya en 1883 le escribía a Laura que «iré publicando, poco a poco los artículos del Tribune. ¿Eso te parece bien?» (Marx Longuet, 1982, p. 168). El libro se publicó en Londres por Swan Sonnenschein & Co. en 1896, y simultáneamente en Nueva York por Charles Scribner’s Sons. Ese mismo año se publicó en Stuttgart traducido al alemán por Karl Kautsky. Los artículos, publicados originalmente en el New York Daily Tribune entre el 25 de octubre de 1851 y el 23 de octubre de 1852, fueron escritos por Friedrich Engels en realidad, que firmó con el nombre de Marx para que siguiera recibiendo el pago por los envíos. La real autoría de los artículos se conoció en 1913 con la publicación de la correspondencia entre Engels y Marx. El segundo prólogo corresponde a La cuestión oriental. Reimpresión de cartas de 1853–1856 referentes a los eventos de la Guerra de Crimea, publicado en Londres por la misma editorial en 1897. Ambos textos fueron editados y compilados por Eleanor Marx, que el 2 de enero de 1897 le escribió a Laura,

«la Revolución parece marchar muy bien. Entre su publicación y el mes de julio se han vendido cuatrocientos ejemplares. Eso aún no nos rentará mucho, pero si la venta sigue a ese ritmo, sí lo hará. En cuanto a La cuestión oriental, lo problemas no tienen fin. He intentado (porque Sonneschein es un caso perdido), encontrar otra editorial: he probado con Methusen, Macmillan, Unwin (las únicas probables) y he fracasado. Voy a hacer un último esfuerzo con Longman. Si esto no resulta, tendremos que volver a Sonnehschein. Quiero que el libro se publique. Es brillante».

En 1899 la editorial Swan Sonnenschein publicó el libro con la siguiente advertencia:

«En el prefacio a La cuestión oriental de Karl Marx, publicado en 1897, los editores Eleanor Marx Aveling y Edward Aveling refieren dos series de artículos titulada La historia de la vida de Lord Palmerston e Historia diplomática secreta del siglo XVIII, que prometían publicar en una fecha cercana. La señora Aveling no vivió lo suficiente para ver estos artículos en la imprenta, pero los dejó en un estado tan avanzado, y hemos tenido tantas preguntas sobre ellos desde entonces, que nos aventuramos a publicarlos sin la revisión final de la señora Aveling como folletos de dos chelines. Los editores».

Además, poco antes de morir, Eleanor había enviado la siguiente carta al director del Raynold’s Newspaper de Londres, que la publicó el 3 de abril de 1898: «La señora Eleanor Marx Aveling, de Den, Jew’s-walk, Sydenham, nos escribe»:

«¿Podría preguntar mediante sus columnas si alguno de sus lectores tiene alguna copia del Eastern Post de 1865 (especialmente de mayo y junio de ese año)? El Eastern Post entregó informes durante años de las reuniones del Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores, y como estoy por publicar con Sonnenschein & Co. una intervención (prácticamente un epítome de El capital) leída por mi padre, Karl Marx, al Consejo el día 20 de junio de 1865, estoy muy ansiosa por ver los reportes de esa fecha, y también de algunas reuniones precedentes y subsecuentes del Consejo. Por supuesto, no necesito decir que devolveré cualquier documento que me confíen tan pronto como sea posible, aunque también puedo ir a cualquier parte para una copia del Eastern Post». ǀǀ Después de que recibiéramos la carta anterior, debemos lamentar enterarnos (según informamos en otra columna) de la muerte de la señora Aveling, aunque el trabajo se llevará a cabo de todos modos. Los documentos deben enviarse al Dr. Aveling ǀǀ».

Edward Aveling murió el 8 de agosto de 1898, y es difícil saber si recibió alguna información del Eastern Post solicitada por Eleanor en abril. Como ya dijimos, Revolución y contrarrevolución adquirió un sentido completamente diferente cuando se descubrió la autoría de Engels. Los otros tres, por su parte, tuvieron ediciones y reediciones –especialmente en los EE.UU. a comienzos del siglo XX– con modificaciones que variaron desde suprimir los prólogos de Eleanor Marx, hasta modificar el criterio de edición.

La traducción de los dos prólogos que ofrecemos a continuación no tiene otra finalidad que contribuir a matizar algunas materialidades de la historia editorial del Nachlass marxiano y, con él, los matices y ambigüedades propios de la escritura.

3. Prólogo a Revolución y contrarrevolución. O Alemania en 1848

Los siguientes artículos son ahora, después de cuarenta y cinco años, recopilados e impresos por primera vez en forma de libro. Son un pendant invaluable del trabajo de Marx sobre el golpe de estado de Napoleón III (El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte). Ambas obras pertenecen al mismo período, y ambas son lo que Engels llama «excelentes ejemplos de ese maravilloso don (...) de Marx (...) de aprehender claramente el carácter, el significado y las consecuencias necesarias de los grandes acontecimientos históricos en un momento en que los acontecimientos están realmente ocurriendo, o recién han concluido».

Estos artículos fueron escritos en 1851–1852, cuando Marx llevaba unos dieciocho meses en Inglaterra. Vivía con su esposa, tres hijos pequeños y su amiga de toda la vida, Helene Demuth, en dos habitaciones en Dean Street en Soho, casi enfrente del Royalty Theatre. Durante casi diez años habían sido llevados de un lado a otro. Cuando en 1843 el gobierno prusiano suprimió la Gaceta Renana que había editado Marx, se fue a París con su esposa recién casada, Jenny von Westphalen. Poco después, el gobierno prusiano exigió su expulsión —se dice que Alexander von Humboldt actuó como agente de Prusia en esta ocasión— y el señor Guizot fue, por supuesto, demasiado cortés para rechazar la solicitud. Marx fue expulsado y se trasladó a Bruselas. Una vez más, el gobierno prusiano solicitó su expulsión, y cuando el gobierno francés había cumplido, era improbable que el belga se negara. Marx recibió órdenes de retirada.

Pero en ese mismo momento el gobierno francés que había expulsado a Marx había seguido el camino de los gobiernos franceses, y el nuevo gobierno provisional a través de Ferdinand Flocon invitó al «valiente y leal Marx» a regresar al país de donde «la tiranía lo había desterrado, y donde él, como todos los que luchan por la causa sagrada, la causa de la fraternidad de todos los pueblos», sería bienvenido. La invitación fue aceptada y durante algunos meses vivió en París. Luego regresó a Alemania para comenzar la Nueva Gaceta Renana en Colonia. Ahí los escritores de la Gaceta Renana tuvieron tiempos muy animados. Marx fue procesado dos veces, pero como los jurados no lo condenaron, el gobierno prusiano tomó el camino más cercano y suprimió el periódico.

De nuevo Marx y su familia regresaron al país cuyas «puertas» sólo unos pocos meses antes se habían «abierto de par en par». El cielo había cambiado y el gobierno también. «Nos quedamos en París un mes», dice mi madre en unas notas biográficas que encontré. «Aquí tampoco debía haber lugar de descanso para nosotros. Una hermosa mañana apareció la figura familiar del sargento de policía con el anuncio de que Karl et sa dame debían salir de París en veinticuatro horas. Se nos dijo amablemente que podríamos ser internados en Vannes, en Morbihan. Por supuesto que no podíamos aceptar un exilio como ese, y de nuevo reuní mis pequeñas pertenencias para buscar un refugio seguro en Londres. Karl se había apresurado allí antes que nosotros». Los «nosotros» éramos mi madre, Helene Demuth, y los tres niños pequeños, Jenny (Madame Longuet), Laura (Madame Lafargue) y Edgar, que murió a la edad de ocho años.

El refugio era realmente seguro. Pero fue sacudido por la tormenta. Cientos de refugiados, todos más o menos desamparados, se encontraban ahora en Londres. Siguieron años de horrible pobreza, de amargo sufrimiento, un sufrimiento que sólo puede conocer el forastero sin un centavo en una tierra extraña. La miseria hubiera sido insoportable de no ser por la fe que había en estos hombres y mujeres, y por su invencible «Humor». Utilizo la palabra alemana porque no conozco ninguna en inglés que exprese lo mismo: una combinación de ánimo y buen humor, de coraje desenfadado y entusiasmo.

Que los lectores de estos artículos puedan tener alguna idea de las condiciones en las que estaba trabajando Marx, en las que escribió estos y el Dieciocho Brumario, y preparaba su primer gran trabajo económico, Contribución a la crítica de la economía política (publicado en 1859). Cito nuevamente de las notas de mi madre. Poco después de la llegada de la familia nació un segundo hijo. Murió cuando tenía unos dos años. Luego nació un quinto hijo, una niña. Cuando tenía alrededor de un año, ella también se enfermó y murió. «Tres días», escribe mi madre, «la pobre niña luchó con la muerte. Sufrió tanto (. ...) Su pequeño cadáver yacía en la pequeña habitación trasera; todos nosotros» (es decir, mis padres, Helene Demuth y los tres niños mayores) «fueron a la habitación del frente, y cuando llegó la noche nos hicimos camas en el piso, los tres niños vivos yacían a nuestro lado. Y lloramos por el angelito que descansaba cerca de nosotros, frío y muerto. La muerte de nuestra querida hija llegó en el momento de nuestra más amarga pobreza. Nuestros amigos alemanes no pudieron ayudarnos; Engels, después de intentar en vano conseguir un trabajo literario en Londres, se vio obligado a ir a Manchester en condiciones muy desventajosas al bufete de su padre para trabajar como empleado de oficina; Ernest Jones, que venía a vernos a menudo en ese momento, y nos había prometido ayuda, no podía hacer nada (. ...) En la angustia de mi corazón fui a ver a un refugiado francés que vivía cerca, y que a veces nos visitaba. Le conté sobre nuestra urgente necesidad. De inmediato, con la más cordial amabilidad, me dio £2. Con eso pagamos por el pequeño ataúd en el que la pobre niña ahora duerme en paz. Yo no tenía cuna para cuando ella nació, y ahora hasta el último pequeño lugar de descanso le estaba siendo negado»; «fue un momento terrible», me escribe Liebknecht (el editor), «sin embargo, fue grandioso».

En esa «habitación» de Dean Street, Marx trabajaba mientras los niños jugando a su alrededor. He oído decir cómo las niñas apilaban sillas detrás de él para convertirlo en un carruaje, al que estaba enganchado como un caballo y lo «azotaban» incluso mientras estaba sentado escribiendo en su escritorio.

Ferdinand Freiligrath había recomendado a Marx al señor C.A. Dana, director general del New York Tribune, y las primeras contribuciones que envió a EE.UU. son la serie de cartas sobre Alemania aquí reimpresas. Parecen haber creado tal sensación que, antes de que se completara la serie, Marx fue contratado como corresponsal habitual en Londres. El 12 de marzo de 1852, el señor Dana escribió: «Quizás le complazca saber son leídas» (es decir, las cartas sobre Alemania) «con satisfacción por un número considerable de personas y ampliamente reproducidas». A partir de ese momento, con breves intervalos, Marx no sólo envió cartas con regularidad al periódico de Nueva York; escribió una gran cantidad de artículos importantes para él. «El señor Marx», dice una nota editorial en ١٨٥٣, «tiene opiniones propias, con algunas de las cuales estamos lejos de estar de acuerdo; pero quienes no leen sus cartas descuidan una de las fuentes de información más instructivas sobre grandes cuestiones de la política europea».

Entre estas contribuciones, no menos destacables fueron las relacionadas con Lord Palmerston y el gobierno ruso. «Los escritos de Urquhart sobre Rusia», dice Marx, «me habían interesado pero no me convencieron. Para llegar a una opinión definitiva, hice un análisis minucioso de los debates parlamentarios de Hansard y de los Libros azules diplomáticos de 1807 a 1850. El primer fruto de estos estudios fue una serie de artículos en el New York Tribune, en los que probé las relaciones de Palmerston con el gobierno ruso. Poco después, estos estudios fueron reimpresos en el órgano cartista editado por Ernest Jones, The People’s Paper. Mientras tanto, el Glasgow Sentinel había reproducido uno de estos artículos, y parte de él fue publicado en forma de folleto por el señor Tucker en Londres». Comité de Asuntos Exteriores de Sheffield agradeció a Marx por el «gran servicio público prestado por la admirable exposición en sus documentos sobre Kars», publicados tanto en el New York Tribune como en el People’s Paper. También se imprimieron un gran número de artículos sobre el tema en Free Press del viejo amigo de Marx, C. D. Collett. Espero poder volver a publicar esos y otros artículos.

En cuanto al New York Tribune, era en este momento un documento admirablemente editado, con una inmensa plantilla de distinguidos colaboradores, tanto estadounidenses como europeos. Era un órgano apasionado contra la esclavitud, y también reconocía que «era necesaria una verdadera organización de la sociedad» y que «nuestros males» eran «sociales, no políticos». El periódico, y especialmente los artículos de Marx, fueron mencionados con frecuencia en la Cámara de los Comunes, en particular por John Bright.

También puede interesar a los lectores saber cuánto le pagaron a Marx por sus artículos, muchos de ellos considerablemente más largos incluso que los aquí recopilados. Recibió £1 por cada contribución, una remuneración que no es exactamente brillante.

Se notará que el capítulo veinte, prometido en el diecinueve, no aparece. Puede haber sido escrito, pero ciertamente no fue impreso. Probablemente el número estaba repleto. «No sé», escribió el señor Dana, por «cuánto tiempo tiene la intención de hacer la serie y, en circunstancias normales, desearía que se prolongue lo más posible. Pero tenemos una elección presidencial a la mano que ocupará bastante de nuestras columnas. Permítame sugerirle, si es posible, que condense su propuesta en, digamos, media docena de artículos más» (el señor Dana había recibido once). «Sin embargo, no lo cierre sin una exposición de las fuerzas que ahora están trabajando ahí (Alemania) y activas en la preparación del futuro». Esta «exposición» se encontrará en el artículo que he añadido a la serie alemana sobre el «Juicio a los comunistas de Colonia». Ese juicio realmente da una imagen completa de las condiciones de Alemania bajo la contrarrevolución triunfante.

Marx no dice en ninguna parte que la serie de cartas esté incompleta, aunque ocasionalmente se refiere a ellas. Así, en la carta sobre el juicio de Colonia habla de los artículos, y en 1853 escribe: «aquellos de sus lectores que, habiendo leído mis cartas sobre la Revolución alemana y la contrarrevolución escritas para el Tribune hace unos dos años, deseen tener una intuición inmediata de la misma, harían bien en inspeccionar el cuadro del señor Hasenclever que ahora se exhibe en Nueva York, que representa la presentación de una petición de los trabajadores a los magistrados de Düsseldorf en 1848. Lo que el escritor no pudo analizar, el eminente pintor lo ha reproducido en su dramática vitalidad».

Finalmente, quisiera recordar a los lectores ingleses que estos artículos fueron escritos cuando Marx solo llevaba unos dieciocho meses en Inglaterra, y que nunca tuvo la oportunidad de leer las pruebas. Sin embargo, no me ha parecido que algo necesitara corrección. Por lo tanto, solo he eliminado algunos errores obvios de la imprenta.

La fecha en la cabecera de cada capítulo se refiere al número del Tribune en el que apareció el artículo, y no al momento de la redacción. Soy la única responsable de los títulos de las cartas que se publican en este volumen.

Eleanor Marx Aveling

Sydenham, abril de 1896

4. Prólogo a La cuestión oriental. Reimpresión de cartas de 1853–1856 referentes a los eventos de la Guerra de Crimea

Este volumen es una reimpresión de ciertas cartas y artículos de Karl Marx que tratan sobre el llamado problema oriental según se entendía en los cincuenta, con los eventos particulares que llevaron a la guerra de Crimea y con la guerra misma. Las cartas y artículos aparecieron en el New York Tribune. En cuanto a las cartas que están firmadas, no hubo ningún problema con identificarlas por supuesto. Pero en relación a las cartas y artículos principales que no están firmados, fueron necesarios minuciosos trabajos de investigación y discreción. Para este trabajo hemos sido ayudados y guiados por una colección de extractos del New York Tribune realizado por Hermann Meyer y que encontramos entre los papeles de Frederick Engels; por cartas del señor Dana, el editor del New York Tribune; por conocimientos personales sobre los hechos; y, sobre todo, por los juicios del mismo Marx.

Lo extractos del Tribune preparados por Meyer forman la base original de nuestro trabajo. Según podemos juzgar, solo en uno o dos casos el trabajo de Mayer fue inadecuado al seleccionar los artículos que son supuestamente de Marx; ahora bien, en su lista se han omitido una gran cantidad de artículos que fueron escritos por Marx, muchos de los cuales están firmados.

El señor Dana le escribió lo siguiente a Marx el 18 de marzo de 1860, «hace casi nueve años lo comprometí a escribir para el New York Tribune, y ese compromiso se ha mantenido desde entonces. Ha escrito para nosotros de manera constante, sino una sola semana de interrupción según puedo recordar».

La siguiente carta, que un amigo de Washington le escribió a Marx, tiene una visión interesante y especial sobre los artículos principales escritos por Marx:

«puedes ver que el Tribune se apropió nuevamente de un escritor principal; esto solo sería correcto en realidad si imprimiera K. M. debajo de ellos, porque atrae una atención especial. También creo que lo harían si no fuera contrario a sus reglas y hábitos. Después de todo, a ti tampoco te hace algún daño, porque el lector cuidadoso puede ver que no fueron escritos por el equipo editorial…»

Washington,

23/24 de octubre, 1853


Por conocimiento personal podemos sostener que muchas de las cartas de Marx fueron utilizadas e impresas por el Tribune como artículos, aunque Marx las escribió originalmente como correspondencia. En otras ocasiones escribió a propósito artículos que esperaba fueran principales; naturalmente en esos escribió de una manera diferente a la de su correspondencia firmada. En muchas ocasiones su correspondencia fue transformada en artículos, donde algunas palabras adicionales e interpolaciones fueron escritas por los editores estadounidenses para mantener la apariencia periodística. (Ver, por ejemplo, págs. 188, 190, 222, y especialmente el final de la p. 193).

Aparentemente, también en más de una ocasión las ideas o pasajes específicos de cartas de Marx fueron utilizados y escritos por los periodistas estadounidenses. Esto ha hecho muy difícil la tarea de selección y, por cierto, al menos en un caso llevó a la inclusión (ver la CI) de un artículo cuya mayor parte podría no haber sido escrita por Marx.

Mientras que puede haber una o dos contribuciones auténticas suyas que se hayan perdido, hemos dejado afuera a propósito varias de una carácter puramente técnico militar. De otra parte, hemos incluido algunos artículos militares que tratan directamente sobre la guerra. Muchos de estos, si no todos, fueron escritos por Engels o surgieron de cartas que le envió a Marx.

En muchas ocasiones Marx afirmó por escrito el hecho de haber escrito artículos y cartas para el Tribune, por ejemplo en El señor Vogt (y también el prólogo a Revolución y contrarrevolución). Y en una breve nota biográfica, escrita bajo su dictado, dice: «una colaborador regular del Tribune en los comienzos de la Guerra civil americana, escribiendo no solo correspondencias inglesas firmadas con su nombre, sino también una gran cantidad de artículos principales sobre los movimientos europeos y asiáticos».

En uno o dos casos podría parecer que partes de sus cartas se utilizaron como artículos, dejando el resto en forma de carta. Por esta razón, en estos casos el lector encontrará el artículo y la carta con la misma fecha de publicación en el periódico.

El volumen termina con cuatro artículos sobre la caída de Kars. Estos, en esencia, aparecieron en el New York Tribune. Aparecieron bajo la forma en que se entregan ahora, en la del People’s Paper de Ernest Jones para el que Marx los amplió y revisó. Su autor hizo un resumen de estos cuatro artículos sobre Kars para Free Press. Este resumen no está impreso en el presente volumen. Los artículos sobre Kars produjeron en ese momento una sensación muy notable y fueron la causa inmediata de un voto de agradecimiento del Comité de Asuntos Exteriores de Sheffield por el «gran servicio público prestado por la admirable exposición».

En la presente reimpresión no se ha considerado prudente hablar de capítulos; de modo que las cartas o los artículos se enumeran simplemente por sucesión. En la mayoría de los casos, las cartas contenían, además de pasajes que tratan de la cuestión oriental, pasajes que tratan de otros asuntos. En el presente volumen se omiten todos los últimos pasajes. Como consecuencia, algunas de las cartas parecen ser muy cortas. Se ha asignado un título a cada uno de las CXIII divisiones del libro. Estos títulos corresponden en general a los títulos del New York Tribune, de los que probablemente fue responsable el editor estadounidense.

Todas las citas han sido impresas en letra más pequeña y todas las cursivas son de Marx.

En las cartas originales había necesariamente muchas citas de periódicos y despachos. En casi todos los casos se han hecho precisiones de estas citas, algunas de las cuales eran muy extensas. En el caso de los artículos sobre Kars, sin embargo, todos los extractos importantes se incluyen en su totalidad. Estas précis están impresas entre corchetes y en cursiva, para distinguirlas de las citas reales. Los pasajes en cursiva del original están marcados en el précis con letras minúsculas; y siempre que, como sucedía a menudo, Marx ha interpolado comentarios propios en las citas, esos comentarios se imprimen entre corchetes secundarios.

Excepto en los casos en que se han producido errores de imprenta obvios (debe recordarse que Marx nunca vio las pruebas de sus contribuciones estadounidenses), no se han realizado correcciones ni alteraciones.

Una gran dificultad ha sido la ortografía de los nombres de personas y lugares. En esto hemos seguido a las mejores autoridades; hay uno o dos casos, sin embargo, de doble ortografía.

El volumen contiene dos mapas: uno de la Península balcánica en el momento de la Guerra de Crimea y el otro de la Península balcánica en el momento actual.

Al compilar el Índice onomástico, como consecuencia del gran número de veces que se repiten ciertos nombres, solo parece necesario en tales casos dar la página donde aparece el nombre por primera vez.

Creemos que este volumen será de especial utilidad en la actualidad. La siempre recurrente cuestión oriental ha entrado en otra fase. Durante los últimos cuarenta años, las condiciones geográficas, históricas y económicas de Europa han cambiado enormemente. Serbia, Bulgaria, Rumania, por ejemplo, se han convertido en Estados independientes; Alsacia-Lorena ha cambiado de manos. Las relaciones entre las grandes potencias han sufrido innumerables modificaciones. Quizás el factor más importante de todos ha sido el crecimiento de la socialdemocracia. Las naciones continentales tienen que tener en cuenta al menos eso. Sin embargo, una cosa se ha mantenido constante y persistente: la política de crecimiento del gobierno ruso. Los métodos pueden variar, pero la política sigue siendo la misma. Hoy el gobierno ruso, que ya no es más sinónimo de Rusia, es como lo era en los cincuenta, el mayor enemigo de todo progreso, el mayor baluarte de la reacción.

Por grandes que hayan sido estos cambios, sin embargo, para comprender las relaciones actuales de los estados de Europa entre sí y con la cuestión oriental, es necesario tener un conocimiento de estas relaciones en el pasado. Este volumen, por lo tanto, no sólo es de interés e importancia como colección de escritos históricos, sino que arroja una luz singular sobre lo que ocurre hoy y lo que puede ocurrir mañana.

Es probable que los lectores de los siguientes artículos queden especialmente impresionados con la inmensa cantidad de información que contienen; la notable perspicacia histórica mostrada, y el gran poder de traspasar la apariencia de las cosas a las cosas mismas; la precisión con la que en casi todos los casos se han predicho los acontecimientos y las consecuencias que posiblemente seguirán. Por supuesto, no todas las profecías se han cumplido, o no se han cumplido en la forma precisa en que fueron hechas. Pero la precisión en general es asombrosa. Estamos tentados a citar un caso entre un gran número. Lo que se predice en la carta XCIII sobre lo que sucedería si Bonaparte fuera personalmente a la guerra, sucedió realmente en 1871 cuando Bonaparte fue personalmente a la guerra franco-prusiana.

Además del tratamiento de la cuestión oriental y la guerra, el volumen resultará de gran interés personal. Hay muchas descripciones y análisis mordaces y claros de hombres prominentes de la época. Entre ellos figura Bonaparte y su gentuza, especialmente el mariscal St. Arnaud; lord John Eussell («el pequeño hombre de la tierra», como lo llama Marx); el «buen» Aberdeen; el ladrón de cartas, Sir James Graham; los Napier; Gladstone (por quien Marx sentía un odio especial); los diplomáticos rusos; el «padre prolífico y esposo obsequioso», el príncipe Alberto.

En todos estos bocetos se desprende no solo la agudeza de observación de Marx, sino su humor bastante original.

Sus estudios y su despiadada exposición de Palmerston, hasta que de una vez por todas disipen la ilusión popular de que Palmerston era un enemigo de Rusia, son de la mayor importancia. Se dedican tantas cartas y artículos al relato de este charlatán, que las exigencias del espacio han obligado a omitir toda una serie llamada La historia de la vida de Lord Palmerston. Se espera que esta serie, con otra sobre la Historia diplomática secreta del siglo XVIII, se publique en una fecha próxima junto con algunos bocetos más de personajes.

Nuestro más sincero agradecimiento al señor C.D. Collett y al señor Seddon de Free Reference Library, Manchester, por su ayuda y amabilidad. Y la tarea sumamente difícil de seleccionar, cotejar y analizar la enorme masa de cartas y artículos habría sido casi imposible de no haber sido por la cortesía y la asistencia de los funcionarios de la Sala de Lectura, la Sala Grande y la Sala de Prensa del Museo Británico. Nos alegra especialmente la oportunidad de agradecer a los funcionarios del Museo Británico, ya que habría sido la intención de Marx, que leyó allí durante unos treinta años, hacer público el reconocimiento de la pronta ayuda siempre brindada, y especialmente de los invaluables servicios prestados a él en su trabajo durante tantos años por el Dr. Richard Garnett.

Eleanor Marx Aveling

Edward Aveling

Sydenham, 8 de Julio de 1897

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Angelo Narváez León (angelo.narvaez.l@gmail.com). Doctor en Filosofía, Profesor Adjunto del Instituto de Filosofía Juvenal Dho de la Universidad Católica Silva Henríquez, Chile. Miembro del Núcleo de Investigación Espacio y Capital del Departamento de Geografía de la Universidad Alberto Hurtado, y secretario de publicaciones de la Sociedad Iberoamericana de Estudios Hegelianos. Ha publicado Hegel y la economía mundial. Crítica y génesis de la economía política del colonialismo (EUV, 2019), Henri Lefebvre. Crítica, espacio y sociedad urbana (Triángulo, 2015), Capital o dominación social. Hacia una crítica de la economía política del espacio (UAH, 2022) junto a Roberto Vargas y e Ivo Gasic, y ha editado y traducido los volúmenes Dime cuándo vienes. Cartas de amor, 1893-1917 (Banda Propia, 2019) de Rosa Luxemburgo, Cartas desde Argel, 1882 (Nadar, 2022) de Karl Marx, y ¡Siempre adelante! Escritos y cartas (Banda Propia, 2022) de Eleanor Marx.

Recibido: 5 de julio, 2022.

Aprobado: 12 de julio, 2022.


Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, LXI (161), Setiembre - Diciembre 2022 / ISSN: 0034-8252 / EISSN: 2215-5589