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11Diálogos Revista Electrónica de Historia, 24(2): 1-23. Julio-diciembre, 2023. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica
DOI 10.15517/dre.v24i2.53439
RECLUSIÓN Y TRABAJO:
RELACIÓN, LÓGICA Y ARTICULACIÓN EN
EL DEVENIR DEL PRESIDIO CHILENO.
Alejandro Romero
Resumen
La presente investigación documental de carácter cualitativo, tiene como n
identicar los discursos legales y penales que dotan de sentido al trabajo de
los reos en las cinco principales formas de reclusión que se evidencian en chile
entre 1830 y 2000: el connamiento en la isla Juan Fernández, la Colonia Penal
de Magallanes, las cárceles rurales, el presidio ambulante y la Penitenciaría de
Santiago; para lo cual, se llevó a cabo la revisión de leyes, normativas, escritos
e investigaciones relacionadas con cada forma de reclusión. La tarea de análisis
se efectuó por medio de una malla temática y la tradición hermenéutica para
ordenar la información (triangulación). Los resultados evidencian que el trabajo
se concibe como un castigo adicional o complementario a la sanción, discurso
que solo cambia tras la instalación de la penitenciaría el año 1843, donde la
actividad laboral del reo deja de beneciar a otros centrándose, en adelante,
en el propio recluso. Este cambio, sin embrago, no alienta el trabajo en los
presidiarios debido a la imagen de abuso y sometimiento que estos le asignan a
su ejecución, y al nacimiento de una subcultura penitenciaria que estructurará
una masculinidad y un deber-ser delictual temerario y contumaz (conclusión).
Palabras claves: delincuencia, sometimiento, subcultura, reinserción, discurso.
Fecha de recepción: 13 de diciembre de 2022 Fecha de aceptación: 13 de abril de 2023
Alejandro Romero Miranda Director e Investigador Titular Programa de Investigación
y Análisis Delictual PIAD, Universidad La República, Rancagua, Chile. Contacto:
alejandro.romero@ulare.c
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-0390-5019
Fernando Gil Villa Catedrático Departamento de Sociología y Comunicación,
Universidad de Salamanca, Castilla y León, España. Contacto: gilvi@usal.es
ORCID: https://orcid.org/0000-0001-6410-2258
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SECLUSION AND WORK: RELATIONSHIP, LOGIC
AND ARTICULATION IN THE DEVELOPMENT OF
CHILEAN PRISON
Abstract
This documentary research of a qualitative nature, aims to establish the legal and
criminal discourses that give meaning to the work of prisoners in the ve main forms
of imprisonment evidenced in Chile between 1830 and 2000 - the connement
on Juan Fernández Island, the penal colony of Magallanes, the rural prisons, the
mobile prison and the Penitentiary of Santiago-, for which, we proceeded to review
of laws, regulations, writings and research related to each form of imprisonment.
The analysis task was carried out through a thematic mesh and the hermeneutical
tradition to order the information (triangulation). The results show that the work
is conceived as an additional or complementary punishment to the sanction, a
discourse that only changes after the installation of the penitentiary in 1843, where
the inmate’s labor activity ceases to benet others, focusing on the inmate himself.
This change, however, does not encourage inmates to work due to the image of
abuse and submission that they assign to their execution, and the birth of a prison
subculture that will structure a masculinity and a reckless and stubborn criminal
duty-being (conclusion)
Keywords: delinquency, submission, subculture, reinsertion, discourse.
Alejandro Romero • Reclusión y trabajo: relación, lógica y articulación en el devenir del presidio chileno. 33
INTRODUCCIÓN
La relación entre reclusión y trabajo es un fenómeno que se gesta casi de
forma natural en el devenir de las sociedades (Cárdenas, 2010; Garland, 2006;
Melossi y Pavarini, 1980). En el caso chileno, esta relación nace de los planes inde-
pendentistas sobre España, o bien, producto de la desatención a la normativa que se
instala tras la emancipación. Desde la historia colonial de Chile hasta nales de los
años 90, es posible identicar cinco formas de reclusión -el connamiento en la isla
Juan Fernández, la Colonia Penal de Magallanes, las cárceles rurales, el presidio
ambulante y la Penitenciaría de Santiago-, que han hecho del encierro un fenómeno
contradictorio, especialmente en relación al trabajo de los reos, el cual, durante gran
parte de historia nacional, adquiere ribetes de explotación y abuso, dejando de lado
su asimilación como esencia del sujeto integrado y motor del propio bienestar. Esta
visión, sumada al nacimiento de la subcultura carcelaria con la entrada en funciona-
miento de la Penitenciaría de Santiago en 1847, le brindan una connotación negativa
al trabajo, el que termina siendo asimilado al sometimiento y como antivalor a nivel
de pares delictivos.
MÉTODO
El presente estudio documental de corte cualitativo, tiene por objetivo
general, establecer el discurso asignado al trabajo de los presidiarios en las diversas
formas de reclusión utilizadas por la institucionalidad de Chile entre 1810 - 2000.
Como objetivos especícos se plantea: a) determinar las formas que adquiere el
trabajo de los reos en la isla de Juan Fernández, la Colonia Penal de Magallanes, las
cárceles rurales, el presidio ambulante y la Penitenciaría de Santiago, y b) indagar
en el rol asignado por parte de estos dispositivos penales al trabajo como medio de
reeducación y cambio conductual.
Para esto, se tomaron en consideración escritos históricos, normativa legal
y fuentes documentales desde 1830 en adelante, así como investigaciones y artí-
culos centrados en el ámbito carcelario y penal chileno entre 1810 al 2000 (digi-
tales o impresos) venidos desde la historia, sociología, psicología, antropología y el
derecho. El período de revisión y análisis documental se desarrolló entre los meses
de octubre 2020 y abril 2021.
Como instrumento de análisis, se utilizó una malla temática destinada a tipi-
car y clasicar los datos e información bibliográca, los cuales fueron triangulados
desde la hermenéutica para establecer criterios de orden que permitieran el análisis y
la creación de un modelo comprensivo.
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RESULTADOS Y DISCUSIÓN
El Confinamiento en la Isla Juan Fernández
La historia de la reclusión en Chile, no puede obviar ni prescindir de la revi-
sión de la colonia penal instalada en la isla Juan Fernández entre 1749 y 1837, expe-
rimento social que tras ochenta y ocho años de intentos fallidos (unos más nefastos
que otros), no pudo consolidar un sistema carcelario que absorbiera la creciente
demanda de presidiarios políticos y ladrones comunes enviados desde Santiago y
Valparaíso (como de otras localidades de la naciente república).
Esta isla fue descubierta en 1584, por el mercante Juan Fernández, en un
viaje que llevaba a cabo desde el callao (Perú) a Chile, momento a partir del cual,
se inicia el periplo de su colonización. Solo en el año 1749, tras una inspección
ordenada por el virrey José de Monso destinada a repoblar la isla y marcar pose-
sión frente al asedio inglés (por ser lugar de abastecimiento y guarida de corsarios
durante el siglo XVI), este ordena al gobernador de Chile, Domingo Ortiz de Rozas,
tal propósito, para lo cual, el citado envía a soldados y colonos provistos de animales
y semillas para su mantención, mientras que desde Perú se les hace llegar pólvora,
cañones y arcabuces para la defensa. El viaje se concreta el 11 de marzo de 1750, y
en él se incluyen 22 presidiarios para realizar los trabajos de refacción y forticación
de la bahía. Este esfuerzo se mantuvo por diez años hasta el inicio de la guerra entre
España e Inglaterra, lo que conuyó con los primeros rumores que hablaban de la
isla como un lugar solo apto para quienes se quiere hacer sufrir, “… nadie quería ir a
Juan Fernández porque se le miraba como tierra maldita i se hizo entonces necesario
mandar jente forzada i hacerlo presidio” (El Presidio de Juan Fernández, 1909, p.18).
Así, a partir de 1780 se nombra gobernador interino de Juan Fernández a
Luis Corail, momento desde el cual la isla se transforma y penetra en el inconsciente
de los sujetos como una colonia penal.
Tras una seguidilla de capitanes al mando del presidio y gobernadores
encargados de la isla, en 1810 la cárcel-isla es dirigida por Manuel Santa María y
Escobedo, período donde las propias disputas internas y la lucha independentista
mermaron la asistencia y el envío de reos, llegando a contabilizarse un promedio
de 73 para nales de ese año. Esta tendencia a la baja solo varía en 1814, debido al
número considerable de patriotas vencidos por las huestes hispanas gerenciadas por
Mariano Osorio, quien, tras su triunfo, los deporta a Juan Fernández a cumplir su
condena de destierro (Rivera, 2009). Esta dinámica se mantiene hasta 1817, fecha
en la cual la resistencia criolla encabezada por Bernardo O’Higgins vence en la
batalla de Chacabuco al ejército español y recupera el poder, lo cual, posibilitará el
retorno de 81 prisioneros políticos de la isla. Con este acto, la colonia penal cierra
temporalmente sus puertas, reabriendo posteriormente en el período conservador de
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la república con los gobiernos de Joaquín Prieto y Manuel Montt, ambos guiados
desde la penumbra por el ministro Diego Portales.
La lejanía y falta de recursos para una supervisión más prolija y cercana
de la isla durante este período (Rivera, 2009), sirvió como caldo de cultivo para
la proliferación del abuso y la explotación de los reclusos por parte de capitanes y
gobernadores, quienes lejos de concebir a la colonia como un espacio de cambio y
transformación conductual y espiritual (por más que en todo el período la presencia
de sacerdotes fuera una constante), desde su inicio la plantearon como un lugar de
expiación de las culpas por medio del abuso, el dolor y trabajos forzados. Cordero
(2017) resumen bien esta amalgama cuando expone:
(Juan Fernández) tiene un clima hostil durante buena parte del año, (donde los
presidiarios) duermen a la intemperie, en cuevas o en habitaciones de material
ligero que apenas contaban con puertas, llave y hornillo para fuego, lo cual,
constituía sin dudas, un escenario ideal para contraer enfermedades, desarrollar
un envejecimiento prematuro o incluso terminar en la muerte. Finaliza agre-
gando: todos estos eran castigos adicionales e implícitos de la sentencia ocial
(p.456).
Esta falta de atención al cambio conductual queda totalmente evidenciada
en las guras de gobernadores como Francisco Latapiat, el “loco Latapiat”, quien en
1833 -en pleno auge de las ideas portalianas- es puesto al mando de la isla dada su
fama de valiente y abusador:
Latapiat creo para si un monopolio de todo lo que se podía explotar en la isla,
cuyas infracciones se penaban en azotes i multas. Esta famosa ordenanza de
buen gobierno era ilegal i contraria a todo derecho, pues ponía todo para su
propio benecio i privaba el comercio i la pesca de los (habitantes) de la isla.
(El Presidio de Juan Fernández, 1909, pp. 27-28).
Pese a estos abusos, el gobierno central solo reprobó livianamente la
conducta de este gobernador sin determinar sanciones. De hecho, Latapiat, dolido
por esta mínima censura, renuncia a su cargo.
Tras la abdicación de Latapiat en 1834, el gobierno de Joaquín Prieto (y
de Portales) nombran en su reemplazo al ocial ingles Tomas Suterlife, quien a su
llegada se encuentra con una población penal de 200 hombres e instalaciones deplo-
rables a consecuencia del motín sufrido por su antecesor. Tras un período de pros-
peridad de la colonia y una buena gestión (se edicó una nueva capilla, una escuela,
un muelle, talleres para zapatería, entre otros), Suterlife se vio tentado por la rentabi-
lidad y la fortuna que prometía la isla, destinando sus fuerzas a explotar a los reos y
monopolizar el comercio de productos.
Fue la codicia de Suterlife la causa central del motín de 1835. Su política del
abuso había determinado que muchos reos no pudieran alimentarse durante días, ya
que sumado a la falta de entrega de raciones (las que ahora eran vendidas), tampoco
permitía la pesca, negocio que también le pertenecía. Tras el motín, el gobernador
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ordenó la ejecución de parte de los insurrectos, algunos de los cuales, pensaban más
en su última comida que en su muerte.
Como se desprende de lo expuesto, la utilización de Juan Fernández como
colonia penal se debió a sus condiciones geográcas que impedían la fuga de los
presidiarios hacia el continente y a la tradición española (De Vito, 2019), más que a
un esfuerzo destinado a la readaptación social de los sujetos, en especial de los delin-
cuentes y bandoleros. Aquí, el trabajo se concibió como un mecanismo de conten-
ción y ocupación del tiempo de ocio que adquirió ribetes de abuso personal por parte
ciertos gobernadores de turno. La doctrina del abuso y el sufrimiento marcaron su
dinámica de acción, la cual planteó al trabajo como una forma de relación social
donde el antiguo ofensor (antisocial y político), ahora debía someterse a los dictá-
menes del poder institucional (Drouillas, 2012), el que, durante varios pasajes y
administraciones de 1810 en adelante, actuó a espaldas del gobierno central en razón
de la visceralidad y el propio benecio de quienes gobernaron la isla.
Es justamente esta disposición del Gobierno de Chile a bajar el perl de los
acontecimientos ocurridos en la isla y a actuar de forma reactiva frente a los hechos
(como las acciones correctivas tras cada motín, especialmente los ocurridos en 1821,
1831 y 1835), lo que vislumbra una complicidad encubierta entre las autoridades de
la época con cada representante enviado a Juan Fernández. Solo esta complicidad en
la aplicación de un sufrimiento que se muestra azaroso y necesario, es lo que permite
explicar porque personajes como el “loco” Latapiat y el codicioso Suterlife contaron
con la venía gubernamental.
En 1837 Juan Fernández deja de ser presidio. Desde entonces la deporta-
ción a la isla es suplantada por el juguete infame de Portales, el presidio ambulante
(Cordero, 2017).
La Colonia Penal de Magallanes
Pero las deportaciones no nalizan con el cierre de Juan Fernández como
pena a los delincuentes, liberales y militares insubordinados, ya que ocho años más
tarde -de forma paralela al inicio del presidio ambulante (o carros)-, se levantará el
segundo intento de colonia penal ahora en la zona de Magallanes (última franja de
tierra chilena antes del polo antártico).
De esta manera, en 1845 bajo la presidencia de Manuel Bulnes (segundo
gobierno de la república conservadora tutelada por Portales), se envía al primer preso
(o relegado) al incipiente fuerte Bulnes. A partir de ese momento (1845 – 1877), se
genera un ujo constante de deportaciones que durará más de treinta años (Martinie,
1992).
En sintonía con la lógica de Juan Fernández y los presidios rurales del siglo
XIX, herencia de la administración borbónica (como Rancagua, Linares y Curicó),
-y antecediendo a los carros-, los presos deportados a la Colonia Penal de Magallanes
Alejandro Romero • Reclusión y trabajo: relación, lógica y articulación en el devenir del presidio chileno. 77
son enviados con la idea primordial de ayudar en el levantamiento urbano de la
localidad, por ende, sumado al destierro debían cumplir labores en la construcción
de caminos, casas, muelles y trabajo agrícola-ganadero. Tal fue la presencia de
relegados en la región durante este período, que llegaron a conformar 2/3 partes de
la población del lugar.
A diferencia de Juan Fernández, en Magallanes se intenta transformar a los
delincuentes en colonos, es decir, en agentes de avanzada que permitieran la llegada
posterior de otros habitantes (no delincuentes). Como bien señala Basalo (1988), la
colonización penal era solo provisional, hasta cuando se generaran las condiciones
de infraestructura que posibilitara la migración libre (p.25).
Por ende, la intención de Magallanes era más ambiciosa que la impuesta en
Juan Fernández y en los propios carros, pues con ella no solo se buscó sacar a los
sujetos de las urbes y hacerles pagar su culpa enfrentándose a las inclemencias del
n del mundo, sino que, además, se les obligó a generar una organización social
sui géneris que posibilitara la convivencia prosocial entre guardias y presidiarios,
permitiendo la llegada de la nueva avanzada. En pocas palabras, la sentencia no solo
buscó la fundación de un poblado apostando a la cooperación y la empatía entre los
colonos-delincuentes frente a la adversidad, sino que lo verdaderamente relevante,
fue reotar un mecanismo que propiciara el cambio conductual de los delincuentes
mediante la lejanía y el sufrimiento como elementos de cohesión e identicación,
basados en interiorizar de manera forzada y condicionada los valores fundacionales
de la república portaliana, a su haber, el orden, la pervivencia y, con ello, -de forma
concomitante-, la reeducación del sujeto antisocial.
Sin embargo, Magallanes no paso de ser una utopía, pues, la convivencia
entre los pseudocolonos no fraguó según lo esperado. Las profundas diferencias en
la forma y la lógica de llevar las relaciones entre los militares insubordinados y los
delincuentes comunes, minó todo posible consenso, lo que propició la discordia y
la articulación social por medio del mero sometimiento y la fuerza. Esta mezco-
lanza de formas y miradas de hacerle frente al día a día, sumado a las malas condi-
ciones de habitabilidad y los escasos recursos dispuestos para la colonización, más la
desidia y falta de habituación al trabajo por parte de los reos -cuya principal labor era
sobrevivir despreocupando las tareas asignadas-, pronto generaron roces e hicieron
presente la idea de la sublevación y del retorno al terruño.
Todos estos elementos, impidieron el surgimiento de una identidad coloni-
zadora que propiciara la colaboración y la convivencia pacíca en el lugar, de modo
tal, que esta colonia penal terminó pareciéndose más a un experimento de selec-
ción natural (o ley del más fuerte), que a un proyecto de transformación conductual
basado en la cooperación y sufrimientos comunes.
Es la negación de esta identidad colonizadora lo que ayuda a explicar los
motines generados durante el período, el primero de ellos ocurrido en 1851 -conocido
como el motín Cambiaso, en honor al teniente de artillería Miguel José Cambiaso que
actúo de cabecilla en el alzamiento-, acción que logró ser aplacada siendo Cambiaso
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fusilado y descuartizado en 1852. Y la segunda insurrección registrada en 1877, en
la cual participan artilleros y prisioneros en señal de hastío frente a los abusos del
gobernador de la colonia penal de aquellos años Dublé Almeyda (Braun, 1934).
Si bien, el devenir de la Colonia Penal de Magallanes muestra una dife-
rencia sustancial con el presidio de Juan Fernández en lo referente a la nalidad
del destierro, ambas formas de reclusión - en sintonía con The Transportation Act
de 1718-, comparten un elemento central que también será asumido por el presidio
ambulante, a saber: concebir el fruto del trabajo realizado por el prisionero como un
benecio para otro y no para mismo. En ambos casos, el connamiento en un terri-
torio aislado y despoblado no fue más que la promesa de una nueva tierra prometida
(Bauman, 2001).
Esta lógica de trabajar-en-benecio-del-otro, se presenta en la isla Juan
Fernández de forma desestructurada, pues ese otro no aparece de forma concreta
debido a la propia nalidad que envuelve al trabajo (someter y diezmar), por ende,
la mayor parte de las labores desarrolladas por los sujetos eran reductibles en
mismas, mensurables solo al interior de la isla, marcadas por el esfuerzo, la ocupa-
ción del tiempo, el abuso y el sufrimiento. A diferencia de esta dinámica, el ideal
magallánico establece claramente el beneciario del trabajo realizado por el presi-
diario: los futuros colonos -y por medio de estos la propia república, lo que expande
el benecio a todo el país-. Esto determina, que el trabajo presidiario deje de ser
concebido como algo inocioso, siendo resignicado como un elemento retributivo
del accionar de los “malos” hacia los “buenos” en términos portalianos.
Años más tarde, por medio del decreto N°805 de 1928, se establece como
medida para los presidiarios de buena conducta y adherencia al sistema médico-cri-
minológico (correspondiente a la tercera etapa de intervención también denominada
tercero periodo), su derivación a una nueva colonia: la Colonia Penal de Aysén, cuyo
objetivo fue actuar como período de transición entre la vida en presidio y la vida
libre, especialmente para los reos casados, quienes podían ser acompañados por sus
familias al lugar. Este nuevo intento duró hasta 1942, cuando el decreto N°1675
deroga los artículos del 102 al 112 del decreto 805.
El Presidio Rural
Esta noción de la retribución mediante el usufructo de la fuerza laboral del
reo, no solo será característica de la colonia magallánica, sino también de todas las
cárceles rurales que se disponen en el territorio durante el siglo XIX, (Rancagua,
Talca, Curicó, Linares, Rengo y Talcahuano entre otras), donde los reclusos reali-
zarán labores productivas tanto al interior de los recintos, como en su exterior, para
empresarios y el propio Estado. Como evidencia Marcos Fernández (1998) en rela-
ción con la cárcel de Rancagua:
Alejandro Romero • Reclusión y trabajo: relación, lógica y articulación en el devenir del presidio chileno. 99
El trabajo de los presos se llevaba a cabo fundamental y preferentemente al
exterior de la cárcel, en las denominadas obras públicas (donde) los reclusos
se convertirán en los obreros del Estado, aquellos encargados de realizar las
tareas del ornato, la limpieza, reconstrucción y mantención de caminos y edi-
cios públicos. Concluye de forma taxativa: las nalidades teóricas del trabajo,
la moralización y la reforma, se convierten en patrones de mera utilidad y
esfuerzo gratuito. (p.63)
La realización de trabajo externo por parte de los reclusos merece una doble
consideración. Primero, que lejos de ser concebido como un elemento propio de las
cárceles rurales, la utilización de reos en benecio de la comunidad -de los “buenos”-,
conviene plantearla como una práctica constante durante el siglo XIX, la cual, alcan-
zará su máxima visibilización con la instalación del presidio ambulante. Segundo,
que esta utilización externa pone en escena a un nuevo actor que usufructúa del
trabajo del reo, actor que se aleja de la gura del gobernador ambicioso y explo-
tador de Juan Fernández y del reino de la imaginación magallánica, -del colono que
se desconoce y para el cual se levantan casas y trazan caminos-. Este nuevo actor,
materializa su presencia y coaccionará desde lo tácito y la normativa, desde la rutina,
desde la organización productiva, del trabajo con sentido. He aquí, la irrupción del
empresariado y del Estado como agentes de uso de la mano criminal.
De esta forma, la utilización del reo como fuerza productiva anterior a 1836,
evidencia que en Juan Fernández su trabajo fue en directo benecio del gobernador
de turno, en Magallanes lo fue en favor de los futuros colonos y la consolidación de
la república, mientras que en las cárceles rurales fue directa ganancia y servicio a las
necesidades del Estado y los empresarios. De todas, será esta última noción la que se
extrapolará al presidio ambulante, posicionándose como parte del discurso que justi-
cará y mantendrá a raya a los licenciosos y delincuentes (es decir, al bajo pueblo),
hasta la entrada en funcionamiento de la penitenciaria en 1847.
Diego Portales. El Nacimiento de la Máquina
Hasta el momento, se ha citado de forma recurrente la gura de Diego
Portales y Palazuelos, la “eminencia gris” (Góngora, 1981, p.35) en el devenir de la
reclusión después de 1830, inuencia que realiza desde su tribuna de Ministro del
Interior y Relaciones Exteriores (entre 1930-1831 bajo los gobiernos de José Tomas
Ovalle y Fernando Errázuriz y posteriormente desde 1835 a 1837 en el mandato de
José Joaquín Prieto), y Ministro de Guerra y Marina (desde 1835 a 1837), posiciones
que no solo le permitieron redactar la constitución oligárquica de 1833, sino, además,
sentar las bases de la república conservadora en Chile (1931 a 1861), período que
apuntaló sus bases en el alineamiento de las familias tradicionales y terratenientes
(oligarquía), la colaboración de la iglesia católica mediante su desatención a los
abusos y la sumisión irrestrictica de las fuerzas militares, quienes no solo actuarán
como baluartes del orden, sino, también, como masa votante que asegurarán el
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funcionamiento de la máquina, esto es, del sistema autoritario (Rivera, 2009;
Monteverde y Estay, 2013; Villalobos, 1989).
Mediante esta triple alianza Portales logra dos hechos de profunda considera-
ción. Primero, genera las condiciones para la estabilidad y el orden (autoritarismo).
Y segundo, saca a “su” organización de la república como centro del debate posi-
cionando al sujeto popular en su reemplazo, es decir, en adelante, los problemas de
adaptación no pasan por la calidad de la normativa, sino por la propia inherencia de
lo sujetos (Castro, 2018). Con esto, blinda su proyecto de organización social y se
establecen criterios de verdad, “su verdad”. Este ideario queda patente en la epístola
de Portales a su socio José Manuel Cea, donde con letra rme le expone que: “la
democracia que tanto pregonan los chilenos, es un absurdo en los países como los
americanos llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud como es
necesario para el establecimiento de la república” (Portales, 1822, p.1).
Así, esta república ordenada, conservadora y autoritaria toma los valores,
costumbres y el buen vivir de la oligarquía, la moral católica y la disciplina de la
milicia como insumos para crear un modelo de virtud y patriotismo, el cual Portales
pretende calzar mediante la fuerza o la seducción del sujeto popular. Al respecto -en
la misma misiva- sus palabras son elocuentes: “palo o bizcochuelo, justo y oportuna-
mente administrados (…) cura cualquier pueblo, por inveteradas que sean sus malas
conductas” (Portales, 1822, p.1).
Dicha lógica de castigo-recompensa será parte del sustento de lo que el mismo
Portales llamará “el peso de la noche”, estrategia encubierta de su modelo de repú-
blica destinada a mantener -y perpetuar-, la tendencia casi natural de la masa al
reposo que se transforma en la garantía de la tranquilidad pública (Jocelyn-Holt,
1999; Villalobos, 1989). Esto lo logrará por medio de leyes y decretos que tendrán
su concreción nal en la constitución de 1833.
Esta concepción del bajo pueblo, es decir, de todo aquel que no fuera parte de
la oligarquía terrateniente, la curia católica o la milicia, conguran su visión binaria
de la realidad, la cual, se sustenta en una vulnerabilidad social inducida (Gil Villa,
2016) que clasica a los individuos en dos categorías mutuamente excluyentes, a
su haber: los buenos y los malos. A los primeros, no les destina mayor cavilación
dada la triple personicación que de ellos tiene, en cambio, sobre los segundos,
sus reexiones son taxativas, tal como se observa en la epístola a Antonio Garfías,
fechada Valparaíso 14 de enero 1832:
(…) el malo siempre y por siempre ha de ser malo; porque el bien le enfada y
no lo agradece, y que siempre se halla tan dispuesto a faltar y clavar el cuchillo
al enemigo como a su mismo benefactor, por lo que puede asegurarse con certi-
dumbre que el secreto de gobernar está solo en saber distinguir al bueno del
malo, para premiar a uno y dar garrote al otro. (Portales, 1832, p.386).
Esta manera de entender a los sujetos, es lo que lleva a Gabriel Salazar (2010)
a conceptualizar el período portaliano como un “Estado policial”, donde la violencia
Alejandro Romero • Reclusión y trabajo: relación, lógica y articulación en el devenir del presidio chileno. 1111
se asume como el principal recurso disuasivo y/o corrector de la desatención a la
normativa, incluso -como expone el mismo Salazar-, “si los buenos (familias de
rango de la capital) llegaban a ablandarse frente a los malos, el garrotazo debía entrar
en acción también contra ellos” (p.98), lo cual, más que una irrestricta severidad por
parte de Portales, puede entenderse como una desconanza generalizada a todo el
sistema social. Es esta idea de la desconanza lo que lleva a Mario Góngora a señalar
que Portales es una gura ambigua, pues, por un lado, se muestra política y social-
mente fuerte, pero interiormente está marcado por el escepticismo (Góngora, 1981),
mismo juicio que comparte Alfredo Jocelyn Holt (1999), para quien, el aludido
ministro siempre miro a Chile desde el lado más oscuro y pesimista.
Toda esta noción del pueblo chileno y de la república son elementos nece-
sarios que se deben conocer y sopesar para comprender la instalación del presidio
ambulante.
El Presidio Ambulante
Los carros-jaula o presidio ambulante, son una forma de reclusión que hace
su aparición en el año 1836 en la ciudad de Valparaíso, como una manera de contener
y controlar a los delincuentes de alta peligrosidad, reincidentes y rematados que allí
se encontraban de forma rápida y efectiva (Monteverde y Estay, 2013), en tanto, se
visualizaba y conmensuraba la idea de construir una penitenciaría. Posterior a 1836,
esta tecnología penal se disemina desde Coquimbo por el norte hasta el Bio Bio por
el sur, destacándose su implementación en Aconcagua, Santiago, Colchagua, Talca y
Maule.
De forma simple y concreta, el presidio ambulante ideado por Portales, son
simples jaulas de erro montadas sobre ruedas tiradas por bueyes, donde son encerrados
los delincuentes de mayor peligrosidad. Estas improvisadas celdas móviles estaban
divididas en tres secciones horizontales, cada una con capacidad para contener a seis
reos tendidos, quienes estaban ligados de dos en dos por medio de fuertes cadenas de
hierro remachadas en sus tobillos. En ocasiones, estas jaulas albergaron hasta catorce
presidarios por carreta, quienes debían permanecer allí hacinados durante la noche, los
domingos, festivos y tras su jornada laboral diaria. Estos carros se trasladaban diaria-
mente de los lugares públicos donde se estacionaban (generalmente, cerca de las plazas
o iglesias) al campo de labores, lo cuales, se encontraban en las afueras de las urbes.
Aquí, los reos debían trabajar en promedio ocho horas diarias (de las seis de la mañana
a las cinco de la tarde parando solo a medio día para alimentarse) en la apertura o repa-
ración de caminos, acueductos, fortalecimiento de riveras de río, puentes y cualquier
otra obra pública asignada, siendo vigilados en todo momento por el cuerpo de guar-
dias (Rivera, 2009; León, 2015; Monteverde et al., 2018).
De lo anterior se concluye, que la reeducación del sujeto delincuente nunca
fue una prioridad, por el contrario, la propia lógica que imbuía a los carros apuesta al
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sufrimiento como mecanismo de enmienda conductual. De hecho, se desprende que la
idea que mueve a Portales es plantear una medida de seguridad y tranquilidad para los
buenos y un castigo ejemplicador para los malos. En resumen: palo y bizcochuelo.
Bajo el argumento del palo, los carros-jaulas buscaban transmitir dos
mensajes. El primero y más importante dirigido al pueblo, especialmente a todos
quienes no forman parte de la triada virtuosa (oligarquía, iglesia y milicia), que
entrega una advertencia visual del trato que ha de recibir quien se sienta tentado
a violar las leyes y el orden, incluso si es parte de la triada, como fue el caso de
algunos militares insubordinados. Y segundo, posiciona a la infamia como disposi-
tivo complementario del castigo, con lo cual, ya no solo se busca castigar el cuerpo,
sino alcanzar la propia psique del sujeto atentando contra su humanidad. Esto es
de mucha relevancia, pues por primera vez en la historia de Chile, la infamia se
entiende como parte de la propia sanción penal, sanción donde el recluso sufre, pero
a la vez, enseña a los demás con su dolor. En esta pedagogía de la normalización, lo
verdaderamente relevante no es entonces el sujeto, no es el humano que se denigra
frente a las miradas de los transeúntes, sino su lenguaje no verbal, su kinésica, su
paralingüística, que son captadas en detalle por el observador. Así, el castigo transita
del anonimato al espectáculo, pero a uno que no genera carcajadas, sino seriedad
ciudadana, esto es: “recelo, recogimiento, silencio, prudencia, duelo por los caídos y
en suma, temor y docilidad” (Salazar, 2010, p.8).
Monteverde y Estay (2013), citando material del Ministerio de Justicia de
Valparaíso de 1842, entregan una imagen de la vivencia y condiciones de los carros:
Prívense a muchos de ellos de su ropa para ponerse a cubierto del agua que
los moja a su salvo. Algunos medios desnudos, han consumido en el presidio
el pobre vestido que llevaron y si la caridad de sus parientes o amigos no les
presta un socorro se consumirán en la desnudez (p. 155).
Así, la pena de presidio ambulante supone un doble castigo: la obligación de
trabajar, esto es, de hacer productivo el tiempo de encierro para el Estado; y, por
otro lado, la exhibición del cuerpo diezmado y maltratado producto de los esfuerzos
desplegados para su doblegamiento y domesticación (más que reeducación) por
parte del poder institucional (Foucault, 2022; Elías, 2016).
La Penitenciaría de Santiago
Esta lógica del espectáculo solo desaparecerá con la entrada en funciona-
miento de la Penitenciaría de Santiago el año 1847, que erguida bajo los postulados
del modelo de Filadela y Auburn (Fernández, 1998; Monteverde et al., 2018), posi-
cionará al trabajo como principal elemento del cambio conductual. Si bien, estos
modelos poseen otras particularidades como la reclusión celular (o individual) que
fomentará la reexión y la imposición del silencio como regla fundamental (Auburn),
Alejandro Romero • Reclusión y trabajo: relación, lógica y articulación en el devenir del presidio chileno. 1313
estas medidas no lograron ser implementadas de manera sistemática, debiendo ser
suplantadas por el encierro general a consecuencia del aumento de la población,
quedando el cautiverio individual solo como castigo ante el desacato de la normativa
(Ulloa, 1879).
Con el nuevo sistema de reclusión, se generan dos fenómenos que han de
estructurar la vivencia del encarcelamiento moderno. El primero de ellos, se rela-
ciona con un hecho fundamental en la historia de la delincuencia chilena: el surgi-
miento de la subcultura carcelaria.
Si bien, es evidente la existencia de recintos carcelarios antes de 1843, estos
en su mayoría eran de tránsito -en tanto se ejecutaba la pena de muerte-, o bien, las
escasas medidas de seguridad y la propia infraestructura de los recintos hacían de las
fugas un hecho frecuente. El diseño de la penitenciaría -con murallas perimetrales,
patios internos, y pabellones de vigilancia adaptación del modelo panóptico-, no solo
permitió la segmentación de la población penal (Cabrera, 2017; Salvatorre y Aguirre,
2017; Labbé, 2003), sino, además, evitó las constantes escapadas haciendo más efec-
tiva la privación de libertad. Este hecho, transformó a la cárcel en un lugar estable de
vida: un hábitat (Romero, 2019), donde los sujetos ahora debían adaptar su conducta
y necesidades a las condiciones de infraestructura (Cuneo, 2017), pero, sobre todo,
a los propios códigos del hampa que antes establecían las jerarquías en la calle y
que ahora se tomaban como plantilla para determinar las interacciones al interior del
recinto. De esta manera, la penitenciaría es mucho más que una infraestructura, es un
ecosistema social, dentro del cual, se comienza a organizar la vida en atención a las
representaciones e imaginarios del delito y del bajo pueblo.
Concomitante a este fenómeno, se presenta el segundo hecho de conside-
ración: la adopción del trabajo como elemento central del rol rehabilitador de la
penitenciaría, lo cual, carece de novedad si no se toma en consideración el nuevo
mensaje que imbuye su fomento: ahora el trabajo va en benecio del propio sujeto.
Esto se traduce, en que el esfuerzo desplegado ya no es en-benecio-del-otro, sino,
en benecio-de-si-mismo. Ulloa (1879) muestra bien este cambio, al evidenciar que,
entre 1846 y 1859, el trabajo deja de ser concebido como una sanción dentro de
la penitenciaría, pues, no gura dentro del listado de castigos correccionales apli-
cados y, por el contrario, destaca “el traslado al departamento de los incorregibles a
todos los reos que no presentan adherencia a la rutina laboral en los talleres” (p. 21).
Figura 1: “Discursos en trono a la nalidad del trabajo”. Fuente: Elaboración propia.
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En efecto, desde la creación del reglamento de la Penitenciaría de Santiago en
1874, y del reglamento del sistema carcelario N°2140, en 1911, hasta nuestros días,
el trabajo y la asimilación de la lógica productiva como sustento de vida por parte del
reo son el centro de la estrategia socioeducativa y del desistimiento, donde el trabajo
deja ser concebido como castigo complementario para ser presentado ahora como
símbolo de la reconversión. Al respecto, el citado decreto 2140 establece en su art.
N°78 que: “Todos los reos están obligados a trabajar. Los jefes de establecimientos
penales están obligados a proporcionar trabajo a todos los reos”, destacándose en
el art. N°79, que “los reos que trabajen en los talleres recibirán del contratista un
salario proporcional a su labor”, misma lógica aplicable a quienes cumplan labores
de aseo (art. N°80) y cocina (art. N°81). Otra evidencia de este giro, son los tres
talleres laborales (zapatería, carpintería y herrería) que se desarrollan al interior de
la Penitenciaría de Santiago en el año 1850. Lo anterior permite que estas ideas se
transformen en prácticas penitenciarias (González, 2018).
De esta forma, el discurso cambia desde la institucionalidad buscando
resignicar el quehacer laboral a los ojos de la población penal. Entonces,
el trabajo deja de aparecer como castigo, y se propone como un derecho,
por ende, ya no explota, sino que alienta; ya no humilla, sino enaltece, ya no
somete, sino que libera. En suma, la adscripción a la lógica laboral -y la identi-
cación con la productividad-, es el nuevo paradigma del cambio conductual.
He aquí la nueva receta: la transformación del homo criminalis en homo faber.
Figura 2: Principales características de las formas de reclusión
actualizadas.” Fuente: Elaboración propia.
Alejandro Romero • Reclusión y trabajo: relación, lógica y articulación en el devenir del presidio chileno. 1515
Pero este cambio en el discurso evidenciado a nes del siglo XIX y principios
del XX, no caló según lo esperado en la conciencia de los reos, en especial, en aque-
llos con trayectorias delictivas prominentes, quienes no adhirieron al nuevo discurso
radicalizando su negación. Y es que la experiencia del trabajo-para-otros, marcó a
sangre y fuego la conciencia del sujeto delictual, no solo por su ejecución, que se
entendió como un castigo, sino por el sometimiento implícito a un poder que no se
reconocía ni respetaba. Entonces, pese al cambio paradigmático, la nueva noción
no pudo con la vieja idea de que trabajar era someterse a un-otro, fuese este otro un
gobernador, un terrateniente o el propio Estado.
Esta idea de plantear al trabajo como sinónimo de sometimiento, creció al
interior de la subcultura carcelaria al mismo tiempo que esta comienza a validar la
temeridad y la violencia como medio de relación intrapenitenciario (Valenzuela et
al., 2020), a brindar importancia al valor del daño en el quehacer delictivo (Romero,
2019, 2021), y a exigir adherencia a un código de conducta para diferenciar al delin-
cuente de ocio del primerizo/común. Todos estos elementos ayudarán a estructurar
un modelo de masculinidad marcado por la sobre conanza y la temeridad, el cual,
decantará en la imagen del choro-ladrón, herencia directa del bandidaje chileno del
siglo XIX.
Bajo este supuesto, el giro dado en la intención y los benecios del trabajo por
parte de la institucionalidad fue tardío, pues la experiencia de Juan Fernández, Maga-
llanes, las cárceles rurales y el presidio ambulante portaliano, forjaron una imagen
refractaria de él que se fortaleció con la estructuración y profusión de la subcultura
carcelaria tras la apertura de la Penitenciaría de Santiago en 1847. El trabajo queda
así asumido como un antivalor, una denigración de la calidad de choro-ladrón, como
el sometimiento propio de quienes no tienen las habilidades delictivas necesarias
para vivir del robo y esto se eleva a nivel de identidad, como expone Ulloa (1879):
“los castigos correccionales, han sido paja picada en la prisión; ni una, ni dos, ni tres,
ni todas a la vez, han conseguido jamás obtener la sumisión de un reo desobediente
i contumaz” (p. 22). Así, solo trabaja quien no sirve para delincuente, lo que lejos de
ser un indicador positivo, es un descalicativo a nivel de pares.
De este modo, el desapego al trabajo no funge en el sujeto delictual como
un antivalor innato, sino como consecuencia de su impronta como castigo y someti-
miento -suscitado del trabajar para otro-, instalado desde los orígenes de la reclusión
en Chile (León, 2015), idea que junto a las representaciones de poder, hombría y
arrojo, surgidas al interior de la subcultura carcelaria, conformarán un deber-ser, una
ontología delictual, que será la directriz que organizará y jerarquizará el entramado
social intrapenitenciario estableciendo además la prominencia, es decir, el respeto y
admiración a nivel de pares (Romero, 2018, 2021).
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Figura 3: El trabajo desde la lógica delictual y la subcultura carcelaria.” Fuente: Elaboración propia.
CONCLUSIONES
La revisión documental de la tipología carcelaria en Chile de 1830 en
adelante, evidencia un hecho a todas luces interesante, a su haber, como el
tardío rol asignado al trabajo en benecio del propio reo genera en él una
representación negativa de la actividad, esto es, una conceptualización
desde una lógica negacionista (Gil Villa, 2013), la cual, termina empa-
rentando al trabajo con el abuso y el sometimiento que da origen a una
desidia que se arrastra desde 1847 hasta la actualidad, desidia que diculta
y trunca los planes de reinserción desplegados por la institucionalidad, e
instalada, además, al sometimiento como articulador de las relaciones a
nivel de la población carcelaria. Marco León, en su tratado Encierro y
corrección. La Conguración de un Sistema de Prisiones en Chile (1800-
911), y en su notable obra Las Moradas del Castigo. Orígenes y Trayec-
torias de las Prisiones en el Chile Republicano (1778-1965), desarrolla
parte de estas ideas, hilvanando con elocuencia y maestría la congura-
ción y el devenir de las cinco formas de reclusión aquí presentadas, pero
no se detiene lo suciente en el análisis del sentido y del discurso atri-
buido a la práctica laboral en cada una de ellas, tarea en la que el presente
artículo busca contribuir.
Alejandro Romero • Reclusión y trabajo: relación, lógica y articulación en el devenir del presidio chileno. 1717
De esta manera, el esfuerzo contributivo presentado, se inicia proponiendo
al trabajo como complemento indirecto de la sanción/castigo considerada
por la normativa de los siglos XIX y XX (desde Juan Fernández hasta el
presidio ambulante), concepción que solo cambia por parte de la insti-
tucionalidad tras la puesta en marcha de la Penitenciaría de Santiago en
1847 y su primer reglamento, al cual, le seguirán otros aplicables a la
totalidad de los recintos carcelarios del país como el decreto N°2140 de
1911, el N°805 de 1928, el N°1675 de 1942, el N°189 de 1960, el N°42 de
1977, el N°2859 de 1979, el N°1595 de 1981, el N°36 del 2005 y N°943
del 2010, todos decretos destinados a reforzar la institucionalidad peniten-
ciaria y hacer del trabajo -junto a la educación-, la principal herramienta
del cambio conductual.
Como elemento transversal del rol asignado al trabajo, anterior a 1843, se
encuentra su impronta de servir como medio para el benecio de un “otro”
(León, 2010), que actuará como núcleo comprensivo para el sujeto delin-
cuente, quien terminará emparentando su ejecución con el sometimiento,
conducta refractaria a la representación de la masculinidad y la promi-
nencia que comenzará a forjarse al interior de la subcultura carcelaria a
partir de la puesta en marcha de la Penitenciaría de Santiago en 1847.
Esta imagen y sentido del trabajo, se convertirán en discurso a partir de
la estructuración del presidio primero como un lugar, esto es, como un
hábitat (Augé, 2010; Romero, 2019) y luego a partir de su transforma-
ción en un campo social (Bourdieu y Wacquant, 2004), es decir, en un
lugar estable (no de paso), donde los sujetos interactúan desde su ilusoria
libertad y los habitus heredados (Addi, 2021), disponiendo y confron-
tando su experiencia y trayectoria (capital delictivo) con otros sujetos que
comparten sentido y signicado de los hechos. De aquí entonces, que la
desidia laboral aumente en la medida que la subcultura va fortaleciéndose
y gestando un nosotros, es decir, un ser-en-común no evidenciado en las
formas de reclusión anteriores a 1847.
Así, la penitenciaría es mucho más que un simple y seguro contenedor de
la anomia, es, sobre todo, un aparcadero de trayectorias de vidas diversas
-que antes se entrelazaban de forma fugaz en la calle-, pero que ahora se
conocen, confrontan, desafían, contienen y apoyan sin patrones estables
de interacción al interior de un mismo espacio social, donde los hechos
solo cobran sentido y validez para quienes comparten la vivencia coti-
diana de la reclusión y sus representaciones (Beltrán, 2022; Sanhueza y
Brander, 2021; Ross y Barraza, 2019; Salvatore y Aguirre, 2017).
Es la mutua vivencia del encierro y sus precariedades (Monteverde et al.,
2018) lo que genera la necesidad de colonizar la infraestructura, asignán-
dole signicados a sus rincones, paredes y laberintos, contribuyendo así,
a la interacción entre los sujetos creando un entramado social supeditado
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a la experiencia y prominencia delictiva, todo lo cual hará orecer una
identidad y masculinidad que se nutrirá de las propias dinámicas internas,
entre las cuales, someter y evitar ser sometido será una premisa funda-
mental . Es esta idea, lo que sirve para comprender la animadversión
laboral del reo, la cual, no es la animadversión del presidiario aislado,
sino de un inconsciente colectivo forjado desde la vivencia en común de
la reclusión, y que, por ende, habla desde un nosotros, desde una identidad
que no se someterá a un custodio ni a un jefe.
De esta manera, el desinterés por el trabajo en el sujeto delictual adquiere
-después de 1847-, una impronta de esencia e identidad que no se advierte
en las cuatro formas anteriores de reclusión, esta impronta es tan potente y
trascendente como la propia normalidad que el ciudadano común le asigna
al trabajo como sustento de vida. Con esto, la misma extrañeza y reacción
que surge en un ciudadano cuando se le invita a robar (someter-a-otro), es
la que se repite en un delincuente con identicación subcultural cuando se
le conmina a trabajar (someterse-a-otro). En ambos casos, el quiebre de
la realidad es tan abrupto que bien puede asociarse a un sin sentido, a una
locura o una patología.
Así los hechos, se puede plantear, que el desapego laboral por parte del
delincuente se basa en la construcción social e ideológica del propio
trabajo como benecio para otro, y la relevancia que adquiere el someti-
miento como correlato en esta acción evidenciado desde Juan Fernández
al presidio ambulante. Con esto, el sometimiento y el abuso laboral
propio de 1830 a 1847, no solo fundamenta el discurso de negación hacia
el trabajo, sino que, además, se transforma en el principal vector de la
propia interacción, tanto a nivel de pares como a nivel societal. Esto lleva
a plantear, que el sometimiento adquiere la lógica de relación fundante
dentro del deber-ser delictual a partir de 1847, la cual se caracteriza
por la búsqueda naturalizada de la dominación sobre el otro con quien
se establece la relación (y viceversa), a través de conductas desaantes
y beligerantes basadas en la aceptación de la violencia como elemento
descomplejizador (o resolutivo de conictos), lo cual genera inestabilidad
y volatilidad en la conducta de los sujetos participantes y en la propia
relación entablada. Por ende, esta interacción delictiva (Romero, 2021)
hace suya una regla universal: someter y no ser sometido. La primera
circunscribe la prominencia delictiva y la masculinidad del choro-ladrón,
la segunda plantea la denigración, el descrédito y el cuestionamiento de
la propia calidad de macho (Valenzuela, 2021), descrédito que la practica
laboral acentúa.
Entonces, trabajar no solo implica someterse-a-otro bajo la lógica subcul-
tural, sino además, renunciar a relacionarse desde la consecución del deber
ser delictual; es decir, desde la búsqueda constante de la superposición
Alejandro Romero • Reclusión y trabajo: relación, lógica y articulación en el devenir del presidio chileno. 1919
y el sometimiento-del-otro. Por ello, trabajar no es tan solo aceptar una
sumisión (poniendo en entredicho la masculinidad), es también renegar de
la inherencia del delincuente. Con esto, el trabajo es más que una simple
acción, es desacralizar y aniquilar la tradición subcultural y un metarre-
lato fundante.
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