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11Diálogos Revista Electrónica de Historia, 24(1): 1-33. Enero-junio, 2023. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica
Doi 10.15517/dre.v24i1.52654
SUBJETIVIDADES URBANAS EN CRISIS.
Un estUdio de tres novelas de Carmen naranjo Coto (1966-1968)1
Ruth Cubillo Paniagua
Resumen
La escritora costarricense Carmen Naranjo Coto (1928-2012) realiza, en sus
primeras novelas, publicadas en la década de 1960, una profunda reexión
sobre la ciudad de San José y sus habitantes, quienes se enfrentan a procesos de
convivencia en el contexto de una capital centroamericana que inicia su ingreso
a la globalización. Para evidenciar esto, se analizan las novelas Los perros no
ladraron (1966); Camino al mediodía (1968) y Memorias de un hombre palabra
(1968), cuyos personajes son sujetos con preocupaciones propias del tránsito de
la modernidad a la postmodernidad, pues lo que entra en crisis es la construcción
misma de la subjetividad y el cuestionamiento de las verdades absolutas. Como ejes
temáticos del análisis se proponen la indiferencia como generadora de angustia en
el sujeto y la invisibilización del sujeto- ciudadano; asimismo, se entabla un diálogo
entre las novelas de Naranjo y algunas de las propuestas conceptuales de autores
como el lósofo y sociólogo Georg Simmel, el psicoanalista Sigmund Freud, el
lósofo y sociólogo Herbert Marcuse y el crítico literario Rafael Valenzuela.
Palabras clave: novela urbana costarricense, Carmen Naranjo, globalización,
subjetividades, análisis literario.
Fecha de recepción: 10 de marzo de 2022 • Fecha de aceptación: 6 de diciembre de 2022
Ruth Cubillo Paniagua • Docente de la Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica.
Contacto: ruth.cubillo@ucr.ac.cr
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-4313-1620
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URBAN SUBJECTIVITIES IN CRISIS.
a stUdy of three novels by Carmen naranjo Coto (1966-
1968)
Summary
The Costa Rican writer Carmen Naranjo Coto (1928-2012) makes, in her early
novels, published in the 1960s, a profound reection related to the city of San José
and its residents, who face processes of coexistence in the context of a Central
American capital that begins its entry into globalization. To demonstrate this, the
next novels are analyzed Los perros no ladraron (1966); Camino al mediodía
(1968) and Memorias de un hombre palabra (1968), whose characters are subjects
with their own concerns about the transition from modernity to postmodernity,
since what is in crisis is the very construction of subjectivity and the questioning of
the absolute truths. As thematic axes of the analysis, indifference as a generator of
anguish in the subject and the invisibility of the subject- citizen are proposed. Also,
a dialogue is established between Naranjo’s novels and some of the conceptual
proposals of authors such as the philosopher and sociologist Georg Simmel, the
psychoanalyst Sigmund Freud, the philosopher and sociologist Herbert Marcuse,
and the literary critic Rafael Valenzuela.
Keywords: Costa Rican urban novel, Carmen Naranjo, globalization, subjectivities,
literary analysis.
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“Señores: hay que inventar un nuevo dios (…) No cómo será
ese dios. Pero que debe hacer cosas revolucionarias (…) venir
y luchar en las calles para destruir estas ciudades devoradoras
en que se consume el hombre para apagarse; venir y ser un político activo,
que predique, que construya, que infunda valor, que reparta la pobreza,
que rompa las nacionalidades, los localismos, los más íntimos prejuicios, y
nos deje temblando ante la conciencia enorme de nuestra propia miseria(…)
(Carmen Naranjo, Memorias de un hombre palabra, pp.149-151)
“Si la sociedad establecida administra toda comunicación normal,
dándole validez o invalidándola de acuerdo con requerimientos
sociales, los valores ajenos a estos requerimientos quizás no puedan
tener otro medio de comunicación que el anormal de la cción.
La dimensión estética conserva todavía una libertad de expresión
que le permite al escritor llamar a los hombres y las cosas por su nombre:
nombrar lo que de otra manera es innombrable”(Herbert Marcuse, El
hombre unidimensional, p.262).
INTRODUCCIÓN.
Las novelas de Carmen Naranjo en el contexto de la
narrativa costarricense de la segunda mitad del sigloXX
Las novelas de Carmen Naranjo que se analizan en este artículo son Los perros
no ladraron (1966); Camino al mediodía (1968) y Memorias de un hombre palabra
(1968).2 En estas novelas se plantea con toda claridad la relación entre la disolución
del sujeto postmoderno y el espacio en el que habita: la urbe, entendida como una
sociedad industrial avanzada; por esta razón, las asumimos como novelas postmo-
dernas3 y urbanas. Postmodernas porque vinculan al sujeto con su propio cuestiona-
miento, con su propia desaparición, con su puesta en abismo y su crisis, y conciben la
realidad como una construcción contingente (Valenzuela, 2016); urbanas porque sus
tramas se desarrollan por completo en la ciudad, especícamente la capital de Costa
Rica en la década de 1960.
Esta década marca una notable transformación en las formas de narrar predo-
minantes en el país hasta el momento, así como también en los espacios representados
y las temáticas desarrolladas. Las novelas de Naranjo Coto son una clara muestra de
todos estos cambios experimentados por la narrativa producida en este país. En este
sentido, conviene señalar que la mayor parte de la narrativa costarricense producida
entre las últimas décadas del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX se interesó
por delinear y aanzar la imagen de un ciudadano costarricense que se identicara
con la idea del labriego sencillo [representado por José María “Billo” Zeledón en la
letra del Himno Nacional], hombre bonachón y pacíco, que solamente hacía gala
de su ereza cuando su patria era ofendida o invadida por el extranjero, un hombre
con pocas ambiciones y escasas aspiraciones, un individuo que se conformaba con
poco. Durante este período, debido a la pequeñez espacial de la ciudad de San José,
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era muy fácil ser campesino; así pues, si un individuo vivía en San Pablo de Heredia
o en La Uruca (lugares ubicados a pocos kilómetros del centro de la ciudad), podía
denirse como habitante del área rural.
Ciertamente, la modernización de la ciudad de San José es un proceso que
se inicia hacia la primera década del siglo XX; los profundos cambios generados
por dicho proceso fueron motivo de reexión para escritores como Joaquín García
Monge (El Moto, 1900 y Las hijas del campo, 1900), Jenaro Cardona (El primo,
1905) y Carlos Gagini (El árbol enfermo, 1918). Este proceso de modernización no
se detuvo y, aunque con el advenimiento de la segunda república (fundada después
de la guerra civil de 1948) tomó otro camino, ya en la década de 1960 San José y sus
habitantes habían experimentado grandes cambios. De todos estos cambios nuestra
narrativa da cuenta de una manera espléndida; la de Carmen Naranjo lo hace de un
modo particular y profundo.
El crecimiento desordenado de la ciudad de San José en las décadas de 1950,
1960 y 1970, así como la predominancia de la inversión privada y la ausencia de
regulaciones estatales efectivas que permitieran planicar el desarrollo de la urbe
a partir de los intereses de la mayoría y no solo de unos cuantos privilegiados, son
temáticas que se desarrollan en la narrativa urbana costarricense, especialmente a
partir de la segunda mitad del siglo XX, y muy especialmente en las novelas de la
escritora que aquí nos ocupa. La labor de evidenciar fracturas sociales iniciada por
la generación de 1940, es continuada por los escritores de la generación urbana,
algunos de los cuales, como Alberto Cañas, Julieta Pinto y Carmen Naranjo4, mili-
taron activamente en el Partido Liberación Nacional, que en la segunda mitad del
siglo XX gobernó el país en siete ocasiones.5
En la propuesta narrativa de Carmen Naranjo resulta llamativa la aguda crítica
que la autora realiza a la organización social de la época y los efectos -muchas veces
nocivos- que esta genera en el individuo, y resulta llamativo precisamente porque fue
su Partido, el Partido Liberación Nacional, con su ideología socialdemócrata, el que
sentó las bases del nuevo proyecto de nación (con el que surgió el estado benefactor),
a partir de la fundación de la segunda república en 1948 y de la promulgación de la
nueva Constitución Política en 1949.
Resulta muy signicativa la respuesta que Naranjo brinda a una pregunta plan-
teada por el periodista Manuel Arias, del Semanario Universidad, cuando le consulta
cuál debe ser la función social de la literatura y del arte en general: “Honesta. Creo
en la literatura comprometida y de denuncia. Si la literatura no lo dice, con todo
el dominio del arte, ¿quién lo va a decir? Y las grandes obras han sido siempre de
denuncia” (Semanario Universidad, 2004). Vale señalar que esta postura de Naranjo
resulta muy similar a la del lósofo y sociólogo Herbert Marcuse en relación con el
papel de la cción en las sociedades industriales avanzadas, incluida en el epígrafe
de este trabajo.
Ahora bien, coincidimos con Álvaro Quesada cuando apunta que:
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Tras esta fachada de modernización democrática, crecimiento y progreso, se
experimentaban también nuevas formas de dominio, corrupción, y enajenación.
(…) El crecimiento del Estado llevaba a la consolidación de un aparato
burocrático que se tornaba cada vez más omnímodo, autárquico e incontrolable.
(…) En el ámbito cultural la modernización, que generaba nuevas opciones
sociales, culturales y educativas, se percibía también como generadora de
descomposición social, enajenación, pérdida de valores e identidad. (2000,
p.21)
En este contexto, Carmen Naranjo se da cuenta de que el tico promedio,
contemporáneo a ella y miembro de la naciente clase media, ya no es más ese
labriego sencillo cuya imagen nos habían vendido por tantos años y cuya iden-
tidad nacional e individual estaba claramente denida; el habitante de la ciudad
es un individuo egoísta, complejo, consumista, enfrentado a profundos dilemas
existenciales, descreído y desencantado. Sus problemas son ahora otros, muy
distintos de aquellos que aquejaban a los personajes de Mamita Yunai o Juan
Varela.
Carmen Naranjo la narradora se da a la tarea de repensar la ciudad y a
sus habitantes, quienes se enfrentan a procesos de convivencia en el contexto de
un mundo globalizado, lo cual implica repensar las nociones de ciudadano y de
consumo. García Canclini opina que el consumo ha generado cambios fundamen-
tales en la concepción de ciudadano, y muchas veces “cuando se habla de ‘globa-
lización’, se tiende a identicarla con el proceso de globalización económica,
olvidando las dimensiones política, ecológica, cultural y social” (1999, p.21). La
ciudad globalizada está marcada por un proceso de tensión que se evidencia en los
ámbitos económico, social y cultural; ahora bien, si a esto le agregamos el surgi-
miento de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, estamos
ante una compleja red simbólica que, a su vez, posibilita el surgimiento de nuevas
formas de convivencia y de nuevas formas de relaciones intersubjetivas entre los
habitantes de la ciudad.
En relación con las transformaciones experimentadas por la capital costarri-
cense en la segunda mitad del siglo XX, Quesada señala:
A partir de 1950 se inicia un crecimiento canceroso, desordenado y caótico, de
San José y el área metropolitana, debido tanto a la inmigración incontrolable
como a una “modernización” equívoca, que destruyó el patrimonio arquitectó-
nico, desguró el perl de la ciudad y desparramó a los pobladores en barrios
residenciales, urbanizaciones y tugurios, que proliferaron en forma caótica,
descontrolada y aleatoria por los antiguos potreros y cafetales aledaños. (…)
Nuevos patrones culturales, asociados a las nuevas culturas de masas y a las
clases medias y populares urbanas -cuyo estereotipo negativo sería la gura
del “pachuco”- se difunden y ganan espacio en la ciudad, ante el desconcierto,
la curiosidad o el disgusto de las viejas élites o los intelectuales, quienes veían
modicarse vertiginosamente o desaparecer los rasgos físicos y culturales que
habían caracterizado la sonomía tradicional del país desde nes del siglo
pasado. (2000, p.22)
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Las novelas de Carmen Naranjo se desarrollan en esa ciudad que no es acoge-
dora, que en cierto modo agrede al individuo y que muchas veces lo hace sumirse en la
más profunda de las soledades, aunque viva en un sitio repleto de gente. Los personajes
de Carmen Naranjo se desenvuelven en una ciudad moderna, una ciudad que se enca-
minaba hacia una globalización sin retorno.
LA INDIFERENCIA COMO GENERADORA DE
ANGUSTIA EN LOS PERROS NO LADRARON
Para abordar esta temática dialogaremos con dos propuestas teóricas: la
del lósofo y sociólogo George Simmel en relación con la experiencia del sujeto
moderno que vive en una metrópoli6, y la que realiza el psicoanalista Sigmund Freud
en relación con lo que signica para el sujeto vivir en sociedad y someterse a los
mandatos de la cultura7.
En Los perros no ladraron la primera muestra de la indiferencia se halla
en el hecho de que el narrador es un personaje cuyo nombre nunca se le revela al
lector, es decir, se trata de un varón de mediana edad, burócrata, padre de familia y
esposo, amante de una joven e ilusionada dependienta de tienda. Este hombre desea
mantener su anonimato ante el lector y por eso nunca nos revela su identidad; de
hecho, tampoco se mencionan los nombres de los demás personajes, excepto el de la
señorita Ortiz, secretaria del protagonista, y el de Quesada, el compañero de trabajo
del protagonista que decide suicidarse al ser degradado de puesto.
Sin embargo, el protagonista se presenta como un individuo que vive una
profunda crisis existencial porque, a pesar de ser un funcionario obediente y sumiso
a los mandatos de su jefe, es una persona sensible y con una perspectiva crítica de
su realidad y de la sociedad en la que vive. Este hombre se rehúsa a que el sistema lo
denigre o lo borre -como le ocurre a Quesada-, pero no posee las fuerzas sucientes para
oponerse rotundamente a aquello que le resulta arbitrario e inhumano. Una pequeña
muestra de la resistencia de este hombre es la crítica que plantea ante la pérdida de inti-
midad que sufre el sujeto que vive en la ciudad, a propósito del hacinamiento al que se
enfrenta cada día en el autobús que lo lleva al trabajo: “-Parece que la vida nos convierte
en seres públicos y no hay intimidad en ninguna parte. -La intimidad no existe. Es algo
gurado. Creemos que tenemos intimidad en nuestras casas y eso es falso”(1966, p.33).
En este sentido, Simmel plantea:
Los problemas más profundos de la vida moderna se derivan de la demanda
que antepone el individuo, con el n de preservar la autonomía e individualidad
de su existencia, frente a las avasalladoras fuerzas sociales que comprenden
tanto la herencia histórica, la cultura externa, como la técnica de la vida (…)
Sea como fuere, en todas las posiciones que se han mencionado hasta ahora
encontramos una misma preocupación básica: el que la persona se resista a ser
suprimida y destruida en su individualidad por cualquier razón social, política
o tecnológica. (1903, p.1)
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Al inicio del texto, el narrador protagonista señala que siente la necesidad de
escribir una novela para hacer catarsis, para desahogarse al menos un poco, pues él
es un sujeto angustiado por muchas cosas que lo rodean. Desde las primeras páginas
también se deja bien claro que el protagonista vive en una ciudad que está en contacto
con el resto del mundo, una ciudad que se halla en la ruta de la globalización; para indi-
carnos esto, se introducen intertextos periodísticos (noticias de la radio sobre grandes
urbes como New York y Madrid) que nos permiten ubicarnos en la actualidad mundial.
Inmediatamente el protagonista nos aclara su posición al respecto, pues reexiona
acerca del bombardeo de noticias al que están sometidos los ciudadanos como él y
plantea que, en su opinión, esta excesiva cantidad de información resulta inútil para el
sujeto, que, al n y al cabo, se halla anclado a un espacio concreto y local.
También es relevante que desde el inicio de la novela el protagonista se reera,
desde una perspectiva crítica, a diversas problemáticas sociales características de las
urbes y de quienes las habitan, tales como: el transporte público citadino como ejemplo
de deshumanización; los rateros que amenazan la seguridad de los ciudadanos; la
modernización en las ocinas y la supuesta simplicación que acarrea; las promesas
electorales para mejorar los males del país (en particular de la ciudad), las cuales nunca
se cumplen porque los gobernantes son cobardes y demagogos, entre otras.
Este personaje que construye Naranjo es un individuo que experimenta en
carne propia el choque entre el espíritu subjetivo y el espíritu objetivo, para plan-
tearlo en términos simmelianos, es decir, el choque entre sus deseos como sujeto y
las normas que la sociedad le exige para aceptarlo como ciudadano, para plantearlo
en términos freudianos. Al respecto, Simmel señala:
La razón más profunda por la que una metrópoli llega a promover el impulso
hacia la más individual de las existencias personales parece ser -sin importar si
estas son exitosas o están justicadas- la siguiente: el desarrollo de la cultura
moderna se caracteriza por la preponderancia de lo que podríamos denominar el
“espíritu objetivo” sobre el “espíritu subjetivo”. Esto es, se incorpora una suma
de espíritu en los distintos niveles: en el lenguaje, el derecho, la tecnología de
la producción, el arte, la ciencia y en los objetos mismos del ámbito doméstico.
En su desarrollo intelectual el individuo sigue el crecimiento de este espíritu de
manera muy imperfecta y a una distancia cada vez mayor. (1903, p.9)
Por su parte, Freud agrega:
La vida humana en común solo se torna posible cuando llega a reunirse una
mayoría más poderosa que cada uno de los individuos y que se mantenga unida
frente a cualquiera de éstos. El poderío de tal comunidad se enfrenta entonces,
como «Derecho», con el poderío del individuo, que se tacha de «fuerza bruta».
Esta substitución del poderío individual por el de la comunidad representa el paso
decisivo hacia la cultura. Su carácter esencial reside en que los miembros de la
comunidad restringen sus posibilidades de satisfacción, mientras que el individuo
aislado no reconocía semejantes restricciones. [...] El resultado nal ha de ser el
establecimiento de un derecho al que todos hayan contribuido con el sacricio
de sus instintos, y que no deje a ninguno a merced de la fuerza bruta.(1985, p.58)
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En la novela de Naranjo este malestar generado por la sociedad y la cultura
urbanas se evidencia con toda claridad en la angustia existencial que experimentan
varios personajes; así por ejemplo, en la conversación que sostiene el protagonista
con uno de sus amigos mientras toman un café, en una mañana lluviosa y gris, el
narrador plantea que se siente angustiado, el amigo le replica que seguramente se
trata de una depresión, pero él le responde lo siguiente:
No creo que sea así, tan fácil, lo mío. Siento algo aquí adentro que me ahoga.
Es una inquietud que me hace moverme, sin encontrar qué la calme. Como mal,
trabajo pésimo, no duermo. Necesito estar en movimiento, hacer algo. Termino
por no hacer nada, en esta intranquilidad. (1966, p.47)
Ambos personajes están angustiados y sienten que no han logrado ser nadie
importante ni hacer nada importante en la vida. Los agobian las obligaciones y las
rutinas cotidianas a las que se ven sometidos. La certeza de la muerte los angustia.
La burocracia los agota. En este sentido, Freud señala que el sujeto exige de la vida
la felicidad y lograr mantenerla, pero en contraposición a ello también experimenta
situaciones de sufrimiento que impiden su propósito. Las principales acciones de
displacer se sintetizan en tres fuentes: el miedo a la muerte, el miedo a la amenaza
del mundo exterior (naturaleza) y el temor a las relaciones sociales.
Estos personajes de Naranjo, empleados públicos que tienen bajos salarios y
cuyas vidas están repletas de limitaciones económicas, plantean una fuerte crítica
al sistema que enajena al buen empleado, así como a los empleados corruptos
que caen en la tentación de tener más ingresos, aunque sea de manera ilegal y
antiética.
El narrador protagonista se queja de su trabajo de ocina con su compañero
y le señala:
¡Si tuvieras las obligaciones mías y de feria este trabajo cada día más insopor-
table! Hay que ser muy hombre para aguantar todo lo que aguanto. Te juro que
preferiría tener un pedazo de tierra y sembrarlo, sin zapatos, sin saber leer, con
las manos callosas, con una mujer maloliente y con una marimba de hijos sin
dientes. (1966, p.81)
Otro elemento sumamente relevante que se plantea en esta novela es la indi-
ferenciación del ser humano citadino, es decir, la objetivación del individuo por
parte de una sociedad capitalista basada por completo en el intercambio de bienes
y servicios, en la cual lo que importa es ser productivo (o al menos parecer que se
es productivo); en palabras de Simmel, “La metrópoli siempre ha sido la sede de la
economía monetaria”(1903, p.2).
En Los perros no ladraron el personaje que mejor representa este proceso
de indiferenciación u objetivación es Quesada, el empleado degradado por el
director-jefe; así, cuando Quesada considera la posibilidad de quejarse ante la
Junta Directiva de la institución por el descenso sufrido, el protagonista trata de
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disuadirlo diciéndole: “¿No ves que sos un hombre solo, a la deriva, en un mundo
de intercambio de intereses? Vos no existís como persona en este ambiente. Sólo
sos un nombre, que nunca recuerdan y que se puede cambiar por otro” (Naranjo,
1966, p.112).
Simmel describe este proceso con toda claridad y lo plantea de la siguiente
manera:
Todas las relaciones emocionales íntimas entre las personas están fundadas en
la individualidad, mientras que en las relaciones racionales el hombre es equi-
parable con los números, como un elemento, indiferente en sí mismo. Sólo los
logros objetivamente medibles resultan de interés. (…) La mente moderna se
ha vuelto cada vez más calculadora. (1903, p.3)
Para la institución cticia que nos presenta Naranjo, Quesada es un hombre
inútil, una suerte de desecho que debe ser relegado para que no estorbe; sin
embargo, este hombre le ha entregado sus mejores años a la institución y ahora
no sabe muy bien qué hacer con su vida, es decir, él siente que su existencia ha
perdido sentido, pues su vida laboral está llegando al nal. Incluso, está seguro de
que para su familia él vale más muerto que vivo (gracias a las pólizas que podrían
cobrar si él muere, aunque no si se suicida). Esta reexión acrecienta la tragedia de
Quesada, puesto que, en toda sociedad patriarcal, dos de los roles fundamentales
asignados al varón son el de protector y el de proveedor, y este personaje siente
que está fallando en ambos casos, tanto así que opina que sería un mejor proveedor
si estuviera muerto.
Al respecto, Quesada señala: “Yo ya no soy nada. Soy apenas la protección
que doy a mi familia. Y esa protección nace de aquí, del trabajo” (Naranjo, 1966,
p.120). Quesada, y también el narrador protagonista -aunque en menor medida-, ha
sucumbido por completo a la aplastante fuerza de la cultura objetiva y esto lo hace
cuestionarse su propia subjetividad y su propia existencia, tanto así que nalmente
toma la decisión de acabar con su vida. En palabras de Simmel:
(…) el individuo tiene una capacidad cada vez menor de enfrentarse con el
supercrecimiento de la cultura objetiva; se ve reducido a una cantidad insigni-
cante, tal vez menor en su propia conciencia que en su práctica social y que en
la totalidad de esos oscuros estados emocionales que se deriva de dicha práctica.
El individuo se ha convertido en un simple engranaje de una enorme organiza-
ción de poderes y cosas que le arrebata de las manos todo progreso, espiritua-
lidad y valor para transformarlos a partir de su forma subjetiva en una forma de
vida puramente objetiva. Sólo es necesario apuntar que la metrópoli es la arena
genuina de esta cultura que trasciende toda vida personal. (1903, p.9)
Cuando Quesada se le tira a un camión para suicidarse, el protagonista siente
una gran pena por su compañero, mientras que el jefe siente un poco de culpa y lo
único que le interesa es librarse de ella, así como evitar que los sindicatos o los perio-
distas lo relacionen con este acto de Quesada.
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El jefe envía al protagonista al hospital al que llevan a Quesada luego del
“accidente”, con una misión precisa: asegurarse de que nadie sospeche que la acción
de Quesada se debe a su desesperada situación laboral y a los maltratos que él (el
jefe) le ha infringido. Cuando está a la espera de que Quesada salga de la sala de
operaciones, el narrador protagonista reexiona sobre la vida y la muerte con las
vecinas de Quesada y comenta lo siguiente con la sobrina de este:
(…) todos estamos un poco cuerdos y (…) allí reside el problema de la convi-
vencia humana. En la sociedad no se nos acepta si no tenemos un adjetivo
que nos acompañe. Un adjetivo lógico que nos preceda. Para los mejores, para
los menos cuerdos, eso puede ser simplemente un ocio. Entonces yo soy un
ocinista. Con los más cuerdos necesito más de un adjetivo lógico y me atrapan
hasta la sangre para encontrarlos. (Naranjo, 1966, p.296)
Esta necesidad de etiquetar a los individuos para clasicarlos según su posi-
ción social y sus logros angustia al protagonista, pues se sabe cosicado y atrapado
en un sistema que no brinda posibilidades de escape; en este sentido, señala: “Cada
día tengo la seguridad de que lo que suena no vale. En el ruido de las calles, no hay
vida. (…) En nada de eso hay una gota de humanidad, de sentido profundo de vivir
(…)” (Naranjo, 1966, p.331)
El jefe es el personaje que mejor representa la actitud indiferente (‘blasée’)
de la que habla Simmel y esto se evidencia con toda claridad cuando se desarrolla
en la novela la historia de Quesada y su trágico nal; sin embargo, la mayoría de los
compañeros de trabajo no se inmutan por la situación de este hombre. Únicamente el
narrador protagonista muestra su preocupación por lo que le ocurre a Quesada y así
se lo hace saber tanto a su secretaria como al jefe. Este último opina que Quesada es
un hombre mediocre que permite que los genios brillen:
Quesada es el típico hombre piso, que permite que los hombres especiales
reinen en el mundo y que los hombres miserables estén por siempre en los
sótanos (…) Vienen a sostener las tradiciones del hombre, sus costumbres, la
organización de sus categorías y sus ocios. Son los pilares de este mundo,
porque tienen buenas espaldas, aun cuando no son buenas cabezas ni mucho
menos personas sensibles (Naranjo, 1966, p.321)
El jefe valora a Quesada en términos de su utilidad, del mismo modo en que
se puede valorar una calle, un parque, un cine o un edicio en una ciudad; lo ve
como parte de la plataforma del mundo. En este sentido, Simmel plantea que la
actitud indiferente que asumen muchos habitantes de las ciudades los hace insen-
sibles para diferenciar un objeto de un sujeto, pues lo que se impone es el valor
de cambio de personas y de cosas: “Tal vez no existe otro fenómeno psíquico que
sea tan incondicionalmente exclusivo a la metrópoli como la actitud indiferente
(blasée)” (1903, p.4).
Para el jefe, en el extremo opuesto del hombre plataforma están los hombres
superiores y los dene de la siguiente manera:
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(…) [son] los que viven en las supercies de las ciudades, utilizan las ciudades,
pero viven lejos de ellas. Escogen las montañas o las laderas, pero siempre un
poco aparte. O construyen casas especiales, con jardines y murallas que aíslen.
No comparten las cosas de la masa. Son más renados, en una palabra (…)
[son] las personas con grandes capitales, los altos ejecutivos, los creadores en
los diferentes campos, claro los que son verdaderos creadores y se distinguen
(…) [Los que viven en el subterráneo son] los que viven marginalmente, tan
apegados al concepto de la existencia por la existencia en sí, que no pueden ver
más allá de ella. Están todo el día a la caza de las migajas que les tiran la clase
alta y la media. (1966, p.322)
Ante estas armaciones del jefe, el narrador protagonista reacciona, dejando
de lado su característica sumisión y su obediencia; así, empleando un tono irónico
que el jefe capta de inmediato, le responde de seguido: “En cierta forma [los margi-
nados], viven como la clase alta. Se apartan un poco de la ciudad y construyen su
propio mundo. La diferencia está en que unos usan el mármol y otros las latas y
pedazos de madera” (1966, p.323). Claramente el jefe no comparte la opinión del
protagonista y plantea que los hombres de vida plena, los que de verdad buscan
trascender, son capaces de apartar el brillo de las ciudades para buscar su dimen-
sión especial; mientras que los pobres diablos solo buscan un refugio por el refugio
en sí.
En este contexto, es relevante señalar que el protagonista posee una clara
consciencia de pertenecer a la categoría de los hombres plataforma, es decir, a
la masa; sin embargo, se siente orgulloso de ello y considera que es justamente
esta posición la que le permite tener la sensibilidad para apreciar el “verdadero
valor” de las cosas y de las personas: “Yo, que pertenezco a la plataforma, tengo
por lo menos la cualidad de poder apreciar las cosas como son (…) Casi le diría
[le replica el jefe] que usted pertenece a la plataforma por su falta de ambición”
(1966, p.323).
La posición del jefe coincide bastante con lo que Simmel dene como “la
reserva” característica de los urbanitas, la cual se halla ligada a la actitud indiferente
(blasée), denida líneas arriba. Para este autor, dicha reserva constituye una suerte de
escudo protector ante la otredad que el citadino aprende a construir para sobrevivir
en la metrópoli: “Es esta reserva la que nos hace fríos y descorazonados a los ojos
de los habitantes de pequeñas ciudades. (…) el núcleo de esta reserva externa no es
solo indiferencia, sino (…) que contiene una ligera omisión, un rechazo y extrañeza
mutuos” (1903, p.5).
Esta actitud reservada e indiferente ante el otro descrita por Simmel contrasta
notablemente con el mandamiento judeo-cristiano de amar al prójimo como a
mismo, pues, según explica Freud, la primitiva naturaleza humana se opone a este
mandato de amar al otro como a uno mismo, es decir, el impulso vital lleva al sujeto
a destruir al otro para asegurarse su propia sobrevivencia; por eso la cultura, con
toda su normatividad, se torna indispensable para que exista la vida en sociedad. Al
respecto, Freud señala:
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La cultura se ve obligada a realizar múltiples esfuerzos para poner barrera a las
tendencias agresivas del individuo, para dominar sus manifestaciones mediante
formaciones reactivas psíquicas. De ahí, pues, ese despliegue de métodos desti-
nados a que los seres humanos se identiquen y entablen vínculos amorosos
coartados en su n; de ahí las restricciones de la vida sexual, y de ahí también
el precepto ideal de amar al prójimo como a mismo, precepto que efectiva-
mente se justica, porque ningún otro es, como él, tan contrario y antagónico a
la primitiva naturaleza humana. (1985, p.77)
Se trata, pues, de vencer el extrañamiento respecto del “otro”, vencer su propio
extrañamiento para no sentirse ajeno, apropiarse de lo ajeno para ser uno más, para
vencer la soledad, para sobrevivir. En este sentido, el narrador protagonista le dice
lo siguiente a Quesada cuando este le maniesta su angustia existencial: “Es bueno
observar la gente y no sentirse único en el mundo. (…) falta ver al hombre, al niño,
a la mujer. Adivinar angustias en sus caras, ver la huella de la vida, saber que no
llevamos solos el peso de vivir” (1966, p.122).
Otro de los personajes con los que dialoga el protagonista es un periodista
venido a menos, descrito como un hombre alcohólico, obeso e irresponsable, pero
con una gran capacidad de reexión sobre la naturaleza humana y sus debilidades.
Una de las reexiones del periodista tiene que ver con el afán del ser humano de
saberlo todo, de ser posible, de primera mano, es decir, ver las cosas con nuestros
propios ojos; al respecto, el periodista dice:
El afán de las noticias no está en el periódico, está en el hombre que quiere
saberlo todo. En esa voz rotunda que dice: ‘Es cierto, yo mismo lo leí’ (…)
La primera cosa que debe aprender un periodista, es a reírse por dentro de la
humanidad. A reírse en silencio sin que un músculo de la cara se le mueva. Y a
que esa burla de las aquezas ajenas, no le arruine su propia vida. (1966, p.174)
Para el periodista, la mayoría de personas posee un gran afán de gurar y de
que les reconozcan su valía; esto implica pasar por encima del otro, “atropellarlo”,
no amar al prójimo como a mí mismo porque yo soy más importante y más valioso.
El periodista es un hombre desilusionado de la vida, de los otros y de él mismo; le
conesa al narrador protagonista cómo él tuvo que dejar de lado sus propios deseos
para ceder a las normas sociales que lo domesticaron, es decir, tuvo que ceder a los
mandatos culturales para que la sociedad lo aceptara. Por eso está muy orgulloso de
su hijo menor, quien tuvo el valor de fugarse de la casa paterna y fue capaz de salirse
de los moldes establecidos, de cuestionar el statu quo; en contraste, se reere a él
mismo de la siguientemanera:
Siempre he sido un cobarde, porque me metí dentro del rebaño, a que me
guiaran con la manada. No servía para otra cosa. Entonces comprendí que tenía
que asimilar las rejas dentro de las que me había encerrado. La palabrería del
concepto familiar, del respeto mutuo, del sagrado sacramento del matrimonio,
de la patria, del buen hijo, del buen amigo. Y me quedé como una torta aplas-
tada, sin más gracia que mis borracheras. (1966, p.180)
Ruth Cubillo Paniagua • Subjetividades urbanas en crisis.Un estudio de tres novelas de Carmen Naranjo Coto... 1313
En relación con este proceso de “domesticación” experimentado por el sujeto
para adaptarse a lo esperado por la sociedad, Freud señala:
[la agresión] es introyectada, internalizada, devuelta en realidad al lugar de
donde procede: es dirigida contra el propio yo, incorporándose a una parte de
éste, que en calidad de super-yo se opone a la parte restante, y asumiendo la
función de «conciencia», despliega frente al yo la misma dura agresividad que
el yo, de buen grado, habría satisfecho en individuos extraños. La tensión creada
entre el severo super-yo y el yo subordinado al mismo la calicamos de senti-
miento de culpabilidad; se maniesta bajo la forma de necesidad de castigo. Por
consiguiente, la cultura domina la peligrosa inclinación agresiva del individuo
debilitándolo, desarmándolo y haciéndolo vigilar por una instancia alojada en
su interior, como una guarnición militar en la ciudad conquistada. (1985, p.97)
La novela ofrece varios ejemplos más de situaciones que ponen al individuo
en la posición de renunciar a sus propios deseos para integrarse y para ser aceptado;
es evidente que Naranjo realiza una fuerte crítica a la sociedad capitalista mercan-
tilizada, en la cual el poder adquisitivo de las personas permite etiquetarlas y clasi-
carlas dentro de la jerarquía social: el que más posee se halla en lo alto y quien
menos posee se ubica en lo más bajo. Además, la sociedad obliga al sujeto a mostrar
lo que tiene, a ostentar, pues el éxito se mide con base en lo que se ha conseguido,
materialmente hablando.
Uno de esos ejemplos es el diálogo que el narrador protagonista sostiene
cuando se encuentra con Secundino, un amigo que tiene un negocio propio. Se
encontraron en la calle mientras el hombre conducía su vehículo y el protagonista
iba a pie; se ofrece a acercarlo a su destino y este acepta, entonces el hombre trata de
convencerlo de que se compre un carro para no tener que usar el autobús. Argumenta
que en el carro es libre, si el tránsito se lo permite, pero el protagonista le contesta:
“Se es libre caminando, en esta automática conexión de los zapatos. En la propia
ciudad se avanza más rápido a pie que en carro” (1966, p.202).
Esta respuesta del protagonista implica un pequeño gesto de rebeldía por su
parte, es decir, aunque él sepa que poseer un vehículo lo haría subir en la jerarquía
social y ser visto por los otros como un hombre más exitoso, se niega a comprarlo y
plantea que él se siente libre mientras camina, pero los lectores también sabemos que
su situación económica no le permitiría comprarse un vehículo, aunque así lo quisiera.
Secundino también le habla al protagonista del riesgo que implica tener un
negocio propio; este hombre se siente orgulloso de sí mismo porque se considera una
persona valiente y osada que, a diferencia del protagonista, no se ha conformado con
un salario mediocre:
(…) el hombre ha perdido el espíritu de lucha. Quiere ganar dinero y progresar,
sin riesgo alguno. Todos tiran a lo seguro y se acomodan rápidamente en cual-
quier puestecito que se les ofrece. Después empiezan los problemas, con las
frustraciones y las neurosis. El hombre que ha escogido el camino fácil y seguro,
empieza a sentirse encerrado, desgastado inútilmente. (1966, p.203-204)
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Este pequeño empresario está convencido de que lo importante es tener bastante
dinero en la cuenta bancaria, ese es el mayor aliciente, el mayor poder y el mayor pres-
tigio, pero el protagonista, que piensa diferente, de nuevo está en desacuerdo y señala: “No
busco entrar en el gastado tema de si todo se puede comprar o no (…) creo que lo impor-
tante en la vida es saber a ciencia cierta, qué se quiere y por qué se vive” (1966, p.205).
Es claro el contraste entre las visiones de mundo de estos dos personajes, pues
mientras Secundino ha internalizado por completo la lógica capitalista mercantilista,
el protagonista se resiste a ello, pero se ve obligado a conservar su trabajo a como dé
lugar, pues el sustento de su familia depende de él.
En este sentido, resulta relevante y signicativo el reclamo que la esposa le
hace al protagonista por no pararle los pies al jefe tirano, por no ser lo sucien-
temente “hombre”, por ser un cobarde, a lo que él le responde: “(…) no tenés ni
siquiera una idea de lo que se tiene que aguantar en un trabajo (…) Lo peor es callar;
negarme siquiera el derecho de ser alguien, arrinconarme hasta el punto donde nadie
me toque… no la dignidad, sino el puesto” (1966, p.216). A lo que la esposa le
responde: “(…) ¿Dignidad? No hay más dignidad que la de sostenerse para no deber
a nadie, para comer” (1966, p.216).
La esposa del protagonista es una mujer que se siente insatisfecha en todo
sentido: sexualmente (la pareja tiene poco sexo); económicamente (el dinero que
el marido aporta es insuciente), y corporalmente (se siente fea, gorda y fofa). En
relación con esto último, el protagonista le dice que él la ve bonita, pero ella piensa
que solo le dice eso por lástima, y entonces entablan el siguiente diálogo que resulta
importante reproducir aquí para efectos del análisis planteado:
_No soy yo el que siempre te da lástima por ser tan iluso, tan ojo para el
trabajo, tan simple en mis cosas.
_No es exactamente lástima. Es cólera, cólera sana por tu falta de hombría,
por la necesidad que tengo de aguijonearte siempre, de chucearte como a los
bueyes, que su única ambición es encontrar la puerta por donde salirse deniti-
vamente de las responsabilidades.
_Como una bestia dócil, que es lo que he sido. Un aguantador insigne de tu
amargura, de tu falta de conformidad.
_ ¿Amargura? ¿Disconformidad? ¿Sabés vos acaso lo que es vivir esperando
un signo de tu hombría? ¿Sabés lo que es luchar día a día y asumir todos los
papeles feos y tristes de la vida? Que la ropa, que la comida, que los hijos, que
el esposo lleno de debilidades, que esta vida aburrida de aguantar y de luchar
hora tras hora.
_Y yo, ¿qué estoy haciendo? (…) Estoy en la trinchera, fusil en mano, dispuesto
a vender mi conciencia todos los días por un infeliz sueldo al mes para
cambiarlo por comida, ropa, tranquilidad momentánea. (1966, p.223-224)
Ambos personajes, el narrador protagonista y su esposa, son personas insa-
tisfechas con la vida que llevan; los roles de género que la sociedad les ha asignado
son fuente de amargura y disconformidad. Ella no desea ser solo madre, esposa y
ama de casa, y él se rehúsa a pagar el alto precio que debe pagar por seguir siendo el
proveedor (y mal proveedor) de la familia.
Ruth Cubillo Paniagua • Subjetividades urbanas en crisis.Un estudio de tres novelas de Carmen Naranjo Coto... 1515
Es fundamental señalar que esta novela de Naranjo es un texto polifónico, en
el sentido de que los lectores podemos identicar distintas voces; la instancia autoral
procura hacerse a un lado y les da voz tanto a hombres como a mujeres8 para que
planteen su punto de vista, sus anhelos e insatisfacciones, pero claramente mantiene
su postura crítica ante una sociedad cada vez más mercantilizada y deshumanizada.
Las relaciones intersubjetivas que se representan en esta novela obedecen al
mandato social de agruparse para sobrevivir, es decir, la convivencia es obligada,
pero muchas de estas relaciones resultan disfuncionales y producen en el individuo
dolor, angustia e insatisfacción. En el caso del narrador protagonista, sus vínculos
libidinosos resultan complejos, pues, como la relación marital es poco satisfactoria,
él decide buscar en otra mujer y en otra relación las sensaciones placenteras que en
su matrimonio ya no encuentra; por lo tanto, se hace de una amante que lo complace
sexualmente, lo mima, lo escucha y lo comprende. Cuando están solos en la casa de
ella, el protagonista le hace a su amante la siguiente confesión:
(…) Ya hace mucho tiempo que la vida se me hizo una cuesta dura de subir.
Busqué fuerzas sobrehumanas para poder llegar arriba, pero las voces de los
que estaban sentados en el camino me decían que nunca podría llegar. Los
músculos fueron sudando poco a poco su propia derrota, me empecé a cansar.
La debilidad comenzó, una sensación de impotencia que me impedía dar un
paso, las voces coreaban arrullándome. Al n me senté, había comprendido
que la mejor solución era morir o sentirse moribundo, quedarme al margen
del camino como espectador silencioso, con las manos cogidas una con otra,
matando las fuerzas interiores que pedían exigentes caminar y llegar a la
cumbre.(1966, p.395-396)
El protagonista le explica a su amante que, en medio de su desolación y de su
sentimiento de derrota, ella le permite ver el mundo con otra luz, desde otra perspec-
tiva, más optimista y mejor; por eso disfruta tanto de su compañía y por eso los ratos
que pasan juntos en su nidito de amor (que es la casa de ella) son como un bálsamo
para sus dolorosas heridas. En este espacio no hay reclamos ni exigencias ni gritos,
únicamente buen sexo, amor y comprensión, pero todo el panorama cambia abrupta-
mente cuando la amante le anuncia al protagonista que está esperando un hijo de él.
El hombre se desconcierta y piensa que “esto” vendrá a complicarlo todo entre ellos,
pero nalmente parece aceptar la situación.
Después de recibir esta noticia, el protagonista se va para un bar a ahogar
sus penas en licor y ahí se encuentra con dos “amigos”: el periodista alcohólico
y Fernando (el que siempre se quiere ir sin pagar lo que consumió); los tres están
deprimidos, cada uno por diferentes razones, y Fernando dice: “Este mundo es una
porquería. Por eso existe la lluvia, para lavar la ciudad y que la gente no se ahogue
con los horribles olores que viven en las calles. Lástima que no llueva también sobre
las almas” (1966, p.407-408). Este personaje establece una clara relación entre la
ciudad y el malestar que él y sus amigos experimentan, perspectiva que se deja
entrever desde el inicio de la novela.
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El protagonista no quiere ser padre de ese hijo, le preocupa su condición
(familiar, económica y personal) y el hecho de no poder afrontar la paternidad
debidamente, piensa que este será un hijo de la lástima: “¿Cómo podré besar la frente
de mi hijo? (…) ¿Qué le diré de lo que soy? Un pobre infeliz que le vendió de gratis
el alma al diablo” (1966, p.425).
Hacia el nal de la novela, el narrador toma un taxi después de la larga noche
de bebida que ha tenido y comienza a hablar con el taxista sobre la paternidad; le
pregunta si no le da miedo que los hijos le vean las cicatrices y el taxista, que lo
interpreta de manera literal, le dice que él solo tiene una en la pierna y que sus hijos
nunca se la han visto, a lo que el protagonista le contesta:
Y las cicatrices de adentro, las del alma, que no se pueden esconder a los ojos
propios (…) Las cicatrices de pensar y sentir como humano y de actuar y vivir
como autómata. Mi hijo las verá y sentirá un odio terrible por su padre débil y
ácido. Pobre hijo. Nacerá con pañales de vergüenza. ¿Cómo se llamará? No
quiero que lleve mi nombre, sería como un estigma para el pobre muchacho.
(1966, p.439-440)
Esta reexión/autoconfesión que realiza el personaje resume con toda claridad
y contundencia la encrucijada en la que se halla este individuo, pues se debate entre el
mandato de desempeñar adecuadamente los roles de preñador, proveedor y protector
(los tres mandatos de la masculinidad hegemónica), lo cual lo obliga a renunciar a
su perspectiva crítica del mundo y a mostrarse como un funcionario público sumiso
y obediente (características que, en la sociedad patriarcal, por lo general se le exigen
a las mujeres), y el deseo de ejercer su libre albedrío, de hacer con su vida lo que “le
dé la gana”.
Finalmente, cuando el protagonista llega a su casa borracho y la esposa
lo espera muy enojada, él le cuenta varias mentiras para excusarse y le dice lo
siguiente:
(…) en realidad quisiera morir. (…) Morir sin el hijo que me asusta… sin el
corazón del viejo que no alcanzo… sin la plataforma de mis espaldas… Morir
en este silencio de mi propia voz… Morir sin la congoja trágica de Quesada…
sin aguantar más los malos genios de Dios… ¡Qué dulce sería morir así!... sin
que los perros ladren… (1966, p.456-457).
Para este sujeto, morir “sin que los perros ladren” signica morir en medio
de la más completa indiferencia (ni siquiera los perros ladraron al verlo pasar), aun
a pesar de vivir en una ciudad repleta de gente9. Este vehemente deseo de morir
implica la aceptación de su derrota ante el sistema; su derrota como ser humano,
como hombre, como padre, como esposo, como amante, como amigo e incluso como
funcionario. Debido a que el nal de la novela es abierto, no sabemos qué decisión
toma el protagonista, pero sí queda planteada con toda claridad su angustia existen-
cial y su sentimiento de soledad, a pesar de habitar en la ciudad.
Ruth Cubillo Paniagua • Subjetividades urbanas en crisis.Un estudio de tres novelas de Carmen Naranjo Coto... 1717
LA INVISIBILIZACIÓN DEL SUJETO-CIUDADANO
EN LAS NOVELAS CAMINO A MEDIO DÍA Y
MEMORIAS DE UN HOMBRE PALABRA
El tema fundamental sobre el que discurre Camino a mediodía es la crisis
identitaria experimentada por Eduardo Campos Argüello, un hombre que recons-
truye su vida ante el lector, sin saber (no lo sabe él ni lo sabemos nosotros al
inicio del relato) que su lugar de enunciación es un lugar imposible, pues cuando
Eduardo comienza su relato ya está muerto. Esta reconstrucción realizada por
el personaje le permite a él, en tanto que sujeto ccional, plantearse cuestiones
ontológicas de gran peso, que no logró resolver a lo largo de toda su vida. La
principal de estas cuestiones es: ¿quién soy yo y por qué parezco ser invisible
ante los otros?, interrogantes que nos remiten inmediatamente al problema de la
identidad de este sujeto.
En el nivel estructural, la novela presenta un narrador omnisciente cuyo relato
es constantemente interrumpido por las intervenciones de Eduardo (narrador prota-
gonista en primera persona); las de tres empleados del banco en el que este trabajaba
(narradores testigo que brindan sus opiniones sobre diversos temas, en especial sobre
la vida y obras del difunto), quienes se encuentran realizando un viaje en automóvil
de San José a Cartago para asistir al entierro de Eduardo, y algunas otras. Estas
intervenciones aparecen entrecomilladas, con lo cual el lector puede identicar con
facilidad el cambio de narrador.
La trama se desarrolla en la ciudad de San José, en un momento histórico
contemporáneo al de la publicación de la novela, es decir, la década de 1960, época
de importantes transformaciones sociales, económicas y culturales para el país como
un todo y para su capital en particular. Tales transformaciones inciden directamente
en la vida de los personajes de esta novela, que nos acerca con detalle a los conictos
existenciales del protagonista.
Desde las primeras páginas de la novela se introduce la problemática de
la invisibilidad del protagonista: “Hay días en que uno es invisible. Hoy me
siento así, no he logrado que nadie me ponga atención. (…) En este mundo
tan pequeño, tan corriente, tan el mismo siempre, es muy fácil dejarse de ver”
(1968, p.11).
Este sujeto ccional se siente ignorado por los otros, pero no logra perca-
tarse de que esos otros no pueden verlo porque su cuerpo ya no existe debido a que
él tomó la decisión de quitarse la vida pegándose un tiro en la cabeza. Así pues,
Naranjo introduce en la trama de esta novela un motivo propio de la literatura
fantástica (gótica): el fantasma, el muerto parlante que se resiste a abandonar el
mundo de los vivos porque tiene asuntos pendientes de resolver:
Quizás esa sensación de sentirme invisible, me ha roto algo por dentro. Algo
que no me deja coordinar los pensamientos, unir las imágenes con la realidad.Y
eso viene desde ayer. Recuerdo muy bien que tomé el carro y los vehículos se
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me tiraban encima, sin consideración alguna, como si no me vieran. Luego pasé
al lado de tanta gente conocida y no encontré respuesta a mis saludos. Estuve en
mi propia casa y nadie lo notó. (1968, p.21)
Esta sensación de ser invisible experimentada por Eduardo no se debe única-
mente a que él está muerto y por eso los otros no lo pueden ver, sino que se halla muy
arraigada en la subjetividad de este hombre y se relaciona con diversos conictos
afectivos no resueltos: las relaciones con la familia nuclear, las relaciones de pareja
(Aurora, la mujer de la que Eduardo se enamora en su juventud y que muere inespe-
rada y tempranamente; el matrimonio con Sara, la mujer correcta pero no deseada;
las relaciones extramatrimoniales con prostitutas, con la mujer que le da un hijo y
con Cecilia, la esposa de su mejor amigo), y las relaciones con los amigos (en parti-
cular con Rómulo Calleja, su mejor amigo), entre otras.
En palabras de Eduardo:
Nadie me tomó en cuenta, estaba denitivamente invisible, esa sensación tantas
veces repetida. La primera vez fue en la casa de don Ismael. (…) Caminé por
toda la casa sin que me notaran. Me sentí como los jarrones de las mesas, todos
los días en su sitio sin que nadie los mire ni los note (…) No me vieron, no me
podían ver porque estaba invisible. Esa invisibilidad de tantos días, de tantas
horas, exactamente como las cosas que están ahí y no vemos. (1968, p.20-21)
Ahora bien, la invisibilidad de Eduardo no es la única que hallamos en la novela,
pues también encontramos otros personajes invisibilizados por el Eduardo ambicioso,
exitoso y materialista: Sara, la esposa del protagonista, que es percibida por él como
un mueble más de la lujosa casa en la que viven, y Rómulo Calleja, su mejor amigo, un
hombre leal a Campos, callado, sumiso y cornudo (Cecilia, su esposa, tiene una rela-
ción amorosa con Eduardo), un hombre que presenta una masculinidad subordinada,
pues no se ajusta plenamente al rol de hombre dominador y exitoso.
Por la socialización que recibe, y por el hecho mismo de ser un sujeto que
vive dentro de la cultura, Eduardo se enfrenta desde muy joven a un dilema al que
se enfrentan todos los seres humanos: dar rienda suelta a sus afectos y a sus senti-
mientos o reprimirlos para acoplarse a la norma social establecida y encajar en el
modelo adecuado. En el caso de Eduardo, ese modelo es el de la masculinidad hege-
mónica10 denido por la heteronorma e implica, entre otras cosas, ser exitoso en
todos los ámbitos de la vida (adinerado, inteligente, fuerte, viril, lántropo, carismá-
tico, proveedor, preñador). En este sentido, la psicóloga Emma Ruiz plantea que una
de las especicidades del desarrollo humano se maniesta:
en la necesidad de amor y el deseo de formas de encuentro con los otros a través
de la vida, y en un permanente conicto entre la búsqueda de satisfacción de
impulsos a través de esos otros y la constricción que exige la cultura como
condición de ofrecer la protección de la vida en sociedad. (…) La subjetividad
se gesta y se maniesta en gran parte desde el inconsciente y no es una solución
única y denitiva, sino la compleja expresión de cada humano en su encuentro
con la cultura, que se transforma permanentemente a través de la experiencia
en la vida y en la interacción con otros. (2012, p.151)
Ruth Cubillo Paniagua • Subjetividades urbanas en crisis.Un estudio de tres novelas de Carmen Naranjo Coto... 1919
Eduardo siempre fue invisible para él mismo, pero no fue sino hasta el mismo
día de su entierro cuando se dio cuenta de quién era, por eso se dice a mismo, le
dice a su cadáver, que se ha dado cuenta muy tarde. Esta invisibilidad estuvo siempre
acompañada de una profunda nostalgia y del dolor que experimentaba Eduardo al
vivir su vida de supuesto hombre exitoso, de estar siempre en la búsqueda del amor
verdadero (de sus padres, de sus hermanos, de sus parejas), sin hallarlo nunca.
El miedo que siente Eduardo ante la posibilidad de ser un hombre diferente,
alejado de ese modelo socialmente impuesto, es tan grande que lo paraliza y lo
convierte en un individuo incapaz de amar. Ese miedo fue adquirido por Eduardo
desde su niñez, mientras vivía en la casa paterna ubicada en Cartago (ciudad asociada
a valores muy conservadores), lo cual resulta muy revelador para entender la subje-
tividad de Eduardo, pues nos permite comprender que fue educado para reprimir sus
sentimientos y esto lo conduce a ser alguien ajeno a sí mismo. Ese miedo lo percibe
y experimenta con toda claridad Cecilia, la amante de Eduardo y esposa de Rómulo
Calleja, a quien el protagonista quiere, pero no se atreve a amar porque dar ese
paso lo habría sacado de su zona de confort. Así se lo dice Eduardo a sí mismo:
Ese miedo que te viene de esta ciudad a la que estamos entrando [Cartago], tu
ciudad natal, donde te entierran (…) Es un miedo extraño porque es un miedo a
uno mismo. (…) Ese era el miedo que surgió entre vos y Cecilia, el mismo miedo
de tu infancia. (…) Ella creía que señalarías un camino, cualquiera, pero algo para
estar y ser en el amor. Tu respuesta cada vez con menos rostro, cada vez con la cara
más lavada, cada vez más metido en la neblina de tus miedos: esperar, esperar. Ella
lloraba tus cobardías. Vos te aferrabas en tus indecisiones. (…) Y, esperaste tanto,
que te robaron la cara, como en tus sueños de niño. (1968, p.55-56)
El protagonista de esta novela decide suicidarse porque siente que ha fraca-
sado como hombre en muchos ámbitos de su vida: el económico (está en la quiebra y
tiene horror de enfrentar las reacciones de su familia y sus socios cuando se enteren);
el amoroso (perdió a su amor de juventud, está casado con una mujer que no ama y
se ha enamorado de la mujer de su mejor amigo) e incluso el más íntimo y personal
(no sabe quién es Eduardo Campos Argüello).
La mayor tragedia de Eduardo es no reconocerse a mismo cuando se para frente
a un espejo; por eso es muy signicativo el hecho de que su mayor temor consista en ser
un hombre sin rostro, en perder su cara, en que alguien se la robe, imagen recurrente en
sus pesadillas desde niño: “¿Te acordás cuando te asomabas por la ventana y veías las
calles envueltas por la niebla? Tenías horror de encontrar tu propia cara, separada, llevada
por otros, otros que te la robaban y te robaban todos tus secretos” (1968, p.55-56).
También es muy signicativo el hecho de que la forma elegida por Eduardo
para suicidarse es pegándose un balazo en la cabeza, concretamente en la barbilla,
con lo cual su cara queda desgurada: “Creo que a mí también me robaron mi cara.
Vas en tu ataúd con la frente reventada, vas con la sangre detenida, vas cargando
tu muerte real, la muerte invisible a los que hoy lloran o se apenan con tu muerte
ocial” (1968, p.57).
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Así pues, está claro que el protagonista ha perdido su rostro, su identidad, tanto
simbólicamente como material o físicamente, y la primera pérdida, la simbólica,
inició mucho tiempo antes de que Eduardo se suicidara11. En este punto del análisis,
nos interesa establecer un vínculo entre el ámbito socioeconómico y el subjetivo o
personal, pues consideramos que en el caso de este sujeto el acatamiento de la norma
social que lo obliga a ser un hombre exitoso económicamente, pasando por encima
de todo y de todos para lograrlo (incluso de él mismo), lo convierten en un individuo
invisible para él mismo.
El contexto socio-económico en el que Carmen Naranjo ubica a este personaje
estuvo marcado por una lógica capitalista/mercantilista propia del neoliberalismo,
que ya comenzaba a posicionarse lentamente en la Costa Rica de nales de la década
de 1960; en este sentido, Ruiz señala:
En la posmodernidad los Estados-nación y sus símbolos rectores han ido perdiendo
su lugar directriz frente a un mercado que se impone para establecer formas de
organización donde la economía, la ley de la oferta y la demanda, la búsqueda del
rendimiento y la mayor ganancia posible de los emporios transnacionales, inciden
en las formas de vida de los sujetos. Lo anterior tiene efectos sobre las subjetivi-
dades, pues el mercado no proporciona un orden simbólico articulador que sirva de
contención a los sujetos (exigencia sine qua non de la subjetivación).(2012, p.152)
Eduardo Campos Argüello es una víctima de la sociedad patriarcal, heteronor-
mativa, capitalista y mercantilista en la que le tocó nacer y vivir, una sociedad muy
similar a muchas otras, pero que en el caso particular de este país cuestiona seriamente
la imagen paradisíaca e idílica que Costa Rica ha procurado construir (hacia adentro y
hacia afuera) de misma desde hace dos siglos, es decir, desde el inicio de su vida inde-
pendiente en 1821. Siguiendo a Ruiz, podemos armar que en este tipo de sociedades
se resta valor a la relevancia de “fundar la autoestima, la conanza, en el sentimiento del
propio valer y en los afectos que experimentamos por los otros” (2012, p.152). Esto es
algo que tiene muy claro el protagonista, que lo expresa de la siguiente manera: “Y a vos
mismo te hubiera sonado ridículo (…) si alguien te hubiera dicho que buscabas amor,
que te hacía falta el amor, que querías amar de cuerpo entero” (1968, p.49).
Pereña, citado por Emma Ruiz, enumera algunos de los efectos que la sociedad
del libre mercado produce en los sujetos que viven en ella:
El aislamiento, el desamparo, el desconcierto, las exigencias del éxito y del
consumo, la confusión mental y sentimental, el miedo, todo eso se ha visto
favorecido por un sistema que, escondido, ha convertido a sus miembros en
engreídos botarates para quienes la única vanagloria y la mayor satisfacción es
tener poder adquisitivo. (2008, p.223, citado por Ruiz, 2012, p.152)
En esta caracterización ofrecida por Pereña encaja perfectamente el protago-
nista de Camino al mediodía, un individuo que, a pesar de vivir rodeado de muchas
personas, sufre una profunda soledad interna, que él procura remediar aturdiéndose,
evadiendo su realidad:
Ruth Cubillo Paniagua • Subjetividades urbanas en crisis.Un estudio de tres novelas de Carmen Naranjo Coto... 2121
Aturdirse un poco, tu remedio. Aturdirse es saludable. Aturdirse, nada más. Y
he aquí tu imagen: los ojos desorbitados tras las faldas, vos que creías en tus
cuartos oscuros y en tu sabiduría de disimulos, vos que te sentías protegido
entre las paredes de un prostíbulo como si hubieras entrado sin nombre, sin
pasado; vos que creías en la invisibilidad de tus pecados. (1968, p.48-49)
Eduardo crea, entonces, dos imágenes de mismo: una que le sirve para
presentarse ante los otros como un individuo asertivo y exitoso, y otra que solo
mira hacia dentro, hacia ese sitio que él llama “los cuartos oscuros”, el lugar de la
soledad irremediable, de la nostalgia, del dolor y de la orfandad. Para proyectar la
imagen externa, Eduardo construye una máscara que lo protege e impide que los
otros puedan acceder a sus “cuartos oscuros”, mientras que procura con todas sus
fuerzas mantener encarcelada, reprimida, su imagen interna, aquella que da cuenta
del Eduardo frágil, débil, miedoso e inseguro:
Buscarás una máscara, la de tus nostalgias, la de tus tropiezos y se confun-
dirá también con tus impaciencias, con tus sueños violentos, con tu reclamar
derechos, con esencia de miedos y audacias. (…) Y sólo, con tu soledad de
siempre, con la pura orfandad de tus realidades, volverás con la sensación
de un cuerpo gastado a olvidar los recuerdos, a soñar con la desnudez, en
el origen de tu propia penumbra, y lanzarás un grito, un grito tímido que se
perderá en los ladrillos de tu última cárcel, mi pobre Eduardo (…) (1968,
p.67)
Cuando el cortejo fúnebre de Eduardo Campos está a punto de llegar a
Cartago, su ciudad natal y el lugar en el que va a ser enterrado, el protagonista,
que ya se sabe muerto, plantea su propia invisibilidad como un regalo divino,
que le permitirá descansar en paz y se percata de que el único Eduardo Campos
Argüello que fue invisible para los otros fue aquel que él no quiso mostrar, aquel
que se esforzó siempre por mantener oculto para no ser juzgado como un hombre
débil: “Ahora andaré tras de vos (…) con esta invisiblidad que es como un regalo
de Dios para dejarte en la paz que buscaste con todos tus recuerdos y con todos
tus muertos. Recuerdo muy bien que me decías: la invisibilidad de que te quejás,
existe”(1968, p.56).
En el nal de su vida, ante su propia tumba, Eduardo se arrepiente de haber
sido como fue y se pide perdón a mismo, al Eduardo niño/adolescente, por el dolor
producido, por no haber sido capaz de verse de frente, por haberse condenado a la
soledad ya no solo en vida, sino también en la eternidad de la muerte, y se conesa
a sí mismo que está aterrado:
¡Ay, cómo me duele lo que fuiste y lo que yo pude ser a través tuyo! Hoy estoy
huérfano en la tibieza todavía dulce de mi invisibilidad. Me parece que vengo
remontando por los vientos, que no estuve a tu lado, disperso caminaba por todos
los caminos y olvidé verte de frente. (…) Tengo únicamente miedo de ese retrato
tuyo a los doce años, de tu propia mirada perdida frente a la muerte, cuando el
revólver tocó tu barbilla y sabías que ibas a entrar en el llanto incontenible de
vos mismo. Tengo miedo de esa mirada sintiendo su muerte. Tengo un miedo
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horrible, un miedo que lloraron tus ojos a través de unas lágrimas suaves y
redondas que humedecieron tu pañuelo, y que pronto escondiste con vergüenza.
¡Tengo miedo, Eduardo! Tengo miedo de mi soledad de fantasma… (1968,
p.68)
Finalmente Eduardo sabe quién es, pero también sabe que ya es muy tarde
para él y que no hay vuelta atrás. La gran tragedia de Eduardo es haber tenido que
esperar a estar muerto para poder llevar luz a sus cuartos oscuros, para dejar de ser
invisible para sí mismo.12
Por otra parte, el narrador de Memorias de un hombre palabra es un individuo
sin nombre pero con voz, que reconstruye su vida ante nosotros, los lectores, a partir
de sus propios recuerdos. El relato posee un orden cronológico, pues inicia en la
niñez del protagonista y culmina en un momento particular de la edad adulta del
personaje, sin que se precise su edad en ese momento. Así pues, por tratarse de una
narración en primera persona, su memoria y su palabra son nuestros ojos y todo lo
vemos a partir de su perspectiva particular, es decir, conocemos la realidad de este
individuo a partir de su propia representación de ella.
El recuento de los hechos se intercala con extensas reexiones acerca de la
vida en la ciudad de San José (fácilmente podemos ubicar el presente del narrador
protagonista en un momento histórico contemporáneo al de la publicación de la
novela, es decir, la década de 1960, gracias a las múltiples referencias espacio-tem-
porales realizadas por dicho narrador) y acerca de sus sentimientos, emociones y
pensamientos. Al igual que en Camino al mediodía, en esta novela el gran tema es la
crisis existencial, identitaria, del protagonista, quien también resulta un extraño para
mismo. En ambas novelas encontramos a hombres adultos, sujetos habitantes de
una ciudad, que han construido sus vidas a partir de mandatos sociales y culturales
para tratar de triunfar, pero que terminan siendo víctimas del sistema patriarcal y de
la lógica capitalista de consumo.
Desde el inicio de la novela el narrador explica que la relación con su madre
siempre fue conictiva, pues se trataba de una mujer bastante autoritaria, y que
su padre se fue de casa antes de que él naciera. La madre, al verse sola y con la
responsabilidad de criar a un hijo varón, se propone educarlo como un “verdadero
hombre”, lo cual le deja profundas huellas en su personalidad y en su forma de
percibir el mundo y a los otros, pues se convierte en un adulto al que le cuesta
mucho expresar sus sentimientos. Desde la perspectiva del narrador, la mayor
preocupación de su madre era cumplir con la norma social (la heteronorma); por
eso desde niño lo enseñó a reprimir sus deseos para procurar encajar socialmente,
con lo cual se convirtió en un ser de dos caras: la que se podía y debía mostrar a
los otros, y la que se guardaba solo para él (tal y como le ocurre a Eduardo Campos
Argüello). En palabras del narrador: “Ése era yo, (…) como un sujeto distante,
que se puede desdoblar, señalar, localizar en un territorio sin escondites (…) Era
preferible ser ése, que ese tipo, ese sonámbulo, ese cualquier, ese melindres, ese
pusilánime, ese advenedizo”(1968, p.27).
Ruth Cubillo Paniagua • Subjetividades urbanas en crisis.Un estudio de tres novelas de Carmen Naranjo Coto... 2323
El abuelo materno del protagonista se convierte en su gura paterna y, a la
vez, en la única persona de quien recibía afecto; este abuelo bonachón los visitaba
una vez a la semana y con él llegaba a la casa un poco de alegría. Sin embargo, el
abuelo muere cuando el protagonista es todavía un niño, lo cual produce en él una
herida difícil de sanar y convierte a la madre en una mujer aún más dura y autori-
taria. Satisfacer a esa madre amargada por el abandono de su pareja, por la pérdida
del padre, por la necesidad de mostrar su capacidad de vivir una pobreza digna,
incapaz de brindar afecto, víctima también ella del sistema patriarcal y capitalista,
era una labor casi imposible; de hecho, el narrador recuerda que, durante su infancia,
la madre solía decirle que él no era y nunca sería lo que ella esperaba de él. En la
narración del protagonista constantemente se intercalan frases de la madre que repre-
sentan sus mandatos y sus reproches, las cuales ocupan un lugar muy relevante en la
memoria de este sujeto adulto:
¡Estate quieto! No quiero que te ensuciés. Andás con tu mejor traje. (p. 29)
(…) ¡Estate quieto! Tenés que aprender a formalizarte, o es que carecés de
sentimientos (…) Rezá lo que te he enseñado. Si no van a creer que soy una
madre libertina (p. 31). Tus notas dejan mucho que desear. (…) Todo es cues-
tión de disciplina (p. 33) Creo que nunca serás lo que esperaba. (…) Parece ser
que este será tu último y primer título. (…) Todo está listo. Mañana empezarás
a trabajar. Si salís bien, como espero, habremos acabado. (p. 34) No puedo
permitir que te pasés la vida en una cacería de nubes. (p.35)
En aquel momento de su vida, cuando la madre considera que ya es un hombre,
que ahora puede y debe vivir su vida de manera independiente y permitirle envejecer
sola, el narrador se siente invisible y abandonado, se siente huérfano aun teniendo
madre. Adelilla, la niña pobre que vivía en su barrio de la infancia, ahora es una
mujer adulta que vive en extrema pobreza y que, rodeada de hijos paridos por acci-
dente, pide limosna en las calles de la ciudad; sin embargo, ella tampoco lo reconoce,
ella no lo recuerda, y esto le produce una gran tristeza al narrador que, una vez más,
se siente solo, aislado e invisibilizado, producto de un sistema capitalista en el cual
debe pagarle a una prostituta para “vaciar sus glándulas”, porque en ese sistema todo
se reduce al intercambio de bienes: doy para que me den, pago para recibir.
El abandono materno marca la vida de este hombre-palabra que comienza a
vivir su etapa adulta (está en la década de los 20) en medio de una profunda soledad,
la cual se ve acrecentada por la frialdad de la ciudad en la que habita, una ciudad
que, sin ser una gran urbe, resulta poco acogedora y acentúa su sentimiento de
invisibilidad13, por eso en ocasiones sueña que llega a un pueblo donde todos lo
reconocen y lo aclaman, donde las personas llevan el corazón en la mano porque
allí no tiene lugar la hipocresía, y donde él es capaz de decir, pensar, prometer y dar.
El narrador insiste una y otra vez en la soledad y el aislamiento que lo denen
como sujeto, lo cual lo lleva a sentir lástima de mismo, a pensar en él como una
víctima del abandono y a discurrir en un estado depresivo, pesimista, de profunda
tristeza:
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Pienso que todo lo que me rodea es nada, que no tiene razón de ser, que es pequeño
y pobre, terriblemente miserable para tener conciencia de cosa. (…) Bajo y subo
la voz, me conmuevo de mis propias soledades, me hiero con los recuerdos más
patéticos y al nal me doy cuenta de que estoy hablando solo, como siempre,
como en tantas ocasiones, como cuando me dejó ella, como cuando no me reco-
noció la Adelilla. (…) Sonar a muerto antes de morir. (1968, p.56 y 62)
Así pues, el hombre-palabra se convierte en un hombre necesitado de afecto,
pero incapaz de amar; por eso cuando logra que una joven soltera y virgen lo reciba
en su casa como novio e incluso se decida a tener relaciones sexuales con él, su
reacción no puede ser otra que huir justo después del coito, pues considera que no
está enamorado de ella y no está dispuesto a sacricar su soltería para “tapar la
deshonra”. A consecuencia de este acto innoble, el protagonista recibe una tremenda
paliza de parte del padre y los hermanos de la doncella mancillada; tan grande fue
la paliza que el hombre-palabra termina malherido en el hospital, lugar del que no
quiere salir porque allí se siente protegido, atendido y cuidado.
Durante las semanas de recuperación física ya fuera del hospital, el narrador,
que no recibe ninguna visita, se siente profundamente solo y se refuerzan en él los
sentimientos de abandono.14 Ante la pregunta de la casera de por qué no lo vista la
madre, el narrador expresa lo siguiente: “La respuesta empapada de angustia, las
palabras con lágrimas corriendo por la garganta, porque se llora por dentro (…) No
hay madre, no la conocí, huérfano desde siempre. Madre hubo, pero no mamá. Ese
ser que se pinta con un regazo inmenso” (1968, p.87).
El abandono experimentado por este personaje es un abandono emocional
y psíquico, más que físico, pues él vivió con su madre durante toda su infancia y
su adolescencia, y ella siempre se ocupó de atender sus necesidades básicas: casa,
comida, abrigo, estudios. Se trata de un individuo que construyó su subjetividad
sobre la base del abandono y posee deciencias primarias relativas a la afectividad,
entendidas como carencias en función de otro, en este caso la madre, ya que el padre
nunca estuvo presente. En opinión de López y Pietro (2004), un niño abandonado es
“un niño no mirado, no reconocido como sujeto (…) deshumanizado por otro (…)
reducido a veces al nivel de las necesidades físicas (…) el niño no es visto desde su
unicidad y particularidad que lo distinguiría como sujeto” (p.8-9).
En el caso del protagonista de esta novela, el sentimiento de abandono es
tan profundo que está convencido de que incluso Dios se ha olvidado de él y esto
lo hace sentir absolutamente desamparado. Considera que es un ser humano tan
corriente, tan parecido a otros, tan uniformado, tan masicado, que ni siquiera
Dios es capaz de distinguirlo de los otros seres creados por él; así lo expresa el
hombre palabra:
Pero, si Dios me ha olvidado. Yo soy un olvido de Dios. Un ser que se le
perdió en el rebaño, escondido entre tanta gente, un pobre muñeco de multi-
tudes, uno que vistió de uniforme y después no lo pudo distinguir (…) Mi Dios
está cruzado de manos, paralizado como una estatua inexpresiva, no me ha
mandado sus rayos ni me ha enseñado su amor. (1968, p.88)
Ruth Cubillo Paniagua • Subjetividades urbanas en crisis.Un estudio de tres novelas de Carmen Naranjo Coto... 2525
Esta imposibilidad de distinguirse, de ser diferente, de ser algo más que una
porción de la masa, esta incapacidad de sentir afectos, lo llevan a cuestionarse su
propia subjetividad, es decir, su propia condición de humano:
¿En dónde podría encontrar los dolores que me dieran conciencia de ser
hombre? ¿En dónde poner las metas de mi pasajera existencia? ¿En dónde
proyectarme como rebotante objeto y como enriqueciente sujeto? Yo, remedio
vergonzante de mis propias tristezas, que no he hecho más que lamentarme por
dentro. Maricón de nacimiento. Cobarde sustancial. (…) Miedoso espectador
de la vida. (1968, p.91)
Así pues, la conclusión a la que llega el hombre-palabra es que su principal
problema, su gran tragedia, es la falta de amor por él mismo, el miedo que se tiene
y su estéril afectividad. Está convencido de que debe aprender a sentir, a tener
emociones, no importa si se trata de amor o de odio, pues reconoce que, en su
desesperado intento por no odiar a su madre, se volvió un ser castrado para todo
tipo de afectos.15
La invisibilización de este hombre-palabra es un tanto distinta de la experi-
mentada por Eduardo Campos Argüello, pues en su caso se relaciona con la masica-
ción del individuo en la urbe, con la pérdida de la diferencia, con el arrebañamiento
que permite ser etiquetado como normal, con la necesidad de encajar y de no resultar
discordante; en palabras del narrador:
Descubro cuál es mi destino, el destino apagado que acepté desde el primer
día, en el momento decisivo en que alguien apuntó en una tarjeta “es un
niño normal”.
(“Uno más en la legión, ése es el destino”).
Perderme, masicarme, marcar el paso, no oír siquiera el compás,
olvidar la independencia, mover la cabeza al unísono, caminar, pasar las
etapas anónimo, respirar con las multitudes, perder la conciencia de uno,
disfrazarse de todos, dejarse arrear, no salirse de los rebaños, compartir
sus placeres, reír la carcajada sonora de la mayoría, consentir en la
impregnación de una vida común, aparejarme con la masa, esconder la
noche individual que cargo conmigo. (1968, p.49)
En su libro El hombre unidimensional: ensayo sobre la ideología de
la sociedad industrial avanzada, publicado en 1964, el lósofo y sociólogo
Herbert Marcuse desarrolla el concepto de hombre unidimensional para
referirse, precisamente, a esta masicación de los individuos en las sociedades
mercantilizadas, que los lleva a convertirse en seres incapaces de pensar por
mismos, incapaces de ser críticos ante aquello que los rodea, miembros todos de
una organización unidimensional cuyas normas de funcionamiento atentan contra
el sujeto y atroan su capacidad afectiva y empática16. Al respecto, Marcuse
señala:
El aparato productivo, y los bienes y servicios que produce, ‘venden’ o imponen
el sistema social como un todo. (…) Los productos adoctrinan y manipulan;
promueven una falsa conciencia inmune a su falsedad. (…) Así surge el modelo
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de pensamiento y conducta unidimensional en el que ideas, aspiraciones y
objetivos, que trascienden por su contenido el universo del discurso y la acción,
son rechazados o reducidos a los términos de este universo. (1993, p.42)
Cuando se recupera de la golpiza y regresa al trabajo, el hombre-palabra
comienza a consumir cosas (radio, televisor, tocadiscos, discos, consola, grabadora,
libros) para llenar el hueco que deja su soledad; se endeuda para comprar esas cosas
y, al verse incapaz de afrontar las deudas y los embargos del salario, comienza a
robar en su trabajo para empeñar lo que se roba y obtener dinero. En todo momento
él achaca su conducta a su soledad y a su necesidad de sentirse acompañado, aunque
sea por las cosas que adquiere y por el ruido que generan esas cosas.
Su hombría, su masculinidad de hombre moderno y citadino, se ve aún más
cuestionada cuando comienza a quedarse calvo al comenzar los 30; la pérdida del
cabello lo hace parecer ante los otros como un hombre más viejo y esto lo deprime,
así que incrementa los robos para poder pagar tratamientos estéticos que le permitan
recuperar su pelo, cosa que nunca sucede.
El jefe del protagonista descubre que él es el ladrón y lo entrega a la policía;
es llevado a la cárcel y condenado. Después de sufrir múltiples vejaciones, y cuando
ya se estaba acostumbrando a estar encarcelado, descubriéndose a mismo en la
soledad del encierro, es puesto en libertad sin recibir mayores explicaciones. El
hombre-palabra interroga a todos los que puede para saber por qué lo están liberando
si está claro que él es un criminal y se da cuenta de que fue su madre, la mujer que
lo abandonó y a la cual no se atrevió a odiar, la que pagó sus deudas y su anza. Él
intenta localizarla, pero no lo consigue, de manera que continúa en el abandono.
Queda libre, pero sin trabajo y sin un lugar donde vivir. Se convierte en un
sintecho, un hombre de la calle, un despojo de la sociedad, alguien que nadie quiere
y que es echado de todas partes, pero al verse libre de las ataduras sociales y de la
necesidad de aparentar y ante la absoluta imposibilidad de seguir consumiendo todos
aquellos objetos que no podía costear, comienza a sentirse nuevamente humano:
Una limosna. Cayó al azar. (…) Esa es una de las ventajas que se tiene al no
ostentar representación alguna, ser apenas un residuo. Está uno completamente
liberado, no lleva ningún hábito, es lo que sus andrajos dicen que es. (…) Es
uno auténtico en plenitud con sus más sentidas ganas. Uno elemental y por qué
no: uno puro, desnudo, desalojado de supercialidades, brutalmente humano,
a la fuerza de las necesidades exigentes. Un estado envidiable si es verdad que
hay alguien que todavía aprecia la pureza.(1968, p.136)
Recibe las limosnas porque ha perdido la vergüenza y usa el dinero recogido
para emborracharse en un bar. Alcoholizado, se desinhibe y toma la palabra, ante
todos los presentes en el bar, para reexionar sobre la vida y sus durezas, con base en
su propia experiencia, en su cansancio, en sus miserias: “Estoy hecho de palabras sin
rima, sin buena ortografía, carentes de sintaxis. No contengo el brillo de la forma, ni
la audacia del concepto. No soy comparable ni vendible. Un hombre palabra desen-
tonada, mal construida, cobarde, inhábil, incapaz” (1968, p.139).
Ruth Cubillo Paniagua • Subjetividades urbanas en crisis.Un estudio de tres novelas de Carmen Naranjo Coto... 2727
Estas reexiones del hombre-palabra tienen como eje central la crítica al
sistema capitalista que promueve el consumo desaforado de bienes y servicios, con
el engañoso objetivo de hacernos sentir alguien; dicha crítica, basada en su propia
experiencia vital, le permite plantear que el hombre (entendido claro está como ser
humano) debe adquirir una conciencia crítica y apartarse de los modelos socialmente
establecidos, que lo obligan a relacionarse con el otro usando siempre una máscara.
Así lo expresa el narrador:
El hombre consciente de su pequeñez empieza desesperado a pretender vivir,
ganar su punto central, ser algo, sentirse alguien, ocupar un lugar, consumir
las cosas que se le ofrecen desde las ventanas, tocarse como persona. (…) No
hay espacio ni tiempo para el hombre que despierta, que empieza a cargar con
la conciencia de mismo. Buscarnos en los modelos es vivir la aventura más
trágica, la que nos deja una herencia de máscaras sin contenido (…) Hay que
seguir adelante con la parte más débil de la propia esencia humana: la fe. (1968,
p.144-145)
De nuevo resulta pertinente acudir a Marcuse (1993), quien plantea que la
“sociedad industrial avanzada” ha generado en los individuos falsas necesidades,
que los integran en el sistema existente de producción y consumo empleando los
medios de comunicación, la publicidad y una lógica propia del mundo industria-
lizado. En este contexto, se crea un universo “unidimensional” de pensamiento y
comportamiento, gracias a la existencia de modelos ineludibles, y en ese universo se
anula la capacidad de pensamiento crítico y de oposición a la norma social.
La propuesta de Marcuse ante este panorama consiste en desarrollar el “gran
rechazo”, con el n de oponerse al control social. Este método se relaciona con el
“pensamiento negativo”, entendido como una fuerza disruptiva que permite luchar
contra el positivismo imperante, es decir, contra una lógica racional que objetualiza
al ser humano y lo despoja de su capacidad de desarrollar vínculos afectivos.17
En esta línea marcusiana, el hombre-palabra elabora una propuesta para resistir
ante la aplastante lógica mercantilista, en la cual podemos identicar tres ideas
fundamentales:
1. Romper con la lógica binaria que clasica a todos los individuos como
buenos o malos, con el n de librarse de la culpa judeo-cristiana y de los
modelos de conducta socialmente establecidos.18
2. Distribuir la pobreza para que haya cada vez menos individuos atados al
consumismo.19
3. Inventar un nuevo Dios que venga a la tierra a hacer “cosas revoluciona-
rias”, como destruir las ciudades que devoran a las personas.20
En este punto del relato, el protagonista es un hombre distinto, pues ahora se
siente feliz y liberado, aunque es sumamente pobre y sigue estando solo, pero ha
logrado encontrarse con él mismo por medio de su propia palabra, es decir, ha recu-
perado su voz, su humanidad, su capacidad afectiva:
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Nunca creí que se pudiera llegar a ser tan feliz, tan auténtico con uno mismo,
tan libre. Solo en mi soledad. Pobre en mi pobreza. Estéril en mi esterilidad.
Navegante en mi propia salsa: las palabras me nacían profundas, desde la raíz
epiléptica de mi vocabulario interno. Eran el punto de mismo, girando en
mi propio círculo, sin más pretensión que rotar. Me había encontrado. (1968,
p.144)
Hacia el nal de la novela, el protagonista se reencuentra con Adelilla, que
sigue sin reconocerlo, pero al percibir cierto interés amoroso por parte de él, lo
invita a vivir juntos en el rancho que habita junto a sus numerosos hijos. Él acepta la
propuesta y comienza una etapa de su vida en la que, a pesar de vivir en la pobreza
extrema, se siente capaz de experimentar emociones, y de brindar y recibir afecto.
Ahora no se siente invisible, ahora tiene la certeza de que Adelilla sí lo ve y lo sabe
diferente.
Adelilla, que tiene muchos hijos de diferentes hombres, desea darle un hijo a
este hombre con el cual ahora comparte su vida. La mujer queda encinta y, al recibir
la noticia, el hombre-palabra entra en crisis porque lo aterra la idea de ser padre,
de manera que huye, pero luego regresa al tugurio en el que vive con Adelilla y le
propone matrimonio. Sin embargo, el niño nace muerto y la madre se siente culpable
porque nunca podrá darle un hijo, ya que los médicos le dicen que está vieja y que lo
mejor es operarla para que no tenga más niños. El protagonista siente un gran dolor
ante esta pérdida y expresa lo siguiente: “No tendré un hijo, no tendré alguien que me
recuerde y que quizá me quiera más allá de mi propia memoria. ¿Un hijo que quiera
a su padre? Todos los hijos quieren, quieren hasta en la forma de su odio”(1968,
p.171).
Por primera vez en el relato el protagonista alude a la cuestión de la pater-
nidad. El único dato que tenemos en relación con su padre es que abandonó a la
madre antes de que el protagonista naciera; sin embargo, en todas las reexiones
sobre el abandono únicamente se reere al abandono emocional y psíquico por parte
de la madre, mientras que nunca se detiene a reexionar sobre las implicaciones del
abandono físico y emocional por parte del padre, que parece ser un tema tabú en su
discurso.
La solución que encuentra Adelilla para aliviar el dolor de su hombre es rega-
larle uno de sus propios hijos; así pues, le regala a Manuelillo y el protagonista
parece aceptar el obsequio: “Me ofrece uno pequeño, rosadito, que se me pega a las
piernas y me grita ‘pa… pa’. (…) Un hijo de voluntad, de regalo, de esta paz de la
miseria, de esta distribución de la pobreza”(1968, p.171).
Este acto de amor de Adelilla, la entrega de su propio hijo, pone en acción
la propuesta antisistema elaborada por el hombre-palabra, pues desestructura el par
binario bien/mal (¿cómo juzgar con estos parámetros la acción de esta madre, si está
motivada por el más puro amor?) y distribuye la pobreza (Adelilla comparte con el
protagonista un hijo, no un objeto que esté en venta); incluso se podría plantear que
la entrega del niño por amor para salvar al protagonista es una relectura revolucio-
naria de la entrega del Mesías por parte del Dios Padre para salvar a la humanidad.
Ruth Cubillo Paniagua • Subjetividades urbanas en crisis.Un estudio de tres novelas de Carmen Naranjo Coto... 2929
Al nalizar el relato de su vida, el hombre-palabra realiza una confesión: todo
lo que quería era un hijo; este deseo reprimido durante toda su vida ahora es verba-
lizado y se ha hecho realidad. El protagonista de esta novela necesitó perderlo todo
(menos la vida, como sí sucede en el caso de Eduardo Campos Argüello) para encon-
trarse a sí mismo, para dejar de ser invisible, para saberse humano.
CONCLUSIONES
Los personajes que deslan por las novelas de Naranjo son sujetos que tienen
muchos problemas, pero quizá el más grave es que dudan. ¿De qué dudan? De todo:
de la existencia de Dios, de su papel en el mundo, de la familia como unidad base de
la sociedad, de los roles de género por siglos asumidos sin más; en n, dudan de ellos
mismos y del prójimo. Planteamos la duda como problema debido a lo que genera en
el sujeto: angustia y dolor.
Estos personajes son sujetos con preocupaciones propias del tránsito de la
modernidad a la postmodernidad, pues lo que entra en crisis es la construcción
misma de la subjetividad y el cuestionamiento de las verdades absolutas, que
brindan seguridad a quien las posee. La postmodernidad, y los discursos produ-
cidos desde ella, cuestiona la noción de identidad, cuyo lugar preponderante es
arrebatado por la diferencia, siguiendo el planteamiento nietzschiano del movi-
miento, que cuestiona el ser moderno cartesiano (permanente y estático); de esta
manera, “la postmodernidad consta de ciertos estados discontinuos, en búsqueda
abierta de la diferenciación y diversicación física, intelectual y moral (…)”
(Corral, 2007, p.67)
En la novela Los Perros no ladraron (1966) Naranjo plantea una nueva ruta
para la literatura costarricense, pues se trata de un texto en el cual todo sucede en el
espacio urbano; algunas novelas anteriores que lo habían hecho son Ese que llaman
pueblo (1942), de Fabián Dobles, y La ruta de su evasión (1948), de Yolanda Orea-
muno. Los personajes de esta novela son víctimas de la indiferencia y el desdén
propios de los burócratas; así como el protagonista de la novela El castillo (1926),
de Kafka, se siente perdido en un mundo cuyas claves de acceso nadie parece querer
revelarle, los protagonistas de esta novela se sienten impotentes y minimizados. El
proceso de deshumanización ha comenzado y no sabemos cómo detenerlo.
En Memorias de un hombre palabra y en Camino a mediodía, ambas publi-
cadas en 1968, asistimos a la invisibilización del sujeto-ciudadano; se trata de
personajes que se autoexcluyen o son excluidos de una sociedad atroz, lista para la
crítica más dura y voraz, una sociedad que ha perdido la capacidad de ser solidaria
e integradora.
En Diario de una multitud (1974) de nuevo Naranjo pone en crisis este mundo
urbano y pone en boca de los personajes una fuertísima crítica contra el status quo.
En un pasaje de esta novela se encuentra la llave al desarrollo de estos personajes:
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“Se trata de penetrar las sendas rutinarias con el deseo de una vía subterránea por
donde los trenes de la normalidad choquen y los descarrilamientos muestren otras
voces, otros gestos, otros rostros” (1974, p.231).
Por otra parte, en textos posteriores, como en la novela El caso 117.720 (1987)
o el cuentario En partes (1994), Naranjo representa precisamente esta crisis de los
valores tradicionales en la sociedad costarricense, es decir, el cuestionamiento de
valores como la solidaridad con el prójimo, la comprensión más allá de la tolerancia
y la coherencia entre pensamientos y acciones.
NOTAS
1 Este artículo es un producto del proyecto de investigación ya nalizado, titulado “Pry01-2077-
2018 Repensar la ciudad y a sus habitantes. Un estudio de cuatro novelas de Carmen Naranjo
Coto”, inscrito desde la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura en la Vicerrectoría de
Investigación de la Universidad de CostaRica.
2 Además de estas, Naranjo publicó cinco novelas más: Responso por el niño Juan Manuel
(1971); Diario de una multitud (1974); Sobrepunto (1985); El caso 117.720 (1987) y Más
allá del Parismina (2000). Para profundizar en el estudio de esta temática en Diario de una
multitud, cf. mi artículo titulado “La narrativa urbana de la escritora costarricense Carmen
Naranjo Coto. Escritura globalizante desde una capital centroamericana”, en Albizúrez Gil,
Mónica y Tania Pleitez Vela (eds). Dossier Monográc “Mujeres centroamericanas: autorías
y escrituras dispersas en lo global (1890-1980), Lectora. Revista de Dones i Textualitat, 27,
2021, Barcelona, España, pp. 127-144. En futuras investigaciones podría ampliarse el corpus
incluyendo las demás novelas.
3 Entendidas como aquellas obras literarias que “vinculan al sujeto con la nada, es decir, con su
propia desaparición, y conciben la realidad como una construcción contingente” (Valenzuela,
2016, p.31).
4 De hecho, ocupó diversos cargos públicos durante varias administraciones del PLN, entre ellos:
Gerente administrativa de la Caja Costarricense de Seguro Social (inicios de la década de 1970);
Embajadora Extraordinaria y Ministra Plenipotenciaria de Costa Rica ante Israel (1972-1974);
Ministra de Cultura, Juventud y Deportes (1974-1976); Directora de la Editorial Universitaria
Centroamericana (EDUCA) y del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF)
en América Central y México (1976-1980), Directora del Museo de Arte Costarricense (1982).
Para profundizar en el estudio de la bio-bibliografía de esta escritora, Cf. la siguiente
bibliografía:
Acuña, María Eugenia (1990). Bibliografía comentada de Carmen Naranjo. Heredia, Costa
Rica: EUNA.
Borloz Soto, Virginia (2009). Carmen Naranjo: una metáfora viviente. San José, Costa Rica:
UNED.
Miranda Hevia, Alicia. (1981). “Introducción a la obra novelesca de Carmen Naranjo”.
Cahiers du monde hispanique et luso-brésilien 36 (36):121-129.
Rubio, Patricia (1990). “Carmen Naranjo”. En Marting, Diane. Ed. Spanish American Women
Writers: A Bio- Bibliographical Source Book. Nueva York: Greenwood.
Rosales, Rebeca, Adriana Ruíz y Yurinett Barrantes. (2006). Biobibliografía de Carmen
Naranjo Coto. Escuela de Bibliotecología y Ciencias de la Información, Universidad de Costa
Rica. San José, Costa Rica.
Ruth Cubillo Paniagua • Subjetividades urbanas en crisis.Un estudio de tres novelas de Carmen Naranjo Coto... 3131
5 José María Figueres Ferrer (8 de mayo de 1948-7 de noviembre de 1949); 8 de noviembre
de 1953-8 de mayo de 1958, y 8 de mayo de 1970-8 de mayo de 1974); Francisco Orlich
Bolmarcich (8 de mayo de 196-8 de mayo de 1966); Daniel Oduber Quirós (8 de mayo de 1974-
8 de mayo de 1978); Luis Alberto Monge Álvarez (8 de mayo de 1982-8 de mayo de 1986);
Óscar Arias Sánchez (8 de mayo de 1986-8 de mayo de 1990), y José María Figueres Olsen (8
de mayo de 1994-8 de mayo de1998).
6 Especícamente en el ensayo de 1903 titulado “La metrópolis y la vida mental”. Disponible en:
http://www.bifurcaciones.cl/004/bifurcaciones_004_reserva.pdf
7 Concretamente en el ensayo titulado “El malestar en la cultura”, publicado en 1930. Disponible
en: https://omegalfa.es/downloadle.php?le=libros/el.malestar.de.la.cultura.pdf
8 Así por ejemplo, la Srita. Ortiz, secretaria del protagonista, también está estresada por el
trabajo y reclama porque no se reconoce su labor en la organización: “La mujer en este
país está relegada al puesto de auxiliar insignicante y nadie quiere dejarla avanzar. A
pesar de su preparación, de su esfuerzo por mejorar, de su puntualidad, de su honradez,
solo se la toma en cuenta para cosas de poca importancia (…)” (Naranjo, 1966, p.147-148)
Ante este comentario, su jefe le responde: “El mundo está cambiando. Las mujeres están
tomando sus papeles en todas partes y en todas las circunstancias. Ya las luchas para lograr
su incorporación son cosa de historia. Ha quedado un poco de resentimiento en ustedes, es
todo” (1966, p.148).
9 Al respecto, Simmel señala: “La indiferencia y reserva recíprocas y las condiciones de vida
intelectual de círculos muy grandes nunca se dejan sentir con mayor fuerza en el individuo
-en tanto que impacto a su independencia- que cuando se encuentra en lo más espeso de una
multitud metropolitana. Esto se debe a que la proximidad corporal y la estrechez del espacio
hacen más visible la distancia mental. Es obvio que el anverso de esta libertad sea bajo ciertas
condiciones, el hecho de que en ningún lugar se llega a sentir tanto la soledad y la desubicación
como entre la multitud metropolitana”(1903, p.7).
10 Para profundizar en esta temática, cf. Romero Zúñiga, Mariela. (2018). Modelos de masculinidad
en las novelas Camino al mediodía, de Carmen Naranjo, y Ceremonia de casta, de Samuel
Rovinski, tesis de maestría académica en literatura latinoamericana, Universidad de Costa Rica.
Sistema de Estudios de Posgrado.
11 “Hoy este entierro es una burla, están enterrando a un muerto que ya hiede, tiene más de dos
meses de muerto, ha andado por las calles como un sonámbulo, ha paseado un cadáver frente a
un tiempo vencido” (Naranjo, 1968, p.57).
12 “Ahora quién soy, pero ya es tarde. Estuve al lado tuyo… a penas me acerqué… por eso dicen
que soy tan oscuro, tan ausente… tan lejano… tan frío… en mi campana invisible se repica tu
muerte… se repica sin ternura… sin aviso… se repica tu ausencia en mi propia ausencia…”
(Naranjo, 1968, p.68)
13 “Marginal, innecesario, superuo, verse en un espejo y ni siquiera encontrarse, sobrar siempre,
moverse sin dejar un sitio vacío, estar sobre las cosas, arrugar la ropa, ensuciarla, esperar a que
nos noten, impresiones leves que no son nada, ni aún partes perdidas de uno mismo” (Naranjo,
1968, p.53).
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14 Es durante estas semanas de convalecencia que el protagonista comienza a leer don Quijote e
inicia una comparación entre su propio carácter y el del caballero andante; así rearma la idea
que él es una persona desapasionada e indiferente, cobarde y con más amor por la muerte que
por la vida.
15 “Quizás el amor que me falta sea mi propio amor, el amor de mí mismo. (…) El miedo que me
tengo, que me encierra sin perles. Me envuelve sin amores. Me adormece sin odios. Porque no
me he atrevido a odiar y debía hacerlo. Odiar lo que se me ha negado. Odiar mis vergüenzas, mi
esterilidad, mi pasivo de página blanca” (Naranjo, 1968, p.92).
16 Esto es justo lo que le sucede al narrador de esta novela de Naranjo, que se reconoce a sí mismo
como un individuo desapasionado, indiferente, incapaz de sentir afecto por alguien más: “Yo,
simple cifra sin sentido, formando las barras de las jaulas para los otros, porque debo confesar
que mi sustancia es la prisión misma de todos los hombres, porque el seco es el negativo, el
espectador indiferente, el que no aplaude ni silva, el reverso de lo humano, el títere colocado
al azar, porque yo ayudo a enjaular a los otros, porque no encuentro la dimensión de la vida,
porque no soy medida, porque en no hay siquiera un centímetro de pasión mojada o seca”
(Naranjo,1968, p.95).
17 En este sentido, Marcuse señala: “(…) bajo la base popular conservadora se encuentra el sustrato
de los proscritos y los “extraños”, los explotados y los perseguidos de otras razas y de otros
colores, los desempleados y los que no pueden ser empleados. Ellos existen fuera del proceso
democrático; su vida es la necesidad más inmediata y la más real para poner n a instituciones
y condiciones intolerables. Así, su oposición es revolucionaria incluso si su conciencia no lo
es. Su oposición golpea al sistema desde afuera y por tanto no es derrotada por el sistema (…)”
(1993, p.271).
18 “Y siempre debe recordar que no es bueno ni malo. Esos son conceptos con que nos han vestido
caprichosamente, para clasicarnos como bestias. El hombre, cada uno, yo y ustedes, no somos
ni buenos ni malos, no podemos serlo. Somos apenas una corriente eléctrica para nuestro
propio descubrimiento, que se descarga en tormentas para buscar la luz, o que se oscurece
denitivamente en el remedo y en el miedo” (Naranjo, 1968:146).
19 “Yo recomiendo como hombre libre y liberado que el mundo inicie la distribución de la
pobreza, que amplíe la mesa en que están sentados los dueños del monopolio, para que
atrás, aunque sea muy atrás, los más auténticos siquiera contemplen el espectáculo. Y como
si todo esto fuera poco, con la pobreza se distribuye calidad humana, porque el pobre es
hombre propietario de su consumo y el rico es vendedor de sus bienes” (Naranjo. 1968,
p.149).
20 “Señores: hay que inventar un nuevo dios (…) (Naranjo, 1968, p.149) “No cómo será
ese dios. Pero que debe hacer cosas revolucionarias (…) venir y luchar en las calles
para destruir estas ciudades devoradoras en que se consume el hombre para apagarse;
venir y ser un político activo, que predique, que construya, que infunda valor, que reparta
la pobreza, que rompa las nacionalidades, los localismos, los más íntimos prejuicios, y nos
deje temblando ante la conciencia enorme de nuestra propia miseria (…)” (Naranjo, 1968,
p.151)
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