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Centro de Investigaciones Históricas de América Central. Universidad de Costa Rica
Enero-junio 2022
23.1
ISSN: 1409-469X
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
1Diálogos Revista Electrónica de Historia, 23(1): 1-39. Enero-junio, 2022. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica
DOI 10.15517/dre.v23i1.48533
EL MEGA-NIÑO DE 1925-1926 Y SUS REPERCUSIONES
EN LA SOCIEDAD COSTARRICENSE
Eric J. Alfaro-Martínez
Gabriel Madriz-Sojo
Ronald Díaz Bolaños
Resumen
El objetivo del presente artículo consiste en caracterizar el evento extremo del
Mega-Niño costero de 1925-1926 en el sur de América Central a partir de una
serie de anomalías geofísicas calculadas mediante los registros meteorológicos de
estaciones ubicadas en Costa Rica y Panamá. También, indagar sus repercusiones
en la sociedad costarricense a través del análisis documental de fuentes primarias
ociales y hemerográcas. Los hallazgos de este artículo permiten armar que este
Mega-Niño se manifestó en Costa Rica a través de un incremento en la magnitud
del viento alisio, temperaturas superciales del aire y del océano más cálidas de
lo usual y una disminución de las precipitaciones respecto a su valor promedio.
Asimismo, que el fenómeno tuvo un impacto social ligado a condiciones de
sequía; expresado en plagas de langostas, carestías de agua potable, descensos en
los rendimientos de las cosechas y prolongaciones en las actividades de veraneo.
También, se dio una afección de vientos fuertes y oleaje alto al comercio de
cabotaje en el litoral pacíco, así como daños a infraestructuras costeras y urbanas.
Se concluye que estas repercusiones sociales se concentraron a una escala local
del país, y fueron moderadas en los distintos sitios de afección.
Palabras clave: Costa Rica, clima, historia.
Fecha de recepción: 29 de setiembre de 2021 Fecha de aceptación: 6 de enero de 2022
Eric J. Alfaro-Martínez Investigador en el Centro de Investigaciones Geofísicas (CIGEFI) y
el Centro de Investigación en Ciencias del Mar y Limnología (CIMAR) de la Universidad
de Costa Rica, San José, Costa Rica. Contacto: erick.alfaro@ucr.ac.cr
ORCID: https://orcid.org/0000-0001-9278-5017
Gabriel Madriz-Sojo Candidato a la Maestría Profesional en Diplomacia y asistente de
investigación del Centro de Investigaciones Geofísicas (CIGEFI) de la Universidad de
Costa Rica. San José, Costa Rica. Contacto: gmsojo21@gmail.com
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-8059-3234
Ronald Díaz Bolaños Profesor de la Escuela de Estudios Generales y docente de la
Cátedra de Historia de la Universidad Estatal a Distancia e investigador del Centro de
Investigaciones Geofísicas (CIGEFI) de la Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica.
Contacto: roeddibo@gmail.com
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-2860-6744
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THE MEGA-NIÑO OF 1925-1926 AND ITS
REPERCUSSIONS ON COSTA RICAN SOCIETY
Abstract
The objective of this article is to characterize the extreme event of the coastal
Mega-Niño of 1925-1926 in Southern Central America from a series of geophysical
anomalies calculated from meteorological records of stations located in Costa
Rica and Panama. In addition, to inquire its repercussions on Costa Rican society
through documentary analysis of primary ofcial and newspaper sources. The
ndings of this article allow to afrm that this Mega-Niño manifested itself in
Costa Rica through an increase in the magnitude of the trade wind, warmer than
usual surface temperatures of the air and ocean, and a decrease in rainfall compared
to its average value. Likewise, this phenomenon had several social impacts linked
to drought condition scenarios; expressed in locust plagues, shortages of drinking
water, decreases in crop yields and extensions in summer activities. Also, there was
an affection of stronger winds and higher waves to the small boat operations on the
Pacic coast, as well as damage to coastal and urban infrastructures. It is concluded
that these social repercussions were concentrated on a local scale in the country,
and were moderate in the different affected sites.
Keywords: Costa Rica, climate, history.
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INTRODUCCIÓN
Entre marzo de 1925 y setiembre de 1926, el planeta Tierra experimentó
la presencia de un Mega-Niño que tuvo sus repercusiones a escala planetaria, en
particular en la costa pacíca de América del Sur, donde hubo precipitaciones muy
intensas, lo que atrajo la atención de la prensa internacional de la época (Schultze,
1925). Dicho evento fue catalogado como un evento El Niño costero por Capatondi
et al. (2020, p.74) y fue uno de los tres eventos del Fenómeno de El Niño Osci-
lación del Sur (ENOS) catalogados como “muy fuertes” en el siglo XX, el cual se
manifestó principalmente en el Pacíco Ecuatorial oriental. En el caso de Costa Rica,
este fenómeno se manifestó mediante un incremento en la magnitud del viento alisio,
así como de temperaturas superciales del aire y del océano y una disminución de las
lluvias respecto a su valor promedio. Para establecer lo anterior, en el presente artí-
culo fue necesario analizar datos meteorológicos procedentes de estaciones ubicadas
en Costa Rica y Panamá, que concordaron con la presencia del Mega-Niño en la
porción meridional de América Central.
Este incorpora un análisis documental de fuentes históricas con el n de
establecer los principales impactos o repercusiones sociales del evento extremo del
Mega-Niño de 1925-1926 en Costa Rica. Para esto se realiza una exhaustiva revi-
sión de material hemerográco de circulación nacional y regional desde enero de
1925 a noviembre de 1926 (meses en los que se presentan anomalías de precipita-
ción, temperatura y viento). Especícamente se seleccionan los periódicos El Viajero
(que hace una cobertura de sucesos bisemanales de las provincias de Puntarenas y
Guanacaste), La Nueva Prensa, La Tribuna y Diario de Costa Rica (que hacen una
cobertura de sucesos diarios), debido a su disponibilidad en la colección digital de la
Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano.
También se emprende un levantamiento de datos agrícolas de los años 1925 y
1926 recopilados en los Anuarios Estadísticos de la Dirección General de Estadística
de la República de Costa Rica como fuente ocial, para triangular algunos efectos del
Mega-Niño de dicha época reportados en los periódicos mencionados. Y nalmente
se incorpora un escrutinio de la Colección de Leyes y Decretos de la República de
Costa Rica de 1925 y 1926 para identicar las reacciones gubernamentales e insti-
tucionales (tanto nacionales como regionales o locales) ante los efectos directos o
indirectos del Mega-Niño de 1925-1926 en el territorio y la población costarricense.
El presente artículo se inserta dentro de los estudios históricos del clima (climate
history), correspondientes a un área interdisciplinaria de investigación en Historia
Ambiental, los cuales tienen por objeto de estudio las interacciones pasadas entre clima
y sociedad. Estos se diferencian de la climatología histórica en que esta última se dedica
principalmente a la “compilación de datos climáticos del pasado”; entre ellos los de
“temperatura (…), precipitación, viento, presión atmosférica, humedad, luz solar y de
otros aspectos del tiempo atmosférico”, que a la postre apoyan la labor historiográca
de dicha área de producción de conocimiento (Carey, 2014, pp.24-25; Le Roy, 1967).
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Dentro de los problemas de conocimiento dominantes o de mayor interés para
la historia climática (o del clima), entre varios otros (p.ej. el rol antrópico en el calen-
tamiento global contemporáneo), se encuentran aquellos que prestan énfasis en los
impactos históricos de cambios climáticos abruptos sobre las poblaciones humanas del
pasado. Por ejemplo, los que dimensionan colapsos de civilizaciones enteras, males-
tares sociales, crisis sociopolíticas o hasta desastres climáticos como producto de varia-
ciones o anomalías atmosféricas relevantes “junto con otras fuerzas [o causas] histó-
ricas” (Carey, 2014, p.33). Correlativos a esta línea investigativa, trabajos como los de
Bitrán (1998), Franco (1998), Zhang y Li (1999), Grove (2007), Aceituno et alt. (2008),
Chang (2014), Martínez y Morón (2017) y Takahashi y Martínez (2019) han abordado
en particular la inuencia de distintos Mega Niños pasados en trayectorias históricas
globales, regionales o locales; dando cuenta de la intensidad o gravedad de estos fenó-
menos, desde las representaciones sociales de los sujetos1 de las épocas analizadas,
aunque principalmente a través de evidencia “objetiva” disponible (i.e. en estadísticas,
archivos ociales, testimonios, hemerografía, etc.). Es decir, son obras que se suscriben
a una perspectiva predominantemente “realista-explicativa” de la Historia Ambiental,
por cuanto la naturaleza (y por lo consiguiente, un evento meteorológico extremo) se
asume como una entidad ontológica separada de la sociedad, la cual mantiene rela-
ciones dialécticas y hasta causales con ella (Goebel, 2016, p.70); y en estos casos en
particular, inclusive asumiendo un papel de victimaria.
El presente artículo se suscribe, además, al enfoque de los estudios en Ciencia,
Tecnología y Sociedad (CTS) al pretender dar cuenta de “la materialidad expresada
en los objetos tecno-cientícos” y al “explicar la creación y/o existencia de dichos
objetos como creaciones humanas y sociales” (Ortega y Arellano, 2010, p.19 citado
en Viales, 2016, p.10 y en Goebel, 2016, p.77). De manera que resulta de especial
atención para la presente investigación, la actividad tecno-cientíca desarrollada
durante el período de vigencia del Mega Niño de 1925-26 en respuesta social a
sus diversas manifestaciones (en especial contra la plaga de langosta suscitada a
mediados de 1926), así como de la construcción y aplicación de conocimientos cien-
tíco para este mismo n. Este enfoque se complementa a la perspectiva constructi-
vista-comprensiva recién desarrollada ya que repasando a Ortega y Arellano (2010,
citados en Viales, 2016, p.10 y en Goebel, 2016, p.77):
todos los elementos constitutivos de la actividad cientíca son construcciones
sociales, pues no solamente están determinados por la sociedad y generan impacto
en ella, sino que esta se encuentra “inscrita” en sus selecciones, procesos, conoci-
mientos, sistemas de validación y recompensas, ritos, artefactos y controversias.
Con base en el anterior posicionamiento epistemológico y de enfoque, se
plantea responder a las siguientes preguntas de investigación: ¿cuáles fueron los prin-
cipales cambios y repercusiones en Costa Rica de un fenómeno de “gran intensidad”
como el Mega-Niño de 1925-1926? Y ¿cuáles fueron las respuestas del Estado y las
instituciones cientícas para atender dichas repercusiones en el país.
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CARACTERIZACIÓN FÍSICA-ATMOSFÉRICA DEL
MEGA-NIÑO DE 1925-1926 EN COSTA RICA
Para la caracterización física atmosférica del Mega-Niño de 1925-1926 se
obtuvieron 8 registros de estaciones pluviométricas en Costa Rica y 6 en Panamá de
la base de datos Numerosa, del Centro de Investigaciones Geofísicas (CIGEFI) de la
Universidad de Costa Rica y de catastros históricos (ICE-IMN, 1975; IMN, 1988)
(Fig. 1). De estas estaciones, 3 se ubicaron en la vertiente del Pacíco y 11 en la
vertiente del Caribe. Las estaciones en el Caribe costarricense en su mayoría fueron
impulsadas por la United Fruit Company (UFCO) y las estaciones panameñas princi-
palmente por la Compañía del Canal de Panamá, que administraba la Zona del Canal
como territorio no incorporado de los Estados Unidos, donde era preciso estudiar
el comportamiento de la atmósfera y su impacto en la cuenca del río Chagres, que
abastece de agua a esta vía de comunicación entre el Océano Pacíco y el Mar Caribe
(Giuliucci, 1979, pp.40-44 y Cabrera, 2010, pp.38-39).
Se contó además con el registro de la temperatura supercial del aire de la
estación de San José, Costa Rica y con el de la magnitud del viento de la estación
de Balboa Heights en Panamá. Para todos los registros de variables geofísicas utili-
zados en este estudio, las anomalías estandarizadas se calcularon restándole al valor
mensual observado el valor medio y dividiéndolo entre la desviación estándar. El
periodo base de 30 años utilizado para la estimación de estas anomalías fue variable
debido a la presencia de cortes en los registros meteorológicos, pero es el más cercano
al periodo centrado en el bienio 1925-1926. En la leyenda de las guras se detallan
estos periodos base utilizados para cada caso en particular.
Figura 1. Estaciones pluviométricas usadas en el estudio, con registros entre los años 1925 y 1926.
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Figura 2. Anomalías estandarizadas de la precipitación observadas entre 1925 y 1926 en Costa Rica (periodo base
entre paréntesis) para: a) Cañas (1921-1952), b) San José (1910-1941), c) Juan Viñas (1926-1957), d) Hacienda
Dominicana (1923-1947), e) Siquirres (1923-1928, 1951-1976), f) Freeman (1910-1941), g) Zent (1923-1928, 1941-
1960), h) Limón (1923-1954).
En términos generales, se observó que el Pacíco costarricense mostró
condiciones decitarias de lluvia desde abril de 1925 hasta agosto de 1926, sin
embargo, el veranillo de 1925 mostró anomalías positivas (Figs. 2a,b). El año de
1925 inició con condiciones decitarias de precipitación en la vertiente del Caribe,
sin embargo, de abril a setiembre se registraron anomalías positivas. A partir de este
último mes y durante aproximadamente 13 meses, el Caribe costarricense experi-
mentó condiciones de anomalías negativas de precipitación (Figs. 2c-h).
Las estaciones pluviométricas ubicadas en el territorio panameño presentaron
una alta variabilidad espacial (Fig. 3). En términos generales, se observó una predo-
minancia de anomalías negativas durante el año 1925 e inicios de 1926, así como
anomalías positivas de abril a agosto de 1926.
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Figura 3. Anomalías estandarizadas de la precipitación observadas entre 1925 y 1926 en Panamá (periodo base
entre paréntesis) para: a) Balboa Heights (1910-1941), b) Gamboa (1910-1941), c) Alhajuela (1910-1941), d) Gatún
(1910-1941), e) Cristóbal (1910-1941), f) Portobelo (1909-1945).
Utilizando la misma metodología descrita en Díaz y Alfaro (2016) y Díaz et.
al (2019), se obtuvieron las anomalías estandarizadas de la Temperatura Supercial
del Mar (TSM) observadas entre 1925 y 1926, para el dominio comprendido desde
los 6ºN, 92ºW hasta la costa pacíca centroamericana (Fig. 4), utilizando los datos
de Smith, Reynolds, Peterson y Lawrimore (2008). Dichas anomalías fueron calcu-
ladas de acuerdo al periodo base de 1910-1941 (treinta y dos años). Se notan condi-
ciones cálidas dominantes desde abril de 1925 hasta agosto de 1926, en las aguas
del Pacíco centroamericano, siendo el mes de enero de 1926 el más cálido (Fig. 5).
Este comportamiento fue muy similar al observado en la temperatura supercial del
aire en la estación meteorológica de San José, Costa Rica, la cual presentó anomalías
positivas desde marzo de 1925 a noviembre de 1926 (Fig. 6).
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Figura 4. Los puntos azules denotan la rejilla de TSM utilizada en el análisis de la base de datos
de Smith et al. (2008).
Figura 5. Anomalías estandarizadas de la TSM observada entre 1925 y 1926, para el dominio
comprendido desde los 6°N y 92°W hasta la costa pacíca centroamericana (Fig. 4), utilizando
los datos de Smith et al. (2008). Anomalías calculadas de acuerdo al periodo base de 1910-1941.
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Figura 6. Anomalías estandarizadas de la temperatura supercial del aire observada entre 1925 y 1926
en la estación de San José, Costa Rica. Anomalías calculadas de acuerdo al periodo base de 1910-1941.
Figura 7. Anomalías estandarizadas de la magnitud del viento observada entre 1925 y 1926 en la
estación de Balboa Heights, Panamá. Anomalías calculadas de acuerdo al periodo base de 1908-1945.
La magnitud del viento en la estación de Balboa Heights, Panamá, presentó
anomalías positivas durante prácticamente todo el periodo 1925-1926, observándose su
máximo en los primeros meses de 1926 (Fig. 7). Las condiciones decitarias de lluvia
acompañadas de temperaturas más cálidas de lo normal, históricamente repercuten en
impactos en el sector agrícola y en la provisión de agua potable para el consumo humano,
especialmente en la vertiente del Pacíco, mientras que las aguas del mar más cálidas
y los vientos alisios reforzados afectan las operaciones de embarcaciones pequeñas en
zonas costaras, y en general a las actividades ligadas a la pesca artesanal (Moreno y
Alfaro, 2018; Moreno et al. 2017; Chacón, 1993; Fernández y Ramírez, 1991).
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INCIDENCIA DEL MEGA-NIÑO EN LA ECONOMÍA
Y SOCIEDAD COSTARRICENSE.
La incidencia del Mega-Niño de 1925-1926 en Costa Rica fue posible
rastrearla mediante la consulta de fuentes hemerográcas, las cuales atestiguan
las repercusiones que trajeron las altas temperaturas y la sequía características de
este fenómeno, especialmente en el segundo año comprendido por el evento. La
gura 8 representa los principales impactos de este Mega-Niño en Costa Rica a
partir de los datos recopilados en los periódicos de la época. La mayor parte de
los impactos se ubicaron en el Valle Central, en el Golfo de Nicoya y la provincia
de Guanacaste, particularmente en el territorio comprendido dentro del Corredor
Seco Centroamericano (CSC), una subregión de América Central caracterizada
por la alta probabilidad de sequías debido a la inuencia de fenómenos como El
Niño – Oscilación del Sur (ENOS) y el Jet de Bajo Nivel del Caribe (JBNC) y que
históricamente ha sido un espacio con una signicativa concentración poblacional
que posee asentamientos que han albergado autoridades civiles desde la época
colonial y desarrollado una constante producción agropecuaria (Díaz, 2019, p.318;
Quesada, Calvo, Hidalgo, Pérez y Alfaro, 2019, p.628).
En términos generales, la gura 8 muestra los impactos esperados durante
un fenómeno de El Niño sobre Costa Rica (Fernández y Ramírez, 1991), en donde
se observa un aumento del viento alisio sobre la región (Fig. 7), asociado a un
fuerte oleaje, un aumento de la temperatura supercial (Figs. 5, 6) y una dismi-
nución de las lluvias, especialmente sobre la vertiente del Pacíco (Figs. 2a, b).
Impactos similares fueron reportados por Díaz y Alfaro (2016) durante el evento
de 1877-1878, años en los cuales también se registró la aparición de una plaga de
langostas (Díaz et al., 2019).
Lejos de concebirse el Mega Niño como un determinante único, aislado,
monocausal y unidireccional de los cambios en la sociedad costarricense de
1925-26 y de sus relaciones humanas, se parte del supuesto epistemológico de
que este fenómeno climático (como parte de la naturaleza o el mundo natural) es
tanto uno entro otros varios componentes del contexto histórico (p.ej. lo cientíco
y tecnológico) que limita e inuencia la actividad humana (McEvoy, 1987; Latour,
2005); como también es un “agente histórico” en mismo que ni es pasivo, ni
puede inexorablemente disociarse de otros agentes sociales cuyas interrelaciones
ecológicas, económicas, culturales y cognitivas conjunta y multidireccional-
mente explican la compleja realidad social que aborda la historiografía ambiental
(McEvoy, 1993, pp.190-191; Latour, 2005, p.64; Goebel, 2017, p.12-14).
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Figura 8. Impactos asociados al Mega-Niño de 1925-1926 reportados en localidades de Costa Rica. Fuente:
El Viajero, La Nueva Prensa, La Tribuna, Diario de Costa Rica y El Heraldo de 1925 y 1926.
Siguiendo los postulados anteriores, debe señalarse que el contexto histórico
como recurso de análisis historiográco presupone que “cada época tiene sus propios
idiomas, visiones de mundo, signicados (y para los historiadores ambientales, sus
climas, grupos de enfermedades, concepciones sobre la naturaleza) que son especí-
cos a ese tiempo (…) y que moldean a las personas, a los eventos y sus interpreta-
ciones” pero no las determinan (Isenberg, 2014, p.5). Lo que determina cambios
históricos es “la decisiva agencia” de los “individuos que trascienden sus contextos”,
en otras palabras, sus circunstancias y limitaciones (Isenberg, 2014, pp.5-6). En
este caso, aquellos agentes sociales “humanos” de la sociedad costarricense que al
interactuar constantemente con “actantes” o agentes sociales “no humanos” (v.g. el
Mega Niño de 1925-26) terminan por “transformar” una “red” o “un tejido” social en
particular (Latour, 2005, pp.71-72; Isenberg, 2014, p.6; Carey, 2014, p.32). Es decir,
las interacciones y vínculos entre agentes sociales y actantes “co-construyen” en
términos de Viales (2017, p.44) un ambiente o una realidad ambiental en particular.
Goebel y Viales (2015) también advierten que la relación entre las varia-
bles socioambientales como las económicas permiten esclarecer la incidencia
de los sistemas naturales en la economía, sea para coyunturas particulares como
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en la conformación de los elementos que componen una economía y en las
transformaciones que esta puede experimentar. De modo que, los presuntos “impactos”,
“repercusiones” o “efectos” causales o dualistas de unas anomalías geofísicas sobre
la Costa Rica de 1925-26 y su “intensidad” o “magnitud” resultan en construcciones
sociales que dependen de la propias concepciones, signicados, interpretaciones y
representaciones dadas por los sujetos sociales que las experimentan (Worster, 2008,
p.42; Goebel, 2009, pp.59-60; Isenberg, 2014, p.11); y que se maniesta a través de
la actividad de estos frente a los cambios y contingencias que impone el contexto
histórico, la “agencia” propia del Mega Niño y de los demás procesos económicos,
políticos y culturales indisociables de la época. En denitiva, el presente artículo se
adscribe a una perspectiva constructivista-comprensiva de la Historia Ambiental que
entiende el devenir social “en su complejidad” (Goebel, 2016, p.70).
En cuanto a los impactos mencionados, uno de los más reportados por las
fuentes hemerográcas consultadas fueron los fuertes vientos y el oleaje en algunas
localidades de la costa del Pacíco, durante el período del Mega-Niño. El fuerte
oleaje habría lavado La Angostura de Puntarenas la primera semana de septiembre
de 1925, con un riesgo para el paso del ferrocarril del Pacíco; el cual transcurrió,
aunque ininterrumpido, de forma lenta: “el mar (…) dej[ó] un gran trecho de rieles
completamente en el aire” (“Los lavados”, 1925, p.1). En el mismo lugar, el estero
ya habría sufrido lavados constantes producto del intenso oleaje y mareas a nales
de junio e inicios de julio de ese año; por lo que el editorial del periódico El Viajero
solicitaba la construcción de un tajamar (“Miremos”, 1925, p.1).
El 17 de septiembre de 1925, “una tromba marina azotó con furia a la altura
de Punta Mala” a una lancha que estuvo en peligro de naufragar y cuyos nave-
gantes emprendieron el arrojo de costales de arroz al agua para estabilizar la nave
tras dos horas de tempestad (“En peligro”, 1925, p.4).
El 22 de octubre de 1925 se recuenta en el puerto puntarenense daños de una
lancha que fue “estrellada contra otra lancha y [que] luego se vino hacia la tierra
frente a los baños donde chocó por segunda vez ocasionándose bastantes desper-
fectos” a raíz de “fuertes marejadas” (“Efectos del mal tiempo”, 1925, p.1). Más
tarde allí mismo, “las brisas del Pacíco fueron altamente funestas”, a tal punto que
inhibió el vuelo de pájaros el 29 de octubre (“Voló el pájaro”, 1925, p.1).
El 12 de noviembre de 1925 se informó en Puntarenas que “desde hace
varios días (…) el tiempo ha cambiado; los vientos fríos a veces y cálidos otras, y
más que todo los descensos casi constantes de temperatura han dado (…) alegría a
las cosas y a los hombres” (“Vientos precursores”, 1925, p.2).
Las grandes olas habrían estado afectando el tráco de carretas en la calle
contigua a La Angostura en Puntarenas los días anteriores al 21 de diciembre de 1925.
El siniestro detuvo la reparación del Muellecito del Estero y tal fue su fuerza que se
temía que alcanzara el ferrocarril (“Asunto viejo”, 1925, p.1). El mismo siniestro
provocó el naufragio de la lancha nacional El Burica con pérdidas de hasta 62000
pesos para el gobierno nacional: “la solidez de la construcción de dicha embarcación
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(…) no fue suciente para soportar los embates de las olas en el paso de Papagayo”
(“Al margen del naufragio”, 1925, p.1). Especícamente, “cuando el mal tiempo les
sorprendió estaban fondeados [los tripulantes] en Playa Blanca; el oleaje era inmenso
y reventó las cadenas de ambas anclas” (“Sobre el naufragio”, 1925, p.1).
Un vendaval de madrugada generó varios infortunios en el estero puntare-
nense el 11 de enero de 1926. Esto ya que algunas embarcaciones fueron tiradas
a tierra: “lo violento de las rachas hizo imposible a los que vigilaban durante la
noche el intentar contrarrestar aquel furioso viento” (“Sobre el viento”, 1926, p.1).
Además, hubo un cortocircuito por la fricción de alambres en el Muellecito porteño
y casi la propagación de un incendio, evitado apenas por la desconexión de los
cables de luces de la ciudad.
Vientos continuos y fuertes durante los tres días que precedieron al 23 de
febrero de 1926 perjudicaron líneas telegrácas y propiedades a lo largo del litoral
pacíco. Por estos eventos extremos se afectaron las comunicaciones del interior del
país con Miramar, Guanacaste y con el resto de Centroamérica (“Fuertes vientos”,
1926, p.1). El 24 del mismo mes de hecho se explicaría que los daños se dieron a
raíz de “fortísimos vientos que v[olcaron] los árboles sobre las líneas telegrácas”
(“Fuertes huracanes”, 1926, p.1). El mismo fenómeno afectaría a Salitral de Santa
Ana y otros distritos del cantón con “casas destechadas” y “cuatro ranchos incen-
diados a consecuencia de las chispas de las cocinas que volaban por los aires”, según
se reportó el día 22 de febrero (“Se desató un ciclón”, 1926, p.5). También, la entonces
nueva embarcación Santa Elena del Gobierno de la República, tuvo problemas de
navegación en su primer viaje de ida y vuelta entre Puntarenas y Golfo Dulce por
“los rigores de un fuerte temporal” (“La Santa Elena”, 1926, p.1).
El 21 de febrero de 1926, el matadero municipal de La Cruz habría sido desman-
telado por vientos de gran intensidad a la vez que la temperatura habría estado baja en
el cantón: “hoy por la mañana el termómetro marcaba 17 grados centígrados, tempe-
ratura menor a la media de Cartago” (“A través de la República”, 1926a, p.6). Nueva-
mente esta condición ventosa se presentaría el 15 de marzo en la misma localidad
(“A través de la República”, 1926c, p.6). El mismo fenómeno de vientos soplando a
gran velocidad, el 4 de marzo, habría originado el naufragio de dos bongos que empren-
dieron viaje desde El Copal de Nicoya hacia el puerto de Puntarenas, con pérdidas
en cargamentos de sal. Uno de los bongos se hundió completamente producto de las
“inmensas olas” y sus tripulantes fueron rescatados por una embarcación de mayor
tamaño, a la vez que remolcó el otro bongo. Esto en medio de lo que para el imaginario
de la época era un “fuerte ciclón” (“Un fuerte ciclón”, 1926, p.1).
En el caserío de Cariblanco en Sarapiquí de Alajuela, tanto casas de madera,
ranchos de paja como animales de corral habrían sido arrasados por el fuerte viento el
7 de abril. Un campesino de Barva con una nca en la zona “consideró llegado el n
del mundo tal fue el terror” (“Un ciclón ocasiona graves daños a un caserío”, 1926,
p.3). En Golfo Dulce un bongo naufraga, aunque en el mismo trayecto embarcaciones
de cabotaje de Puntarenas no reportaron “contrariedades a causa del mal tiempo”
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(“Naufragio de un bongo”, 1926, p.2). Los fuertes vientos soplaron también en la capital
con daños infraestructurales. El 16 de mayo la afectada fue una torre inalámbrica,
varios árboles y hojas de zinc de la tribuna de sombra del antiguo Estado Nacional en
La Sabana (“Cayó una torre del inalámbrico de México en la Sabana”, 1926, p.6).
En cuanto a la sequía, esta tuvo mayor incidencia en la vertiente del Pacíco.
Por ejemplo, en la localidad de Esparta (actual Esparza), según una información
dada a conocer el 25 de mayo de 1925, se atribuyó a “la gran sequía que ha habido
por la demora de la estación lluviosa”, la razón principal de la deciencia en el
servicio de alumbrado eléctrico (“Sobre la deciencia”, 1925, p1).
Meses más tarde, el 3 de septiembre de 1925 se publicitó la opinión de agri-
cultores que vaticinaban, sobre todo en la provincia de Guanacaste una “malísima”
cosecha hacia el cierre de año a raíz de “la sequía de los últimos meses” (“Sobre las
cosechas”, 1925, p.2). Reriéndose al maíz, las mazorcas produjeron pocos granos:
“mucho verano (…) ha echado a perder las pocas plantaciones. Solamente hacia el
lado de Tilarán (…) donde no ha cesado de llover (…) hay un poco de más esperanza
sobre las cosechas” (“Sobre las cosechas”, 1925, p.2). De otros productos como el
arroz, los agricultores de El Pozo (hoy Ciudad Cortés) sí vaticinaban una abundancia
en la recolección de 1925. Lo mismo se dirá dos semanas después para las regiones
de Paquera y Tambor tras el veranillo de San Juan y para productos como los frijoles
y el maíz en Tilarán (“Cosechas que prometen”, 1925, p.2).
El 30 de enero de 1926, una fuerte lluvia de media hora con granizo caía en
Heredia, precedida por varios días de calor tanto en dicha provincia como en la
capital (“En Heredia llovió”, 1926, p.3). En Esparta, se reportó escasez de agua
el 13 de marzo de 1926 (“A través de la República”, 1926b, p.6). Algunos días
más tarde, una nota resaltó la sequía en el río Tempisque y sus auentes, lo cual
afectaba la comunicación uvial con los puertos de Bolsón, Ballena y Bebedero
(“Se dice, se escribe y no se hace”, 1926, p.2). Esto se informaba un día después de
que calores sofocantes agobiaran Puntarenas (apenas sopesados con brisas ligeras
del sur), San José, Alajuela y Cartago con reportes de medio día de hasta 37°,
31°, 32° y 28° Celsius respectivamente. Particularmente en la ciudad porteña se
señaló: “en las noches hay quienes duermen al campo raso; en el día solamente se
encuentra algún reposo en los sombríos de las playas; esto resulta la «antesala del
inerno»” (“La temperatura de ayer”, 1926, p.1).
Las mismas condiciones de calor se replicaron aún el 30 de marzo, día en que la
temperatura en grados Celsius era de hasta 31½°, 38°, 32½°, 28° y 30° respectivamente
en San José, Puntarenas, Alajuela, Cartago y Heredia. El diario La Tribuna señalaba
aunado al informe del termómetro que: “las compañías eléctricas observan que este mes
hay una extraordinaria disminución de los caudales de agua que alimentan las plantas,
lo que les ocasiona irregularidades en sus servicios” (“Temperatura”, 1926, p.1).
La escasez de agua potable se convertía en un problema para los vecinos de
Puriscal hacia nales de marzo de 1926, aunado a las quemas que consumieron varios
bosques del cantón joseno. Un reportaje argüía: “este verano ha sido un verdadero
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problema (…) la insignicante cantidad de agua (…) ha sido motivo de una justa
alarma” (La Semana Puriscaleña en “La Tribuna”, 1926, p.6). Dicho sea de paso,
Puriscal fue “considerado el principal granero de frijol” en la Costa Rica de la primera
mitad del siglo XX, debido a su productividad, pero comenzó a experimentar procesos
de erosión de tierras ocasionados por la irregularidad del ciclo de lluvias, además del
sobrepastoreo en laderas empinadas y la ausencia de medidas capaces de garantizar la
protección del suelo durante las faenas agrícolas (Avendaño, 2005, p.18).
El 7 de abril de 1926 se experimentarían “calores sofocantes” en San José,
Puntarenas, Orotina, Alajuela, Heredia y Cartago con temperaturas respectivamente
de 31°, 38°, 37°, 33°, 30½° y 27° Celsius. Esta sensación de calor estaría precedida
por lluvias regulares en el Valle Central el 5 de abril, excepto en “la zona oeste de
la meseta central; en Alajuela [y] (…) en determinadas zonas de la provincia de
Heredia” donde las lluvias fueron largas y fuertes (“La temperatura durante el día
de ayer”, 1926, p.3). Particularmente en Puntarenas algunas notas periodísticas del
diario El Viajero conrmarían el calor sentido por sus columnistas el día 8 de abril
(“La Edad de Oro”, 1926, p.1). Paralelamente, las pautas publicitarias en el diario
local reejaron la inversión de los dueños de balnearios, hoteles, bebidas refres-
cantes y hielo para atraer a la clientela veraneante del país.
Las prolongadas sequías que caracterizaron el Mega-Niño de 1925-1926 inci-
dieron en el desarrollo de la actividad turística en el país, particularmente en su costa
pacíca. A nales de 1925 había quedado lista la nueva piscina de los baños muni-
cipales en el puerto de Puntarenas, que ya estaba disponible para recibir bañistas de
toda condición social en temporada de descanso. Así, los lugareños esperaron que:
“no se suba el precio de las subsistencias y que la carestía de vida sea un
escollo para muchas familias pobres del interior que no se atreven a venir por
lo caro que se ponen los hoteles y las casas de huéspedes en verano” (“Para la
próxima temporada”, 1925, p.2).
Aun así, el veraneo también iniciaba en otros puntos de atracción e inclusive
desde el puerto puntarenense: Orotina, Esparta, San Mateo y “en la desembocadura
del Río Grande de Tárcoles” un lugar llamado “la Playa” (“A veranear”, 1925,
p.1). Así como llegaban turistas a Puntarenas, también arribaron productos vía
cabotaje de Guanacaste donde, en recuento para 1925, “las cosechas de maíz, arroz
y frijoles (…) han sido malas [pese a que] hay carga para todas las embarcaciones”
(“Cosechas en tránsito”, 1925, p.2).
La temporada de veraneo en Puntarenas aceleró su auencia hacia mediados
de febrero de 1926, siendo que unos días antes del 11 de ese mes la llegada de
personas: “fue escasa. Los propietarios de hoteles y hospederías se lamentaban de
ello” (Jiménez, 1926a, p.3). No obstante, todavía en un diario local para el 22 de
febrero se postergó la lamentación sobre una temporada débil que apenas se estaba
animando: “es mucha la gente que llega del interior [a los] baños [y a la pista de]
baile” (“Veraneo”, 1926, p.2).
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A razón de los “días radiantes de sol” inclusive familias prominentes, de
funcionarios ociales de la República y ministros habrían tenido visitas vacacionales al
Pacíco. Si bien la catástrofe del Virilla
2
habría cortado el ujo de excursionistas del
Valle Central hacia el Pacíco a mediados de marzo de 1926, ya el 1 de abril con propó-
sito de las vacaciones de Semana Santa, veraneantes “por centenares” retomaron los
pasajes especiales del ferrocarril para aprovechar la temporada cercanos al mar (“Para
la región del Pacíco salen excursionistas capitalinos por centenares”, 1926, p.10).
De acuerdo con Patricia Fumero, la práctica del veraneo en Costa Rica se
hizo posible gracias al desarrollo del transporte ferroviario que enlazó al Valle
Central con ambas costas, primero con Limón y luego con Puntarenas, que se
convirtió en uno de “los puntos de atracción turística y sitios de veraneo privi-
legiados” (2005, p. 18). Las principales épocas en que aumentaba el número de
viajeros hacia las costas eran los días de n y principio de año y durante la Semana
Santa, entre los meses de marzo y abril, que coinciden con la estación seca en gran
parte del interior del país y su vertiente pacíca.
Para la estación seca de 1926, y especícamente en abril, la ciudad porteña
entró en una competencia turística con Pigres (hoy cantón de Garabito). Aunque la
primera era la predilecta para la visitación nacional debido a su trayecto más corto en
tren, clima y facilidades sanitarias, Pigres también tenía una costa de “fácil acceso”
pero con la desventaja de “poder conseguir agua únicamente a cuatro kilómetros”
(“Competencia contra la llegada de las gentes a Puntarenas, 1925, p.1”). Las condi-
ciones cálidas de este período atrajeron así al disfrute de diversas playas de la provincia
puntarenense. De forma paradójica el 22 de abril, Puntarenas sufría problemas de
abastecimiento del recurso hídrico (“¡Agua!, ¡Agua!”, 1926, p.1); un servicio que lo
diferenciaba positivamente de otros puntos turísticos justo en la temporada de mayor
demanda. De hecho, un día antes, allí mismo daría lugar una gran escasez de hielo
requerido para los negocios comerciales de puntarenenses. Esto conllevó a sus dueños
a reunirse con miras a unir capitales y “establecer una fábrica moderna de hielo cris-
talino” (“¿Nueva fábrica de hielo?”, 1926, p.1). No obstante, los costos superaron
sus expectativas iniciales, cancelándose la reunión, pero en continuo reclamo con la
fábrica La Rioja que monopolizaba la venta del bien en Puntarenas y hacia nales del
caluroso abril no daba abasto. El 3 de mayo de 1926 la sequía afectó nuevamente la
disponibilidad de agua en Puntarenas (“Agua”, 1926, p.1).
La sequía en la vecina Esparta se prolongó a través de una carestía de agua
experimentada por sus vecinos a lo largo de la estación seca de 1926, aún sin
auencia el último día de mayo: “La vida sin agua es detestable. La higiene no priva
sin este elemento. En Esparta todos los pozos desaparecieron cuando se instaló la
cañería y los pocos que existen, en los últimos meses del verano, quedaron secos”
(“Esparta y sus cosas”, 1926, p.1). El 24 de junio de 1926 en esta localidad, se
reportaba una dilación en la falta del servicio de cañería debido a que “los pozos
están secos” (“El deciente servicio de cañería”, 1926, p.2).
Eric J. Alfaro-Martínez, Gabriel Madriz-Sojo y Ronald Díaz Bolaños • El Mega-Niño de 1925-1926 y sus repercusiones en... 17
A mitad de año inclusive y fuera de la época de veraneo o temporada veraniega
en Puntarenas, los balnearios seguían operando debido a la regularidad de la visita-
ción y del transporte ferroviario en medio de condiciones de sequía. El 29 de julio
de 1926, una nota porteña aseveraba: “queda comprobado que no existe la necesidad
de cerrar por completo los baños en el invierno, sino por el contrario mantener su
servicio” (“En los baños”, 1926, p.4). De hecho, a razón de la “cantidad de visitantes
que concurren”, algunos administradores proyectaban emprender mejoras y moder-
nizar los balnearios para recibir más visitantes en 1927 (“En los baños”, 1926, p.4).
A mediados del mes de junio se reporta en Puntarenas la ausencia de lluvias y
de agua para el ujo del sistema de cloacas que se mantenían secas, a la vez que se
hace una excitativa para la resolución del problema sanitario que implicaba para la
ciudad porteña la no circulación del recurso:
el gran problema es traer agua, una vez aquí, formaría base sustancial para la
construcción sanitaria requerida y crear la Municipalidad un fondo para cons-
truir tanques y colocar los inodoros en las casas de los pobres propietarios (…)
No hay agua, no habrá higiene, ni industrias, ni suavidad de clima y la puerta
del país estará siempre abierta y sin centinela. Agua. agua, que no se haga otra
cosa que traer agua (“¡Aguaaaa….!”, 1926, p.2).
Pese a los benecios que pudieron obtener algunas localidades costeras por
el arribo de los veraneantes, el mercado de abastos joseno experimentaría un alza
de precios de artículos de primera necesidad debido a carestías o limitaciones en la
oferta durante algunas semanas de febrero y marzo de 1926. Desde el maíz cuyas
“cosechas del año han sido superiores a las del año pasado” de origen cartaginés y
del Pacíco, hasta los frijoles y el azúcar (“Mercado de abastos”, 1926, p.6).
A mediados del mes de mayo los agricultores en Tibás celebraron la “entrada
de la estación lluviosa” ya que les “aseguraba” la cosecha de café de ese año que
se veía amenazada por la sequía (“A través de la República”, 1926e, p.7). No
obstante, el diario El Viajero del 28 de junio elaboraría una nota que reejaba la
carestía de frutas en el país “donde por la variedad de climas, debía haberlas abun-
dantemente en todas las épocas del año. Cualquiera de nuestros mercados exhibe
una pobre y miserable a la par que cara muestra de ese producto” (“La frutas”,
1926, p.1). Seguidamente en este mismo periódico, reporta que “el hambre ha
vuelto” al mercado de Puntarenas debido a la escasez y altos precios de “artículos
de primera necesidad” como frijoles, plátanos y chayote (“Las frutas”, 1926, p.2).
No obstante, el impacto del Mega-Niño no incidió negativamente en la producción
para el mercado internacional pese a sus efectos a nivel local ni tampoco fue deter-
minante en cuanto al volumen de las exportaciones.
Cabe señalar que al promediar la década de 1920, el país experimentó un
período de bonanza económica caracterizada por un aumento de las importaciones
que favorecieron los ingresos scales y se consolidaron los patrones de consumo
característicos de las urbes del mundo industrializado, que fueron notorias en la
ciudad de San José (Molina, 2008, pp.36-37).
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Este período de prosperidad tuvo lugar una vez superada la crisis provocada
por la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y el régimen tinoquista (1917-1919).
Se desarrolló un proceso de paulatina diversicación económica con la presencia
de ciclos cortos de cultivos como la caña de azúcar, cuya supercie cultivada
aumentó de 11181 Ha en 1917 a 18028 Ha en 1926; actividad que se concentró en
las provincias de Alajuela y Guanacaste, pero también con buenos rendimientos en
Cartago y San José, destinados al abastecimiento del mercado interno (Dirección
General de Estadística, 1925, p.17; 1926, pp.4-18; Pérez, 1997, pp.105-106; Botey,
2005, pp.25-30; Molina y González, 2015, pp.165-168).
En cuanto a los productos tradicionales, para el año 1925 se reporta un leve
descenso de un 1% en las ganancias de las exportaciones de café debido princi-
palmente a un menor peso bruto exportado (Kg. 2.857,897), es decir, una menor
cosecha que la captada durante los años 1923 y 1924. Sin embargo, compensó
el mejoramiento del precio internacional por kilogramo ($0,55) en los réditos de
la venta para exportación de dicho año. El segundo producto de exportación en
importancia, el banano, aumentó levemente el número de racimos colocados en el
mercado internacional (226.177), con una mejor cotización de su venta (Dirección
General de Estadística, 1925, p.17; 1926, pp.4-18).
El tercer producto en importancia, derivado de la actividad minera (el oro y la
plata en pasta, monedas o barras), sí denotó una disminución abrupta en las ventas
al exterior en 1925: solamente se obtuvo 9,68 % de las ganancias estimadas en 1924
(Dirección General de Estadística, 1925, p.17; 1926, pp.4-18).
Otro producto de creciente relevancia, aunque con vulnerabilidades en su
colocación externa debido a la irregularidad de los precios internacionales, fue el
cacao. Este fue principalmente cultivado en la provincia de Limón y llegó a un punto
máximo de producción durante la primera mitad de la década de 1920. No obstante,
entró en recesión a razón de un drástico descenso de su precio en el mercado mundial,
lo que favoreció gradualmente la pérdida de su rentabilidad. En 1925 se estimó una
supercie cultivada de 25804 Ha, de las cuales, un 40% eran explotadas por la UFCO
(Dirección General de Estadística, 1925, p.17; 1926, pp.4-18).
Para 1926, aumentó la cosecha cafetalera con poco menos de tres toneladas
más que las captadas en el año precedente y por tanto también incrementó el valor de
las exportaciones de dicho año, con un mejor precio promedio ($0,6) que el de 1925.
El cacao continuó teniendo una cuota exportadora importante y altos precios, junto
con la actividad bananera, aunque siendo esta comparativamente de un repunte más
moderado, mientras que la industria del oro y la plata continuó su recesión iniciada
en 1925 y el comercio internacional de “verduras, naranjas y frutas” tuvo también
una contracción en 1926 (Dirección General de Estadística, 1927, p.5).
En general, en 1925 aumentaron las importaciones de diversos productos
que motivaron el movimiento marítimo, la actividad portuaria y aduanera (Direc-
ción General de Estadística, 1926, p.5). El país experimentaba un acrecimiento de
cultivos de “la caña, el cacao, el arroz, y otros cereales” lo cual era considerado por
Eric J. Alfaro-Martínez, Gabriel Madriz-Sojo y Ronald Díaz Bolaños • El Mega-Niño de 1925-1926 y sus repercusiones en... 19
Anita Pinto, Directora General de Estadística, como “en una medida explicable, justa
y lógica”; repuntando únicamente el café con 69,627 hectáreas sembradas (Direc-
ción General de Estadística, 1926, p.6).
Para 1926, tanto Reino Unido como Estados Unidos seguían siendo los princi-
pales socios comerciales de Costa Rica a nivel de importaciones y exportaciones. Se
acentuaba dicho año mayor ujo comercial de importación por el puerto de Puntarenas
y una disminución de mercancías introducidas desde la costa del Caribe, lo cual se
explicaba por una preferencia a los servicios de transporte mercantil del “Ferrocarril
Nacional para las plazas del interior” (Dirección General de Estadística, 1927, p.4).
Durante el año de 1926 se desmejoró sustancialmente el precio de la carne
para consumo tras una reducción de entrada de cabezas de ganado nicaragüenses a
raíz de la Guerra Constitucionalista acarreada en el país vecino (Dirección General
de Estadística, 1927, p.4). Dicho fenómeno político deprimió también el comercio en
la frontera norte de Costa Rica, especícamente en la Aduana del Colorado, aunque
a partir de dicho puesto le fue proveído a Nicaragua suministros de frijoles y papas
(Dirección General de Estadística, 1927, p.5).
Una actividad económica en el que el Mega-Niño tuvo mayor incidencia fue la
minería: Los empleados de las empresas de extracción de oro en Abangares migraron
al Caribe a mediados de mayo de 1926 en busca de empleo, a raíz de la “secuencia de
la intensa sequía [que] ha secado los ríos, imposibilitando los trabajos mineros (…)
Algunas (…) empresas se han visto en la necesidad perentoria de disminuir sus acti-
vidades industriales” (“La industria minera perjudicada con la intensa sequía”, 1926,
p.2). El 1 de julio de 1926, se informa del paro de labores obligada de las empresas aurí-
feras del empresario Minor C. Keith (1848-1929) en las minas de Abangares debido a
“la sequía de los ríos de cuyas aguas se sirve la empresa para el funcionamiento de sus
plantas eléctricas” (“Parece haber desaparecido el peligro de la invasión de la langosta”,
1926, p.1). Esto sería de excesiva preocupación para el Secretario de Hacienda, Tomás
Soley Güell (1875-1943), debido a los impactos económicos que traería el cierre para
el sustento de las familias de la localidad dependientes de la extracción de oro y para
las rentas nacionales. Esta actividad fue uno de los principales rubros de exportación de
la Costa Rica del primer tercio del siglo XX, entraría en decadencia a partir de la crisis
económica del decenio de 1930, que trajo consigo la quiebra de la Abangares Gold
Mining, principal compañía minera de la zona (Botey, 2005, pp.32-33).
También se registraron eventos de sequía en la vertiente del Caribe, especí-
camente en La Suiza de Turrialba: en una comunicación de un corresponsal a su
director noticiero del diario La Tribuna, fechada el 3 de abril de 1926, se informa
que “pasó el mes de marzo y no cayó ni una gota de agua, fenómeno muy raro en
esta zona, pues regularmente hay un temporal que favorece mucho a los agricul-
tores” (“A través de la República”, 1926d, p.6), de modo que tanto los maizales y
bananales se vieron afectados por un bajo régimen de precipitaciones en la loca-
lidad rural. Posteriormente, desde el día 10 de mayo se reportaron lluvias en todo
el país, lo cual abasteció de agua a la cañería puntarenense y a localidades como
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El Pozo (hoy Ciudad Cortés) cuya agricultura estaba diezmada por la prolongada
sequía de 1926 (“¡Agua!”, 1926, p.1).
Ya para el 17 de julio de 1926 se comunica sobre “tiempo lluvioso” en todo
el Pacíco costarricense, sin afección en “derrumbes” que dicultaren el tránsito
ferroviario o en atrasos durante la reconstrucción del puente en la Boca de Barranca
(“Mal tiempo en la Zona Pacíca”, 1926, p.1). La presencia de la estación lluviosa
era vista como un alivio por parte del sector agrario costarricense y de la sociedad
en general, como se expresa en el siguiente reporte, en el que se resalta que un fuerte
calor sentido en la región del Pacíco se aliviaría mediante “un temporal cerrado,
[de] cuatro días (…). El astro rey apenas si asoma por momentos (…) entre las
brumosas sabanas que pueblan el espacio. Las calles (…) están lodosas, y al caminar
por las aceras, se salpican de tierra los trajes” (“Temporal”, 1926, p.1).
En términos demográcos, la ausencia de un censo poblacional por más de
seis lustros impedía contar con un cálculo exacto de la población de 1925, el cual dos
años más tarde gracias al Censo General de 1927, se estimó en 471,524 habitantes
(Ocina Nacional de Censo, 1928, s.p.). Resalta un incremento de la mortalidad
infantil sobre todo causada por el sarampión y la tos ferina en 1925: 814 decesos más
que el año anterior para un total de 6835, lo cual resultaba para Anita Pinto como
“verdaderamente alarmante” (Dirección General de Estadística, 1926, p.5). Ya en
1927, se reportaba que en el año anterior se habría controlado el brote de sarampión
resultando esto en mejores estadísticas de mortalidad infantil debido a “mayores
cuidados médicos”, aunque “la tos ferina continúa arrebatando vidas infantiles”
(Dirección General de Estadística, 1927, p.5).
La enfermedad infecciosa de la tosferina aparecería con una rápida dispersión
en alrededor de 200 niños puntarenenses al decimocuarto día de diciembre de 1925,
como asociada a “la entrada del verano” o concebida por sus habitantes como esta-
cional para la época seca (“Tosferina y trancazo”, 1925, p.4). Estos números coinciden
con problemas sanitarios en la ciudad de Puntarenas que se extenderán hacia mediados
de 1926 relativos al acceso a agua potable, acumulación de desechos, la eciencia de
su cañería y del sistema de cloacas (“Importantes declaraciones”, 1926, p.2).
Finalmente, el 23 de junio de 1926 se reporta en el Diario de Costa Rica
la gran preocupación de ciudadanos capitalinos sobre el avance de “la plaga del
chapulín que está azotando las plantaciones del norte de Honduras [e] hizo grandes
daños en El Salvador y Guatemala, se dirige de Honduras a Nicaragua (…) y dentro
de poco la tendremos en Costa Rica” (“En esta capital hay interesados por conocer
el rumbo que sigue la plaga del chapulín”, 1926, p.6). No en vano, había interés
de información por parte de los productores agrícolas costarricenses en cuanto a
este fenómeno, debido a los estragos producidos previamente en 1915 y 1916 desde
Guanacaste hacia el interior del país (Peraldo, Solano y Quesada, 2011, pp.9-14) y
anteriormente entre 1877 y 1878 con efectos similares sobre los cultivos nacionales
en Guanacaste, Puntarenas y el Valle Central (Díaz, Alfaro y Leitón, 2019). Justa-
mente en los años de 1877 y 1878 se presenta un Mega-Niño, cuyas condiciones
Eric J. Alfaro-Martínez, Gabriel Madriz-Sojo y Ronald Díaz Bolaños • El Mega-Niño de 1925-1926 y sus repercusiones en... 21
secas, de altas temperaturas, irregularidad en las precipitaciones y vientos fuertes
(todas similares al Mega Niño de 1925-1926) (Díaz y Alfaro, 2016), que se han
vinculado con períodos de cópula, ovipostura y gregarización de la langosta centro-
americana (Schistocerca piceifrons piceifrons) en el Pacíco Norte costarricense que
se incluyen dentro del Corredor Seco Centroamericano y en Mesoamérica (Retana,
2000; Amador y Muñoz, 2015; Díaz, Alfaro y Leitón, 2019).
Con el Mega-Niño de 1925-1926 y sus efectos climáticos patentes hacia nales
de junio e inicios de julio de 1926 se presenta una nueva incursión del insecto. El 23
de junio de ese último año, las autoridades de La Cruz conrman a la Secretaría de
Fomento la aproximación de la plaga hacia la frontera, debido a que en Rivas (Nica-
ragua) se reportaba su avance (“La invasión de la plaga de Langosta”, 1926, p.1).
El 25 de junio de 1926 se dio el primer reporte de la aparición de langostas en
la provincia de Guanacaste (“Preocupaciones por el aparecimiento de la langosta”,
1926, p.2). Lo cual se conrma en el poblado de La Cruz con “numerosas nubes”
entrando y “gentes muy alarmadas” (“Por La Cruz están entrando numerosas nubes
de langosta”, 1926, p.1).
El 4 de julio el entonces distrito de Villareal de Santa Cruz (cantón de mayor
importancia agrícola de Guanacaste debido a su producción arrocera) sería afectado
por la plaga, siendo este un “caso que no ha de tener mayor gravedad” (“La langosta
invade el cantón de Santa Cruz”, 1926, p.6).
El 7 de julio un corresponsal anónimo del diario La Nueva Prensa realizó una
cobertura luego del paso del chapulín por La Cruz, relatando los impactos sobre los
sembradíos, la ausencia de vientos y precipitaciones en la zona, además de las carac-
terísticas especícas del acrídido observado:
“hemos dado frecuentes paseos por los alrededores de la Cruz y hemos podido
apreciar cómo se encuentra el suelo de los llanos y los arbolitos cubiertos de
tal modo por el destructor insecto (…). En esta emergencia ni el viento ni la
lluvia ha venido en nuestro auxilio. Cuentan que las lluvias los maltratan de
tal suerte que mueren mucho y el viento fuerte (…) pudo aventarlo al Golfo
de Papagayo. En lo tocante a los daños que ha causado, se sabe que no es
gran cosa, algunas milpas y frijolares. Varias nubes han caído en diferentes
potreros, pero el daño que ha ocasionado es muy poco. Parece que los chapu-
lines que han llegado están todavía jóvenes; su tamaño es de seis centímetros
pero los que conocen el insecto desarrollado (…) nos dice que está en vías de
crecimiento (…)”. (“Frontera norte”, 1926, p.3).
El mismo reportaje hizo un recuento de los centros urbanos nicaragüenses más
próximos afectados por la plaga previo a su introducción en Costa Rica: Chinandega,
Managua, Rivas, San Juan del Sur y El Ostional. Ya en el territorio costarricense
hubo afección en la localidad de Conventillos y Quebrada de Agua de La Cruz con
reportes adicionales de que más al norte, para el 7 de julio “por la vía de Cárdenas
[ruta fronteriza nicaragüense paralela al Lago Cocibolca] también viene invadiendo
la Langosta” (“Frontera norte”, 1926, p.3).
Diálogos Revista Electrónica de Historia, 23(1): 1-39. Enero-junio, 2022. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica22
El 18 de julio todavía la amenaza del acrídido no había desaparecido en La
Cruz, ya que en distintas huertas y potreros de haciendas “maizales y frijolares han
sido totalmente comidos y sólo han logrado salvar algo los que por sembrar temprano
tenían bien crecidos sus siembros” (“La langosta ha hecho muchos daños en la Zona
Norte del país”, 1926, p.4). Los vientos que habrían hecho expulsar hacia el océano
a inicios de mes la primera nube de insectos que entró por Conventillos, fueron insu-
cientes para detener “la manga más formidable (…) que entró por Peña[s] Blan-
ca[s]” y arrasó cultivos en la hacienda Valle de Bremond, San Dimas, Santa María,
Caña de Castilla, Las Pavas, Copalchí (particularmente sus arrozales), entre otras
(“La langosta ha hecho muchos daños en la Zona Norte del país”, 1926, p.4).
Para entonces, si bien las autoridades dieron seguimiento a los avances del
insecto, el administrador de la primera hacienda mencionada, de apellido Morice,
aseveraría que “aquí no se ha hecho nada por atacar a los invasores (…). Si se espera
atacarlo en Liberia tendrán dos costos (…) esperarlos y esperar que lleguen los que aquí
nazcan” (“La langosta ha hecho muchos daños en la Zona Norte del país”, 1926, p.4).
Según este mismo las especies estarían entrando para dichas fechas en una fase de
apareamiento y reproducción en La Cruz. Lo cierto es que, desde esta fecha, los
periódicos nacionales no hicieron mención alguna para el resto del mes de julio y
agosto sobre más estragos ocasionados por las langostas en el país. Contrario a la
opinión de Morice, como se verá en el siguiente apartado, las autoridades civiles
reaccionaron ante el arribo de las langostas a territorio costarricense, como parte de
las respuestas proporcionadas hacia la atención de los impactos del Mega-Niño.
RESPUESTAS DEL ESTADO Y LA INSTITUCIONALIDAD
CIENTÍFICA PARA LA ATENCIÓN DE LOS
IMPACTOS DEL MEGA-NIÑO
El Mega-Niño de 1925-1926 coincidió con la mitad del período constitu-
cional de Ricardo Jiménez Oreamuano (1859-1945), quien gobernó Costa Rica por
segunda ocasión entre 1924 y 1928. La segunda administración Jiménez efectuó
una reducción del gasto militar, policial y en el sector educativo, aumentó los
recursos para las obras públicas, motivado por la electricación del Ferrocarril
al Pacíco. Debido a los acuerdos entre el gobernante Partido Republicano y el
Partido Reformista - que permitieron el acceso de Jiménez al poder - se crista-
lizó la promulgación de una legislación social que incluyó la apertura del Banco
Nacional de Seguros (actual Instituto Nacional de Seguros), la Ley de Accidentes
de Trabajo y la conformación de la Secretaría de Salubridad Pública y Protección
Social (actual Ministerio de Salud Pública). Además, se efectuó una reforma elec-
toral que introdujo el voto secreto en 1925 (Botey, 2005, pp.96-97; Molina, 2007,
pp. 49-51; 2008, pp. 12, 38; Molina y González, 2015, pp.176-177).
Eric J. Alfaro-Martínez, Gabriel Madriz-Sojo y Ronald Díaz Bolaños • El Mega-Niño de 1925-1926 y sus repercusiones en... 23
El presidente Ricardo Jiménez, a través de un informe de un ingeniero de
apellido Sprung, tuvo conocimiento del impacto provocado por el fuerte oleaje
en La Angostura y se detalla “la forma rápida en que el mar va estrechando, por
absorción de las arenas, la faja de tierra donde se encuentra situada la ciudad de
Puntarenas” (“Un peligro que amenaza a la ciudad de Puntarenas”, 1926, p.1). Con
preocupación, el mandatario ordenaría mayores estudios, pues el problema estaba
afectando “con mayor evidencia en ambos extremos de la península [sic]” (“Un
peligro que amenaza a la ciudad de Puntarenas”, 1926, p.1).
No obstante, pese a los impactos provocados por la sequía y otros efectos del
Mega-Niño en varias localidades, el gobernante miraba con optimismo el bienestar
de la economía costarricense en los siguientes términos:
“Las naves que han arribado a nuestros puertos jamás llevaron de nuestro suelo
tanta riqueza. En buena parte se debe ésta a las extraordinarias cotizaciones alcan-
zadas, en los mercados extranjeros, por el café y el cacao, el cual ocupa ahora el
tercer puesto en la lista de productos exportados” (Meléndez, 1985, p. 180).
Al referirse a la situación general del país, opacada por la tragedia del Virilla,
Jiménez en su mensaje al Congreso el 1 de mayo de 1926 puntualizó:
“Fuera de esta calamidad, ninguna otra nos ha azotado. En conjunto, las cose-
chas han sido buenas, remuneradores los precios y prósperos los negocios.
Cotejando nuestro comercio exterior con el de otros países se aprecia mejor
la bonanza económica de que disfrutó el país durante el año de 1925. Nuestro
comercio internacional alcanzó a la suma de 120.948,158.00, lo que repre-
senta un esfuerzo de $58.06, por cada habitante” (Meléndez, 1985, p. 163).
Con anterioridad, el 20 de enero de 1926 circulaba información de reportes
procedentes de “muchas poblaciones de la República respecto a la escasez de agua
potable”, por parte de la Secretaría de Fomento, respondiendo que “las condiciones
meteorológicas han sufrido notables alteraciones en ciertas zonas” y que “estas son
por ahora de carácter local, pero se generalizarán si no se toman medidas en sentido
de defender los bosques contra (…) el hacha del leñador y la explotación comercial
del negociante de maderas” (“Las leyes de conservación”, 1926, p.2), por lo que era
necesario tomar medida para conservar los recursos forestales ante las afectaciones
de un fenómeno cuyo impacto fue percibido en una escala local.
Diversos incendios se estuvieron propagando en la vertiente pacíca costarri-
cense en los primeros días del mes de abril con efectos no sólo sobre la salud pública,
sino también relativos a la industria maderera. De acuerdo con el reportero Emel
Jiménez: “ha inuido hasta la climatología del país, elevando en varios grados la tempe-
ratura y produciendo una atmósfera sobrecargada de humo” (Jiménez, 1926b, p.2.).
La legislación antiincendios vigente en 1926 no era suciente para detener los sinies-
tros, debido a que estos no eran concebidos todos como provocados por agricultores,
sino que la ubicación geográca de la emergencia era identicada entonces como
Diálogos Revista Electrónica de Historia, 23(1): 1-39. Enero-junio, 2022. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica24
de bajas precipitaciones. Si “el Pacíco fuera el Atlántico las lluvias continuas no
permitirían la acción de ningún [Juan] Santamaría satánico” (Jiménez, 1926b, p.2.).
La Municipalidad de Puntarenas, ante la carencia de agua en este cantón, en
su sesión 57° del 28 de abril de 1925 estableció algunas medidas provisionales de
racionamiento como denegar nuevos permisos de nqueros para sacar pajas de agua
del tubo madre, y reducir las conexiones a este en un octavo y condicionar a aserra-
deros que consumen “excesiva cantidad de agua” a usar el servicio de cañería sólo
si empleaban medidores (“Municipalidad de Puntarenas”, 1925, p.4). Aunque este
fenómeno afectaba recurrentemente al cantón, la falta del recurso no se vislumbró
como grave. Así, justamente un mes más adelante, pese a la “escasez de agua”, el
Comandante de Policía de Puntarenas mediante sus subalternos ordenó el riego del
parque para que prosperaran las plantas (“El parquero”, 1925, p.4).
El 22 de marzo de 1926, se informa sobre la inspección de Humberto Gómez,
enviado por la Subsecretaría de Higiene y Salud de la República a Puntarenas,
producto de un repunte en casos de veraneantes capitalinos con enfermedades infec-
ciosas como la disentería y tifoidea. Según el enviado, la peste estaría relacionada,
entre otros factores, al problema sanitario que constituía el insuciente caudal de agua
en el sistema de cloacas de la ciudad, por lo que este exhortó a las autoridades muni-
cipales atender la disponibilidad del recurso (“Importantes declaraciones”, 1926, p.2).
Ante la inminente penetración de la plaga de langostas en el noroccidente del
país, el jerarca de la cartera de Fomento, Carlos Volio Tinoco (1858-1946), solicitó
respuestas de carácter urgente al Departamento de Agricultura para contrarrestarla
con medidas preventivas. Con denotado pesimismo expresó:
“El caso es grave y la situación muy delicada; la invasión de la plaga causará
graves perjuicios (…). Maizales, frijolares, cañaverales, etc. todo está tierno
y verde, y de ellos hará pasto la maldita langosta (…). Las «manchas» de
chapulines que se dejan venir sobre la frontera [n]orte, son extensas, enormes.
Vana empresa sería detenerlas allí, donde no existen facilidades, ni elementos
para ello (…) la guerra se la haremos cuando esté adentro” (“La invasión de
la plaga de Langosta”, 1926, p.1).
Al día siguiente, el Departamento de Agricultura solicita al Gobernador
Esquivel de Guanacaste formar una Junta de Defensa y acuerda la consulta con
“agrónomos nacionales” y al “Departamento de Agricultura Norteamericano para
proceder en el caso de manera cientíca”, a la vez que vaticinó poca afección agrí-
cola en Guanacaste “por estar salvada la cosecha de maíz que se está colectando”
(“Primeras medidas para defender al país de la plaga de langosta”, 1926, p.1). Opinión
distinta la tendría un comerciante de Santa Cruz, don Joaquín Gil, quien consideraba
que, aunque dicha cosecha de maizales sería tan abundante como la de 1924, “en
muchas zonas ese cultivo está apenas en desarrollo, así como el de los frijoles; el
arroz está apenas nacido, de manera que la plaga de langosta sería para la agricultura
guanacasteca de terribles consecuencias (…). Nos dejaría en la miseria” (“La plaga
de langosta sería un desastre para Guanacaste”, 1926, p.3). Como se reejaba en
Eric J. Alfaro-Martínez, Gabriel Madriz-Sojo y Ronald Díaz Bolaños • El Mega-Niño de 1925-1926 y sus repercusiones en... 25
los datos de la Dirección General de Estadística (1925, pp.26-27; 1926, pp.25-26;
1928, pp.41-42), Guanacaste en estos años fungía como la principal zona productora
de granos básicos (arroz, maíz y frijoles), de forma que los eventuales daños de los
chapulines en la provincia implicaban una afección al consumo interno del país.
El 26 de junio, los sucesos relativos a la entrada del acrídido se publicaron en
la primera plana del diario nacional La Tribuna. Entre ellos, resalta la exitosa orga-
nización de vecinos en la frontera norte para eliminar la primera ola de mangas de
langostas hasta que “las siguientes fueron tan enormes que batieron las actividades
de sus perseguidores y atacantes, por lo que se desistió de aquel inútil empeño”
(“La langosta invadió el territorio costarricense”, 1926, p.1). El jefe del Departa-
mento de Agricultura, Carlos Collado Quirós (1889-1982) respondió ante esto que
“todo empeño en el sentido de combatir la plaga tratando de destruir la langosta es
trabajo de más y los fondos que se emplearen en ello serían sin resultado satisfac-
torio” (“La langosta invadió el territorio costarricense”, 1926, p.1). Este se justicaría
insistiendo en que dividir y diseminar la plaga hacía más difícil localizar los parajes
donde colocan sus huevos, por lo que instaba a la población a seguir “la ciencia [que]
aconseja dejar tranquila la langosta y combatir la cría” como instrucciones de la
misma Junta de Defensa. El presidente de la República, Ricardo Jiménez Oreamuno,
apoyó las medidas por tratarse de “procedimientos cientícos” (“La langosta invadió
el territorio costarricense”, 1926, p.1).
La propia sección editorial del Diario de Costa Rica ese día exhortó:
“necesario enviar a la frontera norte, porque ese es el sitio donde debe combatirse
la plaga, a una persona que no sepa sólo lo que va a hacer, sino que tenga un
verdadero sentido de orden y de organización, a n de que pueda dirigir metó-
dicamente la campaña de exterminio” (“La amenaza de la langosta”, 1926, p.4).
Así lo hizo justamente el ingeniero agrónomo y director del Departamento
de Agricultura, Carlos Collado, por orden de la Secretaría de Fomento del 1 de
julio de 1926 (“El chapulín hace estragos en Santa Rosa”, 1926, p.1). Sin embargo,
retrasaron su presencia en Guanacaste nuevos reportes sobre el comportamiento de
la plaga en la provincia ese mismo día (“Parece haber desaparecido el peligro de la
invasión de la langosta, 1926, p.1).
El 27 de junio la Secretaría de Hacienda presentó un proyecto al Congreso
para “ampliar el Presupuesto [Nacional] en ¢15.000 para combatir la langosta”.
(“Los diputados irán hoy a Barranca”, 1926, p.5). Este se aprobó mediante el decreto
N°32, y se le adjudicó a la Secretaría de Fomento, ejecutándose al día siguiente
(República de Costa Rica, 1926, pp.9-10). A su vez, la Secretaría de Salud Pública
dispuso “llevar al Hospital San Juan de Dios, todas las langostas vivas por esos
andurriales. Se requieren para inventar un suero contra las langostas” (“Lo que oye
un reporter”, 1926, p.3). De modo que, tanto las autoridades nacionales proyectaban
una larga incursión de langostas en el país, como fueron necesarios los esfuerzos de
distintas carteras para hacerle frente a la emergencia nacional.
Diálogos Revista Electrónica de Historia, 23(1): 1-39. Enero-junio, 2022. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica26
El 1 de julio, los chapulines dañaron ncas con “maizales y otras plantaciones”
en Santa Rosa. (“El chapulín hace estragos en Santa Rosa”, 1926, p.1). No obstante,
se informó en la primera plana del periódico nacional La Tribuna que:
“Últimas informaciones recibidas del Guanacaste dicen haber desaparecido el
peligro de la invasión de langosta, por una circunstancia que resulta para el
país una bendición del cielo: cuando la plaga, en gigantescas olas, avanzaba
sobre la frontera destruyendo cultivos que al paso encontraba, fuertes vientos
[hacia el] noroeste encargáronse —gracias a Dios de devolver mangas de
los devastadores insectos, hasta arrojarlas sobre el océano Pacíco”. (“Parece
haber desaparecido el peligro de la invasión de la langosta, 1926, p.1).
El anterior reporte provenía de La Cruz, donde las langostas “fueron cil-
mente combatidas por el vecindario; de ellas no quedó el menor rastro”, no
obstante, aún en Nicaragua subsistían con peligro latente para Costa Rica (“Parece
haber desaparecido el peligro de la invasión de la langosta, 1926, p.1). Destacaron
los fuertes vientos como protagonistas de la dispersión de la plaga en la parte más
septentrional del Pacíco Norte costarricense, cuestión que detendría el convoy del
Departamento de Agricultura:
“Los vendavales en aquellas latitudes son fuertes y constantes y han constituido
en este caso, nuestra gran fuerza natural de defensa” (“Parece haber desapare-
cido el peligro de la invasión de la langosta, 1926, p.1).
Al día siguiente, se relata de la aparición del insecto en la nca “Santa Rosa”
con rumbo a Liberia, explicándose que su entrada al país sucedió también muy al
oeste de La Cruz, localidad donde ya había sido controlada la plaga y fue impercep-
tible otra penetración de ésta. En palabras del Secretario de Fomento Volio Tinoco:
“Cuando suponíamos que desaparecido el peligro de la langosta (…) ésta
parece de improvisto en Santa Rosa y en las cercanías de la ciudad de Liberia.
Las mangas de langosta hasta ahora localizadas, no deben ser imponentes,
puesto que los telegramas que he recibido (…) no acusan alarma” (“La plaga
de la langosta, a las puertas de la ciudad de Liberia”, 1926, p.4).
A partir de ello el mismo 2 de julio, Collado partió para Guanacaste a liderar
la campaña de defensa contra el chapulín, para la cual “se han pedido sustancias
venenosas [y] se usará otro sistema para exterminarl[o]: la de las zanjas” (“El
Chapulín en Santa Rosa”, 1926, p.4).
En cuanto al plano cientíco, el Instituto Físico-Geográco Nacional había sido
reconstituido debido al impacto ocasionado por el terremoto de Orotina que tuvo lugar
el 4 de marzo de 1924; su dirección fue encomendada por el gobierno de Ricardo
Jiménez al geólogo alemán Karl Sapper (1866-1945), quien se encontraba en Costa
Rica y se desligó de ella debido a sus labores cientícas en tierras centroamericanas.
En su lugar, la dirección de la entidad fue asumida por el Prof. Miguel Obregón Lizano
(1861-1935), cargo en el que se mantuvo hasta poco antes de su fallecimiento.
Eric J. Alfaro-Martínez, Gabriel Madriz-Sojo y Ronald Díaz Bolaños • El Mega-Niño de 1925-1926 y sus repercusiones en... 27
Bajo la dirección del Prof. Obregón, el Instituto Físico-Geográco Nacional
continuó con su labor de recopilar un registro de observaciones meteorológicas
y sismológicas en el territorio costarricense, por lo que contó con tres secciones:
Meteorológica, Sismológica y Geográca, la primera estaba al mando de Rafael
Tristán Fernández (1882-1969), labor que ya había desempeñado cuando este
Instituto estaba integrado en el Museo Nacional. No obstante, las investigaciones
en el campo meteorológico se vieron limitadas por la poca inversión de parte del
Estado para nanciar la remodelación del edicio que ocupaba desde su fundación
y la adquisición de un instrumental más moderno que permitiera un conocimiento
más pormenorizado de la atmósfera en la capital y en otras zonas del país (Díaz,
2003, pp. 213-214; 2013, pp.251-253).
A continuación, en la Tabla 1, se precisa la partida presupuestaria anual
otorgada al Instituto Físico-Geográco entre 1924 y 1926. Para el año 1925 se
mantuvo el rubro total anterior de 1924, pero en el año siguiente el Congreso
Constitucional de Costa Rica recortó a la mitad la asignación para exploraciones
geográcas, limitando así la generación del conocimiento cientíco desarrollado
por la entidad en los dos años anteriores.
TABLA 1
Presupuesto asignado al Instituto Físico-Geográco Nacional por
El Congreso Constitucional de Costa Rica (1924-1926)
CONTENIDO PRESUPUESTARIO DE LA
CARTERA DE INSTRUCCIÓN PÚBLICA
1924 1925 1926
Director y Jefe de la Sección Geográca ₡500 ₡500 ₡500
Jefe de la Sección Meteorológica y encargado de la hora ocial 100 100 100
Jefe de la Sección Sismológica 100 100 100
Auxiliar de ambas secciones y Secretario 100 100 100
Portero 75 75 75
Para dibujos cartográcos, conservación de material, etc. 100 100 100
Subtotal ₡975 ₡975 ₡975
Asignación para exploraciones geográcas 2000 2000 ₡1000
Total ₡2975 ₡2975 ₡1975
Fuente: República de Costa Rica (1925, p.809; 1926, p.610; 1927, p.329).
Diálogos Revista Electrónica de Historia, 23(1): 1-39. Enero-junio, 2022. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica28
La Sección Meteorológica del Instituto Físico-Geográco Nacional contaba
con el Observatorio Nacional en la ciudad de San José y la red pluviométrica que
empezó a constituirse al nalizar el siglo XIX y se expandió gracias al aporte
económico de la UFCO, que dispuso personal para que las estaciones situadas en la
vertiente del Caribe se mantuvieron funcionando (Eakin, 1999, pp.134-143; Díaz,
2003, pp.210-212, 283-286).
La presencia de estaciones pluviométricas en la antigua comarca de Limón
se asocia al proceso de construcción del Ferrocarril al Atlántico (1870-1890) y al
desarrollo del enclave bananero dirigido por la UFCO. De ahí que se instalaron esta-
ciones en la ciudad portuaria de Limón, que era el principal puerto de Costa Rica en
el Mar Caribe y tenía excelentes conexiones con Nueva Orleáns (Estados Unidos),
a donde se transportaba principalmente el banano producido en el país. En el caso
de Zent, esta localidad, además de ser la sede de la Superintendencia de la División
de la UFCO del mismo nombre, albergó un laboratorio de investigaciones agrícolas
especializado en el estudio de las enfermedades y las variedades del banano, que
operó bajo criterios de condencialidad en la década de 1920 (Viales y Clare, 2009,
pp.107-108; Díaz, Solano y Amador, 2017, pp.11-25).
A mediados de 1926, Obregón se rerió a algunas condiciones meteorológicas
atípicas observadas en Costa Rica durante los primeros meses de ese año, entre ellas,
la escasez de lluvias y las anormalidades en la temperatura, que a la postre habrían
perjudicado “a ciertos ramos de la agricultura”. Aunque ambas se vinculan con el
fenómeno del Mega-Niño de 1925-1926 (Díaz y Alfaro, 2016), el conocimiento
cientíco de la época lo llevó a explicar que: “esas anormalidades, son generales en
el mundo y se deben a los efectos de las manchas solares, fenómenos menos regulari-
zadores de las situaciones atmosféricas” (“Impresiones del director del Observatorio
Meteorológico sobre el estado del tiempo”, 1926, p.4).
La circulación de observaciones cientícas y particularmente de “anoma-
lías” físicas de la Tierra, eran parte también de la cultura mediática de la época.
De esta forma, en junio de 1925 se vaticinaban “grandes cataclismos para el año
1926”, derivados de las teorías sismológicas del relojero y estudioso italiano
Raffaele Bendandi (1893-1979) (“Terribles predicciones”, 1925, p.2). Asimismo,
en enero de 1926 se publicita que:
“estudios hechos por geólogos de (…) los Estados Unidos (…) tienen ya reali-
zados los cálculos sobre la potencialidad de calor que se desarrollará en el
próximo mes de Marzo.
Las insolaciones provenientes de la alta temperatura acarrearán muchas pestes
sobre todo en los países tropicales (…). En el verano pasado en solo la ciudad de
New York murieron por asccia [sic] nada menos que 1742 personas. Hasta la
hora no se ha contado ni una sola víctima en la América tropical desde que se tiene
memoria, pues jamás aun en los meses de más calor no han dejado de soplar brisas
vivicantes que han hecho la temperatura tropical una verdadera delicia (…)
Se ha notado en los últimos treinta años que la regularidad del tiempo viene expe-
rimentando una anomalía que no está prevista en ningún cálculo cosmogónico
Eric J. Alfaro-Martínez, Gabriel Madriz-Sojo y Ronald Díaz Bolaños • El Mega-Niño de 1925-1926 y sus repercusiones en... 29
ni solar (…). La primera anomalía fue descubierta en el observatorio del Monte
Wilson, lugar donde está instalado el ojo más gigantesco y poderoso de los
mayores observatorios del mundo (…)
En los cálculos anotados es que se ha perdido la verdadera centralización calo-
ríca que poco a poco ha ido desarrollándose en el actual sistema planetario”
(“Debemos ser piedra”, 1926, p.4).
Aunque las conjeturas de Obregón hayan sido superadas por los conocimientos
meteorológicos actuales, sus observaciones pudieron identicar cómo dichas condi-
ciones fueron más localizadas:
“cierto que este año ha habido escasez de lluvias en Costa Rica pero, dichosa-
mente, los primeros aguaceros cayeron tan a tiempo y tan oportunamente que
pudo salvarse la cosecha del café; las fuertes sequías se han acentuado en todo
el litoral del Pacíco y de preferencia en la provincia del Guanacaste, situación
que ha debido perjudicar en esas latitudes las cosechas de frutos menores,
pero no creo que en la desconsoladora proporción que se anuncia por allí”
(“Impresiones del director del Observatorio Meteorológico”, 1926, p.4).
Esta opinión coincide con los datos de la Dirección General de Estadística
(1925, pp.26-27; 1926, pp.25-26; 1928, pp.41-42) en los que se observa cómo el
área sembrada de arroz, caña dulce y frijoles en Guanacaste, entre 1925 y 1926,
experimentó una reducción si se le compara con datos absolutos de 1924. Además,
el propio maíz tuvo menos hectáreas sembradas en 1925 que en 1924, aunque estas
se recuperaron en 1926.
CONCLUSIONES
En su mensaje al Congreso el 1 de mayo de 1927, el presidente Ricardo
Jiménez expuso la situación económica del país de la siguiente forma:
“No pretendo que la actual prosperidad económica sea sólo consecuencia de la
gestión scal. Los principales factores del fenómeno son la generosidad de la
Naturaleza, que con mano larga ha dado el premio de sus cosechas, la consa-
gración del pueblo a las faenas del trabajo, la paz política que disfrutamos, y las
bonísimas ventas en el exterior del café y el cacao. Pero a todas esas causas hay
que agregar también el inujo de las grandes operaciones nancieras realizadas
por el Estado, en París y en Nueva York” (Meléndez, 1985, p. 181).
El mandatario reconoció la aparente bondad ejercida por la naturaleza hacia
Costa Rica meses después de que el Mega-Niño iniciado en 1925 y concluido en
1926, hiciera sentir sus efectos en el territorio nacional. Si se comparan los impactos
sufridos en Costa Rica con respecto a los de otras latitudes, especialmente los ocasio-
nados por este fenómeno en la costa pacíca sudamericana, se evidencia el carácter
menor de los mismos y su afectación a una escala local.
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El Mega-Niño de este período presenta impactos principalmente en la
vertiente pacíca de Costa Rica en el año 1925 y 1926, tales que condicionaron
tanto las actividades cotidianas de diversos poblados como las respuestas de las
autoridades político-administrativas locales y nacionales ante los problemas rela-
cionados con las anomalías meteorológicas.
En primera instancia, la sequía generalizada se concentra en la zona del Pací-
co Central y la provincia de Guanacaste donde se enumeran afecciones en la calidad
y cantidad de cosechas de granos básicos (principalmente del maíz), así como en la
disponibilidad del agua potable. El problema de la carestía de agua es recurrente en los
dos años mencionados inclusive en los meses más lluviosos, tanto en el Valle Central,
pero principalmente en la vertiente del Pacíco. El mismo agravó el estado de salu-
bridad de las comunidades, la dispersión de enfermedades infecciosas y la poca circu-
lación del recurso en los sistemas de tubería, cañería y cloacas. De igual forma, el
limitado caudal de los ríos afectó la eciencia de plantas hidroeléctricas y, por tanto,
el servicio de alumbrado en Esparta y Puntarenas durante los meses más secos. La
intervención en pozos, arreglo de cañerías, búsqueda de nuevas fuentes de agua y de
ríos para la colocación de dichas plantas de energía estuvieron a cargo de las munici-
palidades, de las cuales destacan principalmente las de las dos localidades anteriores.
Esto concuerda con los registros de precipitación analizadas, ya que se observó
que el Pacíco costarricense mostró condiciones decitarias de lluvia desde abril de
1925 hasta agosto de 1926, sin embargo, el veranillo de 1925 mostró anomalías
positivas. También se manifestaron precipitaciones copiosas, irregulares y de corta
duración en la estación seca de 1926; y otras tardías propias de la estación lluviosa a
mediados de ese año, debido a la prolongación de un período de sequía experimen-
tado en el Pacíco y en menor medida en el Valle Central.
Por su parte, el año de 1925 inició con condiciones decitarias de precipi-
tación en la vertiente del Caribe, sin embargo, de abril a setiembre se registraron
anomalías positivas. Desde setiembre de ese año a setiembre de 1926, el Caribe
costarricense experimentó condiciones de anomalías negativas de precipitación.
Adicionalmente, las estaciones pluviométricas ubicadas en el territorio panameño
presentaron una alta variabilidad espacial. En términos generales, se observó una
predominancia de anomalías negativas durante el año 1925 e inicios de 1926, así
como anomalías positivas de abril a agosto de 1926.
El calor y las altas temperaturas incidieron en el ujo del turismo hacia la ciudad
de Puntarenas y otras localidades del Pacíco Central, interrumpido únicamente
durante las dos semanas posteriores a la catástrofe ferroviaria del Virilla, en la tempo-
rada veraniega de 1926 que se extiende con disponibilidad de comercios, balnearios y
hotelería inclusive a mediados de ese año. Aunque también dichas circunstancias supe-
ditaron a los costarricenses a sensaciones de sofocación en las capitales de las cuatro
provincias del Valle Central, pero principalmente en Puntarenas, donde se experimen-
taron valores extremos de temperatura en enero y marzo de 1926. Esto concuerda con
los registros analizados de la temperatura supercial del mar y del aire, ya que hubo
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condiciones cálidas dominantes desde abril de 1925 hasta agosto de 1926, en las aguas
del Pacíco centroamericano, siendo el mes de enero de 1926, el más cálido. Este
comportamiento fue muy similar al observado en la temperatura supercial del aire en
la estación meteorológica de San José, Costa Rica, la cual presentó anomalías positivas
desde marzo de 1925 a noviembre de 1926.
Los fuertes vientos y el oleaje alto fueron recurrentes en el período estu-
diado, con efectos sobre la navegación de cabotaje (naufragios) y daños sobre las
infraestructuras costeras en el litoral pacíco. Destaca en este particular el lavado
del estero en La Angostura de Puntarenas. Los vendavales al interior del territorio
dañaron varias estructuras físicas y dispersaron incendios tanto forestales como
urbanos. Estos se concentraron en el Pacíco Norte, no obstante, se dieron reportes
de vientos que afectaron comunidades vallecentralinas. Sobre la región del sur
de América Central, estos impactos son acordes al comportamiento observado de
la magnitud del viento en la estación de Balboa Heights, Panamá, que presentó
anomalías positivas durante prácticamente todo el periodo 1925-1926, observán-
dose su máximo en los primeros meses de 1926.
El impacto de la plaga de langostas tuvo efectos sobre ncas cultivadas de
hacendarios en Liberia, Santa Cruz, Santa Rosa, pero principalmente La Cruz y la
zona fronteriza con Nicaragua, durante tres semanas a mediados de 1926. El mismo
fue dispersado parcialmente por los fuertes vientos recurrentes en la zona, así como
por los esfuerzos de exterminio comunal y no ingresó al Valle Central como sí
sucedió en 1915 y 1916. Este fue el único efecto del Mega-Niño que tuvo una
respuesta nacional y un presupuesto para su gestión, aunado a los incendios fores-
tales que fueron tramitados por la Secretaría de Fomento.
Finalmente, en cuanto a las actividades productivas dedicadas al mercado
externo, uno de los efectos de mayor impacto fue la detención de la extracción aurí-
fera en Abangares a razón de la sequía, condicionando a familias dependientes a
la migración económica, pocos años antes del declive del ciclo minero que experi-
mentó el país desde nales del siglo XIX. Efectos similares no pudieron constatarse
en la producción cafetalera, bananera y cacaotera del período analizado, no obstante
se presentaron afectaciones en los cultivos dedicados al abastecimiento del mercado
nacional, entre ellos granos básicos y frutales.
AGRADECIMIENTOS
Se agradece el apoyo de los siguientes proyectos inscritos en la Vicerrectoría
de Investigación de la Universidad de Costa Rica: B9-454 (VI-Grupos), EC-497
(FEES-CONARE), C0-610 (Fondo de Estímulo), A4-906 (PESCTMA-CIGEFI),
C0-404 (PNUD), C0-074, A1-715, B0-810 y A5-037. Al Centro de Investigación
Geofísicas (CIGEFI) de la Universidad de Costa Rica (UCR) por su apoyo logístico
durante la recopilación y análisis de datos y a los geógrafos Paula M. Pérez Briceño
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y Andrés Cornejo por la elaboración de los mapas incluidos en este artículo. EA
agradece a la Escuela de Física de la UCR por brindar el tiempo de investigación
para desarrollar este estudio. RD agradece a Erick Pineda su ayuda en la ubicación
de Balboa Heights en Panamá.
NOTAS
1 “Se reere a un acercamiento de tipo puramente mental en el que las percepciones, las ideo-
logías, la ética, las leyes y los mitos forman parte del diálogo de un individuo o grupo con la
naturaleza” (Worster, 2008, p.42).
2 La catástrofe del Virilla fue un accidente ferroviario suscitado en el puente del río del que toma
su nombre, entre Santo Domingo de Heredia y San Juan de Tibás, que provocó 248 fallecidos
y 93 heridos, quienes se dirigían hacia la ciudad de Cartago con ocasión de un acto religioso el
14 de marzo de 1926 (Molina, 2008, p.38).
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Un fenómeno curioso. (1926, agosto, 19). El Viajero, p.1.
Un fuerte ciclón ocasiona el naufragio de dos bongos en la Bahía de Puntarenas. (1926, marzo 4).
La Tribuna, p.1.
Un peligro que amenaza a la ciudad de Puntarenas. (1926, mayo 16). La Tribuna, p.1.
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