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Centro de Investigaciones Históricas de América Central. Universidad de Costa Rica
Enero-junio 2022
23.1
ISSN: 1409-469X
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
1Diálogos Revista Electrónica de Historia, 23(1): 1-12. Enero-junio, 2022. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica
DOI 10.15517/dre.v23i1.48137
AMIGOS EN LAS ALTURAS: JOSÉ FIGUERES,
ESTADOS UNIDOS Y LA CONSTRUCCIÓN DE
LA COSTA RICA DE LA POSGUERRA
Resumen
El ascenso a la presidencia de Costa Rica de José Figueres en 1953, las actividades
de sus enemigos en Nicaragua para darle un golpe de Estado y sus enfrentamientos
con Somoza son hechos bien conocidos. En cambio, se conoce menos el papel de
ciertos políticos en los Estados Unidos -especialmente “demócratas liberales”- en
el sostenimiento y ayuda al gobierno de Figueres en contra de posibles actores
hostiles en los Estados Unidos y en la región latinoamericana, así como dentro de
Costa Rica. Este artículo se concentra en el papel de amigo de Figueres que tuvo
el inuyente economista del New Deal y Secretario de Estado para los asuntos
latinoamericanos: Adolf Berle.
Palabras clave: Costa Rica; Estados Unidos; Posguerra; Crisis; Socialdemocracia
FRIENDS IN HIGH PLACES: THE U.S.
CONTRIBUTION TO COSTA RICA STATE-BUILDING
IN THE FIGUERES YEARS
Abstract
José Figueres’s rise to power as president in Costa Rica in 1953, his enemies activities
in Nicaragua to overthrow him, and his confrontation with Anastasio Somoza are well
known facts. Less well-known, perhaps, is the role of certain U.S. actors -especially “liberal
Democrats”- who helped protect the Figueres regime from would-be hostile actors in
the U.S. and elsewhere in the region as well as within the country itself. In this paper, I
concentrate on the role of inuential New Deal economist and former secretary of state for
Latin American Affairs Adolf Berle.
Keywords: Costa Rica; United States; Postwar; Crisis; Social-Democracy
Fecha de recepción: 18 de agosto de 2021 Fecha de aceptación: 29 de noviembre de 2021
Leon Fink. Universidad de Illinois, Chicago, Estados Unidos. Profesor distinguido en el
Departamento de Historia. Contacto: leonnk@uic.edu -ORCID 0000-0002-0202-5071.
Leon Fink
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INTRODUCCIÓN
En 1940, el presidente Rafael Ángel Calderón Guardia, con un 80 por ciento
de los votos, emprendió un gobierno populista cuyas consecuencias serían de larga
data para el país. Con el apoyo crucial del Partido Vanguardia Popular, dirigido por
Manuel Mora, y del Arzobispo de San José -, con vocación social-, Víctor Manuel
Sanabria, Calderón adoptó un programa de Garantías Sociales y un Código de
Trabajo de los más aventajados en el hemisferio occidental. Sin embargo, múltiples
acusaciones de fraude electoral y diferentes signos de corrupción política, en los que
se incluye incluyendo la amistad personal entre Calderón y el dictador nicaragüense
Anastasio Somoza, se constituyeron en el terreno fértil en el que germinó una insu-
rrección popular que derivó en guerra civil en 1948 y que llevó a la fundación de la
Segunda República en Costa Rica y a una Junta de Gobierno dirigida por Figueres,
hijo de un médico de origen catalán, quien había regresado a Costa Rica en 1928
después de algunos años de vivir en los Estados Unidos, y que construyó una exitosa
hacienda productora de cabuya en el sur de San José, a la que bautizó como nca
La Lucha sin Fin. Después de 1953 y en los siguientes treinta años, Figueres y su
Partido Liberación Nacional dominarían la vida pública de la nación y serían acredi-
tados por la fama que ganaría Costa Rica como el más estable y próspero ejemplo de
modernización económica y social a través de medios democráticos. Quizás menos
conocido es el papel de actores norteamericanos, especialmente los liberales demó-
cratas, que ayudaron a proteger al gobierno de Figueres de sus hostiles enemigos en
los Estados Unidos, en Centroamérica, y el Caribe y en su propio país. Este artículo
explora esa relación entre Figueres y sus amigos en el Norte durante un periodo de
inestabilidad política regional.
1. La política laboral estadounidense y Costa Rica
Los últimos disparos de la guerra civil en Costa Rica sonaron a nes de abril
de 1948, pero la guerra política, que incluía una potencial desestabilización del
país, se extendería por los próximos diez años. Pero una duda quedaba sin resolver
en ese periodo: ¿cuán viable era desarrollar en la región un modelo de desarrollo
“liberal-progresista” (es decir, no comunista pero sí socialdemócrata e inclinado al
bienestar social)? Desde el inicioprincipio, los principales perdedores de la “revo-
lución de 1948” fueron los comunistas y los sindicatos que se asociaban con ellos,
algo que era predecible si se tenía en cuenta la mano con que los Estados Unidos
movía algunos hilos en el proceso post guerra civil. De esa forma, muy temprano,
la Junta Fundadora de la Segunda República dejó fuera de la ley al Partido Comu-
nista de Costa Rica (PCCR) y, en clara violación de los acuerdos negociados frente
al embajador estadounidense Nathaniel P. Davis, emprendió la persecución de los
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sindicatos vanguardistas y el asesinato selectivo de algunos de los líderes comunistas
que permanecieron en el país al nalizar el conicto (Bell, 1971: 158).
En contraste, la Confederación de Trabajadores Rerum Novarum fue recono-
cida como la única federación de sindicatos legítima en el país. Esa confederación,
de bases católicas, nunca tuvo la base popular que sí tuvo la del Partido Vanguardia
Popular (PVP) y,. a pesar del tremendo apoyo nanciero que le dio la gigantesca
Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales
(AFL-CIO, la cual, en este caso, contradijo sus principios organizativos que se
oponían a una organización de trabajadores basada en la fe), la evidencia indica que
por muchos años la representación de trabajadores permaneció anémica dentro de
esa confederación. Además, la llegada de un nuevo arzobispo, después de la muerte
de Monseñor Víctor Manuel Sanabria en 1951, con escaso interés en el bienestar de
los obreros, contribuyó a minar el apoyo institucional para la Rerum Novarum.
Por otro lado, la Junta no solo mantuvo las reformas sociales y el Código de
Trabajo emitidos durante la presidencia de Rafael Ángel Calderón Guardia (1940-
1944), sino que también, bajo la guía del padre Benjamín Núñez como ministro
de Trabajo de la Junta, agregó legislación para proteger a los trabajadores rurales,
alentó la resolución de conictos en el trabajo por medio de jueces laborales y se
comprometió a otorgarle el derecho de sufragio a las mujeres, lo cual se hizo efectivo
con la Constitución Política de 1949. La Junta también avanzó con la aprobación de
los decretos-ley número 70 y número 71, que impusieron un impuesto del 10 por
ciento a las grandes riquezas y la nacionalización de la banca (Miller, 1996: 190;
Bell, 1971: 159). Figueres declaró entonces que “la administración del dinero y el
crédito no quedaría más en manos privadas como tampoco el servicio de correo y de
distribución de agua estaban bajo el control del sector privado” (Ameringer, 1978:
70). Estas decisiones hicieron que grandes empresarios y algunos sectores militares,
incluyendo a Edgar Cardona Quirós, ministro de Seguridad de la Junta, manifestaran
enfado y disgusto hacia el programa social de Figueres (Picado, 1989: 29). A pesar
de la activa y continua oposición que experimentó, cuando Figueres volvió a la presi-
dencia del país en 1953 (después de la administración de Otilio Ulate Blanco) ya no
tenía el ímpetu demoledor y fuerte que sí tuvo durante su periodo como cabeza de la
Junta entre 1948 y 1949 (Longley, 1997: 118).
Es cierto que una vez en el gobierno, usando una rebuscada retórica, Figueres
clamó a sus amigos estadounidenses por un cese de la ocupación económica y
propuso, aunque en vano, una paridad en los precios internacionales para impulsar
las economías de los países en desarrollo, pero también es cierto que se movió con
timidez y miedo hacia la United Fruit Company al negociar con ella una política
conscatoria que estuvo muy lejana de la desarrollada por Guatemala en ese mismo
momento (Ameringer, 1978: 111-114). Quizás más sorpresivo fue que la administración
guerista logró estabilizar las relaciones laborales gracias a un sistema de interven-
ciones de arriba hacia abajo que podría denominarse como “corporativismo yankee”.
Así, no solo el gobierno costarricense y la Rerum Novarum tuvieron logros econó-
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micos, sino que también las fuerzas de la Organización Regional Interamericana
de Trabajadores (AFL-ORIT) e incluso el Departamento de Estado de los Estados
Unidos tuvieron la oportunidad de expandir su injerencia en los asuntos internos de
Costa Rica, aunque solo fuera con respecto a asuntos privados. Tan temprano como
en diciembre de 1951, por ejemplo, el representante de la AFL, Serano Romualdi,
buscó el criterio del consejero laboral adjunto del consulado de los Estados Unidos,
para encontrar una manera por medio de la cual los trabajadores bananeros (polí-
ticamente divididos entre un remanente comunista en el suroeste, un grupo en la
región central y el poder de la Rerum Novarum en la costa noreste de Costa Rica)
adoptaran un “acercamiento más constructivo” en sus negociaciones con la United
Fruit Company. En particular, Romualdi quería saber si en el caso de que la Orga-
nización Regional Interamericana de Trabajadores (ORIT) enviara a su más expe-
rimentado organizador latinoamericano a coordinar a los sindicatos no comunistas,
“¿la Compañía honestamente colaboraría con el sindicado y lo ayudaría a consolidar
su poder sobre los trabajadores sin pretender que sus líderes actuaran más como
agentes de la Compañía que como líderes genuinos de los trabajadores?”. Parecía
que, al menos por un periodo, la política internacional del gobierno estadounidense
y su política laboral exterior actuaban en sintonía.
Como otra extensión del marco corporativista, al revisar la correspondencia
de la AFL se nota que esa organización y el gobierno de Figueres siguieron inten-
tando sostener las siempre escuálidas nanzas de la Rerum Novarum. Al nal, en
su carrera electoral de 1953, Figueres tuvo éxito en su solicitud a la ORIT para que
permitiera el “regreso” de Luis Alberto Monge Álvarez a Costa Rica para ayudar a
movilizar votos de la clase trabajadora durante su campaña; hasta entonces, Monge
había sido el Secretario General de la ORIT en México. No deja de ser irónico, de
alguna manera, para quienes suspiraban por la necesidad de una política de “libertad
sindical”, que los futuros avances en esa vía para los trabajadores costarricenses
dependieran directamente del poder político y de la patronal.
2. UN GOBIERNO AMENAZADO
A pesar de las iniciativas del gobierno de Figueres y de sus aliados
liberal-progresistas en los Estados Unidos, las fracturas políticas internas siguieron
amenazando, como lo habían hecho desde 1948, con crecer sin control fuera de las
fronteras. Quizás todavía más signicativo, el furioso clima anticomunista en la
región, posterior al golpe de Estado en Guatemala en junio de 1954, hizo que los
enemigos de Figueres se decantaran con gusto por el uso de la entonces inmejorable
“tarjeta roja” para desacreditarlo. En protesta contra el dictador venezolano Marcos
Pérez Jiménez, que había exiliado a Rómulo Betancourt, Figueres irritó al Depar-
tamento de Estado cuando rehusó asistir a una conferencia en Caracas en marzo de
1954, cuyo n era darle apoyo a la política anti-comunista en contra del gobierno
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de Arbenz en Guatemala. A pesar de que no era amigo de Arbenz, Figueres llamó a
la calma en la desestabilización del gobierno de su colega guatemalteco democrá-
ticamente electo y aconsejó esperar a ver qué ocurría en Guatemala, solicitando al
mismo tiempo que la United Fruit desarrollara un amplio contrato regional y que se
tomaran acciones en contra de Somoza en lugar de atizar la situación en Guatemala
(Schwarz, 1987: 315). El análisis de Figueres, tal y como se lo comunicó a Aldof
A. Berle, prestigioso abogado que había sido Asistente del Secretario de Estado para
asuntos latinoamericanos (1938-1944), presentó a Arbenz como un líder “débil y
comprometido” que debía conar en los comunistas como una alternativa en un país
con “terratenientes reaccionarios que han prosperado a costa de proteger un sistema
de peonaje de semi-esclavitud indígena”. Figueres pensaba que si Arbenz emergía
victorioso frente a la UFCO, “se convertiría en un político lo sucientemente fuerte
como para distanciarse de los comunistas de su país”.
Empero, los enemigos de Figueres rápidamente se percataron que el contexto
les favorecía para llevar agua a sus molinos. Por ejemplo, Otilio Ulate, quien fuera
aliado de Figueres en 1948, lo acusó de simpatizar con el comunismo (Longley, 1997:
120). El mismo Figueres advirtió públicamente que el embajador estadounidense en
Nicaragua, Thomas Whelan, estaba atizando las llamas del intervencionismo contra
Costa Rica. Todavía más peligroso era que circulaban noticias sobre unos cientos
de soldados insurgentes que entrenaban en Nicaragua y que tenían estrechos lazos
de colaboración con los militares rebeldes que desde Honduras habían apoyado la
invasión de Castillo Armas a Guatemala. Incluso Mario Echandi, entonces líder de la
oposición legislativa a Figueres, se unió a quienes clamaban por una acción armada
directa contra el “nuevo dictador instalado en Guatemala”. Como anticipación a una
gran invasión, un avión P-51, aparentemente enviado a Managua por el dictador
venezolano Marcos Pérez Jiménez, lanzó ráfagas de balas sobre la capital costarri-
cense. Para mayo de 1954, cuando el embajador estadounidense en San José abandonó
el país sin ninguna explicación, y mientras Figueres recibía señales ambiguas de la
United Fruit Company sobre su petición de un contrato regional, era palpable en el
aire la sensación de pánico alimentado por crecientes teorías conspirativas (Bowman,
2002: 125-126).
Ese escenario fue coronado por un importante acuerdo con respecto a las
intenciones estadounidenses sobre la región. Más adecuadamente, se puede indicar
que fue el Día-D para los progresistas liberales que querían salvar a uno de los suyos.
Así, para su fortuna, Figueres logró ganar el apoyo en los Estados Unidos de un
bloque unido de políticos democráticos, anticomunistas y socialmente comprome-
tidos, que incluía a Berle, al gobernador puertorriqueño Luis Muñoz Marín y al
Senador por Illinois Paul Douglas, un grupo que sería luego etiquetado como los
“liberales de la Guerra Fría” (Ameringer, 1978: 124). Figueres contaba con el fuerte
apoyo de la AFL y, dentro de Latinoamérica, de la ORIT, que había sido dirigida por
Monge. De esa forma, el apoyo político a Figueres era amplio y profundo. Como lo
ha documentado el historiador Kyle Longley, tan temprano como en 1950, Figueres
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recibió el notable y fuerte apoyo de la Asociación Interamericana para la Democracia
y la Libertad, de la AFL y de la Sociedad Americanos por la Acción Democrática,
que incluía a luminarias liberales como Arthur Schlesinger, Jr., Robert LaFollette,
Walter White de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color
(NAACP), Eleanor Roosevelt y Pearl Buck (Longley, 1997: 117-125). Pero de todos
su contactos en los Estados Unidos, es claro que fue Berle, más que cualquier otro,
quien emergió como el ángel que necesitaba Figueres.
3. AMIGOS EN LAS ALTURAS
La amistad entre Berle y Figueres comenzó en marzo de 1953, cuando Berle
llegó a Costa Rica para investigar una denuncia inspirada por Somoza que sostenía
que Costa Rica estaba caminando por la misma peligrosa vereda hacia el comunismo
que llevaba Guatemala; a partir de allí, Figueres y Berle desarrollaron una perdu-
rable amistad. Berle pensaba que había encontrado un espíritu similar al suyo; un
político que, en el mar de hostilidades que arreciaba, podía levantar una pancarta de
optimismo liberal-reformista. Berle apuntó que don Pepe no era un comunista sino
“un liberal anticomunista comparable con el Senador Demócrata Herbert Lehman de
Nueva York”. Durante una visita de año nuevo en 1955, la familia Berle, incluyendo
a la esposa de Berle, la médica Beatrice Bishop Berle, y a su hijo Peter, no solo recibió
todas las atenciones presidenciales de Figueres en San José y en su nca La Lucha,
sino que vieron la conexión cotidiana del presidente con los ciudadanos en la calle.
Beatrice apuntó en sus memorias que ella le indicó a don Pepe que, “en un pequeño
país como Costa Rica, la democracia popular es posible. Ayer por la noche la gente
quería tocarlo, platicar con usted personalmente, conocerlo a usted y a su familia y
que usted les correspondiera conociéndolos a ellos y sus familias. Ese tipo de trato es
imposible en un país grande como los Estados Unidos, excepto quizás a través de los
medios de comunicación, que manipulan y alteran los hechos y las personalidades”.
Berle mismo, poéticamente, le indicó a don Pepe que Costa Rica “se levanta como
una joya resplandeciente que mantiene la fe en un hemisferio unido”. De hecho,
la familia Berle quedó tan impresionada con las virtudes del presidente costarri-
cense, que Adolf Berle insistió en que su hijo volviera y pasara el siguiente verano
cortando agave como cualquier otro trabajador en la nca de Figueres, “de forma
que él pueda penetrar más allá de la supercie de la vida cotidiana”. Las conexiones
personales ayudaron a estrechar los lazos en otras direcciones también. Así, mientras
Berle ayudaba a proteger a Figueres de los depredadores regionales que lo rondaban,
sus vínculos con el presidente costarricense lo ayudaron a invertir en bienes raíces en
Costa Rica.
Debido al signicado simbólico que había sembrado en la imaginación
liberal, no fue quizás sorpresivo que Figueres pudiera contar con sus amigos polí-
ticos en los Estados Unidos cuando llegara el momento. De esa forma, entre las
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nubes tempestuosas que cruzaban por Costa Rica en 1954, Berle trabajó con sus
amplios contactos para lograr conectar a Figueres con un emisario de la Casa Blanca,
una reunión con el antiguo jefe de acciones de la CIA, Thomas Braden, así como con
ejecutivos de la United Fruit Company, con el n de dejar en claro las “respetables”
intenciones políticas de Figueres (Schwarz, 1987: 316). Ese movimiento atrevido
funcionó y en el momento crucial en que una fuerza expedicionaria que se trasla-
daba desde Nicaragua, con la ayuda de las dictaduras de Venezuela y Guatemala,
invadió Costa Rica a inicios de enero de 1955, Figueres apeló desesperadamente a
sus amigos en los Estados Unidos. Así, una nueva fuerza aérea se formó de la noche
a la mañana el 16 de enero, cuando Costa Rica compró a los Estados Unidos, con un
costo de un dólar por unidad, cuatro P-51 Mustang gthers, junto con un DC-3 que
fue adaptado para fungir como bombardero (Jowett, 2019: 302-304). Los invasores
fueron expulsados muy rápidamente.
Así, los Estados Unidos apostaron por la consolidación de la democracia libe-
ral-progresista en Costa Rica. Incluso un sujeto de línea dura como el vicepresidente
Richard Nixon, a quien pronto iban a abuchear las multitudes en América Latina,
personalmente intervino durante un viaje a la región para acabar con cualquier inicia-
tiva de invasión procedente tanto de Nicaragua como de Guatemala (Ameringer,
1978: 123; Díaz Arias, 2015: 318-320). El escándalo internacional que provocaron las
noticias sobre el papel de los Estados Unidos en el golpe de Estado en Guatemala pudo
haber servido como una advertencia para los hacedores de la política internacional de
Estados Unidos en contra de futuras aventuras. Inesperadamente, la sangrienta interven-
ción en Guatemala pudo haber salvado a Costa Rica de una incursión similar (Bowman,
2002: 129-130). Otro factor, enfatizado por el historiador Kirk Bowman (130-131),
también ayudó a evitar una resolución militar en Costa Rica: la ausencia de un ejército
eliminó la posibilidad de una efectiva oposición extra-parlamentaria que quisiera tomar
el poder.
Luego de las amenazas de golpe de 1954 y 1955, la liberal-progresista Costa
Rica experimentó otra crisis en su camino hacia la estabilidad política. Desde el nal de
la guerra civil de 1948, Figueres había siempre triunfado sobre sus enemigos y rivales,
pero esas victorias habían llegado con el costo de una profunda sura social en el país.
Miles de calderonistas habían sido encarcelados, cientos estaban exiliados, y cada nueva
elección presidencial animaba más la división y promovía el peligro de un posible caos.
Pero entre 1955 y 1958, un inesperado movimiento hacia la amnistía política y hacia la
competencia político-partidaria refrescó el clima político costarricense. La división del
voto del Partido Liberación Nacional (PLN) entre dos candidatos hizo que, aunque los
liberacionistas mantuvieran el control de la Asamblea Legislativa, una coalición de oposi-
ción (el Movimiento de Oposición Democrática o MOD) liderado por el archienemigo
de Figueres, Mario Echandi, ganó las elecciones con la promesa de permitir el regreso al
país de Calderón Guardia desde su exilio. Después de ciertas dudas e incluso el peligro
real de anular las elecciones, Figueres y el candidato liberacionista Francisco J. Orlich
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aceptaron el resultado y dieron los primeros pasos que redundarían en una amnistía total
en 1961 (Díaz Arias, 2015: 319).
A partir de ese momento, Costa Rica se calmó. El partido de Figueres dominó
las elecciones costarricenses en los siguientes años, incluyendo un gobierno de Monge y
dos gobiernos de Óscar Arias Sánchez quien, en 1987, ganó el Premio Nobel de la Paz
por su iniciativa por la paz centroamericana. Calderón Guardia volvió al país en 1958 y
compitió sin éxito en las elecciones presidencial de 1962 y luego sirvió como embajador
en México hasta su muerte en 1970. Su hijo, Rafael Ángel Calderón Fournier siguió sus
pasos políticos y se convirtió en presidente en 1990, al mando del Partido Unidad Social
Cristiana (PUSC), de tendencia conservadora.
En todo caso, hay que admitir que la Costa Rica posterior a la Guerra Civil de
1948 había ganado una imagen pública internacional no solo como sociedad pacíca,
sino como un país progresista y tolerante. Solo los comunistas, y el movimiento obrero
de izquierda que habían inaugurado de diversas formas el Estado paternalista, quedaron
fuera de ese legado celebratorio de Costa Rica. Pero incluso en eso hay una particula-
ridad costarricense: en 1974 la Asamblea Legislativa le otorgó el título de Benemérito de
la Patria a Calderón Guardia, y luego tres prominentes comunistas ganaron ese honor,
Carmen Lyra en 1976, Carlos Luis Fallas en 1977 y Manuel Mora en 1998 (Díaz
Arias, 2015: 320-330). Figueres fue declarado Benemérito en 1990.
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CONCLUSIÓN
El capítulo de la historia de Costa Rica expuesto en este artículo ofrece
evidencia de que una alternativa progresista-democrática, o incluso de una socialde-
mocracia alternativa al comunismo, era posible de crear en el Tercer Mundo y no solo
en el Occidente industrializado. En la medida en que los principales actores políticos
de un país pudieran maniobrar sin dependencia de los soviéticos y con cuidado de
que quienes tenían esa dependencia no ganaran poder dentro de sus países, era más
posible que no temieran por una desestabilización procedente de los Estados Unidos.
Sin embargo, aunque Costa Rica hubiera encontrado la forma de desarrollar
una signicativa reforma democrática sin invocar el anticomunismo visceral de su
vecino del Norte, este país realizó esa transformación de manera tan peculiar, que
es imposible utilizar su ejemplo para un uso comparativo más general. En primer
lugar, es muy particular de ese país que un líder populista latinoamericano como
Calderón Guardia se hubiera aliado con los comunistas y su movimiento sindical
y con la jerarquía de la Iglesia católica (antes de la llegada de la Teología de la
Liberación), para desarrollar una reforma de justicia social (Miller, 1996; Contreras
y Cerdas, 1988). En segundo lugar, se debe dar crédito a la cronología misma, ya
que la gestación de un estado de bienestar ocurrió “justo” en los últimos años de la
Segunda Guerra Mundial, cuando la política del New Deal estaba todavía en la posi-
ción de impulsar posibilidades de desarrollo keynesianas y anti-fascistas y antes de
que se desatara la casería de brujas en los Estados Unidos, que hizo que se tuviera
temor por la amenaza comunista que se extendía por todo el mundo. Finalmente,
los costarricenses disfrutaron de un “regalo” de la oposición anticomunista más
vieja (Molina, 2007) como en el caso de Figueres, que se dedicó tanto como los
comunistas al desarrollo de una política de redistribución económica, aunque sin un
robusto movimiento sindical (Molina y Díaz, 2017). A pesar de todo eso, Costa Rica
también necesitó del esfuerzo extraordinario de amigos en las cumbres para defender
su régimen democrático.
Como hemos intentado mostrar en este artículo, una combinación de actores
políticos internos y externos impulsaron el desarrollo de un Estado de bienestar en
Costa Rica que se convirtió en un ejemplo idiosincrático para otros países del Tercer
Mundo. Los liberales-progresistas de Estados Unidos habían dado con el hombre,
y quizás con el país, pero en ese empeño se aseguraron, también, de que nadie más
siguiera este singular ejemplo histórico.
Traducido por David Díaz Arias
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NOTAS
1. Los datos de ICFTU para 1959, por ejemplo, indicant un número de 12,000 sindicalistas
(o 6.6% of los asalariados) en Costa Rica, una categoría de bajo nivel de sindicalismo como
en El Salvador (también de 6.6%) y solamente superado por Panama (1.6%) y la Guateamala
posterior al golpe de Estado (0.3%), entre 20 países del hemisferio que fueron examinados. De
hecho, para 1971, como lo indica James Backer, había solo 23 convenciones colectivas en todo
el país. Rodriguez Garcia, 2010: 143; Cerdas Cruz, 1992: 298-299; Viales-Hurtado y Díaz-
Arias, 2017; Aguilar, 1989: 79-90.
2. Serano Romualdi Papers, 1936-1968. Romualdi a Jay Lovestone, “Report on Costa Rica,”
August 30, 1954, Box 3, Folder 5. Figueres presionó por un 50 por ciento de impuestos sobre
las ganancias de la compañía bananera (logró un 30 por ciento) y en 1954 ayudó en la negocia-
ción de una nueva convención colectiva que incluyó un salario mínimo que incorporaba ajustes
en el costo de vida.
3. Serano Romualdi a Alex Cohen, Dec. 10, 1951. No está claro si o cómo Cohen respondió
a la solicitud indicada arriba, pero para 1954, en un informe a su jefe de la AFL, Jay Loves-
tone, Romualdi se rerió a Cohen como “un poco idiota” y que le había parecido antipático a
Figueres y alguien de quien la AFL debería retirar todo tipo de cooperación. Romualdi a Jay
Lovestone, “Report on Costa Rica” 30 de Agosto de 1954, Box 3, Folder 5, Romualdi Papers.
4. Ibid. Romualdi a Lovestone. De acuerdo con Romualdi, dentro de la Rerum Novarum solo el
sindicato de músicos “cargaba con su propio peso económico”.
5. Adolf A. Berle Papers. Diary, 11 de marzo de 1953.
6. Adolf A. Berle Papers. Diary, 11 de marzo de 1953.
7. “Nicaragua: The Chummy Ambassador”, Time, 16 de mayo de 1960, p. 37; “Romualdi CR
55,” Robert J. Alexander, “Entrevista 25 de enero de 1955 con Serano Romualdi”, Robert J.
Alexander Papers, Special Collections and University Archives, Rutgers University Libraries,
Box 6, Folder 61 (cortesía de Jeff Schuhrke).
8. Adolf A. Berle Papers. Diary, March 31, 1953. Herbert H. Lehman (1878-1963) gozó de
una larga carrera como colaborador en la rma bancaria de su familia y luego como líder politi-
copolítico demócrata en Nueva York, incluyendo cuatro periodos como gobernador. Electo dos
veces Senador, en su última campaña en 1950, en la que participó como candidato demócrata y
del Partido Liberal, venció no solo a un oponente republicano sino también del Labor Party.
9. Adolf A. Berle Papers. Letter to Jose Figueres, Jan. 6, 1956.
10. Adolf A. Berle Papers. Letter to Peter Adolf Berle, Feb. 27, 1956; Berle, 1983: 197-198.
Beatrice, quien aparentemente habría aceptado solo después de la insistencia de Adolf a su
hijo, escribió que Peter regresó de su estadía “pálido, aco, cansado” y enfermo de disentería
amébica. “Un precio muy pesado de pagar por un curso de sociología práctica, fue mi único
comentario”. (198).
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