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1Diálogos Revista Electrónica de Historia, 22(2): 1-27. Julio-diciembre, 2021. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica
DOI 10.15517/dre.v22i2.47259
GREGORIO JOSÉ RAMÍREZ, LA FLOTA COLONIAL
COSTARRICENSE Y LA INDEPENDENCIA
Iván Molina Jiménez
Resumen
Este artículo examina la gura de Gregorio José Ramírez, a quien muchos
investigadores han considerado como un héroe en el contexto de la independencia de
Costa Rica. La primera sección de este artículo considera, desde una perspectiva de
redes de parentesco, el pasado familiar de Ramírez; la segunda analiza cómo, entre
nales del siglo XVIII y 1821, los comerciantes del Valle Central constituyeron una
pequeña, pero estratégica, ota mercantil; en la tercera se identican las condiciones
que permitieron a Ramírez, pese a sus problemas de salud y sus limitados recursos,
empezar un exitoso proceso de ascenso social, el cual le posibilitó convertirse en
copropietario de un barco; y en la cuarta se explica cómo, al comenzar a acumular
capital político, se labró una posición desde la cual jugó un papel decisivo en la
etapa inicial de formación del Estado costarricense.
Palabras clave: poder, independencia, comercio, política, Costa Rica
Fecha de recepción: 4 de juniode 2021 Fecha de aceptación: 29 de junio de 2021
Iván Molina Jiménez Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica. Docente de las
carreras de Bachillerato y Licenciatura en Historia e investigador del Centro de Investigación
e Identidad y Cultura Latinoamericana (CICLA). Contacto: ivan.molina@ucr.ac.cr
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-3367-965X
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GREGORIO JOSÉ RAMÍREZ, THE COLONIAL
COSTA RICA’S MERCHANT FLEE, AND
INDEPENDENCE
Abstract
This paper examines one of the “founding” fathers of Costa Rica during the
independence period: Gregorio José Ramírez. First, it explores Ramírez’s
family ancestors at the end of the colonial period; then, it studies merchants
from the Central Valley and how they built a political and economic strategically
merchant ee; third, it identies how Ramírez, even though his health issues and
limited sources, socially moved to become co-owner of a ship. Finally, this essay
explains the way Ramírez gained political capital that allowed him to get a local
position from which he played a decisive role during the rst years of the Costa
Rican State building process.
Key words: Power; Independence; trade; politics; Costa Rica
Iván Molina Jiménez • Gregorio José Ramírez, la ota colonial costarricense... 3
Sobre Gregorio José Ramírez Castro existen tres biografías principales. La
primera fue publicada en 1900, en vísperas del 80 aniversario de la independencia y
en el contexto de invención de la nación costarricense, emprendida por los liberales
desde la década de 1880 con base en la recuperación de la guerra de 1856-1857 y
librada contra los libusteros al mando de William Walker (Palmer, 1991). Escrita
por el abogado Pedro Pérez Zeledón, tal narrativa, dominada por la intención de
recuperar un héroe olvidado anterior a ese fundacional conicto bélico, proporcionó
algunos datos básicos acerca de Ramírez, como el nombre de su madre. También
indicó, erróneamente, que “desde muy antes de 1821” era propietario del bergantín
Jesús María, y señaló, a partir de una revisión de su testamento y el inventario de sus
bienes, que sus negocios se extendían de Acajutla a Guayaquil; pero dio a entender
que su patrimonio era modesto. Acorde con la concepción del pasado entonces
predominante, Pérez Zeledón concentró su atención en la participación política de
Ramírez (de quien destacó su juventud), en particular sobre su liderazgo durante la
crisis institucional de marzo y abril de 1823, la cual culminó en la primera guerra
civil de Costa Rica (Pérez Zeledón, 1900a, 1900b).
Ricardo Fernández Guardia, en un estudio sobre la independencia publicado
en 1928, precisó algunos datos biográcos de Ramírez, al indicar su fecha de naci-
miento (27 de marzo de 1796), el nombre de su padre y las razones por las cuales su
madre se trasladó de San José a Alajuela. Sin embargo, también incurrió en algunos
errores, al presentar a Ramírez como “liberal entusiasta” que soñaba con emancipar
a Costa Rica desde “las postrimerías del dominio español”, y al aseverar que era
el jefe del “partido republicano” alajuelense. Además, insistió en que “la familia
de Ramírez no era plebeya”, dado que su progenitor fue “teniente de gobernador”
en 1791 y que por el lado materno estaba emparentado “con gentes distinguidas”
(Fernández Guardia, 1928, pp. 123, 156).
Al publicar una segunda edición de ese estudio en 1941, durante el 120 aniver-
sario de la independencia, Fernández Guardia amplió sus datos sobre Ramírez, a
veces de manera errónea, al indicar que fue “alumno aventajado de la escuela de
primeras letras que tuvo en San José don José Santos Lombardo”; y con más acierto
al referirse a sus actividades empresariales y al ubicar mejor, cronológicamente, la
adquisición del Jesús María (Fernández Guardia, 1941, p. 75). En 1946, su interés
por Ramírez culminó en una biografía en la que, pese a que mantuvo el énfasis en
la actividad política, aportó nueva información, precisó la ya conocida y resaltó el
estratégico papel jugado por dos importantes mercaderes españoles –Ramón Pala-
cios y Juan de Anzoátegui– en impulsar su carrera marítima y su participación poste-
rior en “negocios de comercio” (Fernández Guardia, 1946).
En 1973, al conmemorarse el sesquicentenario de la primera guerra civil costa-
rricense, Carlos Meléndez Chaverri y José Hilario Villalobos Rodríguez publicaron
la tercera biografía de Ramírez, en la que recuperaron críticamente los aportes de
Pérez Zeledón y de Fernández Guardia, consideraron más ampliamente el trasfondo
familiar, las experiencias marítimas, las iniciativas empresariales y la activa parti-
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cipación de Ramírez en la defensa militar de Costa Rica entre 1819 y 1821, ante la
amenaza que suponían los corsarios insurgentes (Gómez Duarte, 2004). Al igual que
sus predecesores, sin embargo, concentraron su atención en la participación política,
dejaron de lado las fuentes parroquiales y notariales, indispensables para conocer
mejor las conexiones de los padres de Ramírez, y no se interesaron por analizar,
debidamente, su inventario sucesorio, indispensable para aproximarse a sus opera-
ciones comerciales (Meléndez Chaverri y Villalobos Rodríguez, 1973).
A diferencia de esas biografías, cuyos aportes aprovecha, este artículo consi-
dera, en su primera sección y desde una perspectiva de redes de parentesco, el pasado
familiar de Ramírez; en la segunda, analiza cómo, entre nales del siglo XVIII y
1821, los comerciantes del Valle Central constituyeron una pequeña, pero estraté-
gica, ota mercantil; en la tercera, se identican las condiciones que permitieron a
Ramírez, pese a sus problemas de salud y sus limitados recursos, empezar un exitoso
proceso de ascenso social, el cual le posibilitó convertirse en copropietario de un
barco; y en la cuarta, se explica cómo, al comenzar a acumular capital político, se
labró una posición institucional desde la cual jugó un papel decisivo en la etapa
inicial de formación del Estado costarricense.
REDES FAMILIARES
Poco es lo que se conoce de la familia de Ramírez. Su padre, José Gregorio,
hijo de Pedro Ramírez y Catalina Otárola, fue bautizado el 26 de noviembre de 1749
en Cartago, ciudad en la que se casó, a los 23 años, con Ana María García Sancho,
hija de Julián García de Argueta y Ana Sancho, el 6 de junio de 1773 (Anexo 1;
Meléndez Chaverri y Villalobos Rodríguez, 1973; Quesada Pineda, 2020, pp. 4-5).
Proveniente de una familia cartaginesa de mediana fortuna (su progenitor fue un
sargento mayor, dueño de algunos esclavos, involucrado en la actividad cacaotera en
el Caribe y fallecido en septiembre de 1753) (Archivo Nacional, 1753), García era
viuda de Francisco Javier López del Corral Ibarra, nacido en 1742 e hijo del inu-
yente militar, funcionario y comerciante de origen nicaragüense Tomás López del
Corral Salmón (1708-1758) y de Francisca de Ibarra Moya. El primer matrimonio de
García fue de corta duración: se desposó el 29 de junio de 1766, tuvo una hija (Lucía)
y enviudó el 20 de noviembre de 1768, después de que su marido retornara enfermo
de Matina (Anexo 1; Sanabria Martínez, t. II 1957, pp. 811-812).
En tanto viuda de limitados recursos, García –de quien se desconoce cuándo
nació, pero probablemente fue entre 1746 y 1750– (Sanabria Martínez, t. III, 1957,
p. 4) quedó en una posición desventajosa en el mercado matrimonial de las pudientes
familias de Cartago, dado que debía competir con mujeres solteras y más jóvenes.
Tales circunstancias favorecieron las aspiraciones de Ramírez, proveniente de un
hogar más modesto, puesto que su abuelo, por el lado paterno, se trasladó a Tres Ríos
desde la primera mitad del siglo XVIII (Meléndez Chaverri y Villalobos Rodríguez,
Iván Molina Jiménez • Gregorio José Ramírez, la ota colonial costarricense... 5
1973, p. 43), en el contexto de la ocupación agrícola del oeste del Valle Central por
emigrantes cartagineses, desplazados por la concentración de la tierra y la falta de
oportunidades en la entonces capital colonial de la provincia de Costa Rica (Fonseca
Corrales, Alvarenga Venutolo y Solórzano Fonseca, 2001, pp. 68-71).
De acuerdo con lo que Ramírez informó luego de enviudar en noviembre
de 1791, su pareja no aportó “bienes algunos” a su segundo matrimonio, arma-
ción sorprendente porque, de ser exacta, implicaría que García no heredó nada de
sus padres ni obtuvo gananciales tras la muerte de su primer marido. Puesto que
la difunta expiró sin haber testado, la declaración de su cónyuge tampoco puede
ser corroborada. Además, Ramírez indicó que a ese enlace introdujo bienes que, en
el curso del inventario practicado por el fallecimiento de su esposa (es decir, casi
veinte años después), fueron avaluados en 73 pesos, de los cuales 72,6 por ciento
correspondió al valor de dos caballos, una vaca, una vaquilla y una yegua, y el resto
a tierras y cercos (Archivo Nacional, 1791, ff. 1, 11v.).
Ramírez y García tuvieron nueve hijos: cuatro varones y cinco mujeres. Al
parecer, en un inicio la pareja se estableció en Cartago, donde bautizaron a su primo-
génito (Sebastián); pero rápidamente se trasladó a Tres Ríos. En esta comunidad, el
padre de Ramírez, quien también contrajo nupcias dos veces y procreó 11 descen-
dientes (de los cuales 7 todavía vivían en 1799), tenía una propiedad. Aproxima-
damente en 1786, Ramírez y García, al igual que otros cartagineses emigrantes,
culminaron su desplazamiento al oeste del Valle Central, al avecindarse en San José.
En octubre de 1785, Ramírez incursionó en el cobro de los diezmos de esa jurisdic-
ción, en la cual ejerció como teniente de gobernador durante el año 1791 (Anexo 1;
Quesada Pineda, 2020, pp. 5).
Para las expectativas de ascenso social de Ramírez, dos situaciones familiares
resultaron desfavorables: la excepcional longevidad de su padre (¿1718-1799?), que
le impidió heredar tempranamente, y el elevado número de hijos que sobrevivieron
de los dos matrimonios de su progenitor (Sanabria Martínez, t. V, 1957, p. 129),
por la fragmentación del patrimonio que implicaba, dado que debía ser dividido,
en términos de su valor, en partes iguales. A la vista de perspectivas tan adversas,
Ramírez decidió, el 21 de julio de 1774, apenas un año después de haberse casado,
demandar a Ibarra, la primera suegra de su esposa, para que entregara la herencia
que correspondía a la hija que García tuvo con el difunto López del Corral (Archivo
Nacional de Costa Rica, 1774, ff. 1-58).
Si el interés de Ramírez por García fue motivado por la oportunidad que le abría
ese matrimonio para, por medio de su hijastra, tener acceso parcial a la fortuna de una
de las principales familias de Cartago, su propósito solo se materializó después de
un prolongado proceso judicial. Mediante sentencia dictada el 4 de mayo de 1776, se
dispuso practicar inventario de los bienes que quedaron a la muerte de Tomás López
del Corral, de cuyo valor, una vez pagadas las deudas y cancelados gastos y costas,
la mitad correspondería a Ibarra por gananciales y el resto debería repartirse entre sus
cuatro hijos vivos (dos varones y dos mujeres) y su nieta (Archivo Nacional de Costa
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Rica, 1774, ff. 53v.-54v.), a la que formalmente reconoció como heredera en una
carta poder otorgada el 26 de julio de 1777 (Archivo Nacional de Costa Rica, 1777,
ff. 26-26v.). Aunque se desconoce por el momento a cuánto ascendió la herencia
paterna de la niña, no parece que el acceso a esos recursos hubiera ampliado signi-
cativamente el margen de maniobra empresarial de Ramírez, quien se convirtió,
en poco tiempo, en padre de una prole numerosa, antes de enviudar. García falleció
alrededor del 16 de noviembre de 1791; tuvo su último parto conocido el 13 abril de
1790 (Anexo 1; Archivo Nacional de Costa Rica, 1791, f. 1).
Efectuado el inventario correspondiente en diciembre de 1791, el patrimonio
de García y Ramírez fue estimado en 821 pesos con 6 reales. Su componente más
importante era la vivienda principal, ubicada en San José, que concentró el 36,1 por
ciento de esa suma y fue descrita de esta forma:
“caza sobre Pared de Adobes, en maderas de zedro cubierta de texa con sus Puertas y Ventanas
de diez y seis varas de Largo y seis de ancho con un caedizo de tres varas, una cosina también
de teja, y maderas de zedro sobre Pared de Adobes con su Puerta, casa y cosina circumbalada
de tapia” (Archivo Nacional de Costa Rica, 1791, f. 4v.).
Del patrimonio restante, 18,3 por ciento correspondía al valor de una segunda
casa ubicada en Tres Ríos; 21,9 por ciento a ganado vacuno, caballar y mular; 7,3
por ciento a varios terrenos, incluidos dos potreros y un cerco con un platanal; 4,9
por ciento a un trapiche; y 11,5 por ciento a todo lo demás: muebles, enseres, herra-
mientas, ropa y joyas (curiosamente, en el inventario no se consignaron libros)
(Archivo Nacional de Costa Rica, 1791, ff. 4v.-7). Al comparar los bienes de Ramírez
con los de hogares de un nivel de fortuna similar, resulta claro que la morada prin-
cipal, avaluada en 296 pesos y 4 reales y con 80 metros cuadrados, excedía por
mucho la condición económica de la familia, cuya cultura material era muy modesta.
Viviendas de ese valor y tamaño solo se encontraban entre agricultores y comer-
ciantes con haberes iguales o superiores a los 2.000 pesos (Molina Jiménez, 1993:
67-85).
Se podría denir a Ramírez como un vecino del incipiente casco urbano jose-
no que incursionaba limitadamente en el procesamiento de caña de azúcar, disponía
de algún ganado, explotaba extensivamente la poca tierra que poseía y practicaba el
comercio a pequeña escala. De acuerdo con lo que él mismo declaró, tenía deudas
en contra por la suma de 211 pesos (equivalente al 25,7 por ciento de su patrimonio)
(Archivo Nacional de Costa Rica, 1791, f. 9). Pagadas estas obligaciones y las costas
del proceso, quedaron a su favor, una vez efectuada la división de bienes, los 73
pesos que armó haber aportado a su matrimonio y 253 pesos y 3 reales de ganan-
ciales. Además, aunque perdió el control de la herencia materna correspondiente a la
hija que García tuvo con López del Corral (36 pesos y 2 reales), mantuvo la admi-
nistración de las herencias maternas de sus seis hijos menores (218 pesos) (Archivo
Nacional de Costa Rica, 1791, ff. 12-13v.).
Iván Molina Jiménez • Gregorio José Ramírez, la ota colonial costarricense... 7
A los 42 años y menos de dos meses después de haber enviudado, Ramírez,
con el valor de su patrimonio reducido a 544 pesos y 3 reales, se casó por segunda
vez en San José, el 9 de enero de 1792, con Rafaela, hija de José Antonio Castro y
Petronila Alvarado. Su segunda esposa, entonces de 17 años (nació el 2 de julio de
1774), aportó al matrimonio ropa de vestir, de casa y de cama, telas, joyas, un caballo
y una vaca por un valor de 92 pesos y 6 reales (Anexo 1; Archivo Nacional de Costa
Rica, 1803, f. 10; este importante documento fue localizado por Meléndez Chaverri
y Villalobos Rodríguez, 1973: 45). Desde 1780, por lo menos, entre ambas fami-
lias existía alguna relación, puesto que un hermano de Castro desposó a una prima
hermana de Ramírez (Parroquia de Nuestra Señora del Pilar de Tres Ríos, 1780, f.
10). Al igual que García, Castro procedía de una familia de medianos recursos (su
padre guró en un grupo de ciudadanos que se organizó en julio de 1797 para nan-
ciar una escuela a cargo de José Santos Lombardo) (Archivo Nacional de Costa Rica,
1797, ff. 12-14), pero a su lado Ramírez, aunque consiguió quien cuidara de sus
hijos huérfanos, no logró cumplir su aspiración de ascender socialmente. Después
de procrear cinco descendientes con su joven cónyuge (un varón y cuatro mujeres)
(Anexo 1; Quesada Pineda, 2020: 5), de los cuales solo sobrevivieron dos, Ramírez
falleció el 23 de mayo de 1803 (Meléndez Chaverri y Villalobos Rodríguez, 1973, p.
45; Archivo Nacional de Costa Rica, 1803, f. 1).
Efectuado el inventario, el patrimonio del difunto ascendió a 857 pesos y 1
real. De ese monto, 27,5 por ciento correspondía al valor de la vivienda familiar;
21,6 por ciento a varias deudas a favor del caudal; 18,1 por ciento a dos potreros y
un cerco (ahora ubicados en San José, no en Tres Ríos); 10,5 por ciento a ganado
vacuno, caballar y mular; 6,4 a un trapiche (localizado en San Pedro de Montes de
Oca); y el 15,9 por ciento restante a muebles, enseres, herramientas y joyas. Resulta
evidente que Ramírez, a partir del proceso sucesorio abierto después de la muerte de
su primera esposa, terminó de desplazarse hacia el oeste del Valle Central; además,
incursionó como tercenista de tabaco y estanquillero de licor en Bagaces (Archivo
Nacional de Costa Rica, 1803, ff. 6v.-8, 51v.-52v.).
Podría parecer que Ramírez, durante su segundo matrimonio, no solo logró
recuperar el valor de su patrimonio previo a su viudez, sino incrementarlo; pero no
fue así: cuando falleció, había acumulado deudas en contra por 610 pesos y 5 reales
(71,2 por ciento de todo su caudal). Dado que las costas del proceso y otros gastos
ascendieron a 142 pesos y 7 reales, quedó un monto de 714 pesos y 2 reales, del cual
se pagaron 286 pesos y 6 reales de obligaciones privilegiadas (incluidas las herencias
de los hijos de su primer enlace). La suma restante, 427 pesos y 4 reales, se prorrateó
entre los acreedores, por lo que Castro, de los 92 pesos y 6 reales que aportó cuando
se casó, apenas recuperó 59 pesos y 3 reales. La viuda, con treinta años de edad y dos
hijos menores (Marcelina y Gregorio José), se dio por satisfecha con la adjudicación
el 29 de octubre de 1804 (Archivo Nacional de Costa Rica, 1803, ff. 13-13v., 52-57,
60-60v.); pero dada la cortedad de sus recursos, su mantenimiento posiblemente fue
asumido por su familia de origen.
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LA FLOTA MERCANTIL DEL VALLE CENTRAL
Entre nales del siglo XVIII e inicios del XIX, el monopolio comercial de España
con sus colonias americanas, como resultado de las guerras europeas de entonces, expe-
rimentó una crisis sin precedente, que se profundizó después de iniciados los conictos
por la independencia (1810-1825) (Pérez Brignoli, 2018, pp. 51-58, 68-84). Fue en
este contexto que los comerciantes del Valle Central de Costa Rica, antes sometidos al
dominio de los mercaderes guatemaltecos y de sus intermediarios nicaragüenses, inten-
sicaron las exportaciones de productos agropecuarios a Panamá, de donde se abaste-
cían de bienes manufacturados, especialmente textiles, procedentes principalmente de
Jamaica, entonces un distribuidor estratégico de mercaderías inglesas (Parrón Salas,
1993, pp. 153-163).
Según Ricardo Fernández Guardia (1928, p. 45), en 1811 Nicaragua gestionó
con éxito ante la Audiencia de Guatemala para que, mediante ocio del 7 de agosto,
se prohibiera el comercio de Costa Rica con Panamá, con tal de preservar su ventaja
como mediadora en el monopolio comercial establecido por los guatemaltecos. Al
protestar por tal decisión el 3 de octubre de ese año, el ayuntamiento de Cartago señaló
que los mayoristas panameños estaban autorizados para introducir “géneros Ingleses”,
destacó que el intercambio con esa plaza era muy favorable en términos de los costos
del transporte y de los precios a que se vendían las exportaciones y se adquirían las
importaciones (a veces un simple trueque, sin utilización de numerario), y suplicó que
se levantara la medida apelada (“Carta”, 1907, pp. 338-340).
Casi dos años después, por bando publicado el 3 de julio de 1813, el capitán
general de Guatemala, José de Bustamante y Guerra, prohibió el comercio de Costa
Rica con Panamá, decisión que motivó una violenta protesta de algunos mercaderes del
Valle Central, que consideraron tal medida “sumamente gravosa y opuesta a nuestra
libertad civil” (“Peticiones”, 1907, p. 417). A su vez, el ayuntamiento de Cartago
manifestó, el 16 de agosto de ese año que con esa disposición
“se pretende, pues, sujetar á la infeliz Costa Rica que camine cuatrocientas leguas hasta Gua-
temala para comprar á sus Comerciantes los géneros que necesitan, ó á lo menos que vaya a
León [de Nicaragua], con doscientas leguas de camino, á comprar de reventa aquellos mismos
géneros. Es esto, Sor. Gobernador, hablando con modestia, una injusticia notoria que no podrán
sufrir con paciencia los esclavos del Sultán y absurdo proponerse á Españoles libres. De lo que
se inere que la solicitud del Consulado [de Comercio] de Guatemala [de suprimir el intercam-
bio con Panamá] es egoísta, injusta, opresora, inadmisible y absolutamente opuesta á los piado-
sos designios de nuestra sabia Constitución [la de Cádiz, promulgada en 1812]” (“Peticiones”,
1907, p. 421; las itálicas son del original).
También el ayuntamiento de San José se pronunció fuertemente contra la prohi-
bición, a la que equiparó con un retorno “á la esclavitud y opresión”; denunció que los
comerciantes guatemaltecos y nicaragüenses compraban barato lo exportado por Costa
Rica y vendían caro lo que importaba; y explicó clara y detalladamente la ventaja
Iván Molina Jiménez • Gregorio José Ramírez, la ota colonial costarricense... 9
comparativa que tenía la vinculación con el mercado panameño, con el cual existía una
relación complementaria y no competitiva:
“nuestra localidad no nos permite tampoco otro arbitrio para conseguir con equidad nuestra
ropa y con facilidad la venta de nuestras producciones; éstas, llevadas por mar á Panamá, im-
penden incomparablemente menos costos que conducidas por tierra á menos distancia; por que
nadie ignora los malos caminos, las continuas lluvias y los caudalosos ríos de este partido; por
consiguiente, se convence los mayores riesgos y averías que se padecen y que no nos resulta
benecio en el Comercio terrestre con los demás distritos de esta provincia de Guatemala.
Pero cuando no fuera así, ¿qué llevaríamos a Nicaragua, San Miguel, &., que no se produzca
allí? ¿Qué lucro nos dejaría una recua de cien cargas con el costo de salarios y víveres para los
hombres, arreos y mantención para las bestias?” (“Peticiones”, 1907, 423-424; las itálicas son
del original).
Más cauteloso, el ayuntamiento herediano indicó que no apelaba la prohibición,
sino que “rendidamente pide y suplica al Exmo. Sor. Capitán General que por un efecto
de su bondad se digne” no aplicarla, debido a que todos los habitantes de la Audiencia
de Guatemala eran “hermanos”. Por tanto, no se justicaba que, con el propósito de
beneciar a algunos, se despojara “á los de Costa Rica de un Comercio lícito, útil é
indispensablemente necesario” (“Peticiones”, 1907, p. 426). Optar por una vía menos
beligerante quizá fue resultado de la inuencia de Pedro Antonio Solares y Berros:
oriundo de Asturias y vecino de Heredia, era una de las personas más acaudaladas
del Valle Central y, si bien tenían estratégicos contactos con mayoristas panameños,
también estaba vinculado con mercaderes nicaragüenses y guatemaltecos (Archivo
Nacional de Costa Rica, 1824, ff. 35v-37, 56-57, 90v-91v.).
Indudablemente, las iniciativas para prohibir el intercambio con Panamá tenían
como propósito fundamental preservar el monopolio de Guatemala y Nicaragua, pero
también iban dirigidas a neutralizar la ota constituida por los comerciantes del Valle
Central. Sobre este tema, el ayuntamiento de Cartago, al protestar en 1811, señaló:
“de pocos años á esta parte la necesidad de exportar los frutos hizo [a] algunos vecinos fabricar
canoas ó barquitos muy pequeños para llevarlos á Panamá. Allí han tenido salida y en retorno
se han traído géneros de aquella plaza para surtir de vestido á esta pobre y remota provincia.
Con la extracción se han aumentado las siembras que antes casi se reducían al consumo preciso
de los habitantes. Va mejorando algún poco su situación infeliz, y esperaba este Ayuntamiento
que esforzando al labrador y procurando facilitar los transportes de frutos á Panamá llegaría
con el tiempo la provincia á toda aquella, aunque escasa, prosperidad de que es susceptible”
(“Carta”, 1907, p. 339; las itálicas son del original).
Evidentemente, el ayuntamiento reconoció ante las autoridades guatemaltecas
que los comerciantes del Valle Central habían aprovechado la crisis del monopolio
español para disponer de su propia ota, pero minimizó tal proceso al máximo. Simul-
táneamente, los ediles cartagineses identicaron la sinergia establecida entre el creci-
miento económico y demográco que experimentaba la principal región habitada de
Costa Rica y la expansión del comercio exterior. Al respecto, añadieron:
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“todas estas fundadas esperanzas de prosperidad se desvanecen como humo por la duda de V.
E. sobre el real permiso con que los Panameños introducen géneros Ingleses y la prohibición
de que se traigan géneros extranjeros, aunque sean registrados, de aquel puerto al de Punta de
Arenas de Esparza. Con esto se quita de las manos al labrador el arado que nada le producirá
no teniendo venta sus frutos, y los brazos robustos é industriosos del labrador se volverán ó de
holgazanes inútiles ó de malhechores que busquen con los delitos la subsistencia que no les
puede dar su antigua honesta ocupación”. (“Carta”, 1907, p. 339; las itálicas son del original).
Frente a una prohibición que desarticularía la estratégica conexión establecida
entre el creciente excedente agropecuario, basado en la colonización campesina de
nuevas tierras, y la ascendente acumulación mercantil posibilitada por los negocios
con Panamá, la respuesta del ayuntamiento de Cartago fue amenazar con la vagancia
y la delincuencia, pero sin cuestionar directamente a los mayoristas guatemaltecos y
sus intermediarios nicaragüenses, en defensa de cuyos intereses procedieron las auto-
ridades capitalinas. Lejos de ser casual, tal omisión procuraba dejar de lado el tema de
fondo: la ota constituida por los comerciantes del Valle Central podía dar origen, en la
más meridional de las provincias de la Audiencia de Guatemala, a un foco de compe-
tencia mercantil cada vez más incómodo y poderoso.
Dada la fuerza que las narrativas construidas en torno a la pobreza han tenido
en las interpretaciones de la época colonial costarricense (Molina Jiménez, 1986:
99-117), el tema de la ota quedó al margen de los estudios históricos; pero los datos
disponibles, pese a estar incompletos y ser fragmentarios, muestran que el número de
embarcaciones identicadas como pertenecientes a los comerciantes del Valle Central
ascendió a 19, distribuidas temporalmente de esta forma según su primera mención
en los documentos consultados: 6 entre 1793 y 1801, 6 de 1802 a 1813, y 7 en el
período 1814-1821. Además, en la información recopilada se observan dos tendencias
claramente denidas: en la etapa inicial, predominaron naves pequeñas, pertenecientes
a inmigrantes, sobre todo españoles; posteriormente, prevalecieron barcos de mayor
capacidad, propiedad de mercaderes nacidos en Costa Rica (Anexo 2).
Según esta evidencia, el Valle Central se convirtió en un destino atractivo para
comerciantes mayoristas procedentes de España u otras áreas coloniales, quienes en
vez de tratar de abrirse espacio en mercados más competitivos como el de Guatemala,
decidieron aprovechar las oportunidades y ventajas que les podía proporcionar una
plaza marginal, pero en proceso de expansión económica y demográca. Además de
crecientes excedentes agropecuarios para la exportación, una capacidad de consumo en
ascenso (debido al aumento de la población y a las utilidades deparadas por las ventas
al exterior) y el alejamiento de la vigilancia y el control de las autoridades capitalinas,
Costa Rica les ofrecía una cercanía estratégica con Panamá. Fue en este contexto que
algunos de tales inmigrantes empezaron a invertir en la adquisición de barcos, inicia-
tiva que, rápidamente emulada por mercaderes cartagineses y josenos, preocupó tanto
a sus rivales guatemaltecos y nicaragüenses que motivó las prohibiciones de 1811 y
1813.
Iván Molina Jiménez • Gregorio José Ramírez, la ota colonial costarricense... 11
Todavía se desconoce cómo fue que la mayoría de los comerciantes del Valle
Central, inmigrantes y nacidos en esa región, se convirtieron en propietarios de barcos.
Probablemente, algunos fueron adquiridos en el exterior (especialmente en Panamá),
ya fuera por compra directa, adjudicación en remate o por dación para cancelar deudas
pendientes; en contraste, otros fueron construidos por los mercaderes. De estas últimas
iniciativas, se conocen dos experiencias. La primera fue la de Manuel y Benito Alva-
rado, de San José, quienes junto con el catalán Juan Aluma, nanciaron la fabrica-
ción, en el puerto hondureño de Coyolito, de un buque denominado Nuestra Señora
de Concepción, alias el Costarrica. En tal proceso, los dos primeros dueños invirtieron
14.490 pesos y el tercero aportó 1.400 pesos adicionales (Archivo Nacional de Costa
Rica, 1813, ff. 37-38).
En mayo de 1813, el buque se encontraba anclado en la isla de San Lucas,
cerca del puerto de Puntarenas, con un cargamento de tablones y estaba pronto para
hacerse a la mar, con Benito Alvarado como capitán y Aluma, quien curiosamente era
analfabeto, como maestre sin sueldo, pero con participación proporcional a su aporte
en el valor y en las utilidades que deparara el barco. Si bien los socios no constituyeron
una compañía, sus actividades estaban organizadas como si la hubieran establecido,
puesto que Manuel Alvarado quedaba a cargo de alistar las mercaderías que se iban
a exportar y de comercializar los bienes –en particular textiles– que se importaran.
Además, acordaron que la embarcación solo podría ser vendida con el consentimiento
de todos (Archivo Nacional de Costa Rica, 1813, ff. 37-38).
La segunda experiencia conocida fue la del comerciante cartaginés Juan
Antonio Castro, quien desde 1815, por lo menos, poseía el falucho San José, alias El
Milagro (León Sáenz, 1998). El 21 de agosto de 1817, Castro se comprometió a pagar
al mercader panameño avecindado en Cartago, Manuel Palma, 277 pesos que le debía
Lorenzo Díaz, con tal que este último laborara en la construcción de un barco de 18
varas de quilla y 7 de manga, que se efectuaba en Puntarenas. Casi tres meses después,
el 11 de noviembre, Castro contrajo un préstamo por 1.015 pesos con Solares; el 13 de
enero de 1818 asumió una nueva deuda por 1.046 con Palma, y el 22 de mayo siguiente
solicitó a Solares 700 pesos más para nalizar el navío (Archivo Nacional de Costa
Rica, 1817a, ff. 15v.-16; 1817b, ff. 10-10v; 1818a, ff. 1-1v.; 1818b, ff. 15-15v.).
Al contraer el último préstamo, Castro declaró que tuvo que recurrir a Solares
por “no haver encontrado en todo Cartago quien lo favoreciese” (Archivo Nacional
de Costa Rica, 1818b, f. 15), un indicador de que entre sus vecinos se dudaba de que
pudiera terminar la fabricación del barco. El 22 de abril de 1818, un mes antes de
adquirir esa nueva deuda, Castro se asoció con Palma única y exclusivamente para
terminar de construir el navío: con ese propósito, cada uno aportaría la mitad del costo
total, entonces estimado en 6.678 pesos. Palma cubrió su parte con 2.130 pesos que ya
le debía Castro, entregó 807 pesos más en efectivo y se comprometió a pagar los 402
pesos restantes posteriormente, con bienes importados de Panamá (Archivo Nacional
de Costa Rica, 1818a, ff. 13-14v).
Diálogos Revista Electrónica de Historia, 22(2): 1-27. Julio-diciembre, 2021. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica12
Más de un año después, el barco aún no estaba terminado. Según declaró Castro
el 8 de junio de 1819, faltaban solo ocho meses para nalizar la construcción; pero
Palma manifestó su decisión de retirarse, por lo que disolvieron la sociedad constituida
previamente y Castro se obligó a reembolsar a Palma 2.355 pesos (Archivo Nacional
de Costa Rica, 1819, ff. 15v.-20v.). Pareciera que un factor decisivo en que Palma
desistiera fue que, en algún momento después de asociarse con Castro, se le presentó la
posibilidad de adquirir una embarcación propia, y se convirtió en dueño del bergantín
Nuestra Señora del Rosario, alias El Intrépido, del cual se indicó que se encontraba
anclado en Puntarenas en octubre de 1818; posteriormente, unos días después de sepa-
rarse de Castro, compró en 80 pesos un buque abandonado por inservible, denominado
Santo Toribio, quizá para repararlo o reconstruirlo o utilizarlo como fuente de refac-
ciones (Anexo 2; León Sáenz, 1998).
Se desconoce, debido a las limitaciones de la información disponible, si Castro
pudo terminar de fabricar el barco en la fecha prevista (enero de 1820 aproximada-
mente); pero su experiencia es de particular interés por los datos que proporciona
acerca del tiempo y los recursos que demandaba una iniciativa de tal índole. También
evidencia cómo la estratégica conexión establecida entre el crecimiento económico
y demográco del Valle Central y la expansión del comercio exterior originó nuevas
actividades productivas en Costa Rica, como fue la construcción de embarcaciones
en Puntarenas, a cargo de un artesanado especializado, el cual se ocupaba, además, de
reparar los navíos (Archivo Nacional de Costa Rica, 1809, ff. 15-17).
En noviembre de 1818, el gobernador Juan de Dios de Ayala, en un informe
enviado al presidente de la Audiencia de Guatemala, señaló que en Puntarenas habían
sido construidos ya tres barcos (Fernández Bonilla, 1889, p. 488). Si esta cifra no
incluía el de Castro ni el perteneciente a los Alvarado y Alumna, el total de embarca-
ciones, cuya fabricación fue nanciada por comerciantes del Valle Central, ascendería
a cinco navíos. Ciertamente es un número modesto, pero a la vez es un indicador
relevante de que, pese a la prohibición del comercio con Panamá, esos mercaderes no
estaban dispuestos a renunciar a la nueva posición adquirida en los intercambios que
tenían por escenario el Pacíco de América Central.
Ayala, en ese mismo informe, volvió a protestar contra esa prohibición, a la que
consideró resultado del afán centralizador y de la envidia de la Audiencia de Guate-
mala, y solicitó que fuera revocada (Fernández Bonilla, 1889, p. 488). No es posible
precisar, todavía, cuál fue el impacto de tal disposición, ya que existe evidencia de que
el intercambio con Panamá se mantuvo (León Sáenz, 1998; Solórzano Fonseca, 2001,
pp. 134-135), a la vez que los comerciantes del Valle Central se veían sometidos a
embargos y sobrecargas scales (Molina Jiménez, 1991, p. 81). De hecho, el fracaso
en 1817 de la compañía mercantil fundada en 1813 por José Santos Lombardo, Camilo
Mora Alvarado y Rafael Gallegos Alvarado (Molina Jiménez, 1991, pp. 134-135)
pudo deberse a la inuencia de ese contexto institucional adverso, el cual también
pudo afectar a Castro, al dicultarle obtener los recursos necesarios para nanciar la
fabricación de su barco.
Iván Molina Jiménez • Gregorio José Ramírez, la ota colonial costarricense... 13
De 1820 a 1821, esa adversidad se intensicó, al disponerse que los importadores
de artículos extranjeros debían depositar en la Receptoría de Alcabalas el valor de esos
productos que carecieran del marchamo español y un 40 por ciento adicional (Molina
Jiménez, 1991: p. 81). Propietario del falucho Jesús María (alias El Pronto), José de
Jesús Venegas, comerciante cartaginés, debió recurrir al joseno Santana Jiménez, en
abril de 1820, para que lo ara y poder retirar de la aduana mercadería por un monto
de 275 pesos; en tal ocasión se quejó: “es imposible vender al contado los referidos
géneros con tan subida ganancia” (Archivo Nacional de Costa Rica, 1820, ff. 6v.-7).
Sus palabras evidencian cómo el extremismo scal afectaba no solo los precios, sino a
todo un sistema de intercambio basado en el crédito y dominado por la escasez de efec-
tivo. Al año siguiente, Venegas estaba tan endeudado que sus acreedores procedieron
a rematar sus bienes, incluido el barco, que fue adquirido por el acaudalado mercader
José Ana Jiménez, en agosto de 1821, por 600 pesos (Archivo Nacional de Costa Rica,
1821a, ff. 15v.-16).
CARRERA MARÍTIMA Y ASCENSO SOCIAL
En contraste con su madre, que no se alfabetizó (su edad escolar transcurrió
en la década de 1780) (Meléndez Chaverri y Villalobos Rodríguez, 1973, p. 45),
Gregorio José Ramírez Castro, nacido el 27 de marzo de 1796, se incorporó a la
expansión escolar promovida por las reformas borbónicas a nales del siglo XVIII y
aprendió a leer y escribir (Molina Jiménez, 2011). Debido a sus problemas de salud
(padecía de asma), Castro se trasladó a Alajuela en procura de un mejor clima, pero
como la condición del joven no mejoró, aproximadamente en 1811 contrató con el
comerciante español Ramón Palacios para que el adolescente, entonces de 15 años,
se incorporara a la tripulación del bergantín San José (alias Las Ánimas), ocupado en
el intercambio comercial con Panamá. En esa ciudad residió, en varias ocasiones, en
la casa del mercader vasco Juan de Anzoátegui, quien le evocó con cariño en febrero
de 1824 porque “se acompañaba todo el tiempo con mis hijos” (Fernández Guardia,
1946, pp. 39-40; Meléndez Chaverri y Villalobos Rodríguez, 1973, pp. 51-52).
Pese a que se desconoce qué negoció Castro con Palacios, probablemente fue
un arreglo similar a los que en esa época realizaban algunos padres y madres con
los maestros artesanos para que enseñaran un ocio a sus hijos. Ingresar a esta inci-
piente e informal enseñanza técnica era una vía estratégica para que, a futuro, niños
y jóvenes pudieran insertarse favorablemente en el mercado laboral urbano, pero
también los exponía a explotación y maltratos (Molina Jiménez, 1991, pp. 31-37)
No pareciera que esto último fuera parte de la experiencia de Ramírez, dado que la
relación con su patrón tenía otras dimensiones más allá de lo laboral: el 29 de agosto
de 1812, cuando su hermana Marcelina se casó en San José con Tiburcio Aguilar
Fernández, Palacios fue el padrino (Anexo 1; Quesada Pineda, 2020: 5).
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No se dispone de información que permita reconstruir la carrera de Ramírez a
bordo del San José, pero es posible que empezara como mozo o paje, con un salario
mensual que, en esas categorías laborales, oscilaba entre 2 y 7 pesos mensuales
(Archivo Nacional de Costa Rica, 1821b, f. 12v.). Su proceso de aprendizaje parece
haber sido tan rápido como su ascenso: en enero de 1815, próximo a cumplir 19
años, ya se desempeñaba como segundo al mando de tal embarcación, que en ese
momento se encontraba anclada “en el puerto de Junquillal” (Nicoya), presta para
cargar 500 quintales de palo de Brasil y partir “para los puertos, el Cayado [,] Chile,
puertos intermedios, con escala ha Guayaquil y Paita”. (Archivo Nacional de Costa
Rica, 1815, f. 1; este documento fue localizado por Meléndez Chaverri y Villalobos
Rodríguez, 1973, p. 54). Alrededor de 1818, Ramírez guraba ya como capitán de
ese navío (Meléndez Chaverri y Villalobos Rodríguez, 1973, p. 54; León Sáenz,
1998).
Su ascenso a ese puesto, que en tal época suponía un sueldo mensual de unos
30 pesos (Archivo Nacional de Costa Rica, 1821b, f. 12v.), coincidió con una inten-
sicación de las incursiones de corsarios suramericanos a las costas de América
Central. A menudo al mando de militares europeos, esos ataques tenían el propósito,
en el contexto de las guerras de independencia, de debilitar todavía más a España
(Meléndez Chaverri y Villalobos Rodríguez, 1973, pp. 59-89). De vuelta de un viaje
al puerto nicaragüense de San Juan del Sur, el San José, que “transportaba un buen
cargamento de cacao”, fue capturado el 26 o 27 de enero de 1819 por la fragata La
Argentina, de la que era capitán el francés Hippolyte Bouchard (1780-1837), nave
que por entonces regresaba a Buenos Aires después de una campaña alrededor del
mundo iniciada en junio de 1817 (Quartaruolo, 1953; Rodríguez y Arguindeguy,
1998: 332; León Sáenz, 1998; este último fue el primer investigador costarricense en
documentar este hecho).
La captura del San José se prolongó por unas dos semanas, ya que el 10 de
febrero Ramírez fue llamado por Bouchard, quien le solicitó “noticias de los patriotas
de México y demás provincias”. A bordo de La Argentina, el interrogado declaró que
“el Reino de Guatemala existe por los españoles pues aunque ha habido levanta-
miento, no han podido sostenerse más de tres meses por la poca o ninguna fuerza”.
Ramírez, además, denunció al irlandés William Brown (1777-1857), quien se sumó
a la actividad corsaria el 15 de octubre de 1815 al mando de las fragatas Hércules y
Halcón (Bosch, 1966, pp. 78-79), por haberse apropiado en 1816 de un botín de más
de dos millones de pesos y por abandonar a decenas de insurgentes en las costas del
Pacíco colombiano, quienes posteriormente fueron masacrados por las tropas del
general español Pablo Morillo y Morillo (1775-1837) (Ramírez Castro, 1971, pp.
559-560; Jirón Castrillo, 1986, p. 419).
Tal vez Ramírez se limitó a repetir rumores sobre Brown que circulaban
en esa época, o quizá su declaración al respecto fue preparada de antemano por
sus captores con el propósito de trasladarla a quienes, en Buenos Aires, se prepa-
raban para procesar al militar irlandés por insubordinación (al incorporarse al corso
Iván Molina Jiménez • Gregorio José Ramírez, la ota colonial costarricense... 15
desobedeció una orden directa). Sometido a corte marcial a nales de 1818, Brown
fue primero condenado a muerte y, en septiembre de 1819, absuelto (Bosch, 1966,
pp. 104-111). Matías Aldao Aragón (1773-1824), quien se desempeñó como scal en
el juicio contra Brown, al contrastar lo expuesto por Ramírez con otras evidencias,
manifestó el 23 de julio del último año indicado:
“en vista de todo esto considero adulteradas las noticias del expresado Ramírez, y esto no es de
extrañar porque generalmente sucede que cuando éstas son adquiridas a largas distancias sin
más constancias que el dicho de unos en otros padecen muy de continuo semejantes alteracio-
nes, y mucho más si los hechos a que se reeren sucedieron en años distantes, como en el caso
presente” (Aldao Aragón, 1971, p. 561).
En lo inmediato, el principal impacto que tuvo la captura del San José en la
carrera de Ramírez fue que debió permanecer en tierra. De acuerdo con Meléndez y
Villalobos, a instancias de las autoridades guatemaltecas, el 10 de marzo de 1819 se
convocó en Cartago un Consejo de Guerra que dispuso establecer vigías en distintos
parajes y organizar tres destacamentos para la defensa de la costa del Pacíco, cada
uno compuesto por un capitán, un subalterno y cincuenta efectivos. Sin embargo,
es posible que esa reunión de emergencia fuera motivada por el conocimiento de la
experiencia de Ramírez, quien se integró a las fuerzas establecidas cerca de Caldera,
donde sirvió en condición de cabo segundo entre el 20 de marzo y el 29 de junio, y
de nales de septiembre al último día del diciembre del año indicado, con un salario
mensual de 5 pesos y 5 reales (Meléndez Chaverri y Villalobos Rodríguez, 1973, pp.
85-88; Arguedas Zamora, 2020, pp. 278-279).
Meléndez y Villalobos indican que el corso impidió que Ramírez volviera a
navegar en 1819, debido al temor que prevalecía entre los dueños de barcos de ser
víctimas de esa práctica. Se hizo de nuevo a la mar a comienzos de 1820, con rumbo
a Panamá, de donde retornó cerca de nales de abril. Zarpó después con destino a
El Realejo y en septiembre ya se encontraba en Puntarenas. Partió una vez más en
octubre, en dirección al puerto panameño de Perico (en este viaje transportó uno de
los dos primeros quintales de café exportados por los productores del Valle Central)
y en enero de 1821, ya de regreso a Costa Rica, avistó dos navíos corsarios, de lo cual
informó al gobernador Juan Manuel de Cañas. En respuesta a tal amenaza, se creó el
Destacamento Militar del Sur, unidad constituida por un buque patrullero, que operó
por corto tiempo, en el cual Ramírez sirvió como capitán, maestre y piloto práctico
(Meléndez Chaverri y Villalobos Rodríguez, 1973, pp. 91-94).
Sin descartar la inuencia del corso en la prolongada estadía de Ramírez en
tierra en 1819, tal situación también pudo deberse a que, después de la captura del
San José, su relación con Palacios terminó. Si así fue, no parece que nalizara en
condiciones inamistosas, ya que según declaró Ramírez posteriormente, su antiguo
patrono le dejó por vía testamentaria 510 pesos (Archivo Nacional de Costa Rica,
1823a, ff. 19v.-20). Cuando regresó a la mar, a inicios de 1820, Ramírez lo hizo al
mando del pailebote Nuestra Señora de los Ángeles, alias El Costarrica, propiedad
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del comerciante español Antonio Figueroa, avecindado en Alajuela. A nales de
1821, Figueroa acusó a Ramírez de no presentar las cuentas convenidas, a lo que el
joven capitán respondió con el depósito de los documentos correspondientes en el
juzgado que atendía el caso, el cual validó el proceder y los informes de Ramírez
(Meléndez Chaverri y Villalobos Rodríguez, 1973, pp. 90-96).
Aunque Figueroa fundó sus sospechas en un contraste entre las –presuntas–
dicultades económicas que él experimentaba y la creciente prosperidad de su
empleado (Meléndez Chaverri y Villalobos Rodríguez, 1973, pp. 94-95), su descon-
tento quizá estuvo motivado porque se enteró de que Ramírez tenía la intención
de independizarse. En efecto, el 17 de enero de 1822, Ramírez y Francisco Castro
compraron por 900 pesos el falucho Jesús María, surto en Puntarenas. Dado que
no toda la suma fue cancelada de contado, la esposa de Castro se constituyó en
adora por el monto pendiente (Archivo Nacional de Costa Rica, 1822, ff. 5-6). Tal
navío, que era capitaneado por el cartaginés Manuel de la Torre, fue el mismo que
adquiriera por 600 pesos José Ana Jiménez, tras cuya defunción fue vendido por sus
herederos con considerable ganancia (Archivo Nacional de Costa Rica, 1821a, ff.
15v.-16). Castro, posteriormente, traspasó su parte al comerciante español Manuel
Cacheda (Archivo Nacional de Costa Rica, 1823a, f. 18v.).
Desde cuándo Ramírez empezó a acumular por cuenta propia es algo que no se
puede determinar, pero, posiblemente, su ascenso a capitán constituyó un momento
estratégico en tal proceso. Clave en ese éxito fue que su inserción laboral ocurrió
cuando todavía era un adolescente, que le permitió disponer de un ingreso regular
mucho antes de alcanzar la edad promedio a que se casaban los varones urbanos
del Valle Central: 25,8 años según una muestra correspondiente al período 1827-
1851 (Rodríguez Sáenz, 2006, p. 65). Por tanto, sin una familia que mantener (con
excepción de su madre), dispuso de más recursos para ahorrar e invertir. Al empezar
a laborar con Figueroa en 1820, ya Ramírez exportaba algunos productos agropecua-
rios y artesanales a Panamá, y probablemente, por entonces, importaba textiles para
venderlos en el Valle Central (Meléndez Chaverri y Villalobos Rodríguez, 1973, pp.
56, 92-93). Según evocó Anzoátegui en 1824, él desde muy temprano comenzó a
darle “algunas cortas habilitacioncitas” (Archivo Nacional de Costa Rica, 1823b, f.
38), oportunidad que Ramírez no desaprovechó. Además, incorporó a su hermanastro
José María Ramírez García, establecido en León de Nicaragua, al incipiente negocio
familiar, al encargarle el expendio de parte de esa mercadería (Archivo Nacional de
Costa Rica, 1823a, f. 18; 1823b, ff. 41-41v.).
Fue tan rápido y contundente el ascenso económico y social que logró Ramírez
en menos de una década que impresionó favorablemente a sus vecinos, especialmente
en una población como Alajuela, fundada en 1782 y donde las desigualdades eran
menos pronunciadas que en Cartago, Heredia y San José (Molina Jiménez, 1984, pp.
190-206). A esto se sumó el cosmopolitismo que le proporcionó su experiencia como
marino, la notoriedad que le deparó su encuentro con los corsarios argentinos en
1819 y su activa participación en la defensa de la provincia. Sin que se lo propusiera,
Iván Molina Jiménez • Gregorio José Ramírez, la ota colonial costarricense... 17
Ramírez comenzó a acumular capital político local, lo que le valió que a sus 25
años, una vez que Centroamérica se independizó de España el 15 de septiembre de
1821, fuera nombrado representante alajuelense y, en esa condición, participara en
los procesos iniciales de diseño, organización y construcción del Estado de Costa
Rica (Obregón Loría, 1971, pp. 109-114, 137-157, 176-178; Meléndez Chaverri y
Villalobos Rodríguez, 1973, pp. 88-106).
RAMÍREZ Y LA INDEPENDENCIA
Aunque en algunos de los estudios existentes sobre Ramírez se asume una
temprana identicación con los valores republicanos y los procesos emancipa-
dores de Suramérica (Fernández Guardia, 1946, pp. 39-40; Meléndez Chaverri y
Villalobos Rodríguez, 1973, pp. 54, 58), su politización fue más compleja. Puesto
que su iniciación en la carrera marítima coincidió con la disposición de las autori-
dades guatemaltecas que prohibía el comercio con Panamá, probablemente Ramírez
compartió el rechazo a esa medida que prevaleció entre los comerciantes del Valle
Central, si bien el blanco del descontento era entonces más Guatemala que España.
Sin embargo, la captura del San José por los corsarios argentinos pudo distanciarlo,
más que acercarlo, a las guerras independentistas: lo primero que hizo al retornar a
tierra fue sumarse a la defensa de la provincia, una colaboración reiterada a inicios
de 1821, que perpetuaba la condición colonial de Costa Rica.
Pese a que desde 1820 se intensicó la sobrecarga scal contra los mercaderes
que importaban géneros extranjeros, medida que afectaba de manera directa sus acti-
vidades empresariales, Ramírez, en vísperas de la independencia, todavía no radi-
calizaba políticamente. Al darse la ruptura con España, los comerciantes de Costa
Rica debieron empezar a combinar sus negocios con sus nuevas responsabilidades
institucionales. Ramírez no fue la excepción: cumplió con sus deberes políticos entre
octubre de 1821 y febrero de 1822 como representante de Alajuela, y a partir de
entonces priorizó la atención de sus intereses mercantiles, máxime que acababa de
convertirse en copropietario de un barco.
Cerca de once años después de que se iniciara en el transporte marítimo,
Ramírez, por vez primera, se haría a la mar como patrono y no como empleado. Su
entusiasmo por ese cambio de condición se vislumbra en un documento escrito por
el presbítero y comerciane cartaginés, Félix de Jesús García Muñoz, De acuerdo con
este eclesiástico, el 7 de febrero de 1822, Ramírez le escribió
“…suplicándome le diera 50 pesos pero que a la vuelta de su viaje me los satisfaría con su
correspondiente redito, que lo hacía por no malvaratar sus efectos de ropa y que le precisaba
mucho el carenar su barquito [el Jesús María, del cual acababa de convertirse en copropietario
en enero de 1822], en efecto, en la misma hora que el nado Joaquín Castro me presentó su
carta verique la entrega… En 8 de abril [sic: febrero] de 22 llegó a su casa muy agradecido por
la prontitud con que lo cerbí” (Archivo Nacional de Costa Rica, 1823b, ff. 48-48v.).
Diálogos Revista Electrónica de Historia, 22(2): 1-27. Julio-diciembre, 2021. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica18
Desde Puntarenas, adonde se trasladó probablemente a nales de febrero para
ocuparse de la reparación del barco (Meléndez Chaverri y Villalobos Rodríguez,
1973, p. 106), Ramírez dirigió una carta a Manuel Espinoza el 28 de marzo de 1822,
en la que se rerió tanto a sus pasadas actividades políticas como a sus inmediatos
asuntos comerciales:
“mi amigo y dueño, recivi sus dos apreciables de fecha 6 de junio del 21 y 10 de octubre del
mismo las que no he contestado por aver estado con asuntos de consideracion entre manos,
mas lla me desocupe y estoy al concluir la carena de mi barquito. El dador de esta lo será Dios
mediante don Ysidro Mendes al que le estimare a U. me le entregue el producido de dies tercios
asucar al precio que vendio los que le debe e igualmente de tres tercios de puerco y cuatro de
dulce y apercivira recibo de dicho don Ysidro rebajando de lo que se le entregue el costo de
bodega y sincuenta reales que pague de etes a mas el tanto por ciento que le pertenece de
comisión a U. Yo saldre Dios mediante para El Chorro y [ilegible: ¿dentro?] de quince días con
el barquito [car]gado de mi cuenta y algunos tercios de don Francisco Castro. Lla tengo toda
la carga en [ilegible: ¿y?] solo estoy aguardando el rancho” (Archivo Nacional de Costa Rica,
1823b, ff. 8-8v.).
Todavía el 9 de abril, Ramírez se encontraba en Puntarenas y, pese a que a
Espinoza le aseguró que el cargamento estaba completo, embarcó alguna mercadería
adicional, ya no de índole agropecuaria, sino artesanal, como se desprende del docu-
mento que rmó en esa fecha:
“... soy en deber a don José María Ydalgo [de San José] la cantidad de ciento treinta pesos
cuatro reales valor de ocho cajones de candelas que me a vendido a mi entera satisfación y me
obligo a satisfacer dicha cantidad a la buelta de mi procimo viaje que sera dentro de tres meses
el regreso y al mes de llegada al Puerto de Punta Arenas devo satisfacer dicha cantidad en mo-
neda corriente en esta provincia” (Archivo Nacional de Costa Rica, 1823b, f. 10).
Algunos días después, Ramírez se hizo a la mar, en un viaje que superó el
plazo prometido a Hidalgo para cancelar la deuda. Durante casi nueve meses, navegó
por el Pacíco de Colombia, Ecuador y Perú, en lo que fue un intento por obtener las
mayores ganancias en el menor tiempo posible, quizá con la intención de acumular
los fondos necesarios para terminar de pagar el barco –cuyo nombre cambió a El
Patriota– y de consolidar su condición de comerciante mayorista. En contacto con las
áreas donde se libraba la etapa nal de las guerras de independencia, Ramírez terminó
de radicalizarse. A Costa Rica regresó a nales de diciembre y ya el 7 de febrero de
1823 fue electo en cabildo abierto como uno de los dos diputados de Alajuela al
Primer Congreso Constituyente, al que se integró el 4 de marzo (Meléndez Chaverri
y Villalobos Rodríguez, 1973, pp. 106-110, 238; “Actas municipales de Alajuela”,
1993, pp. 129-130; “Primer Congreso”, 1900, pp. 343-364).
Su retorno coincidió con un momento político crítico: a escala regional, se
intensicaban las presiones para que Costa Rica se anexara al Imperio Mexicano,
y a nivel interno, las identidades locales forjadas en el siglo XVIII, crecientemente
institucionalizadas a partir de la promulgación de la Constitución de Cádiz (1812),
Iván Molina Jiménez • Gregorio José Ramírez, la ota colonial costarricense... 19
experimentaban una politización vertiginosa, que se extendió aún a las áreas rurales
y rápidamente polarizó al Valle Central en dos bandos. Los partidarios de la anexión,
denominados imperialistas, predominaban en Cartago y Heredia (separada del
Estado costarricense desde 1821) y tenían por jefes a personas de mediana o avan-
zada edad, provenientes de familias inuyentes desde la época colonial. En contraste,
sus adversarios, llamados republicanos, prevalecían en San José y Alajuela y eran
liderados por individuos nacidos a partir de 1790, cuya juventud coincidió con la
difusión del ideario de la Ilustración y el colapso del imperio español en América, del
cual algunos, como Ramírez se beneciaron para ascender socialmente (Fernández
Guardia, 1941, pp. 47-66).
Después de tomar el cuartel de Cartago el 29 de marzo de 1823 (sin conocer
que Agustín de Iturbide había abdicado diez días antes), los imperialistas de esa
ciudad eligieron un nuevo ayuntamiento y acordaron jurar el imperio el 6 de abril;
además, enviaron representantes a San José para negociar una solución pacíca a la
crisis. Frente a tales eventos, el republicanismo joseno se dividió: los moderados
estaban de acuerdo en que los facciosos conservaran su propio régimen político, de
manera similar a como lo había hecho Heredia; pero los radicales proponían marchar
contra los cartagineses. Dos de los partidarios de la vía armada, al evidenciarse que
podía prevalecer una posición negociadora, se trasladaron a Alajuela, cuyo ayunta-
miento, con fuerte respaldo popular, nombró a Ramírez comandante militar de esa
población (Fernández Guardia, 1941, pp. 74-76; “Actas municipales de Alajuela”,
1993, pp. 135-136; Arguedas Zamora, 2020, pp. 417-420).
Al mando de las tropas alajuelenses, Ramírez ingresó a San José en la tarde
del 31 de marzo. También allí su liderazgo concitó un fuerte apoyo de los sectores
populares (por cuya presión el ayuntamiento de esa ciudad proclamó la indepen-
dencia absoluta de España el 29 de octubre de 1821). El primero de abril de 1823,
Ramírez fue designado comandante general de las Armas de Costa Rica y, acuerpado
políticamente por un sector de las autoridades josenas, empezó con los prepara-
tivos de guerra. En la mañana del día 5, las fuerzas republicanas enfrentaron a las
imperialistas en Ochomogo, con un saldo de 20 muertos y 41 heridos para ambos
bandos. Finalizado el conicto tras un pacto que supuso que los cartagineses depu-
sieran las armas, Ramírez ejerció el poder durante diez días, al cabo de los cuales
inició sesiones la Asamblea Provincial (con participación de Heredia) que dispuso
trasladar la capital de Cartago a San José el 2 de mayo, cambio incorporado en el
Segundo Estatuto Político, promulgado dos semanas después. Ramírez se mantuvo
en el cargo hasta su muerte, ocurrida el 4 de diciembre de 1823 (Fernández Guardia,
1941, pp. 76-110; Meléndez Chaverri y Villalobos Rodríguez, 1973, pp. 124-166;
Obregón Quesada, 2007, pp. 133-142; Arguedas Zamora, 2020, pp. 420-475).
Pérez Zeledón destacó que Ramírez, pese a su decisiva incursión en la polí-
tica costarricense de 1823, no pidió ni obtuvo nada. Fernández Guardia fue todavía
más lejos, al señalar que el carácter democrático de Ramírez se evidenciaba en
que, aunque pudo mantenerse como dictador, no lo hizo y rápidamente restableció
Diálogos Revista Electrónica de Historia, 22(2): 1-27. Julio-diciembre, 2021. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica20
el orden legal. Meléndez y Villalobos reiteraron tales enfoques al insistir en que
Ramírez luchaba por razones institucionales, no personales (Pérez Zeledón, 1900:
22; Fernández Guardia, 1928: 208; Meléndez Chaverri y Villalobos Rodríguez, 1973:
174). Independientemente de la exactitud de estas consideraciones, cabe precisar que
Ramírez, al no levantarse en armas para transformar el régimen existente, sino para
restaurar el que había sido alterado, no tenía motivos ni justicaciones para perma-
necer en el poder, algo que tampoco hubiera podido hacer por mucho tiempo, no solo
por la precariedad de su salud, sino porque los sectores que lo apoyaban difícilmente
se lo hubieran permitido.
CONCLUSIÓN
A diferencia de su padre, cuya estrategia de ascenso social se basó en establecer
enlaces, por la vía matrimonial, con familias de mejores condiciones económicas, la
de Ramírez estuvo inuida decisivamente por su temprana inserción laboral. Dado
que todavía no estaba en edad de casarse, su empleo le permitió, a partir del ingreso
regular que recibía, acumular recursos de manera sistemática. Como resultado de
esta práctica pudo, en un primer momento, involucrarse en la exportación e importa-
ción de mercadería a pequeña escala; más adelante, dispuso de los fondos sucientes
para convertirse en copropietario de un barco; y, una vez que Centroamérica se
emancipó de España, incursionó en la política en un sentido que resultó fundamental
para consolidar la independencia de Costa Rica.
Cuando se analiza el ascenso empresarial y político de Ramírez, resulta
evidente que supo aprovechar al máximo las oportunidades que se le presentaron
durante procesos históricos decisivos. Su inserción en la carrera marítima ocurrió en
el contexto de la expansión del comercio exterior de Costa Rica y la constitución de
una ota al servicio de los comerciantes del Valle Central. Pese a la prohibición del
comercio con Panamá, dispuesta por las autoridades de Guatemala, Ramírez no solo
logró ascender al puesto de capitán como parte de la tripulación del barco pertene-
ciente a Palacios, sino que él mismo empezó a incursionar en la exportación e impor-
tación de productos y, al nal, dejó atrás su condición de empleado para convertirse
en patrón.
Ramírez también supo capitalizar políticamente su rápido ascenso empresa-
rial, su captura por parte de los corsarios argentinos en 1819 y sus actividades en
defensa de la provincia. Construyó una base de apoyo en Alajuela, que le posibilitó
representar a esa población, entre octubre de 1821 y febrero de 1822, en la etapa
inicial de construcción del Estado costarricense. Al estallar la crisis institucional que
resultó de la toma del cuartel de Cartago por los partidarios del Imperio Mexicano en
marzo de 1823, Ramírez aprovechó el vacío de poder creado entonces para ponerse
al frente de los republicanos radicales (entre los cuales había jóvenes como él) y
adelantarse a cualquier arreglo al que pudieran llegar los imperialistas cartagineses
Iván Molina Jiménez • Gregorio José Ramírez, la ota colonial costarricense... 21
y los dirigentes del republicanismo moderado de San José. Se valió del profundo
descontento popular para organizar un movimiento armado cuyo triunfo en la batalla
de Ochomogo lo convirtió, por un corto período, en el líder político de Costa Rica.
Dado que el objetivo de Ramírez era restablecer un régimen derrocado, una
vez alcanzada esta meta, su liderazgo político, en vez de consolidarse, se atenuó,
a lo que también contribuyó su enfermedad. Al nal, el resultado fue más que una
restauración, no solo porque Heredia se reintegró al Estado, sino porque, al dispo-
nerse que en adelante la capital residiría en San José, se profundizó la ruptura con el
pasado colonial. Poco antes de morir, al otorgar su testamento el 26 de noviembre de
1823, Ramírez se rerió al barco del que era copropietario como el Jesús María, no
El Patriota (Archivo Nacional de Costa Rica, 1823a, f. 18v.). Tal vez en ese momento
postrero, su mentalidad religiosa, proveniente de una época que se resistía a desapa-
recer, se impuso, por un instante, a la ideología republicana, vanguardia de la nueva
era que empezaba a abrirse paso.
AGRADECIMIENTOS
Se reconoce la colaboración del personal del Archivo Nacional de Costa Rica,
del Sistema de Bibliotecas, Información y Documentación de la Universidad de
Costa Rica, y del estudiante de Historia Rafael Ángel González Ovares. Se agra-
decen los comentarios y sugerencias de David Díaz Arias y el material aportado por
Aarón Arguedas Zamora.
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Iván Molina Jiménez • Gregorio José Ramírez, la ota colonial costarricense... 25
ANEXO 1
GENEALOGÍA MÍNIMA DE GREGORIO
JOSÉ RAMÍREZ CASTRO:
27 DE MARZO DE 1796-4 DE DICIEMBRE DE 1823
Padre: José Gregorio Ramírez Otárola, hijo de Pedro Ramírez y Catalina Otárola, bautizado en Cartago
el 26 de noviembre de 1749; casado en primeras nupcias con Ana María García de Argueta (6 de
junio de 1773), hija de Julián García de Argueta y de Ana Sancho, y viuda de Francisco Javier
López del Corral (1742-1768), con quien se desposó el 29 de junio de 1766 y tuvo una hija, Lucía.
Francisco Javier, hijo de Tomás López del Corral Salmón y de Francisca Ibarra Moya, falleció el
20 de noviembre de 1768.
Descendencia de José Gregorio Ramírez Otárola y Ana María García de Argueta: Sebastián (30 de enero
de 1774), Juana Josefa de Jesús (11 de marzo de 1776), Paula (30 de junio de 1777), José Manuel
del Pilar (4 de junio de 1778), José Sotero (24 de abril de 1780), María Josefa de la Cruz (16 de
septiembre de 1782), Josefa Nicolasa (13 de septiembre de 1784), José María (6 de septiembre de
1786) y Josefa Casilda (13 de abril de 1790).
Fallecimiento de Ana María García de Argueta: alrededor del 16 de noviembre de 1791.
Casamiento en segundas nupcias de José Gregorio Ramírez Otárola (9 de enero de 1792) con Rafaela
Castro Alvarado, nacida en San José el 2 de julio de 1774, hija de José Antonio Castro y Petronila
Alvarado.
Descendencia de José Gregorio Ramírez Otárola y Rafaela Castro Alvarado: Josefa Marcelina (28 de
abril de 1794), casada con Tiburcio Aguilar Fernández el 29 de agosto de 1812 (padrino Ramón
Palacios); Gregorio José Ramírez Castro (27 de marzo de 1796), Josefa Feliciana (9 de junio de
1798), María Josefa del Pilar (14 de octubre de 1799) y Nicolasa de Jesús (11 de septiembre de
1801).
Fallecimiento de Gregorio José Ramírez Otárola: 23 de mayo de 1803; de Rafaela Castro Alvarado: 16
de octubre de 1850.
Fuente: Parroquia de Nuestra Señora del Carmen de Cartago. (1749). Bautizo de José Gregorio Ramírez
Otárola. Bautizos, libro VIII, 8 de febrero de 1748-29 de julio de 1756, folio 39, asiento 166, 26
de noviembre; (1766). Matrimonio de Francisco Javier López del Corral y Ana María García.
Casamientos, 10 de enero de 1762 a 10 de noviembre de 1775, folio 45, asiento 21, 20 de
noviembre; (1768). Defunción de Francisco Javier Corrales. Defunciones, libro V del año 1765 al
año 1773, folio 59, asiento 402, 20 de noviembre; (1773). Matrimonio de José Gregorio Ramírez
y Ana María García. Casamientos, 10 de enero de 1762 a 10 de noviembre de 1775, folio 135,
asiento 212, 6 de junio; (1774). Bautizo de Sebastián Ramírez García. Bautizos, libro XII, 5 de
enero de 1774 a 6 de enero de 1779, folio 5v., asiento 21, 30 de enero; Parroquia de Nuestra Señora
del Pilar de Tres Ríos. (1776). Bautizo de Juana Josefa de Jesús. Bautizos, libro 1, folio 13, asiento
87, 11 de marzo; (1777). Bautizo de Paula Ramírez García. Bautizos, libro I, folio 15, asiento 109,
30 de junio; (1778). Bautizo de José Manuel del Pilar Ramírez García. Bautizos, libro I, folio 16v.,
asiento 122, 4 de junio; (1780). Bautizo de José Sotero Ramírez García. Bautizos, libro I, folio
Diálogos Revista Electrónica de Historia, 22(2): 1-27. Julio-diciembre, 2021. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica26
19-19v., asiento 152, 24 de abril; (1782). Bautizo de María Josefa de la Cruz Ramírez García.
Bautizos, libro I, folio 24, asiento 189, 16 de septiembre; (1784). Bautizo de Josefa Nicolasa
Ramírez García. Bautizos, libro I, folio 27, asiento 226; folio 52v., 13 de septiembre; Parroquia
El Carmen de San José. (1786). Bautizo de José María Ramírez García. Bautizos, 27 de enero
de 1785 a 11 de septiembre de 1788, folio 52v., asiento 259, 6 de septiembre; (1790). Bautizo de
Josefa Casilda Ramírez García. Bautizos 1788-1791, folio 77, asiento 105, 13 de abril; (1794).
Bautizo de Josefa Marcelina del Carmen Ramírez Castro. Bautizos 1, folio 157v., asiento 132, 28
de abril; (1796). Bautizo de Gregorio José Ramírez Castro. Bautizos 2, folio. 129, asiento 12, 27
de marzo; (1798). Bautizo de Josefa Feliciana Ramírez Castro. Bautizos, folio 192, asiento 207,
9 de junio; (1799). Bautizo de María Josefa del Pilar Ramírez Castro. Bautizos, folio 272, asiento
401, 14 de octubre; (1801). Bautizo de Nicolasa de Jesús Ramírez Castro. Bautizos, folio 352,
asiento 410, 11 de septiembre; (1812). Matrimonio de Marcelina Ramírez con Tiburcio Aguilar.
Matrimonios 5, 1812-1815, folio 9, asiento 73, 29 de agosto; (1850). Defunción de Rafaela Castro.
Defunciones, 24 de febrero de 1849 a enero 2 de 1855, folio 35, 16 de octubre; Archivo Nacional
de Costa Rica. (1791). Mortuales Coloniales, San José, Exps. 179 (1791), 312 (1803); Quesada
Pineda, H. J., “Familias Ramírez costarricenses entre 1607 a 1775”. Blacksburg, VA, s. e., 2020.
ANEXO 2
LOS BARCOS DE LOS COMERCIANTES DEL VALLE
CENTRAL Y SUS PROPIETARIOS (1793-1822)
1793: Nuestra Señora de las Mercedes, barco. Pedro Antonio Solares, oriundo de Asturias, residente en
Heredia. Un bergantín con este nombre aparece como propiedad de Francisco Castro de San José.
1796: San José, alias El Firme, barco. Pedro Antonio Solares.
1799: Pura y Limpia Concepción, barco. Ramón Palacios, oriundo de Viscaya, residente en San José.
1800: Nuestra Señora del Carmen, canoa, Pedro Antonio Solares.
1801: Nuestra Señora de los Ángeles, canoa. Nicolás López de Castro, del comercio de La Habana,
residente en Cartago.
1801: Nuestra Señora del Rosario, canoa. José María Oreamuno (Cartago).
1804: San Antonio, canoa. Ramón Palacios, oriundo de Viscaya, residente en San José.
1804: San Benito, falucho. Pedro Antonio Solares. Gregorio Ulloa (San José), José Ana Jiménez (San
José). Jiménez vendió el barco a Antonio Espinoza en 800 pesos. Espinoza murió en Guayaquil,
donde el navío fue vendido de nuevo.
1807: San José, alias Las Ánimas, bergantín. Marcos Angulo de Cartago. Antonio Figueroa lo compró
por 150 pesos el 13 de marzo de 1811. En la escritura se declaró inservible, pero al parecer fue
arreglado, ya que todavía navegaba en 1819.
Iván Molina Jiménez • Gregorio José Ramírez, la ota colonial costarricense... 27
1809: San José de los Ángeles, alias El Triunfo, paquebote. Ramón Palacios.
1811: San Juan, alias El Volador, barco. Antonio Figueroa, de España, residente en Alajuela.
1813: Nuestra Señora de la Concepción, alias El Costarrica, buque. Manuel Alvarado (San José), Benito
Alvarado (San José) y Juan Aluma (oriundo de Cataluna, vecino de San José).
1815: San Francisco de Paula, falucho. Lombardo, Mora, Gallegos y Cía. Efímera compañía mercantil
que fue fundada en noviembre de 1813 y se disolvió en noviembre de 1817.
1815: San José, alias El Milagro, falucho. Juan Antonio Castro (Cartago).
1816: Nuestra Señora de los Ángeles, alias El Costa Rica, pailebote. Antonio Figueroa.
1818: Nuestra Señora del Rosario, alias El Intrépido, bergantín. Manuel José Palma, oriundo de Panamá
y vecino primero de Cartago y luego de Heredia.
1819: Santo Toribio, buque. Manuel Collet de Panamá, vecino de San José. Fallecido Colet, su viuda,
Juana Cordero, lo vendió en 80 pesos en junio de 1819 a Manuel José Palma. Fue descrito como
inservible.
1820: Jesús María, alias El Pronto, falucho. José de Jesús Venegas de Cartago. José Ana Jiménez de San
José lo adquirió vía remate, en agosto de 1821, en 600 pesos; a su muerte, fue vendido por su
esposa, en enero de 1822, a Francisco Castro, de San José, y a Gregorio Gregorio José Ramírez,
joseno residente Alajuela, en 900 pesos. Ramírez rebautizó este barco con el nombre de El
Patriota, del cual era propietario también el español Manuel Cacheda.
1821: San Rafael Arcángel, alias Triunfante, pailebote. Félix Martínez, oriundo de Valencia, residente en
San José. Alejandro García Escalante, de Cartago, lo compró por 3.276 pesos el 31 de agosto de
1821.
Fuente: Archivo Nacional de Costa Rica, Protocolos Coloniales, San José, Exps. 461 (1804), 14-15v.; 469
(1815), 7-7v.; 474 (1817), 24v.-25, 43-43v., 46v.-48v.; 476 (1819), 45v.-49v.; 478 (1820), 6v.-13;
479 (1820), 2v.-4; 480 (1821), 2-3; 481 (1821),1-5, 24v.-26v.; 482 (1822), 5-6; Cartago, Exps.
1037 (1809), 15-17, 142-144; 1039 (1811), 26-26v. 33v.-34, 46v.-48v., 69v.-70; 1041 (1813),
37-37v.; 1048 (1816), 34v.-35; 1060 (1821), 15v-16; León Sáenz, Jorge, “Movimiento marítimo
anual por la costa del Pacíco de Centroamérica”. San José, Universidad de Costa Rica, 1998;
Ayuntamiento de Cartago, “Acta No. 16”. Ayuntamiento de Cartago, Actas del ayuntamiento
de Cartago. San José, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la independencia de Centro
América, 1972, 5 de marzo, 1821, 64-65.
Fuente: Archivo Nacional de Costa Rica. Protocolos Coloniales. San José: Exp. 461 (1804), Exp. 469
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