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86Diálogos Revista Electrónica de Historia, 22(1): 86-113. Enero-junio, 2021. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica
DOI 10.15517/dre.v22i1.44248
EL TRABAJO CALLEJERO INFANTIL
EN SAN JOSÉ, COSTA RICA, 1953-1978
Carlos Izquierdo Vázquez
Resumen
El artículo busca analizar los discursos en la prensa escrita acerca de los trabajos
infantiles en las vías públicas de San José, en el marco de la expansión urbana.
Se demuestra que predominaron los hombres, la venta de diversos servicios
y la clasicación de los niños a partir de diversas categorías laborales, que
simultáneamente, sirvieron para juzgarlos moralmente. Aunque generalmente se
legitimaba su disciplina laboral, también hubo críticas hacia sus actividades de
ocio, sus comportamientos públicos, y sus transgresiones. Se consideraba que
muchos de estos niños podían caer en la vagancia y en la mendicidad.
Palabras clave: pobreza, espacio urbano, infancia, sector terciario, delincuencia,
vagancia.
CHILDREN STREET WORK
IN SAN JOSÉ, COSTA RICA, 1953-1978
Abstract
This paper seeks to analyze the discourses in the written press about child labor on the
public roads of San José, within the framework of urban expansion. It demonstrates
that men predominated, the sale of various services and the classication of children
from various job categories, which simultaneosly, served to judge them morally.
Although their labor discipline was generally legitimized, there were also criticisms
of their leisure activities, their public behaviors and their transgressions. It was
considered that many of these children could fall into vagrancy and begging.
Keywords: poverty, urban space, childhood, third service, delinquency, vagrancy.
Fecha de recepción: 16 de octubre de 2020 Fecha de aceptación: 25 de noviembre de 2020
Carlos Izquierdo Vázquez Profesor de la Escuela de Historia de la Universidad de Costa
Rica, San José, Costa Rica. Contacto: carlos.izquierdovazquez@ucr.ac.cr
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-4980-2971
Carlos Izquierdo Vázquez • El trabajo callejero infantil en San José, Costa Rica, 1953-1978 87
INTRODUCCIÓN
En San José, Costa Rica, entre 1953 y 1978, se dio un rápido crecimiento
demográco y urbanístico así como del empleo industrial, cuya mano de obra era de
escasa calicación y se componía principalmente de los sectores populares. Los niños
de las familias de los sectores populares
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generalmente se incorporaban al mercado
laboral a edades tempranas y el principal motivo fueron las carencias económicas
de las familias, aunque estas actividades fueron mayoritariamente en el ámbito agrí-
cola y en los servicios. El sector industrial se expandió sustancialmente a partir de
la década de 1960 (con la inserción del país al Mercado Común Centroamericano),
pero, su mano de obra se constituyó por personas adultas, a la vez que en las fuentes
consultadas no se mencionan casos de niños trabajadores en fábricas.
Los niños trabajadores privilegiaron las calles u otros espacios públicos.
Empero, algunos realizaban actividades remuneradas sin que el principal motivo
fuera la necesidad económica. Al igual que en el caso del ausentismo escolar (que
podía tener distintos niveles de duración), muchas veces las actividades de ellos
no eran consecuencia de una decisión individual, sino que formaba parte de estra-
tegias familiares de sobrevivencia. Se coincide con del Castillo (2001), quien
caracteriza la niñez como una etapa de la vida del ser humano, cuya noción y
acercamiento varían según la época, la sociedad y la cultura. Este autor parte de
que es una “construcción histórica vinculada a una serie de signicados y a una
estructura social, económica, política y cultural” (p.14). Por esto, cada sociedad ha
construido su propia visión de la niñez.
En los siglos XVI y XVII, el sistema educativo moderno fue clave en la cons-
trucción de la identidad de los niños. La posterior separación del mundo infantil con
respecto al adulto, la investigación en psicología y pedagogía, así como el desarrollo
de la pediatría en el siglo XIX, fueron decisivos para acelerar una modicación en
los criterios culturales que incrementaron la duración de la infancia. La evolución
médica y cientíca (particularmente a nales del siglo XIX e inicios del XX) y una
serie de cambios económicos y culturales, develaron “aspectos inéditos que alteraron
la concepción de la etapa de la infancia y la forma de pensar y de reexionar en sus
características y problemas” (Castillo, 2001, pp.16-21).
La mayor parte de los sectores populares se concentraban habitacionalmente
al sur de la ciudad, principalmente en los distritos de Hospital, Hatillo y San Sebas-
tián; mientras que en el primero de ellos predominaron los sectores artesanales
(Malavassi, 2014, pp. 197-198, 315, 380-381). El período del estado benefactor
(entre las décadas de 1950 y 1980), se tradujo en una sistemática reducción de la
pobreza, pero también crecieron los asentamientos de sectores pobres urbanos,
haciéndose más grandes y evidentes (principalmente a través de tugurios, viviendas
en mal estado y altos precios de alquileres). Por ello, a numerosas familias no les
quedaba otro remedio que enviar a sus hijos a trabajar, al tanto que había también un
sector de ellos que debían velar económicamente por sí mismos.
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Prácticamente toda la población del cantón central de San José de 12 años y más
se dedicaba a actividades de los sectores secundario y terciario de la economía (Direc-
ción Nacional de Estadística y Censos, 1964, p. 9). Fernández y Schmidt (1976) señalan
que este último fue el que tuvo el mayor dinamismo en los espacios públicos, aunque
incluyó muchas categorías ocupacionales que requerían escasa preparación escolar y
técnica, al tanto que continuó el riesgo de caer en la desocupación (pp. 117-119).
En el período de estudio, los mayores de 12 y menores de 15 años requerían un
permiso de sus padres o tutores para trabajar. En caso de que no lo tuvieran, la autori-
zación la daba el Patronato Nacional de la Infancia (PANI, creado en 1930 y destinado
a la atención hacia la niñez). Quienes tenían entre 15 y 18 años gozaban de libertad
para ofrecer sus servicios subordinados según el artículo 47 del Código de Trabajo.
En contraste, los niños que tenían menos de 12 años no podían trabajar, por cuanto se
encontraban en edad escolar (la educación primaria era obligatoria y gratuita), a la vez
que quienes no habían completado la educación escolar o cuyo trabajo no lo permi-
tiera, tampoco podían trabajar, según este Código (Jiménez, 1996, p. 24, 28).
2
En
otras palabras, las edades de muchos de los niños que se analizarán demuestran que
el trabajo infantil no estaba permitido, pero que continuó desarrollándose en espacios
públicos. Empero, este no fue un eje discursivo en la prensa consultada.
Según Céline Geffroy (2005), así como López y Salles (2006), las representa-
ciones elaboradas hacia la pobreza incluyen aspectos materiales y simbólicos. Estos
últimos están sujetos a normas, costumbres o valores interiorizados que varían según
la época. O sea, la pobreza es asociada con la carencia de bienes materiales (y la
capacidad para poderlos adquirir), pero incluye un componente subjetivo, al haber
características que rompen con lo considerado moralmente correcto.
Parte de los recursos necesarios para el consumo familiar eran en especie (no
monetarios), incluyendo bienes (muebles, artefactos, vestido y alimentos), servicios
(limpieza, cocina, planchado, costura, reparación y mantenimiento) e información.
Aquellos recursos en dinero generalmente provienen del empleo en el mercado
laboral (Narotzky, 2004). Junto con el envío de miembros adicionales a realizar
trabajos, han sido dos modalidades para hacerle frente al deterioro económico y a
la pobreza. Entonces, el trabajo infantil ha sido una importante estrategia de sobre-
vivencia individual y familiar. No todos los miembros de las unidades familiares
(en este caso, los niños) han tenido las mismas capacidades de iniciar todo tipo de
actividades. Además, según Fontaine y Schlumbohm (2000), la exibilidad de los
miembros de las unidades domésticas era crucial (pp. 1-17). En síntesis, el trabajo
infantil también fue parte de esa combinación de estrategias para la sobrevivencia
individual y familiar (Viales e Izquierdo, 2018, pp. 131-148).
La historia de la infancia es un tema que ha despertado interés académico, pero
que aún se encuentra poco explorada en Costa Rica (algo que Eugenia Rodríguez
llamó la atención [2003, p. 306]). Algunas de las temáticas desarrolladas a partir
de la década de 1990 comprenden los estudios sobre la familia, la sexualidad, el
abandono de niños y las políticas públicas hacia la niñez mediante la educación y
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la salud pública, por mencionar un ejemplo (Díaz, 2012, p. 11). Hay avances en
la historia social de la infancia que en la década de 2000 vio varias publicaciones
sobre el control social en temas como el abandono, el abuso infantil y la violencia
(Marín, 2012, p. 145).
Posteriormente fue publicado un libro sobre la infancia en el siglo XX, siendo
este un notable avance debido a la diversidad temática sobre los niños en diversos
espacios. Su énfasis comprende la lantropía (el programa La Gota de Leche), la
infancia y los ritos de conmemoración de la independencia, las percepciones sobre la
poliomielitis y su tratamiento, los niños trabajadores agrícolas y los niños con tuber-
culosis en el Sanatorio Carlos Durán (Díaz, 2012). El ensayo de Menjívar (2012) da
luces sobre el trabajo infantil agrícola, con la novedad de que utiliza relatos auto-
biográcos e innova mediante el análisis de la masculinidad, categoría sumamente
valiosa dentro de los estudios de género (Menjívar, 2014, pp. 284-285).
La tesis presentada por Víquez (2014) también constituye un aporte al estudio del
período liberal al considerar el trabajo infantil y juvenil en diversos espacios urbanos,
así como las divisiones de funciones por género. En este sentido, tanto Menjívar
como Víquez, demuestran la importancia del trabajo más allá de su dimensión econó-
mica: este era idealizado e iba acorde con los principios liberales, en contraposición
a la vagancia y a la delincuencia. Esta última fue trabajada por Trejos (2019), quien
asimismo detalló en el abandono de niños, complementando diversos estudios, como
los de Marín (2005). Recientemente, la evolución de la benecencia fue analizada en
una tesis (a través de una institución como el Hospicio de Huérfanos) (Sánchez, 2019).
Esta investigación se centrará en analizar a los niños practicantes de varios
ocios en las vías públicas del centro de la ciudad de San José, o sea, quienes reci-
bieron una remuneración (generalmente económica) a cambio de un servicio: los
limpiabotas, los pregoneros y los vendedores de diversos bienes y servicios. Quienes
se ubicaban en tales categorías laborales (mayoritariamente hombres) fueron los que
más aparecieron visibilizados en las fuentes revisadas: las noticias, los artículos de
opinión y en los reportajes de los periódicos La Nación, La República y La Prensa
Libre. También se utilizarán dos testimonios impresos (uno de Francisco Mirambell
y otro de Eduardo Oconitrillo), priorizando en ellos las percepciones sobre los
trabajos callejeros y algunas localidades de la ciudad.
Los trabajos
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cubiertos con mayor amplitud por la prensa eran llevadas a cabo
principalmente en los espacios públicos, especícamente en algunas de las zonas
más transitadas, como las cercanías de los mercados, las estaciones de ferrocarriles
al Atlántico y al Pacíco, algunos parques del centro de la ciudad (como el Central
y La Merced) y los alrededores de sitios de concentración de personas. Por lo tanto,
los hombres no sólo fueron la mayoría dentro de este sector, sino también la repre-
sentación por excelencia del trabajo callejero. En estas fuentes, casi no se visibilizó
el trabajo infantil femenino, los ocios artesanales y los fabriles, así como el trabajo
desempeñado en espacios cerrados o privados. La excepción fueron quienes reali-
zaban algunos trabajos en sitios de diversión y donde se vendían alimentos y bebidas.
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Entonces, en los imaginarios predominó el trabajo infantil masculino asociado
con los servicios. Este vacío en las fuentes lógicamente tiene diversos grados de
intencionalidad por parte de quienes externaron sus visiones e implica que no todas
las actividades aparezcan representadas en este análisis. Con probabilidad, también
hubo menores de San José trabajando en el sector agrícola, la construcción, la arte-
sanía y otros sectores, e inclusive, una alternancia o tránsito entre ellas.
La hipótesis es que, por su naturaleza, los trabajos en los espacios públicos fueron
los más desarrollados por los menores de edad de los sectores populares a cambio de
un pago y hubo un predominio de la venta de servicios masculinos. Las personas cuyas
opiniones aparecieron en la prensa (como ciudadanos, funcionarios públicos o redac-
tores), compartieron los discursos hegemónicos hacia la infancia trabajadora de los
espacios públicos, si bien en algunos casos también intentaron desmiticar los prejui-
cios existentes hacia los niños pobres que laboraban en los espacios públicos y propu-
sieron diversas medidas para solucionar la situación de este sector de la niñez pobre.
Las diferencias que había entre los ocios eran simbólicas y algunos de ellos
ocupaban una serie de habilidades y destrezas, al punto que las fuentes también los
estudiaron en su especicidad laboral, geográca y simbólica. Algunos niños eran jerar-
quizados según su trabajo, al tanto que este también fue decisivo no sólo en la forma en
que eran representados por la prensa, sino también en cuanto al tipo de convivencia con
las personas que compartían con ellos los espacios públicos. Para muchos de estos estos
niños, el trabajo no fue algo meramente coyuntural o estacionario, sino algo cotidiano.
Por ello, primero se analizarán las principales categorías laborales que gene-
raron más interés por parte de los actores que escribían en la prensa, así como los
“peligros” que cada sector afrontaba o representaba. Posteriormente, se explicarán
las principales problemáticas sociales que, según la prensa escrita, podían afectar
al conjunto de la niñez que trabajaba en los espacios públicos. Por lo tanto, pese a
que aparecieron elogios y admiración hacia algunos niños, persistió el riesgo de que
cayeran en la delincuencia o en la vagancia, lo cual fue sostenido desde el período
liberal por los discursos ociales y conservadores.
LOS LIMPIABOTAS
Siguiendo a Palmer (1994), el desarrollo urbano de San José trajo un creci-
miento de un sector de trabajadores que no podían ser identicados como artesanos
u obreros. Estos comprendían los vendedores ambulantes o del mercado, los guar-
dianes, los peones municipales y los limpiabotas. Para 1924, la municipalidad consi-
deraba preocupante su supuesta cantidad, por lo que estableció un reglamento y una
inscripción de limpiabotas, pregoneros de periódicos y vendedores de lotería. El
Parque de la Merced, al menos para nales de 1928 e inicios de 1929, era un sitio
donde los limpiabotas atendían a su clientela, aunque también era frecuentado por
pregoneros de periódicos, vendedores ambulantes y vendedores minoristas de droga.
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Estos últimos eran agentes de los principales tracantes, panorama que, al parecer,
no se modicó sustancialmente en las próximas décadas (Palmer, 1994, p. 283).
Desde el período liberal, uno de los ocios importantes desempeñados por
niños del sexo masculino fue la limpieza de zapatos, la cual efectuaban en sitios
jos y de forma ambulatoria. También participaban hombres adultos, e inclusive,
podían llegar a dedicarse durante décadas a ese ocio. El Parque Central y el
Parque La Merced (ambos en el centro de la ciudad) se habían consolidado como
lugares donde trabajaban los limpiabotas de forma individual: desde niños de
siete años hasta hombres adultos.
En estos dos casos se concentraban geográcamente, a diferencia de otros
niños trabajadores que caminaban, deambulaban por la ciudad o se detenían
en algunas esquinas u otros lugares para ofrecer sus productos. Según Eduardo
Oconitrillo (2003), diagonal a la esquina “nordeste” del Parque Central, hasta 1960
se localizaba una cantina llamada La Esmeralda; ahí “pululaban” los limpiabotas con
su clásico “limpio, limpio” (p. 161) ofreciendo sus servicios. Con probabilidad en
otros lugares los limpiabotas también vociferaban lo mismo.
Sentados con sus cajones de trabajo (donde guardaban y cargaban los mate-
riales con los que desempeñaban su labor), dejaban en evidencia las contradicciones
sociales imperantes en la ciudad con sus diversos actores sociales. El trabajo infantil
callejero se encontraba parcialmente naturalizado y, ya en el período liberal, los miem-
bros de distintas clases sociales acudían a estos niños y jóvenes para que les brindaran
el servicio de limpieza del calzado (Quesada, 2011, pp. 210-211, 224-226, 257-258).
Así, mientras el niño “fajado” (esforzado) realizaba su labor cotidiana, repre-
sentaba a “(…) uno de los grupos de trabajadores más humildes” (“Alianza de
Mujeres costarricenses opina sobre ley “ocio limpiabotas””, 1973, p. 16), como
denunciaron Addy de Mora y Alicia Albertazzi, dos integrantes de la Alianza de
Mujeres Costarricenses.
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Era un ocio desempeñado por niños, provenientes en su
mayoría, de familias pobres. Algunos de ellos andaban descalzos.
Aunque laboraban de forma individual en 1970, dos niños de siete y ocho
años, así como un joven de 14 años, manifestaron grupalmente que habían incre-
mentado sus tarifas, incluyendo un aguinaldo, ya que de lo contrario, nadie se los
pagaría. Bajo el liderazgo de un limpiabotas adulto, reiteraron que habían tomado
un “acuerdo en rme” (Gutiérrez, 1970, p. 4). Agregaron que, durante un día de
trabajo, uno de ellos podía llegar a ganar 42 colones. Pese a que podría pensarse que
constituían un colectivo organizado en aras del bienestar común (sugiriéndose así la
presencia de una organización gremial y con un reconocimiento colectivo), también
había conictividades y jerarquías, como el liderazgo de un limpiabotas adulto.
Estos niños y el joven se quejaron que los “manganzones” o “mamulones”
(hombres altos y de mayor edad, al parecer adolescentes y adultos) les imposibili-
taban la realización de su ocio. Ellos propinaron maltratos y patadas a los niños
para evitar la competencia en los lugares donde fuera más favorable el desempeño
de su labor y les prohibieron trabajar en el Parque Central.
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Los tres lustradores también manifestaron sus roces con quienes velaban por
el orden. En 1960, el guarda municipal se había convertido en “protector incondi-
cional de los grandes” (“Los niños limpiabotas”, 1960, p. 4A), mientras que en 1970,
los “pacas” (denominación utilizada por el niño de siete años para referirse a la
policía, pero al parecer de uso común) les imposibilitaban “trabajar honradamente”
(Gutiérrez, 1970, p. 4). Esto evidencia que la ética del trabajo honrado continuaba
encontrándose interiorizada al menos en algunos niños pequeños (Menjívar, 2009,
p. 247). Con esto manifestaban una distancia con respecto al verdadero lumpen pobre
(Palmer, 1994, p. 323) y la protección de la propia integridad física y probablemente
también de sus bienes. Además, había una coexistencia, violenta en muchas ocasiones,
con otros hombres, jóvenes y probablemente también con otros niños trabajadores.
Los mecanismos para reducir o trasladar a la competencia, a través de la intimi-
dación y el maltrato, también denotan la construcción y la demostración de la masculi-
nidad en un ocio desempeñado exclusivamente por hombres. Esto era parte del pasaje
a la hombría, vinculada a su vez con la importancia del trabajo, la incorporación a él por
parte de los niños a edades tempranas y su formación identitaria, principalmente en zonas
rurales (Menjívar, 2009, p. 205-206, 214-216). Además de resaltar, en estos casos, su rol
de proveedores, a través de un ocio honrado, había una apropiación del espacio, tanto por
parte de los lustradores adultos, como del guardián, defensor a su vez, de aquellos. En 1970,
la particularidad fue que no se trataba de un guardia municipal, sino de varios policías.
Los lustradores también fueron señalados de forma paternal y alejada de la
victimización, si bien este discurso fue poco común. La sección “Pulso de la ciudad”
(del periódico La Nación) los enalteció dos días antes del Día Internacional del
Trabajo, armando que “todo trabajo honra” (“Parques y limpiabotas”, 1970, p. 27).
No obstante, manifestó que ciertos comportamientos de los menores demeritaban su
labor, aduciendo que “gran cantidad” de ellos hacían alarde de su vulgaridad, pese a
que algunos aún eran “niños”. Esta crítica ya se daba en el período liberal (García,
2014, p. 276). El motivo era que realizaban bromas de mal gusto a las mujeres (clasi-
cadas como señoras y señoritas), sobre todo si estas osaban pasar con su novio,
convirtiéndose estos trabajadores en una “pesadilla” para los transeúntes.
El artículo también armó que, aunque deambulaban con su cajón de bolear,
los espacios públicos tenían un uso recreativo mediante el juego. Diversas actividades
estaban ligadas con su lugar de trabajo y estaban socialmente censuradas debido a que
atentaban contra el ornato y el supuesto carácter de tranquilidad del sitio: lanzaban
basura, hacían guerras con cáscaras de naranja, arrancaban el zacate, ensuciaban los
asientos y otros actos similares (“Parques y limpiabotas”, 1970, p. 27).
En 1973, Ossman Vargas presentó una queja similar, a la que añadió que en
dicho parque había homosexuales, “negocios ilícitos e irrespetuosos, prostitutas y
niñas que esperan al mejor postor” (Vargas, 1973, p. 12). Con ello, reforzó el uso
común de ciertos espacios con personas cuya moralidad y honestidad eran dudosas
y se alejaban de la moral sexual tradicional, pero a la vez, enfatizando el carácter
supuestamente corruptor del ambiente en el que se desenvolvían.
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Alfonso González describió el pachuquismo de la década de 1950 como
el quebrantamiento abierto de los valores y normas aceptados. Esto constituyó el
factor disonante, a la vez que las noticias dejaron en evidencia cómo las personas
jóvenes de diversas generaciones se apropiaban de un espacio público, tanto para
ejercer su labor, como para importunar a los transeúntes. El fenómeno no fue exclu-
sivo del caso costarricense; era una muestra de la precoz virilidad de los limpiabotas
y de una emulación de una actividad que también realizaban hombres adultos, como
parte de su proceso de “hacerse hombres”. Claramente había una transgresión de
clase por parte de un grupo de edad, en un espacio público especial, siendo ellos,
los pertenecientes a un sector “inferior” al de las personas irrespetadas a través
de la materialización (al igual que los jóvenes) de la “decadencia de esta cultura”
(González, 2005, p. 77), aspecto que también trascendió dicha década.
LOS PREGONEROS
Un ocio infantil por excelencia desde el período liberal fue el voceo y la venta
de periódicos. Los niños recorrían las calles, las aceras y otros sitios públicos ofre-
ciendo los últimos ejemplares, por lo que su trabajo requería, muchas veces, una gran
movilidad, aunque también había quienes permanecían en un sitio jo. Inclusive, su
medio de vida fue plasmado en dos óleos sobre tela, uno a cargo de Marco Aurelio
Aguilar y otro realizado por Rigoberto Moya (Zavaleta, 2004, pp. 52, 155-156).
Los peligros eran constantes para los infantes de ambos sexos que se movi-
lizaban por la ciudad, aunque pareciera que hubo un marcado predominio mascu-
lino. También había adultos empleados en tal labor desde la mitad del siglo XIX
(Vega, 1995, pp. 160-161). Diariamente debían esperar a la salida de los periódicos
para recoger “el pesado fardo” (de Zamora, 1960, p. 2A) que irían a ofrecer, mismo
que no siempre era vendido en su totalidad. Generalmente, con el dinero obtenido,
debían satisfacer (parcial o totalmente) las necesidades de una familia.
Desde sus inicios, el ocio prácticamente quedó en manos de un sector
cuyos salarios o ganancias generalmente eran bajos por varios motivos. Fue una
medida para maximizar los réditos de las empresas periodísticas con las ventas y
se les consideró como complementarios en la subsistencia familiar. Como se verá
a continuación, también había casos de niños que alternaban la venta de periódicos
con otras actividades o con el estudio. Probablemente también hubo algunos cuyas
jornadas de trabajo no eran de tiempo completo.
Las noticias debían actualizarse continuamente. Su forma de anunciarlas resul-
taba crucial para las ventas. En México, en el período 1920-1934, cada día se escu-
chaban las voces de los pregoneros mientras anunciaban, a viva voz, las principales
noticias nacionales e internacionales, que además eran comentadas en los hogares, las
calles y los sitios de reunión. La creatividad para distorsionar los titulares y el voceo
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estridente para llamar la atención producían mayores ventas al crear la emoción que
atrajera a los compradores, como indicó David Nasaw, citado por Sosenski (2008).
La forma de vocear las noticias resultaba crucial para las ventas, así como
las condiciones climáticas y el sitio donde se ubicaran o transitaran los voceadores.
Estos dos últimos factores también fueron importantes para otros vendedores de
bienes y servicios, lo cual generaba competencias y conictos con otros niños y,
principalmente, con adultos, en torno al uso de determinadas esquinas. Es probable
que la situación descrita sobre México también fuera común en las calles josenas.
La prensa tendió a potenciar la violencia desde la década de 1940. En la
posguerra, los periódicos jugaron un importante papel no sólo como difusores de noti-
cias, sino también por la presencia de la violencia política y electoral (particularmente
en las décadas de 1950 y 1960). Fueron constantes los ataques y contraataques entre los
actores masculinos, particularmente relacionados con el honor y la honradez, la propa-
ganda y los reportajes anticomunistas (algunos reproducidos de agencias de noticias de
Estados Unidos) (González, 2005, pp.14-21; Solís, 2008, pp. 299-303).
Varias veces la labor de los pregoneros fue elogiada de forma paternalista,
exaltando su empeño por la obtención del sustento, así como por sus jornadas largas:
desde tempranas horas del día hasta, muchas veces, altas horas de la noche. Ellos no
se detenían pese a los días feriados o a la Navidad, demostrándose así la necesidad
de trabajar sin descanso ante la insuciencia de la paga.
Arnoldo Castro, un reportero del periódico La Prensa Libre, escribió un artí-
culo al respecto en 1958. Armó haberse inspirado en Pedro Gerardo Venegas, un
“pregoncito” (Castro, 1958, p. 7 D) de ocho años, estudiante de la escuela Porrio
Brenes y vendedor del mismo periódico en la esquina del Banco Central de Costa
Rica. Castro elogió sus sobresalientes calicaciones y dedicó las palabras a sus hijos.
Al ver al niño, el reportero recordó su infancia, ya que él había trabajado
como vendedor de periódicos. Se alabó a sí mismo como un ciudadano que se había
superado, al pasar de pregón infantil a reportero adulto. Este ascenso social (en el
contexto de la expansión de los sectores medios durante el período de estudio), a su
vez era excluyente, ya que algunos, como el “pregoncito” aludido, debían trabajar.
En tanto, los hijos de quien escribió no necesitaban hacerlo.
Castro naturalizó, legitimó y defendió la explotación de la mano de obra
infantil a costa del lucro de una empresa periodística. De ahí que no abogó por
la erradicación del trabajo infantil mediante la venta de periódicos, golosinas o la
limpieza de calzado, ni tampoco para que las empresas periodísticas les incremen-
taran el salario. Tampoco cuestionó si el infante debía estar estudiando o jugando,
algo que otros niños sí podían gozar.
Los papeles estaban claramente denidos según la pertenencia de clase. Ciertos
niños tenían que ganarse el sustento honradamente, sin por ello abandonar sus deberes
académicos y ojalá (igual que Pedro Gerardo), sin descuidar la higiene personal ni
los modales. Por esto, la pobreza no eximía a sus integrantes del escrutinio público.
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El trabajo de los infantes era, primordialmente, una necesidad familiar dada la
premura de incrementar los ingresos familiares. Cuanto menos ganara el jefe de
familia (o quien ejerciera tales funciones o fuera la principal fuente de ingresos),
podía ser mayor la presión hacia los niños para que trabajaran.
Estos, como el “pregoncito”, demostraron con su trabajo que no pertenecían
al gremio de vagabundos y malentretenidos, por lo que no causaron desaprobación,
molestia e indignación por parte de quienes los conocían. Por el contrario, a través
de su pulcritud, su disciplina en el estudio y en su trabajo y el acatamiento de las
convenciones sociales podían llegar a ser hombres exitosos, aunque durante su
infancia desempeñaran determinadas labores socialmente mal vistas.
Los empresarios, periodistas y reporteros los ubicaron en una jerarquía espe-
cial en el mundo del trabajo, debido a que la circulación y la venta de los periódicos
dependían en gran medida de los vendedores. Era conveniente crear una opinión
favorable sobre el mencionado colectivo. Como se ha visto, los pregoneros eran
defendidos por algunos sectores, mientras que hubo fuertes críticas hacia otros
colectivos de menores que trabajaban en las calles. Inclusive se les llamó “impor-
tantes compañeros de trabajo” (Argos, 1960, p. 6) y se exaltó que realizaban de
forma honrada una de las labores más duras del periódico, contrastando con otro tipo
de trabajos que fácilmente eran proclives a ser juzgadas de forma negativa.
La ciudadana Oliva de Zamora armó que las empresas periodísticas le daban
el total de las ganancias de la venta de periódicos a los niños pregones en Navidad,
por lo que ellos podrían emplear dicho dinero en comprar algunos regalos. Ense-
guida propuso que un día al año se festejara al pregón, “que será de gran provecho
para estos muchachos, tan dignos de estímulo” (de Zamora, 1960, 2 A). Instó a que
el Club de Leones o Rotarios tomaran la iniciativa, con la intención de que así los
pequeños vendedores mejoraran su cultura. En el fondo, tales actividades de supuesta
benevolencia y amabilidad ocultaban relaciones de paternalismo y explotación.
También se daba el desempeño simultáneo de varios ocios por parte de los
pregoneros. Esto dependía de varios aspectos, como la coyuntura socioeconómica, el
lugar de residencia, las redes familiares y laborales, así como las opciones de trabajo
para ellos. Este fue el caso de Roberto Ramón Chavarría, de once años y quien comen-
zaba la venta de periódicos a las cinco de la mañana. Posteriormente vendía contes
y chicles en varias ocinas y en las tardes recogía leña. Ganaba entre 20 y 25 colones
diarios, fruto de las ventas. Junto con el trabajo de su hermano mantenía a su familia
de siete hermanos, debido a que su padre se encontraba imposibilitado para laborar.
En este caso, el trabajo fue naturalizado, enaltecido y legitimado. No se
cuestionó que el niño no estudiara, quizá porque vendía el diario La República.
El caso resultó excepcional al ser señalado como un ejemplo para los niños que
se dedicaban a “pedir dieces o pesetas llamando a las puertas o deteniendo tran-
seúntes” (“Un chiquillo… todo un hombre”, 1968, p. 22). Desde esta visión, no
iba a ser un futuro vagabundo, ya que trabajaba desde niño. En este caso, se mostró
a un niño sonriente y representante de una familia rural, limpio y calzando botas.
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Como se analizará más adelante, las noticias tendían a resaltar los vínculos entre el
trabajo infantil, la mendicidad y la delincuencia futura.
El obsequio de juguetes y la recolección de zapatos se encontraban amplia-
mente institucionalizados, siendo así un llamado a la solidaridad. Esto fue una
herencia de la preservación de las jerarquías de clase, acorde con los principios en
torno a la caridad, la benecencia y la lantropía, ejercidas por la sociedad civil y por
algunos grupos civiles y religiosos desde la época colonial (Guzmán-Stein, 2005, pp.
207-272). Esta práctica era reforzada en diciembre, cuando los niños trabajadores
eran señalados como ejemplares activos, alegres y prestos a superarse e, inclusive,
poco propicios a caer en la delincuencia, en contraste con quienes mendigaban o
frecuentaban lugares que podían corromperlos (Izquierdo, 2016, pp. 386-389).
El representante en Costa Rica y Nicaragua de la World Tape Pals o Amigos
Mundiales por Cintas Magnéticas (W.T.P.), Alberto Mayorga, escribió que el Club
Costarricense de Cintas Magnéticas organizó una colecta de zapatos para los niños
que deambulaban por la ciudad trabajando, como los “canillitas o vendedores de
diarios” (Mayorga, 1960, p. 5a; Izquierdo, 2016, 385-386).
5
Algo similar realizó
el Club de Leones en 1970, con el propósito de reunir de 2000 a 3000 pares de
zapatos con la colaboración de la ciudadanía costarricense y de varias gasolineras
(Campaña del zapato a partir del primero”, 1970, p. 4; “La cruzada del zapato de
los leones”, 1970, p. 8).
Mediante un artículo, se pretendió realizar un “homenaje póstumo” a “Carlitos
el pregoncito”, un niño vendedor de periódicos, descalzo, de “atuendo raído, ojillos
vivaces y dulces” (“Carlitos el pregoncito”, 1973, p. 12). Había muerto ahogado
con una hermana, por lo que otro de sus hermanos se encargó de las ventas. Esto
denota también los peligros que afrontaban las personas pobres, dado que su situa-
ción socioeconómica era agravada por las inadecuadas condiciones de vivienda.
La noticia evidenció la presencia de grupos familiares de niños trabajadores y
cuyas labores se encontraban socialmente naturalizadas y legitimadas, pero también
las condiciones sociales en las que vivían ellos o sus familias. Estos actores sociales,
presentados generalmente de forma anónima, constituyeron un importante sector
encargado de la distribución de los diarios matutinos y vespertinos. Inclusive se les
llamó “importantes compañeros de trabajo” y se subrayó que realizaban de forma
honrada una de las labores más duras del periódico. Este fue el caso de una mujer
quien recorría las calles junto con sus hijos pequeños, ofreciendo los periódicos,
mientras sus “pillastres” lloraban a gritos (Argos, 1960, p. 6).
Inclusive, el término “canillita” denota varias particularidades. Este hacía
referencia a las piernas acas de este gremio, quienes algunas veces vestían panta-
lones cortos. En Argentina y Uruguay, esta denominación fue empleada a partir de un
sainete del dramaturgo Florencio Sánchez (1875-1907). En conmemoración de este
colectivo, a partir de 1947, el 7 de noviembre (día en que falleció Sánchez) fue cele-
brado el Día del Canillita, en el que se suspendía la venta de periódicos y revistas.
6
Carlos Izquierdo Vázquez • El trabajo callejero infantil en San José, Costa Rica, 1953-1978 97
Al utilizar esta palabra, claramente había un tono paternalista hacia estos
niños, en los que se conjugaba el elogio hacia su arduo trabajo, enfatizando en sus
orígenes populares y en su mismo aspecto físico. La celebración de su día en otros
países, la inuencia de los periódicos extranjeros, así como el prestigio que se habían
ganado, con probabilidad fueron decisivos para que en Costa Rica también se cons-
truyera una imagen relativamente benévola hacia ellos, al menos por parte de un
sector de la opinión pública.
LOS VENDEDORES CALLEJEROS
Sostiene Aguilar (1989) que, durante la década de 1960, el sector informal
aumentó sustancialmente (p. 63). Esto se relacionó con la inmigración rural, en el
marco del crecimiento urbano, de las comunicaciones y del transporte. Como prin-
cipal consecuencia de estos procesos, el centro joseno fue especializándose en las
actividades terciarias y se dio una creciente movilización de sus habitantes hacia las
afueras (Molina, 2005, p. 85).
Las ventas ambulantes y estacionarias de diversos bienes y servicios cons-
tituyeron otro mecanismo de subsistencia para los niños (Briceño, Elizondo,
Rodríguez y Vega, 1998, p. 178). En esta actividad hubo mayor participación feme-
nina (con respecto a las demás consideradas en este artículo), aunque también los
adultos fungieron como vendedores. El carácter informal, lo oscilatorio de los
ingresos y la (re)creación de subjetividades de los menores también fueron cons-
tantes, dándose una asociación entre estas actividades y la pobreza, así como con la
mendicidad y las reiteradas persecuciones de la policía.
Víquez (2014) explica que, en el período liberal, los oferentes se encontraban
en diversos lugares de la capital, principalmente en sitios de tránsito o concentración
de personas en el centro de la ciudad, como la entrada de los teatros y las estaciones
de ferrocarril (pp. 179-180). Esto también se daba en algunas aceras y calles, pero
principalmente en los alrededores de los mercados.
Ellos tuvieron constantes conictos con la policía, el Ministerio de Gober-
nación y la Municipalidad de San José (MSJ). También sufrieron diversas medidas
represivas (Izquierdo, 2016, pp. 116-117). Estos niños se desenvolvieron en un
paisaje donde abundaban las paradas de autobuses, los peatones y los puestos de
ventas. De acuerdo con Durán (2013), el desarrollo de los medios de comunicación
fue crucial para que los vendedores ambulantes (y estacionarios, podría agregarse)
pasaran a ser señalados como representantes de una serie de problemáticas diversas,
propias de una ciudad en crecimiento (pp. 58-59).
En las fuentes analizadas, los niños ofrecían lotería, chances, acciones para
rifas y bolsas de manigueta (Longui, 1968, p. 1, 14; Izquierdo, 2016, pp. 391-392),
causando que la situación generara preocupación, molestia y desprecio por parte de
algunas personas y actores institucionales (Castro, 1957, p. 17; Mora, 1959, p. 38).
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Por ejemplo, el ciudadano Jorge Villalobos los asoció con causas individuales, como
la vagancia y la falta de preparación, al tiempo que expresó que la molestia que le
generaban los niños vendedores era “mil veces mayor” que si se tratara de mendigos.
Inclusive los denominó “lacra social” (Villalobos, 1953, p. 7).
También vendían individualmente frutas, verduras y diversas comidas, como
chicles, golosinas y alimentos tradicionales: melcochas, empanadas, tortillas, bizco-
chos, tamales, prestiños y cajetas (Vargas, 1970, p. 23-24; Izquierdo, 2016, pp.
391-392). Algunos de estos alimentos requerían que alguien los elaborara el mismo
día que se realizaba la venta. Según Ramírez (2010), esto último fue tradicional-
mente desempeñado por mujeres de los sectores populares para mantener a sus fami-
lias o contribuir con los ingresos familiares (pp. 79-80).
Las ventas de golosinas, alimentos empacados o que no requerían ser prepa-
rados, se relaciona con el crecimiento del sector industrial y con la evolución en los
patrones de consumo, que a su vez incrementó las opciones disponibles para ser (re)
vendidas. Estas ventas probablemente las realizaban a través de algún distribuidor
o eran subcontratados por algún adulto. Se ofrecían al por menor, caminando por
las calles y aceras y siendo el centro de San José, un lugar donde predominaban
estos niños, debido al alto tránsito de peatones. También se dieron algunos casos
de explotación de mujeres hacia los infantes (“No somos delincuentes; somos tan
solo niños”, 1957, p. 36).
Como lo armó la Confederación de Obreros y Campesinos Cristianos
(COCC), había casos de “niñitos” (Aguilar, 1989, p. 63), que sostenían a sus fami-
lias con el producto de sus ventas, lo cual evidencia la incorporación temprana
infantil al mercado informal, así como que su trabajo recibía una remuneración
que no era proporcional al tiempo dedicado, al esfuerzo realizado y al peligro que
se exponían. Este comprendía atropellos, persecuciones, robos de mercadería u
otros bienes (Víquez, 2014, pp. 264-265), así como desapariciones, detenciones
y encierro por parte de la policía durante las redadas efectuadas para eliminar la
vagancia y la mendicidad en el país.
Determinadas actividades podían no ser consideradas peligrosas hacia la
niñez y al orden citadino. El supuesto carácter corruptor de la calle era minimi-
zado, cuando no ignorado, en favor de una estampa idílica, como un remanente de
un pasado rural y tradicional cada vez más lejano y asociado con un mundo arte-
sanal. Por ejemplo, tanto el consumo de melcochas, como su venta fueron descritos
por la prensa como una “tradición” a cargo de niños y ancianos. Estos últimos
estaban “encorvados por el peso de los años” y representaban ocios conside-
rados herencia “desde tiempo inmemorial” (“…Y esto sucede”, 1967, p. 8) y cuyo
disfrute era generalizado entre la población. Para este momento, se había dado un
notable incremento de los alimentos de origen fabril, a la vez que el consumo de
azúcar blanco tendió notablemente al alza luego de 1950.
Carlos Izquierdo Vázquez • El trabajo callejero infantil en San José, Costa Rica, 1953-1978 99
LOS CUIDADORES DE COCHES
El cuido de automóviles se desempeñaba informalmente en las vías públicas y
principalmente durante las noches. Fue realizado por niños, jóvenes y adultos del sexo
masculino, en sitios cercanos a centros de reuniones y actividades, así como en los
alrededores de algunos cines y teatros. Este colectivo tuvo constantes conictos con
las autoridades policiales y de tránsito, así como con los dueños de los vehículos, ya
que se les atribuía la “tacha” de algunos coches. Según la acusación, hurtaban piezas
de los automóviles, desinaban los neumáticos con tachuelas y rayaban su super-
cie, ocasionando daños materiales. Por este motivo se les denominó “tachuelas” y
su ocio fue estigmatizado y se solicitaron medidas para frenarlos.
De ahí derivó otro signicado para el verbo “tachar”, utilizado para referirse a los
actos vandálicos contra los coches estacionados. Ante la recomendación policial de no
darles dinero, en 1950, ellos se organizaron espontáneamente. Como protesta, desinaron
200 carros al ver que su forma de ganarse la vida había sido obstaculizada. Inclusive,
Aguilar (1989) especica que en 1951 se les prohibió el cuido de automóviles, so pena de
15 días de reclusión en la cárcel o en el reformatorio (para los menores de edad) (p. 63).
Aunque la queja del periódico señaló que la inacción policial se debía a un
asunto burocrático, los “tachuelas” fueron muy perseguidos por la policía y las auto-
ridades de tránsito (González, 2005, p. 77, 100); inclusive mediante redadas, dándose
un proceso de criminalización (“Redada de “tachuelas” por la Plaza González
Víquez”, 1956, p. 10; “El problema de los tachuelas”, 1970, p. 8). Pese a esto, la
actividad persistió durante el período de estudio como resultado de varios procesos:
el aumento en la ota vehicular, las limitaciones del mercado laboral por absorber
a toda la mano de obra y la relativa independencia que disponían. La denominación
colectiva posteriormente pasó a ser “cuidacarros” (Araya, 2010, p. 258).
Empero, a la palabra “tachuelas” se le consideró problemática (“El problema de
los tachuelas”, 1970, p. 8; Gálvez, 1973, p. 12.). Según una hipotética conversación
entre dos guardias civiles, aparecida en 1970 en la sección “Tertulia Tica” de La Prensa
Libre, los “tachuelas” constituyeron un “verdadero problema, debido a que rayaban
los automotores y al robo de sus piezas, ocasionando daños materiales. Al parecer
los encargados del orden no habían recibido órdenes, por lo que no podían actuar al
respecto. Entonces, esta preocupación no era nueva. Es probable que, dado el traslape
que había entre la mendicidad y determinados ocios callejeros infantiles, se les apli-
cara las leyes contra la vagancia, ya que en este último caso también se dieron redadas.
En el caso de los menores de edad que se desempeñaban en los ocios anali-
zados en las páginas anteriores, no siempre se garantizaba que el ingreso econó-
mico fuera suciente para subsistir, máxime cuando eran trabajos informales o
donde había un nivel de explotación. Debido a que eran los ocios más conocidos
y realizados en la vía pública, especícamente en los sitios de mayor auencia de
personas, en muchos casos se les vinculó con la mendicidad, la circulación nocturna
en las vías públicas y los delitos, como más adelante se analizará.
Diálogos Revista Electrónica de Historia, 22(1): 86-113. Enero-junio, 2021. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica100
LOS CARGADORES, LOS MANDADEROS Y LOS SIRVIENTES
La carga de bultos y canastas, así como el servicio de mandados en los
mercados del centro de San José, sus alrededores y en otros lugares, fue otro ocio
desempeñado por los niños y jóvenes. Esa era una ocupación mayoritariamente
masculina; no requería el cumplimiento de un horario, o un proceso de aprendizaje,
sino únicamente cierta fuerza física y el uso del propio cuerpo para la carga. Sus
clientes eran los vendedores, distribuidores, dueños de puestos o quienes visitaban
los mercados (principalmente las mujeres). También era una labor estigmatizada y
quienes la realizaban podían sufrir accidentes al cargar los sacos o la mercadería
(Víquez, 2014, pp. 262-263).
Briceño, Elizondo, Rodríguez y Vega (1998), así como Víquez (2014,
p. 171) indican que, desde el período liberal, los cargadores fueron etiquetados de
forma semejante a los limpiabotas, al considerárseles vagabundos y “pedigüeños”
(acostumbrados a solicitar dinero). También esta última publicación indica que
se les asociaba con hurtos, cometidos tanto en los mercados (mediante el uso
de la conanza, las artimañas y la aglomeración de personas) como hacia sus
clientes. Probablemente también realizaban mandados y cargaban el equipaje de
los viajeros, las mercancías de los marchantes y los productos de los locatarios de
los mercados y tramos de ventas.
En 1973, durante una serie de reportajes efectuados por Miguel Salguero en
la Zona Roja capitalina, este realizó un recorrido nocturno. Observó una docena
de personas en los portones de entrada al mercado (Central, presumiblemente)
quienes conciliaban su sueño sin más cobijo que el pavimento. Estos eran los
“llevo llevo”, llamados así por la forma en que anunciaban oralmente sus servi-
cios. Muchos de ellos andaban descalzos y pasaban la noche donde podían: en
el suelo, sobre carretillos o encima de los cajones de algunas “ventas callejeras”
(“Zona Roja 6. Al lo de la madrugada”, 1973, p. 6).
Con probabilidad, dormían ahí, esperando que las puertas del mercado se
abrieran para comenzar su jornada. Pareciera que dicho colectivo era amplia-
mente conocido por la población, máxime porque llevaban décadas desempe-
ñando tal labor y también debido a que la prensa había escrito sobre ellos. En su
tesis, Solano (1962) indica que los alrededores de la Estación de la Coca Cola,
los mercados Borbón y Central, así como sus orillas (donde se estacionaban
camiones) y Barrio Keith fueron los lugares donde se escondía una importante
población de niños que habían huido de sus hogares (p. 30).
Empero, Barrio Keith (denominado también Cristo Rey) era mayorita-
riamente una zona residencial de los sectores populares, aunque con una fuerte
presencia de artesanos y proletarios desde el período liberal (Malavassi, 2014).
Según el testimonio de Mirambell (1998), esta localidad había sido etiquetada de
forma negativa desde las primeras décadas del siglo XX (pp. 178-179).
Carlos Izquierdo Vázquez • El trabajo callejero infantil en San José, Costa Rica, 1953-1978 101
Otro ocio desempeñado de forma temporal o por lapsos de tiempo fue barrer
cantinas, como denunció en 1975 la sección “Cabos sueltos” de La Prensa Libre.
Había niños que, a cambio de café y pan, tomaban una escoba y barrían el suelo,
mientras que, por las noches, deambulaban por las calles. Esto fue criticado como
“(un acto de) fantástica caridad”, así como de “gran sensibilidad social” por un
columnista (Kanapay, 1975, p. 7). Con ello, se hacía referencia a los dueños o encar-
gados de los establecimientos. Probablemente los niños también realizaban otras
labores de limpieza en tales establecimientos comerciales.
Cuando los niños entraban, algunos ingerían el contenido sobrante de
las bebidas alcohólicas de los vasos. En ocasiones hurtaban alimentos o “bocas”
(aperitivos para acompañar las bebidas alcohólicas) (“El rescate de los niños calle-
jeros”, 1977, p. 14 A). Esto demuestra las dicultades de estos niños para conseguir
alimentos, dado que la prensa también denunció la presencia de niños que hurgaban
entre los desechos sólidos. Había un importante predominio de la desnutrición
infantil en los asentamientos pobres (Izquierdo, 2016, p. 146) y muchos de quienes
vivían en las calles provenían de familias sin recursos.
Presumiblemente en las cantinas, restaurantes, cafés y bares, los menores
también realizaban mandados y recados a algunos clientes, a cambio de unas monedas
y alimentos, así como las ventas, como las indicadas en las secciones previas. Pocas
veces las noticias enfatizaron las sanciones impuestas a los comercios por permitir la
permanencia de menores. Por ejemplo, en el marco de las redadas contra la vagancia,
en un lapso de 24 horas, se practicaron cinco partes por la permanencia de menores
en sitios señalados como inconvenientes: como cantinas, centros de juego y salones
de baile (“Patrullas recogieron a sesenta vagos ayer”, 1967, p. 10).
PROBLEMÁTICAS SOCIALES EN TORNO AL TRABAJO INFANTIL
En el caso de los menores de edad que se desempeñaban en los ocios mencio-
nados, no siempre estos garantizaban que el ingreso económico fuera suciente para
subsistir, máxime cuando eran trabajos informales o donde había un nivel de explota-
ción. Además, eran los ocios más conocidos y se realizaban en la vía pública, espe-
cícamente en los sitios de mayor auencia de personas, como el centro de San José.
En muchos casos se les vinculó con la mendicidad, el deambulaje nocturno y los delitos.
Hay que tomar en cuenta que, aunque se tratara de dinero ganado por ellos
mismos y este fuera escaso o desproporcional con respecto a la cantidad de horas
laboradas, había una censura social hacia algunos pasatiempos, como su asistencia
a billares, que vieran películas y oyeran canciones con contenidos considerados
inmorales, y también hacia lo que era prohibido para ellos, como el consumo de
tabaco, alcohol y sustancias ilegales.
Según la perspectiva dominante, cuando la vagancia no se convertía en una
el acompañante de los limpiabotas y de los vendedores de diarios, una visita a los
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“traganíqueles” (máquinas tragamonedas) o a otro sitio donde hubiera juegos de azar
podía dar al traste con el dinero obtenido tras una larga jornada de trabajo. Esto lo mani-
festó una noticia de La Prensa Libre (“Los traganíqueles y los menores”, 1960, p. 4).
Algunos de los niños no se privaron de realizar gastos superuos o que no
fueran de primera necesidad, como ir al cine, al teatro o al billar, o mediante la
compra de bienes y servicios suntuosos. En el caso del juego, no había perdido
adeptos el argumento esgrimido en el siglo XIX, acerca de que cuando los jugadores
eran asalariados, gastaban lo poco que ganaban, condenándolos a la miseria y como
una potencial amenaza de lacra social (Sánchez, 2013). Más bien, esta idea fue refor-
zada con las constantes persecuciones hacia quienes eran catalogados como vagos,
principalmente luego de la puesta en práctica de la ley contra la mendicidad y contra
los factores de la vagancia en 1964 (Izquierdo, 2016, pp. 428-429).
No obstante, tampoco se criticaba el problema estructural, relacionado con
sus bajos ingresos y su papel en el mercado laboral. Independientemente del origen
del dinero, el juego seguía siendo visto como una causa más del mal entreteni-
miento, algo que ya sucedía en el período colonial (Malavassi, 2005, p. 24). Aquel
se realizaba en un ambiente considerado inadecuado, debido a que se mezclaban
con “adultos de pésimas costumbres y vocabulario” al igual que la forma en que se
desempeñaban (Izquierdo, 2016, p. 399).
La mayor parte de ellos trabajaban por necesidad y debían entregar un
importante porcentaje de sus ingresos a la subsistencia familiar. Empero, podía
haber casos excepcionales en que ellos se dejaban todo el dinero ganado (en caso
de que recibieran un salario) o que decidieran qué aporte dar, de acuerdo con
Wolseth (2011) y Estrada (1999). En estos últimos casos podía tratarse de trabajos
parciales o por temporadas.
La Confederación de Obreros y Campesinos Cristianos armó que había
casos de “niñitos” (Aguilar, 1989, p. 63) que sostenían a sus familias con el
producto de sus ventas, lo cual evidencia, nuevamente, la incorporación infantil
temprana al mercado laboral, así como que su trabajo recibía una remuneración que
no era proporcional al tiempo dedicado, al esfuerzo realizado y al peligro al que se
exponían. Este comprendía atropellos, persecuciones, robos de mercadería u otros
bienes (Víquez, 2014, pp. 264-265). Asimismo, abarcó desapariciones, detenciones
y encierro por parte de la policía durante las redadas efectuadas para eliminar la
vagancia y la mendicidad en el país.
No les favorecía las siguientes situaciones: andar descalzos o sucios, dormir
en las vías públicas o no realizar un ocio con regularidad. Esto vinculó a los
menores con la marginalidad, en contraste con aquellos provenientes de los hogares
obreros, los cuales tenían mucho mayor prestigio (Víquez, 2014, p. 175). Así, las
actividades en algunos casos continuaron estigmatizadas entre un sector de la pobla-
ción, tomando en cuenta que la mayor parte de las noticias hicieron un vínculo entre
la vagancia y la permanencia de menores en las calles durante las noches.
Carlos Izquierdo Vázquez • El trabajo callejero infantil en San José, Costa Rica, 1953-1978 103
Numerosos “desheredados de la fortuna” no sólo no contaban con un sitio
dónde dormir, sino que además carecían del dinero suciente para pagar de forma
continua un alojamiento temporal (como un hotel o una pensión). La prensa no dudó
en increpar que había niños limpiabotas y pregoneros que trabajaban en el día y
conciliaban el sueño en lugares públicos, de forma individual o grupal, dado que
no tenían a dónde ir (“Faltan dormitorios públicos”, 1960, p. 2A). Entre los lugares
denunciados, destacan los portales de las casas particulares y comerciales, las gradas
y pórticos de los templos, los automóviles abandonados o en desuso, los aserraderos,
los alrededores del Mercado (Central, al parecer) y las sodas y cantinas (“Dormitorio
público”, 1968, p. 16; Loría, 1969, p. 8; Vargas, 1970, pp. 23-24).
En la noticia de Salguero se armó que tres limpiabotas dormían sobre una
viga de un hotel “de gradas sucias”, cerca del Mercado Borbón y que estas eran
iluminadas por un uorescente que parpadeaba. El periodista se alarmó porque no
tenían dónde pasar la noche, pero también por el peligro al que se exponían por
las condiciones físicas del lugar, ya que realizaban un equilibrio “que es reto a la
muerte” (Salguero, 1973, p. 6).
La mendicidad infantil no fue vislumbrada como antagónica a ciertos ocios,
sino que más bien, se adujo el carácter difuso entre esta, la vagancia y los trabajos
que ya de por sí eran considerados inaceptables. María Eugenia Vargas, Juez
Tutelar de Menores, manifestó en 1956 que por falta de trabajos más adecuados, los
menores entre 12 y 17 años se veían obligados a ocuparse como limpiabotas, prego-
neros o vendedores de lotería. Agregó que todos los que habían tenido contacto con
el juzgado habían manifestado su interés por cambiar de ocio. También precisó
que estos debían ser considerados como desempleados y que, según el Código de
Trabajo, estaba prohibido que laboraran (Vargas, 1956, p. 23).
En 1958, Vargas nuevamente adujo que determinadas ocupaciones ejercidas
por los menores (junto con otros factores) los ponían en riesgo social. Desde su
punto de vista, era primordial un adecuado sistema educativo, considerado un
espacio de redención. Este les enseñaría un ocio o los alejaría de los que desem-
peñaban en las calles. Estos fueron los limpiadores de zapatos y los vendedores de
lotería, chances, periódicos y alimentos.
Para llevar a buen puerto tal iniciativa y a la vez prevenir futuros problemas
de conducta, se requerían varias soluciones de carácter institucional. Una adecua-
ción de la enseñanza vocacional mediante el control de la deserción escolar tenía
por objetivo que pudieran cumplir con los requisitos académicos para entrar a las
escuelas vocacionales. Asimismo, era primordial el establecimiento de escuelas
de artes y ocios adaptadas a las necesidades y recursos de los menores que no
concluían la enseñanza primaria, así como la reglamentación del aprendizaje en
los talleres privados. Como lo demostró Víquez (2014), esto también sucedía en el
período liberal, en el que también se enfatizaba en la prensa en que estos menores
se educaran o aprendieran un ocio en un taller y después lo desempeñaran como
un medio de subsistencia (pp. 299-301, 309).
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La ley contra la mendicidad y contra los factores de la vagancia de 1964
pretendía movilizar los niños y jóvenes menores de 15 años que deambulaban por
las calles o se concentraban en las afueras de los sitios públicos o dentro de aque-
llos de entretenimiento. Idealmente, deberían estar en la escuela (“Ley contra la
mendicidad y contra los factores de la vagancia”, 1964, p. 22; “Los menores en las
calles.”, 1966, p. 6; Álvarez, 1966, p. 4).
En las redadas policiales participaron la MSJ, la Guardia Civil y la Direc-
ción de Bienestar Social
7
del Ministerio de Trabajo y Previsión Social. A quienes
se lograba detener, eran encerrados por horas o por días en las compañías de la
Guardia Civil y la Detención General de la Guardia Civil, junto con adultos y en
condiciones contrarias a las establecidas por las normas de higiene (“Pocilga la
detención de la Guardia Civil”, 1970, p. 2).
Como se indicó previamente, también se increpó que algunos de ellos inge-
rían el contenido sobrante de las bebidas alcohólicas de los vasos cuando entraban
a barrer, a realizar otros quehaceres u ofrecer diversos bienes y servicios. Kanapay,
quien estaba a cargo de la columna, señaló que los menores merecían otro trato,
al tiempo que adujo que, en esos lugares, el vicio pululaba, lo cual inuía nega-
tivamente en los incipientes bebedores. Aunque únicamente esta noticia señaló la
ingesta de bebidas alcohólicas por parte de los niños, constantemente se criticó
que ellos entraban a los sitios de diversión y donde se vendían alimentos y
bebidas, como cabarets, cantinas, salas de juego, bares, bailes nocturnos, clubes,
“dancing”, restaurantes, “boites”, hosterías, billares, prostíbulos y cafeterías
(“La calle. Menores”, 1967, p. 2A; “Máxima presión contra centros nocturnos:
antros de vicio, drogas y prostitución”, 1972, p. 10).
Algunos de ellos también se desempeñaban como limpiadores de calzado
y vendedores de periódicos, lo cual sugiere que ingresaban a los sitios en procura
de obtener dinero mediante su trabajo, pero tales sitios fueron señalados como
peligrosos para ellos, ya que podían corromperlos y provocarles “desviaciones”
(“Los menores en las calles”, 1966, p. 6).
La Dirección General de Bienestar Social realizó una investigación denomi-
nada “El Menor en Estado de Abandono y la Correlación que Existe con Diversos
Factores Psicosociales” en 1969. En ella se analizaron 1113 casos de niños que
deambulaban por las calles pidiendo limosna, vendiendo chicles, limpiando zapatos
o durmiendo “en los quicios de las puertas del Mercado Central o de alguna soda”
(Vargas, 1970, pp. 23-24).
Según este estudio, las “mujercitas” en su mayoría estaban en cantinas, en
prostíbulos o en salones de baile. En el abandono se habían imbricado motivos
económicos, sociales y morales. En la noticia no se detalló si la investigación se
realizó como parte de las redadas policiales en aplicación de la Ley de Vagancia,
ya que los cuerpos de seguridad, junto con otras dependencias, coordinaban
y participaban en las redadas.
Carlos Izquierdo Vázquez • El trabajo callejero infantil en San José, Costa Rica, 1953-1978 105
Podría decirse que la cantidad de menores que deambulaban en el área
metropolitana josena señalada por la investigación de Bienestar Social fue más
bien una muestra. En 1976 y 1977, varias veces se hizo énfasis que en un país de
dos millones de habitantes, las estadísticas mencionaban que 5.000 niños “vagaban”
por las calles citadinas debido al abandono de sus padres o porque estos no les
brindaban el cariño necesario a sus hijos (“El menor abandonado”, 1976, p. 14A;
“Acción urgente por la niñez”, 1977, p. 14A; Elizondo, 1977, p. 14A).
El PANI fue una de las instituciones que, dada su mayor responsabilidad,
era señalada por quienes escribían en los periódicos. Se criticó su papel negligente
en cuanto a la protección de la infancia. Se aducía que no se atacaban las verda-
deras causas estructurales del trabajo y la mendicidad infantil; los orfanatorios se
habían quedado cortos ante la gran cantidad de niños que requerían estar ahí y que,
además, algunos funcionaban como reformatorios y viceversa.
En diciembre de 1973, Albertazzi y de Mora escribieron un artículo con el
intento de regular el ocio de los limpiabotas, así como la situación de la niñez. Se
pretendía que los padres de los niños que requirieran laborar en este ocio solicitaran
la autorización respectiva al PANI. Ellas armaron que gran parte de los limpiabotas
venían de “hogares problema” y que quienes más apremio tenían de participar en el
mercado laboral, no eran aquellos que sus padres pedirían el permiso. Muchos de ellos
se encontraban “perdidos y abandonados” y el trasfondo de dicha ley era regular el
orden. Contradictoriamente, fomentaría la indigencia “el afán decorativo de la legisla-
ción”, de acuerdo con estas aliancistas (Albertazzi y de Mora, 1973, p. 16).
Sin embargo, Luis Fernando Moya sostuvo en su tesis de 1967, que era
frecuente que los padres de familia retiraran a sus hijos de las escuelas para ponerlos
a laborar y acudían al PANI para solicitar los permisos respectivos para que ellos
se iniciaran como limpiabotas. Esto no era nuevo. Por ejemplo, el Banco Nacional
de Seguros (institución creada en 1924) (Botey, 2005, p. 96) reportaba lo relacio-
nado con los trabajadores, sus accidentes y remuneraciones (Víquez, 2014, p. 245).
En la década de 1930 el PANI estableció el “Registro de Menores Trabajadores”
y en ciertas condiciones, les otorgó licencias para trabajar, como lo demostraron
las investigaciones de Moya (1967) y Briceño, Elizondo, Rodríguez y Vega (1998).
También había explotación, ya fuera por parte de los padres o por “personas ines-
crupulosas” para que realizaran algún trabajo o para que cometieran delitos, como lo
especicaron las disertaciones de Morales (1956) y Solano (1962).
Más bien, ellas propusieron que a los menores de “pies descalzos y ropas
raídas”, se les diera un entrenamiento en el Instituto Nacional de Aprendizaje
(INA) y mientras tanto, sus familias recibieran una asignación por parte del Insti-
tuto Mixto de Ayuda Social (IMAS). El INA fue creado en 1965 para formar
mano de obra especializada, dado el importante crecimiento del sector industrial
(Rovira, 2000, p. 110). El IMAS tenía por objetivo la atención hacia la pobreza
mediante la reorganización de la política social (Rodríguez, 2012).
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El ministro de Gobernación, Edgar Arroyo, reconoció que la entidad no estaba
ejecutando su labor como debía, en aspectos relacionados con la mendicidad calle-
jera y prostitución infantil (“Hay que entrarle al problema de la niñez”, 1975, p. 1 y
8 A). Al PANI se le achacó que se preocupaba más por discutir si se seguía llamando
así, si modicaba su nombre por “Instituto del Niño” (“Acción urgente por la niñez”,
1977, p. 14 A) o si ambos se refundían o si continuaban coexistiendo, al tanto que un
sector de la niñez seguía en una situación grave.
CONCLUSIONES
El trabajo infantil visibilizado y a veces denunciado por los periódicos fue
principalmente masculino, de escasa calicación y desempeñado en algunos de los
espacios públicos de mayor circulación de personas en el centro de la ciudad de
San José. En general, no requerían de un adiestramiento o un conocimiento espe-
cializado. La mayor parte de estos infantes provenía de los sectores populares dada
la necesidad de contribuir con el sustento familiar, aunque algunos carecieron de
vínculos familiares o debían sostenerse a sí mismos.
No obstante, dentro de los niños trabajadores en las calles, también había
diversidad y variaron los discursos sobre ellos, siendo el criterio principal, el tipo
de actividad realizada. Los pregoneros se encontraban simbólicamente en una
jerarquía superior, al tanto que los limpiabotas parecieron tener más conictos con
la policía y con otros colegas adultos, si bien ambos igualmente simbolizaron la
posibilidad de caer en la mendicidad y en la delincuencia.
La participación en las labores analizadas por parte de los adultos amerita
mayor investigación, ya que sugiere no sólo un complejo sistema de alianzas,
conictividades, solidaridades y jerarquías, sino también demuestra una vez más
que un sector nada despreciable de la población parecía estar, al menos en su
dimensión laboral, poco permeado por las políticas sociales en torno a la reducción
de la pobreza y al ascenso social.
Las desventajas de quienes practicaban el trabajo callejero fueron más allá
de su extracción de clase, a la explotación y a la inestabilidad de los ingresos. Más
bien, se continuó dando un proceso de etiquetamiento social hacia estos colectivos
de niños, señalándose, tanto desde la visión ocial como desde la prensa, que corrían
el peligro de caer en la delincuencia, la vagancia y los vicios.
Esto dejó patente otra de las limitaciones de las medidas estatales: aunque la
pobreza estructural descendió, muchos niños tuvieron que continuar incorporándose
al mercado laboral. Las instituciones encargadas de velar por la niñez no lograron
cumplir ecientemente su labor, tanto en su scalización hacia el trabajo infantil
callejero, como en la protección de los niños que frecuentaban las calles pidiendo
dinero, deambulando o quienes dormían en sitios inapropiados.
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La prensa no hizo hincapié en los trabajos desempeñados en los espacios
cerrados (como fábricas y talleres particulares), donde probablemente también labo-
raban niños en calidad de aprendices, ayudantes, mandaderos y demás. Esto queda
pendiente de investigar, así como el trabajo infantil urbano en aquellos espacios de
índole institucional, como orfanatorios y reformatorios, si bien en estos tuvo otras
connotaciones. También será necesario considerar para futuras investigaciones la
participación laboral de niños y niñas (en mayor medida) en los hogares, fuera como
sirvientes, o bien, como ayudantes de sus propias familias en labores de cuido,
limpieza, elaboración de alimentos y demás.
NOTAS
1 Sectores que no forman parte de las clases dominantes ni hegemónicas. Generalmente se
ubican entre lo hegemónico y lo marginal, si bien se denen en contraste con los marginados
(asociados con las personas sin trabajo y sin calicación). Los sectores populares también
“participaban en el mundo del trabajo y la producción, tanto en el campo como en la ciudad
(…)”, dándose una articulación doble entre la “subalternidad” y la “subhegemonía”, según
Lida (1997, pp. 4-5) (cursivas del original). Su participación en la extensión de la hegemonía
se caracteriza por ser activa y por su discontinuidad, mientras que la diversidad y la
heterogeneidad también son parte de los sectores populares (Marcús, 2007, p. 8). Agregamos
la existencia de una serie de desigualdades estructurales y simbólicas como característica
diferenciadora de las clases hegemónicas.
2 Este artículo ahonda las situaciones en las que no se podía otorgar el permiso a menores de edad
para trabajar, así como algunas extralimitaciones del PANI con la publicación del “Reglamento
de Permisos de trabajo Para Menores de Edad” en 1965.
3 En las ramas de actividad de la Población Económicamente Activa, los censos de 1950, 1963 y
1973 contabilizaron a partir de los 12 años.
4 Organización femenina destinada para organizar y a movilizar a las mujeres de los sectores
populares, vinculada con el Partido Vanguardia Popular, de ideología comunista. Patricia
Alvarenga, De vecinos a ciudadanos (San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica-
Editorial Universidad Nacional 2005), 49-116.
5 Según la fuente, la W.T.P., era “la mayor organización cultural y fraterna dedicada al intercambio
de cintas magnéticas” y contaba con una División Hispana.
6 https://www.eduvim.com.ar/blog/orencio-sanchez-y-el-dia-del-canillita
7 Esta dependencia del Ministerio de Trabajo y Previsión Social tenía entre sus objetivos,el
combate al desempleo y el otorgamiento de ayudas en especie y económicas a las familias
pobres.Habíasidocreadaen1955,comolaOcinadeBienestarSocialyen1963,modicó
su nombre (García y Zamora, 1982).
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