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La gran causa nuestra. Unionismo y modernismo centroamericano

La gran causa nuestra. Unity and Literary Modernism in Central America

Margarita Rojas González 1
Universidad Nacional, Costa Rica
Flora Ovares 2
Universidad Nacional, Costa Rica

La gran causa nuestra. Unionismo y modernismo centroamericano

Anuario de Estudios Centroamericanos, vol. 46, 2020

Universidad de Costa Rica

Recepción: 11 Diciembre 2019

Aprobación: 27 Abril 2020

Resumen: Este artículo es una indagación sobre la relación entre la literatura modernista y la búsqueda de la unidad centroamericana a finales del siglo XIX. Rubén Darío fue la figura clave que guio la generación; su escritura concretó la idea política de la unidad mediante la noción de la armonía universal. Otros escritores como Francisco Gavidia, Máximo Soto Hall y Alberto Masferrer también publicaron en Costa Rica novelas, poemas, cuentos y ensayos sobre el tema. Este es el primer resultado parcial de una investigación acerca de las elaboraciones literarias del concepto de la unión centroamericana.

Palabras clave: Centroamérica, unionismo, literatura, Rubén Darío, modernismo.

Abstract: This article is an inquiry about the relationship between modernist literature and the search for Central American unity, at the end of the 19th century. Rubén Darío was the key figure that guided the generation; his writing concretized the political idea of unity through the notion of universal harmony. Other Central American writers such as Francisco Gavidia, Máximo Soto Hall, and Alberto Masferrer also published novels, poems, stories and essays on the subject in Costa Rica. This is the first partial result of an investigation about the literary elaborations of the concept of the Central American union.

Keywords: Central America, unity, literature, Rubén Darío, modernism.

Introducción



Mi vida errante explicaría
mi cosmopolitismo de antaño;
y mi exotismo el ansia de lo deseado.

Fuente: Rubén Darío

A lo largo del siglo XIX la idea de la unidad de los países centroamericanos no fue debatida únicamente en el ámbito político, también fue objeto de la pluma de varios autores de los cinco países. El unionismo fue una idea o una utopía que guio la escritura de poemas, novelas y cuentos, en los cuales, para representarla, a veces se recurrió a figuras históricas como la de Francisco Morazán.

Uno de los escritores que más escribió sobre la unidad del Istmo fue Rubén Darío. Su quehacer periodístico y su práctica literaria eran consecuentes con su idea de la unión centroamericana y la paz.1 En sus textos, la defensa del unionismo abarca tanto el plano político como el literario; en el primero, se traduce en una intensa actividad editorial –es el principal proyecto generacional–, y en el segundo, el ejercicio de una escritura sustentada –expresión y contenidos– en la noción de la armonía universal. Tanto su papel de guía de los escritores de la época como sus indudables resultados literarios revelan una total coherencia en todas sus actividades.

Darío llegó a Costa Rica el 24 de agosto de 1891 y partió el 15 de mayo de 1892. Aquí trabajó en varios periódicos: Diario del Comercio, La Prensa Libre, El Heraldo y El Heraldo de Costa Rica, La República. Colaboró en la Revista de Costa Rica, dirigida por Justo A. Facio. Sobresale su presencia en esta última –cuyo primer número es de 1892–, en la cual se percibe el interés por dar a conocer los trabajos de los nuevos escritores cercanos a la propuesta modernista. Rubén Darío hizo al menos cinco publicaciones en la revista de Facio: los poemas “Tutecotzimí” y “Los centauros”; varias crónicas y necrologías y el polémico “La Mercurial de Montalvo”. En el número de mayo de 1892 se le rinde una especie de homenaje por su partida; el poeta ecuatoriano Numa P. Llona le dedica “Cromo”, mientras que Manuel Argüello de Vars lamenta la partida del escritor en “Crónica”.

Darío redactó los primeros setenta y dos números de Diario del Comercio, entre 1891 y 1892. En este periódico publicó cuentos como “Sor Filomela”, algunas crónicas sobre temas, lugares o personajes nacionales –“Heredia”, “El Parque Central”, “El mercado” y “Un baile en la casa de Jaime Carranza”–, también sobre figuras históricas como Bartolomé de las Casas y un comentario sobre el nihilismo. Con Francisco Gavidia fue redactor de La Prensa Libre del 3 de setiembre de 1891 al 10 de noviembre del mismo año. Con Pío Víquez fue director y redactor de El Heraldo de Costa Rica del 13 de marzo hasta el 11 de mayo de 1892.

Las revistas cumplen casi siempre una función aglutinadora de toda generación literaria como centro de polémica y difusión de las tendencias estéticas; en el caso modernista, a Rubén Darío le tocó liderar el proyecto a escala continental; en el istmo, lo impregnó de un carácter regional marcadamente centroamericanista. La consolidación de la generación modernista alrededor de la escritura de revistas y periódicos no obedecía únicamente a las necesidades económicas de los escritores; todos participaban de la idea de que la hermandad literaria, más allá de las fronteras nacionales, redundaría en una hermandad política y, por tanto, pacificadora. Al mismo tiempo, la unión le conferiría a Centroamérica una mayor presencia cultural y política en el concierto internacional.

Darío asoció la imagen de Costa Rica con la paz, idea que continuaron elaborando otros escritores coetáneos como Alberto Masferrer y Máximo Soto Hall. A pesar de predominar aquí el antiunionismo, todos los escritores reconocen en esta nación valores como la convivencia tranquila, la dedicación al trabajo y la oposición a las soluciones violentas en el terreno político, todo lo cual contrastaba con la situación de los otros países.

“Una explosión de luz en la noche de nuestras divisiones”

Rubén Darío escribió sobre América Central y sus países desde 1883; es decir, cuando tenía dieciséis años. Del conjunto de países o de alguno en particular, publicó artículos en periódicos y revistas sobre política, cultura, historia. Redactó el primer editorial siendo director del periódico Unión Centroamericana, creado en El Salvador en 1889 con el apoyo político y financiero del gobierno del general Francisco Menéndez (Torres 217).2 Después de su partida hacia Guatemala al año siguiente, con el apoyo del presidente Barillas fue nombrado director del nuevo periódico El Correo de la Tarde, cuyo primer número apareció en diciembre de 1890 y, el último, en junio de 1891 (Torres 246).

En el artículo “Revista literaria de Centroamérica”, Darío hace memoria de una confraternidad literaria centroamericana vinculada a la generación modernista; recuerda que, con algunos amigos como Manuel Barriére y Antonio Najarro, hacía tertulia en “el cuarto de estudiante desarreglado” de Francisco Gavidia para conversar de literatura (Darío, 1885, 204).

Desde joven, comprendía la importancia de las publicaciones periódicas; en el largo artículo que publicó en Chile, “La literatura en Centro América”, apunta lo siguiente:

La revista, medio de difusión más potente que el diario, más fácil que el libro, y cuyos buenos efectos se advierten en todos los países, será en aquellos, con el tiempo –así lo esperamos de los encargados de la instrucción pública–, objeto de cuidado y de expansión. Las revistas especiales no necesitan allá sino el apoyo de los gobiernos (Darío, 1888a, 209).

Para el ejercicio del periodismo, exigía la misma corrección moral que utilizaba para la crítica literaria. “Impresiones y pensamientos” es un firme alegato por la responsabilidad del periodista:

La pluma es arma hermosa. El escritor debe ser el brillante soldado del derecho, el defensor y paladín de la justicia… Por eso los que rebajan pensamiento y palabra en ataques desleales e injustos; los que convierten la imprenta, difundidora de luz, en máquina exaltadora de ruines pasiones; los que hacen de ese apóstol: el periodista, ese delincuente: el pasquinero; los que en vez de ir llevando una antorcha entre el pueblo, le corrompen, le ocultan la verdad y le incitan a la discordia; esos rebajan la noble misión del escritor; truecan el soldado en bandolero (Darío, 1891m, 2).

Según Darío, la paz y el desarrollo de los países, que iban a ser la consecuencia de su unidad, abrirían la posibilidad de la colaboración de los escritores en esta empresa mediante el trabajo conjunto.

Dos artículos sobre la literatura centroamericana publicó Rubén Darío, uno en 1885 para la Revista Latino-Americana de México y otro en 1888, en Revista de Artes y Letras de Santiago, Chile. Según Edelberto Torres, Darío fue el “primer historiador de la literatura centroamericana” (Torres 185); además de los artículos sobre temas centroamericanos, durante su estancia en Chile, también reprodujo siete poemas escritos en Nicaragua en La Época (Torres 204).

En “La literatura en Centroamérica”, que inicia comprobando la escasez de referencias a las publicaciones del istmo, Darío valora el conjunto literario centroamericano como un todo y no según el país de procedencia de cada escritor. Lo anterior revela que no solo pensaba Centroamérica como un conjunto; también respetaba el criterio histórico al estudiar el desarrollo literario por los grupos coetáneos.

En varias ocasiones, el poeta reitera lo poco reconocidos que son los intelectuales centroamericanos por el hecho de haber nacido en la región; por eso, como parte del reclamo, los compara con sus homólogos de otros países: “Primer poeta centroamericano, Gavidia, quien si viviese en España y para España escribiese, estaría alto y glorioso en las universales letras” (Darío, 1888a, 204); “Si Contreras, en vez de ir a Centro América, hubiese venido a Chile o a la Argentina, estaría colocado en el primer rango de los escritores del continente” (Darío, 1888a, 200-201).

Una valoración semejante merece el arte indígena costarricense a partir de la comparación con el arte europeo, el japonés o el chino: “Hay vasos indígenas, que compiten por su ligereza y dibujo, con cráteras y carquesios griegos que adornan las mejores colecciones europeas; y ciertas pequeñas ‘ollas’, que tienen sobre sus trípodes, la esbeltez de algunos vasos etruscos” (Darío, 1891g, 2).

Por otro lado, años después, el poeta considera que, teniendo Nicaragua talentos para superarse, no se ha desarrollado más debido a la falta de migración:

Si acaso el país ha quedado retardado en este vasto concierto del progreso hispanoamericano, por razones étnicas y geográficas que serán allanadas, por motivos que son explicados por nuestras condiciones especiales, nuestros antecedentes históricos y por la falta de esa transfusión inmigratoria que en otras naciones ha realizado prodigios (Darío, 1908, 135).

En su trabajo de crítico literario Darío afirma que es beneficioso que lleguen buenos escritores a Centroamérica y no adopta una actitud nacionalista cerrada. En varias notas menciona a ecuatorianos como Federico Proaño, que trabajó en El Salvador, y al español Juan F. Ferraz, quien junto con sus hermanos se desempeñó en Costa Rica. Toma en cuenta a los escritores españoles que vivieron en algún país centroamericano; critica fuertemente la literatura “macabra” como imitación de Ramón M. López Velarde (n. 1888). Da una calurosa bienvenida al cubano Antonio Zambrana, “Bienvenido sea el maestro; bienvenido sea el que lleva por donde va la armonía de la palabra” (Darío, 1891h, 2). Reconoce sus altas dotes intelectuales y augura que “ojalá su influjo pudiese obrar en favor de las inteligencias nacionales, sobre todo, en lo relativo al movimiento literario” (Darío, 1891h, 2).

Aunque valora los esfuerzos editoriales al compilar la producción en liras, galerías poéticas o guirnaldas literarias, también se queja de la ausencia de lectores y de la carencia de historias de cada país. Asimismo, con el fin de aprender a trabajar el estilo o la forma literaria, reclama la necesidad de leer más sobre los escritores clásicos.

No obstante lo anterior, resulta muy severo al juzgar la calidad de las obras publicadas en cada país, sin importar si el autor es ministro o embajador; tampoco si el poeta murió joven, como Juan Diego Braun. A este había dedicado un poema y una nota, “Un libro para la amistad”, en la que reconoce que no se deben publicar algunos poemas de Braun porque no resistirían un análisis estricto. Al valorar críticamente la producción literaria de todos los escritores en un artículo anterior, reconoce por ejemplo, el “don de la universalidad” de Ignacio Gómez aunque al mismo tiempo considera que “en los versos suyos propios no demostraba inspiración” (Darío, 1888a, 192). De los escritores de esa época de Nicaragua afirma que surgieron

letrados de poco valer, de los cuales casi nada digno de atención se conserva. Don José Cortés y el señor Núñez eran poetas populares y afamados, aunque no eran [sino] versificadores decadentes y pobres, casi vulgares, y cultivadores de un género… desgarbado y estéril de los juegos de ingenio, de los logogrifos chinescos, de las charadas, acrósticos, glosas y tonadillas (Darío, 1888a, 193).

En otras ocasiones recurre a la ironía y también compara los resultados de diversos escritores, siempre con criterios estéticos y editoriales pertinentes: “Yo he leído prosas de ministros, cuajadas de gazafatones y de adjetivos, es decir, pésimas”; “la edición del libro de Lainfiesta, es lujosísima, hecha en la imprenta El Progreso, propiedad del poeta” (Darío, 1885, 202-203).

En “La literatura en Centro América”, el escritor ordena su materia por países e incluye Historia y Derecho, publicaciones científicas (El Salvador) y periodismo (Nicaragua): “El historiador Pérez –que escribía muy mala prosa– tuvo la idea de escribir de cuando en cuando peores versos” (Darío, 1888a, 195); “[Gregorio Juárez] era médico, y quizá por eso siempre hizo sus versos como por receta o formulario. ¡Pobre y glorioso maestro Juárez!” (Darío, 1888a, 195).

Una de las críticas más fuertes sobre la calidad de los historiadores y los críticos literarios la realiza en el artículo “Rojo y negro”, del cual publicó un fragmento en Guatemala y luego en Costa Rica y en el que dice:

En Centroamérica no ha habido jamás cultura intelectual… cultura en la nación, cultura en la sociedad, no ha habido nunca. A veces surge un grupo de aficionados en ciencias o en letras, da un paso, pero le detiene la oscura pesadez que les rodea (Darío, 1891d, 2).

La preocupación por la unidad de la región centroamericana no solo se revela en sus artículos acerca de la literatura, también escribió sobre el folclore en la Revista de artes y letras de Santiago. En este artículo muestra estar al día de lo que se ha investigado sobre el tema en América; entre los varios investigadores que menciona se basa en las narraciones de Gonzalo Fernández de Oviedo sobre las representaciones nicaragüenses (Darío, 1883).

El espíritu más ordenado

Según Darío, el principal resultado que se obtendría de la unión centroamericana sería la paz; por eso tal vez se explique el entusiasta llamamiento a la unidad que se percibe en el editorial del primer número del periódico La Unión que se motiva en el reciente acuerdo logrado en El Salvador por los presidentes de los cinco países: “Haya franqueza, haya fraternidad. No más discusiones y pequeñas rencillas: brille la paz serena y santa. Así llenos los campos de espigas, vendrá el olvido de la sangre y de las fatales guerras” (Darío, 1889b, 1).

Por esta razón, los escritores y los periodistas tienen el deber de escribir por:

La gran causa nuestra de la unidad de la América Central… Todo el jugo de nuestras venas y toda la vida de nuestro cerebro y todo el calor de nuestra alma, los colocamos en aras de la unión y por ella lucharemos y a su abrigo levantamos nuestra tienda (Darío, 1889b, 218).

Tal posición la mantiene también en la lírica, como se puede leer en el poema “Unión centroamericana”. Aquí la perspectiva del hablante es a la vez unionista y pacifista: “Unión para que cesen las tempestades; / para que venga el tiempo de las verdades; / para que en paz coloquen los vencedores / sus espadas brillantes sobre las flores; / para que todos seamos francos amigos” (Darío, 1889a, 221).

Posteriormente da a conocer en la Revista de Costa Rica el poema “Tutecotzimí” (Darío, 1892, 127-132)3 Se trata de un poema narrativo sobre la petición, de parte del pueblo pipil, especialmente de sus poetas, de una vida pacífica y sin sacrificios humanos. Esta demanda se relaciona con la imagen del poeta de los versos iniciales. En estos, un hablante alude a su propia acción, en el tiempo presente, mediante la cual logra vislumbrar un acontecimiento pretérito de la historia antigua de México y Centroamérica. De esta forma, la escritura poética se augura como una excavación arqueológica que encontrará un secreto:



Al cavar en el suelo de la ciudad antigua,
la metálica punta de la piqueta choca
con una joya de oro, una labrada roca,
una flecha, un fetiche, un dios de forma ambigua,
o los muros enormes de un templo. Mi piqueta
trabaja en el terreno de la América ignota.
¡Suene armoniosa mi piqueta de poeta!
¡Y descubra oro y ópalos y rica piedra fina,
templo, o estatua rota!
Y el misterio jeroglífico adivina
la Musa

Fuente: (Darío, 1907b, 317)

El descubrimiento se refiere al regreso, después de una jornada de cacería, del cacique Cuaucmichín, el cual es interpelado por el poeta Tekij para que no derrame la sangre del pueblo pipil, ya que dicha acción va en contra del tradicional pacifismo de los anteriores caciques. Al reaccionar Cuaucmichín violentamente, sus subordinados se rebelan y lo ejecutan. El trono entonces se ofrece a un hombre que pasa casualmente cantando una canción en la que maldecía la guerra y alababa a los dioses; es Tutecotzimí, quien se convertirá en el nuevo cacique pipil.

Darío reconoce en Costa Rica un esfuerzo hacia el logro y el mantenimiento de la paz. Precisamente, lo primero que resalta Darío de este país en el cuadro “Costa Rica” de 1912 es su carácter pacífico: “Es Costa Rica una de las naciones más pacíficas del continente americano… donde las prácticas republicanas se cumplen con mayor escrupulosidad. La entrada y salida de sus gobernantes siempre se efectúa según la Constitución y la voluntad popular” (Darío, 1912c, 483).

A propósito de las exposiciones colombinas en 1892, el poeta considera que Costa Rica contará con una mejor representación, debido a la situación política del país, lo cual hace que destaque frente a las demás naciones del área. Al inicio afirma: “De las repúblicas de Centro América, tengo la convicción de que será Costa Rica la que mejor representada se halle, en las próximas exposiciones colombinas. Por lo menos, en la parte de antigüedades indígenas, pocas habrá que la aventajen, entre las naciones expositoras hispanoamericanas” (Darío, 1891g, 2). Después de describir las colecciones del Museo Nacional, concluye:

Es de felicitar ardientemente a Costa Rica y a su Gobierno, por la parte honrosa que le tocará al país en los brillantes certámenes venideros. De sentirse es que en el resto de Centro América exista hoy sobre todo, la agitación de las pasiones políticas y los cuidados de otra especie, que impiden a los gobernantes servir a la patria, por servirse a sí propios (Darío, 1891g, 2).

Igualmente, la primera línea de “El poeta de Costa Rica” caracteriza el país con la paz: “Costa Rica tiene el espíritu más ordenado y pacífico de todas las cinco repúblicas de la América Central” (Darío, 1909, 5). Incluso en la nota luctuosa sobre José María Castro no solo menciona el apoyo del presidente a Francisco Morazán, también destaca su espíritu unionista:

En sus postreros tiempos siempre estuvo en altos puestos, en gracia de sus merecimientos altísimos. Todo Centro América vio de cerca al preclaro ministro que llevaba en la solapa de su levita el botón rojo de la Legión de Honor; todo Centro América escuchó los discursos suyos, oportunos y patrióticos siempre, y todo Centro América cuando le veía pasar decía: “Allí va una reliquia gloriosa del buen tiempo viejo; allí va un monumento vivo que recuerda la grandeza de nuestros padres”.

Era él un tanto soñador; era unionista. Quería la fusión de los cinco estados, la Unión, la visión de Jerez, la Dulcinea de Cabañas –ese sublime caballero andante de la libertad; –la mártir que quizá desapareció para siempre aplastada por las ruedas de los cañones de Rufino Barrios. Siempre fue el doctor Castro mensajero de la Paz (Darío, 1892f, 133).

Sin embargo, la confianza en este proyecto varía a lo largo de los años. Por ejemplo, en “La unión centroamericana” analiza las posibilidades de la unión de los países centroamericanos, y termina con una juicio negativo: “[La unión] ha sido el ideal de los buenos hijos de aquella tierra” pero es imposible porque “son odios profundos e imborrables los que existen”; “todo Costa Rica es enemiga de ella” (Darío, 1886, 32-36).

Esa perspectiva amarga sobre Centroamérica reaparece en una nota luctuosa que escribió en ocasión de la muerte de su amigo Jorge Castro Fernández:

Estos países pequeños de la América Central, no eran por cierto centro adecuado para un hombre como el que hoy lamento… no podía hallar aire para su vuelo sobre nuestros fangales de política liliputiense y de mercantilismo estrecho, en medio de una eterna y cerrada opacidad intelectual (Darío, 1891b, 3).

Multiplicidad armónica

En los meses que vivió en Costa Rica –del 24 de agosto de 1891 al 15 de mayo de 1892–, Rubén Darío realizó cerca de un centenar de publicaciones en los periódicos y revistas nacionales mencionados. En el escrito “Una tarea” –que cronológicamente es la segunda de sus publicaciones en el país– define un programa de escritura, es decir, lo qué va a escribir y cómo lo va a hacer:

Me ocuparé de este hermoso y joven país de Costa Rica, considerándolo bajo sus distintos aspectos. Diré lo que pienso de sus costumbres, del espíritu de sus hombres, de su cielo, de su tierra, de sus poetas y de sus mujeres [En esta tarea se compromete a guiarse por] el amor a la belleza y a la verdad (Darío, 1891c, 2).

Como se revela en sus textos para la prensa de otros países, entre los escritos de Darío en Costa Rica se podrían distinguir dos grupos de publicaciones: por un lado las que se refieren a algún tema, personaje o acontecimiento propio del lugar donde publica; por otro, las que no tienen un referente localizable. No obstante, en realidad las descripciones de lugares “reales” son construcciones de espacios modernistas –los jardines galantes, por ejemplo–, o bien, descripciones llevadas a cabo desde un punto de vista esteticista. De esta manera el referente local resulta elevado al mundo literario y, al final, Heredia, el mercado y el parque –por ejemplo– revelan ser, más que un referente real, ejemplos de la pluralidad del mundo frente a la armonía del universo.

El mundo dibujado en poemas y cuentos es, en apariencia, múltiple: se compone de muchos elementos, de diferente naturaleza, varios colores y sonidos mezclados que a su vez producen sensaciones igualmente diversas. No obstante, existe al mismo tiempo, algo –una energía, un poder, un individuo– que logra aglutinar la diversidad, armonizarla. Un ejemplo de lo anterior se puede observar en “La mascarada”, que presenta una reflexión sobre los desfiles populares de máscaras y disfraces; se destaca el carácter universal y la predilección permanente del pueblo por dicha costumbre en la que se puede observar, dice Darío, “el espíritu satírico popular” (1892b, 2).

Ante la multiplicidad de figuras y personajes que se han creado a lo largo del tiempo y en las diversas culturas, se plantea que muchas se pueden comparar o asimilar; así, el Toro Guaco correspondería al Minotauro; la giganta y el hombre en zancos recuerdan a los antiguos gigantes; Arlequín tiene sus descendientes en los disfrazados con ropas de colores y rostros pintados.

Lo que podría verse como una operación filológica se podría percibir como otro intento de reducir la aparente multiplicidad del mundo –en tiempo y lugares–: las figuras se organizan en una única procesión, que es observada por “las lindas damas” (Darío, 1892b, 2).

El procedimiento descrito se aprecia en la elección del mundo maya en el poema “Tutecotzimí”. En este, una buena parte se dedica a describir el paisaje del bosque que atraviesa el cacique Cuaucmichín cuando regresa de la cacería. El mundo despliega una impresionante diversidad de plantas, piedras, animales y pueblos, que pueblan el ambiente con múltiples sonidos y colores:



Las selvas foscas vibran con el calor del día;
al viento el pavo negro su grito agudo fía,
y el grillo aturde el verde, tupido carrizal;
un pájaro del bosque remeda un son de cuerno;
prolonga la cigarra su chincharchar eterno
y el grito de su pito repite el pito-real…
Su vasto aliento lanzan los bosques primitivos,
vuelan al menor ruido los quetzales esquivos,
sobre la aristoloquia revuela el colibrí;
y junto a la parásita lujosa está la iguana,
como hija misteriosa de la montaña indiana
que anima el teutl oculto del sacro teocalí

Fuente: (Darío, 1907, 318).

El rojo, el verde y el amarillo colorean los bosques, los animales y los objetos en solamente seis versos:



El gran cacique deja los bosques de esmeralda;
camina a su palacio, el carcaj a la espalda,
carcaj dorado y fino que brilla al rubio sol.
Tras él van los flecheros; y en hombros de los siervos,
ensangrentando el suelo, los montaraces ciervos
que hirió la caña elástica del firme huiscoyol

Fuente: (Darío, 1907, 319).

La multiplicidad destaca en la descripción de la comitiva de los pipiles que enfrenta al cacique, compuesta de varios grupos heterogéneos aunque ordenados:



Como torrente humano que ruge y se desborda,
con un clamor terrible que la ciudad asorda,
hacia el palacio vienen los hijos de Ahuitzol.
Primero, revestidos de cien plumajes varios,
los altos sacerdotes, los ricos dignatarios,
que llevan con orgullo sus mantos tornasol.
Después, van los guerreros, los de brazos membrudos,
los que metal y cuerno tienen en sus escudos,
soldados de Sakulen, soldados de Nebaj;
por último, zahareños, cobrizos y salvajes,
el cuerpo nudo y rojo de míticos tatuajes,
ixiles de la sierra, con arcos y carcaj

Fuente: (Darío, 1907, 319).

Al final sobre todos ellos reina solo uno: el nuevo cacique, Tutecotzimí, el que canta “paz y trabajo”.

Otra forma de referirse a la relación entre la multiplicidad y la armonía del mundo es la oposición entre el nacionalismo y el cosmopolitismo. Entendido casi siempre como “afrancesamiento”, el cosmopolitismo generalmente se ha utilizado para atacar la literatura dariana. Sin embargo, también forma parte de la búsqueda de la armonía universal: frente a la disgregación de muchas naciones, Darío reafirma la hermandad, la pertenencia a un único orbe. Así, dicha oposición es en realidad una forma de tratar de integrar los países latinoamericanos al “mundo” y eliminar la marginalidad de ciertas regiones, especialmente Centroamérica. Por eso, en 1907 –cuando se refiere al regreso a León, Nicaragua, donde está dando su discurso, como el regreso de Ulises a Ítaca– afirma lo siguiente:

Yo soy un instrumento del Supremo Destino; y bien pudo nacer en Madrid, Corte de los Alfonsos; en Buenos Aires, tierra de Mitre; en Bogotá o en Caracas, el que nació en la humilde Metapa nicaragüense.

Brillante es la impresión que tengo yo, que cortejé durante largo tiempo a la musa cosmopolita, al ver en mi tierra fuertes talentos, fuertes caracteres y encantadoras liras (Darío, 1907-1908, 137).

Más adelante en ese mismo discurso agradece la hospitalidad de varios países donde vivió, en especial de Argentina, “que ha sido para mí adoptiva y singular patria” (Darío, 1907-1908, 140). Y finaliza:

Tengo el placer de decir que no me quieren más los estudiantes de Nicaragua, que los estudiantes de Buenos Aires, de La Habana, o de Madrid. Andaluces, vascos o gallegos, los fundadores de nuestra Familia, nos trajeron una esencia de Arte y un amor de idealismo (Darío, 1907-1908, 141).

Una es la familia de los modernistas y así desea el poeta que fuera solo una la patria centroamericana: “Dios eterno y único haga que lo que es un hecho en Literatura, pueda realizarse para Centroamérica en Política, por ley histórica y por necesidad de nuestra civilización” (Darío, 1907-1908, 141).

El cosmopolitismo, que él explica como un ansia de viajar congénita –“por atavismo griego, o por fenicia influencia, / siempre he sentido en mí ansia de navegar, / y Jasón me ha legado su sublime experiencia / y el sentir en mi vida los misterios del mar” (Darío, 1908, 144)–, resulta no ser un alejamiento de la Patria si se logra que esta sea solo una.

En “El mercado”, una de las crónicas que publica en Costa Rica, se describe un mundo de gritos y colores diversos, creado gracias a la variedad de las gentes y los objetos que encierra un mercado. Quesos, natillas, carnes, frutas y legumbres ofrecen un multicolor paisaje, al que también se integran los colores de la piel y los cabellos de los vendedores: “la tez bronceada de la vendedora de verduras”, “los cabellos rubios que brillan sobre la frente de una cocinerita francesa”, “una muchacha morena”, un negro que vende maní y un “bebé de rosa y cielo”. Finalmente, todos se uniforman bajo una serena y blanca luz que desciende desde el sol (Darío, 1891i, 1-2).

La diversidad del mundo se construye en “De sobremesa” mediante la referencia a una multiplicidad de bebidas: los vinos, el champaña, la cerveza y los licores se comparan con un tipo de persona, por ejemplo, el champaña es una “mujer desnuda y blanca con cabellera de oro”; mientras que “el vino tinto es el buen compañero viejo, reconfortante, jovial, caballero francés de nobleza roja”, el vino blanco es “un caballero estirado, correcto, fino, rubio, habla alemán y francés, su carruaje es de cristal verde” (Darío, 1891a, 175-176).

También en poemas publicados en los diarios nacionales como “El clavicordio de la abuela”, la comparación de la mujer con una flor multiplica esta en variedades que acentúan de nuevo lo múltiple en la unidad:



Va la manita en el teclado
como si fuese un lirio alado
(…)
Es una boca en flor la boca
de la que alegre y viva toca
(…)
Es una fresa, es una guinda;
(…)
Es una blanca margarita,
es una rosa, es un jazmín.
(…)
Amor sus rosas nuevas brinda
a la marquesa Rosalinda

Fuente: (Darío, 1891l: 2).

En la crónica “Fiesta de la patria” la develación de la estatua de Juan Santamaría en un parque de Alajuela da lugar a la transformación de esta, que se llena con gente de otras ciudades del país: militares de Cartago y San José con sus bandas musicales, público de todas las clases sociales y edades. Esta multiplicidad alcanza hasta a la comitiva oficial, que también se percibe como una variada representación de todos los poderes del Estado. Incluso el plano sonoro resulta estar compuesto de múltiples clases de sonidos: “Se mezclaban los aplausos y los gritos, al canto militar de los cobres, al ruido de los tambores del ejército, al clamor agudo y vibrante de las cornetas” (Darío, 1891f, 23).

Todo este abigarrado mundo se ilumina a su vez por luces provenientes de diversas fuentes que irradian múltiples tonalidades: “Un enorme florecimiento de luz se extendía por toda la ciudad… brotaba un pintoresco diluvio de claridades distintas, ya de los jarros rosados o verdosos de los faroles chinescos, pintadas de grandes rosas rojas o de grullas pálidas o azulejas (Darío, 1891f, 20). Por último, la misma naturaleza contribuye a la celebración “con su tranquilidad, esplendor y galas mejores” (Darío, 1891f, 21).

“Crónica” describe la transformación de la ciudad de Limón durante las vacaciones como un espacio erotizado y lleno de apelaciones a los sentidos, que atrae a la población que abandona la capital durante esos días. Los días se viven en fiesta: “Todo el mundo es gracioso. Todo el mundo está contento” (Darío, 1892e, 318). El mundo se configura por la música de las aves, los baños en los ríos, las comidas al aire libre y los bailes, en las casas y en las calles; es decir, es un ambiente de placeres sensoriales que favorece, además, el encuentro de las parejas: “El que tiene camisa de lana gris… está mirando a la novia, que lleva el ala de pollo fiambre a la boca roja y pequeña” (Darío, 1892e, 318).

Un parque –el jardín galante–4 es en “El Parque Central” un lugar que se va poblando de perfumes, ruidos y seres conforme pasa el día. En la mañana se llena con la alegría de los niños y en las tardes con la belleza de cada una de las josefinas que allí pasean. En el centro, las guacamayas y cerca una fuente con un Cupido sobre un cisne; la música proviene de un kiosco donde se canta la lotería. La noche encuentra el sitio completamente perfumado y el texto se cierra con una pregunta que recuerda el trascurrir temporal y lo efímero de la belleza: “¿En dónde están las corolas que han esparcido en este recinto tan inefable perfume?” (Darío, 1891k, 2).

Toda una ciudad se convierte en un jardín protegido de las ráfagas de viento, casi un paraíso, en la descripción de “Heredia”. El parque con sus parejas enamoradas, la música y su fuente central; las bellas iglesias, la riqueza del café: la urbe es una bella mujer cuyos ojos hacen innecesaria la electricidad: “Heredia es suave, cortés, coqueta y rezadora” (Darío, 1892c, 2).

Y en el prólogo de Concherías el país entero que adquiere un estatus casi paradisíaco:

Los campos son fecundos y risueños. Si en las costas quema la furia solar del trópico, en el interior el clima es fresco y la vida apacible… En montes y campiñas podréis hallar incultas bellezas, de hermosos rostros y voluptuosos cuerpos (Darío, 1909, 9).

El cosmopolitismo y el sincretismo cultural se insertan en una concepción del mundo que proyecta en el plano político y social la búsqueda de las analogías y las correspondencias de los elementos de creación. El mismo proyecto unionista deja de ser la defensa de un espacio cultural reducido y adquiere una dimensión universal.

“Inacabable aurora de esplendor triunfal”

Entre las publicaciones de Darío en los medios costarricenses, hay algunas “notas de ocasión”, por ejemplo, sobre el fallecimiento de José María Castro Madriz, el del hijo de este, Jorge Castro, y el de la hija del poeta Justo A. Facio; otras las dedicó a un aspecto del país: una festividad, una persona, un héroe, el arte autóctono. En varias, llama la atención la comparación del individuo con un héroe antiguo, generalmente literario; así sucede en “El doctor Castro”, en el que José María Castro Madriz5 se asemeja a una figura de la Ilíada: “Como en el último sacrificio fúnebre de la Ilíada, en que la hoguera pagana consumió el cuerpo del héroe… para el rey fuerte o bondadoso” (Darío, 1892f, 129). Más adelante dice: “Aquella senda limpia y victoriosa por donde pasó el caballero vencedor al son de las trompetas de bronce de los cívicos triunfos” (Darío, 1892f, 130). Lo local o lo nacional se equiparan a los héroes mitológicos en el contexto del triunfo, sobre todo del desfile triunfal. Se trata de una especie de marco atemporal que eleva el referente local a un plano universal.

También en la nota necrológica “Don Pedro”, sobre la desaparición del emperador de Portugal, Darío utiliza este acontecimiento para repetir la imagen de heroicidad. Dos veces, al menos, lo compara con otros emperadores de la antigüedad: “El anciano imperial ha desaparecido con la majestad luminosa de un sol que se pone. Tal debía ser la partida a la eternidad, del último de los Marco Aurelios” (Darío, 1891j, 2). Y al final: “¡Quien en una inacabable aurora de esplendor triunfal, será admirado en la historia humana como el último de los Marco Aurelios!” (Darío, 1891j, 2). Así crea la imagen de dos emperadores: “Cuando visita a Víctor Hugo, prodúcese el encuentro del águila imperial y del águila lírica” (Darío, 1891j, 2).

Eso es lo que se describe en la mencionada crónica “Fiesta de la Patria”:

La alegría nacional, la pompa oficial, las marciales músicas, dominaron la hermosa población vecina… estallaron las músicas marciales, se oyeron las alegres fanfarrias… El oro de los galones y el acero de las armas espejeaban a la luz… A un son de clarín quedó la plaza en silencio… Bello fue aquel final… al canto militar de los cobres, al ruido de los tambores del ejército, al clamor agudo y vibrante de las cornetas… Y luego el aire se pobló de armonía, cantóse por crecidísimo coro, un himno, cuya música fue escuchada como si fuese un cántico de la patria, un peán al vencedor del tiempo y de la gloria, una salutación al coronado por la fama y colocado en el pedestal de la epopeya, por la fuerza sacratísima de la eterna y divina Poesía (Darío, 1891f, 18-24).

Es una festividad dedicada al héroe que unifica al país así como lo hace la música a lo largo de los actos y, al final, el baile. Todo se conjuga en una misma tonalidad, los viejos soldados disfrutan la fiesta junto con los miembros del gobierno: “Ya la comitiva oficial estaba en el Palacio de la Municipalidad, cuando los veteranos llegaron; les recibió el Presidente de la República, y hubo honores y vítores” (Darío, 1891f, 2).

La suma del misterio

En “Noche buena. El baile en casa de don Jaime Carranza” se narra la celebración de la Navidad, que asume diversas formas en muchos países del mundo. Aquí, el narrador asiste a una casa para el baile de Navidad que encierra “una revista de gracia y belleza” (Darío, 1891ll, 188), de manera que entrar al baile equivale a ingresar a una noche de colorido y belleza, que lo aleja del mal año que termina.

El narrador se siente rebasado por el ambiente multicolor que se despliega ante sus ojos; para poder describirlo, dice: “Necesitaríamos un incansable y derrochador pincel, que emplease todos sus tonos” (Darío, 1891ll, 188), pues la variedad del mundo femenino se define gracias a los diversos colores de los vestidos de las damas que asistieron al baile.

También en la crónica “Costa Rica” las mujeres bellas se presentan como un conjunto variado:

La belleza de la costarricense no es la belleza real de la chilena, ni la belleza marmórea de ciertas guatemaltecas; es una belleza dulce y misteriosa, que arrastra las almas. Es como de marfil, bañada la faz con una suave disolución de rosas.

Y las hay de distintos encantos. Guardo en mi memoria una colección de rostros y de cuerpos que ni si fuese un museo de femeninas beldades. La señora de G., a la cabeza, como una emperatriz, tiene la hermosura dominadora y es, al mismo tiempo, dulce como una pastora ideal. Cuando sonríe, su sonrisa es la de las enigmáticas y eternas Giocondas. La señorita A., una parisiensita que hace vibrar, a través de los espejuelos, la apasionada luz de sus estrellas, es el fino rostro de una tímida Colombina que tuviese la picardía ingenua. Una niña T. que tiene hermanas esplendorosas y primas guatemaltecas que valen un tesoro. Esa niña es Psiquis… La señora de J., es lo que se llama allá “Corronga”. Esa palabra rara que parece un arrullo de paloma, quiere decir simpática, adorable; en guatemalteco, “chulísima”. La señorita A. E., que no habla sin que el rubor llene su faz, un lirio, una perla que a cada instante recibe el beso de luz de una aurora. ¿Cuántas más? Una, tres, cinco, ciento. Costa Rica es el país que, en el mundo, relativamente a su población, tiene más mujeres bellas (Darío, 1892h, 70-75).

Algo similar sucede en “El concierto de anoche”: “Coda: La noche fue deliciosa. En los palcos había bellezas y gracias. Había entre todas las vencedoras, dos ojos atrayentes como dos imanes, fulminantes como dos rayos” (Darío, 1892g, 194). Toda esa diversidad se acaba cuando el joven contempla a una única mujer, que lo atrae: “La última impresión de anoche, bendito tú, ¡oh Dios! fue, para el pobre cronista, la suave sonrisa de una boca digna de ti, ¡blanca y divina Venus!” (Darío, 1892g, 194).

En el prólogo de Concherías la musa adquiere la apariencia de una campesina típicamente costarricense cuando Darío suscribe las palabras de Antonio Zambrana: “La musa de Aquileo nació en Cot, o en Barva… es una muchacha alegre, honrada, si ligera de lengua, de muchas libras de peso” (Darío, 1909, 7).

En “A una estrella” en su invocación hacia la estrella (el Arte, la Poesía) el poeta se muestra confundido por los múltiples paisajes donde ha vislumbrado a su musa: una vez fue en “el horizonte sobre el mar” (Darío, 1888b, 194). En otro momento era “una selva oscura”, donde hay “grillos monótonos” y “árboles negros” (Darío, 1888b, 195), pero también en el alba matinal, en que el viento lleva vibraciones musicales. El poeta ha visto a la estrella, quien reside en el “divino imperio azul” (Darío, 1888b, 194); ella lo ha visitado, pero para anunciarle las dificultades del camino hacia el logro poético. Aunque la anhelada unión no se ha logrado, el poeta afirma que la poesía es música: “Ofrenda de armonía”, “sinfonía”, canto, “vibraciones de liras eólicas”; finalmente, una sinfonía “universal y grandiosa que llena la despierta tierra” (Darío, 1888b, 195).

Así, la atracción de las mujeres, cuyo hechizo se personifica generalmente solo en una de ellas, presagia el encuentro amoroso, instante de trascendencia mística que resuelve las diferencias y constituye un sacramento de unión con la totalidad del cosmos.

El orden oculto del cosmos

Uno de los propósitos que guía el programa de la Revista de América es “ser el vínculo que haga una y fuerte la idea americana en la universal comunión artística” (Darío, 1894, 341). Ha sido también la forma de solucionar la diversidad o el caos que gobernaba el mundo: procurar la unidad y la armonía, la unicidad en un mismo ideal.

Se ha visto así cómo el texto dariano utiliza diversos recursos para armonizar la diversidad que caracteriza el universo. Por un lado, el mundo social y el mundo natural se definen por dicotomías y multiplicidades, las cuales son perceptibles mediante las sensaciones: sonidos, música, colores, fragancias. En consecuencia, se busca armonizar esas diferencias, ya sea mediante fuerzas unificadoras como la mística, la religión, el arte o bien mediante el culto al héroe o la unión erótica.6

La sociedad logra cohesionarse alrededor del héroe cuyo sacrificio defendió la unidad y la independencia del país, en el caso de Juan Santamaría; una luz superior ilumina el mundo abigarrado sobre el cual desciende en “El mercado”. La sugerencia del encuentro amoroso en “Noche buena. El baile en casa de don Jaime Carranza” y “El concierto de anoche” resuelven la atracción de la plural belleza femenina y la concentran en una sola amada.

Tanto las notas necrológicas de presidentes y reyes como las festividades de héroes unifican a los ciudadanos alrededor de un único personaje. En conmemoraciones y celebraciones, el conjunto de actividades, música y discursos congrega a los variados participantes, los hace “público”; es decir, los convierte en una figura. El público es uno alrededor del héroe o de su estatua y así se borran todas sus diferencias: todas las marcas –de edad, de sexo, de clase, de posición social– se desvanecen frente al mismo y único fervor.

En el clásico estudio La poesía de Rubén Darío, Pedro Salinas había sugerido que la búsqueda de la armonía trasciende incluso al plano social. En este sentido, se explica también tanto el interés de Darío por integrar una hermandad de escritores de todos los países hispanohablantes, como su constante preocupación por la unión política de los países y la paz. De esta forma, su pensamiento logra una total coherencia con su práctica artística e incluso con su preocupación por lograr una especie de hermandad entre todos los escritores: la pluma de todos debería estar al servicio del Arte y para eso había que crear los medios impresos que permitieran hacer llegar los escritos a todos los ciudadanos. Ricardo Gullón ha propuesto que en Darío la armonía se trata de alcanzar sobre todo mediante la elaboración rítmica del verso: “Al imponer su regla al universo el ritmo crea la armonía… identifica pasión creadora con vocación para la armonía” (Gullón 17-18).

Algunos estudiosos han interpretado mediante la clave mística los diversos caminos para el logro de la unidad. Por ejemplo, siguiendo a Raymond Skyrme, apunta Cathy Login Jrade: “El amor es un medio de conocimiento y, en este sentido, las imágenes eróticas de Darío son metáforas de la cognición mística” (53).

La revista de todos

Otros escritores centroamericanos que vivieron en el mismo período se dedicaron como Darío al periodismo. Algunos de ellos –Pedro Ortiz, Enrique Guzmán– participaron en la fundación de revistas modernistas y periódicos que también publicaban textos literarios. Muchos escribieron sobre la unidad centroamericana y, entre estos, no pocos escogieron al general Francisco Morazán para representar esa aspiración.

Amigo de Darío, el salvadoreño Francisco Gavidia (n.1863/5) coincidió aquí con aquel de 1891 a 1892, en esos años dirigió La Prensa Libre y publicó Los emigrados, un folleto en protesta por la expulsión de los salvadoreños después del golpe de estado de los hermanos Ezeta (Cañas Dinarte, 2002, 195-202). También fue director del diario vespertino El Imparcial y formó parte de la Asociación de la Prensa, fundada en Costa Rica el 25 de enero de 1891 (Solano, 2014).

Alberto Masferrer (n. 1868), quien era apenas un año menor que Rubén Darío, vivió en Costa Rica en 1885 y de 1895 a 1899, cuando volvió como cónsul de El Salvador (Cañas Dinarte, 2002, 318). Aquí vendió sus libros7 y trabajó con el escritor coetáneo Ricardo Fernández Guardia (1867-1950) y con el investigador Anastasio Alfaro (n.1865). Masferrer publicó alrededor de treinta y dos artículos en la revista de Joaquín García Monge, Repertorio Americano y por lo menos cinco en La Revista Nueva, que administraba con Fernández Guardia entre 1896 y 1897. Masferrer comenzó a producir una nueva época de El Diario de Costa Rica y fue coeditor propietario durante algunos meses. Con Ricardo Fernández Guardia, fundó La Revista Nueva; con Anastasio Alfaro, Repertorio de Costa Rica.

En todas esas publicaciones periódicas, además, se leen textos de escritores modernistas; por ejemplo, en La revista nueva aparece el poema “Rondel” del modernista panameño Darío Herrera (n. 1870) y otro del salvadoreño Ismael Cerna. En el mismo número hay un cuento de Stella (Rafaela Contreras) de 1896. En el tercer número publican Soto Hall y Justo A. Facio (n.1859). También se divulgan traducciones de Víctor Hugo.

Masferrer imprimió en San José un folleto con las crónicas que había publicado en periódicos y otras tres obras: Pensamientos y formas. Notas de viaje (1921); también se editaron aquí la noveleta El buitre que se tornó calandria (1922) y Ensayo sobre el destino (1925) (Cañas Dinarte, 2012, 318).

En ocasión de su muerte, Repertorio Americano dedicó casi la mitad de un número a varios artículos sobre el maestro, además de la reproducción de varios poemas suyos. Un artículo de Carmen Lyra que ocupa la primera página trata de reconstruir su imagen en el recuerdo de la escritora. Esta aprovecha para describir la situación de injusticia social de El Salvador y concluye que, si bien primero padecía de cierta ingenuidad –parecía un niño sin malicia–, siempre fue un intelectual honrado que no olvidó a su pueblo:

Supo en su vejez ser fuerte como no saben serlo la mayor parte de los hombres jóvenes del istmo. Una cabeza que pudo haber sido solamente la de un intelectual, pero que tuvo el valor de ser también la de un rebelde (Lyra 179).

Máximo Soto Hall había llegado a Costa Rica en 1896 para colaborar con el presidente Rafael Iglesias. Entre 1899 y 1902 fue director de la Biblioteca Nacional de Costa Rica y editor de su Boletín. También fue fundador del periódico El Diario de Costa Rica, en 1885, en compañía de Alberto Masferrer y en la revista Pinceladas fue redactor, junto con Rafael Ángel Troyo, en 1898. De este último escritor, prologó Terracotas. Además de lo que publicó en Repertorio Americano, en Costa Rica dio a la imprenta al menos siete libros8 cuyos temas van desde la política, la historia y la cultura a la literatura, sobre todo novela y poesía; sus ensayos escogen personajes latinoamericanos destacados que incluyen algunos costarricenses: Sandino, Juan Santamaría, Tomás de Acosta, Juan de Dios de Ayala, José Cecilio del Valle, José María Castro Madriz, Juan Rafael Mora, José María Gutiérrez.

Este alborotado mar del Istmo

Como se ha explicado, en las líneas precedentes desde muy temprano en su carrera literaria Rubén Darío escribió sobre Centroamérica, tanto artículos periodísticos sobre política y cultura del Istmo, como poesías y crítica literaria. De ese esfuerzo unionista participó Francisco Gavidia durante su estancia en Costa Rica; cuando trabajó en La Prensa Libre, sus publicaciones revelaban una constante preocupación por las noticias sobre el Istmo en la sección que titula “Exterior. Cablotelegramas”, junto con noticias de Europa. En esta parte es importante la presencia de los países centroamericanos, desde la mención a las reuniones y actividades de los exiliados hasta las noticias políticas de los distintos países.

El tratamiento de estos temas es distinto al que reciben los informes sobre otros países: se refieren más detalles, se mencionan nombres conocidos por los lectores, hay una mayor referencia a lo personal y vivencial. Por ejemplo, “Aniversario” alude a la traición al general salvadoreño Menéndez por parte del militar Carlos Ezeta. La noticia da pie a comentarios acerca de los infructuosos esfuerzos en contra de la usurpación y la ilegalidad de algunos sectores de la sociedad salvadoreña, a la vez que ahonda en los aspectos humanos implicados en la traición. Del tema de la ilegalidad y la traición se pasa al análisis de las consecuencias que la tiranía acarrea al ideal de la unión centroamericana. Los hechos dolosos no perjudican únicamente al país por arrebatarle vidas y riquezas, sino que son culpables de “cortarle el paso al progreso, herir los intereses de Centro América, anulando el movimiento que impulsa la Unión Centroamericana” (Gavidia, 1891b, 3).

Ante el panorama de traiciones y desaciertos, cuyos protagonistas son comparados con personajes literarios y de la antigüedad clásica, el escritor no puede sino concluir con una nota pesimista: “Una estrella espantosa preside los destinos de Centro América cuya política en todas las líneas se ha plegado al buen éxito de un crimen” (Gavidia, 1891b, 3).

Bajo el titular “América Central” y en la sección “Casos y cosas”, la edición del 17 de julio de 1891 alude a una serie de noticias de actualidad, redactadas a la manera de gacetillas y de crónicas. Así, entre las noticias culturales y sociales se menciona el cierre de El Diarito por parte del gobierno nicaragüense, mientras que, narrada como una crónica, se informa la prisión del periodista Pedro Ortiz.

Gavidia no vacila en señalar las consecuencias de un periodismo que actúa con ligereza:

Si se toma en cuenta que algunas veces estas faltas de seriedad y de delicadeza de sentimientos, influyen en la conducta de los gobiernos, La República contrae mayor responsabilidad de lo que puede creer. Debía enseñar a sus lectores a aplaudir y apoyar moralmente al Gobierno cuando da a Centro-América un ejemplo civilizador; y debía comprender que la burla de un acto loable, tiende a exasperar a quien lo ejecuta; lo cual es antipatriótico (Gavidia, 1891c, 2).

En conclusión, en los escritos del escritor salvadoreño democracia y responsabilidad del periodismo van unidos a la práctica concreta de este oficio y a la defensa de Centroamérica.

Con respecto a la unidad centroamericana, en una ocasión Alberto Masferrer escribe desde Nueva York en la sección “Correspondencia” una breve misiva a Joaquín García Monge para solicitar que aumenten las publicaciones de autores centroamericanos en Repertorio Americano. Reclama que hay muchas publicaciones de españoles y menos de centroamericanos y pregunta: “Realmente, ¿son tan pobres de pensamiento los pobres Estados Centroamericanos, o es que viviendo tan desunidos, no sabe ninguno de ellos lo que se piensa en los otros?” (Masferrer, 1920, 336).

Considera Masferrer que hace falta “una voz común, un órgano vivo y activo y expansivo, de nuestro pensamiento, que nos unifique en el presente y en el pasado” y ese órgano no solo sería un medio de expresión y difusión, sino que también unificaría y dirigiría para conseguir una “mentalidad común” (Masferrer, 1920, 336). Al escritor le parece que el modelo de tal publicación es la revista Ariel, que ha cumplido ese papel en Costa Rica, y le sugiere a García Monge que emprenda tal tarea, que no se va a alcanzar con la costosa celebración del aniversario de la Independencia en 1921.

En la síntesis de sus Conferencias unionistas, publicada al inicio del año del centenario de la independencia, Masferrer se plantea la falta de unión de los países centroamericanos y la carencia de ideas unionistas. La Asamblea Constituyente Centroamericana, dice, debe realizar la justicia, el orden y la armonía que para todos simboliza la unión y “no será otra que aquella que defina nuestros derechos y fije nuestras obligaciones, desde el punto de vista económico, viendo en nosotros trabajadores… trabajadores asociados en gremio” (Masferrer, 1921, 146). La unión centroamericana será, para el escritor, una nueva patria, “guardadora de nuestros intereses de trabajadores y de ciudadanos” (Masferrer, 1921, 146).

En su propuesta para crear una constitución centroamericana, el escritor recalca la necesidad de superar la forma actual de elección de los representantes que, por estar basada en una sociedad dividida en clases, nunca va a ser una verdadera representación de la realidad social:

La representación de unos cuantos círculos, que dejan fuera de su área a la mayor suma de elementos nacionales… Con libertades inestables o nulas; con grandes masas analfabetas, que no pueden servir sino de ciegos instrumentos; con un proletariado inmenso, que ha de plegarse, forzosamente, a los deseos de los que le dan el trabajo y el pan, es evidente que los medios acostumbrados en nuestras labores electorales, han de producir siempre una mistificación, o

por lo menos, algo tan bastardo y limitado, que no merecerá jamás el nombre de representación nacional (Masferrer, 1921, 145).9

Cuando Masferrer protesta con ironía por la “invasión” de afrodescendientes, en un artículo publicado en El Día y reproducido en Repertorio Americano, reclama contra la entrega de tierras a compañías estadounidenses:

Los mismos hondureños, casi podrían eximirse de ese trabajo de protestar. Al cabo, son asuntos que sólo atañen a las Compañías, de hecho únicas dueñas y señoras de la Costa Norte. La Costa Norte, patrióticamente entregada a poderosísimas compañías extranjeras, mediante sabias, frecuentes y amplias concesiones de tierras con todas las prerrogativas anexas, ha llegado a no ser ya de Honduras sino como designación geográfica, y eso, de mera geografía física… La tierra es suya. Y con la tierra la vida, y con la vida, ese conjunto de poderes que se resumen, cuando los empuña una mano firme y resuelta, en el poder total de hacer uno lo que le da su gana (Masferrer, 1923, 51).

Esas compañías, finaliza, son las responsables de haber poblado esas tierras hondureñas de “negros” y de que los antiguos habitantes se hayan convertido en siervos.

En Costa Rica, José M. Pacheco esboza una original propuesta de la unidad y se pregunta por qué no fundar una república conforme a la propuesta “arquitectónica” de Platón, una nación subordinada a los conceptos de la ciencia y que aproveche la experiencia y el conocimiento. Un grupo de hombres superiores acogería el proyecto y dice el ensayista: “Se trata, pues, de arraigar formas absolutas y permanentes que garanticen la estabilidad de la vida institucional; se trata de dar corazón, arterias y sangre a ese ideal que se llama Centro América unida, sueño hermoso de nuestros más distinguidos hombres públicos” (Pacheco, 1888, 18).

Una opinión desencantada acerca del éxito de una posible unión la expresa el crítico nicaragüense Enrique Guzmán a propósito del aniversario de la independencia de Centroamérica:

¿Qué festejamos mañana? Una nacionalidad muerta, medio siglo de anarquía, cincuenta y siete años de dilapidaciones y escándalos, las bofetadas que hemos recibido de los poderosos, el entronizamiento del cacicazgo, el triunfo definitivo quizá ¡Dios no lo quiera!, del fraccionamiento y de la insensatez (Guzmán, 1888, 23).

El magisterio del prócer

El ideal unionista centroamericano se personalizó sobre todo en Francisco Morazán, sobre el que se escribió en distintos momentos históricos. Ya en 1886 Rubén Darío, al referirse a los diferentes intentos de unificar Centroamérica, había destacado el del militar hondureño, así como los de Gerardo Barrios y Máximo Jerez, cuya labor subraya en el artículo “La unión” y a los que considera “mártires de la Unión” (Darío, 1886, 33-34).

En 1888 dos escritores costarricenses y un historiador se refieren a Francisco Morazán, como símbolo de la unidad centroamericana. Emilio Pacheco publica “La Unión Centroamericana”, fragmento de un poema dedicado al historiador guatemalteco Lorenzo Montúfar, en el cual aboga, sobre todo, por la unidad de América y del orbe en general. La figura de Morazán se enaltece y su sacrificio afecta al propio hablante:



¡Salud oh Morazán! Mártir sublime
de la sagrada causa del progreso…
¡Cuánto dolor mi corazón oprime
al recordar de muerte tu proceso!

Cuántas veces mi espíritu en su vuelo
en alas de mi afán, nunca logrado
con ansias locas y entusiasta anhelo
feliz a Centro América ha mirado:
sin odios ni fronteras, con su suelo
por el noble trabajo fecundado:
y doquiera la luz, el movimiento
surgiendo de la Unión al sacro aliento

Fuente: (Pacheco, 1888, 212).

Por su parte, el historiador Joaquín Bernardo Calvo ofrece un recuento histórico de la trayectoria del héroe unionista en el cual enumera también las causas de su fusilamiento en Costa Rica (Calvo, 1888, 290-293).

La aparición en Guatemala del libro de Lorenzo Montúfar (1823-1898), en 1896, en pleno auge del modernismo, 10 puede haber sido un acontecimiento trascendental en ese momento, a lo que se referirán luego varios literatos y ensayistas. En el prólogo, el general se califica como

El más grande y más importante de los hijos de la América del Centro. Llegó a ser el jefe del partido liberal por su notable superioridad, la cual reconocen los centroamericanos, exentos del odio que alimentan las mezquinas pasiones lugareñas (Montúfar xxi).

Al general se le considera uno de los benefactores de la humanidad (Montúfar 36). En el marco de la historia política y mediante la cita de los documentos que se intercambiaron ambos bandos, el libro se centra en el conflicto de 1829 entre Morazán y los conservadores guatemaltecos. Se analizan las motivaciones de la lucha unionista y la acción de sus adversarios, quienes al final se revelan como los verdaderos culpables de la situación de Centroamérica a finales del siglo XIX (Montúfar 33).

En 1901, dos años después de la aparición de su conocida novela El problema, Máximo Soto Hall publica, también en Costa Rica, Un vistazo sobre Costa Rica en el siglo XIX. 1800-1900. Este último libro inicia con una sección sobre la vida colonial, seguida por la independencia, la Campaña Nacional, algunos fenómenos notables de la naturaleza, una referencia a algunos costarricenses distinguidos y la sección “Curiosidades históricas”. Se alterna la narración histórica con la referencia biográfica de algunos políticos, militares y otros personajes destacados, como los últimos tres gobernadores coloniales (Tomás de Acosta, Juan de Dios Ayala y Juan Manuel de Cañas), la cual precede a la narración del episodio de la independencia.

Soto Hall dedica una importante sección de esa obra al general hondureño. En la descripción biográfica no omite juicios y calificativos; la sección dedicada a Francisco Morazán empieza diciendo, por ejemplo:

¡Es una figura colosal! ¡Su vida toca en los límites de la leyenda! Nació hombre y se improvisó héroe. Sus hechos son tan grandes que no caben en el marco de nuestra historia, y su nombre tan glorioso que se escapa del límite de nuestras fronteras (Soto Hall, 1901, 99).

Morazán se compara con Guzmán el Bueno, Garibaldi, Napoleón, y su superioridad justifica su elección como presidente de la República Federal. La ruptura política provino de la maldad de individuos que aprovecharon el descontento social para promover la insurrección. Primero:

Un indio salvaje y audaz de la montaña vino a turbarlo: Rafael Carrera, que llegó hasta la capital, en medio de desórdenes y abusos… Mientras esto pasaba en Guatemala, Morazán aplacaba los trastornos promovidos por Nicaragua y Honduras en contra de la Federación (Soto Hall, 1901, 102-103).

Luego se refiere a su permanencia en Costa Rica, donde había comenzado “su activa vida de gobierno” y “era amado de todos y su gobierno generalmente bien acogido… mas no le faltaban enemigos” (Soto Hall, 1901, 104). El momento de la captura y el fusilamiento de Morazán alcanza tal grado de intensidad que se rompe el estilo narrativo y se introduce un diálogo entre personajes; la esposa de un militar de Cartago interviene para salvar al héroe:

La noble esposa de este militar reunió algunos recursos y le dijo a Morazán:

-General, sálvese; tenga esta suma y huya por el camino de Matina.

-No, señor,- respondió tranquilamente el ilustre hombre;- tengo que seguir la suerte de mis compañeros (Soto Hall, 1901, 105).

Finalmente, la gran valentía del militar le alcanza para dirigir su propia muerte.

País suave, tranquilo remanso

La unidad de Centroamérica torna ineludible la discusión sobre el papel de Costa Rica en ese proceso. Por un lado, se critican y, por otro, se reconocen las razones de la actitud separatista del país. En un artículo titulado “La prensa libre”, Gavidia elogia los esfuerzos hacia el logro de la democracia en Costa Rica y pide un castigo para los militares que se alejan de la ley: “El militarismo, el mal militarismo necesita castigo: ha sido la afrenta de la América Latina, el germen de nuestro descrédito en el mundo civilizado” (Gavidia, 1891d, 2).

Para Alberto Masferrer, la falta de energía política y la situación de los países del Istmo hacen imposible la unión centroamericana. Así lo indica en una carta fechada en San José el 28 de octubre de 1898 y dirigida a Rubén Rivera, en El Salvador:

No requería la unidad centroamericana menos que un padre Delgado, un Morazán, un Cabañas, Jerez, Valle, Barrundia, Gálvez, etc. y si no cerebros como aquellos, siquiera limpios corazones, capaces de hacer venerable y de dar vida, a fuerza de patriotismo, a tan grande intento (Masferrer, 1898, 144).

Y agrega más adelante: “Unir debilidades, unir descréditos, unir enfermedades, unir cánceres, no dará jamás resultados positivos” (Masferrer, 1898, 144).

El análisis de sus experiencias en el país conduce a Masferrer a la conclusión de que Costa Rica no es centroamericana excepto en el plano geográfico; al tiempo que alaba la opción vital y política de este país, considera que se trata de un país europeizado, realidad que va en detrimento de lo nacional y lo americano. Tales pensamientos los expresa en el libro En Costa Rica (1913), compuesto por un conjunto de crónicas que había publicado antes en el Diario de Costa Rica. Estas constituyen, sin embargo, una única reflexión continua que sigue un hilo: entender qué o cómo es Costa Rica. La escritura de esa meditación toma a veces la forma de un diálogo, con un interlocutor colectivo, al que se dirige con la forma española de “vosotros”:

Cuando llegáis a la verdadera Costa Rica, es decir, a Heredia, a Cartago, a San José, ya estáis en un pueblo que ni por el clima, ni por la raza, ni por las tendencias es nuestro… Cartago, dije, es el tipo, la ciudad santa; fría, brumosa, quieta [resaltado añadido] (Masferrer, 1913, 11).

La crónica empieza como si se tratara de un viaje que se hilvana a partir de la llegada física de un inmigrante que atraviesa el campo antes de entrar en la capital, donde observa los edificios y sus contenidos: el Teatro Nacional y sus estatuas; el Banco de Costa Rica, “con sus galerías laberínticas”; el Edificio Metálico, “grande escuela-palacio”; la Escuela de Bellas Artes, “poseedora de unas seiscientas reproducciones en yeso traídas, de las mejores casas europeas” (Masferrer, 1913, 17-18).

En la crónica que cierra el ciclo, el interlocutor es el país visitado; es decir, el hablante se dirige a Costa Rica. Aunque el visitante ya lo conoce y ha alabado sus altos valores, siente el deber de explicar su regreso: lo deja porque la nostalgia es más fuerte:

Basta. El sol de Cuscatlán me está llamando: falta a mi sangre su caricia de fuego… País suave, tranquilo remanso de este alborotado mar del Istmo… ¡cuántas cosas me has dado que no he de pagarte!

Fueras mi patria si el Lempa turbulento no me fuera tan caro… si este Irazú gigante bordara su manto de zafiro con las púrpuras vivas del Izalco (Masferrer, 1913, 50).

Cada una de las crónicas elige un tema: el aspecto físico de los habitantes, las características de ciudades y las costumbres cotidianas. Se detiene también en la descripción de la belleza femenina e insiste en el interés general por la convivencia pacífica y su rechazo a la guerra, lo que no impide su valor en determinadas circunstancias, como en la guerra contra los filibusteros. La seguridad de los ciudadanos le parece “el resultado natural en un pueblo en donde todos son propietarios, donde la miseria no existe, donde la dignidad que trae la posesión, especialmente la posesión territorial, ha encarnado en el carácter y hecho despreciable el adquirir sin lucha” (Masferrer, 1913, 49).

La observación de la vida de los costarricenses y su experiencia con ellos lo llevan a reflexionar sobre la desconfianza que este pueblo experimenta ante el resto de las naciones centroamericanas, de las que solo conoce el espíritu combativo.

Sin embargo, unos años después, con tristeza, Masferrer piensa que solamente Costa Rica podría dar el ejemplo a los otros países centroamericanos en lo que se refiere al respeto por la tierra. Entonces se lamenta porque en Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Honduras la malvendieron y, además, únicamente piensan en organizar más episodios bélicos (Masferrer, 1927, 70).

En Un vistazo sobre Costa Rica en el siglo XIX. 1800-1900, de Máximo Soto Hall, un sentido centroamericanista guía la narración histórica: aunque el libro se concentra en los hechos y los personajes costarricenses, no omite referencias a sucesos y personajes de los otros países de la región. Así, la independencia se narra como un proceso de todos, que da inicio en El Salvador en 1811; se cita textualmente el acta redactada en Costa Rica y se lamenta la decisión de este país de no permanecer en la Federación Centroamericana.

La orientación de la historia mediante el sentido centroamericanista también se puede hallar en Un vistazo sobre Costa Rica en el siglo XIX en la exaltación de los políticos que llevaron a cabo una particular labor por la unidad del Istmo, además de Francisco Morazán. Eso sucede con los presidentes José María Castro Madriz y Juan Rafael Mora; del primero se dice que la misión que cumplió con el gobierno de Nicaragua consiguió “bienes inmensos a Centro América, que quiere la unión, la paz, la libertad, la justicia y el progreso” (Soto Hall, 1901, 121-122). A Mora lo alaba considerándolo un héroe centroamericano: “Se le ve erguirse altivo clamando en nombre de la independencia de Centro América, llevando en la mano el pendón de la libertad” (Soto Hall, 1901, 125).

Sin embargo, también se reconocen los rasgos que distinguen a los costarricenses, que provienen, según el narrador, de una situación de marginalidad en que se vivió durante la colonia: “El mismo abandono en que vivía Costa Rica, poco menos que separada por completo del mundo, fue motivo suficiente para que las ideas de emancipación no entrasen en ella. El movimiento evolutivo de la humanidad le era desconocido” (Soto Hall, 1901, 39). Más adelante sintetiza: “este país, cuanto es, se lo debe a sí mismo” (Soto Hall, 1901, 73), lo que cual subraya, como ya había escrito Darío, la índole pacífica de sus habitantes, “el amor al trabajo y su carácter sesudo y reflexivo” (Soto Hall, 1901, 73).

Según el autor, la nación se diferenciaba de otros países por su fidelidad a España y una vida de paz entre “naturales” y españoles, lo cual le permitió progresar:

Costa Rica separada de Centro América, con esa fuerza y resolución que da el convencimiento de no poder recurrir más que a las propias fuerzas, prosiguió con mayor firmeza y mayor celeridad por la senda de adelantos emprendida. En lo material y en lo moral se hicieron grandes conquistas (Soto Hall, 1901, 76).

Mientras los otros países centroamericanos “gastaban sus energías en luchas fratricidas” (Soto Hall, 1901, 74), Costa Rica se preocupaba en paz por la educación. Con la separación primero de Honduras en 1838 y después de Costa Rica en 1840, quedó definitivamente rota la unión centroamericana.

En la sección “De la campaña nacional” se acentúa el estilo narrativo; después de la batalla de Santa Rosa, vuelve a aparecer el diálogo, esta vez entre el teniente coronel José María Gutiérrez y otros militares, el 16 de marzo de 1856, en Liberia. Esta escena sirve para ratificar el carácter heroico de los militares costarricenses que se habían sacrificado por la Patria voluntariamente. Sin embargo, no pierde oportunidad para, cuando se puede, situarlos en un contexto mayor. Así sucede cuando se refiere al general José María Cañas, del ejército costarricense, del cual se menciona su nacionalidad salvadoreña, su lucha permanente junto con Morazán por “las grandes ideas unionistas” (Soto Hall, 1901, 187) y el hecho de haber sido “el último general centroamericano, de los que llegaron a Nicaragua en aquella emergencia, que abandonó el territorio tan audazmente invadido” (Soto Hall, 1901, 188).

La narración de los acontecimientos del ejército costarricense no ignora el carácter centroamericano de la contienda; el capítulo de la batalla de Rivas, si bien concluye con la narración del sacrificio de Juan Santamaría, se sitúa dentro del esfuerzo común cuando se dice que el costarricense supera a “los fieros enemigos de la América Central” (Soto Hall, 1901, 172). Esta sección finaliza con la inserción de un fragmento del cuadro de Rubén Darío “Bronce al soldado Juan” –citado al pie de página–; de esta manera se ratifica el heroísmo de los costarricenses: “Así caminaban los batallones costarricenses a ayudar al hermano a echar de su casa al filibustero” (Soto Hall, 1901, 175).

Espíritu práctico y espíritu soñador

Un aspecto que se opone a la unidad de Centroamérica a finales del siglo XIX y principios del XX es la presencia del imperialismo. Como es conocido, Darío escribió múltiples artículos, poemas y otros textos contra el peligro que representaba Estados Unidos para América Latina; algunos de estos fueron publicados en Costa Rica, por ejemplo, “Por el lado del Norte” y “Revista política europea”. Hay que destacar que estos artículos son anteriores a la “Oda a Roosevelt”, de Cantos de vida y esperanza (1905), y a Ariel (1900) de Rodó, que se han cifrado como el origen o los más representativos de la oposición imperialista.

A su entender, la expansión de los Estados Unidos no solo atenta contra la paz de América Latina, sino que es un obstáculo para la región, que se debe unificar alrededor de su común origen latino. Para Darío, los norteamericanos son cazadores, pero de humanos, su principal interés es el monetario y su meta, el expansionismo. En esta caracterización recurre, además, a personajes bíblicos, como David y Goliat, y a otros mitológicos, como Briareo.

Tanto Masferrer como Gavidia aportan su punto de vista a la polémica acerca del enfrentamiento de las razas sajona y latina. Para el primero, ante la decadencia de Europa producto de la guerra y la desunión, América tiene la misión de sumir la dirección de la cultura humana, misión para la que existen dos pueblos:

El angloamericano y el hispanoamericano, ambos herederos y naturales continuadores del espíritu europeo; ambos poseedores de extensos y ricos territorios; ambos salidos de fuentes en que el ideal, concebido de manera distinta, produjo dos maneras de ser que son todavía dos maneras predominantes de organizar la vida (Masferrer, 1928, 155).

El pensador defiende la integración de ambas razas que se convertirían en un solo pueblo. Los valores del arte, la abnegación y el sentido de la belleza serían patrimonio del sur, unidos por una sola lengua y una cultura común, mientras que los del norte poseen “la constancia, el método, el respeto a la ley, la devoción por la justicia, la fe religiosa, el sentido del orden y el instinto de la organización” (Masferrer, 1928, 157).

Por su parte, Gavidia considera que la latina es una raza apta para producir, pero incapaz de guiarse por un norte claro en la creación y poco capacitada para apreciarla. Discute igualmente la oposición que “contrapone el espíritu práctico de los Estados Unidos con el espíritu soñador de la América Latina”. Su juicio al respecto contradice los argumentos más utilizados en el momento:

El libre examen de las sectas protestantes ha penetrado a la raza sajona de ese manantial de poderosa poesía que es la Biblia, mientras que nuestro pueblo se nutre con la misa en latín.

El anglo-sajón no es sordo a la armonía ni a la idea del verso…

El positivismo los salva a ellos y a nosotros nos pierde… Nuestra raza no es soñadora: es todo lo contrario: el egoísmo, el materialismo, la ignorancia se dan la mano para perdernos: aquí, donde los ideales deístas se han secado en la clase dominante solo se tiene conciencia de una cosa: el dinero (Gavidia, 1890, 81).

El origen de esa situación está, según el escritor, en una educación utilitarista y excesivamente centrada en las ciencias exactas y que ha dejado de lado las letras, sin percatarse de que tanto la unas como las otras son parte del espíritu humano. Por lo tanto, destaca el potencial formador de la literatura y el arte, para lo que se apoya en diversas autoridades y creadores. Para Gavidia, contrario a lo que sostienen algunos, una educación que gire alrededor del espíritu y las letras redunda en el cambio de la sociedad:

La literatura engendra la revolución francesa. Los versículos de la Biblia, interpretados libremente, engendran la revolución inglesa; la Divina Comedia determina el espíritu de unidad

patria de los italianos; la lectura de Homero despierta en Alejandro el deseo de llevar la guerra al Asia, como lo hiciera Agamenón en lo antiguo (Gavidia, 1890, 83).

La reflexión acerca de la identidad y la unidad de los países latinoamericanos que se fortaleció cuando se enfrentaron muchos a los Estados Unidos, se plantea también en la narrativa. En la novela El problema (1899), Máximo Soto Hall ofrece otro enfoque de la oposición entre ambas culturas: la raza latina y la raza sajona, términos que a la vez se integran en la dicotomía pasado y presente (Durán, 1985, 121-127). Reaparece en este texto igualmente la oposición entre la multiplicidad y la armonía analizada en los textos darianos. No obstante, a diferencia de lo que sucede en estos, el dilema no se resuelve a favor de la integración armoniosa del mundo, sino que más bien tiende a prevalecer el caos.

Los acontecimientos empiezan cuando el protagonista está de regreso de un largo viaje de estudios en Europa; la llegada al territorio nacional se narra como la navegación de un gran vapor por un canal. Desde el gran vapor, Julio observa un paisaje que le parece un jardín en el que se combinan el agua, el mármol y las flores:

El gran vapor se deslizaba majestuoso por las dormidas aguas del Canal. A uno y otro margen, reflejando sus fachadas sobre la turbia linfa, quintas circundadas por altas verjas de hierro donde culebreaban, llovidas de flores, las tupidas madreselvas, dejando apenas ver, entre su verde tamiz, el blanco manchón de las escaleras de mármol que se iban estrechando al subir como una ola espumante (Soto Hall, 1899, 55).

Unos días después, en los paseos que realiza con su prima Emma en la finca de su padre, la pareja entra a un rincón escondido y agradable:

Salieron del jardín y caminaron por una abovedada galería de verdura, hecha de grandes árboles, que estrechaban sus ramas hasta formar una ceñida red de hojas impenetrables para el sol. La humedad del suelo dejaba crecer un musgo fino y afelpado, que fingía un blando tapiz de seda, y en los márgenes, como brazaletes ceñidos a los troncos y que extendían sus dijes a los lados, se veían coronamientos de margaritas y violetas que parecían vivir en una hermandad inalterable. Surgían de abajo perfumes embriagantes y descendían de arriba trinos arrulladores. El sol no se miraba, pero se sentían sus cálidas palpitaciones en el ambiente tibio (Soto Hall, 1899, 103).

En otro momento se describe un lugar semejante, bajo un árbol grande, adonde también se dirigen los jóvenes: “El paraje era delicioso… Es poético; provoca a soñar, a sentir; me parece un rinconcito propio para un idilio” (Soto Hall, 1899, 127). Tanto en el canal como en estos jardines, al sobreponer al paisaje exterior el paisaje que surge de su memoria, Julio revive cómo habían sido estos espacios en el pasado. Estos apelan fuertemente a los sentidos del protagonista y ejercen sobre él una poderosa seducción. En el canal, “el doctor Escalante, reclinado de bruces sobre el barandal del buque, miraba como absorto tanta grandeza. Aquello parecía un trabajo de magia” (55-56). En el jardín galante la sensualidad del paisaje se une a la presencia de la mujer: “Y los dos se perdieron en el mar de verdura, sintiendo la humedad y el frío de la mañana, y respirando los olores de tierra mojada y de capullos recién abiertos” (Soto Hall, 1899, 104).

Desde el inicio, tanto la naturaleza como el grupo de gente que rodea al protagonista se distinguen por ser espacios múltiples y diversos: grupos de quintas, una naturaleza multicolor, multitud de árboles y aves; además, el momento de su desembarco propicia agitación y bullicio de los muchos “pasajeros de todas las clases” (Soto Hall, 1899, 57), que sacaban “baúles, maletas, líos y cajas; salían a relucir los sombreros y los abrigos más raros” (Soto Hall, 1899, 57).

Los elementos que componen la realidad, lejos de lograr hallar una armonía, permanecen en un estado caótico. Esto se percibe en el episodio de la bomba arrojada por los anarquistas en un templo. En la multitud “había retazos de todas las esferas sociales; se rozaban el andrajo y la seda, el poderoso y el humilde, el que persigue la piltrafa, y el que domina con ella” (Soto Hall, 1899, 89). La bomba que arrojan en medio de la multitud provoca “el asombro, la gritería y el desorden”, “los ruegos, las blasfemias, las imprecaciones” (Soto Hall, 1899, 90).

Ante la anarquía que se produce con la bomba, la voz del sacerdote trata de dominar el ambiente: frente a los grandes literatos, las grandes damas y el populacho hambriento predicaba un único gran orador cuya palabra trataba infructuosamente de unirlos a todos bajo el sentimiento religioso. El interior del protagonista también resulta ser un ámbito confuso desde su travesía fluvial: “Julio se retiró a su camarote pero no pudo conciliar el sueño. Mil ideas confusas agitaban su imaginación y mantenían sus párpados abiertos” (Soto Hall, 1899, 65). La confusión interior continúa mientras recorre el trayecto por el río:

Entonces, como si el ejemplo de aquella actividad encausada, le obligase a ordenar sus pensamientos confusos y dispersos de la noche, se abismó en sí mismo y comenzó a reflexionar en las causas a que obedecían esas transformaciones que tanto lo asombraban (Soto Hall, 1899, 66).

El desconcierto y la ambigüedad que rigen el mundo y la mente del protagonista se repiten en su dilema amoroso. El problema se ha interpretado a partir de la oposición entre las razas sajona y latina y el conflicto ideológico del imperialismo en América Latina. Algunos, sin embargo, también han visto la importancia de la historia amorosa y su relación con el dilema político del protagonista.11 Dicha semejanza va más allá del plano de la fábula que habla de la relación entre Julio y las dos jóvenes, Margarita y Emma, y entre esta última, pretendida por Julio y por un estadounidense.

Ante las dos mujeres, Julio llega a encontrarse frente a un dilema: Margarita, una costarricense que vive en Europa, recibe de él “una mística contemplación”; su sonrisa “la transfiguraba hasta lo divino” (Soto Hall, 1899, 81). Por el contrario, Emma le parece lo contrario:

Sus caderas eran redondas y su pecho erecto y sólido; la sangre ardiente que circulaba por sus venas, teñía de vivo púrpura, sus mejillas y parecía querer saltar por sus labios… Chispeaban sus grandes ojos leonados, de natural serenos, y adquirían bajo el toldo de sus pestañas negras una irresistible fascinación (Soto Hall, 1899, 73).

Así, ambas muchachas seducen a Julio pero de forma distinta; una de ellas se asocia con el Viejo Mundo y la otra con el nuevo imperio que se extiende –como el nuevo ferrocarril– a lo largo de la región latinoamericana. Costa Rica, transformada por la acción de los extranjeros, también conquista la atención del joven; en este país, los nacionales entregan la riqueza y la administración de las empresas propias a los norteamericanos sin cuestionar nada. Dice Tomás a Julio a favor de esta tesis: “Le aseguro que cualquier gran nación, sobre todo que no hablara nuestro idioma, nos hubiera podido tomar como nos han tomado los américo-sajones. En todo se veía que éramos víctimas de la fascinación que le pinto” (Soto Hall, 1899, 132).

Al inicio de la historia narrativa se había presentado un único problema: Julio trata de entender el conflicto entre la independencia del país y la libertad o la anexión y la prosperidad. A ese apremio apuntan la presencia de un paisaje múltiple, la anarquía en el lenguaje, la confusión inicial. Sin embargo, al final los hechos se suceden más bien hacia la decisión que debe tomar Emma con respecto a la escogencia entre Julio o Mr. Crissey cuando este le propone matrimonio. El norteamericano está a cargo de construir una vía de ferrocarril que uniría el norte del continente con el sur, lo que redunda en el peso simbólico de la narración que hace coincidir el día del matrimonio de Emma con la anexión de Centroamérica a Estados Unidos.

Así, mientras Emma resuelve su problema, Julio no logra superar su situación, por lo que la única solución que le queda es desaparecer. Cuando percibe que ha perdido la patria y la mujer, pasea a caballo por última vez por los caminos que recorría con Emma y, justo al mediodía, al divisar el tren donde ella viene, toma la decisión fatal. La potencia de la máquina elimina los restos de una raza débil y arrastra en su fin también al caballo ya que simbólicamente el destino del animal es inseparable del humano: mientras “de noche, cuando el caballero a su vez está ciego, el caballo se torna vidente y guía; él es entonces quien manda, pues sólo él puede rebasar impunemente las puertas del misterio inaccesible a la razón” (Chevalier y Gheerbrant 208-217), de día le toca al caballero guiar a ambos, de modo que conduce a ambos al final.

Rubén Darío, Francisco Gavidia, Alberto Masferrer y Máximo Soto Hall, al igual que otros escritores que visitaron nuestro país, imaginaron de diferentes maneras una próspera y pacífica Patria Grande. En ese proceso, reflexionaron sobre el papel de Costa Rica; al referirse al país de acogida, destacan la imagen de una nación pacífica que, por esa condición, haría posible la unidad y el consecuente fortalecimiento de la escritura literaria, “la universal comunión artística” (Darío, 1894, 341).

A la vez que proponen una práctica periodística y literaria que defiende los valores de la paz y el unionismo, del ejercicio en común lograron una forma de promover la unión política y la paz. En sus escritos, el credo modernista, que aspira al sincretismo cultural, posibilita la superación de los localismos mientras que la apremiante realidad política y la amenaza del expansionismo de la raza sajona sobre la latina llevan a cuestionar las actitudes del vecino del Norte.

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Urbanski, Edmund S. El doctor José Leonard el maestro de Darío, Rubén y sus actividades culturales franco-españolas-latinoamericanas. Anuario de Estudios Centroamericanos, 1, (1974): 33-46.

Notas

1 Según Edmund S. Urbanski, “Darío fue un partidario ferviente de la unión política de Centro América y por lo tanto dedicó una oda al campeón de la misma titulada ‘Máximo Jerez’ (1881)” (Urbanski, 1974, 37).
2 El periódico digitalizado está en http://archivoiiac.untref.edu.ar. En Guatemala ya existía desde 1880 el Diario de Centro América fundado en 1880, durante el gobierno liberal del general Justo Rufino Barrios, propulsor de la unión centroamericana.
3 Esta primera versión difiere de otra posterior que es la que publica Ernesto Mejía Sánchez en Poesías completas (1952) y que no contiene este título que aparece en la versión costarricense: “Del libro de los ídolos. Los caciques. Tutecotzimí”, e incluye una dedicatoria: “Al ilustre señor don Juan Valera. R. D.”.
4 Al estudiar la relación entre el jardín y el erotismo, Lily Litvak afirma que este espacio se convirtió, a fines del siglo XIX, en un “topos” literario y artístico con una fuerte connotación erótica (Litvak, 1979).
5 José María Castro Madriz fue presidente de Costa Rica en 1847-1849 y en 1866-1868.
6 Para su contemporáneo Alberto Masferrer en la diversidad de los fenómenos existe una unidad; se refiere a una única fuente de todos los fenómenos de la materia, “la electricidad, alma del universo” (Masferrer, 1897, 161).
7 En La Revista Nueva del 1 de enero de 1897 aparece un anuncio sobre Páginas, en venta tanto en la Librería Moderna de Font en San José como en la Librería de C. Mixco de San Salvador. 8 Aves de paso, versos sueltos, 1895-1896, San José: Tipografía Nacional, 1896. [poesía]; Amores trágicos, San José: Gran Imprenta a Vapor y Casa Editorial de Alfredo Greñas, 1898. [poesía]; De las coquetas, San José: Imprenta Española, 1899. [estudios]; El problema San José: Imprenta Española, 1899, otra edición: San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1992 [novela]; Catalina, San José: Imprenta y Librería Española, 1900. [novela]; Un vistazo sobre Costa Rica en el siglo XIX. 1800-1900, San José: Litografía Nacional, 1901 [crónica histórica].
9 De acuerdo con Luis Alonso Aparicio, el pensador era partidario del parlamentarismo, sistema que a su entender favorecía la alternabilidad en el poder y facilitaba la remoción de los malos gobernantes. Entendía que la violencia en la política causaba el debilitamiento del pueblo y con ello lo ponía en desventaja frente a las potencias, especialmente Estados Unidos “que había ‘engullido’, así con esa palabra suya, a Cuba, a Puerto Rico ya las Filipinas” (Aparicio, 2007, 81).
10 Montúfar había publicado en 1878 Reseña histórica de Centroamérica, Guatemala: Tipografía El progreso.
11 Aunque no lo profundiza, Álvaro Quesada considera que se trata de un desplazamiento de la polémica ideológica “hacia el terreno de las relaciones eróticas… El problema se desarrolla simultáneamente en el terreno político y el amoroso: las discusiones ideológicas se resuelven en una metáfora erótica” (Quesada, 1992, 23).
8 Aves de paso, versos sueltos, 1895-1896, San José: Tipografía Nacional, 1896. [poesía]; Amores trágicos, San José: Gran Imprenta a Vapor y Casa Editorial de Alfredo Greñas, 1898. [poesía]; De las coquetas, San José: Imprenta Española, 1899. [estudios]; El problema San José: Imprenta Española, 1899, otra edición: San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1992 [novela]; Catalina, San José: Imprenta y Librería Española, 1900. [novela]; Un vistazo sobre Costa Rica en el siglo XIX. 1800-1900, San José: Litografía Nacional, 1901 [crónica histórica].

Notas de autor

1 Costarricense. Estudió en la Universidad de Costa Rica y en la Universidad de Bolonia, Italia. Ha sido profesora visitante en la Universidad de Pensilvania, EE. UU. y la Universidad de Tours, Francia. Entre 2006 y 2010 dirigió el Sistema Nacional de Bibliotecas, del Ministerio de Cultura y Juventud. Actualmente es profesora e investigadora de la Universidad Nacional. Ha publicado varios libros y artículos sobre literatura latinoamericana y centroamericana. Ganó el Premio Nacional de Ensayo en 1993 con el libro La casa paterna. Escritura y nación en Costa Rica, del cual es coautora, así como El sello del ángel. Ensayos sobre literatu­ra centro­ameri­cana (2000) con la que ganó el Premio Nacional Aquileo Echeverría en ensayo junto con Flora Ovares. Su libro El último baluarte del imperio. Latino­américa y España en la crítica antimodernista mereció el Premio de Ensayo Editorial Costa Rica en 1995.
2 Costarricense. Profesora e investigadora de la Universidad Nacional. Forma parte de la Academia Costarricense de la Lengua. Ha publicado en revistas como América (Universidad de la Sorbona); Revista Iberoamericana, Espejo de paciencia (España), Acta literaria (Universidad de Concepción). Responsable de la edición crítica de las obras de Joaquín García Monge en la Colección Ayacucho. Autora de Crónicas de lo efímero, estudio sobre las revistas literarias, y de varios libros sobre el ensayo costarricense. Coautora de varios artículos y libros sobre literatura costarricense, centroamericana y latinoamericana.
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